CAPITULO 1 – EL FINAL DE UNA EPOCA Hace ya unos años un chico joven entró por la puerta de mi despacho preguntándome por mi verdadera historia, no la que había escuchado de tantas personas que habían desconfigurado la realidad de mi historia, sino la verdadera y autentica historia. Quería saber tantas cosas… que no sabía por donde comenzar. Así que decidí empezar por el principio. Esta es la historia que le conté. Hola, soy Will, hijo de Bastian y Susan, y esta es mi historia. Un día antes. Hacía años, meses y días que siempre que me despertaba miraba por la puerta trasera de mi casa, y observaba la misma escena una y otra vez. Me desperezaba y bostezaba a la vez, en un intento vano de conseguir despertarme. Pero esa vez era diferente, tan diferente que no sabía si la volvería a ver. Esa imagen la echaría de menos. El pueblo de Draiun me miraba impasible. Las casas se cernían formando una leve colina hacía abajo hasta llegar al puerto. Vi como salía un humo característico de casa del panadero. Intente coger ese humo abriendo ampliamente mi nariz, pero no conseguí nada. El olor a pan horneado me encantaba y me sigue gustando. Los gallos cacarearon por cuarta o quinta vez esa mañana. No me acorde de cuantas veces llevaban tocando la misma sintonía, pero aunque su peculiar cacareo me producía en mis tiempos de mozo un leve dolor de cabeza. Ahora, sentía no poder escucharlos al día siguiente. Al alcanzar la mayoría de edad, los consejos de mi padre me habían mandado a echar una solicitud de entrada en la Academia militar. Era una de las más prestigiosas academias de todo Gorgian y de todo Postirum, sin embargo no escogían a cualquiera. Por fortuna para mí, hacía una semana que me habían dado una respuesta ofreciendo alistarme en su academia. Habían valorado positivamente el trabajo que yo ejercía de guardabosques, aunque yo en cierto modo me sentía culpable de que ese trabajo no fuera profesionalmente hablando, legal del todo. Mi amigo Josh también iba a ir, era unos pocos meses mayor que yo, y eso nos unía dentro de los ayudantes de los guardabosques. Nos habíamos hecho grandes amigos allí. Por eso, decidimos emprender el camino hacía el Norte los dos juntos. -¡William!- oí que me chillaron desde la planta de abajo. El desayuno debería estar preparado. Cerré la puerta, y note como el viento fresco dejo de azotarme en la cara. Baje hasta la cocina y me senté junto a mi cuenco sin fijarme ni en nadie ni nada. Mi estomago crujía. Unos huevos con tocino hechos en las ascuas era lo más rico que había en el mundo. Creo que dije gracias, mientras me metía cucharadas de aquel delicioso manjar. -Deberías de tragar y después hablar, te podrías atragantar.- me dijo mi madre, Susan, mientras recogía la cocina. -Perdona, madre. Mi madre se rio con una ligera carcajada. Mi padre bajo corriendo las escaleras. Lo note por los crujidos tan agudos que producían las pisadas. Se sentó a mi lado. -¡Buenos días, hijo!-me dijo mi padre.-Susan.-dijo dirigiéndose a mi madre, ella le sonrió. -¡Buenos días, padre!- le conteste. -Hace un buen día para salir al campo. -Siempre hace un buen día, padre. Según dices siempre.- mi madre sonrió. Mi padre siempre repetía la misma frase todos los días, para él todos los días eran buenos: con lluvia, con nieve, con sol… siempre. -¿Has preparado tu ropa para partir al Norte?- me pregunto mi padre. Note como mi madre se tensaba e inmediatamente se marcho de la cocina. Le entristecía que yo partiera pero lo que tenía que hacer era lo que me había aconsejado mi padre. A mi también me dolía marcharme. Mi padre se mostraba más serio ante esa situación. Creo que él me aconsejo aquella opción porque él no pudo hacerlo cuando pudo. -Si.- le conteste con cierta tristeza. -Hijo, es una buena decisión la que has tomado. No cualquier muchacho de tu edad entra en la Academia militar de Forth, y tú vas a tener ese privilegio. Respecto a tu madre.- bajo el volumen de su voz.- con que le envíes cada día una carta a ella…- me miro y reflexiono un rato su frase.- quien dice cada día, dice cada tres o cuatro. Me sonrió y se me quedo mirando con cara de embobado. Me removió el pelo con una de sus grandes manos. -Padre, no crees que podría ir mejor… -Hijo, allí no tendrás futuro.-me corto de repente.- tú no tienes lo que quieren en ese lugar. Estarás mejor en la Academia. -Ya, pero… -No hay pero que valga. Sigue mi consejo, sé que es difícil no ir donde uno quiere, pero debes de hacerlo. Allí te harás un hombre, y llegarás lejos. Tienes el mismo cuerpo que yo, y estos brazos cogerán tal musculatura que será difícil vencerte en el campo de batalla.- me decía mientras me agarraba y estiraba los brazos. Lo deje por imposible, y seguí comiendo de mi cuenco con resignación, cuando mi padre dejo de ejercer fuerza sobre mis brazos. Yo no quería ir a la Academia. Había un sitio mejor donde quería ir, donde aprendería a salvar a la gente. Mi padre engullo lo que le quedaba en el cuenco y partió hacía algún lugar del bosque donde poder partir arboles. Mientras daba las últimas cucharadas, mi madre apareció con Lys. Me quede mirándolas con cierta amargura. ¿Cuando las volvería a ver? No lo sabía. Ojala que fuera pronto. Susan agarraba con fuerza a mi hermana para que no se le cayera de los brazos. Me miro con los ojos vidriosos. -Prométeme que serás fuerte.-asentí con la cabeza.- y prométeme que me escribirás siempre que puedas.-asentí otra vez mirando hacía el cuenco. No me gustaban los lloriqueos ni las despedidas. -Madre,- la puerta sonó con un duro estruendo- debo irme. Es Josh, seguramente.- mi madre me miro sin decir palabra alguna, y me dejo irme en el amargo silencio. Abrí la puerta de la casa, y ahí estaba Josh con su habitual sonrisa. El pelo rizado le llegaba hasta los hombros. A Josh lo conocía desde hacía dos años, cuando entré a trabajar de guardabosques. Éramos los dos novatos por aquel entonces, y nos ayudamos bastante en sacarnos de algún que otro apuro. -¿Preparado para el último día?- me dio un apretón de manos. -Eso creo. Mire hacía la cocina, mi madre estaba tranquila observando como ardían los leños en la chimenea, mientras Lys jugaba con una pequeña muñeca de lana deshilachada. Josh y yo nos dirigimos hacía el monte. La cabaña de Emer estaba un kilometro y medio al Norte de Draiun. El camino era ligero y cómodo, pero las fuertes cuestas hacían que los gemelos se pusieran demasiado tensos. Por suerte, la experiencia de haber subido todos los días hasta la cima más alta de la colina, hacía que los gemelos no dolieran tanto. Dejamos las casas de Draiun atrás y nos internamos entre los arboles. La capa de arboles por aquella zona era bastante abundante. Las flores crecían dando lugar a colores bonitos y llamativos. Íbamos subiendo hasta el cruce donde se giraba hacía la cabaña de Emer. -¿Podríamos ir por el camino hasta la cabaña, o prefieres que estrenemos nuestras nuevas botas por este camino infernal?- me pregunto Josh. Él estaba demasiado contento. No tenía ni madre ni hermanos, sólo un padre borracho que se pasaba las noches bebiendo vino amargo y especiado con clavos en la taberna del puerto. No perdería nada parecido a lo que perdería yo. Ni por asomo. -Vamos a estrenarlas. Total nos la vamos a manchar de alguna que otra manera. Josh asintió sonriendo. Él quería ir a la Academia militar, quería desaparecer de aquel tortuoso pueblo, sin embargo, yo quería estar allí y no ir a la Academia. Iba seguro de mí mismo, el camino por donde transitábamos Josh y yo estaba lleno de ramas amarillas y moribundas, mezcladas por flores de diferentes tipos que contrastaban con las ramas ofreciendo la alegría y la tristeza, como Josh y yo. Con nuestras nuevas botas, íbamos por aquel camino porque no sentíamos el picor ni los arañazos que hacían esas ramas al colarse entre los agujeros que tenían nuestras botas viejas. Era el último día trabajando en el bosque. Lo echaría de menos también. Ya sé que me pongo un poco sentimental, pero poneos en mi lugar. Tendría que ir al Norte, en un viaje donde podría encontrar cualquier cosa, lucharía contra ladrones, mercenarios o hombres sin piedad que lo único que quieren es ver la sangre que brota de los cuerpos cuando les desgarran con una daga. Perdería a mis amigos de la infancia, mi familia, mi pueblo, mi vida. Para luego, no poder escoger lo que quieres. Mi padre quería que yo fuera un hombre de la guardia real, pero yo no. Cuando todavía eres joven e inmaduro, no sabes lo que elegir, no sabes lo que te deparara el futuro, si será bueno o malo. No notas que tienes que tomar decisiones, cuando, en realidad, las tienes que tomar. Es difícil, ser fuerte y afrontar lo que tú quieres hacer con tu vida. Si te equivocas, lo puedes pagar contigo mismo y no con otras personas, pero estas personas no te dirán que has hecho lo que has querido, te ha salido mal pero lo has afrontado como mejor has podido. No. Te dirán lo mucho que intentaron decirte cual era tú mejor opción, y la mejor opción siempre es la que ellos te instan a elegir. Por eso, cuando eres joven. Tu mejor opción es la que quieren tus padres, y tú la tienes que acatar, por mucho que no quieras. Por aquellos entonces, yo era demasiado débil para afrontar mis verdaderos retos, y elegí lo que me dijeron. Aunque yo, repito una vez más, no quería. Quería ir, a un lugar mucho más especial. Desde el día en que conocí a Norbert de Tam, sentí como algo se apoderaba de mí, tanto que cuando él me hablaba no sentía el aire pasando por mi nariz ni mi boca. Después del corto viaje, llegamos a la cabaña de Emer. No lo he dicho antes: Emer era el jefe de los guardabosques, el mandamás, el controlador, digamos que era un jefe de estos que les gusta molestarte hasta más no poder. La cabaña era de madera de alcornoque, tenía ventanas con cristales, muchas personas no tenían ni tan siquiera ventanas. Solo se lo podían permitir ciertas personas de la nobleza, o personas que hacían trapicheos como Emer. Estaba situada en una hondonada de tierra, la cual en las épocas de lluvia se ponía embarrada y era de muy poco sentido común pisar por esa zona. Tenía unos cinco caballos amarrados a la pared de la cabaña. Ahí estaba mi hermosa yegua, con su pelaje gris claro, y moteada de colores castaños. Había estado con ella todo este tiempo desde mi llegada. -Bueno,-empezó Josh.- creo que no podremos olvidar tan fácil este maldito infierno de trabajo. Me reí con ganas junto a él. A ninguno nos gustaba demasiado trabajar allí, pero así habíamos conseguido ahorrar dinero para el viaje. El suficiente para que cuando parasemos a descansar en alguna aldea o posada pudiéramos pagarnos un buen colchón de plumas o lana y una buena cena. -Es la última vez que entramos por esta puerta.-dije sin esperar respuesta. Llamé a la puerta, de repente un perro comenzó a ladrar fuertemente. Josh se empezó a carcajear. -Pero, cuantas veces lo tendré que decir.- chilló Emer desde dentro de la cabaña.¡Cállate ya!- ordeno al perro. Este no le hizo ningún caso. Abrió la puerta. Josh y yo nos situamos frente a Emer como unas estatuas. -Lleváis aquí el tiempo suficiente como para saber que este perro sarnoso comienza a ladrar con el más mínimo ruido. -Si, Emer.- dijimos a la vez Josh y yo. -No volverá a pasar.-le dije. -Claro, que no volverá a pasar. Os vais al Norte, a vivir aventuras, ja.- dijo menospreciándonos. Tenía suerte Emer, de que todavía nos tenía que pagar.-Pasad, si queréis, este chucho parece que ya no quiere ladrar más. Josh y yo entramos hacía dentro mientras él me susurraba: -Siempre le gastas la misma broma. -Soy así, no lo puedo evitar. Entramos en la habitación principal. A la derecha estaba una especie de pequeña cocina, y arriba había habitaciones para las guardias nocturnas. El perro se fue corriendo hacía las habitaciones de arriba. En la habitación principal había un grupo de cinco muchachos, todos aparentaban tener unos catorce o quince años. Me sentía, en ese momento, igual que ellos cuando yo vine al mismo lugar hacía ya dos años. Estaban tensos, nerviosos, sudaban sin parar, algunos más que otros. Eran los cinco chicos que pasarían con nosotros ese día para aprender nuestro trabajo. Emer se puso delante de los chicos y se dirigió a ellos con una voz autoritaria. -¿Veis a estos dos?-les pregunto mientras nos señalaba. Los chicos asintieron, ninguno dijo nada. Esperaban la orden para moverse, estaban demasiado asustados.- Tú.-señalo a un chico de pelo negro y lacio.- irás con Will, y tú.-señalo a un chico pelirrojo con varias pecas.- irás con Josh. Antes de que vinieran estos dos incordios, os dije cual era vuestro oficio. Lo que tendrías que hacer por mí, si queríais estar aquí ¿Lo habéis entendido? -Si.- contestaron los chicos. -Muy bien.- se le ensancho un poco el pecho de orgullo a Emer.- ya podéis iros. Los dos muchachos se nos acercaron con parsimonia. Los otros tres esperarían a que llegaran nuestros compañeros. Yo tenía un asunto que tratar con Emer antes de irnos y quería hablarlo antes de hacer nada. -Emer.- le dije. -Dime. -Podemos hablar un momento a solas.- dije con un tono de suplica. -Mañana tendré tu dinero.- me espetó de inmediato. -Pretendía partir esta noche. -Pues vete al Norte, yo te estaré esperando con tu dinero en una pequeña bolsita para cuando vuelvas. Yo siempre pago, lo que no sé es cuando. -Eso ya lo sabía, pero creía que sabías que si nos íbamos esta noche porque no has conseguido el dinero antes. -Muchacho.-me apoyo la mano en el hombro, y con un deje de tristeza, añadió.lastima que ayer me fallaran los dados. Esta noche lo ganaré, no te preocupes. No suelo tener dos noches malas. Me quede parado unos segundos. No sabía si darle un par de guantadas o esperar a mañana a llevarme el dinero, aunque viéndolo de otra manera si le pegaba a Emer seguramente no recuperaría el dinero. Así que Salí resignado de la casa. Me despedí de Josh y me fui camino hacía las montañas que colindaban con el bosque por un sendero bastante bueno. En el trayecto supe que el muchacho que me sustituiría se llamaba Philip, venía de una familia pobre. Su madre había muerto al dar a luz a su quinto hermano. Él era el cuarto. Su padre trabajaba de comerciante en el puerto, y se había engatusado de una joven de Valun cuando ella vino de vendedora de tela de Cosro, y después de unos años contrajeron matrimonio. Él era feliz y sus hermanos también. No tenían problemas abundantes de dinero, lo cual era un gran alivio por aquellos tiempos. -Dime Philip, ¿has oído alguna vez hablar sobre el trato entre los bandoleros y los guardabosques?- le pregunté mientras esquivábamos un par de piedras del camino. -Algo he oído, pero no sé si es cierto.- me contesto con cierto reparo. Iba suspirando, mientras subíamos por un camino bastante tortuoso, con muchas piedras y plantas grandes que se enroscaban entre los pies. -Bien, ese trato es cierto.- note su cara de asombro en el rostro.- nosotros conocemos cada una de sus guaridas y hoy es cuando te las voy a mostrar. Te voy a llevar por los caminos más cortos para que cuando necesites correr sepas por donde ir… -Will.-me interrumpió cuando pasamos por mitad de unas rocas afiladas. -¿Si? -De verdad este es el camino más corto. -No, de eso no cabe duda. Te llevo por aquí para que conozcas que este camino es el peor que hay.- le mire mientras le iba hablando.- Emer me pidió que te trajera por aquí, si te sirve de consuelo a mi me hicieron lo mismo. Lo siento. Philip no dijo nada más. Creo que en un primer momento le vi con ganas de decirme algo, pero al momento se cortó. Estaba cabreado y ya éramos dos. Ese maldito de Emer, era un completo idiota, primero no me daba el dinero que me debía y después Philip se enfada conmigo por su culpa, no llegaba a comprenderlo del todo, pero el día no me estaba yendo bien. Después de nuestro pequeño viaje por aquel tortuoso sendero, llegamos a la base de la montaña, ahí había una cueva. Dos hombres, uno gordo y otro más delgado, estaban apostados a ambos lados del orificio de entrada de la cueva. -Ves a esos dos, ¿no?- le dije a Philip, mientras nos escondíamos detrás de unos arboles. Philip asintió con la cabeza.-Pues no les hagas ni caso. Mañana tú serás el guardabosques y te tendrás que hacer respetar.- vi como en la garganta se le hacía un pequeño nudo.- No te preocupes, por muy fieros que parezcan, no son nadie. Solo se las arreglan bien con Emer. Cuando vayamos para allí, debes de seguir mis pasos a mi lado, y no mires a nadie estando asustado, ni contestes a cualquiera de sus preguntas. Si les contestas estarás perdido. Philip me miro un tanto preocupado y un tanto convencido. Yo lo vi de forma que me dio la impresión de que en cualquier momento se echaría abajo y no aguantaría la presión. Para las personas que no conocían a los bandoleros, creían que eran unos salvajes que robaban y mataban a cualquier cosa que se les pareciera. Y no era así. -Ahora sígueme.- le inste. Salimos de los arboles y fuimos hacía la abertura de la cueva. Los dos hombres que oteaban la zona nos vieron y uno le señalo al otro. El delgado se metió hacía adentro y pocos segundos volvió a salir. Andamos un poco y nos encontramos cara a cara con los otros dos. El que era más gordo nos miro de arriba abajo e hizo un gesto con la cabeza, como dándonos permiso para entrar. -No esperaba menos de ti.- le dije con un poco de sorna. En un principio, podría parecer que habría que tener miedo de aquellos bandoleros. Contaban demasiados rumores sobre ellos, pero ninguno era cierto. Simplemente ellos querían vivir bien y una de las maneras era robando y cazando en los bosques sin tener que pagar los impuestos reales. -¿Y este quien es?- dijo el más delgado. -Mi sustituto.- dije con un tono cortante.- y trátalo bien si no quieres volver a verme. El hombre se quedo cortado y no volvió a dirigirnos la palabra. Entramos por aquel agujero. En las paredes, había colocadas unas cuantas antorchas que iluminaban perfectamente la cueva. Recorrimos un breve pasillo y nos encontramos con la banda de los bandoleros. En el suelo de aquella sala, tenían puestas una gran cantidad de alfombras. Seguro que eran de gran valor. El fondo de la cueva parecía una especie de fiesta multicolor. Tenían diferentes artilugios de oro, plata, también había armarios y muebles de madera, joyas escondidas debajo de todos aquellos aparatos. Dos o tres mujeres cocinaban algo en una pequeña hoguera, y con algún que otro cachivache de metal. Unos cuantos hombres jugaban a los dados. Supuse que eran ellos los que le habrían ganado a Emer la noche anterior. -Vylion.- dije llamando la atención de uno de los que estaban jugando a los dados. Se giro un hombre con el pelo lacio y con una gran barba castaña. -Hoy es el día de las presentaciones, amigos.- dijo para los demás, mientras con un gesto de desgana se levanta y se acercaba a mí. -Este es Philip. Mi sustituto. Trátalo bien. -Si, por supuesto.- me dijo con honradez. Se estrecharon las manos los dos desconocidos. -Antes de que me vaya quiero decirte algo.- le dije. -Estoy a tu disposición. Puedes pedirme lo que quieras. -¿Sabes contra quien perdió ayer Emer a los dados?- Vylion asintió.- instale a que pierda esta noche. Es mi dinero el que se esta jugando, y me voy mañana.- añadí con amargura. Ya había decidido no yo, sino la fortuna de trabajar con Emer, el irme al día siguiente. No podía irme sin todo el dinero si quería llevar un buen viaje. -Por los viejos tiempos, tenlo por hecho. ¿Quieres algo de comer? Val.-era su mujer.esta preparando un estofado buenísimo. Aunque la carne todavía no este, seguro que el caldo ya ha cogido suficiente sabor. -Te lo agradezco, pero debemos irnos. -Entiendo, bueno, encantado de haber estado a tu lado todo este tiempo. Me estrecho la mano y nos despedimos. Nos pasamos toda la mañana visitando a grupos de bandoleros por las colinas cercanas a Draiun. Le enseñe los sitios donde había pozos para socorrer un fuego en el bosque. Philip no estaba acostumbrado a andar tanto y nos paramos un rato a descansar en la orilla del río. Cogimos agua para rellenar nuestras cantimploras, y volvimos a la cabaña de Emer cuando el Sol nos daba de lleno en lo alto de nuestras cabezas. Allí acorde con Emer vernos al día siguiente por la mañana. Baje por el sendero junto a Josh, que había vuelto de su viaje con el otro sustituto. Le comente que el dinero lo recuperaríamos, y que al día siguiente partíamos hacía la Academia. Él estuvo de acuerdo y acordamos también tomarnos unas cuantas pintas en la taberna de Draiun al anochecer. Llegue a mi casa y les dije lo mismo que a Josh. Mi madre se llevo una alegría al narrarle la noticia. Podría tenerme un día mas en casa, y mi padre me dijo que me tenía que ayudar a transportar unos arboles desde la granja de Nool, el exalcalde, hasta nuestra casa. Al final, parecía todo un poco surrealista. Tenía suficiente dinero para viajar al Norte sin demasiadas ostentaciones, pero mi deseo era darme un buen viaje al Norte y eso lo conseguiría con el dinero que me debía Emer. No sé si es posible que se llegue a entender esto, pero para un chico de mi edad era necesario contar con una gran cantidad de dinero para poder pasar un viaje tan largo en la mayor de las tranquilidades, no sabía cuanto podría llegar a gastar. Pensad que yo era un joven que me había ganado un respeto dentro de los guardabosques, pero fuera yo no era nadie, y cualquiera podía engatusarme o engañarme para robarme, o dejarte sin ropa. Por eso, debía llevar el dinero suficiente. Después de comer, me sentí mejor, el estomago me estaba rugiendo desde que paramos a descansar en el río. Creía que era una tontería comerme el estofado que me había ofrecido Vylion a tan prontas horas, pero ahora veía que era una tontería no habérmelo comido. -¡Hijo!- me llamo mi madre, desde detrás de la puerta de mi habitación.- Lys y yo venimos a traerte un regalo. -Pasad. Entraron las dos, mi hermana iba de la mano de mi madre, mientras que ella sujetaba una pequeña muñeca. Yo estaba sentado en una silla de madera mirando el exterior, y cuando entraron me gire para verlas mejor. Mi madre le dio la muñeca a mi hermana, y ella me la trajo. -Ella te cuidara.- me dijo mi hermana. Cogí a la muñeca, era con la que había estado jugando aquella mañana, y después a mi hermana la senté en mi regazo. -¿No confías en mí?- le pregunte con malicia fingida. Ella me negó con la cabeza.- como que no.- empecé a hacerle cosquillas en la barriga. Ella me intentaba apartar con sus pequeños brazos, mientras se reía. Mi madre se unió a sus risas y pronto los tres estábamos riéndonos sin parar. Fue uno de aquellos momentos que nunca olvidas. Esas risas contagiosas que te hacen reír sin parar por mucho dolor que estuvieras sintiendo. Lo agradecí mucho, y sé que mi madre más todavía. Al final, las risas se apagaron.