Reflexiones sobre la contratransferencia

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Reflexiones sobre la contratransferencia
Isabel Sanfeliu y Rosa Grueso
Todo trabajo con esquizofrénicos debe conceder una importancia especial a la
contratransferencia (1). Habríamos de delimitar brevemente los dos espacios que consideramos
necesarios en esta labor; el de la contención (realizada por un equipo terapéutico en el momento
del brote) y el de la psicoterapia propiamente dicha (tratamiento prolongado a lo largo de todo el
proceso de curación). En este segundo aspecto concreto, y centrándonos en la terapia individual puesto que la grupal tiene unas características específicas que no vamos a abordar-, el juego
transferencial es el elemento fundamental para crear el vínculo terapéutico que abrirá una brecha
en el aislamiento del paciente, que a la vez resulta ser vida autista plagada de fantasía
inconsciente, de forma que vaya adquiriendo instrumentos para llegar a afrontar la realidad -es
decir, la relación- por una vía no delirante.
Así como en las neurosis el terapeuta no se hace cargo de las demandas manifiestas del
paciente y procura que trascienda del hecho concreto y sus asociaciones al símbolo como síntesis
del aprendizaje, al esquizofrénico habrá que mostrarle lo que esperamos de él, responder a la
continua necesidad que tiene de .que le confirmemos sus propias percepciones, desligando
paulatinamente la realidad de sus fantasías. El vínculo que surge por este camino es al principio
firme y cerrado: llega a ser creado un lenguaje propio, poco apto para la comunicación
extraterapéutica; la interdependencia es intensa. En cierto modo se está repitiendo la relación
primigenia, recreada en una situación correctora.
Esta situación correctora no está exenta de peligros: hay mensajes no dichos que son de capital
importancia para el destino de esta relación. No debe olvidarse que, en última instancia, la
relación terapéutica con el esquizofrénico se reduce a un encuentro de narcisismos.
Formas como estas no son dichas, pero sí actuadas por parte del terapeuta: “ya puedes
descansar, a partir de ahora yo te voy a cuidar. Déjate querer y guiar por mí”. Lo latente es la
omnipotencia y el deseo de sustituir a la feroz familia por las cualidades excelsas del terapeuta.
Pero aún hay más: si analizamos con algún detenimiento lo anterior aparece de hecho una
contraposición entre el terapeuta, su estructura edípica y el ataque ideal a su familia en la familia
del paciente.
Edipo del terapeuta puesto contratransferencial mente en juego, en protesta frente al
narcisismo del paciente no aceptado en el paciente de uno mismo: “él no puede estar tan enfermo
que yo, en mi omnipotencia, no pueda curarle” o finalmente “él no puede descontrolarme tanto
hasta el punto de hacerme como él”.
Como vemos, la relación con el esquizofrénico engendra problemas distintos a los que
conlleva la terapia con neuróticos, en la que accedemos a su comprensión, fundamentalmente, a
través de la identificación proyectiva.
El terapeuta se conecta normalmente con la realidad a través de una estructura edípica, lo que
le permite predecir y tolerar el juego presencia-abandono, pudiendo soportar así el ser excluido y
categorizar esta exclusión en el símbolo.
Por su parte el esquizofrénico se relaciona desde una estructura diádica, proyectando,
introyectando y denegando el antiguo vínculo materno a todos los que establece, con la
particularidad de que el aprendizaje que extrae es lineal, acumulativo, sin interconexiones íntimas
entre las experiencias.
Enfrentadas estas estructuras es evidente que el intercambio directo e inmediato de
experiencias no va a ser posible, la metáfora será inútil. El terapeuta tiene que crear-con un
código comunicacional en el que lo connotativo, lo analógico, se privilegia frente a lo denotativo.
Nos movemos en un sistema no regido por las leyes de la lógica formal, lo que lo asemeja, de
alguna manera, al proceso primario.
Esta inusual forma de relación, levanta ansiedades que tienen que ver fundamentalmente con
la exclusión.
La exclusión del terapeuta es equivalente aquí al autismo del paciente. Exclusión que significa
cuestionamiento de la parte no resuelta del conflicto edípico, aquello que subsiste de alguna
Isabel Sanfeliu y Rosa Grueso
forma en el terapeuta de ansia destructiva, de narcisismo contrariado, de querer ocupar él mismo,
con los aspectos más regresivos de su yo, el espacio propio del hermano-paciente.
Existen tantos contenidos contratransferenciales como relaciones terapéuticas; analizar cómo
se soporta la frustración en cada caso, nos remitiría a la propia biografía del terapeuta en colisión
con el grupo paciente-entorno.
En principio, el esquizofrénico necesita reconocer a “aquel que ocupa el lugar de una
representación”, de forma que soporte todos sus impulsos sin ser destruido por ellos. Si no
alcanza este objetivo, es muy probable que la terapia no prospere, no se va a sentir respaldado y
sus fantasías de destrucción aniquilarán al terapeuta. Si, por el contrario, éste llega a ser investido
de todo-poder, deviene en “objeto idealizado”, consiguiendo así que el paciente comience a
depositar en él sus ansiedades, pero sometiéndose a la vez al peligro de asumir simbióticamente
su “ideal del yo”. Erigido así en Dios omnipotente, el narcisismo del terapeuta se inflacciona en
un primer momento.
En un terapeuta con una personalidad de tipo esquizoide, la fantasía del psicótico entrará más
en consonancia con aquella del que escucha, lo que no impide que la viva con distancia, que no
se deje afectar demasiado por la misma. Esto puede hacerle parecer como frío o insensible. El
terapeuta fantasea especularmente ser invadido. Pero lo que es un punto débil de este tipo de
personalidad, se puede convertir en algo operativo sabiéndolo instrumentalizar de forma que lo
que era frialdad se convierta en fortaleza.
Un terapeuta con una mayor fijación en la posición confusa del desarrollo (1) tenderá a
sobreexigirse para alcanzar el ideal que le han impuesto, lo que puede despertar en él
sentimientos de ira dirigidos hacia la persona que le está obligando a dar esa imagen tan
prepotente. Si estas ansiedades son demasiado fuertes, puede sobrevenir un desplome con la
consiguiente sensación de impotencia. Si en el terapeuta esquizoide veíamos el binomio frialdadfortaleza, ahora observamos invasión versus flexibilidad. El confuso corre el peligro de aparecer
como invasor al acercarse demasiado, demasiado pronto desde su gran autoexigencia. Destruir y
emprender la huida es la fantasía del terapeuta en este caso.
Un terapeuta con núcleo depresivo, puede sentirse gratificado al recibir la petición
inconsciente del paciente que le desconfirma su propia fantasía de desvalorización. Ante esto
sentirá un impulso de agradecimiento que puede ser recogido por el paciente como debilidad. La
envidia y el rencor frente al descontrol del paciente son los latentes contratransferenciales en esta
ocasión. El maternaje es el lugar privilegiado de este núcleo.
Por otra parte, hay que considerar que estos núcleos de personalidad no existen puros,
solamente son un modelo teórico. Para no caer en el reduccionismo, tenemos que tener en cuenta
permanentemente que cada individuo tiene una historia susceptible de una doble lectura:
diacrónica y sincrónica (utilizamos estos términos en el sentido de Ferdinand de Saussure), que
incidirá directamente en la actitud y los sentimientos despertados por el esquizofrénico.
Hasta aquí nos hemos referido a la etapa en la que el esquizofrénico con su transferencia
reviste de omnipotencia a la figura del terapeuta, pero debe llegar un momento en el que lo
idealizado se torna en total, es decir, en realidad, y reaparece lo persecutorio, un juego de
continuo cambio de signo amor-odio, acercamiento-pánico, realidad-fantasía.
El neurótico vive este problema desde la totalización ambivalente, lo que hace que el terapeuta
a la par que odiado pueda sentirse querido y luego abandonado. Sin embargo, en la esquizofrenia
aparece como divalencia (agresión-dependencia). Todo está depositado en una sola relación. Nos
da o retira el afecto de forma rotunda, sentirá toda confianza o todo temor, sin conseguir que
coexistan ambos sentimientos en un objeto ajeno a Yo.
La ambivalencia inherente a todo individuo, la encontramos en el terapeuta en forma de restos
narcisistas frente a la realidad edípica.
El terapeuta experimenta una profunda frustración, que puede ser vivida como herida
narcisista (fundamentalmente en el núcleo esquizoide, vaciamiento (en el confuso) o culpa-rencor
(en el depresivo).
De todo lo visto se desprende que en la psicoterapia con esquizofrénicos, se engendra mayor
toxicidad que en otros cuadros clínicos. No es peligroso que esto ocurra, el riesgo sería ignorarlo.
Resumen
Las autoras parten de la contratransferencia en pacientes esquizofrénicos como el punto de
incidencia fundamental. Y lo delimitan dejando a un lado los aspectos de contención y de terapia
de grupo, centrándose en lo que representa el encuentro con el esquizofrénico. A partir de los
núcleos básicos de la personalidad plantean la relación del terapeuta con el paciente para tener en
cuenta los aspectos de empatia y los puntos ciegos.
Resume
Les auteurs partent du contretransfert chez des patients schizophrénes, en tant que point
d'incidence fondamental, ils le délimítent en laissant de cote les aspects de conten-tion et de
thérapie de groupe, pour se centrar sur ce que représente la rencontre avec le schizophréne. A
partir des noyaux de base de la personnalité, elles posent le rapportdu thérapeute au patient de
facón a tenir compte des aspects de 1'empathie et des points avuegles.
Summary
The authors begin with contra-transference in schizophrenic patient as the fundamentally
consequential point. They discuss it by leaving the aspects of contention and of group therapy to
the side and center on what represents the encounter with the schizophrenic. Assuming the basic
nucleus of the personality, they expound upon the relation-ship between the therapist and the
patient, considering the aspects of “empatia” and the blind spots.
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