significado y función de un personaje: el monje jorge de burgos

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Silos. Un milenio. Actas del Congreso Internacional sobre la Abadía de Santo
Domingo de Silos. III. Cultura. Blanca Alcina Lope dir., Universidad de BurgosAbadía de Silos, 2003, pp.483-497. (“Studia Silensia” XXVII).
SIGNIFICADO Y FUNCIÓN DE UN PERSONAJE: EL MONJE JORGE DE BURGOS
EN LA NOVELA EL NOMBRE DE LA ROSA
Miguel Ángel Garrido Gallardo
Instituto de la Lengua Española
Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC)
Madrid
---------------------------------------------------------------1. INTRODUCCIÓN
Ninguna novela ni texto alguno del último cuarto del siglo XX, quizás ninguna
novela ni texto alguno de todo el siglo haya conseguido la difusión de la novela El
Nombre de la rosa del semiólogo Umberto Eco, la cual, una década después de su
publicación, había superado los cuatro millones de ejemplares vendidos. Se trata de
una obra que tiene como protagonista a un británico, el franciscano Guillermo de
Baskerville y como antagonista a un monje relacionado con Silos, Jorge de Burgos. La
Abadía de Silos cuyo milenario celebramos, aparece así explícitamente, para bien o
para mal (de eso trataremos) en uno de los textos que, radicados ficcionalmente en el
siglo XIV (noviembre de 1327, más concretamente) configuran la mentalidad dominante
con la que penetramos en el siglo XXI, lo que se ha dado en llamar el pensamiento
postmoderno. Como he intentado mostrar en otros lugares (Garrido,1988;1992;1994),
es precisamente ese carácter de emblema el que, incluso sin que sus lectores lo
adviertan, ha convertido esta obra en ese inusitado fenómeno de venta millonaria de un
libro (no hablamos ahora de la película) en estos tiempos de retroceso de la Galaxia
Guttenberg.
Por lo demás, la presencia de Silos no es ocasional ni secundaria. Precisamente
en el momento cumbre del debate final aparece la mención. Guillermo se dirige a Jorge
de Burgos así:
Quiero ver esa copia en griego, probablemente realizada por un árabe, o
por un español, que tú encontraste cuando, siendo ayudante de Paolo de
Rimini,conseguiste que te enviaran a tu país para recoger los más bellos
manuscritos del Apocalipsis en León y Castilla. Ese botín te hizo famoso y
estimado en la abadía y te permitió obtener el puesto de bibliotecario, cuyo titular
debía haber sido Alinardo, diez años mayor que tú. Quiero ver esa copia griega
escrita sobre pergamino de tela, material entonces muy raro, que se fabricaba
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precisamente en Silos, cerca de tu patria, Burgos. Quiero ver el libro que robaste
allí, después de haberlo leído, porque no querías que otros lo leyesen, y que has
escondido aquí, protegiéndolo con gran habilidad, pero que no has destruido,
porque un hombre como tú no destruye un libro: sólo lo guarda, y cuida de que
nadie lo toque. Quiero ver el segundo libro de la Poética de Aristóteles, el que
todos consideran perdido, o jamás escrito, y del que guardas quizás la única
copia (p.565).
La estructura de un relato no se agota necesariamente en las relaciones entre
los personajes que aparecen. Puede ser que una función, la de detective o la de
asesino, por ejemplo, sea llevada a cabo por más de un personaje, como puede ocurrir
que un personaje realice a lo largo de la obra más de una función, la de asesino, pero
también la de delator.
Hay ocasiones, sin embargo, en que el personaje es un arquetipo, está
tematizado y su función y significado tienden a confundirse. En este supuesto, aunque
haya rasgos incidentalmente coincidentes en otros personajes, el avaro, el celoso, el
envidioso se concretan de una forma acabada en un solo ser de ficción. El personaje
se confunde así con alguna instancia clave de la acción, aun a costa de la riqueza de
matices que podría presentar como persona fingida y que suele difenciarlo
habitualmente de la fría rigidez propia de la abstracción que supone dicha instanciaclave, descrita como tal.
Me parece a mí que a esta categoría pertenece Jorge de Burgos como
antagonista de otro arquetipo, el protagonista Guillermo de Baskerville. Para descubrir
el significado de Jorge habrá que ahondar en el significado de Guillermo y, si éste es
paradigma, como, según decía antes, me parece, de la mentalidad postmoderna,
puede que nos encontremos finalmente en los entresijos del debate básico que
configura intelectualmente los comienzos del tercer milenio.
Pero repasemos los grandes relatos que han servido de programa a los seres
humanos en el pasado siglo XX, simplificados con el esquema actancial de Greimas
(1966). Son, sin duda, los que ha vivido el autor, el propio Eco de carne y hueso, que
se identifica con el Guillermo de la novela según podríamos saber, si fuera necesario,
por múltiples guiños plasmados en el texto, aunque no lo es, porque se conoce
fehacientemente su biografía: católico a los 20, marxista a los 40, postmoderno a los
50... y hasta hoy.
2. CAPERUCITA ROJA TIENE MUCHA MIGA
Las instancias de cualquier relato se describen igual. El de Caperucita, por
ejemplo. Caperucita se pone en marcha porque un remitente, la madre, le marca un
objetivo, la entrega de la merienda, y un destinatario, la abuelita. Caperucita encuentra
un formidable oponente, el lobo feroz, pero también cuenta con ayudantes, los
leñadores que la avisan del peligro. Así marcha Caperucita por la vida.
El ser humano que representa Jorge de Burgos (como cualquier cristiano)
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distribuye su programa en esta estructura del siguiente modo: un remitente, Dios, le
marca un objetivo, la salvación, que afecta a un destinatario, la persona. Para ese viaje
cuenta con la ayuda de la gracia y con la oposición del mundo, el demonio y la carne.
No puede estar más claro.
Según hemos señalado algunos, el programa marxista no es sustancialmente
más que la inversión materialista del cristiano. Al ser humano, la Historia, como
remitente, le entrega un objetivo, la sociedad sin clases, cuyo destinatario es, por
definición, la colectividad. Hay oponentes, las oligarquías retardatarias que, porque a
ellas les va bien ahora, intentan egoístamente frenar la imparable marcha hacia el
futuro en que se llegará al objetivo, al reino de la libertad en el reino de la necesidad.
Por otra parte, se cuenta con la ayuda de la lucha de clases en la que los proletarios,
que no tienen nada que perder, empujarán en pos de lo que queda por ganar. Creo que
cualquier catecismo marxista aceptaría básicamente esta descripción.
Pero hay otro esquema del siglo XX cuyo origen, por lo que hace a nuestra
cultura, puede situarse, como lo hace Eco, en el nominalismo del siglo XIV. Se trata del
programa (radical, postmoderno, neonominalista) del ser humano que se inscribe en la
cultura de la sospecha. ¿Remitente? Y se encoge de hombros. Pero si no podemos
invocar un remitente, tendremos que dejar también entre interrogaciones el objetivo.
Sólo las apetencias inmediatas y ocasionales del individuo como destinatario tienen
sentido. El instinto de conservación del individuo y sus derivaciones, que los otros
esquemas llamarán egoísmo, es el elemento ayudante. ¿Y el oponente? En principio, si
no hay remitente ni objetivo seguro, no hay oponente que valga. Acaso la regla de
juego es la ética de mínimos, unos ciertos preceptos de circulación para no chocar en
la autopista de la vida. Haga usted lo que quiera con tal de que no me moleste a mí.
3. EL PROTAGONISTA POSTMODERNO
El pensamiento postmoderno es la última estribación del pensamiento
nominalista que inaugura el camino de la sospecha en la historia de nuestra cultura
occidental. La inspiración de Guillermo se asienta, en efecto, en el dístico que cierra la
obra y le suministra título: Stat rosa pristina nomine/ nomina nuda tenemus.
Prescindiendo de las diversas traducciones posibles recogidas en iniciativas
editoriales (Giovannoli,1987) que han corrido, tras el éxito de la novela, en ayuda de los
lectores que no entienden el 20% del texto escrito en latín, no cabe duda de que el
dístico latino originario tenía en su autor, Bernardo Morliacense (Eco, 1984: 9) un
sentido preciso: "la rosa apenas subsiste en su nombre/nos quedamos con puros
nombres". O sea, estamos ante una aparición más del tópico horaciano de la fugacidad
de la vida del que la tematología comprueba (Horacio, Ronsard, nuestros clásicos...)
que se ha hecho un uso tan abundante: la rosa, apenas florecida, se marchita.
Pero no cabe duda tampoco de que la traducción del emblema en la novela es
inequívocamente éste: "la rosa originaria consiste en un nombre/sólo nos quedan
meros nombres". Toda la historia confluye hasta aquí como a su conclusión,
ciertamente nominalista, que, a su vez, ilumina dialécticamente acontecimientos,
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parlamentos, y, en suma, el argumento, tematizado en protagonista y antagonista de la
ficción.
Difícilmente se podría expresar de manera más gráfica el núcleo mismo de la
corriente filosófica nominalista que toma su calificativo precisamente de su propuesta
nuclear de que los conceptos universales no son más que nombres con los cuales se
designan meras colecciones de individuos concretos (Cfr. Flasch, 1989). He aquí las
consecuencias (Garrido, 2000):
3.1. Relativismo
La primera consecuencia de este supuesto es el relativismo gnoseológico,
incluso el escepticismo. Toda la actuación de Guillermo está transida de escepticismo.
Basten dos ejemplos tomados al azar.
Como en tantas novelas policíacas, lo que conduce al detective hasta el hallazgo
es la investigación de una trama inexistente y, además, descubierta por equivocación.
Pues bien, Guillermo de Baskerville interpreta lapidariamente este hecho: "las únicas
verdades que sirven son instrumentos que luego hay que tirar" (p. 596).
En la vertiente irónica, omnipresente también en la novela y, por otra parte, tan
congruente con el discurso escéptico, el relativismo moral se ilustra, por ejemplo, así:
-- date una vuelta por la cocina y coge una lámpara.
-- ¿Un hurto?
-- Un préstamo, a la mayor gloria del Señor.
-- En tal caso, contad conmigo. (pp. 162-163).
Ni que decir tiene la íntima conexión existente entre la afirmación del
escepticismo y el relativismo también moral. Si no hay relación entre idea y realidad
extramental, falta la base misma para la noción de verdad y, por ende, la justificación
inequívoca de unas determinadas pautas éticas. Así lo advierte el joven novicio Adso
de Melk, fiel notario tanto de las palabras y hechos de Guillermo como del clima en que
se desenvuelve:
Porque lo que vi más tarde en la abadía (como diré en su momento) me
ha llevado a pensar que a menudo son los propios inquisidores los que crean a
los herejes. Y no sólo en el sentido de que los imaginan donde no existen, sino
también porque reprimen con tal vehemencia la corrupción herética que al
hacerlo impulsan a muchos a mezclarse con ella, por odio hacia quienes la
fustigan.
Pero esta equivocidad no afecta sólo a las acciones emprendidas por los
poderosos. El "simple" Salvatore al relatar movimientos populares de la época,
habla de la persecución de los judíos. Adso le pregunta si no son "los señores y
los obispos quienes acumulan esos bienes (que a los simples les eran negados)
a través del diezmo y, si, por tanto, los pastorcillos no se equivocan de enemigos
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(...). Me respondió que cuando los verdaderos enemigos son demasiado fuertes,
hay que buscarse otros enemigos más débiles".
Así se comprende la tremenda ironía que encierra la siguiente reflexión
de Adso:
Pero entonces (me decía) era evidente que Guillermo había perdido la
ayuda del Señor, que no sólo enseña a percibir la diferencia [entre la fe
ortodoxa y la fe perversa de los herejes], sino que también, por decirlo así,
señala a sus elegidos otorgándoles tal capacidad de discriminación. Ubertino y
Chiara habían conservado la santidad justamente porque eran capaces de
discriminar. Esa
y no otra cosa era la santidad (p. 151).
No lejos de aquí, me parece, está una velada alusión, nunca más repetida por
Adso de Melk, a que Guillermo inhalaba ciertas hierbas...
3.2. Arbitrariedad
De lo dicho se deduce la consecuencia antropológica de la arbitrariedad. Si se
concibe al Creador, si acaso, como "voluntarista", de modo que las cosas buenas son
así porque Dios lo quiere y las malas, por lo mismo sin que haya un orden universal,
necesario y natural; con mayor razón el ser humano no tiene unas pautas de conducta
objetivas y los acontecimientos no son frutos de necesidad alguna: lo son del puro azar
o de la indeterminada voluntad:
-- ¡Qué idiota!
-- ¿Quién?
-- Yo. Por una frase de Alinardo me convencí de que cada crimen
correspondía a un toque de trompeta, de la serie de siete que menciona el
apocalipsis. El granizo en el caso de Adelmo. Y se trataba de un suicidio. La
sangre en el de Venancio y había sido una ocurrencia de Berengario. El agua,
en el de este último, y había sido una casualidad. La tercera parte en el de
Severino, y Malaquías lo había golpeado con la esfera armilar porque era lo que
tenía más a mano. Por último, los escorpiones en el caso de Malaquías... ¿Por
qué le dijiste que el libro tenía la fuerza de mil escorpiones?
-- Por ti. Alinardo me había comunicado su idea, y después alguien me
había dicho que te había parecido
convincente... entonces pensé que un
plan divino gobernaba todas estas muertes de las que yo no era responsable. Y
anuncié a Malaquías que si llegaba a curiosear moriría según ese mismo plan
divino, como de hecho ha sucedido.
-- Entonces es así... construí un esquema equivocado para interpretar los
actos del culpable, y el culpable acabó ajustándose a ese esquema (pp. 568569).
He aquí una reflexión, emparentada con la herramienta de la abducción, tan
querida a la línea peirceana de Semiótica (Cfr. Sebeok,1986,s.v.) y que, como alegoría
de la hipótesis voluntarista, no tiene desperdicio.
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3.3. Agnosticismo
Guillermo de Occam, maestro en la ficción, junto con el mucho menos
importante Roger Bacon, de Guillermo de Baskerville, se enfrenta con la paradoja de
que solamente haya cosas y seres particulares y contigentes y, sin embargo, exista un
orden. Su resolución exige una voluntad omnipotente de Dios como la que se ha
sugerido más arriba y que, insistimos, es base de un relativismo metafísico y moral:
-- Es difícil aceptar la idea de que no puede existir un orden en el
universo, porque ofendería la libre voluntad de Dios y su omnipotencia. Así, la
libertad de Dios es nuestra condena, o al menos la condena de nuestra
soberbia.
Por primera y última vez en mi vida me atrevía a extraer una conclusión
teológica:
-- ¿Pero cómo puede existir un ser necesario totalmente penetrado de
posibilidad? ¿Qué diferencia hay entonces entre Dios y el caos primigenio?
Afirmar la absoluta omnipotencia de Dios y su absoluta disponibilidad respecto
de sus propias opciones, ¿no equivale a demostrar que Dios no existe?
Guillermo me miró sin que sus facciones expresaran el más mínimo
sentimiento y dijo:
-- ¿Cómo podría un sabio seguir comunicando su saber si respondiese
afirmativamente a tu pregunta?
No entendí el sentido de sus palabras:
--¿Queréis decir -pregunté- que ya no habría saber posible y comunicable
si faltase el criterio mismo de la verdad, o bien que ya no podríais comunicar lo
que sabéis porque los otros no os lo permitirían?
En aquel momento un sector del techo de los dormitorios se desplomó
produciendo un estruendo enorme (...).
Hay demasiada confusión aquí -dijo Guillermo-. Non in
commotione, non in commotione Dominus (pp. 591-597).
En estas otras páginas, además de ilustrarse el contingentismo a ultranza, el
personaje narrador, Adso de Melk, saca de él una conclusión que, aunque no la había
alcanzado Occam, ha servido de partida del "nominalismo" postmoderno. El personaje
protagonista no nos llega a decir explícitamente lo que piensa al respecto. No me
parece dudoso que Guillermo de Baskerville sea un contemporáneo con atuendos
medievales (como he dicho, se parece demasiado a Eco), pero tiene sus razones,
además del medieval miedo a la hoguera, para callar.
3.4. El principio de causalidad
Nominalismo se opone a realismo en cuanto doctrina que afirma la conexión
entre la idea y la realidad extramental. Sin embargo, en el nominalismo del XIV, la
ruptura con el pasado no era total y, aunque no acepte la metafísica aristotélica, se
defiende una metafísica del singular también distinta y antitética de la de Duns Scoto.
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Por eso, resulta significativo que el principio de causalidad venga narrado en el
parlamento en el que el abad Abbone encubre su codiciosa condición al mostrar los
tesoros de la abadía:
--Y entonces, cuando percibo en las piedras esas cosas superiores, mi
alma llora conmovida de júbilo, y no por vanidad terrenal o por amor a las
riquezas, sino por amor purísimo de la causa primera no causada.
--En verdad esta es la más dulce de las teologías, dijo Guillermo con
perfecta humildad.
Y pensé que estaba utilizando aquella insidiosa figura de
pensamiento
que los retóricos llaman ironía, y que siempre debe usarse [en contra de lo que
hace Guillermo] precedida por la pronuntiatio que es su señal y justificación (p.
177).
De nuevo parece que nos encontramos ante un nominalismo radical plenamente
contemporáneo, pero tampoco aquí podríamos asegurarlo a ciencia cierta. No se sabe
en realidad si la ironía plena, sin pronuntiatio, afirma lo contrario al negar lo que dice.
Todo conspira a la convicción de que sea así, tanto en este lugar como en el diálogo
que veremos entre Abbone y Guillermo sobre las vías de Santo Tomás. Parece sugerir,
pues, que no se puede afirmar o negar nada.
3.5. La existencia de Dios
Consecuencia del nominalismo que considera como única realidad existente las
cosas singulares y no las universales es la indemostrabilidad de la existencia de Dios.
He aquí el parlamento de Guillermo al que me acabo de referir, centrado directamente
en la cuestión:
-- (...) A nosotros nos cuesta ya tanto establecer una relación entre un
efecto tan evidente como un árbol quemado y el rayo que lo ha incendiado, que
remontar unas cadenas a veces larguísimas de causas y efectos me parece tan
insensato como tratar de construir una torre que llegue hasta el cielo.
--El doctor de Aquino -sugirió el abad- no ha temido demostrar mediante
la fuerza de su sola razón la existencia del Altísimo, remontándose de causa en
causa hasta la causa primera, no causada.
--¿Quién soy yo, dijo Guillermo con humildad, para oponerme al doctor de
Aquino? Además, su prueba de la existencia de Dios cuenta con el apoyo de
muchos otros testimonios que refuerzan la validez de sus vías. Dios habla en el
interior de nuestra alma, como ya sabía Agustín, y vos, Abbone, habríais
cantado alabanzas al Señor y a su presencia evidente aunque Tomás no
hubiera... -se detuvo, y añadió-: supongo.
--¡Oh, sin duda! -se apresuró a confirmar el abad- y de este modo tan
elegante cortó mi maestro una discusión escolástica que, evidentemente, no le
agradaba demasiado (p. 41).
Tampoco de este parlamento se puede deducir que Guillermo fuera
religiosamente agnóstico, aunque lo sea indudablemente desde el punto de vista
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filosófico. Siendo Guillermo, como supone la ficción, un monje medieval, cabe pensar
que no se da cuenta de las posibles derivaciones de su aserto: como Occam, como
Kant, como tantos otros. Por el contrario, si lo interpretamos como un trasunto del autor
que le da vida, entonces se trata de un agnóstico que no quiere manifestar su
agnosticismo, encubierto siempre por la sempiterna ironía. Una vez más la ambigüedad
se ensoñorea de un punto clave cuya solución no se explicita, aunque quepa inducirla
del lenguaje de los hechos (y de sus claves explícitas) que se narran a través de toda
la historia. No parece incongruente que Guillermo eluda hablar de los entes y del Ente
por excelencia, el Ipse Subsistens, cuando tan sólo se dispone de palabras.
3.6. El desinterés por la verdad
Aunque Fray Guillermo de Baskerville se sienta incómodo ante la cuestión de la
Verdad (con mayúscula), "nunca ha dudado de la verdad de los signos", ya que como
buen nominalista tiene la convicción de que la abstracción no es desmaterialización y
universalización, sino un prescindir de la existencia de las cosas. El término mental es
un signo con su suppositio, o sea, propiedad de significar (exclusivamente) dentro de
una proposición: suppositio est signum quasi pro aliquo posito.
El proceso de simbolización, tal como lo concibe Guillermo, tiene poco que ver
con el del filósofo que busca la verdad como conclusión obtenida a partir de primeros
principios. Así lo atestigua Adso de Melk:
-- Pero entonces -me atreví a comentar-, aún estáis lejos de la solución...
-- Estoy muy cerca, pero no sé de cual.
-- ¿O sea que no tenéis una única respuesta para nuestras preguntas?
-- Si la tuviera, Adso, enseñaría teología en París.
-- ¿En París siempre tienen la respuesta verdadera?
-- Nunca, pero están muy seguros de sus errores.
-- ¿Y vos? -dije con infantil impertinencia-. ¿Nunca cometéis errores?
-- A menudo, respondió. Pero en lugar de concebir uno
solo,imagino muchos, para no convertirme en esclavo de ninguno.
Me pareció que Guillermo no tenía el menor interés en
la
verdad, que no es otra cosa que la adecuación entre la cosa y el intelecto.
El, en cambio, se divertía imaginando la mayor cantidad posible de
posibles (p. 374).
Después de pasar por la Gnoseología y Ontología, la Ética y la Teodicea, hemos
llegado a los principios de la Epistemología nominalista de Guillermo de Baskerville. Y
no se olvide que no son sólo proclamas:nuestro protagonista explica con la exposición
de sus convicciones la razón de sus acciones o (paradojas del discurso fictivo) regula
su acción según las convicciones que explicita.
3.7 Todo se reduce a nombres
Como hemos visto, acción y diálogo -tema- responden a una cerrada coherencia
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nominalista. Se ve a primera vista, insisto, que lo que se puede leer en las peripecias
de Guillermo de Baskerville no es más que una cosmovisión contemporánea disfrazada
de atuendos medievales, de esa última Edad Media, que es el siglo XIV.
Igualmente sería adecuado afirmar que la mentalidad contemporánea dominante
en las últimas décadas del siglo XX puede ser caracterizada como "nominalista": así, la
Filosofía Analítica, diversos estructuralismos filosóficos, la Semiótica como Filosofía o la
Pragmática.
Relativismo y hasta escepticismo, desde el punto de vista gnoseológico;
voluntarismo, desde el antropológico; preponderancia del lenguaje, desde el lógico son
notas, mutuamente imbricadas, que describen adecuadamente el nominalismo
medieval y, a la vez, ciertos tipos de filosofía moderna.
Donde no hay el optimismo de pensar que, con todas las mediaciones,
imperfecciones y falacias que se quieran, los seres humanos estamos programados
para conocer y no para engañarnos, sólo nos quedan nombres. Así pasa, en efecto, en
la Modernidad tras las huellas del empirismo de Locke (el primero que empleó el
término semiótica), Berkely y Hume. El Análisis del Discurso suele ser la reacción
contra la Metafísica y aún contra las "metafísicas" contemporáneas (marxismo,
fenomenología y filosofía existencial), tan antimetafísicas algunas, tan distintas,
distantes y opuestas si se las compara entre sí, tan similares si las contemplamos
desde una perspectiva escéptica.
Por lo dicho, me parece que estamos ante un ejemplo acabado de mentalidad
postmoderna, de nominalismo contemporáneo, si se quiere. Un nominalismo que ha
llevado a las últimas consecuencias antimetafísicas sus principios. Guillermo de
Baskerville se ha dado cuenta de la contradicción que supone afirmar tajantemente, o
sea, como verdad, que "las únicas verdades que sirven son las que, una vez usadas,
hay que tirar" (p.596). He ahí la elocuencia de su silencio cada vez que se ha visto en la
disyuntiva de afirmar o negar algo.
4. EL FANÁTICO ANTAGONISTA
La función de Jorge de Burgos como antagonista es clara. Si Guillermo evoca
desde su apellido de Barskerville su condición de detective, Jorge se revela, al fin, al
más puro estilo de las novelas policiacas, como el inductor de todos los asesinatos que
han ocurrido durante los seis días que dura la acción.
La presentación de Jorge es imponente:
El que acababa de hablar era un monje encorvado por el peso de los
años, blanco como la nieve; no me refiero al pelo, sino también al rostro, y a las
pupilas. Comprendí que era ciego. Aunque el cuerpo se encogía ya por el peso
de la edad, la voz seguía siendo majestuosa, y los brazos y manos poderosos.
Clavaba los ojos en nosotros como si nos estuviese viendo, y siempre, también
en los días que siguieron, lo vi moverse y hablar como si aún poseyese el don
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de la vista. Pero el tono de la voz, en cambio, era el de alguien que sólo
estuviese dotado del don de profecía (pp. 100-101).
Y esta impresionante prosopografía va acompañada de una pragmatografía
pareja. Jorge aparece una y otra vez como el contradictor de la risa, como el
discernidor de lo blanco y lo negro, como el apologeta de la verdad sin fisuras. Jorge no
quiere que llegue a manos de nadie el ejemplar del libro II de la Poética de Aristóteles
que trata de la comedia, de la risa, porque su lectura, acreditada además con la
autoridad del Filósofo, puede hacer perder la misma noción de verdad:
Pero si algún día alguien, esgrimiendo las palabras del Filósofo y
hablando, por tanto, como filósofo, elevase el arte de la risa al rango de arma
sutil, si la retórica de la convicción es reemplazada por la retórica de la irrisión, si
la tópica de la construcción paciente y salvadora de las imágenes de la
redención es reemplazada por la tópica de la destrucción impaciente y del
desbarajuste de todas las imágenes más santas y venerables... ¡Oh, ese día,
también tú, Guillermo, y todo tu saber, quedaríais destruidos! (p. 576).
Jorge es un fanático. Es fanático hasta el punto de no detenerse ante el crimen.
Es fanático hasta llegar al suicidio con tal de preservar su secreto:
-- Sin embargo, todo eso no ha servido de nada --le dijo Guillermo--.
Ahora todo ha concluido, te he encontrado, he encontrado el libro, y los otros
han muerto en vano.
-- No en vano. Quizás en exceso. Y si de algo pudiera servirte una prueba
de que este libro está maldito, ahí la tienes. Pero sus muertes no deben haber
sido en vano. Y para que no resulten vanas, una muerte más no será excesiva.
Eso dijo, y con sus manos descarnadas y traslúcidas empezó a desgarrar
lentamente, en trozos y en tiras, las blandas páginas del manuscrito, y a meterse
los jirones en la boca, masticando lentamente como si estuviese consumiendo la
hostia y quisiera convertirla en carne de su carne.
Guillermo lo miraba fascinado y parecía no darse cuenta de lo que estaba
sucediendo. Después reaccionó y se echó hacia delante gritando: "¿Qué
haces?" Jorge sonrió, descubriendo sus encías exangües, mientras de sus
pálidos labios manaba una saliba amarillenta que resbaló por los escasos y
blancos pelos de la barbilla (p.581).
Jorge ingiere el libro emponzoñado por él para que se envenenaran los que
intentaran leerlo, pero que ahora, una vez descubierto el ardid, quedaba expedito para
ser leído con guantes. Jorge por defender su verdad mata y muere.
5.SIGNIFICADO
El antagonismo de Jorge de Burgos no es principalmente funcional. Si al
principio decíamos que el relato sin remitente ni objetivo claros no tenía por qué
reconocer oponentes, vemos ahora que la cosa es más complicada: nadie es
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considerado oponente por el relativismo, excepto el que sustente un relato completo, el
que sostenga la consistencia objetiva de la verdad.
Y eso es así, porque el que defiende la existencia objetiva de la verdad será,
desde esta perspectiva, potencialmente un violento. Si no impone sus ideas, será
porque no puede, pero en cuanto le sea posible lo intentará. De aquí, el recuerdo
continuo de las peripecias de la Inquisición; de aquí, el significado que alcanza Jorge de
Burgos como personaje que resulta ser encarnación de esa visión:
-- Sí, te han mentido. El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es
la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda
(p. 578).
El conflicto argumental de El nombre de la rosa consiste precisamente en que
Jorge reclama la instancia de la verdad, siendo así que todo conocimiento de la
realidad se reduce a nombres:
-- Omnis mundi creatura quasi liber et pittura..., murmuré-. Pero, ¿qué tipo
de signo sería?
-- Eso es lo que no sé. Pero no olvidemos que también existen signos que
parecen tales, pero que no tienen sentido, como blitirí o bu-ba-baff...
-- Sería atroz matar a un hombre para decir bu-ba-baff.
--Sería atroz -comentó Guillermo- matar a un hombre para decir Credo in
unum Deum... (p. 134).
Esto es lo que pasa en la historia cuyos cinco crímenes (sin contar la actuación
de los inquisidores) están inspirados en la "insana pasión por la verdad" (p. 595).
Jorge de Burgos, al encarnar las consecuencias catastróficas que
presuntamente trae consigo aceptar la hipótesis realista, retóricamente se constituye en
argumento de descalificación. Su papel no es sólo fruto de una función, sino
significación precisa de la visión del mundo que nutre la obra que comentamos.
Desde otra perspectiva, íntimamente ligada con lo que venimos considerando,
podríamos calificar la novela como un producto de la era postcristiana. Supone una
crítica radical de la cosmovisión cristiana (que presupone la verdad objetiva y la
existencia de Dios) por parte de una visión agnóstica, que presupone que el único
objetivo insano es el de la verdad y ante la pregunta por Dios, se encoje de hombros.
Un guiño al lector (de los que constelan de principio a fin la novela) cobra
especial significación a esta luz. Adso nos dice, en las páginas liminares de su relato,
que ha sido elegido el nuevo Papa Juan XXII "y quiera el cielo que nunca otro Pontífice
adopte un nombre ahora tan aborrecido por los hombres de bien" (p.19). No hay que
ser muy perspicaz para recordar que en la Iglesia de 1980 estaba recién llegado un
Papa Juan (Pablo II) que se sigue oponiendo a las convicciones de Guillermo de
Baskerville. En efecto, puestos a buscar un escrito coetáneo del Nombre de la rosa que
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responda a una cosmovisión contradictoria con su argumento, podemos proponer
como tal una encíclica: se llama Veritatis Splendor y postula que la verdadera pasión
por la verdad es fundamento de la tolerancia más profunda y de la auténtica libertad.
El Nombre de la rosa obliga al pensamiento cristiano a un examen de conciencia
a fondo. No sólo por el panorama de falsas virtudes que aparecen a lo largo del relato,
sugiriendo (no afirmando para no caer en contradicción, como hemos dicho) que en
realidad toda virtud es aparente. Sobre todo, obliga a preguntarnos si somos
respetuosos con la verdad sobre el ser humano, con la dignidad absoluta que tiene
como imagen de Dios, con la libertad que tiene, aun para hacer el mal, libertad que el
mismo Dios respeta.
El Jorge de Burgos que imagina cierto pensamiento postmoderno no es una
quimera: el homicidio y el suicidio por fanatismo constituyen la sustancia de la tragedia
de los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York, que ha conmovido al mundo.
Pero, desde este otro punto de vista, eso no es una consecuencia de la "pasión por la
verdad", sino del desconocimiento de una verdad esencial: que todos los seres
humanos son hijos de Dios y hermanos entre sí.
Por eso, desconstruyendo el mensaje del Nombre de la rosa, se puede afirmar
que la verdadera Religión es la mejor vacuna contra el fanatismo.
----------------REFERENCIAS
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