“Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.” Jn 3, 14-21 Cuando se cerró la fábrica donde trabajaba, John encontró empleo en un garaje. Una vez tuvo que ir, ya al atardecer, a probar un coche en una carretera poco frecuentada. El cielo estaba encapotado y comenzaba a llover. Casi no pudo ver a la mujer y su Mercedes. Parecía ya anciana, indecisa y nerviosa en la cuneta de la carretera. A pesar de la poca visibilidad, John se dio cuenta de que necesitaba ayuda y salió del coche para ir a socorrerla. Aunque trató de dibujar una sonrisa, se la veía preocupada. Nadie había parado a ayudarla en más de una hora. Y el que ahora se acercaba, ¿vendría a robarle y hacerle daño? Advirtió que vestía pobremente y que sus vestidos estaban demasiado sucios para poder fiarse de él. John se dio cuenta de la situación y, todavía a cierta distancia, gritó preguntando si necesitaba ayuda, que él era mecánico. Se trataba sencillamente de una rueda pinchada y sin aire. La cambió en un momento. Al ofrecerle la señora dinero, John movió la cabeza negativamente y, simplemente, le dijo: -Si me quiere pagar, la próxima vez que encuentre a alguien que necesite ayuda, échele una mano. A los pocos kilómetros había un restaurante, bastante destartalado y sucio, pero la señora necesitaba tomar un café caliente. La camarera también iba pobremente vestida y estaba embarazada de bastantes meses. Era muy amable y servicial. Al terminar, la señora puso un billete grande en el platillo. La camarera se extraño al ver tanto dinero y fue a traerles las vueltas. Pero la señora había desaparecido. Había escrito en la servilleta de papel: “Alguien me ayudó cuando lo necesitaba. A usted le hará falta el dinero para afrontar el nacimiento de su hijo. Guarde las vueltas, por favor. No me de las gracias, pero continúe esta cadena de amor y ayude a los que lo necesiten”. Epidemia de Amor “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su hijo único, para que quien crea en él no perezca sino que tenga vida eterna”. (Juan 3, 16). En este cuarto domingo de Cuaresma, te invito a que te hagas consciente en el momento de tu oración personal por las noches: ¿Cuánto te ama Dios para dar la vida de su propio Hijo Jesucristo por ti, sin pedirte nada a cambio, simplemente por puro amor? Dios no se ha reservado nada por amor a ti. ¿Y tú que vas a hacer? ¿Vas a seguir la cadena como te propone el cuento? ¿Vas seguir la cadena que un día empezó Dios entregando su Hijo? Pregúntate: ¿Qué puedo hacer Señor por ti? Y deja que Dios te hable en el silencio de tu cuarto. Cómo ejercicio puedes hacer una cadena de papel. En el primer eslabón podrías escribir la frase evangélica de Juan 3, 16. y después puedes ir añadiendo eslabones y escribiendo en ellos todo lo que Dios ha hecho por ti. En el últimos eslabón escribir: ¿Qué puedo hacer Señor por ti? Seguro que el Señor te sugiere alguna cosa concreta que quiere que hagas en esta Cuaresma.