LIBERTAD DE COMERCIO, COMPETENCIA DESLEAL Y

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LIBERTAD DE COMERCIO, COMPETENCIA DESLEAL
Y LAS CAMARAS DE COMERCIO
Por el doctor Humberto Brus~.ÑoSIERRA
Profesor de k Facultad de Derecho
de la UNAM
1. A la libertad de comercio se oponen las restricciones y se contraponen las prohibiciones. En realidad, las primeras tienen la misma
función de las segundas, aunque restringidas a campos determinados.
Así, mientras la prohibición puede caracterizar a un régimen político
de economía centralmente planificada, de manera que la intervención
privada desaparezca en el segundo momento del ciclo económico, compuesto por la distribución y el expendio individual de bienes y servicios, las restricciones suelen aparecer en los demás regímenes para
ciertas materias, como la moneda, la banca, los hidrocarburos y la petroquímica primaria y, naturalmente, las sustancias nocivas para la
salud como los estupefacientes, los psicotrópicos y sus derivados, preparados, precursores químicos y artículos de naturaleza análoga.
Frente a estas exdusiones, parciales generalmente, pero también totales en hipótesis, se presentan las limitaciones derivadas de la implantación de reducciones temporales o espaciales, y del establecimiento de
condiciones que conducen a modalidades en el suministro de bienes o
en la prestación de los servicios. El conjunto de disposiciones de esta
índole recibe el nombre de derecho policial, contrapartida del derecho
penal que parte de la idea del comercio como crimen.
Mientras que la penalizaci6n del comercio conlleva la de la industria
y alcanza a la libertad de profesión, penetrando en la misma libertad
de trabajo; la disciplina policial conduce al ordenamiento de las actividades, a la jerarquización de sus fines y al equilibrio de sus factores.
Es por ello que no debe confundirse la reglamentación del comercio
con la negación de su libre ejercicio. Esta libertad no es la irrestricción
jurídica, porque tal situación sería inconcebible dada la coexistencia
normativa de la vida social dentro de la que aparece el comercio.
2. Hecho caso omiso de las nociones o ideas que sobre la libertad
se puedan tener en otros campos, desde el punto de vista jurídico, no
significa sino la previsión normativa. Hay un conjunto de conductas
que caen fuera del derecho, cualquiera que sea su posible manifesta-
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HUMBERTO BRZSEi90 SIERRA
ción. Ciertos actos realizados por el individuo son por completo ajenos
a la sujeción normativa. Se trata de un sector enteramente subjetivo
que por no tener trascendencia social es indiferente a esta regulación.
Es en este sentido que resulta innegable la concepción del hombre
como un individuo social, determinación que de otra manera resultaria
una paradoja, porque lo individual se contrapone por definición a lo
social. Pero el sujeto que somáticamente se aísla facilmente en la percepción sensorial, es inconcebible jurídicamente si no se le considera
como parte de un conjunto cada vez más amplio.
El derecho mira directamente a las conductas. SU campo de realización es cabalmente el actuar de los individuos, cuando por tener existencia en la interconexión es menester dar orden y concierto a la vida en
comunidad.
Si bien se mira, el caos, como expresión de la ausencia de derecho
es prácticamente imposible. Las tesis que han hablado de la anarquía
no han pasado de ser especulaciones con hipótesis invenficables, porque es, cabalmente, una contradicción absoluta hablar del comportamiento debido o querido sin regla previa.
El comercio, como una expresión más del conducirse dentro de la
sociedad, no es concebible sin e1 derecho, y ello implica una regulación,
que a la vez que estructura el contenido de su relación interna de los
limites o alcances de la restricción normativa.
Sin la regulación jurídica es materialmente imposible la actividad
mercantil, y de ahí ese conjunto normativo que proviene desde la
Constitución o desde el plano de las disposiciones básicas de cualquier
Estado. Ello es así, porque la misma naturaleza de la conducta mercantil ha de ser definida por el derecho. No es factible que otras disciplinas sociales se avoquen a esa definición. Ni la economía ni la
sociología, para mencionar sólo algunas secciones del conocimiento humano, pueden determinar lo que el comercio sea, porque se está ante
una descripción dogmitica, cuyo imperio apenas es factible en el ámbito
del deber ser, y la comprensión de este se ubica precisamente, en el
derecho.
3. El comercio, definido por la ley (pública o estatal) como la actividad de intermediación en el fenómeno de la producción y el consumo
con ánimo de lucro, es una actividad enteramente regulada.
Ese fenómeno de traslado, conservación, distribución y expendio o
dotación de bienes y servicios está contemplado por la ley, como un
conjunto de actividades que han de delimitarse para hacer factible su
práctica, la conservaci6n de su profesionalidad.
De ahí que el comercio venga a ser una actividad legal, una ocupación reglamentada tanto en lo que mira a su contenido como en lo
que atañe a su extensión. El derecho considera el ser mismo de la
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comercialización y las condiciones en que ha de realizarse, de manera
que la pregunta acerca de la libertad de comercio ha de ser respondida
en dos sentidos: en cuanto al contenido y respecto a sus límites.
4. La libertad de comercio se refiere a la posibilidad jurídica de
efectuar la intermediación lucrativa. Ni toda operación económica esta
permitida, ni el comerciante puede extralimitar su intervención. No
está autorizada la comercialización de ciertos bienes o servicios que las
leyes de cada pais se encargan de precisar. De esta manera resulta que
en determinado Estado no es jurídicamente factible comerciar con
productos petroquímicos primarios, en tanto que en otro se contempla
una situación distinta y hasta contraria. Aquí se afecta limitadamente
la libertad, se le restringe pero no se le excluye, sino que apenas se
determina su materia.
En algunas ocasiones se ha hablado de ausencia de libertad de comercio y en otras de abuso o libertinaje en este campo, por lo que
es preciso considerar los términos de su posibilidad, su significación
y sus alcances.
En realidad, la ausencia de libertad conduciría a inexistencia del
comercio, a la expulsión total de la conducta económica con ánimo de
lucro, la que, desde el principio de su enunciación es increíble o
impensable. Es concebible una reducción de la actividad comercial hasta un grado máximo, porque es factible que el régimen vigente en
cierto pais sustraiga de la comercialización, tanto los bienes inmuebles
como un crecido número de mercaderías y servicios; pero no es pensable que la ocupación misma de la distribución, el transporte, la conservación y hasta el expendio al menudeo de todos los bienes y el
suministro de todos los servicios, queden prohibidos.
Ahora bien, la simple admisión de la necesidad de que los satisfactores sean llevados al mercado, a un mercado cualquiera, interno o
internacional, conduce a la aceptación de la actividad comercial y consecuentemente a la legitimidad del lucro, como beneficio económico
resultante de la intervención del comerciante en el mecanismo social
que lleva de la producción al consumo.
Sin embargo, con los términos libertad de comercio, no se alude a
una incierta posibilidad de participación en la circulación de los bienes
y servicios, sino a la efectiva participación del profesional en la totalidad del campo mercantil.
5. Es, pues, el campo de la comercialización el que viene a tomar
el sitio más relevante en el fenómeno, y ya que la intervención en el
cambio, con ánimo de lucro, es materialmente ineliminable en su totalidad, lo que resta es la cuantificación de la actividad comercial.
Desde la ley eminente se separan en dos los ámbitos de los bienes;
dentro y fuera del comercio. Así, tradicionalmente se han excluido
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HUMBERTO BRISEmO SIERRA
del mismo los elementos naturales como el aire, la luz solar, las playas
de los mares, de los lagos o las riberas de los ríos, hasta aquellos inficada por el Estado o indiferenciada en lo comunal.
Se dice, entonces, que esos bienes están fuera del comercio y a nadie
se le ocurre intervenir en la transmisión de dominio de lo inajenable,
como una plaza pilblica, una carretera o un parque nacional,
En terminos generales, la exclusión de bienes y servicios obedece a
razones plausibles, según el tiempo y el lugar en que se toma la decisi6n legislativa. Se puede enumerar algunas de esas consideraciones,
como la atinente a la imposibilidad de ejercer dominio sobre la atmósfera o la luz solar, la inconveniencia de autorizar el enriquecimiento
de un individuo o grupo selecto de individuos frente a la comunidad
con bienes o servicios que sólo son factibles precisamente en su seno,
como acontece con los caminos públicos, los puentes a los embalses; y
aún resulta fácil de imaginar lo improcedente de permitir la comercialización de los bienes que son principal residencia de los órganos estatales o se requieren para la cotidiana comunicación humana, como
las calles y las plazas o jardines públicos.
Pero a partir de estas generalidades surge la problemática local,
puesto que los criterios políticos de cada región van introduciendo
sectores cada vez más amplios de exclusiones que representan otros
tantos cercenamientos a la libertad de comercio. La justificación habrá
de ser casuhtica y quedará sometida a la crítica particular o regional,
ya que no es concebible una ponderación general y "a prior? de las
decisiones legislativas de cada Estado. En circunstancias históricas y
geográficas determinadas, los yacimientos de hidrocarburos podrán ser
objeto de explotación particular aunque condicionada en mayor o menor medida, pero en otras diferentes, aparecerá procedente excluir del
comercio los productos del subsuelo y aún ciertas corrientes de agua,
bosques y zonas lacustres. Las conclusiones en cada caso habrán de
tomarse en relación a factores precisables "a posterior?', y de ahí que
no se puedan sentar tesis generales o universales sobre la masa de
bienes que han de constituir la objetividad comerciable.
Lo anterior no conduce a sostener de manera absoluta la imposibilidad de establecer directrices u orientaciones sobre la comerciabilidad
en general, sino tan sólo de las zonas fronterizas en que la discutibilidad
de los criterios es frecuente. Así, no hay duda de que implantada la
actividad competitiva en lo económico, la profesión comercial es una
consecuencia natural o lógica de manera que serán materia de regulación excepcional los objetos sustraídos del comercio; y, en cambio, en
los Estados de economía centralmente planificada la directriz será precisamente la contraria.
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6. Se penetra, entonces, en el plano de la competividad. En una economía no sujeta a planificación central, la profesión mercantil lleva
consigo riesgos y esfuerzos, notas propias de la libertad para intervenir
en el ciclo de la producción al consumo.
La competencia está en razón directa de la libertad profesional y
decrece en la proporción en que se reduce el campo económicamente
especulativo.
De ello se sigue que cuando la ideología política se orienta en el
sentido de propiciar la libertad económica, las reglas tuteladoras de
la competencia mercantil se extienden al mayor número de bienes
y servicios posibles, tomando en consideración aquellas razones ya comentadas de conveniencia circunstancial en cada pueblo.
Para existir verdaderamente, la competencia exige equidad o sea,
igualdad de posibilidades 'legales. Es obvio que la tecnología, las oportunidades de mercado, las eventualidades subjetivas y demás factores
contingentes determinan una desigualdad de recursos y medios útiles
para cada empresa, perb al existir la misma apertura normativa para
todos los interesados en la profesión comercial, la competencia legal
ha quedado propiciada.
El principio o directriz que caracterizan a la competencia legítima,
se concretan en la igualdad de tratamiento normativo. Naturalmente, la
libre competencia trasciende la idea de competencia legítima, porque
se limita al tratamiento equitativo, mientras que la primera alude al
circulo de bienes y servicios susceptibles de comercialización.
Por tanto, reconocida la libertad jurídica como la no sujeción normativa, la irrestricción de la conducta humana, se sigue inmediatamente la libertad de comercio como la posibilidad jurídica de intervenir
en la competencia del mercado. De ahí se continúa hacia la competencia legitima que ofrece una regnlación equitativa para los miembros
de la profesión mercantil, y por este camino se llega sin obstáculos al
concepto de la competencia desleal que ya no sólo atañe a la legislación
pública favorecedora de privilegios o implantadora de normas de excepción, sino también a esas condiciones tkcnicas que indebidamente
establecen discriminaciones entre sujetos de la misma profesión, datos
a identificar por campos de actividad económia o por situaciones de
presiones sociales o politicas inaceptables.
7. Sobre las explicaciones anteriores, cabe ahora penetrar directamente en los objetos del comercio.
Todas las manifestaciones mercantiles son, antes que nada, relaciones
jurídicas y, por ello mismo se encuentran definidas o identificadas por
el derecho positivo.
La primera actividad comercial aparece en la enajenación de bienes
que comprende, lo mismo la permuta que la compraventa, la cesión
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y la sucesión o la subrogación. En seguida se encuentran los alquileres, arrendamientos, usufructos y constitución de derechos productores
de #rentas, lo mismo aquellos que constan en documentos como los
pagarés que por hipótesis son fructíferos, como los fideicomisos o la
coinversión que originan sociedades y asociaciones cual se mira en las
de participación o en la fortuna de mar.
Despues se penetra en el amplio campo de los servicios que van
desde el mandato convertido en comisión y la representación propia
de la distribución, como el transporte, la guarda y conservación de
bienes, su acondicionamiento y envase, hasta toda esa gama de actividades personales lucrativas tendientes a satisfacer las necesidades ajenas,
ya sean las referidas a la persona viva o el cadáver como en los casos
de sanatorios y agencias de inhumación, a la instmcción del sujeto
como las academias o al cultivo de alguna disciplina, ya se imparta
a traves de cursos regulares o seminarios, conferencias o Simposia y,
naturalmente, ese otro tipo de servicios que van conjuntando obligaciones de hacer con obligaciones de dar, a la manera del hospedaje, las
agencias de publicidad o las de viajes.
Más tarde se agregan al comercio actividades complementarias que
le sostienen, fomentan o propician con su progreso, como las operaciones crediticias, la de seguros y fianzas.
Esta galaxia de actividades socioeconómicas suelen invocar el común
denominador de la especulación, que significa tanto el riesgo como
el lucro, esto es, se trata de intervenciones en el ciclo económico con
una finalidad lucrativa y una probabilidad cierta de riesgo. Otros sujetos pueden actuar en alguna de estas operaciones, pero faltando el
propósito de lucro y la condición del riesgo, se permanece en el mero
campo de lo civil.
Si de acuerdo con el regimen jurídico existente, cualquier individuo
puede realizar alguna, varias o todas las actividades consideradas antes,
se estará en libertad de comercio, siempre que, además, los bienes y objetos requeridos para el cumplimiento del ciclo económico, tambien se
encuentren a disposición de los sujetos.
Se infiere de ello que la libertad total de comercio, supone la posibilidad jurídica de operar en todas y cada una de las relaciones señaladas y con todos y cada uno de los objetos utilizados en la circulación
económica de los bienes.
De inmediato 'se advierte la imposibilidad de esta irrestricción, no
sólo por los antecedentes económicos de cada región geográfica, sino
por las razones políticas que informan a los regímenes estatales y, sobre todo, por las consideraciones prácticas ya apuntadas, como son el
hecho de que ciertos satisfactores han de ser proporcionados sin lucro,
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como las vías generales de comunicación, y otros que deben entrar en la
mercantilidad como el aire o la luz solar.
En cuanto a los servicios, son también criterios singulares de cada
Estado los que van expulsando de la mercautibilidad a grupos determinados de conductas, como acontece con aquellas estimadas inmorales
o dañinas a la salud, a la estabilidad emocional o al desarrollo del
ser humano.
Si en este momento se considerara ya el papel que corresponde a las
Cdmaras de Comercio en esta problemática, de inmediato se concluiría
que han de analizar las políticas legislativas y pugnar por la conservación de las posibilidades de la comercialización de aquellos bienes y
servicios, que por su naturaleza económica o social deban entrar en la
actividad especulativa que conjunta el l u a o y el riesgo.
Muy probablemente según el estado de cosas de cada país, habrá
sectores más o menos amplios de objetos o sei~iciosque se han Sustraído de la circulación mercantil. Para mencionar al azar algunos casos
se puede poner atención de inmediato en el ejercicio d e la banca, el
crédito y las operaciones lucrativas de garantía, como son el fideicomiso, el seguro y las fianzas. Es conocido el hecho de que en los paises
que forman 61 grupo México Centroamericano y Panameño, los criterios legislativos han oscilado en uno o en varios extremos de este rubro, y que desde hace tiempo se conoce la nacionalizacióu de la banca
o el monopolio de la acuñación de la moneda. Cuáles deban ser las
graduaciones aconsejables para cada país, será materia de reflexión l e
cal, frente a las circunstancias históricas, geográficas, económicas, sociales y liasta de idiosincrasia de cada pueblo. Esta será una primera tarea
de relevancia indiscutible para las Cámaras de Comercio.
8. Cualquiera que sea la situación de la política económica establecida en el Estado, de la que se desprenda la regulación comercial, lo
cierto es que la actividad mercantil ha de ser normalizada, precisamente por la imposibilidad material de permitir la absoluta irrestricción,
la total libertad de comercio, no sólo por las consideraciones hechas
antes, sino también por el cúmulo de cargas y medidas disciplinarias
que deben imponerse al comercio.
No sería recomendable una actitud gubernamental que dejara en la
verdadera indiferencia legislativa a la práctica comercial, pues desde
el ángulo fiscal, basta el simple policial, municipal o local, la necesidad de u n orden previamente establecido es manifiesta.
Se penetra ahora, en el ya mencionado estadio de la competencia
legal. Queda puntualizado que las materias y conductas susceptibles
de comercialización, forzosamente vienen delimitadas, antes, inclusive,
de que aparezca la vida mercantil, pues sin lugar a dudas, los primeros
mercaderes sabían ya que no se puede lucrar con la luz solar natural,
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HUAfBERTO BRZSEDO SIERRA
aunque hoy en día ya exista el campo de operación económica con la
captacibn de la energía de este astro, lo que permite dar un ejemplo
más del tema de la comercialización y la posible intervención de las
Cámaras de Comercio, afirmando que, dadas las coordenadas en que se
presenta el caso, esta energía solar puede ser materia de comercialización para el uso individual, o del servicio público para la necesidad
general, dependiendo además, de la clase y derecho de propiedad de
los instrumentos y materiales que se usen para captarla.
La competencia legal, que ha quedado caracterizada como la igualdad de posibilidades jurídicas para ejercer la profesiún mercantil, suele
afectarse aplicando medidas discriminatorias como las que en seguida
se observan.
En primer lugar, desde la misma Constitución se implantan privilegios de uso y de usufructo respecto de ciertos bienes o servicios.
A l lado de los derechos de autor se habla de las reservas mercantiles,
originalmente consideradas tan sólo en el campo industrial, pero luego
advertidas tambien en el comercial y ya n o sólo respecto del nombre,
los avisos y marcas, sino hasta de la misma asistencia tecnica.
Esh derecho de propiedad de bienes y materiales, aunque ha tenido
eventualidades de distinta índole y por más que en los tiempos actuales
se regule de una manera contradictoria, ampliándolo en lo toca al campo artístico, y reducikndole por lo que concierne al sector mercantil, lo
indiscutible es que representa un beneficio del titular del derecho, que
lo coloca en una situacibn de privilegio frente a la competencia de
terceras personas.
Por ahora no se intenta la axiología de los derechos de privilegio, lo
Único que importa es reconocer que conducen a una situación discriminatoria que por ende, reduce la competitividad respecto de ciertos
artículos o servicios. Por más que se trate de una situación jurídicamente regulada, es obvio que su contenido y alcances son materia de
discusión y que por lo mismo, nuevamente será tarea especifica de las
Cámaras de Comercio el intervenir en la e1erción de directrices, en la
implantación de una legislación adecuada a las condiciones nacionales
y locales.
Pese a significar una variada gama de restricciones a la libertad absoluta de comercio, la competencia legal, o de otra manera llamada, la
competencia legalmente regulada, es una garantía de la libertad residual.
Precisamente porque establece ciertas reglas de juego, normas generales que aún para atender a situaciones especificas como los privilegios mercantiles, son iguales para todos los comerciantes, las disposiciones sobre la competencia legal viene a ser preceptos de equidad, y como
tales, apuntalan la actividad profesional que cabe englobar en el rubro
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iniciativa privada. A no dudarlo, las Cámaras de Comercio tienen
aquí, nuevamente, la misión de pugnar por la expedición y mantenimiento de estas reglas que por propiciar la competencia, son a la vez,
garantia de la práctica del comercio en u n plano genérico y conocido
de antemano por los interesados, lo que origina el trato equitativo en
que se desenvuelve la iniciativa personal, espontánea y aeadora de la
permanente superación dei servicio, que es la consecuencia natural y
forzosa de la competencia. Se cierra así el círculo que enmarca la libertad de comercio, y que partiendo de reglas condicionantes de la competencia, aseguran la actividad comercial en el trato equitativo, permitiendo la iniciativa privada que es la libertad de competir.
Ya no se atiende, consecuentemente, a esa libertad absoluta, carente
de cauces, condiciones y límites, con la que en realidad se arriba a la
anarquía en la que la competencia es imposible, en la que muy probablemente se impongan unos cuantos al resto originando el moncpolio; sino que se tiene en observación, en primer plano, precisamente
a la competencia, que no es factible sin libertad'y simultáneamente
sin orden.
9. La aparente paradoja queda despejada tan pronto como las premisas de esta apreciación vuelven a exponerse, pues si bien la libertad
es la irrestricción normativa y no puede ser de otra manera, la legal
competencia implica por necesidad lógica, de una regulación que 1ia de
atender, en primer lugar a la precisión del contenido de las relaciones
comerciales, en segundo lugar a los limites de la comercialidad y, por
último, a las condicionalidades.
En aquellos países en que existen códigos o leyes mercantiles, sienipre se encuentran preceptos que directa o indirectamente, se reIieren
al acto niercantil. Naturalmente, hace mucho tiempo que la mercantilidad misma se enciientra en entrediclio, porque la doctrina ha advertido
la relatividad de las definiciones legales. Pero 4a cuestión medular sigue
en pie: (hay u n acto mercantil por connotación propia? Tal vez las
legislaciones se hayan visto constreñidas a dar concepciones subjetivas, variables y hasta imprecisas; sin embargo, los datos de lucro y
riesgo, que producen la noción de especulación, son ya u n índice lo
suficientemente eficaz para hablar de lo comercial por naturaleza.
Cuales sean las directrices y selecciones del derecho vigente en cada
país, es algo que corresponde determinar al derecho comparado. Por
lo pronto, y para los propósitos de estas reflexiones, es bastante coustatar que Iiay un sector de las relaciones jurídicas, encuadrado en una
normatividad denominada derecho mercantil, y que ella es conveniente
y hasta necesaria para verificar si el regimen estatal que se está revisando en un momento dado, garantiza o asegura la actividad mencionada.
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HUMBERTO BRISEiOO SIERRA
Una vez confirmado que el acto de comercio, más o menos caracrerizado por la ley vigente de cierto país con precisión, está regulado en
su contenido relaciona], es menester continuar en busca de aquelllos
preceptos que establecen los límites a la actividad mercantil. Pueden
ser los que marcan impedimentos para ciertos sujetos, como cuando se
excluye de las posibilidades del contador o del corredor el dedicarse
al comercio, o cuando se sustrae esta misma posibilidad de entre las
facultades del legitimado legal en bienes ajenos, ya sea el síndico, o el
albacea, el apoderado o el depositario, el tutor o el funcionario público.
A su lado aparecen otras disposiciones limitantes, como las que se
refieren a los menores de edad o a las sociedades mercantiles tratándose
de bienes rústicos. Hay limitaci6n al comercio con 'los bienes llamados
sacros, con el patrimonio familiar, con los ejidos o el patrimonio de
instituciones de beneficencia y asistencia social; como la hay respecto
de bienes del dominio público, o los bienes privados de los entes públicos, como las residencias de los órganos estatales, sus materiales e instrumentos de trabajo y, en fin, según la ideología de cada regimen politico, se podrán descubrir restricciones en cuanto a los bienes o a los
servicios en número indeterminado, baste al caso recordar que el uabajo, esto es, la relación humana en virtud de la que un sujeto se
beneficia con la obra de mano o intelectual de otro, se ha excluido del
comercio.
El resultado. obvio es decirlo, ha sido la tutela del derecho laboral.
Vienen, en seguida, las reglas condicionantes. Se trata de ese conjunto
de normas que establecen el tiempo, el lugar, la forma y las modalidades de los actos. El comercio se ejerce legalmente con determinados
bienes, si, pero dentro de un horario especial o sin horario, en un lugar
llamado mercado, o en locales de cierta zona urbana pero no en la vía
pública, ciertos actos requieren escritura pública, póliza ante corredor,
simple escrito privado, o bien bastar4 el canje de cartas, de telegamas
o telex y, en fin, cabrá el comercio informal mediante la mera tradición de las cosas o la prestación de los servicios, como acontece en
la mayor parte de las ventas de mercancías, perecederas y el mismo
transporte de bienes y personas.
Se penetra así en el ámbito de las modalidades, donde se encuentran circunstancias tales como el supuesto de la concesión para actuar
en la banca, y en general en las instituciones de crédito; los permisos
y licencias de funcionamiento o sanitarias y hasta la misma condición
de cubrir todo genero de contribuciones, desde 'los impuestos para el
gasto público, los derechos como contraprestación por determinadas
actividades administrativas, verbi g a t i a inspecciones, verificaciones
(por ejemplo de aparatos de pesar y medir), registros y certificaciones;
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pagos al Seguro Social y a instituciones diversas como la de la vivienda
para los trabajadores.
En fin, hay un sinnúmero de cargas que vienen también a condicionar el ejercicio de la profesión mercantil y, bastaría a este propósito,
mencionar la que entraña el deber de adiestrar a los empleados y
trabajadores, lo que antes constituía el contrato de aprendizaje; o bien
el cierre en días de descanso y feriados, con pago íntegro o con primas
extraordinarias a los empleados, tal como sucede tratándose de las
vacaciones.
10. Queda casi enteramente encuadrada la misión de las Cámaras de
Comercio en las coordenadas que se han trazado, y aún podrían indicarse con certeza, las coincidencias entre las directrices institucionales
de estas asociaciones y el concepto de la competencia desleal. Porque
si alguno de los factores del equilibrio normativo que entraña la
competencia legal, fuere alterado o afectado, se penetrada de lleno
en la deslealtad.
Se trata, en realidad de las dos caras de la misma moneda, de manera
que la falta total o parcial de igualdad de aplicación de la normatividad vigente, y por supuesto, la carencia de generalidad normativa,
producen esa discriminación inaceptable de la competencia desleal.
Son tres, las fuentes de donde puede proceder esa competencia desleal. La primera es la legislación, la segunda la función administrativa
y la tercera la actividad de los mismos particulares. Leyes inequitativas, aplicación desviada, abusiva o excesiva de la normatividad y la
práctica privada indebida.
11. La ley inequitativa lo puede ser por desigualdad en el tratamiento o en la condicionalidad. Desde luego, habrán de descartarse
situaciones limítrofes pero no constructivas de la inequidad. Así, una
ley puede considerarse inválida cuando está expedida por un hrgano
incompetente, dictada en materia que no debe regular ese Parlamento
o Cámara legisladora, cuando contraría preceptos superiores que debe
obedecer, cuando es retroactiva en una materia en que no se admite
modificar situaciones ya dadas y, en fin, cuando aparece imposible de
cumplir en su sentido literal, como cuando se pide expender la mercancía al precio vigente en el mercado, sin saberse ni qué es el mercado, ni cuál mercado, ni en que circunstancias se ha de establecer
el promedio.
Otras disposiciones parecen inequitativas sin serlo, como las leyes
que establecen términos comunes para la inversión extranjera, para la
transferencia de tecnología o para conceder privilegios a los autores
de innovaciones en la industria y el comercio, como son las patentes de
invenciones, las marcas de fábrica o negocio, los nombres y avisos
comerciales y demás símbolos de identificación mercantil. No hay
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HUMBERTO BRISEmO SIERRA
inequidad, porque la ley protege a uno frente al resto considerando
el trabajo, esfuerzo, inversión y hasta el talento del sujeto, extremos
todos que bien pudieran corresponder a la t o t a l i e de la población,
pero que se dan en la individualidad de los gobernados.
En cambio, hay inequidad, cuando la ley discriminando reglas diferentes y hasta contrarias para las relaciones de las mismas conductas,
como sucedería si para expender polimeros o plásticos se exigiere el
pago elevado de licencia de funcionamiento a todos menos a uno O
determinados individuos o empresas.
Hay tambikn inequidad, y por tanto se regula provocando !a competencia desleal que toda Cámara de Comercio debe combatir, cuando se
imponen condiciones que de antemano se sabe sólo alguno o algunos
pueden satisfacer, como son las de raza, color, religión o sexo. En
ciertas bpocas históricas, los pueblos de esta región geográfica vieron
el monopolio de algunos productos en manos de extranjeros o criollos.
Durante muchos años la mujer no pudo ejercer el comercio y, en el
mejor de los casos, necesitó el consentimiento de su marido o de quien
ejercía la patria potestad o la tutela. Y no han faltado normas que
prohibieran a los adeptos de ciertas religiones, a los herejes, ateos y
paganos la actividad mercanti'l.
Tal vez la mis discutible o censurable inequidad se encuentre en las
leyes que crean condiciones singulares para que una o ciertas empresas
dejen de correr riesgos, frente al resto del comercio organizado que 10
sigue resintiendo. Este es el caso de empresas públicas que no resienten
perdidas porque el presupuesto genera$ de gastos estatales las respalda,
y tambikn el supuesto de aquellas empresas que reciben subsidios, franquicias o dispensas de las cargas económicas o administrativas que
siguen gravando al resto de los empresarios, tratamientos que las leyes
constitucionales suelen prohibir, pero que las disposiciones ordinarias
desconocen.
12. La inequidad en el ámbito de la autoridad administrativa, lamentablemente se presenta a través de disposiciones generales tanto
como particulares y aun individuales.
Se califica de ley material a los reglamentos, circulares, decretos y, en
general, a ese cúmulo de oficios o comunicaciones que contienen disposiciones generales que, en realidad, son leyes expedidas por el órgano
administrativo, originalmente incompetente para ello.
Al lado de estas regulaciones generales, aparecen los llamados actos
administrativos, que tienen con las anteriores similitud de carácter
jurídico, por cuanto se trata de órdenes. Por ende, (los mandatos, ya
sean generales o particulares, resultan medios susceptibles de establecer
situaciones ineqnitativas como en el caso de la legislación ordinaria.
La jurisprudencia ha establecido tres rubros que califican otras tantas
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irregularidades de la función administrativa y que, por ende, son objeto de control o de anulación por parte de los tribunales, ello son, el
desvío, el exceso, y el abuso de poder.
Exceso de poder es el resultado de una actuación sin competencia
del funcionario.
Abuso de poder es el aprovechamiento impropio de la autoridad. Y
el desvío es la inadecuación entre los motivos o fines y el resultado del
act0.I
Los tres casos son distintos y dan origen a diferentes vías de control.
El abuso de poder es una infracción al deber funcional, que conduce a
la sanción disciplinaria o penal. El exceso es una extralimitación que
puede llevar a la nulidad absoluta, como sería el caso de una licencia
de funcionamiento expedida, no por una autoridad administrativa sino
judicial. Por su parte el desvío es objeto típico del juicio administrativo, sea que los motivos del actuar del funcionario no correspondan
a los estipulados por la ley (como si se aiitorizara un mercado en la
vía pública con apoyo en un decreto anterior que permitiera esta situación tan solo para agricultores o artesanos, pero no para pequeños industriales o comerciantes en general), o bien que los fines legales no se
cumplan, aunque se satisfagan otros propósitos, así sean de interks público, como sucedería si se permitiera el comercio sin la condici6n de
pagar contribuciones, en cierta zona urbana, buscando rehabilitarla
económicamente, o convertirla en un sector mercantil en beneficio de
sus pobladores.
13. La competencia desleal por obra de los particulares mismos, casi
siempre lleva consigo una conducta transgresora de la normatividad.
Se puede hablar de delitos en los casos de contrabando o evasión de
impuestos, pero también cabe la infracción a los reglamentos administrativos, como cuando el empresario expende su mercancía fuera del
horario establecido; y naturalmente, habri competencia desleal del particular cuando desconozcan los compromisos contraidos para operar
en determinadas condiciones, tal y como se podría observar en los
casos en que el distribuidor se obligara a no trabajar otras lineas de la
competencia mercantil y, sin embargo, directa o indirecta desconociere
estas limitaciones.
La competencia desleal por obra del gobernado puede conducir a
diversas situaciones, todas prohibidas por la normatividad vigente y que
las Cámaras de Comercio están llamadas a reprimir. Se puede hablar de
monopolio, del estanco mercantil, de la concentración o acaparamiento
en una o pocas manos de ciertos artículos, de los acuerdos para obtener
el alza de los precios, de los procedimientos de mercado que eviten o
I Cfr. Humberto BRISEÑO SIUUIA. El proceso adrninirtrntivo en Iberoamérico.
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM. hléxico, 1968. p. 219.
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H U M B E R T O BRISERO SIERItA
tiendan a evitar la libre concurrencia y, en fin, de acuerdos o combinaciones de cualquiera índole efectuados entre los comerciantes y empresarios de servicios para evitar la competencia entre sí y obligar a
los consumidores a pagar precios exagerados. En general, como lo expresan las disposiciones constitucionales, todo lo que construya una
ventaja exclusiva indebida a favor de una o varias personas determinadas, con perjuicio del público en general o de la misma clase profesional, significa competencia desleal.
14. Casi no es neceiaria una recapitulación conclusiva, pero para
facilitar otras reflexiones sobre el tema, conviene sintetizar, sobre todo,
el papel de las Cámaras de Comercio.
Libertad profesional, condiciones equitativas y competencia desleal
son los trer pasos que Ilev.in a la ponderación de la intervención camaral.
La libertad, jiirídicameute considerada es la posibilidad (nunca el
derecho, porque este es el resultado y no la causa de comerciar) de
crear o constituir las relaciones individuales de enajenación, gravamen
o prestación de bienes o servicios, con ánimo de lucro y conciencia del
riesgo implicado en cada operación.
Dado que la posibilidad no es absoluta ni resulta factible pensarla
de esta manera, han de ser las Cimaras de Comercio, en tanto que
representantes de los gremios y en cuanto 6rgauos sociales llamados a
opinar, sugerir y promover en todo lo relativo en la actividad mercantil, las que estudien y precisen la extensión y contenido del campo
comercial. Sobre todo, es menester tener en cuenta los factores hist&
ricos, políticos, sociales, económicos y, en general las circunstancias de
cada región y hasta de cada localidad. para proponer las medidas adecuadas, su mantenimiento o modificación según los casos.
Las Cámaras de Comercio están llamadas a ponderar la regulaciii:~
jurídica vigente, a fin de conaetar los t6rminos de competencia legalmente estriicturada, de manera que las normas de equidad sean aplicables permanentemente a los establecimientos organizados dentro de
estas instituciones.
Puesto que la competencia legalmente regulada preve, lo mismo la
naturaleza de los actos mercantiles que las condiciones de su realización es, finalmente, el cometido más importante de las Cámaras de Comercio, es el descubrimiento de todo mecanismo o dispositivo que
rompa el equilibrio jurídico establecido por la uormatividad equitativa,
y que pueda conducir al monopolio, al acaparamiento o a la exclusión
indebida de ciertos individuos o grupos de individuos, poniendo fin a
la legítima competencia mercantil.
Se concreta así, en definitiva, el relevante papel de la organización
personificada en las Cámaras de Comercio, su imprescindible iuterven-
CAMARAS Y L I B E R T A D DE COiMERCIO
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ción para apoyar y defender la libertad de comercio, para precisar la
competencia legítima y para combatir la deslealtad en la profesibn mercanti!. No es concebible el apartamiento de estas instituciones respecto
de las inanifestacioties jurídicas en las tres órdenes conocidas qué son
el campo !egislativo, en donde de una manera abstracta y general se
pueden producir las lesiones a la competencia legitima, el ámbito administrativo en donde a travis de actos particulares resulta factible el
exceso, el desvío y aún el abuso de poder; y manifiestamente, la actividad privada, susceptible de prácticas viciosas, y de ser encuadrada
constantemente en las bases prudentemente convencionales de la competencia razonable.
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