INTRODUCCIÓN ISENO Y DIMENSIÓN PATOLÓGICA FERNANDO ANDACHT J FERNANDO ANDACHT Master of Arts en Lingüística por la Universidad de Ohio. Profesor de Semiótica en el Centro de Diseño Industrial de Montevideo. Asesor en discurso político y marketing de empresa. Profesor de Semiótica del Centro de Investigación y Experimentación Pedagógica de Montevideo. Este ensayo persigue una meta teórica y metodológica respecto al pensamiento actual sobre el diseño: hacer una rápida revisión del discurso contemporáneo sobre la actividad del diseño, su teoría, para luego radicalizar la perspectiva emergente, es decir, el enfoque pragmático. Tomo el término de «perspectiva emergente» del semiótico Floyd Merrell (1986), quien agrupa escuelas de pensamiento crítico como la deconstrucción y la hermenéutica, junto a conceptos de la actual física —indecibilidad, indeterminación, incompletud— y de la filosofía de la ciencia, dentro de la semiótica de C. S. Peirce. Basta una mirada a trabajos recientes sobre el discurso del diseño para comprobar una gran ebullición epistemológica: caen antiguos modelos (estructuralisme, formalismo, funcionalismo) y se vislumbran esbozos de otros. Dos ejemplos claros son J. Pericot (1986, 1987a, 19876) y F. Mareé (1989). Desde paradigmas diferentes pero no antagónicos, se constata una insatisfacción evidente con el análisis estático, sincrónico, del estructuralisme saussureano. Desde el aporte del último Wittgenstein, en el caso de Pericot, y del modelo propuesto por C. Morris para la significación, en el caso de Mareé, creo que hay elementos valiosos como para esbozar un prolegómeno de una teoria general del diseño en tanto semiosis. Me propongo exponer los fundamentos teóricos que nos permitan abandonar del todo el reduccionismo lingüístico (toda forma de semiosis, es decir, de circulación del sentido vía interpretación, tratada sub specie verbi) y el funcionalismo, tal como aparece en Jakobson (1960), para obtener un modelo integral, multidisciplinario, que nos permita integrar el problema del diseño a un área mucho más vasta, como lo es la cultura, pero sin perder la especificidad última del diseño, para evitar el riesgo de la desaparición de la actividad llamada diseño en una sociología de, o una psicología de, tal como plantea acertadamente M. Mallol (1989). Creo acertada su propuesta de que «sólo la conceptualización trata,'construye, el peculiar discurso de lo que es cada diseño, de lo que es el diseño» (p. 156). Esta premisa nos conduce directamente a la manifestación más radical de una pragmática, la de C. S. Peirce, para quien la realidad debe equipararse a la cognición que podemos llegar a tener de ésta: «Todo lo que es real y cognoscible es significable.»1 Aunque la tradición filosófica en la que ubicar a Peirce puede designarse como «idealismo» (su deuda con Kant es tan grande como la de E. Cassirer, por ejemplo), su peculiar forma de pragmatismo lleva a un especialista a calificar su pensamiento como «idealismo objetivo».2 Si para Peirce el hombre es un signo, se puede inferir que su capacidad de diseño es insepara1. Fairbanks, M. (1977 : 180). 2. \á.,ibid. Temes de Disseny, 1W5, pp. 107-114 ble de su propia humanidad. Radicalizar la perspectiva emergente implica poner de manifiesto que no hay algo que podamos llamar humano fuera de «la trama de significaciones [que no son] independientes de la vida [...], sino que se integran a la trama real de la vida de quienes se sirven del lenguaje».3 La idea está nítidamente expresada en el apretado resumen que hace el kantiano Cassirer de su monumental Filosofía de la formas simbólicas'. «El hombre no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo inmediato; no puede verla, como si dijéramos, cara a cara. La realidad física parece retroceder en la misma proporción en que avanza su actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido, conversa constantemente consigo mismo.»* El hombre es hijo de su propio designio, de su diseño, de sus signos. La metafórica conversación que nos propone Cassirer no es otra cosa que la continua operación cognitiva que, según Peirce, vuelve real a la realidad, que infunde semiosis en el entorno humanizándolo. Por eso vamos a ofrecer como definición primera, tentativa, del diseño la que propone M. Nadin (1988); partiendo de la premisa de que «los principios del diseño son semióticos», él define la actividad de diseñar como un «estructurar sistemas de signos de modo tal que haga posible el logro de metas humanas» (p. 269). Interesa destacar las prácticas que Nadin menciona a guisa de ejemplos de diseño; éstas son la comunicación, la ingeniería, los negocios, la arquitectura, el arte y la educación, entre otras. ¿Qué tienen estas formas de praxis en común para el teórico? Todas ellas «tienen que ver no con lo necesario, sino con lo contingente —no con cómo son las cosas, sino cómo las cosas podrían ser—, en una palabra, con el diseño». Curiosamente, nuestra intención de radicalizar el proyecto teórico que busca definir la naturaleza última del diseño parece habernos conducido a orillas muy lejanas de la actual escena científica. De lo que habla M. Nadin no es otra cosa que de la tekhné aristotélica, de su retórica entendida como «el medio de producir una de esas cosas que pueden indiferentemente ser o no ser y cuyo origen está en el agente creador, no en el objeto creado: no hay tekhné de las cosas naturales o necesarias».5 Y, sin embargo, no nos hemos alejado en absoluto del proyecto semiótico de Peirce, de su lúcido análisis de la semiosis como producción constante de significación que ante todo debe persuadir a quien la recibe —y el primero en recibirla es siempre el mismo que la produce y la debe prejuzgar como buena y convincente— de aceptarla como lo que se presenta siendo. Para ello el filosofo norteamericano elaboró entre 1867 y 1902 una rama de la lógica, otro nombre que Peirce le da a su semiòtic, llama- da RETÓRICA ESPECULATIVA (aunque también la designa en diversas oportunidades como «metodéutica» y como «retórica formal»). Con una mezcla de grandilocuencia y predicción epistemológica, Peirce escribe en 1896 que la retórica especulativa está «destinada a transformarse en una colosal doctrina de la que se puede esperar que nos conduzca a las conclusiones filosóficas más importantes, [ya que] la nueva lógica (...) se aplica a cualquier cosa» (3, 454).6 Es inevitable pensar en otra formulación de tono singularmente semejante, hecha alrededor de la misma época pero desde Ginebra, por el otro pionero de la ciencia de los signos; la semiología, según Saussure, es una ciencia que «todavía no existe pero [que] tiene derecho a la existencia, y su lugar está determinado de antemano». 7 La retórica especulativa peirceana «trata sobre las condiciones formales de la fuerza de los símbolos, o de su poder de apelar a una mente, es decir, de su referencia en general a los interpretantes» (1, 559). Esta rama de la lógica a su vez se conecta con un tipo particular de signos, una de las especies en que se dividen los símbolos;8 se trata de los argumentos. Estos signos son los que «en forma independiente determinan sus interpretantes, y de este modo las mentes a las que apelan, poniendo como premisa una proposición o proposiciones que tal mente va a admitir» (1, 559). Dos advertencias fundamentales para quien se interna en los vericuetos del pensamiento de Peirce: el interpretante no debe confundirse en modo alguno con la figura humana, real, del intérprete. El modelo semiótico de Peirce es triádico, y se compone de un signo o representamen (no idéntico pero comparable con el significante saussureano), de un objeto (no idéntico al referente, es decir, el elemento extrasemiótico) y de un interpretante.9 Los tres elementos pueden representarse así: 3. Pericot, J. (1987è : 168). 4. Cassirer, E. (1945 : 47); el subrayado es mío. 5. Barthes, R. (1966 |1982 : 17)). 6. Cito a Peirce según los Collected Papers, siguiendo la convención que indica primero volumen y luego párrafo. 7. Saussure, F. de (1916 |1972 : 60]). 8. Ransdell, J. (1977 : 174), señala como esencial del símbolo peir- ceano la existencia de «un hábito, una disposición u otra regla general efectiva para que el símbolo sea interpretado de un modo específico». 9. Peirce, C. S. (2,303), define el signo como «todo lo que determine que otra cosa (su interpretante) se refiera a un objeto al cual él mismo se refiere (su objeto) de la misma manera. El interpretante, a su vez, se convierte en un signo [...]». El final describe la semiosis infinita. Signo o representamen Interpretante Los tres son de naturaleza sígnica, no psicológica o material. Por eso la segunda advertencia también importa; tiene que ver con las reiteradas alusiones de Peirce a «una mente» o «las mentes» dentro de la ca- racterización de la retórica especulativa. Es el propio Peirce quien nos da la clave correcta para entender su modelo; en una carta a Lady Welby,10 él mismo describe su vocabulario de tono peligrosamente psicologístico, es decir, contrario a una teoría formal de la semiosis humana, como un «cebo para Cerbero». Peirce teme que de otro modo su pensamiento no sería comprensible para sus contemporáneos; utilizando así la misma retórica especulativa que teoriza, presenta sus ideas dentro de un enfoque más aceptable, pero nos deja suficientes pautas para entender que esa «mente» no es sino un mecanismo sígnico, autónomo y de naturaleza formal. El hombre está embarcado en una empresa cognitiva en virtud de la cual consigue exportar hacia el exterior entropía, información, luego de importar energía del medio en que habita. La formulación termodinámica de la antropòloga M. Anderson (1989) permite captar lo que hay de básicamente semiótico en la interacción humana, sin tener que remitirnos a modelos mentalistas ni de otra índole. Este acercamiento de la semiótica a ciencias «duras» como la biología o la teoría de la evolución apunta a la radicalización que postulamos en este trabajo. El siguiente paso implica caracterizar un modelo teórico que haga justicia a la naturaleza semiótica del diseño y que signifique una superación de corrientes inscritas dentro de una ideologia de la dominación: para comprender la semiosis se estima imprescindible la subordinación de todos los sistemas de sentido a uno, el verbal. Al respecto nos parece mucho más factible una posición como la de D. Preziosi (1979), que defiende la multimodalidad de toda semiosis. Hay siempre una coparticipación de varios canales sensoriales en la circulación de sentido; lejos de constituir un aspecto marginal, las cosas que nos rodean están en activo contrapunto con las palabras con las cuales las rodeamos: el lenguaje verbal y los entornos construidos (built environments} interactúan en una sincronía dinámica y de modo complementario y suplementario (...) dentro de la continua orquestación de significado en la vida cotidiana." COMO HACER COSAS LEGITIMAS CON SEMIOSIS Me he tomado la libertad de parafrasear el ya clásico trabajo de J. L. Austin, How to do Things with Words, para desarrollar un elemento básico presente en la descripción que da Preziosi de ese complejo y multidimensional bricolaje semiótico de cada día. Lo cotidiano ha penetrado en la ascética fortaleza de la ciencia. La imagen no es exagerada. Basta pensar en las duras pala10. Hardwick. C. S. (1977 : 81). 11. Preziosi, D. (1979 : 12). 12. Cit. en Camps. V. (1976 : 54). bras de repudio que tiene Bertrand Russell para quienes «practican el culto del uso común». 12 Creo que la teoría del diseño se encuentra en una de las encrucijadas epistemológicas más interesantes del presente. ¿Qué objeto puede ser más propicio para tratar lo cotidiano, lo común, como se nos aconseja traducir el término inglés ordinary de la llamada «ordinary language philosophy», que el diseño, sea éste arquitectónico, de interiores, de vestimenta o, como veremos más adelante, del sí-mismo del individuo? El gran escándalo teórico lo ocasiona una propuesta del último Wittgenstein: admitir que para entender la maquinaria lógico-lingüística del ser humano hay que estudiar y dar cuenta del «torbellino total de las acciones humanas, del fundamento que sirve de referencia a cualquier acción». 13 Estamos en las antípodas de la competence chomskyana, esa suerte de dispositivo cibernético tan alejado de toda situación humana, concreta y conflictiva. La performance cumple el rol de un amplísimo saco de sastre donde va a dar todo lo demasiado humano, una masa vaga y mal definida que la teoría no se siente obligada a abordar. Es a esta postura que se opone diametralmente una investigación como la del ya citado J. Pericot (1987è), cuando pretende dar cuenta del funcionamiento semiótico en relación a «la trama real de la vida de quienes se sirven del lenguaje». Pero, ya en 1878, Peirce presenta un programa filosófico en el que podemos ubicar la obra de Wittgenstein, Austin e incluso del fenomenólogo Husserl. Bajo el nombre de «pragmatismo» o «pragmaticismo», Peirce nos da un método que un siglo más tarde se nos aparece como harto prometedor para el estudio de la semiosis de cosas y de palabras, en definitiva, de la vida común en la que funciona el sentido: Una concepción, es decir, el sentido racional de una palabra u otra expresión, radica exclusivamente en su consecuencia concebible sobre la conducta de la vida [5, 412; el subrayado es mío]. Ésta es la «máxima del pragmatismo», eje central del pensamiento global peirceano, que se apoya en reconocer «la conexión inseparable entre cognición racional y propósito racional», y por eso el nombre de «pragmatismo». Peirce es quien nos enseña a atender con especial cuidado al método común con el cual la gente busca la verdad.14 Ésta es la lógica utens, ideal para lidiar con los complejos problemas de la vida corriente. Es ésta la que debe explicar la lógica docens, formal y sistemática, del estudioso. Tan importante es la dimensión de lo común, que Peirce llama a la semiótica «la ciencia cenoscópica de los signos» (1, 241). El término cenoscópico está formado por la palabra griega correspondiente a 'común' (koinós) y la palabra correspondiente a 'mirar hacia' (skopein).]S Por este motivo la tarea del es13. Id., ibid. 14. Ransdell, J. (1977 : 165). 15. Oréenle. D. (1973 : 12). pecialista no es «inventar [...], sino descubrir y desarrollar el método general para descubrir la verdad que él y todos los demás ya emplean, y emplearán, aun si la lógica teórica y la ciencia dejan de existir».16 También Husserl se propone llegar por un camino no habitual al dominio más habitual del hombre, lo que el filósofo designa como Mundo-de-Vida (Lebenswelt). Para ello el método fenomenología)17 parte del cúmulo de conocimientos que de tan familiar nos resulta obvio —Schutz (1974) lo designa como «mundo dado por sentado»—, pero va a alterar'la modalidad cognitiva común. El fenomenólogo logra así «hacer discursivo aquello que fue operativo en primer lugar».18 En definitiva, lo que estamos discutiendo aquí es la necesidad misma de una teoría —semiótica o no— sobre el diseño, opuesta a una crítica, a una tecnología y a una ética, por ejemplo. La respuesta por la afirmativa proviene precisamente de alguien que hace diseño y teoría del diseño. J. C. Jones (1981) afirma que «el contexto es lo más difícil de percibir, pues nos incluye e incluye nuestras formas de pensamiento». El enfoque pragmático, en el sentido que le da Peirce al término, permite dar cuenta de ese flujo y reflujo constante entre cognición y realidad, semiosis y objetos, relaciones y otros. Estamos aproximándonos a una teoría contextual de la significación, una que haga justicia no sólo al carácter multimodal de ésta, sino que además responda a las exigencias que la vida misma impone a los hombres en cada instante. La exigencia primordial, como bien lo plantea la semiótica peirceana, es el cálculo de efectos acarreados por el sentido de nuestra acción. Dinámica del significado que lo introduce de lleno en un mundo de deseos, decisiones, caminos a seguir para lograr fines probables. ¿Qué otra cosa es el diseño? Pero llegó el momento de explicitar el término legitimas del título de esta sección. Al aproximarnos a una teoría contextual del significado en acción y a la acción del significado, es imprescindible estipular una condición sin la cual no hay semiosis social: me refiero al concepto de verosimilitud, nueva remisión al cuerpo retórico de Aristóteles. La meta principal del hombre ante los demás es volverse verosímil, es decir, predecible. El caer dentro de la norma implica acceder a la legitimidad social. El «¿es verdadero?», que Austin sustituye por el «¿está en orden?»,19 la «forma de vida» propuesta por Wittgenstein, son intentos de describir las estrategias con que la semiosis apela al individuo para que éste acepte las consecuencias que se derivan de una concepción determinada. La retórica especulativa es la formalización y base heurística para comprender el grado de plausibilidad que posee un diseño. Así entiendo las recientes propuestas de dos teóricos del diseño. M. Mallol (1989) describe todo diseño no sólo como 16. RansdelU. (1977: 165). 17. Las categorías de «primero», «segundo» y «tercero» en Peirce (1, 351) son estudiadas por su fenomenología, \afaneroscopia. 18. Sonnesson, G. (1989 : 29). una plausible solución a un problema conocido, [sino] también, entre muchas otras cosas, una manera de conocer este problema y una determinación de verosimilitud de sus soluciones. La práctica del sentido no sólo constituye un uso, una acción, sino que debe sortear la mirada vigilante de la Ley, que nos exige «asignar a los resultados [de nuestras decisiones] una legítima historia».20 Antes de entrar en la discusión de la otra propuesta que pone de manifiesto la importancia de lo verosímil respecto al diseño, voy a introducir la obra de quien más ha hecho para comprender la negociación de la legitimidad dentro de la interacción social; me refiero al sociólogo —aunque quizás «sociosemiótico» sería más acertado— Erving Goffman. Con su aporte completaremos este periplo teórico que sirve de base para la propuesta que vamos a formular aquí. MARCOS PARA UNA DIMENSIÓN PATOLÓGICA Heredero de Durkheim y de Mead, el canadiense E. Goffman dedica su vida a estudiar un dominio menospreciado por la Gran Sociología, es decir, aquella que estudia las instituciones, las clases sociales, la clase política. Desde su hoy clásico La presentación del si-mismo en ¡a vida cotidiana de 1959, hasta el discurso que escribe desde el lecho hospitalario que no había ya de abandonar, «Lordre de l'interaction», publicado postumamente en 1983, Goffman no hace sino desarrollar una premisa teórica: El sí-mismo es en parte un objeto ceremonial, algo sagrado que debe ser tratado con atención ritual y que a su vez debe ser presentado a los demás en su justo enfoque. 21 Durante dos décadas, el especialista en las pequeñas escenas que arman lo cotidiano va a analizar con gran minucia y lucidez la escenografía montada por la persona para recibir, como satisfactoria importación, el sentido que ha exportado respecto a cómo desea ser considerado. La maniobra encaja holgadamente dentro de la definición de diseño que nos da M. Nadin (véase p. 108). Rica combinación de comunicación, ingeniería social, arte y arquitectura, la persona es la construcción por excelencia que diseña el individuo para asegurarse la legitimidad. Cabe preguntarse entonces: ¿cuál es la heurística de este proceso diseñístico tan básico como universal? La 19. Cit. en Camps, V. (1976: 122). 20. Garfmkel, H. (1967 : 114); cit. en Wolf, M. (1982 : 162). 21. Goffman, E. (1967 : 99). clave está en un dispositivo empleado para generar realidad. El marco es definido como un dispositivo básico de comprensión disponible en nuestra sociedad para entender el sentido de los acontecimientos, [pues] vuelve lo que de otro modo sería un aspecto sin ningún sentido de la escena en algo significativo.22 Estos esquemas interpretativos cumplen con una doble finalidad en la vida cotidiana, en el diseño de nuestra acción en tanto semiosis legitimante: a) dan una definición contextual del significado social; responden así al interrogante «¿qué está sucediendo aquí?»; b) estipulan la clase de participación subjetiva apropiada en una situación dada. Aunque no existe una influencia directa, no es dificil ver en este esquema cognitivo del marco goffmániano una fuerte afinidad con la pragmática de Peirce, así como hay una estrecha relación del marco y el trabajo persuasivo de la semiosis tal como la estudia la retórica especulativa. El paralelo entre la teoría semiótica y la etnografía de la vida cotidiana es aún más llamativo, si atendemos a la caracterización que da Goffman del objeto de su investigación. Su estudio queda englobado en la categoría «material en el cual absorberse», mi versión apenas aproximativa del intraducibie engrossable que propone él autor. Él aclara que ese algo en el cual absorberse no es necesariamente «aquello que para un individuo es real, sino más bien aquello que puede atrapar su atención».23 La proyección de marcos hacia el entorno, tanto para delimitar conceptualmente el sentido de una situación como la relación legítima de la persona respecto a ésta, no tiene en cuenta criterios psicológicos ni ontológicos, sino estrictamente semióticas. Lo que cuenta para el análisis del marco no son los sentimientos, sean conscientes o no, ni la estructura del mundo; sólo considera la semiosis producida en relación a este material en el cual absorberse, en el cual creer e interesarse en diversos grados (desde el rechazo a la seducción). Dicho en términos de Peirce, estamos discutiendo aquí sobre el poder de la significación para «apelar a una mente para que admita ciertas proposiciones» (1, 559). El hombre y todo lo que lo rodea, incluido el universo mítico llamado «imaginario social» por algunos autores,24 está sometido al continuo proceso de verosimilización. Volverse verosímil, como bien observó el 22. Gofl'man, E. (1974 [1986 : 10, 21]). 23. \d.,ihid. 24. 25. 26. 27. cepto Por ejemplo Castoriadis, C. (1975 (1983]). y Colombo. E. (1989). Birdwhistell. R. (1970 : 16). Goffman, E. (1967 : 231). La tesis puede verse como un moderno avatar del clásico prede Horacio, quien en su poética estipula dos fundones a toda maestro de Goffman, es requisito esencial para verse humano: Vmmann- Ser en alguna medida predecible constituye el sine qua non de la cordura y la humanidad. 25 Pero, si pensamos en el intrincado despliegue de estrategias con que los hombres elaboran la puesta en escena de su normalidad, concluiremos con el discípulo que «la naturaleza humana no es una cosa muy humana». 26 Cuanto mayor el diseño, menor la necesidad. Con el modelo sociosemiótico de Goffman en mente, voy a discutir críticamente la otra propuesta que desde la teoría del diseño trata el problema de lo verosímil. En su discusión del «lenguaje de los objetos», F. Mareé (1989) propone dos grandes categorías para articular «el campo semántico de las funciones»: la eficacia y la implicación. Para caracterizarlas se apoya en el enfoque de corte conductista de C. Morris y en el funcionalismo de R. Jakobson. Mareé establece dos parámetros en la relación usuario-diseño; éstos son la legibilidad del objeto (= eficacia) y la atracción provocada por éste (= implicación). Aunque los aspectos aquí discriminados, la pura utilidad y la seductora belleza, parecen asimilarse al sentido común, 27 podemos aplicarle a este modelo teórico la célebre navaja de Ockham. Se trata de una máxima metodológica para reducir las complicaciones de un método a su mínima expresión;28 el propio Peirce la recomienda con entusiasmo, pues nos aconseja que «una hipótesis no debe introducir complicaciones no requeridas para explicar los hechos» (4, 1). Me parece correcto el juicio hecho por Mareé respecto a que el objeto supone una propuesta de uso para el sujeto que debe ser aceptada por éste.29 Precisamente la importancia de esta aceptación o legitimidad semiótica señala la conveniencia de no hablar de dos funciones separables, e incluso ordenadas temporalmente en nuestra relación con el diseño del entorno (incluidas las personas como efectos escénicos), sino de la proyección de un marco que a la vez define sentido e involucra a la persona con una alineación verosímil respecto a dicho sentido. No sólo se simplifica el modelo, sino que se explica una experiencia típica de la vida cotidiana: gramática y dramática son inseparables, es decir, las formas y las impresiones a partir de éstas, ó el ser y la apariencia, conforman un todo. poesia: «dar provecho y deleitar, o la combinación de dar placer con algunos preceptos útiles para la vida» (Arx poética. 333-334). 28. La máxima de Ockham reza así: «Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem», es decir, no deben multiplicarse las entidades excepto que esto sea absolutamente necesario. 29. Mareé, F. (1989 : 152). Goffman y Peirce expresan bien este concepto de homogeneidad no divisible. Para el primero, en urià crisis interaccional lo que dejamos entrever no es una persona, nosotros mismos, sino un marco, aquel que habíamos estado manteniendo. Estos afectos y reacciones son sólo incidentalmente de personas; ellos son en primer lugar de los marcos, y es sólo en términos de marcos que se puede entender la preocupación mostrada respecto a ellos.30 El camino más seguro para acceder a la semiótica y alejarse de toda metafísica es para Peirce «no preguntar sobre lo que es realmente, sino sólo sobre aquello que se nos aparece a todos en cada minuto de nuestras vidas» (2, 84; el subrayado es mío). Empleando otra imagen del semiótico norteamericano, pienso que intentar separar utilidad y legitimidad es como querer llegar al corazón de la cebolla, que se termina con nada entre los dedos. Lo que sirve (para algo) y lo que nos parece posible (por algún motivo aceptable) constituyen un mismo acto de semiosis. Propongo ahora, a riesgo de caer bajo la filosa navaja, introducir como elemento heurístico en el campo teórico del diseño la noción de dimensión fatológica de la significación, inspirada en la «comunión fática» de Malinowski (1930), es decir, el lenguaje empleado en el intercambio social libre, sin propósito alguno [...]. Su función en las meras sociabilidades es uno de los aspectos básales de la naturaleza del hombre en la sociedad.31 Hay una suerte de oxímoron en el calificar de «aspecto basal» algo empleado tan sólo «en las meras sociabilidades». He intentado desarrollar el potencial de esta aparente contradicción, riqueza que no llegamos a apreciar en la versión más divulgada del concepto; me refiero a la «función fática» u orientación al contacto del modelo comunicacional de R. Jakobson (1960). La dimensión fatológica no busca hipostasiar una nueva entidad, sino destacar una dimensión de la semiosis social,32 central para el estudio del diseño en todas sus manifestaciones. Dentro de esta dimensión queda incluida toda estrategia semiótica empleada por un individuo para volver sus actos presentables o legítimos. La semiótica de esta década que se inicia precisa la tan anunciada reunión interdisciplinaria. Dentro del ámbito teórico delimitado por la dimensión fatológica pueden aunarse las reflexiones de la psicología social, la antropología, la Gestalt, la biología, pero sin desvirtuar la naturaleza semiótica del objeto estudiado: ob30. Goffman, E. (1974 [1986 : 487|). 31. Malinowski, B. (1930 : 313). 32. Ransdell, J. (1986 : 78), comenta respecto a las categorías peirceanas (icono, índice, símbolo) que su finalidad es «tan sólo aislar dimensiones de la significación en las cosas». servar desde múltiples ángulos las incesantes transacciones en que personas, cosas, lugares se vinculan de mil modos, pero siempre a la búsqueda de la legitimidad anhelada. El propio F. Mareé incluye dentro de la implicación la función fática, que a su vez presupone «tres dimensiones de la recepción».33 Como señalé al comienzo de este trabajo, mi intención es radicalizar esta perspectiva emergente, mediante un retorno a la fuente del pragmatismo, la semiótica de C. S. Peirce. Es inobjetable la observación que hace Mareé sobre la admisibilidad de todo objeto, agregaría yo de todo diseño: El objeto supone una propuesta de uso para el sujeto que debe ser aceptada por éste.34 Sí me parece objetable la dicotomía conceptual que subyace a esta proposición. Mareé opone una primera etapa cognitiva, que luego describe como «denotación» del objeto, a una posterior aceptación de éste, lo que constituiría una suerte de connotación objetual. Hace ya dos décadas R. Barthes (1970) procedía a deconstruir en forma provocativa la oposición denotación/connotación; el primer término, lejos de ser «el primer sentido, finge serlo; bajo tal ilusión no es, al fin, más que la última de las connotaciones (aquella que parece fundar y obturar la lectura)».35 La propuesta es iluminadora: nos conecta con el relevo infinito de un signo a otro, sólo detenido por la acción de los argumentos, y también nos acerca a la sucesión infinita de marcos, detrás de los cuales no se esconde ninguna realidad final, última —llámese uso, objetividad o denotación—, sino la irrupción abrupta de otra cosa, el no-diseño (la muerte como necesidad, por ejemplo). Con la dimensión fatológica, deseo sentar las bases de una búsqueda teórica en la que se incorpora la microsociología de los marcos y la generalidad y tipicidad de las representaciones (símbolos, leyes, hábitos, argumentos) según Peirce. Una sociosemiótica de esta índole estaría habilitada para realizar uno de los grandes desafíos de cualquier reflexión histórica del diseño, por ejemplo. Podemos preguntarnos cuál es la relación entre los microcontextos —el entorno construido— y los macrocontextos, la Historia mayúscula de los movimientos sociales, las ideologías, los procesos económicos, entre otros. Al final de su obra, Goffman nos deja una noción muy sugerente, algo que representa una notable mejora respecto a esquemas demasiado simplistas, de tipo causa y consecuencia, como la vulgata marxista respecto a la relación entre superestructuras ideacionales y culturales, por un lado, y la base económica como determinante, por otro. Goffman advierte que los ritua- 33. Mareé, F. (1989 : 152). 34. Id., ibid. 35. Barthes, R. (1970 : 16). les sociales, las expresiones y artefactos empleados en ellas (incluido el sí-mismo, la identidad legítima del individuo) no son la expresión de algún arreglo estructural [...], en el mejor de los casos es una expresión en relación a estos arreglos. Las estructuras sociales no «determinan» culturalmente las manifestaciones típicas; apenas ayudan a seleccionar entre el repertorio disponible de éstas.36 A este tipo de relación entre diseño de la vida cotidiana y grandes estructuras sociales, el etnógrafo le llama «vínculo difuso» (loose coupling). La noción es decisiva para la dimensión fatológica. Por primera vez podremos estudiar el diseño no como reflejo de algo que lo trasciende, que lo convierte en un fenómeno marginal, derivativo. El problema que se abre para la investigación es analizar cuál es la naturaleza exacta de esa correlación. A modo de ejemplos y para cerrar este prolegómeno de una teoría integrada y sociosemiótica del diseño, pensemos en el poder formador de la parafernalia nazi respecto a la construcción del Reich que iba a durar mil años, o, yendo para atrás en la historia, el rol que jugó el rediseño de vestimenta y temporalidad para los revolucionarios franceses. Desde la perspectiva que estamos planteando aquí, ya no es tan claro u obvio qué determina qué cosa. El enfoque fatológico nos permite volver a percibir el poder conformador de los pequeños contextos en que se desarrolla la vida, en que se diseña la actividad. A medida que varían los marcos, cambia la verosimilitud y por ende lo que el hombre conoce, lo que puede volverse absorbente, real para él. D. Pignatari describe la silla de Gerrit Thomas Rietveld, diseñada en 1918, como «no exactamente una silla»; para el teórico es «un pensamiento, un manifiesto neoplasticista».37 La descripción es válida para todo diseño, sea éste vanguardista o no. Más allá de la estética o la tecnología aplicada, es en relación al diseño que el hombre llega a concebirse del modo en que lo hace, es decir, él se incorpora al mundo social dentro del espacio generado por los marcos. No hay otra realidad que ésta. Para poderse sentar en la silla Rietveld o en una pesada y antropomòrfica silla Luis XV, debe enmarcar la acción en un marco, debe volverse verosímil. Aquello que adquiere legitimidad en el reducido ámbito de una sala doméstica, bien puede preparar el terreno para formas de legitimidad a gran escala, que involucran los modos en que se organiza la vida colectiva, nacional e incluso más allá de fronteras. La semiosis fatológica exporta orden hacia el entorno, y al hacerlo desencadena un proceso cuyos límites son difíciles de precisar. Lo que conocemos como persona humana, ser que interactúa, no es sino la silueta cambiante que dibujan estos límites, un diseño que no tiene fin. 36. Goffman. E. (1983 |1988 : 214|); el subrayado es del original. 37. Pignatari, D. (1983 : 15). Anderson, M. (1989), «Comments on Culture and Semiotics from the Perspective of a Maverick Anthropologist», en W. A. Koch (ed.). Culture and Semiotics, Brockmeyer, Bochum. Barthes, R. (1966), Investigaciones retóricas I, Ed. Buenos Aires, Barcelona, 1982. Barthes, R. (1970), S/Z, Seuil, Paris. Birdwhistell, R. (1970), Kinesics and Context, University of Philadelphia Press, Filadèlfia. Camps, V. (1976), Pragmática del lenguaje y filosofía analítica, Ed. Península, Barcelona. Cassirer. E. (1945), Antropología filosófica. Fondo de Cultura Económica, México, 1979. Castoriadis, C. (1975), La institución imaginaria de la sociedad 1, Tusquets, Barcelona, 1983. Colombo, E. (1989), El imaginario social, Tupac Ediciones, Montevideo. Fairbanks, M. (1977), «Reality as Language in the Peircean Semiòtic»., Semiótica, 19 : 3/4, 179-185. Goffman, E. (1967), Interaction Ritual, Aldine, Chicago. Goffman, E. 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