la balsa de la medusa

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CONTINUIDAD EN LA DRAMATURGIA DE
EGON WOLFF
LA BALSA DE LA MEDUSA
JUAN ANDRÉS PINA
Obra: La balsa de la medusa.
Autor: Egon Wolff.
Dirección: Héctor Noguera.
Montaje: Teatro U.C.
La balsa de la medusa es, de
alguna manera, una prolongación
o continuidad en la obra del dramaturgo chileno Egon Wolff. En
ella, dos o tres particulares obsesiones del autor resuenan persistentemente, desplazando, incluso, otros temas que su registro
nunca dejó de introducir. En esta
extensa obra -su duración es de
dos horas y 40 minutos-, Wolff
coloca en el centro de su mira a
unos personajes que asumió en
piezas anteriores, concretamente, la clase social alta y adinerada. Ya en 1962, Wolff escribió
una de las obras claves e iluminadas en la historia del teatro chileno: Los Invasores. Allí, el acaudalado industrial Lucas Meyer sufre una pesadilla, en la que unos
pordioseros "del otro lado del río"
invaden su mansión y le piden
cuentas sobre su oscuro pasado,
los negocios turbios y, sobre todo, interrogan respecto a la responsabilidad social del millonario.
En Los invasores, Wolff va develando con rigor implacable la
falsedad de un mundo hecho de
artificios, su esterilidad y pobreza
interior. Lucas Meyer y familia se
derrumban frente a China y sus
secuaces, y aspiran sólo a un poco de compasión por parte de los
menesterosos.
Pecado y condenación
Los Invasores profundizaba la
temática particular de Wolff, en la
que esos seres marchitos y sostenidos de lo artificial y puramente material, eran reemplazados
por otros personajes sencillos, Vi-
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La balsa de la medusa" continua la linea de Wolff. sobre todo por esa suerte
de realismo desfigurado que sube a escena
tales, ingenuos o idealistas que
aspiraban a cambiar el mundo.
De alguna forma, en las obras de
Wolff siempre ha existido un equilibrio de las partes, porque al lado
de aquellos agotados vitalmente,
surgían los esperanzados que insuflaban al universo un sentido y
una existencia distinta. Sus obras
son, precisamente, el tránsito de
un sector de personajes hada
otro, más que una pura evidenciación de sus diversas posturas.
En una de sus últimas obras, Alamos en la azotea, esto persistía:
un peluquero, apasionado de su
oficio, desprecia la comercialización utilitaria que hace su esposa
del "arte de la peluquería", y vive
solo en un cuarto miserable. Las
dos típicas mentalidades en Wolff
chocan aquí: la creadora y vital,
contra la calculadora e interesada.
Pero Alamos en la azotea era
una comedia festiva. La balsa de
la medusa, en cambio, es casi
apocalíptica. En ella, Wolff no deja entrar ese equilibrio antes
siempre presente. Aquí, sólo la
clase social alta ocupa todo el escenario y es dentro de ella misma
donde se revuelven sus culpas y
condenaciones. La balsa de la
medusa es la historia de once invitados a una aristocrática mansión lejos del centro de la ciudad,
en que todo se les ofrece para la
diversión y el olvido. El anfitrión
no aparece, pero ello no importa:
un mayordomo les atiende magníficamente y les invita a comer,
beber y jugar en los amplios salones. A las pocas horas se les informa que deberán permanecer
por algún tiempo más en la casa,
ya que unos guerrilleros han volado las vías de acceso. Tampoco
pueden salir a los jardines, yaque
son zonas que el mayordomo no
domina.
La espera se hace larga e insoportable -¿el infierno sarteano?y la comida escasea, la suciedad
cubre el piso y los cuerpos, los
otros, son seres imposibles para
convivir. El desarrollo de la obra
es el aumento de la angustia de
los personajes que se cubren de
aquello que más odian. Su proce-
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so sirve para conocer la descomposición de los protagonistas, su
cobardía, ineficacia y grosería,
que contrasta con la seguridad y
linaje que demostraban en los primeros pasajes de la obra. En La
balsa de la medusa el aspecto
espacial tiene un sentido fundamental: el encierro y acoso externo no es un elemento nuevo en
Wolff. Ya en Los Invasores la
amenaza venía de afuera y la familia Meyer no podía escapar. En
Flores de papel, el miserable
Merluza invita a salir a la enclaustrada Eva y acceder a un mundo
nuevo, vital y vigoroso. En esta ultima-obra de Wolff, tiempo y espacio estáticos dan una idea aproximada del infierno que atraparía a
sus personajes. A medida que la
obra avanza, culpas y pecados
son echados afuera y en el fondo
su condenación deviene de su
propio atormentado interior.
Los niveles de construcción
La balsa de la medusa está
construida como una pesadilla. El
juego onírico resulta fundamental, no sólo por los complejos intersticios que cobija su abigarrada escenografía, sino por su resultado final: todo es producto de
una alucinación colectiva. Ello no
es gratuito en la obra: son los propios remordimientos los que llevan a los personajes a imaginarse esa condenación final. Como
en Los invasores, lodos sospechan que algo no está bien, que
algo huele a podrido en sus vidas.
Esa agresión externa de Los invasores y el desfile de corrupción
ante sus ojos, es homologa aquí
a las continuas referencias sobre
si las formas en que llevan sus vidas son correctas. Un mural de
egoísmos, frivolidad, despreocupación y animalidad va tiñendo a
los personajes, que ven en los
guerrilleros, los disparos y el encierro su condenación definitiva.
En La balsa de la medusa,
Wolff une los niveles más variados de construcción teatral. Por
un lado, la obra está armada externamente al estilo de una narración policial: ¿a qué viene ese encierro, quién maneja los hilos de
esta madeja, cuándo aparecerá
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el anfitrión? Por otra parte, la obra
orillea el realismo sicológico, a
través de las angustias individuales, los perfiles sicológicos distintos y las formas variadas de asumir el problema central. Pero
Wolff salta más allá, apelando a
un problema social y de responsabilidades históricas, creando
un pequeño universo. Hasta este
punto, el autor chileno siempre
había llegado. Aquí salta esta barrera, introduciendo un elemento
teológico, con el personaje invitante, especie de juez supremo
que somete a sus personajes a
esta prueba apocalíptica. No necesariamente este nivel engarza
con el resto, prolongando la obra
más allá de lo necesario. Si ésta
se mantiene en pie, es porque la
intriga fluye permanentemente y
los sucesos producidos entre una
docena de personajes son amplios.
La balsa de la medusa continúa la línea temática de Wolff y
también la formal, sobretodo, por
esa suerte de realismo desfigurado que sube a escena. Pero la
prolongación también es excesiva, pudiéndose eliminar una fracción de media hora de la obra. Por
otra parte, Alamos en la azotea
liberó a Wolff de un lenguaje "literario" y formal, que aquí aparece
nuevamente, dificultando incluso
algunos parlamentos. Pero la
obra se mantiene, sigue en pie, a
pesar de ello. La fuerza de las
ideas dramáticas de Wolff es vigorosa y logra sostener el andamiaje, a pesar de su excesiva amplificación y reiteraciones.
Y si La balsa de la medusa es
una obra interesante en el friso de
producciones de Wolff, se debe
también a que el montaje que dirigió Héctor Noguera tiene la fluidez y seguridad necesarias. El
impresionante despliegue escenográfico de Ramón López y las
actuaciones de un puñado de actores consagrados logran una
puesta en escena sólida, convincente, a pesar de los problemas
señalados. La balsa de la medusa, en definitiva, completa el gran
mural de las obras de Egon Woltf
y aporta nuevos datos sobre su
producción dramática, sin ser su
creación más sobresalientes
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