La Profesión Médica En los tiempos actuales la medicina está totalmente tecnificada y depende de una tecnología muy sofisticada, por ello resulta difícil entender como no hace mucho tiempo los médicos sólo disponíamos de la relación clínica como tecnología única y básica para ejercer nuestra labor, tal y como lo cuenta A. Jovell cuando rememora a su padre como médico de pueblo. Esta relación es la base y fundamento del quehacer clínico incluso en la época que nos ha tocado vivir, si bien los profundos cambios científicos, técnicos; pero sobre todo sociales han modificado su dinámica. Esencialmente los elementos de la misma siguen siendo los mismos aunque han variado sustancialmente. En primer término el paciente que ahora no es tanto paciente; pues adopta no pocas veces un papel de agente activo, como usuario. El médico, o mejor el personal sanitario pues son muchos los médicos integrantes de los equipos encargados de atender a los pacientes y existen numerosas personas con múltiples atribuciones y responsabilidades desde el cuidado de las enfermeras, ATS, auxiliares de clínica; al trabajo especializado de técnicos de rayos, laboratorio, citología, etc. La enfermedad entendida como necesidad, como nexo entre el personal sanitario y los usuarios. Y finalmente envolviéndolo todo las llamadas terceras partes: familia, sociedad, seguros, agencias provisoras y reguladoras, administración y justicia como institución. La relación clínica ha perdido su verticalidad paternalista, o monárquica y oligárquica en palabras de D. Gracia, para establecerse horizontal y democrática. Esta nueva relación es mucho más conflictiva y rica a la vez, pero por esa misma razón fuente de nuevos y múltiples problemas para los sanitarios actuales, quiénes no han recibido la formación adecuada para enfrentarlos y solucionarlos. De los elementos de la relación únicamente nos vamos a detener en los médicos. ¿Cómo podemos definir a un Médico? ¿Qué es ser Médico? Tradicionalmente podemos decir que somos científicos, herederos de la medicina científico experimental desarrollada desde el final del siglo XVIII hasta nuestros días; Clínicos en tanto que técnicos que aplican el saber practico para dar solución a los problemas de salud de las personas; y Profesionales, entendiendo este termino como rol social. Se es profesional si y sólo si la sociedad lo quiere. La profesión clásica podía definirse, entre otros, por una serie de atributos o características: Elección, elegidos para una misión excepcional; Segregación, separados como grupo social; Privilegio, positivamente privilegiada, Impunidad jurídica; y Autoridad moral, los profesionales médicos podían establecer las normas de la vida del grupo social. Esta situación pudo mantenerse cuando existía clara diferencia ente oficios, rol social negativamente privilegiado y profesiones con privilegios positivos. Tradicionalmente se ha mantenido que la moralidad de los médicos era superior al resto de la gente por la tarea que tenía encomendada, preservar la vida y restablecer la salud; pero está situación cambió drásticamente después de la Segunda Guerra Mundial cuando se conocieron los horrores de los campos de concentración y perdimos como profesión la inocencia y el estar más allá del bien y del mal. Otro aspecto distintivo de la profesión respecto de los oficios tradicionales, el ejercicio en situación de monopolio, también ha sido contestado desde antiguo y en la actualidad con el negocio que supone la asistencia sanitaria en los países desarrollados es un elemento de tensión importante. El reto actual consiste en encontrar un nuevo marco que permita definir la profesión y que este sea asumido por una sociedad moderna, de tal manera que podamos establecer un compromiso entre ésta y los profesionales médicos. En primer lugar se deben establecer los fines o bienes internos de la profesión, procurando no confundir valores con la aplicación práctica de éstos. El Centro Hastings emprendió esta tarea y sus conclusiones se expusieron en un documento que lleva por título “Los fines de la medicina”, siendo éstos: La prevención de enfermedades y lesiones y la conservación de la salud; El alivio del dolor y el sufrimiento causados por males y enfermedades; La atención y la curación de los enfermos y los cuidados de los incurables; y, La evitación de la muerte prematura y la busca de una muerte tranquila. Una vez conocidos los fines o bienes internos de la profesión el pacto social se debe sustentar de acuerdo con la Asociación Médica Mundial en los siguientes principios: Principio de primacía del bienestar del paciente, Principio de autonomía del paciente; y, Principio de justicia social. Que no son nada más que una formulación nueva de los principios del Informe Belmont de 1978 y de los principios clásicos de la Bioética de Beneficencia, Autonomía y Justicia. Además de los principios citados se proponen diez compromisos: Competencia Profesional, Honestidad con los pacientes, Confidencialidad del paciente, Relaciones adecuadas con los pacientes, Atención sanitaria de calidad, Mejora de acceso a la atención sanitaria, Distribución de recursos finitos y escasos, Saber científico, Confianza sólida y solución de los conflictos de interés, y, Responsabilidades profesionales. Finalmente para implementar estos principios y compromisos se debe acudir al ejercicio de las virtudes profesionales clásicas: la excelencia, la confianza y la prudencia. La excelencia en tanto que virtud por antonomasia (areté/virtus) no tiene máximos, pues depende del que uno mismo se proponga y exija. Debe ser una excelencia tanto técnica (buen médico) como moral (médico bueno). Para su logro V. Camps propone en su texto “La excelencia en las profesiones sanitarias” el ejercicio de una serie de virtudes, como son: Benevolencia, Respeto, Cuidado, Sinceridad, Amabilidad, Justicia, Compasión, Integridad y Olvido de uno mismo. La confianza debe establecerse en diferentes niveles desde la medicina como ciencia hasta el propio médico como profesional en su labor. No es absolutamente necesario que se confíe en la persona como defiende Laín Entralgo, pero sí en los demás niveles. La prudencia a la que hacemos referencia es a la virtud aristotélica por excelencia, aquella que le permite afirmar en la Ética a Nicómaco: “El buen médico no es el que más sabe, sino el que cura al enfermo”.