Enseñar exige respeto a la autonomía del ser del educando | Freire

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Freire, Paulo. PEDAGOGÍA DE LA AUTONOMÍA: Saberes necesarios para la práctica educativa * 28
3. Enseñar exige respeto a la autonomía del ser del educando
Otro saber necesario a la práctica educativa, y que se apoya en la misma raíz que acabo de discutir la de la inconclusión del ser que se sabe inconcluso-, es el que se refiere al respeto debido a la
autonomía del ser del educando. Del educando niño, joven o adulto. Como educador, debo estar
constantemente alerta con relación a este respeto, que implica igualmente el que debo tener por mí
mismo. No está de más repetir una afirmación hecha varias veces a lo largo de este texto -el
inacabamiento de que nos hicimos conscientes nos hizo seres éticos. El respeto a la autonomía y a la
dignidad de cada uno es un imperativo ético y no un favor que podemos o no concedernos unos a los
otros. Precisamente por éticos es por lo que podemos desacatar el rigor de la ética y llegar a su
negación, por eso es imprescindible dejar claro que la posibilidad del desvío ético no puede recibir
otra designación que la de transgresión. El profesor que menosprecia la curiosidad del educando, su
gusto estético, su inquietud, su lenguaje, más precisamente su sintaxis y su prosodia; el profesor que
trata con ironía al alumno, que lo minimiza, que lo manda “ponerse en su lugar” al más Ieve indicio de
su rebeldía legítima, así como el profesor que elude el cumplimiento de su deber de poner límites a la
libertad del alumno, que esquiva el deber de enseñar, de estar respetuosamente presente en la
experiencia formadora del educando, transgrede los principios fundamentalmente éticos de nuestra
existencia. Es en este sentido como el profesor autoritario, que por eso mismo ahoga la libertad del
educando, al menospreciar su derecho de. ser curioso e inquieto, tanto como el profesor permisivo
rompe con el radicalismo del ser humano -el de su inconclusión asumida donde se arraiga la eticidad.
Es también en este sentido como la capacidad del diálogo verdadera, en la cual los sujetos dialógicos
aprenden y crecen en Ia diferencia, sobre todo en su respeto, es la forma de estar siendo
coherentemente exigida por seres que, inacabados, asumiéndose como tales, se tornan radicalmente
éticos. Es preciso dejar claro que la transgresión de la eticidad nunca puede ser vista o entendida
como virtud, sino como ruptura de la decencia. Lo que quiero decir es lo siguiente: que alguien se
vuelva machista, racista, clasista, lo que sea, pero que se asuma como transgresor de la naturaleza
humana. Que no se venga con justificaciones genéticas, sociológicas o históricas o filosóficas para
explicar la superioridad de la blanquitud sobre la negritud, de los hombres sobre las mujeres, de los
patrones sobre los empleados. Cualquier discriminación es inmoral y luchar contra ella es un deber
por más que se reconozca la fuerza de los condicionamientos que hay que enfrentar. Lo bello de ser
persona se encuentra, entre otras cosas, en esa posibilidad y en ese deber de pelear. Saber que
debo respeto a la autonomía y a la identidad del educando exige de mí una práctica totalmente
coherente con ese saber.
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