TEMA 1

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EL REGLAMENTO. INDEROGABILIDAD SINGULAR
El artículo 52.2 de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las
Administraciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común, ha dado formulación
positiva a una vieja regla admitida por la jurisprudencia: las resoluciones administrativas de
carácter particular no podrán vulnerar lo establecido en una disposición de carácter general,
aunque aquéllas tengan igual o superior rango a éstas.
Según esto, la autoridad que ha dictado un Reglamento y que, por lo tanto, podría
igualmente derogarlo, no puede, en cambio, mediante un acto singular, excepcionar para un
caso concreto la aplicación del Reglamento, a menos que, naturalmente, este mismo autorice
la excepción o dispensa. Sin embargo, esta prohibición va más allá, puesto que no sólo alcanza
a la autoridad autora de la norma, sino a cualquier otra, incluso de superior jerarquía.
Fundamento jurídico. Las razones que la doctrina ha ofrecido para explicar el
fundamento de este principio han sido varias:
Derechos adquiridos. Inicialmente, la antigua jurisprudencia contenciosoadministrativa surgida bajo la vigencia de la Ley de lo Contencioso de Santamaría de Paredes
de 1888, había reconocido esta regla en base al principio de respeto a los derechos adquiridos,
ya que para que el recurso contencioso-administrativo fuera admisible se exigía que el
recurrente fuera titular de un derecho subjetivo preexistente. Así, si la Administración negaba
el otorgamiento de un derecho a quien reunía todas las condiciones exigibles
reglamentariamente para su reconocimiento, había que entender que esa negativa implicaba
una derogación singular de lo reglamentado con carácter general.
Sin embargo, esta explicación resulta incompleta, ya que el mayor temor frente a las
dispensas singulares no radica en que se desconozcan derechos adquiridos, sino en todo lo
contrario, es decir, en la posibilidad de que determinados particulares encuentren excesivas
facilidades por parte de las Administraciones Públicas que estuvieran dispuestas a derogar en
beneficio de ellos los trámites y regulaciones que se exigen con carácter general a todos los
ciudadanos.
Principio de igualdad. También se ha intentando explicar esta regla
considerándola como una consecuencia del principio de igualdad.
No obstante, esta explicación tampoco resulta satisfactoria, ya que la regla en cuestión
no prohíbe sin más el trato desigual, sino sólo la dispensa singular de un Reglamento cuando
este mismo no la prevé. Un Reglamento puede prever la posibilidad de conceder en ciertos
casos una dispensa y esto no lo prohíbe esta regla, aunque el otorgamiento de la dispensa
prevista suponga, en principio, una desigualdad de trato. Por otra parte, el principio de
igualdad no exige siempre tratos iguales, sino que impone también un trato desigual si las
situaciones o circunstancias son objetivamente diferentes; lo que únicamente condena son las
discriminaciones o distinciones arbitrarias.
Principio de legalidad. La explicación más correcta se encuentra en el principio de
legalidad. De acuerdo con el mismo, la Administración está sometida a todo el ordenamiento
y, por lo tanto, también a sus propios Reglamentos. Al estar sometida a sus Reglamentos y
estos no prever la posibilidad de su dispensa, la derogabilidad singular no sería más que una
Actualizado a 01/09/2015
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infracción del propio Reglamento. Es cierto que la Administración tiene también atribuido el
poder derogatorio del Reglamento (que forma parte de la potestad reglamentaria), pero ello
no impide considerar que la utilización de la fórmula de la derogabilidad singular para
desconocer u olvidarse del Reglamento en casos concretos debe interpretarse necesariamente
como una ofensa definitiva e insalvable al principio de legalidad.
Si la Ley, por diferencia del Reglamento, puede autorizar derogaciones singulares ello
es porque el poder legislativo no está afectado como la Administración por una vinculación a la
legalidad. El legislativo es un poder de pura creación jurídica y en esta función no está nunca
predeterminado por sus propias producciones normativas anteriores; es en todo momento
libre, originario y soberano. El poder administrativo no tiene, en modo alguno, estos atributos.
Por último, hay que recordar que esta regla de inderogabilidad singular de las
disposiciones reglamentarias, además de contemplarse con carácter general para todas las
Administraciones Públicas en el citado artículo 52.2 de la Ley 30/92, también se recoge de
forma particular para la Administración del Estado en el artículo 23.4 de la Ley 50/97, de
Gobierno, cuando establece que son nulas las resoluciones administrativas que vulneren lo
establecido en un reglamento, aunque hayan sido dictadas por órganos de igual o superior
jerarquía que el que lo haya aprobado, y para la Administración Andaluza en el artículo 44.5 de
la Ley 6/06, que indica, en una redacción idéntica a la anterior que son nulas las resoluciones
administrativas que vulneren lo establecido en un reglamento, aunque hayan sido dictadas por
órganos de igual o superior jerarquía que el que lo haya aprobado.
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