LA EUCARISTIA: FUENTE PRIMERA DE NUESTRA ESPERANZA (Claudio Barriga, S.J.) Sumario En un mundo que lucha por la justicia, la paz y un nuevo sentido para nuestras vidas, levantamos nuestros ojos a Jesús en este momento dramático. Su amor, su determinación, su generosidad, lo llevaron a aceptar una muerte terrible, dejando a sus discípulos un memorial sacramental de su Corazón que se entrega por nosotros y que es ahora la fuente de nuestra esperanza. La Eucaristía nos enseña que sólo el amor nos puede salvar y nos lleva a vivir de acuerdo a su Corazón. La Iglesia universal acaba de celebrar el 49º Congreso Eucarístico en Quebec bajo el lema “La Eucaristía, don de Dios para la vida del mundo”. Me han pedido que hable sobre la Eucaristía como fuente primera de esperanza. ¿De qué se trata? Ciertamente el lema del Congreso Eucarístico apunta en la misma dirección de lo que me piden, pues verdaderamente la Eucaristía trae esperanza y vida al mundo de hoy. Preguntémonos primero qué esperamos hoy, o sea, qué necesita nuestra sociedad, qué necesitamos en nuestras familias, qué necesitamos y esperamos en lo profundo de nuestros corazones. Todos tenemos esperanzas, las necesitamos para sobrevivir. Levantamos nuestros ojos y nuestros brazos a Dios en los momentos difíciles, porque sabemos que la única fuente de verdadera esperanza es El. Hoy hablaremos de los modos en que la Eucaristía puede responder a esa necesidad básica de nuestros corazones. En un mundo roto, violento e injusto, esperamos una sociedad mejor, justicia y paz. Muchas veces también nuestras familias están rotas y esperamos superar las divisiones y dificultades. Incluso nuestros corazones pueden estar rotos, anhelando una verdadera felicidad. Esperamos encontrar un sentido en nuestras vidas y nuestros dolores. Nuestras esperanzas son mayores y más profundas que los meros logros materiales. En definitiva, esperamos llenar nuestras vidas con Dios y su amor. En su Encíclica Spe Salvi, el Papa Benedicto lo dice así: En este sentido, es verdad que cualquiera que no conozca a Dios, aunque pueda nutrir todo tipo de esperanzas, finalmente no tiene esperanza, la verdadera esperanza, la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). (27) Día a día, el hombre experimenta muchas esperanzas mayores y menores de diverso tipo, de acuerdo a las distintas etapas de su vida. A veces, una de estas esperanzas puede parecer totalmente satisfactoria, sin necesidad de otras esperanzas. Los jóvenes pueden un gran amor plenamente satisfactorio; una cierta posición en su profesión o algún éxito que resulte decisivo para el resto de sus vidas. Sin Embargo, cuando estas esperanzas se realizan, queda claro que no eran en realidad el todo. Se hace evidente que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Queda claro que sólo el infinito le satisface, algo que siempre será más de lo que nunca pueda alcanzar. (30) Exploremos los significados de la Eucaristía para ver si puede dar una respuesta a estas preguntas. Creemos que efectivamente es una fuente primordial de esperanza en las muchas situaciones difíciles que encaramos. Buscaremos una mayor comprensión personal de la Eucaristía. Podemos ir a Misa cada domingo, o varias veces por semana, o tal vez no muy a menudo. Pero puede que no siempre entendamos plenamente lo que estamos celebrando. ¿Estamos ahí sólo por sentido del deber, o porque hemos oído que es pecado no ir a Misa los Domingos? ¿O vamos sólo “cuando me dan ganas,” pero no siempre? ¿Traemos nuestras preguntas, nuestros problemas, nuestros corazones al altar para pedirle al Señor que su amor se derrame en nuestras vidas? ¿O nos sentamos aburridos esperando que la misa termine pronto? ¿Qué estás recibiendo en cada Misa? El Papa Benedicto dice que los cristianos “deberían cultivar el deseo que la Eucaristía tenga un efecto siempre más hondo en su vida diaria, haciéndolos testigos convincentes en su lugar de trabajo y en toda la sociedad” (Sacramentum Caritatis, 79). Miremos al sentido que Jesús le dio a la Eucaristía desde el principio, en la Ultima Cena. ¿Cuál es el contexto? Es la Pascua, la celebración ritual que recuerda a los israelitas su liberación por obra de Dios. Es la fuente de su identidad como pueblo elegido, salvado por el amor de Dios. Jesús dará a la fiesta un sentido más profundo, que celebra la liberación definitiva. Dios se hace presente para salvar a su pueblo por la muerte de Cristo. Será la fuente de identidad para el nuevo pueblo elegido. En esa noche especial, reúne a sus apóstoles para prepararlos para lo que viene y para darles sus últimas instrucciones. Ha llegado al fin de su misión en la tierra y va a sufrir la parte más terrible. Amó a sus hermanos y dio su vida por ellos todo el tiempo en todo lo que hizo. Ahora dará su vida hasta el extremo. Tiene miedo, no quiere sufrir y le pedirá al Padre que lo libre de esta hora. Pero aceptará ir a la muerte, aceptando la voluntad de su Padre de que ame hasta las últimas consecuencias. Comprende que El es el nuevo cordero cuyo sacrificio traerá la salvación a su pueblo. Este es el camino misterioso en que se mostrará la plenitud del amor de Dios. A su vez la Eucaristía es el modo misterioso en que sus discípulos recordarán y celebrarán después su presencia amorosa entre nosotros. El debe partir, pero tiene el profundo deseo de no dejar solos a quienes ama. De, modo que se quedará con ellos y con la Iglesia peregrina en una inesperada forma sacramental. Todo esto es precisamente lo que les explica a sus discípulos en la Ultima Cena (a pesar de su incapacidad para entender). Toma el pan en sus manos y dice: este pan soy yo, ésta es mi vida que se entrega por ustedes. Luego toma la copa y dice: Yo soy este vino, ésta es mi sangre que será derramada por ustedes. Está aceptando la terrible muerte que viene. Más aún, en estas palabras y gestos está resumiendo toda su vida. Siempre fue un pan partido para los demás, siempre estuvo dispuesto a derramar su sangre por amor de su pueblo. Ahora amará hasta el extremo, muriendo por nosotros. El creyó que este camino, el camino del amor, lleva a la vida y la resurrección. Sus expresiones toman esa noche una forma ritual, para ser repetidas después por la Iglesia en memoria suya. Esta repetición a través de los siglos ha sido su modo de permanecer presente – aunque oculto – a sus seres amados. Cada Eucaristía que celebramos hoy trae su presencia viviente para la comunidad. Celebramos su amor, su vida entregada, su victoria sobre la muerte. Proclamamos que el amor derrotó al odio y a la muerte y que El ahora nos acompaña con su presencia viviente y gozosa. Siempre celebramos el misterio pascual, su vida, muerte y resurrección. Escuchemos las inspiradoras palabras del Papa Benedicto a la juventud en Alemania el día Mundial de la Juventud el 2005: Cambiando el pan en su carne y el vino en su sangre, anticipa su muerte, la acepta en su corazón y la transforma en un acto de amor. Lo que externamente es pura violencia brutal - la Crucifixión – interiormente se hace un acto total de amor y auto entrega. Esta es la transformación substancial que se realiza en la Ultima Cena y está destinada a poner en movimiento una serie de transformaciones que llevan finalmente a la transformación del mundo cuando Dios sea todo en todos (cf. 1Co 15,28). En sus corazones, la gente siempre y en todas partes ha esperado un cambio, una transformación del mundo. Y aquí está el acto central de transformación que él solo puede renovar realmente al mundo: la violencia se transforma en amor y la muerte en vida (Colonia – Marienfeld, Domingo 21de Agosto 2005). Así, cada Eucaristía es el memorial del amor de Jesús y de lo que hizo por nosotros. Pero es también la invitación a dejar que nuestras vidas se transformen. “Hagan esto en memoria mía”, dijo esa noche a sus discípulos. Hagan ¿qué? “Den sus vidas por los demás, como yo lo hice. Vivan como yo viví. Sean pan partido para los demás, sean sangre que se derrama por ellos”. En esta recomendación “Hagan esto en memoria mía” los discípulos están siendo asociados a sumisión y su estilo de vida. Para guardar su memoria, no sólo deben repetir la celebración ritual de la Ultima Cena. Son invitados a hacer como El hizo, a vivir como vivió a amar como amó. A morir para ser alimento que da vida a otros, como El hizo. El lavado de los pies a sus apóstoles, esa misma noche santa, enfatiza la misma lección: sus vidas son para estar al servicio de los demás. Al mirar a Jesús, entendemos el sentido de nuestras vidas. El es el modelo, el ideal, el ser humano perfecto. La verdad es que sólo en el misterio del Verbo encarnado se ilumina del misterio del hombre (Gaudium et Spes, 22). Nuestras vidas deben ser eucarísticas, como la vida de Jesús lo fue. Esto no significa ir a Misa todo el tiempo, sino más bien vivir como Cristo. Significa tener su corazón, en constante ofrenda de sí mismo al Padre. Esto es lo que el Papa Juan Pablo quiso decir cuando pidió a los Secretariados Nacionales del Apostolado de la Oración de todo el mundo formar cristianos cuyas vidas estén moldeadas por la Eucaristía (Roma, 1985). Estamos llamados a llevar una vida eucarística, o sea, vivir como Cristo y compartir su misión. Afirmar esto puede no parecer una buena noticia o una fuente de esperanza, pues todos estamos de acuerdo en que es sumamente difícil vivir como lo hizo Jesús. Simplemente, excede nuestra capacidad. Es claramente algo que los discípulos no fueron capaces de realizar con su esfuerzo personal. Sólo es posible como una gracia de Dios, un don de transformación total. El Espíritu Santo que recibieron los transformó de cobardes y temerosos en valientes testigos de Cristo, dispuestos a dar la vida por El. En la Eucaristía, el Espíritu Santo trabaja dándonos esta gracia. “Por la fe, no sólo aprendemos acerca de la Salvación de Cristo sino que la recibimos en realidad!” (Papa Benedicto, Spe Salvi, 7). Tal como el pan y el vino son milagrosamente transformados por la efusión del Espíritu Santo – la invocación del Espíritu en la Misa es lo que llamamos “epíclesis” – el pueblo de Dios también será transformado por la presencia de Cristo en el mundo. Hay dos epíclesis en la liturgia de cada misa, la primera sobre las ofrendas, la segunda sobre la comunidad. En ambas llamamos al Espíritu Santo a venir y realizar estos cambios. Este es en realidad el propósito final de la Misa, que la comunidad se transforme en Cristo. Esto comienza en el corazón de cada uno al recibir a Jesús en su Palabra, su Cuerpo, su Espíritu. Pero no termina ahí. Al final de la celebración, la comunidad es enviada con el mismo Espíritu a mover “una serie de transformaciones que conduzcan a la transformación del mundo cuando Dios sea todo en todos”, de modo que la “violencia se transforme en amor y la muerte en vida” (Papa Benedicto, Día mundial de la Juventud). Necesitamos volver con frecuencia a la misa y la adoración eucarística porque ahí encontramos a Jesús. De El recibimos la fuerza para vivir la misión en la ruptura de nuestras vidas y del mundo. El Papa Juan Pablo nos da un hermoso párrafo en su Encíclica La Iglesia saca su Vida de la Eucaristía (No. 60): Todo compromiso a la santidad, toda actividad destinada a cumplir la misión de la Iglesia, todo trabajo de planificación pastoral, debe sacar la fuerza que necesita, del misterio eucarístico y a la vez, dirigirse a ese misterio como su culminación. En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, su resurrección, el don del Espíritu Santo, la adoración, obediencia y amor del Padre. Si descuidásemos la Eucaristía, ¿cómo podríamos sobreponernos a nuestras propias deficiencias? Podemos ahora resumir cómo la Eucaristía es realmente la primera fuente de esperanza para nosotros. ¿Cómo? Seis puntos: Uno. La Eucaristía es una fuente de esperanza básicamente porque Jesús es nuestra fuente de esperanza. Y en la Eucaristía encontramos su presencia real para nosotros, una presencia gozosa y amante. Eso bastaría para sostener que la Eucaristía es una fuente permanente de esperanza para nosotros. El está ahí, viene a nosotros en una forma escondida, pero en su plena y gloriosa presencia viviente. Y nada puede llenarnos de más esperanza que estar con El. Dos. Ya sabemos que en la Eucaristía celebramos el significado pleno de la vida de Jesús como se revela en el Misterio Pascual. El se retrató plenamente en lo que dijo e hizo esa noche, incluyendo el lavado de los pies a los apóstoles. Comprendemos que su vida fue siempre eucarística, en una actitud permanente de auto entrega. Su corazón fue siempre una ofrenda de amor a su Padre. Tres. Mirando la vida eucarística de Jesús, entendemos el significado de nuestra propia existencia. Cuatro. La Eucaristía tiene el poder de transformarnos en la semejanza de Cristo, por la invocación al Espíritu Santo. Los sacramentos hacen presentes los eventos que memorializan, a saber, la presencia de Cristo en su misterio Pascual. Es El quien realmente viene a nuestras vidas, en su muerte y resurrección, haciendo nuevas todas las cosas. Encontramos mucho más que un sentido meramente intelectual para nuestras vidas. Cinco. La Eucaristía nos envía para transformar el mundo. Esto es una fuente de esperanza, porque la Iglesia colabora en el advenimiento del Reino de Dios. Podemos esperar la justicia y la paz mientras más y más cristianos son modelados a semejanza de Jesús, poniendo amor y perdón donde había egoísmo e intolerancia. Aprendemos a tener un corazón como el suyo, a preocuparnos por los que El se preocupó, a pelear las causas que El peleó. Trabajamos como El, con El, en El, para sanar este mundo quebrado. Seis. La Eucaristía es fuente de esperanza porque es fuente de fuerza. En nuestra debilidad, siempre podemos encontrar ahí la fuerza para sobreponernos a las dificultades y tentaciones diarias que entristecen nuestras vidas. Podría llegar hasta aquí, pues he respondido a la pregunta del título. Pero hay algo más. En la Eucaristía somos invitados a dejarnos transformar por el Espíritu Santo y luego ir a transformar el mundo. Cuando esto sucede, la Eucaristía es ciertamente “un don de Dios para la vida del mundo” (Congreso Eucarístico, Quebec 2008). Pero, ¿cómo nos abrimos a recibir este don cada día? ¿Cómo realizará Dios esta transformación de mi vida y del mundo? ¿Hay un modo práctico de mantener nuestras vidas unidas a Jesús? ¿Es posible llevar una vida verdaderamente eucarística? Aquí es donde entra el Apostolado de la Oración, enseñándonos un modo de vivir nuestras vidas cotidianas siempre conectadas a esta fuente de esperanza, la Eucaristía, y no sólo cuando estamos en misa. ¿Cuál es la práctica básica del Apostolado de la Oración? Es la de hacer, por medio de la oración, un ofrecimiento diario de nuestras vidas a Dios. ¿Cuál es el sentido de esta oración? Al comenzar el día, nos ofrecemos a Dios y pedimos que cada momento del día sea vivido en unión al Corazón de Jesús. Ponemos nuestras vidas en las manos del Padre, como el sacerdote pone el pan y el vino en el altar: ofrece los dones y pide al Padre que envíe su Santo Espíritu para que se hagan Jesús mismo. Del mismo modo, cada mañana pedimos al Espíritu Santo que tome nuestras vidas y las modele a la imagen de Jesús. Ofrecemos nuestros gozos, nuestros sufrimientos, trabajos y oraciones –todo lo que pensemos, hagamos o digamos ese día. Le decimos que queremos que todo nuestro día sea transformado para que podamos vivir para El y con El. Vivimos nuestro sacerdocio bautismal, “ofreciendo nuestros cuerpos como ofrenda viva, santa y agradable a Dios, nuestro culto espiritual” (Rm 12,1). Esta cita de la Escritura alude a nuestras vidas como ofrenda eucarística. La oración de Ofrecimiento diario no es realmente una promesa de lo que haremos, porque conocemos nuestra debilidad y no podemos garantizar los resultados. Es una manifestación sincera de lo que nos gustaría hacer. Deseamos nada menos que llevar una vida santa en este día. Nuestra oración diaria expresa nuestro deseo de corazón de vivir en la voluntad de Dios y en el corazón de Cristo. Para esto pedimos ser guiados por el Espíritu Santo antes que por nuestras propias tendencias egoístas. De este modo, por medio de la constante práctica de ofrecernos nosotros mismos, aprendemos a vivir toda nuestra vida como Eucaristía. La Misa comenzará para nosotros en la mañana cuando despertamos y continuará a lo largo de todo el día al ir ofreciendo todo al Padre unidos al perfecto ofrecimiento de Jesús. La Eucaristía es “un misterio para ser vivido”, como lo describió el Papa Benedicto en Sacramentum Caritatis No. 71: El nuevo culto del cristianismo incluye y transfigura cada aspecto de la vida: "Ya coman o beban o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios" (1Co 10,31). Los cristianos, en todas sus acciones, están llamados a ofrecer un culto verdadero a Dios. Aquí comienza a tomar forma la naturaleza intrínsecamente eucarística de la vida cristiana. La eucaristía, que abarca la existencia concreta y diaria del creyente, hace posible, día a día la transfiguración progresiva de todos los llamados por gracia a reflejar la imagen del Hijo de Dios (cf. Rm 8,29ff.). Nada hay auténticamente humano – nuestros pensamientos y afectos, palabras y acciones – que no encuentre en el sacramento de la Eucaristía la forma que necesita para ser vivido plenamente. Aquí podemos ver la plena importancia de la radical novedad que trae Cristo en la Eucaristía: el culto a Dios en nuestras vidas no puede ser relegado a algo privado e individual, sino que tiende por naturaleza a permear cada aspecto de nuestra existencia. El culto agradable a Dios viene a ser así una nueva forma de vivir toda nuestra vida, cada momento particular de la cual se eleva, ya que es vivido como parte de una relación con Cristo y como una ofrenda a Dios. La gloria de Dios es el hombre viviente (cf. 1Co 10,31). Y la vida del hombre es la visión de Dios. Puesto que los apóstoles de la oración somos pecadores, no somos capaces de vivir a la altura del generoso ofrecimiento que hacemos en la mañana. Cada noche hacemos nuestro examen, revisamos el día, para ver en primer lugar lo que Dios ha hecho con la ofrenda que le di al comenzar el día. También vemos lo que hemos hecho mal, pero es más importante ver lo que Dios ha hecho bien. Le agradecemos, pedimos perdón y ayuda para corregir lo que está mal. Al día siguiente comenzamos de nuevo, una vez más poniendo nuestra vida en sus manos. Sigamos con la conexión entre todo lo que hemos dicho y el Corazón de Cristo. Ya debería ser bastante obvio. Ofrecer su corazón al Padre fue el sentido de la vida de Jesús. Las palabras de la Eucaristía, como hemos dicho, resumen toda su existencia y nos muestran lo que había siempre en su corazón. Siempre había entrega en amor al Padre y a sus hermanos. Cuando vivimos la Eucaristía por medio del ofrecimiento diario, orientamos nuestras vidas según la actitud de auto donación que tenía siempre el Corazón de Cristo. En la misa recibimos el Espíritu Santo que trabaja para transformar nuestro corazón en la semejanza del Corazón de Jesús. Pero hay más. Jesús dio su vida, su cuerpo y su sangre, por amor a todos nosotros. El murió para reunir a toda la familia de Dios. En su corazón todos nos encontramos, todos cabemos y somos bienvenidos. Ahí El ofrece toda la humanidad a su Padre, junto consigo mismo. Al rezar nuestro ofrecimiento diario (eucarístico) llevamos a nuestra familia, vecinos, trabajo, los pobres...en suma, toda la humanidad, a su Corazón. La Eucaristía es pregustar el banquete celestial de todas las naciones, todos los pueblos, reunidos y cobijados bajo la protección amorosa de Dios. El altar eucarístico es el lugar donde traemos al mundo entero al corazón de Jesús. A la vez, somos enviados de la Eucaristía al mundo, con Jesús, llevando su corazón a todos los que lo necesitan. Una última palabra sobre por qué rezamos por las intenciones del Papa. Jesús está presente en la Eucaristía dando su vida por la salvación de la humanidad y por las intenciones de oración de todo el mundo. Estas intenciones son concretizadas mensualmente para nosotros por el Papa. El es quien sabe mejor donde debe la Iglesia enfocar sus preocupaciones y su acción misionera hoy. Al esforzarnos por vivir nuestro día de acuerdo a la voluntad de Dios, realizamos la misión de la Iglesia en nuestra pequeña porción del mundo. Al orar por las preocupaciones principales del Papa hoy, nuestros corazones crecen a la dimensión mundial y a la del Corazón de Jesús. El Apostolado de la Oración une nuestra vida y oración personal a la misión y oración de toda la Iglesia. En conclusión, Jesús, nuestra única fuente de esperanza, se nos hace cercano en la Eucaristía. Ahí reconocemos su corazón entregado por todos nosotros. Por lo tanto podemos concluir diciendo que esta charla, “La Eucaristía, fuente primera de nuestra esperanza”, también se podría haber llamado: “El corazón de Jesús, fuente primera de nuestra esperanza,” y ambos títulos se referirían al mismo contenido. Gloria sea a Jesús y su corazón amante, abierto y misericordioso con nosotros los pecadores, invitándonos a vivir en su amistad. A Él el honor y la gloria por todos los siglos. Amen. Charla del P. Claudio Barriga, S.J. el 3 de Julio del 2008 En la Convención Regional del Apostolado de la Oración, Naga City, Bicol Region, Filipinas