Pintura Barroca en Francia (1600-1750)

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Pintura Barroca en Francia (1600-1750)
G. de la Tour: Magdalena penitente. Metropolitan
Museum, Nueva York.
En la pintura barroca francesa se pueden
distinguir tres etapas claramente diferenciadas que
vendrían a coincidir con cambios políticos que
tuvieron lugar en la Francia Barroca.
Así la primera mitad del siglo XVII
coincidiría con el reinado de Enrique IV de
Francia y el de Luis XIII (éste último muerto en
1643). Desde el punto de vista político Francia
paulatinamente va alejando los fantasmas de las
guerras religiosas entre católicos y hugonotes, y a
medida que se refuerza la autoridad real (en especial, gracias a la figura del
Cardenal Richelieu), va tomando posiciones hegemónicas en el concierto
continental en detrimento de la otra gran monarquía católica de aquel periodo:
España.
Tras la muerte de Luis XIII le sucederá su hijo, de tierna edad, que tiene
que soportar un periodo convulso durante la Regencia, pero que primero apoyado
en el Cardenal Mazarino, y luego en su sentido de la autoridad y de la Majestad
se convertirá en uno de los personajes claves del Barroco europeo. Me refiero a
Luis XIV, el autodenominado Rey Sol.
Finalmente existe una tercera etapa, desde el fallecimiento de Luis XIV
(1714) y el advenimiento de Luis XV quien gobernaría hasta bien entrado el
siglo. Es el periodo de esplendor de lo que hemos denominado estética Rococó.
Cada uno de estos periodos en el campo de la pintura tendrá una serie de
características.
Así el primer estilo que domina al país vecino será el Naturalismo de
origen italiano. Un Naturalismo que tiene como punto de referencia esencial el
universo pictórico de Caravaggio y de sus seguidores romanos.
La pintura francesa se caracteriza por la fuerte vinculación con los
modelos italianos, entre otras razones porque entre el grupo de pintores
relevantes de la Francia de la época muchos de ellos se forman y trabajan antes de
regresar en Roma y en Italia en general. Así pintores como Valentín de
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Boulogne, Incola Tournier, Simón Vouet, y algunos más estuvieron formándose
e incluso trabajando en Italia. Si a ello añadimos la llegada de obras procedentes
del país transalpino a las diferentes provincias y regiones galas, obtenemos una
explicación de la fuerza con la que entró el estilo.
Así hubo otros maestros que atraídos por el Naturalismo, al no viajar a
Italia, lo interpretaron y le dieron una nueva fisonomía en las tierras francesas.
Me estoy refiriendo a un grupo de artistas originales como los hermanos Le Nain,
que adaptan el credo naturalista a la representación de la vida cotidiana de los
campesinos de Lorena, con un realismo que más bien parece holandés que
mediterráneo; también destaca en Lorena la interesante figura de Georges de la
Tour, artista fascinado por la luz tenebrista de la que consigue extraer
asombrosos efectos espaciales casi fotográficos. Suele representar figuras aisladas o
grupos de personajes no muy numerosos, donde puede recrearse con la
construcción de las figuras aisladas con un potente foco de luz dirigida,
generalmente artificial, una vela, la mayor parte delas veces. Es proverbial su
sentido de la profundidad mística de sus composiciones religiosas, como por
ejemplo, sus San Jerónimos, sus Magdalenas penitentes o sus ancianos músicos
ciegos. También podemos destacar al recientemente reconocido Trophime Bigot,
quien trabajó fundamentalmente en la región de Burdeos.
La llegada al trono del nuevo monarca Luis XIV impulsó un nuevo estilo
en Francia. A él y a sus ministros debemos la creación de la primera Academia de
Bellas Artes donde se imponía una formación definida basada en el estudio de los
vaciados de estatuas clásicas y en el dibujo del natural de modelos en posturas más
o menos inspiradas en dichas estatuas. También se eligió como ejemplos para
imitar a los italianos del Renacimiento Pleno, en especial, Miguel Ángel y
Rafael, ideales de perfección de la época por su visión idealizada de la realidad, su
composición y su dibujo y claroscuro.
Izquierda: Nicolás Poussin: Et in Arcadia Ego. Louvre, París; derecha:
Claudio Lorena: Embarque de Santa Paula. Prado, Madrid
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De este modo, llega a Francia con verdadera fuerza la segunda corriente
estética que dominaba Italia en la primera mitad del siglo XVII. Concretamente
lo que hemos venido denominando como Clasicismo. Curiosamente los dos artistas
más sobresalientes de esta corriente si bien de origen francés no vivieron en
Francia sino en Roma, donde desarrollaron su actividad artística, por otra parte
muy vinculada a París debido al numeroso grupo de mecenas franceses que les
rodearon. Ambos son Nicolás Poussin y Claudio Lorena. El primero se
especializó en lienzos de formato pequeño con escenas inspiradas en la mitología,
en la historia clásica o sencillamente composiciones alegóricas inspiradas en el
pensamiento antiguo. Resultan de grato colorido y siempre dominadas por la
admiración profunda por Rafael. Al final de su vida se dedicó fundamentalmente
al paisaje idealizado. Entre sus composiciones podemos destacar Et in Arcadia
Ego (Louvre, París), reflexión sobre la muerte en clave estoica en un lugar
paradisíaco, o El Parnaso (Prado, Madrid), alegoría sobre la inspiración poética
de las musas y del dios Apolo sobre la actividad creadora. El segundo destacó
sobremanera por sus paisajes idealizados dominados por vegetaciones sugeridas por
la poesía bucólica, por ruinas de edificios de corte clásico, templos perdidos entre
colinas de una Arcadia imaginaria, todo ello bañado por una luz de atardecer o de
amanecer que imprimía una personalidad melancólica a sus vistas. Sus personajes
son pequeñas figuras que pueblan sus panorámicas prácticamente reducidos a
meros elementos decorativos. Algunos los consideran con acierto como el padre
del paisaje romántico, o subjetivo. Una buena colección de sus vistas la podemos
contemplar en el Prado, encargadas por el rey Felipe IV.
La muerte de Luis XIV supuso cambios dignos de mencionarse en la
pintura francesa. Frente al Clasicismo académico que dominó la segunda mitad
del siglo XVII, surge ya en pleno siglo XVIII una pintura que técnica y
formalmente se vincula al Barroco Pleno, tanto italiano como flamenco (Rubens)
a la que se ha venido en llamar Rococó. La diferencia no está en el uso de una
pincelada suelta, composiciones dinámicas o paisajes con atmósferas evanescentes,
de ensoñación. La diferencia estriba en los temas y en los formatos. Prefieren
escenas basadas en temas cotidianos, de fiestas de cortesanos o con temas
entresacados de la vida de la sociedad acomodada o más humilde la Francia de
entonces. Son muy características las denominadas escenas galantes, en francés
“fêtes galantes”, en las que un grupo de personajes baila, cantan o danzan en
jardines más propios de la evocación nostálgica que de la realidad. También
fueron frecuentes las escenas con moralina, o de interiores burgueses, o llenas de
picardía y sensualidad. Es una vívida representación de la sociedad del Antiguo
Régimen tal y como gustaba de verse representada y obviando a la inmensa
mayoría de la población francesa: el proletariado urbano y el campesinado.
También existió un grupo de pintores de vistas urbanas, sobre todo de París, y de
paisajistas que siguen el estilo de Lorena. De entre estos maestros destacan JeanAntoine Watteau, especialista en la Fêtes galantes como su obra maestra el
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Embarque a Citerea , Jean-Baptiste-Simeon Chardin, especializado en escenas de
interior de la burguesía, Jean-Honore Fragonard o François Boucher, pintores
que definieron el género con una fuerte carga de sensualidad y erotismo. En este
periodo se inventa el pastel como técnica, usada fundamentalmente para el
retrato, y en este género destacaron Quentin de la Tour y el suizo Jean-Etienne
Liotard.
Jean-Antoine Watteau: Escena
galante en un jardín. Dulwich
Picture Gallery, Londres.
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