Este año , como bien sabéis ya, la Iglesia lo va a dedicar al

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SACERDOTES AL SERVICIO DE UN PUEBLO SACERDOTAL
Todos los bautizados formamos un solo cuerpo místico, miembros de Cristo que es la cabeza de la iglesia.
En este año sacerdotal todos los cristianos estamos invitados a colaborar en el fortalecimiento de la
comunión como signo de fidelidad y pertenencia al único Pueblo de Dios, cuerpo de Cristo en el que los
sacerdotes ejercen su ministerio (servicio) en nombre de Cristo y el Pueblo de Dios ejerce sus sacerdocio
común que cada bautizado, recibe en el bautismo, en el cuál también es consagrado por Dios. Por eso en
el cuerpo místico como nos dice San Pablo cada uno tiene una función, una no es más importante que la
otra sino complementarias (1cor 12).
El sacerdote preside desde el servicio y en nombre de Dios la celebración de los sacramentos que todos
celebramos como pueblo sacerdotal.
Para ser sacerdote a favor de los otros, hay que ser antes cristiano con el resto de los cristianos. El
bautismo recibido nos constituye a todos en sacerdotes, profetas y reyes. Esta primera consagración
recibe una nueva identidad en aquellos que han sido llamados al orden ministerial.
El papa en su carta con motivo del año sacerdotal, dedicado al santo cura de Ars, nos recuerda lo que les
dice el concilio Vaticano II a los presbíteros ”reconocer sinceramente y promover la dignidad de los
laicos y la función tiene como propia en la misión de la iglesia … deben escuchar de buena gana a los
laicos , teniendo fraternalmente en cuenta sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los
diversos campos de la actividad humana para poder juntos, con ellos, reconocer los signos de los tiempos.
Este espíritu de comunión se expresa, primeramente, en la misma relación de los sacerdotes entre sí con
su obispo y de estos con el pueblo santo de dios (Juan 17, 21-23). Esto hará una iglesia más rica y
participativa donde nadie tiene la patente de Dios sino que Dios mismo es el que se adentra en nosotros y
transforma lo que somos y por lo tanto lo que hacemos, entonces toda la iglesia podrá ser aroma de Cristo
para el mundo. Tenemos que dar razón de nuestra esperanza (1 p 3 ,15) en un mundo plural y alejado de
dios, cooperando en nuestras comunidades (iglesia-movimiento) desde los propios carismas y dones,
recibidos de Dios.
De ahí que el santo que escoge la iglesia, como modelo, el santo cura de Ars, no es un gran erudito, pero
si un hombre de fe que sabe que lo más importante no es su salvación personal ni el cumplimiento de
unas normas sino el que el reino se haga realidad en el mundo, pero todo esto no se puede llevar a cabo
sin, desde y para el Amor. (1 cor 13).
¿Soy consciente de mi bautismo y lo que esto implica en mi vida?
¿Participo en la comunidad ( movimiento-iglesia) activamente y ofrezco mis carismas y dones?
Este año , como bien sabéis ya, la Iglesia lo va a dedicar al sacerdocio, y que mejor
que pedirle a nuestros sacerdotes más cercanos un poco de su experiencia:
1
Manuel Lozano Pino, 49 años, lleva 12 años consecutivos desde 1997, aparte de los 3 que
dedicó en el inicio de la Misión (1986-1989). Vicario Episcopal del Municipio Cedeño; párroco de Ntra.
Sra. del Carmen y del Valle en las parroquias civiles de La Urbana y Pijiguaos, donde existen numerosos
caseríos campesinos y comunidades indígenas de diversas etnias; en Caicara atiende los centros pastorales
de San Juan Bosco y Ntra. Sra. de Coromoto; coordina los programas de Pastoral Social: atención
educativa a niños sin escuela; más la formación y capacitación de jóvenes y adultos a través de los centros
de Formación Profesional de la Iglesia: Irfa, Cecal, Invecapi; es consiliario del grupo de Evangelizadores
y atiende sacerdotalmente a las Hermanas religiosas Concepcionistas.
Carta de Manolo Lozano:
1.
Bueno, no se si mi experiencia sacerdotal puede ser edificante para alguien, ya que soy consciente
que no soy ningún santo, tampoco ninguna lumbrera, ni tengo nada especial que destacar…
Soy un hombre corriente, como los demás,
pero tengo conciencia de que Él me llamó de una manera particular,
con lazos de amor me atrajo y me supo enamorar,
así sin méritos propios, de presbítero, en su Iglesia me puso a trabajar:
dos años en la Serranía, ocho en mi querida ciudad, ya llevo quince años al otro lado del mar,
2.
Todo comenzó de manera muy normal, dentro de un ambiente cristiano: el Movimiento Mac,
allí tuve un maestro, amigos y hermanos de verdad.
Aprendí a superarme y asumir responsabilidad.
No descuidé el compromiso, y dentro de una gran actividad, buscaba momentos de silencio, aprendí a
orar.
Todo eso me ayudó a ir por buenos caminos y esquivar la maldad,
La Eucaristía fue mi alimento, con hambre no se puede caminar,
me confesaba con frecuencia, reforcé la espiritualidad, y cuando tropezaba, me volvía a levantar.
3.
Empecé a conocerme y comprender a los demás,
el evangelio me enseñó la misericordia, curar las heridas del que cae, a nadie abandonar.
Condeno el pecado, al pecador nunca, jamás.
Mi tarea es la del maestro, salvar a todos, nunca condenar,
La biblia dice: “el que se sienta seguro, tenga cuidado, se puede resbalar”, “no saques la mota de tu
hermano, sino la viga que tienes atravesá”
No busqué las cinco vueltas, hipocresías, mentiras para enredar;
En el evangelio se lee: “sólo la verdad te puede dar la auténtica libertad”,
2
4.
Ser lo más simple posible como Francisco, Foucault o Teresita: vivir pobre y escondido, el camino
de la infancia espiritual.
Es la paradoja del Reino, los últimos adelantan, los primeros quedan atrás.
Si la soberbia te domina, vas de retro, cuesta abajo, sin freno, nadie te puede parar.
Cuidar la esencia, limpiar el plato por dentro, dejar que Jesús entre en tu templo para que no haya
oscuridad. Arroja toda moneda, idolatría y vanidad, deja que te zarandee, vive para adorar, siempre en
autenticidad, pues la letra mata, el espíritu nos vivificará.
5.
Sentí que me decía: Proclama mi amor al mundo, has puesto la mano en el arado, no eches la vista
atrás, yo te quiero para mí, también para los demás.
No le tengas miedo a nadie, mi Espíritu siempre te acompañará, te dará la fuerza, la alegría y el
entusiasmo a la hora de evangelizar.
Mi Madre, Auxilio de los Cristianos, está velando por ti, nunca te abandonará, como lo hizo por mí a la
hora de la verdad.
6.
Estoy seguro que es cierto, a pesar de mis pecados, mis fallos y toda mi debilidad, Dios está
siempre conmigo, lo veo siempre actuar, cuando bautizo, predico, celebro o ejerzo la caridad.
Es una gracia muy grande recibir el ministerio sacerdotal, ser compañero, amigo íntimo de Jesús,
representarlo de manera sacramental.
Oren por mí, mis amigos, para ser un buen sacerdote, estoy lejos de la santidad, he fallado mil veces,
otras mil me he de levantar, Rueguen por mí sacerdotes santos: Don Manuel González, Don Bosco y el
cura de Ars.
7.
Vivo feliz mi sacerdocio, pero no con heroicidad, quiero superarme, esa es la pura verdad.
Como San Pedro le digo: ¡Señor, ten piedad! Tu eres mi vida, te mereces mucho más. Y siempre oigo de
sus labios: sé que tu me amas, ¡apacienta la maná! déjate de tonterías, confía más en mí, deja atrás lo
demás.
Señor, a pesar de mis miedos, y de que me pregunto: ¿y ahora qué sucederá?, me abandono en tus manos,
moldéame como quieras, quiero celebrar consciente el Año Sacerdotal, coincide en el tiempo con mi año
Jubilar, permíteme que pueda realizar mi lema de ordenación: “El que persevere hasta el fin, ese se
salvará”.
Y.. ¡no hay más! Chacachá, chacachá, chacachá.
Manolo Lozano.
3
Emilio López Navas (Wally), 30 años, lleva casi 4 años de sacerdote, se ordenó el 29
de julio del 2006, y lo demás nos lo cuenta él…….
En este año sacerdotal, escribir o intentar resumir mi experiencia de estos casi cuatro años (el día
29 de julio de este año los cumpliré), es cuanto menos apasionante. Cuando miro atrás me digo que mi
historia ha sido realmente “singular”. Hablando humanamente, he vivido mi existencia sacerdotal en dos
continentes, en varios países, en ambiente rural y en una ciudad, con jóvenes y niños y con personas
ancianas… en fin, que parece que Dios me ha querido hacer probar un poco de todo. Italia, Israel y
Palestina; Cañete, Cuevas, Serrato… y ahora Torremolinos (con su lote de guiris y turistas) están
configurando estos primeros años de vida de este “curilla joven”.
La verdad, todo esto lo he vivido y lo vivo como un regalo de Dios. Viví mi vocación (o mejor
dicho, el descubrir que la tenía) como un regalo, que implicaba un compromiso. Dios me regalaba darme
cuenta de que me quería para sí, de una manera total (otra cosa es cómo responde uno, claro!).
Desde la entrada al Seminario me propuse como criterio de discernimiento dos “efes”: felicidad
y fidelidad. La perseverancia en el seminario se basaba en la felicidad, y si dejaba de ser feliz, entraba en
juego la fidelidad. Pero la verdad es que no pasaron más de cuatro días en los que quisiera irme. Cuando
lo sentía, medía la felicidad y si estaba siendo fiel. Como Dios, que me regalaba las dos cosas, no fallaba,
pues yo continué. Y no creáis que no tuve problemas, tensiones… incluso dicen por ahí que algunos
formadores no me veían de cura… pero el Señor es más grande que todo eso. Si tuviera que resumir esos
siete años en el Seminario de Don Manuel en pocas palabras, diría que fue un tiempo de maduración y de
apertura de mente. Maduración porque entré muy joven, y la mayoría de mis compañeros eran mayores
que yo. Y de apertura de mente porque el contacto con la teología y las diferentes realidades de la
diócesis te hacen ver las cosas de manera distinta. De un mundo reducido del movimiento, se empieza a
comprender que hay mucha gente cerca trabajando por lo mismo que nosotros, aunque de una manera
distinta. La riqueza es increíble, y muchas veces he dado gracias al Padre por permitirme conocer a tanta
gente y a tantas instituciones que se plantean la vida desde el Evangelio.
Una de las pruebas que ahora me parecen “lejanas”, pero que me hicieron sufrir en su momento
fue la de enviarme a ampliar estudios en Roma. Me costó, fue una prueba, como digo, de la obediencia
que aún no había prometido al obispo. Yo no compartía esa decisión: muy joven, sin experiencia en
parroquias, sin ser cura… pero el buen Dios sabe lo que se hace. Aquella frase del Evangelio de san Juan
(15,2: Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más
fruto.) se hacía vida: yo presumía (interiormente) de que me mandaran donde fuera, lo aceptaría como
voluntad de Dios. Pero no me esperaba, no entraba en mis planes eso de Roma. Allí aprendí una frase que
ahora voy haciendo mía: NADA PEDIR, NADA REHUSAR. La voluntad de Dios para mí se hace
patente y cercana en lo que me piden los superiores, aunque suene a antiguo, lo vivo y experimento así.
4
Si en el seminario se me abrió la mente, en Roma la universalidad es la tónica normal: 100 curas
jóvenes de toda España conviviendo día a día, y la Universidad más reputada del mundo Católico con una
magnífica Biblioteca a mi servicio. Sin duda algo impagable. Pero si viví la universalidad, también se
reafirmó de donde vengo: de Málaga y del MAC. Además, el estudiar Biblia es algo que me apasionó,
que me sorprendió gratamente. Ahora no puedo leer la Palabra de la misma manera, está llena de pozos
en los que sacar agua, a veces muy profundos, pero otras veces tan claros que sorprende que la gente no
los vea.
Mis dos meses en Israel y Palestina (uy, que se me ve el plumero) fueron un baño en las fuentes.
Disfruté y recé al máximo, en la tierra de Jesús. Ahora que estoy recién retornado de allí, descubro que el
Evangelio es más comprometido de lo que uno puede pensar: en aquellas tierras el mensaje es más
necesario, pero al mismo tiempo se vive más a flor de piel, se toma más en serio, porque es la señal de
identidad, lo que dice: soy cristiano, y ¡a mucha honra! Cuántas lecciones de vida me traje, y cuánto de
bueno.
Después vino Cañete. Mi experiencia allí ha sido enriquecedora, porque, en primer lugar, era lo
que Dios quería para mí, y en segundo, porque me han enseñado mucho de lo que es un cura. He
aprendido (a veces muy rápidamente) a tomar decisiones, a escuchar muchos problemas de gente muy
sencilla, a pelearme con gente menos sencilla… y a retomar mi primera vocación (los jóvenes y los niños)
desde mi segunda vocación: ser cura. Aprendí a vivir en unas comunidades que se entregan al sacerdote,
pero que le exigen una dedicación plena. Aprendí la sencillez de unas religiosas de clausura, que viven
dedicadas a la oración y el trabajo en una especie de oasis dentro de la vorágine actual de cosas y de
ruidos. Unos pueblos vivos, en los que la fe es vivida y transmitida a pesar de las dificultades, en las que
los problemas son reales y serios, pero que se viven desde Dios. Por supuesto, con sus tradiciones más o
menos evangélicas, llamadas sin duda a ser depuradas, pero con un aire añejo que lo impregna todo
convirtiéndolo en más “auténtico”.
Han sido dos años de aprendizaje forzoso, pero al mismo tiempo gozoso. Ahora llevo unos
meses aquí, y aunque se aprende en la distancia, ya voy disfrutando de algunas cosillas: la posibilidad de
crear, de inventar; la necesidad de seguir estudiando, por las clases; la cercanía a Málaga, que me da la
cercanía al MAC… en fin, que en estos casi cuatro años Dios me ha bendecido, y lo sigue haciendo.
Quizá esta reflexión sea demasiado “humana”, pero es lo que me brota de una revisión “sencilla” de mi
vida. Quizá se podría profundizar más en las actitudes pastorales, en las inquietudes, o en cómo descubrí
la vocación… pero eso lo dejo para otro momento, con un café por delante… gracias, Señor, por todo lo
que me regalas.
Wally
EL SENTIDO DE LA LITURGIA: CELEBRAR NUESTRA FE
A todos nosotros nos habría gustado vivir en la época de Jesús, ser testigos de la cercanía del
Maestro, de su palabra, haber escuchado sus parábolas, y haber sido testigos de la celebración de la
Última Cena, la primera Eucaristía. Ciertamente, Jesús Resucitado está junto al Padre, pero ha querido
que todas las personas de todos los tiempos, puedan tener contacto vivo con él. En esto consiste la
Liturgia y los sacramentos: son las mediaciones que permiten hacer presente hoy a Jesucristo entre
nosotros y entablar un contacto personal y vivo con él.
Es llevar a nuestra vida las conocidas palabras del relato de los discípulos de Emaús: “… y cómo lo
habían reconocido al partir el pan.” (Lc 24,35)
5
La Liturgia nos invita a vivir la misma experiencia que vivieron los contemporáneos de Jesús a
través del tiempo. Eso se consigue mediante la Palabra de Dios con la que Cristo se nos comunica, el
ministerio del sacerdote que preside la celebración, la oración con la que nosotros entramos en diálogo
con él y, sobre todo, a través del Cuerpo y la Sangre del Señor en la Eucaristía. De esta consideración se
deriva la importancia de la Liturgia para la vida de la Iglesia y en concreto para la vida de nuestras
comunidades. Cada comunidad por pobre y sencilla que sea, en cualquier lugar donde se encuentre, es
una comunidad litúrgica, llamada a celebrar el misterio de la salvación; para hacer memoria de Jesús con
la palabra, los signos, las oraciones, los gestos; para que baje el cielo a la tierra y suba la tierra al cielo.
Por eso, es necesario que sepa lo que celebra y cómo celebra ese misterio del Señor.
“La palabra “liturgia” en la tradición cristiana significa que ‘el Pueblo de Dios toma parte en la
obra de Dios.’ La palabra ‘liturgia’ en el Nuevo Testamento es empleada para designar no solamente la
celebración del culto divino, sino también el anuncio del Evangelio y la vivencia de la caridad. La
Liturgia, obra de Cristo, es también una acción de su iglesia. En la celebración litúrgica, la iglesia,
introduce a los fieles, a través de los sacramentos, en la nueva vida que nos ha traído el Redentor.”
(Vivir y Celebrar nuestra Fe; Alfonso Crespo Hidalgo, pag 13, 18- 19)
EL AÑO LITÚRGICO:
El tiempo litúrgico de la iglesia tiene su fundamento en la misma realidad del tiempo cósmico
(cronos), con sus estaciones, el ritmo de los días, las semanas, los años. Pero acoge también la dimensión
bíblica del tiempo (Kairós) como espacio lleno de la presencia del Señor.
Con Cristo el tiempo adquiere una dimensión definitiva. Dios, que es eterno, ha querido
manifestarse a los hombres en un tiempo determinado. Así , la historia no es simplemente el relato de
hechos sucedidos una vez para siempre, sino que se convierte en una historia sagrada, que narra un
acontecimiento siempre vivo: la plenitud de la salvación de los hombres, que Dios realiza de una vez para
siempre por medio de su Hijo.
El tiempo, no es sólo un calendario de días, sino que se convierte, también, en manifestación de
la presencia de Dios en medio de nosotros.
El año litúrgico es una escuela de espiritualidad muy rica. Es un camino para vivir los misterios
de Cristo, haciendo memoria de de su nacimiento, muerte y resurrección.
A lo largo de cada año, la Liturgia de la Iglesia celebra el “Misterio de nuestra Fe”, recorriendo
los misterios de la vida de Cristo, el Señor. Dure el curso de un año, la Iglesia nos hace entrar en contacto
con cada uno de los misterios de la vida de Cristo para hacer viva en nosotros la obra de la salvación. El
Año litúrgico recorre los distintos momentos históricos de la existencia de Jesús, desde el nacimiento
hasta la subida al cielo. De este modo, Cristo ocupa siempre el centro y el protagonismo del año litúrgico.
El año litúrgico tiene la capacidad de abrirse a todos los acontecimientos de la historia de la
salvación celebrados en forma apretada y sintética en un año solar que cíclicamente vuelve para
ofrecernos el gozo de la memoria perenne de Cristo, que llena de sentido el tiempo de la Iglesia y de la
humanidad.
Con la celebración de los misterios del Señor, a lo largo del Año litúrgico, los cristianos somos
invitados por la Iglesia a incorporarnos al misterio de la salvación reproduciendo en nosotros la Imagen
del Hijo de Dios hecho hombre. Y del mismo modo que Cristo descendió de los cielos hasta las
profundidades de la muerte en la cruz para ascender resucitado y glorioso, junto al Padre, así también la
Iglesia, reproduce en nosotros, por medio de los sacramentos, ese descenso la muerte para resucitar con
Cristo a la nueva vida. (Rom 6,3; Col 3, 1-4)
6
LOS TIEMPOS DEL AÑO LITÚRGICO:
El año litúrgico comienza con el Domingo I de Adviento y termina con la solemnidad de Cristo
Rey del Universo. Domingo tras domingo, semana tras semanas, día tras día y hora tras hora, Cristo
actualiza su obra salvadora en el tiempo, entregándose a su Iglesia para santificarla.
No todos los tiempos litúrgicos tienen igual peso e importancia. La primacía la tiene el sagrado
Triduo Pascual, la conmemoración de Cristo muerto, sepultado y resucitado: todos los tiempos litúrgicos
convergen en la Pascua y de ella reciben la luz y significado.
ADVIENTO Y NAVIDAD:
El Adviento forma una unidad con la Navidad y la Epifanía. Del mismo modo que la Cuaresma
desemboca en la Pascua de Resurrección, el Adviento desemboca en la solemnidad del Nacimiento de
Jesús que abre el tiempo de Navidad y la Epifanía. En los dos casos es una fiesta la que hace de eje tanto
del periodo que la antecede como del que la sigue: “Pascua de Resurrección “, la pascua genuina, y a la
que popularmente se designa como Pascua de Navidad.
TIEMPO ORDINARIO:
El tiempo ordinario tiene una primera parte, que abarca los días que van desde el lunes después
del Bautismo del Señor hasta el miércoles de ceniza exclusive. Más tarde, se reanuda a partir del lunes
después de Pentecostés con una larga duración hasta el primer domingo de Adviento.
Constituye un tiempo ideal para la contemplación y la celebración de las palaras y acciones de
Cristo en el Evangelio, reflexionar sobre la vida cristiana según las exhortaciones de los apóstoles y
seguir una lectura de la historia de la salvación en el Antiguo Testamento a la Luz de la novedad de
Cristo. La celebración del domingo, día del Señor, proyecta su luz sobre los otros días de la semana.
CUARESMA:
El tiempo de Cuaresma es un periodo particularmente apto para despertar en los fieles el sentido
de la vida cristiana concebida como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre
cada día su amor incondicionado por toda creatura humana y, en particular, por el hijo pródigo (Lc 15,
11-32).
La Cuaresma se inicia con la imposición de las cenizas y la invitación “convertíos y creed en el
Evangelio” (Mc 1, 15). Con estas palabras, Jesús comenzó su misión en la tierra para reconciliar a los
hombres con el Padre.
El acto penitencial con el que se inicia la celebración eucarística puede adquirir en Cuaresma un
sentido particular. En él, la Iglesia implora la misericordia de Dios: ante el derroche de misericordia del
Padre, el creyente no puede sino situarse en la disposición de ánimo del publicano de la parábola
evangélica (Lc 18, 13), y asumir, no solo sus sentimientos, también su arrepentimiento. La conversión es
un aspecto que caracteriza toda la existencia humana.
El miércoles de Cenizas es como un pregón de cuaresma. Es el pórtico de cuarenta días para
acercarnos a la Pascua del Señor. Son cuarenta pasos para acercarnos a la casa del Padre. Es un largo
recorrido, pero el camino se hace corto si eliminamos peso (pecados) y si avivamos el deseo ardiente de
encontrarnos con la persona que más nos ama: Dios nuestro padre.
La Cuaresma es el tiempo del hijo pródigo. Cada uno de nosotros somos un “nuevo hijo
pródigo”. Es un tiempo propicio para la conversión, para enderezar la vida y para preparar los días de
Pascua.
SEMANA SANTA:
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Domingo de Ramos:
Con el Domingo de Ramos, la Iglesia entra en el misterio de su Señor crucificado, sepultado y
resucitado. Jesús, entrando en Jerusalén expresa el triunfo real del Mesías y el anuncio de su Pasión.
La celebración de este domingo tiene dos partes: la bendición de las palmas y los ramos de olivo, con la
consiguiente procesión que conmemora la entrada triunfal en Jerusalén, y la Eucaristía, que es memorial
de la muerte y resurrección de Cristo. En esta eucarística se lee un relato evangélico de la Pasión.
El Domingo de Ramos anuncia ya el Viernes Santo. El mismo pueblo que hoy le aplaude y vitorea, se
hará mudable y desagradecido y convertirá sus gritos en un “crucifícale.
Jueves Santo:
El Jueves Santo, hasta la mañana, es aún tiempo de Cuaresma. A partir de la Misa vespertina,
llamada “Misa en la cena del Señor”. Comienza el Triduo Pascual, que continua durante el viernes y el
sábado Santos, tiene su centro en la Vigilia Pascual y acaba con las Vísperas del Domingo de
Resurrección.
El Jueves Santo, sino se traslada al martes anterior, como es costumbre en nuestra diócesis, se
celebra la Misa Crismal. En esta eucaristía, que el obispo celebra con todos los sacerdotes de su
presbiterio se consagra el santo Crisma (con el que se ungen a los bautizados, los confirmados, las manos
de los presbíteros, la cabeza de los obispos y las iglesias y los altares en su dedicación…) Y se bendicen
también los demás santos Óleos.
La celebración central del Jueves Santo es la eucaristía de la tarde. El jueves santo es el día en el
que Jesús congrega a los suyos para dejarle su testamento de amor y despedirse de ellos. Es día de
recuerdos que suscitan gratitud para los cristianos: la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio, y la
entrega del Mandamiento nuevo, como resumen de toda la Ley del Maestro.
El Jueves Santo nos pone a los cristianos al lado del sufriente, del sin esperanza, del solitario, del
amenazado por la muerte, los que arrastran su visa sin razones para la alegría. Son los que hoy, necesitan
que sus pies sean lavados por los cristianos, al ejemplo del maestro.
Este Jueves, se celebra el Amor que se entrega en la Eucaristía y que se derrama en amor fraterno. La
eucaristía tiene una prolongación en la adoración ante el Santísimo en los múltiples Monumentos de
nuestras iglesias. La visita, la oración y la tradicional “hora santa” es expresión de la devoción de nuestro
pueblo a Misterio del Amor de Dios que se queda con nosotros “encerrado en el sagrario” y presente en
cada prójimo que nos necesita.
Viernes Santo:
El Viernes Santo Cristo es elevado en la cruz. Es la cruz la que preside nuestra celebración. Es la
celebración de la Pasión del Señor. La Iglesia, siguiendo una antiquísima tradición, en este día no celebra
la eucaristía.; la Comunión se distribuye a los fieles solamente durante la celebración de la Pasión del
Señor, sin embargo, los enfermos que no puedan participar en dicha celebración pueden recibirla a
cualquier hora.
Hay varios momentos en esta celebración de la Pasión del Señor: primero, tras una procesión en silencio,
se proclama solemnemente del Evangelio de la Pasión; después, se hace una oración universal y solemne;
a continuación, se presenta la cruz, triunfo de la donación y amor de Jesús, para la adoración de los fieles;
se concluye, con el rito de la sagrada Comunión. Se deja la Crus expuesta para su contemplación.
8
Durante el sábado santo, la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte;
no celebra la eucaristía y queda el altar desnudo, hasta que después de la solemne Vigilia, se proclama el
pregón Pascual de la Resurrección del Señor y celebre de nuevo la Eucaristía.
Pascua de Resurrección:
La celebración de la Vigilia Pascual es la celebración más importante de todo el calendario
cristiano. A lo largo de la celebración, varios signos nos recuerdan a Cristo Resucitado: se inicia la
celebración bendiciendo el fuego y prendiendo el Cirio pascual, signo de Cristo Resucitado. Con las velas
encendidas del Cirio Pascual (signo de que somos partícipes de la resurrección de Cristo), escuchamos el
solemne Pregón de la Pascua. A continuación se hace memoria de toda la Historia de la Salvación,
leyendo diversas lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento. Después se bautizan a los catecúmenos, si
los hubiera, y los ya bautizados renovamos las promesas bautismales,
La celebración de la eucaristía es el punto culminante de la Vigilia porque es el sacramento
pascual por excelencia, memorial del sacrificio de la cruz, presencia de Cristo resucitado, consumación de
la Iniciación cristiana y anticipo de la Pascua eterna.
Todas las celebraciones de la semana sólo es posible entenderlas como un puente preciso para
llegar a la orilla luminosa de la Resurrección. El mayor de los días para el cristiano es la Pascua de
Resurrección, se convierte en el Día primero. La “fiesta de las fiestas”.
TIEMPO PASCUAL:
La Iglesia celebra el Tiempo Pascual, que abarca los cincuenta días que van desde el domingo de
Resurrección hasta el domingo de Pentecostés; estos días han de ser celebrados con alegría como si se
tratasen de un solo y único días festivo, y más aún, como un “gran domingo”. La exclamación “aleluya”
quiere significar una eclosión de gozo por la Resurrección del Señor. Los ocho primeros días del Tiempo
Pascual constituyen la “octava de Pascua” y se celebran con solemnidad, teniendo muy presentes en la
oración a los nuevos bautizados. El tiempo Pascual nos trae a la memoria los primeros momentos de la
nueva vida del Resucitado: se aparece a sus discípulos y los llena de alegría. La alegría es el gran fruto de
la Pascua.
Las primeras experiencias pascuales de los testigos directos de la Resurrección y de los primeros
discípulos del Resucitado, se recoge en el libro de los Hechos de los Apóstoles, acta y memoria de la
acción evangelizadora de los primeros apóstoles. En este tiempo de gozo pascual, la Iglesia lee con
asombro y entusiasmo la crónica de los primeros pasos de la Comunidad Primitiva, y medita en su
corazón esta bella descripción de la vida comunitaria: “El grupo de los creyentes pensaban y sentían lo
mismo, lo poseían todo en común, y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía: daban testimonio de
la resurrección con mucho valor” (Hch 4, 32-33) .
Amor solidario, alegría pascual y valor misionero, son un test para diagnosticar si también
nosotros “hemos resucitado con Él”
EL DÍA DE PENTECOSTÉS:
Pentecostés es la fiesta del Espíritu. Después de la Ascensión de Jesucristo, en la que celebramos
la vuelta de Jesús a la casa del Padre, Pentecostés nos recuerda que, como prometió Jesús, “no nos deja
huérfanos” (Jn 14, 18): el Espíritu de Jesús está entre nosotros y alienta a la Iglesia.
Después de la solemnidad de Pentecostés, La Iglesia retoma el Tiempo ordinario, en una
continuidad de domingos, hasta llegar a Cristo Rey, anterior al primer domingo de adviento, con el que
iniciaremos un nuevo ciclo o Año litúrgico.
(Vivir y Celebrar nuestra Fe; Alfonso Crespo Hidalgo, pag 37- 57)
9
LA EUCARISTIA:
Desde el punto de vista de la Iniciación cristiana, la Eucaristía es el sacramento que culmina el
proceso de iniciación. Los Padres de la Iglesia insistían en el simbolismo que tiene participar los
bautizados del Cuerpo eucarístico de Cristo. Precisamente porque el Bautismo y la Confirmación nos han
configurado y hecho cuerpo de Cristo, la eucaristía es el símbolo de esa unidad. Cuando se trata de una
persona adulta que quiere hacerse cristiano, después de recibir el bautismo y la confirmación, se le invita
a participar en la meda de la eucaristía, incorporándose plenamente a la comunidad cristiana. La Primera
Comunión, que se recibe al final de la infancia, hemos de verla como el “inicia” de una participación que
está llamada a crecer gradualmente.
A este sacramento esencial se le da muchos nombres:
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Eucaristía: porque es “acción de gracias” a Dios. Esta palabra recuerda las bendiciones judías
que proclaman, sobre todo durante la comida, las obras de Dios.
Banquete del Señor: porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la
víspera de su pasión y de la anticipación del “banquete de bodas del Cordero” en la Jerusalén
Celestial (Ap 19,9).
Fracción del pan: porque este rito fue utilizado por Jesús cuando bendecía y distribuía el pan
como cabeza de familia, sobre todo en la última cena (MT 26, 26). En este gesto los discípulos le
reconocerían después de su resurrección y con esta expresión los primeros cristianos designaban
sus asambleas eucarísticas. Todos los que comen de este único pan partido, que es Cristo, entran
en comunión con Él y forman un solo cuerpo en Él.
Asamblea Eucarística: porque la eucaristía es celebrada en la “asamblea de los fieles”,
expresión visible de la Iglesia.
Memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Santo Sacrificio: porque actualiza el único sacrificio de Cristo salvador en la cruz, e incluye la
ofrenda de la Iglesia. Completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza.
Comunión: porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su
Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo.
Santa Misa: porque se termina con el envío de los fieles, la “missio”, a fin de que cumplan la
voluntad de Dios en su vida cotidiana.
La Eucaristía es “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” nos dice el Concilio. Los demás
sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la
Eucaristía y a ella se ordenan. La Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo
mismo.
“…Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también
Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros (vosotros sois mis amigos,
Jn15, 14) Más aún, nosotros vivimos gracias a Él (el que Me come vivirá por Mí, Jn 6, 57). En la
comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo estén el uno con el otro
(permaneced en Mí como Yo en vosotros, Jn 15, 4).” “Cuando los discípulos de Emaús le pidieron que se
quedara con ellos, Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la eucaristía
encontró el modo de quedarse con ellos. Recibir la comunión es entrar en profunda comunión con Jesús.
Esta relación de íntima y reciproca permanencia, nos permite anticipar en cierto modo el cielo en la
tierra…” (Juan Pablo II).
Por otra parte, conviene recordar que Eucaristía y Caridad van siempre juntas, La Iglesia es
Palabra, Comunión y Servicio de la Caridad. Es la comunidad de creyentes que escucha la Palabra de De
Dios y proclama a todos, intenta vivir en comunión del amor, y ha recibido la misión de servir a los
hombres.
La frase final de la eucaristía, dice el sacerdote a los fieles: “podéis ir en paz”, es un saludo que
pretende ponernos en marcha para que, al volver al quehacer cotidiano, ofrezcamos a los hermanos el
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amor que en el altar hemos recibido y proclamemos al mundo la buena nueva de la Palabra que hemos
escuchado.
LA RECONCILIACIÓN:
Este sacramento es llamado sacramento de la Penitencia, de la Reconciliación, del Perdón y de la
Conversión.
Los que se acercan al sacramento de la Reconciliación obtienen de la misericordia de dios el
perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia y la
comunidad, a la que ofendieron con sus pecados.
Es “sacramento de conversión” porque realiza sacramentalmente la llamada de Jesús a la
conversión (Mc 1, 15), la vuelta a la casa del Padre (Lc 15, 18) del que el hombre se había alejado por el
pecado.
Es “sacramento de Penitencia” porque consagra un proceso personal y eclesial de conversión, de
arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano.
Se le denomina “sacramento de confesión” porque la declaración o manifestación, la confesión
ante el sacerdote, es un elemento esencial de este sacramento. En un sentido profundo, este sacramento es
un reconocimiento y alabanza de la santidad de Dios y de su misericordia con el hombre pecador.
Se le denomina “sacramento del perdón” porque, por la absolución sacramental del sacerdote,
Dios concede el perdón y la paz.
Es “sacramento de reconciliación” porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia. El
que vive del amor misericordioso de Dios está pronto a responder a la llamada del Señor en la nos invita a
reconciliarnos también con el hermano: “Si vas a poner tu ofrenda ante dios, ve primero a reconciliarte
con tu hermano” (MT 5,24).
El sacramento del Perdón es reconciliación con Dios y con la Iglesia. Sólo dios persona los
pecados, porque el pecado es antes que nada una ruptura con Dios nuestro Padre. El nos perdona y nos
reconcilia. Más aún, es la única “limitación que Dios tiene”: no puede dejar de personar al pecador
arrepentido.
El sacramento del Perdón, hace visible la reconciliación con Dios y con la Iglesia, pero sabemos
las dificultades con que tropieza la práctica de este sacramento. Sin embargo, es preciso reafirmar la
importancia esencial del arrepentimiento y del sacramento de la Penitencia en la vida de los cristianos, en
la formación de la conciencia personal y en el proceso espiritual de los fieles.
La comunidad que celebra a su Señor, requiere un corazón bien dispuesto para que sus palabras
de alabanza y acción de gracias surjan desde un corazón abierto a la misericordia y el perdón. Una
comunidad reconciliada con el hermano, y que ha dado previamente el paso de la reconciliación con su
Señor, es una comunidad preparada parada para celebrar la fiesta de la Eucaristía.
(Vivir y Celebrar nuestra Fe; Alfonso Crespo Hidalgo; pag 87- 93)
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