DE LA OPOSICIÓN ARMADA AL FRUSTRADO INTENTO DE

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DE LA OPOSICIÓN ARMADA AL FRUSTRADO INTENTO DE ALTERNATIVA
DEMOCRÁTICA EN COLOMBIA
Enrique Flórez* y Pedro Valenzuela**
INTRODUCCIÓN
Los procesos de paz que culminaron con la
desmovilización
de
algunos
grupos
insurgentes, y su participación a través de
canales institucionales, marcaron la política
colombiana durante la primera parte de los años
noventa. Las guerrillas de los años setenta y
ochenta lograron cuestionar las estructuras de
poder y colocar en la agenda nacional temas
fundamentales como los derechos humanos, la
democracia, la justicia, la paz y la militarización.
La gran expectativa generada por los procesos de
paz en cuanto a la posibilidad de incidir con
cambios reales en la renovación política y la
modernización estatal confluyó con la crisis
social y de gobernabilidad, la acción de nuevos
actores sociales y los esfuerzos dispersos por
articular terceras fuerzas, con el objetivo de
superar los paradigmas ideológicos y políticos,
tanto de derecha como de izquierda. La solución
política del conflicto proporcionó, por tanto, una
oportunidad excepcional para transformar la
oposición armada en una alternativa
democrática.
Algunos analistas alcanzaron incluso a
vislumbrar el quiebre del bipartidismo y el
surgimiento de un sistema multipartidista en el
país. Sin embargo, la actual dinámica política ha
producido desencanto en algunos sectores,
generando serios interrogantes sobre las
limitaciones y las posibilidades de las fuerzas
desmovilizadas para constituirse en alternativa a
los partidos tradicionalmente hegemónicos y
cuestionando la
eficacia de su aporte a la superación de la crisis
económica y sociopolítica. El retroceso de estos
movimientos provenientes de las guerrillas de
izquierda puede tener un impacto significativo
sobre la consolidación de la paz y la afirmación
democrática en varios países de la región.
Ello demuestra la necesidad de ampliar el foco de
análisis de los procesos de paz más allá de las
negociaciones directas entre los actores en
conflicto, como lo ha venido haciendo un
número creciente de trabajos que rescatan la
importancia de las fases de prenegociación y de
materialización de los acuerdos. Diferentes
autores1 han reconocido que la primera es a
menudo mucho más importante y difícil que la
fase de negociación cara a cara, puesto que en
ella debe generarse la voluntad de sentarse a la
mesa, definir la agenda, identificar los actores
y decidir en qué calidad entran a negociar. Los
análisis de esta fase se han centrado
principalmente en sus dinámicas; en las
condiciones internas, interpartes y del entorno
que contribuyen a la "madurez" del conflicto;
en las dificultades de los actores para tomar la
decisión de negociar y comunicarla al
adversario y en los mecanismos de participación
de terceros que pueden facilitar el proceso. La
fase de materialización de los acuerdos también
ha comenzado a cobrar mayor importancia en los
análisis, desde la perspectiva del cumplimiento
de los mismos, de los mecanismos que puedan
garantizar su sustentabilidad y del proceso de
reconciliación de los actores y las sociedades o
comunidades previamente divididas2.
* Representante del PRT en las negociaciones con el gobierno colombiano, miembro del comité editorial de la revista
Irene
** Politólogo, director del Departamento de Ciencias Políticas y de la Especialización en Resolución de Conflictos,
Pontificia Universidad Javeriana.
1 Véanse, por ejemplo, Zartman (1986,1995) y Mitchell (1983,1991).
2 Véase, principalmente, Lederach (1994).
El objetivo de este artículo es propiciar la
reflexión en torno a un aspecto específico de la
situación de postconflicto: la construcción de
nuevas opciones políticas y sociales, desde la
experiencia de las fuerzas que intentaron
infructuosamente hacer el tránsito de la
oposición
armada
a
una
alternativa
democrática consolidada. Mediante el examen
de los factores que impidieron concretar ese
propósito esperamos aportar elementos útiles
para los eventuales procesos de negociación con
la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar y los
intentos de reforma política en la senda de un
desarrollo democrático.
1982-1991: REACOMODO DEL RÉGIMEN
POLÍTICO
El desgaste político del régimen bipartidista y
excluyente del Frente Nacional, que se
extendió hasta el periodo presidencial
comprendido entre los años 1978-1982, dejó
como balance una crisis institucional agravada y
una imagen nacional e internacional negativa. En
consecuencia, una vez concluido el Frente
Nacional, los círculos del poder, confrontados a
las diferentes violencias y a las crisis de
legitimidad y representación, se dieron a la tarea
aún inconclusa de legitimar las instituciones
mediante la modernización y la renovación.
Las elecciones de 1982 permitieron el comienzo
de un reacomodo del poder que se desarrolló a
lo largo de los gobiernos de Belisario Betancur,
Virgilio Barco y César Gaviria. Desde un partido
minoritario, Betancur consiguió el apoyo
nacional para darle un vuelco a la continuidad
política. Sin embargo, aunque en el tránsito a un
cambio institucional insinuó un camino distinto
en el tratamiento del orden público y el
funcionamiento de algunas instituciones clave,
las fricciones con los mandos militares, el fracaso
de la primera etapa de los diálogos de paz y la
hecatombe del Palacio de Justicia impidieron el
logro pleno de su objetivo.
Le correspondió, por tanto, al gobierno de
Virgilio Barco (1986-1990) darle un nuevo aire al
régimen político con la puesta en vigencia del
esquema "gobierno oposición", lo que requería
la integración de los actores sociales y
políticos. Con la institucionalización de una
Consejería de Paz, el presidente Barco recuperó
el apoyo del Ejército a la acción presidencial por
la convivencia e introdujo, al mismo tiempo,
elementos de
ruptura en la alianza entre algunos estamentos
de las Fuerzas Armadas y el paramilitarismo,
mediante la eliminación del decreto que desde
la administración de Julio César Turbay Ayala
(1978-1982) legitimaba las autodefensas.
El régimen político se encontraba gravemente
amenazado. Pese a sus errores, la guerrilla
adquiría el perfil de oposición armada legítima,
o, como mínimo, se adueñaba de un espacio
como opción política. La conformación de un
nuevo régimen no podía, por tanto, desconocer el
espacio alcanzado por la insurgencia. Con este
propósito, Barco lanzó el documento "Iniciativa
para la paz", el cual fue inicialmente rechazado
con un discurso tradicional pero posteriormente
asumido por el M-19. Las violencias
experimentaban un crecimiento acelerado y no
era descabellado pensar que si no se encontraba
una solución política podría generalizarse una
guerra sin perspectivas, con asiento en algunas
regiones del país.
En esas circunstancias, César Gaviria se impuso
como candidato liberal (luego del asesinato de
Luis Carlos Galán) en contra de la más rancia
clase política, representada en la aspiración
presidencial de Hernando Duran Dussán. El
anuncio de una renovación generacional le
permitió un nuevo reacomodo al círculo del
poder, el cual lideró un proceso de cambio
político mediante la oferta de diálogo y
negociación con la guerrilla, y la convocatoria a
una Asamblea Constituyente. La paz se formuló
entonces con un ángulo distinto: ya no consistía
simplemente en la negociación con la guerrilla y
el cese al fuego, sino también en la búsqueda de
fórmulas que permitieran legitimar las
instituciones y dotarlas de la capacidad para
resolver los conflictos de la sociedad colombiana.
Con la Constituyente y el impulso a la
modernización, Gaviria le arrebató la iniciativa a
una guerrilla apenas iniciada en el tránsito
hacia la paz y la construcción de una alternativa
política.
La reinserción de un gran segmento del
movimiento guerrillero hizo que la paz se
percibiera como una empresa fácil que no
requería mucha inversión. Sin embargo, pese a
que las élites dominantes demostraron mayor
capacidad que la insurgencia para capitalizar a
su favor dicha iniciativa, no coincidimos con
aquellos sectores políticos y académicos que
aseveran que la función esencial del proceso de
paz fue la de negociar la reinserción de
alrededor de dos mil combatientes. Prueba de
que no fue así es que la aplicación de los
beneficios económicos y sociales del Progra-
ma de Reinserción sólo comenzó dos años
después de firmados los acuerdos, tanto por las
demoras
propias
de
los
trámites
gubernamentales,
como
por
el
hecho
irrefutable,
independientemente
de
los
resultados, de que las dirigencias de los grupos
desmovilizados enfatizaron la búsqueda de un
espacio para la participación política que, a la
postre, se esfumó como un espejismo.
No obstante, la paz fue más un fenómeno
transitorio de opinión y un recurso para el
reacomodo del régimen político que un pretexto
para fortalecer la democracia o construir una
sociedad más justa. Esa oportunidad se
desaprovechó al montarse un gran escenario
fugaz que impactó a sectores reducidos de la
sociedad y que resultó funcional al régimen
político,
permitiéndole
superar,
coyunturalmente, con la Constitución de 1991,
las crisis de legitimidad y de gobernabilidad. A
partir de esta recuperación se desataría una
contraofensiva del clientelismo, la corrupción y
las viejas maneras de hacer política.
En cuanto convocatoria a la sociedad, la
Asamblea Nacional Constituyente (ANC) resultó
insuficiente, pues no logró conmover el
abstencionismo ni aglutinar todas las fuerzas
insurgentes y apenas movilizó algunos sectores
de opinión. Sus alcances resultaron limitados,
pese a la propuesta gubernamental de que la
discusión
sobre
las
transformaciones
económicas y sociales no se diera en la mesa de
negociación sino en ese "gran escenario" donde
estarían representados amplios sectores de la
sociedad. Los argumentos referentes a la
correlación de fuerzas y a la necesidad de
impulsar la concertación y de evitar la
polarización de la sociedad, además de las
presiones de las facciones de poder a las que no
les interesaba el tratamiento de esos temas,
lograron excluir de la discusión los problemas
de las estructuras económicas, la concentración
de la riqueza, la desigualdad social y la fuerza
pública.
La Constituyente quedó entonces reducida a un
escenario para la iniciativa estatal de
reestructuración de las instituciones. Como lo
expresa Wills (1993,172):
... a partir del proceso constituyente, el gobierno se
aferró a la tesis de que las reformas políticas eran
suficientes para deslegitimar el alzamiento
armado, y que las transformaciones económicas y
sociales debían ser una consecuencia del debate
democrático.
O, en otras palabras, la
administración Gaviria le otorgó a lo político la
capacidad de suscitar cambios en lo económico y
lo social.
El restringido escenario de la ANC confirmó
uno de los dramas del proceso político
colombiano: la incapacidad de los partidos
tradicionales para convocar a la sociedad en
propósitos nacionales y generar elementos de
unidad nacional (ésta tampoco se afianzó) y la
de las fuerzas alternativas para catalizarlos.
Sin embargo, el mérito fundamental del proceso
de paz de 1990-1991 fue evitar el estallido de la
olla de presión en que se había convertido la
sociedad colombiana a finales de la década de
los ochenta. Con ello se generó una iniciativa que
logró plasmar en la nueva constitución
conceptos fundamentales para la construcción
de un Estado social de derecho y, que sentó las
bases para la construcción de una democracia
participativa.
LA PERCEPCIÓN DE AGOTAMIENTO DE
LA ESTRATEGIA GUERRILLERA
Las razones que motivaron a una parte de la
insurgencia a abandonar la lucha armada siguen
siendo objeto de debate. Para nuestro análisis
partimos del supuesto teórico fundamental de
que la decisión de contemplar la salida
negociada al conflicto armado obedece a
cálculos racionales de "utilidad prevista",
determinados por la evaluación de los costos,
beneficios y probabilidad de que cada
alternativa (prosecución de la guerra o
negociación de paz) de hecho proporcione esos
beneficios, sufragando esos costos. La decisión
racional de abandonar la lucha armada se basa en
la apreciación de que la evolución del conflicto
imposibilita la consecución de los objetivos por
esta vía, lo cual exige una salida negociada,
aunque no se logren las metas originales en su
totalidad3.
La mayoría de analistas sugiere que esta
decisión es determinada por la correlación
militar de fuerzas y por los recursos a disposición
de los actores para la continuación del conflicto
armado. Bajo esta óptica, se ha argumentado que
los grupos insurgentes desmovilizados se
encontraban derrotados militarmente y que, por
tanto, veían con urgencia la necesidad de una
negociación
3 Véanse Wittman (1979), Mitchell (1983, 1991) y Valenzuela (1995).
política. Sin duda, había un sentido de angustia,
alimentado por la incapacidad de dar un salto
cualitativo en lo militar y lo logístico, que
condujo a un cambio en las valoraciones y los
planteamientos de estos movimientos, al
convencimiento de la inviabilidad de la lucha
armada para la toma del poder y la necesidad de
buscar nuevos escenarios.
Sin embargo, también es claro que, en el
desarrollo de la lucha guerrillera en Colombia,
la insurgencia ha confrontado anteriormente
situaciones mucho más desfavorables, en
términos del número de combatientes, armas y
capacidad de acción, que las que vivía en el
momento de la desmovilización, y que ha
logrado recuperarse de situaciones de derrota
táctica. Además, en el momento en que se optó
por la negociación existía el recurso militar del
repliegue, por el que de hecho se decidieron los
sectores que se unieron a la Coordinadora
Guerrillera, como el EPL, o que, como el Jaime
Bateman Cayón, se resistieron a la
desmovilización y mantuvieron su ritmo de
crecimiento.
Resulta, por tanto, inadecuado explicar la
decisión de negociar exclusivamente con base en
la correlación militar de fuerzas. Para entender
el grado de "madurez" del conflicto, y por ende
la decisión de abandonar la lucha armada, es
necesario incorporar al análisis elementos
adicionales que afectan los cálculos de costobeneficio de los actores. Entre ellos podemos
mencionar cambios a nivel sistémico y regional,
en la política interna de los actores, las posiciones
de algunos segmentos de las élites, la relación con
las masas, las actitudes públicas, los valores de las
partes, la capacidad de los líderes para arrastrar a
diferentes facciones hacia la salida negociada y
en las percepciones sobre los objetivos o la
mejor manera de lograrlos4. Estos cambios
modificaron el contexto del conflicto y, por
ende, los instrumentos de poder de los actores y
su percepción sobre las diferentes alternativas.
Es claro que el tránsito a la desmovilización de
estos grupos estuvo precedido por un cambio en
su percepción de la realidad, de sí mismos y de
su adversario. Como lo mencionamos antes, los
grupos insurgentes venían replanteando su
estrategia y discutiendo el método más efectivo
para
lograr mayores impacto y eficacia en la
consecución de los objetivos. En el seno de la
Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar se
venían debatiendo temas como el papel de la
propaganda armada, el rol de las ciudades, la
búsqueda de un salto logístico y militar
cualitativo, los cambios en los criterios de
construcción de ejército, la necesidad de una
política de alianzas más amplia y el desarrollo de
iniciativas políticas audaces y de alcance
nacional. Sin duda, las acciones del M-19 y sus
propuestas sobre diálogo nacional, guerra a la
oligarquía, "ser gobierno" y lucha por la
democracia impulsaron y dinamizaron el debate.
La inviabilidad de algunas de estas consignas
transformó la percepción de la correlación de
fuerzas y abrió la posibilidad del pacto.
Los grupos insurgentes entendieron que la
continuación de la lucha armada implicaba
costos sociales y políticos muy altos, sin una
clara perspectiva de alcanzar los objetivos.
Además, se percibía la posibilidad de
aprovechar una oportunidad coyuntural para
jalonar la renovación de la democracia,
manteniendo los propósitos de cambio pero
modificando los métodos para alcanzarlos. Las
direcciones de estas organizaciones estimaron
que, en un momento de cambio institucional, el
ingreso al espacio político nacional reportaría un
mayor beneficio, en la presunción de que el
efecto de las transformaciones institucionales, la
reformulación del concepto de democracia, la
acogida al proceso de paz por la opinión pública
y el surgimiento de sectores interesados en la
renovación, abrían la posibilidad de un acuerdo
político con las fuerzas del establecimiento que
levantaban la bandera de la lucha contra la
corrupción y el clientelismo y favorecían la
participación ciudadana.
El que los sectores del establecimiento con los
que se pactó la paz perdieran dinamismo, o que
los resultados de ese cálculo hayan resultado
fallidos, no debe llevar a la conclusión de que la
principal motivación para la desmovilización
haya sido la derrota militar o la reinserción con el
objetivo de obtener beneficios económicos y de
seguridad.
Tampoco podemos ignorar la importancia del
proceso mismo de negociación para transformar
los cálculos de los actores. La decisión de dejar
4 Para una elaboración de estos argumentos, véase Cottam (1986).
las armas no estaba tomada cuando se produjo la
concentración de fuerzas en los campamentos,
sino que fue producto de un proceso que se
construyó y maduró fundamentalmente
durante la negociación.
dos contactos con sectores políticos, económicos
y sociales, lo que generó una gran presión para
que las organizaciones que contemplaban la
desmovilización asumieran un compromiso
con nuevas formas de actividad política y
propugnaran por su vinculación al nuevo espacio
político. El contacto con terceros influyó
significativamente en los cambios de percepción
en las dirigencias de los grupos desmovilizados
y estimuló la superación de las dificultades con
las que tropezó el proceso y la vacilación al
interior de los movimientos.
Es evidente que los actores no son monolitos sin
contradicciones y que es apenas normal que
cuando en una situación de conflicto prolongado
e intenso se presenta la disyuntiva de
negociación o guerra, surja o se exacerbe el
faccionalis-mo interno, lo cual puede obstruir la
generación de un consenso en la estructura de
preferencias sobre las diferentes alternativas.
Como señala Mitchell (1983; 1991), ello obedece L LA GUERRILLA DESMOVILIZADA COMO
a que las opciones de guerra o paz afectan de
ACTOR POLÍTICO: EL ESPEJISMO DE
manera diferente a las diversas facciones, lo que
UNA ALTERNATIVA
implica que las recompensas y los costos se
Una cruda realidad de los procesos de paz es que
distribuirán desigualmente. El nivel de apoyo de
el proyecto político proveniente de la insurgencia
los subordinados y de credibilidad de los
no ha logrado mantener la iniciativa alcanzada
dirigentes, su grado de responsabilidad por una
inicialmente a partir de la desmovilización.
política determinada y la repercusión de una
decisión sobre el lideraz-go, las facciones
En el caso colombiano, un primer problema fue la
disidentes o la unidad del actor entrarán
participación de la Alianza Democrática M-19
entonces a jugar un papel determinante en la
(AD-M-19) en el gobierno. Este paso, inicialmente
decisión de abandonar las armas o persistir en la
bien recibido por el país, le brindó al proyecto de
lucha armada. En consecuencia, los actores se
izquierda la oportunidad de mostrar un estilo
ven abocados a procesos internos de conciliación
honesto y diferente de gobierno y participación
de intereses o de competencia por hacer
en la administración pública, y de demostrar que
prevalecer ciertas preferencias, antes de entrar a
no sólo tenía un discurso para el futuro, cuando
unas negociaciones con la contraparte, procesos
la correlación de fuerzas le fuera más favorable,
que pueden incluso seguirse dando a lo largo del
sino que también era capaz de presentar
desarrollo de éstas.
respuestas para el presente. En un primer
La vacilación sobre la dejación de las armas se
momento se logró proyectar una imagen de
manifiesta en el hecho de que durante el proceso
gestión diferente y de lucha contra la
de negociación se presentaron discusiones
corrupción, pero posteriormente, con la
internas en todas las organizaciones para
dinámica de la Constituyente y las lógicas
evaluar las posibilidades de repliegue o de
burocráticas generadas al interior del Ministerio
mantener reservas estratégicas, como fue el caso
de Salud, empezaron a primar las consideraciones
de los comandos Ernesto Rojas del EPL. Ello no
de supervivencia de los líderes provenientes de
debe calificarse necesariamente como un doble
la guerrilla. El Ministerio se percibió como un
juego; puede más bien entenderse como una
fortín burocrático, lo que hizo que el proyecto
medida de seguridad, producto de la valoración
perdiera perfil y no se lograra demostrar
estratégica de las los movimientos sobre un
capacidad de gestión administrativa ni expresar
proceso de negociación rodeado de grandes
un manejo diferente al tradicional.
recelos, resentimientos e incertidumbre en
Por otro lado, con base en el espejismo generado
cuanto a sus resultados.
durante la negociación con el gobierno, y a raíz
Otro factor fundamental fue la participación de
de la situación que vivía el país, diferentes
terceros en el proceso de negociación5. Los
sectores y la guerrilla desmovilizada valoraron
campamentos de paz permitieron múltiples y
varia-
5 La participación de terceros en la resolución de conflictos no se refiere exclusivamente a la figura de la mediación. Para
una elaboración sobre las diferentes modalidades de terceros, sus características, sus estrategias y su efectividad, véase
Valenzuela (1996).
desde una óptica triunfalista las posibilidades de
la tan anhelada alternativa democrática al
régimen. La acción política de las fuerzas
guerrilleras desmovilizadas aglutinadas en la ADM-19 quedó reducida al escenario electoral y
estuvo dominada por la intensa actividad en ese
terreno (ocho procesos, en un periodo de cuatro
años).
Es probable que las primeras tendencias de los
resultados electorales hayan alimentado el
propósito de llegar a la presidencia. En la
primera incursión electoral del M-19, en marzo
de 1990, Carlos Pizarro obtuvo 80.000 votos y
Vera Grave resultó elegida a la Cámara de
Representantes. Sólo dos meses después, ya
conformada la AD-M-19, en las elecciones
presidenciales del 27 de mayo de 1990 el
candidato Antonio Navarro obtuvo 800.000
votos, es decir, 12.5% del total. El 9 de diciembre
del mismo año, en las elecciones para la
Asamblea Nacional Constituyente, la AD-M-19
obtuvo 1.000.000 de votos, o 27% del total de
sufragios emitidos.
Sin embargo, inmediatamente después de este
importante resultado comenzó el descenso
electoral del nuevo movimiento. Ya para las
elecciones parlamentarias que renovarían el
Congreso, el 27 de octubre de 1991, su caudal
electoral se redujo en 500.000 votos, es decir, en
un 50%, lo que sólo le permitió elegir 9 senadores
y 13 representantes, para un total de menos del
10% de las curules parlamentarias.
En marzo de 1994, la AD obtuvo 180.000 votos,
perdió su representación en el Senado y logró
elegir tan sólo un representante a la Cámara. En
junio de 1994, en la primera vuelta de las elecciones
presidenciales, Antonio Navarro obtuvo 219.000
votos. Era tan negativa la tendencia electoral, que
el gobierno adoptó un decreto aprobando una
Circunscripción Especial de Paz que le concedía
favorabilidad
política
a
los
grupos
desmovilizados para acceder a los concejos
municipales. Gracias a ello, en las elecciones
locales de octubre del mismo año, la AD-M-19
obtuvo 235.000 votos, lo que le aseguró 250
concejales y participación en 10 alcaldías, en
coalición con otros sectores y movimientos
cívicos.
Hoy podemos concluir que el propósito de
acceder a la presidencia se sobredimensionó.
Peor aun, al empeñarse en la promoción de una
candidatura, como resultado del marcado
subjetivismo en el análisis de la realidad
nacional y de la situación del movimiento, la ADM-19 se privó de la construcción de una fuerza
social y de masas, ejercitada en el desarrollo del
poder local y la autogestión política y
económica, que ayudara a afianzar el proyecto.
Por otro lado, como argumenta García (1994), la
AD-M-19 no pudo romper la lógica imperante en
el sistema político y no logró establecer
programática, política o prácticamente un perfil
y una identidad como fuerza alternativa al
establecimiento. Al no contar con una fuerte base
social o regional o con los lazos de identidad
cultural o las redes de solidaridad de otros
grupos, como los cristianos, los indígenas o los
maestros, su apoyo provino principalmente de
una franja6 que vota motivada por una
racionalidad basada en dos elementos no
siempre coincidentes: la eficiencia del candidato
individualmente considerado y el proyecto
colectivo. El autor sugiere que en la primera gran
incursión electoral de la AD, el proyecto colectivo
de paz y la ética anticlientelis-ta primaron sobre
las consideraciones de eficiencia legislativa o
constituyente. La franja adhirió temporalmente a
la salida pacífica, el desarme y la expectativa de
cambio, pero no se identificó consistentemente
con un proyecto político alternativo o con un
proceso de polarización y de lucha de clases.
Como empresa electoral, la organización ha
sido desplazada por su ineficiencia y se ha visto
afectada por los vicios característicos de los
partidos tradicionales. Los parlamentarios de la
AD-M-19 no pudieron romper con la lógica
tradicional de la reelección, corroborando que,
como argumenta Pizarro (1996): "La prioridad
de un parlamentario termina siendo la de
mantener y fortalecer su feudo electoral, sobre
cualquier consideración de índole ideológica o
programática". Ello incrementó notablemente
las disputas y divisiones internas, para cuyo
tratamiento no se ins-
6 Para Delgado y Cárdenas (1994) "La llamada franja no debe ser confundida con la opinión pública... Comprende en
parte a un sector de la opinión pública (esto es, gente con una educación mínima y una adecuada información) y en
parte a un sector popular menos educado y menos bien informado motivado por un deseo de cambio, o en defensa de su
interés social vulnerado, o por un sentimiento moral como concepción focal de su mundo vida".
tituyeron canales apropiados ni se adoptaron
reglas de juego adecuadas.
La AD tampoco se mostró como una fuerza más
interesada en el país que en la defensa propia.
Con frecuencia proyectaba la imagen de un
movimiento hambriento de cuota burocrática,
incapaz de trascender el interés particular de sus
adherentes y dirigentes, particularmente de los
ex guerrilleros, y cada vez más desconectado de
la comunidad y vinculado a la política como
profesión, con el objetivo de establecer un nicho
en el poder.
Incluso la discusión sobre la base ideológica y
programática del movimiento se resolvió de
manera apresurada, y básicamente se adoptó un
discurso social-demócrata de izquierda que
recogía los elementos de análisis brindados por
la Internacional Socialista. En la práctica, sin
embargo, ante la necesidad de concertar y llegar
a acuerdos con el gobierno de Gaviria, se terminó
conciliando en muchos aspectos, sin definir
claramente un perfil como fuerza independiente.
Por todo lo anterior, la Alianza no logró
diferenciarse del establecimiento ni encarnar la
aspiración de cambio de la sociedad y quedó
atrapada en, y afectada por, la dinámica de un
establecimiento que experimenta una crisis de
legitimidad y representatividad. Sin bases
sociales consolidadas, estructura orgánica,
dirección, unidad, proyecto, o una situación
política favorable, la AD-M-19 terminó perdiendo
el norte y su capacidad para recoger las
aspiraciones sociales y propugnar por la
modernización de la sociedad y la participación
democrática de las comunidades. Ello le llevó a
perder su identidad como agente dinamizador
del cambio, profundizó la brecha entre la
dirigencia y las bases del movimiento y terminó
por desgastar el proyecto.
Por último, en las negociaciones de paz
únicamente se acordó la favorabilidad política
para enfrentar por un corto periodo de tiempo la
competencia democrática en condiciones
preferenciales: acceso coyuntural a los medios
de comunicación, infraestructura de sedes,
financiación de algunos militantes, esquemas de
seguridad y posibilidad de incidir en las
regiones de influencia, señalando obras a
ejecutar con los Fondos de Paz. La iniciativa
sobre una favorabilidad electoral mediante el
mecanismo del voto ponderado se hundió en el
Congreso y fue aceptada tardíamente por
Gaviria con la Circunscripción Espe-
cial de Paz, como un paliativo ante la ya
mencionada derrota electoral en marzo de 1994,
que colocó a las fuerzas desmovilizadas ad portas
de desaparecer del escenario político nacional y
local.
UNA MIRADA AL FUTURO
El reseñado descalabro de la AD-M-19 en su
actividad política por las vías institucionales
afectará negativamente, en el corto plazo, las
posibilidades de un acuerdo negociado con los
movimientos que aún persisten en la lucha armada.
Sin duda, la lección que estos grupos han
derivado del desempeño político de la Alianza es
que las posibilidades reales de un movimiento
alternativo al bi-partidismo tradicional en la arena
institucional son limitadas. Con este antecedente, y
dado el contexto actual del conflicto, la búsqueda
de una solución de avenencia puede aparecer
como una alternativa menos atractiva, en
términos de costo-beneficio, que la continuación
de la confrontación violenta.
La guerrilla no se encuentra en una situación
militar desfavorable. Aunque no ha adquirido la
fortaleza necesaria para derrotar a las fuerzas del
Estado, es evidente que ha aumentado
significativamente su capacidad de acción y
desestabilización. Las arremetidas del Estado
con sus estrategias de "guerra integral" no
han logrado debilitarla, al punto de obligarla a
pactar o desaparecer, y aunque el instrumento
militar no le garantiza el logro pleno de sus
objetivos, ha generado una tendencia favorable
que probablemente la llevará a insistir en un
plan estratégico que le permita dar el salto
logístico y cualitativo en el accionar militar
para colocarse realmente en una perspectiva de
poder.
Incluso si la guerrilla es incapaz de establecer
un equilibrio militar, su presencia armada en una
parte significativa del país y su acceso a
cuantiosos recursos no sólo le han permitido
sostener e intensificar el esfuerzo bélico, sino
que también la han fortalecido a nivel local,
como lo demuestran sus alianzas con distintas
fuerzas políticas, el compromiso y los acuerdos
con diferentes autoridades e instituciones, y su
activa participación en el manejo regional y la
distribución burocrática y presupuestal. Es decir,
que las armas le han garantizado a la
insurgencia el ejercicio de un control político en
las regiones que probablemente no logrará
mediante la participación política por las vías
institucionales.
Es evidente, pues, que para que la alternativa
de su desmovilización resulte atractiva, la
Coordinadora Guerrillera demandará reformas
significativas, presentándose en la mesa de
negociación como vocera de los intereses de las
mayorías y abogando por la democratización
socioeconómica y política del país. A diferencia
de quienes argumentan que la prioridad de la
guerrilla es lo local, no creemos que las
direcciones del ELN y las FARC abandonen su
objetivo de incidir y copar un espacio a nivel
nacional, planteando reformas políticas y
debatiendo los grandes temas de interés para el
país. El desplazamiento de sus dispositivos
militares apunta a las grandes ciudades, en la
perspectiva de generar una mayor presión
militar en esa dirección. En esta perspectiva,
exigirá también reformas tendientes a garantizar
su supervivencia como organización política,
pues, pese a las ya consignadas en la
Constitución de 1991, no se ha logrado articular
una oposición efectiva al bipartidismo
tradicional desde la insurgencia desmovilizada,
los movimientos cívicos o las disidencias de los
partidos.
De hecho, el país está viviendo de nuevo un
ciclo en el que se acentúan los factores extrainstitucionales. La influencia del narcotráfico, por
ejemplo, se ha evidenciado en el mismo proceso
electoral. La aceptación social y política del
fenómeno agudiza aún más la situación, pues
distorsiona las condiciones de la competencia
democrática. Frente a los gigantescos recursos
destinados a financiar las maquinarias políticas,
que superan con creces el aporte del Estado a los
partidos, las posibilidades de quienes aspiran a
una competencia democrática en los niveles
local o nacional resultan limitadas. También es
palpable el fortalecimiento del paramilitarismo,
con consecuencias para los patrones de tenencia
de la tierra y distorsiones de la realidad política
del país.
La pérdida de dinamismo de la renovación
democrática se expresa en el retroceso frente a
las conquistas de la Asamblea Nacional
Constituyente, la dinámica predominante de
corrupción, narcotráfico, desigualdad de
oportunidades en la competencia democrática y
manejo patrimonial de los recursos del Estado.
Infortunadamente, no son auspiciosos los
posibles escenarios para una reforma política
que revierta estas tendencias. El Congreso se
percibe como una institución profundamente
pervertida, deslegitimada y carente de autoridad
y voluntad para el cambio. A juzgar por sus
propuestas e iniciativas, parece más inte-
resado en revivir antiguos privilegios y
perpetuar el viejo país, generador del
clientelismo y la corrupción, que en adelantar
un cambio democrático. La actual dinámica de
guerra y la debilidad del gobierno Samper
tampoco contribuyen a la concreción de las
negociaciones con la Coordinadora Guerrillera
Simón Bolívar como un escenario para la
democratización del país y el reconocimiento de
poderes locales en el corto plazo.
Estas tendencias pueden relegitimar los
movimientos armados como actores políticos
con capacidad de enfrentar el nuevo reacomodo
de la clase política, independientemente de su
capacidad para articular claramente un proyecto
político o para aprovechar las crisis y
contradicciones y de que la vía armada
posibilite, de hecho, la toma del poder o las
transformaciones de fondo requeridas por la
sociedad. Como argumenta Be-jarano (1995,141):
Cabe considerar la proposición de que una
extensión y degradación del conflicto y un
eventual fortalecimiento de la guerrilla se asocian
no al proyecto político de la guerrilla, sino a la falta
de proyecto político por parte de los estamentos
democráticos. Sin duda, más que la pérdida de
legitimidad del gobierno, más que su pérdida de
popularidad, más que la apuesta al deterioro de la
situación social, lo que en verdad debe preocupar
es la pérdida de horizonte de un proyecto político
por parte de los partidos, que atrapados en los
juegos políticos electorales parecieran haberse
olvidado de los horizontes de largo plazo, al
tiempo... que el gobierno ha perdido margen de
maniobra para desarrollar los proyectos de
cambio que fueron su propósito original. En estas
circunstancias, podría crearse un "vacío de
proyecto" que pudiera convertirse en un espacio
potencial para la guerrilla frente a la falta de
dinamismo de los proyectos de la democracia.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
La consolidación de grupos guerrilleros
desmovilizados como fuerzas alternativas
dentro de la institucionalidad puede verse
obstaculizada, tanto por factores de índole
interna como del contexto y las estructuras en las
que entran a desarrollar su actividad política.
Un problema dentro de la primera categoría,
evidente en el caso colombiano, es el lastre de las
exigencias organizacionales de la vía armada. La
estructura de autoridad vertical y jerárquica,
justificada quizás por las necesidades militares y
de
la lucha clandestina, resulta incompatible con la
participación legal de un movimiento político
que pretende impulsar un proyecto de
organización democrática de sociedad. Ello es
particularmente relevante en una coyuntura en
la que las tendencias de la opinión favorecen la
profundización de la democracia y rechazan los
vicios de la vieja política.
Otro factor que puede terminar por desconectar
a estos movimientos de los sectores que aspiran
a representar es el énfasis en la participación
electoral, en desmedro de la construcción de una
organización con vínculos sociales mucho más
afianzados. En el caso colombiano, los vínculos
de las guerrillas con los movimientos y las
organizaciones
sociales
han
sido
tradicionalmente más débiles que los
desarrollados
por
otros
movimientos
guerrilleros en otros contextos, como por
ejemplo el FMLN en El Salvador. La Alianza
acusaba de hecho una gran debilidad a nivel
local7 . Sin embargo, las prácticas del
movimiento no favorecieron la anunciada
construcción de "una organización con
ciudadanos y para los ciudadanos", ni la creación
de espacios para la participación de sectores
independientes, populares o intelectuales, lo
que terminó alienando a muchas fuerzas que
buscaban una alternativa al bipartidismo
tradicional8.
Al trazarse como propósito estratégico
fundamental el triunfo en las elecciones
presidenciales, la AD-M-19 se decidió por un
camino diferente al de otras experiencias, como
la venezolana, en la que fuerzas reinsertadas
optaron por una línea de acumulación social y
local de bajo perfil, conformando movimientos
que aún cuentan con un espacio real y que no
han agotado sus posibilidades, o como la
salvadoreña, en donde el FMLN, con una
correlación de fuerzas comparativamente más
favorable y una mayor incidencia en la
sociedad, asumió el propósito político de
configurarse como oposición al gobierno.
Incluso en Uruguay, con el antecedente de una
derrota militar que los líderes no se empeñan en
contradecir, el MLN asumió la acción política
dentro del Frente Amplio hasta reconstituir un
movimiento que llevó a la alcaldía a Tabaré
Vásquez.
Esta desconexión de los grupos sociales y el
énfasis en lo electoral conduce a que la figuración
política tenga como base principal el apoyo de
una franja apenas comprometida parcial y
coyunturalmente. La lógica del apoyo inicial de
la franja con base en el "proyecto colectivo de paz
y la ética anticlientelista" es paulatinamente
desplazada por consideraciones concernientes a
la "eficiencia legislativa". En este sentido, los
grupos desmovilizados presentan desventajas,
pues entran a desenvolverse en un terreno casi
desconocido con una evidente falta de
preparación de sus cuadros. El proyecto
armado exige de los combatientes destrezas
específicas e incluso limitadas, mientras que el
juego político institucional demanda el dominio
de diferentes habilidades aplicables en diversos
ámbitos.
Otro de los grandes obstáculos es la dificultad
para mantener los lazos de solidaridad y
cohesión en ausencia de la lucha armada. La
fragmentación histórica de la guerrilla alrededor
de lealtades personales, aunada a la incapacidad
para generar un proyecto aglutinante e
institucional del movimiento, de manera que
se acuerden y respeten las reglas de juego y se
proporcionen mecanismos para tramitar los
conflictos internos, fortalecen las fuerzas
centrífugas.
La participación en el gobierno plantea un
dilema de difícil solución para estos
movimientos. Como bien lo expresan Álvarez y
Llano (1994), ella representa "una gran
paradoja y contradicción". Por un lado, dicha
participación se considera esencial, "por cuanto
la formación no puede darse en frío". Sin
embargo, puede terminar en "compromisos
burocráticos y riesgos políticos" que le restan
perfil al proyecto y limitan la capacidad de acción
del movimiento, con las consecuencias antes
enunciadas. Por otro lado, no participar les
evitaría estos riesgos, pero "podría conducir, en
una organización proclive al radicalismo verbal,
a volverse también una fuerza tradicional de
izquierda, incapaz de ser alternativa real de
gobierno".
Por último, las medidas de favorabilidad política
para la competencia democrática deben
trascender los beneficios inmediatos del proceso
de reinserción. En las condiciones de exclusión
política, como las de los países latinoamericanos
que han experimentado conflictos armados
internos, la consolidación de la paz y la
democracia exigen
7 Véase la entrevista con Antonio Navarro, en Revista Foro, No. 24, abril de 1994.
8 Véase Álvarez y Llano (1994).
no sólo la apertura de espacios de participación,
sino también garantías para la estructuración y la
acción de nuevos actores políticos.
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