Biografía de San Antonio Abad, Patrono de los Animales San Antonio nació hacia el año 250 en una acaudalada familia egipcia. Desde niño, su único deseo era llevar una simple vida de hogar. A la muerte de sus padres, cuando él contaba con unos dieciocho o veinte años, heredó una importante fortuna y asumió el cuidado de su única hermana, mucho más joven que él. Conmovido por las palabras de Jesús, vendió toda la herencia de sus padres y entregó todo a los pobres, salvo una pequeña parte para su hermana, a quien ingresó en un convento de su confianza para que fuera educada. Él marchó de su aldea para llevar una vida apartada y trabajó como tejedor de canastos. Sufrió grandes tentaciones, lo que le indujo a dedicarse enteramente a la meditación y a la penitencia, marchando al desierto, donde logró conciliar la vida solitaria con la dirección de un monasterio. Cuando se vio acosado por muchos e impedido de retirarse, como era su propósito y su deseo, se fue hacia la Alta Tebaida, a un pueblo en el que era desconocido. Viajó tres días y tres noches con unos sarracenos y llegó a una montaña muy alta. Al pie de la montaña había agua clara como el cristal, dulce y muy fresca. Antonio, quedó encantado por el lugar, y se quedo sólo en la montaña, sin ninguna compañía. Recibiendo una premonición de su muerte, a los pocos meses enfermó y llamó a sus dos discípulos inseparables que le acompañaron en sus últimos quince años a causa de su avanzada edad, a los cuales informó de su última voluntad, que no era otra que se le enterrara en un lugar secreto. Una vez terminado el ritual estiró sus pies, su rostro estaba transfigurado de alegría y sus ojos brillaban de regocijo. Así falleció a los ciento cinco años. Ellos entonces prepararon y envolvieron el cuerpo y lo enterraron. Hasta el día de hoy, nadie sabe, salvo esos dos, donde está sepultado. Fue monje cristiano fundador del movimiento eremítico. Antonio fue un gran admirador de los animales, luchó por su protección en todo momento y sintió una gran pasión por ellos. Pasó toda su vida solitaria en el desierto, donde tuvo que convivir con todo tipo de reptiles e insectos. Cuenta la tradición que le fue fácil familiarizarse con ellos y que no tuvo ningún tipo de problema. Cuando veía que un animal estaba herido, lo curaba, y se cuenta que llegó incluso a sacarle a un león la espina que tenía en una de sus garras. Se cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus jabatos (que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de los animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de cualquier alimaña que se acercara. Gracias al aprecio que sintió el Santo por los animales, en muchas iglesias el domingo antes o después del 17 de enero (onomástica de San Antonio Abad) se bendice a las mascotas.