El papa Silvestre I y el emperador Constantino. Fresco de la iglesia de los Cuatro Santos Coronados, de Roma (s. XIII) EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO DESDE SUS INICIOS HASTA EL CONCILIO DE NICEA CAPÍTULO X EL PRELUDIO DE LA PAX CHRISTIANA: EL EDICTO DE TOLERANCIA DE GALERIO A finales del s. III la Iglesia Católica era ya una institución plenamente consolidada y había penetrado en todos los estratos sociales, incluida la familia imperial. La religión cristiana era considerada como una más del Imperio, no sufría el ataque de sus gobernantes y se había liberado de los perjuicios sociales que había sido víctima en el s. II. Pero esta situación iba a cambiar pronto. Los graves problemas políticos, militares y económicos del Imperio se habían ido agravando y Diocleciano, en el poder desde el año 284, había creado un nuevo régimen político: la tetrarquía. Tetrarcas, Piazza San Marco. Venezia Sin romper la unidad del Imperio, cuatro emperadores compartían el poder: dos en Oriente y otros dos en Occidente. La religión tradicional romana jugaba un papel fundamental en esta nueva concepción del poder, pero los cristianos no se vieron afectados por ello en el ejercicio de sus creencias religiosas hasta el año 303, casi veinte años después de la subida de Diocleciano al poder. En este año se produce un cambio radical en su política hacia los cristianos, sin que se sepan muy bien las razones. La persecución general se decretó en el 303 y a partir de este momento se publicaron cuatro edictos contra los cristianos que fueron ampliando y endureciendo las medidas represivas. En el primero de ellos se destruyen o confiscan sus edificios de culto, sus libros sagrados y se prohíben las asambleas cultuales. El segundo edicto iba dirigido contra los clérigos cristianos. El tercero permitía someter a tortura a los cristianos que no abjuraran de su fe. Finalmente, en el año 304, se publicó un cuarto edicto por el que se obligaba a todos los súbditos del Imperio a ofrecer sacrificios en honor de los dioses romanos y de los emperadores, bajo pena de muerte, cárcel o condena a trabajos forzados. La persecución de Diocleciano, que fue la última y más sangrienta de cuantas el cristianismo había tenido que soportar, no logró acabar con él. Disponemos de una gran documentación a través de Eusebio de Cesarea, que fue contemporáneo de los hechos e incluso sufrió la persecución. Todo el libro VIII de su Historia Eclesiástica está dedicado a ella. Igualmente, el tratado apologético Sobre la muerte de los perseguidores, del rétor cristiano Lactancio, también contemporáneo de los hechos. Follis de Diocleciano, ca. 290. Moneda perteneciente a la colección del autor. Con todo, la aplicación de los edictos fue mucho más dura en Oriente (territorios de Galerio y Maximino Daya), donde persistió hasta el 311, siendo mucho más suave y breve en Occidente. En Galia y Britania (gobernadas por Constancio Cloro), apenas tuvo aplicación, mientras que en Italia, Hispania y África (que dependían de Maximiano), cesó en el 304. En esta situación se encontraba el Imperio cuando el día 30 de abril del año 311, según Lactancio (Cf. Sobre la muerte de los perseguidores, 35), apareció en Nicomedia el edicto de indulgencia de Galerio, muriendo éste a los pocos días, el 5 de mayo, en Sárdica. Lo firmaban Galerio, Constantino y Licinio. Maximino Daya si no lo firmó, como parece, al menos, de alguna manera, lo hizo observar igualmente. Comienza el edicto con una introducción en la que se echa en cara a los cristianos el haber abandonado la tradición de sus mayores, instaurando nuevas leyes y dándose a la propagación entre todos los pueblos. Los emperadores, prosigue, habían intentado reducirlos a la razón por medio de las persecuciones, pero con escaso resultado; en vista de ello, decreta ut denuo sint christiani et conventicula sua componant; es decir, los reconoce como religio licita y no ya como superstitio illicita, y que puedan celebrar sus reuniones y construirse sus templos. No se les devuelven, sin embargo, los bienes confiscados en la persecución anterior. El edicto termina ordenando oraciones por el emperador, el Imperio y por ellos mismos. El texto, en latín en el original, nos ha llegado gracias a Lactancio, aunque el encabezamiento del mismo es debido a Eusebio de Cesarea. Éste, transcribiendo a aquél, dice literalmente así: «El emperador César Galerio Valerio Maximiano, Augusto, Invicto, Pontífice Máximo, Germánico Máximo, Egipcio Máximo, Tebeo Máximo, Sármata Máximo cinco veces, Persa Máximo dos veces, Carpo Máximo seis veces, Armenio Máximo, Medo Máximo, Adiabeno Máximo, Tribuno de la Plebe veinte veces, Imperator diecinueve veces, Cónsul ocho veces, Padre de la Patria, Procónsul. »Y el emperador César Flavio Valerio Constantino Augusto, Pío Félix, Invicto, Pontífice Máximo, Tribuno de la Plebe, Imperator cinco veces, Cónsul, Padre de la Patria, Procónsul. »Y el emperador César Valerio Liciniano Licinio, Augusto, Pío Félix, Invicto, Pontífice Máximo, Tribuno de la Plebe cuatro veces, Imperator tres veces, Cónsul, Padre de la Patria, Procónsul, a los habitantes de sus propias provincias, salud. »Entre las medidas que hemos tomado para utilidad y provecho del Estado, ya anteriormente fue voluntad nuestra enderezar todas las cosas conforme a las antiguas leyes y orden público de los romanos y proveer a que también los cristianos, que tenían abandonada la secta de sus antepasados, volviesen al buen propósito. »Porque, debido a algún especial razonamiento, es tan grande la ambición que los retiene y la locura que los domina, que no siguen lo que enseñaron los antiguos, lo mismo que tal vez sus propios progenitores establecieron anteriormente, sino que, según el propio designio y la real gana de cada cual, se hicieron leyes para sí mismos, y éstas guardan, habiendo logrado reunir muchedumbres diversas en diferentes lugares. »Por tal causa, cuando a ello siguió una orden nuestra de que cambiasen a lo establecido por los antiguos, un gran número estuvo sujeto a peligro, y otro gran número se vio perturbado y sufrió toda clase de muertes. »Mas como la mayoría persistiera en la misma locura y viéramos que ni rendían a los dioses celestes el culto debido, ni atendían al de los cristianos, fijándonos en nuestra benignidad y en nuestra constante costumbre de otorgar perdón a todos los hombres, creímos que era necesario extender también de la mejor gana al presente caso nuestra indulgencia, para que de nuevo haya cristianos y reparen los edificios en que se reunían, de tal manera que no practiquen nada contrario al orden público. Por medio de otra carta mostraré a los jueces lo que deberán observar. »En consecuencia, a cambio de esta indulgencia nuestra, deberán rogar a su Dios por nuestra salud, por la del Estado y por la suya propia con el fin de que, por todos los medios, el Estado se mantenga sano y puedan ellos vivir tranquilos en sus propios hogares.» HE VIII 17, 3-10). Arco de Galerio, en Salónica (Grecia) Este decreto suponía un cambio radical solamente para Oriente. Y tras la muerte de Galerio, por cuestiones de política interna y rivalidad entre los diversos emperadores, la persecución fue reanudada por Maximino Daya, en algunos lugares con mayor crudeza, hasta su muerte en el 313. Por el contrario, en Occidente sirvió para consolidar la pax christiana. Ldo. Pedro López Martínez