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Filosofía II
Guillermo de Ockham: Síntesis
1. Guillermo de Ockham y la "crisis" de la Escolástica.
Considerado el "príncipe de los nominalistas", con su negación de la metafísica y la reducción de la
gnoseología a la simple doctrina del conocimiento intuitivo intelectual de lo singular, Ockham instauró una
nueva manera de hacer filosofía que proporcionó las premisas para la corriente sensitivo-empirista, y para la
renovación del pensamiento científico que se produjo en la Edad Media. La influencia del pensamiento de
Ockham fue decisiva y fundamental para los autores del siglo XIV, y dio pie, por un lado, a la emancipación
de la filosofía con respecto a la teología y, por otro, al escepticismo filosófico que habría de encarnar en
mentes renacentistas y modernas. Se ha visto en él, igualmente, un lejano precursor del empirismo y, más
concretamente, de Hume, así como de la lingüística comparativa.
Ockham poseyó un extenso conocimiento de la obra de los grandes escolásticos que le habían precedido, y
estaba considerablemente familiarizado con Aristóteles. Pero aunque es posible discernir en otros filósofos
anticipaciones de ciertas tesis de Ockham, parece que la originalidad de éste es incontestable. En este
sentido, aunque la filosofía de Duns Escoto dio origen a algunos de los problemas de Ockham y, por otra
parte, algunas de las opiniones y tendencias de Escoto fueron desarrolladas por Ockham, lo cierto es que éste
atacó constantemente el sistema escotista, particularmente su realismo. El ockhamismo, más que un
desarrollo del escotismo, fue una fuerte reacción frente al mismo. Indudablemente, Ockham estuvo influido
por ciertas teorías de Durando y de Pedro Aureoli, pero ello no aminora su originalidad fundamental. No
existe ninguna razón para poner en duda su fama como iniciador del movimiento terminista o nominalista.
Tampoco cabe ver a Ockham como un mero aristotélico o supuesto aristotélico. Ciertamente, trató de acabar
con el realismo escotista con la ayuda de la lógica y la teoría del conocimiento aristotélica, y consideró todo
realismo como una perversión del verdadero aristotelismo. Sin embargo, también se esforzó en rectificar las
teorías aristotélicas que excluían la libertad y la omnipotencia de Dios. Ockham no fue un pensador
"original" en el sentido de inventar novedades por el gusto de la novedad o innovación, aunque su reputación
de crítico destructivo pudiera llevar a suponer que lo fuera. Fue un pensador original en el sentido de que
pensaba los problemas por sí mismo y desarrollaba sus soluciones de un modo cabal y sistemático.
En su pensamiento destacan algunos aspectos que, por otra parte, están estrechamente relacionados entre sí:
la idea de realidad divina con respecto a las ideas (o esencias) y en relación con la omnipotencia, su
concepción nominalista o terminista, la idea de la realidad como realidad individual, el concepto de
intuición, el carácter contingente del orden natural y del orden moral...
Dejando a un lado el hecho de que Ockham es catalogado como fundamentalmente teólogo o bien como
lógico y epistemólogo, según los casos; lo cierto es que probablemente sea uno de los filósofos que mayor
diversidad de opiniones (incluso contradictorias) ha generado a la hora de interpretar su pensamiento. Así,
algunos autores (quizás la mayoría) destacan su nominalismo, su labor como precursor, e incluso iniciador,
de la llamada "ciencia experimental", su crítica al aristotelismo o, por lo menos, su crítica a la interpretación
escotista de las tesis aristotélicas. Por el contrario, otros indican que Ockham no fue, propiamente hablando,
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nominalista, ni tuvo nada que ver con el movimiento de los modernos, sino que su aspiración era depurar el
aristotelismo de elementos propios de San Agustín y de Avicena. Otros subrayan en su pensamiento el
aspecto agustiniano-franciscano de la "religiosidad subjetiva". También encontramos quienes lo consideran
un pensador independiente, tanto de las corrientes "premodernas" como del aristotelismo; o como un
"trascendentalista", principalmente ocupado en los trascendentales como modos de unidad.
Parece indiscutible que Ockham es el iniciador definitivo de la corriente terminista o nominalista, y que su
pensamiento tuvo como consecuencia la emancipación de la filosofía frente a la teología.
Independientemente de las intenciones del propio Ockham, lo cierto es que su pensamiento participa y se
sitúa en un contexto de crisis o cambio que algunos han catalogado como decadencia de la Escolástica,
mientras que otros lo califican como un período de florecimiento en cuanto permite dar el paso a la filosofía
y ciencia modernas. Comprendido en su contexto histórico y dejando a un lado intenciones e
interpretaciones, quizás no resulte totalmente injusto considerar a Guillermo de Ockham como un teólogo
fideísta que recusa la metafísica tradicional de las esencias universales por considerarla incompatible con la
fe en la libertad y omnipotencia divinas.
2. Intuicionismo y experiencia
Ya en la doctrina sobre el origen y valor de nuestro conocimiento se manifiesta a través de Ockham una
nueva época. También Escoto había apuntado a la experiencia, pero acto seguido subrayó y acentuó el papel
del entendimiento, poniendo en él siempre la causa única, eficiente, adecuada, de nuestro conocimiento
espiritual. Se trataba todavía del espíritu del viejo "intelecto agente" de la anterior escolástica, que no vio en
la experiencia más que una mera causa material. En Ockham, en cambio, la experiencia sensible se
constituye ahora en auténtica causa. Opina que no necesitamos más que la mirada sensitiva e intuitiva,
dirigida a los objetos del mundo externo, o la intuición espiritual y reflexiva sobre nuestros propios actos
interiores anímicos, y ya tenemos el origen de nuestro conocimiento del mundo real. A partir de aquí
formamos después por abstracción los conceptos universales y juicios, y tenemos ya con ello los elementos
con los que opera la ciencia. Las viejas "species" son innecesarias según Ockham, ya que las considera un
mero requisito metafísico sin reparar en el hecho de que provienen de la experiencia. De esta manera, tal y
como comprobaremos más adelante, Ockham desechará la species, la natura communis y, en general, todo
universal ante rem o in re. El universal es cosa de la mente, no una realidad ontológica tangible.
La distinción entre conocimiento intuitivo y conocimiento abstractivo de que se había servido Duns Escoto
como fundamento para su teoría metafísica de la substancia, sirve a Ockham como formulación de su
doctrina de la experiencia. Ockham afirma que caben dos formas de conocimiento: la intuición intelectual
(no se refiere únicamente a la sensitiva) y el conocimiento abstractivo. Distingue, además dos modos de
abstracción: el conocimiento abstractivo del singular y el del universal.
¿Qué quiere decir conocimiento intuitivo?. Conocimiento intuitivo (notitia intuitiva) es la aprehensión
inmediata de una cosa como existente, aprehensión que permite a la mente formar una proposición
contingente relativa a la existencia de aquella cosa. El conocimiento intuitivo es causado por la aprehensión
inmediata de cosas existentes. El concepto de una cosa individual es la expresión natural en la mente de la
aprehensión de esa cosa, siempre que no se interprete el concepto como un medium quo del conocimiento.
La intuición es la aprehensión inmediata de una cosa o cosas que lleva naturalmente al juicio de que la cosa
existe, o a otra proposición contingente acerca de ésta. La garantía de tales juicios es simplemente la
evidencia, el carácter evidente de la intuición, junto con el carácter natural del proceso que conduce al juicio.
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En síntesis, el conocimiento intuitivo es aquel mediante el cual se conoce con toda evidencia si la cosa existe
o no, y que permite al entendimiento juzgar inmediatamente sobre la realidad o irrealidad del objeto. El
conocimiento intuitivo, además, es aquel que hace conocer la inherencia de una cosa a otra, la distancia
espacial y cualquier otra relación entre las cosas particulares. Del concepto mismo de conocimiento
intuitivo, que implica una relación inmediata entre el sujeto que conoce y la realidad conocida, se deduce la
negación de cualquier "species" que sirva de intermediaria del conocimiento.
El conocimiento intuitivo puede ser sensible e intelectual. La función del entendimiento no es puramente
abstractiva, según Ockham. El entendimiento puede conocer intuitivamente también las cosas singulares que
son objeto del conocimiento sensible; ya que, si no las conociera, no podría formular sobre ellas ningún
juicio determinado. Está claro que Ockham no habla simplemente de la sensación: habla de una intuición
intelectual de una cosa individual, intuición que es causada por aquella cosa y no por ninguna otra. Además,
para él la intuición no se limita a la intuición de las cosas sensibles o materiales. Expresamente afirma que
conocemos nuestros propios actos intuitivamente, y que esa intuición conduce a proposiciones como "hay un
entendimiento" y "hay una voluntad". Por consiguiente, el entendimiento conoce intuitivamente también sus
propios actos y en general todos los movimientos inmediatos del espíritu, como el placer, el dolor, el odio,
etc. El entendimiento, de hecho, conoce la realidad de estos actos espirituales y no puede conocerla sino a
través del conocimiento intuitivo.
El conocimiento intuitivo perfecto, el que es el principio del arte y de la ciencia, es la experiencia, que tiene
siempre por objeto una realidad actual y presente. Pero el conocimiento intuitivo puede ser también
imperfecto y referirse a un objeto pasado. Entre el conocimiento intuitivo perfecto y el imperfecto hay una
relación de derivación: todo conocimiento intuitivo imperfecto procede de una experiencia. La misma
relación existe entre conocimiento intuitivo y conocimiento abstractivo, el cual prescinde de la realidad o
irrealidad de su objeto; éste procede de aquél y se puede tener conocimiento abstractivo solamente de
aquello sobre lo que se ha tenido previamente conocimiento intuitivo. Como el conocimiento intuitivo
precede al conocimiento abstractivo, según Ockham, podemos decir que, para él la percepción sensible y la
introspección son dos fuentes de todo nuestro conocimiento natural concerniente a la realidad existente.
Hemos visto que para Ockham el conocimiento intuitivo de una cosa es causado por aquella cosa y no por
otra cosa alguna. En otras palabras, la intuición, como aprehensión inmediata del existente individual, lleva
consigo su propia garantía. Pero, como es sabido, Ockham también mantenía que Dios podría causar en
nosotros la intuición de una cosa que no estuviese realmente presente. Bajo ese presupuesto debe ser
interpretada su afirmación: "el conocimiento intuitivo, en sí mismo y necesariamente, no se refiere más a una
cosa existente que a una no-existente, ni se refiere más a la existencia que a la no-existencia", y que, por otra
parte, constituye una de las proposiciones que en su tiempo le fueron censuradas.
¿Conocemos directamente, pues, la realidad individual o conocemos sólo las esencias universales?. Para
Ockham, lo individual es lo primero conocido y lo único propiamente conocido. La intuición no es, para
Ockham, la captación directa por parte del sujeto de una esencia, de una idea de tipo platónico, sino la
relación directa del sujeto que conoce con el objeto conocido, con la cosa. En este sentido, el conocimiento
es algo que se ofrece de modo directo e inmediato al individuo (no el resultado de una abstracción, de una
elaboración del entendimiento que culmina en un concepto); es un conocimiento, por lo tanto, presente, que
queda garantizado por la inmediatez, por la presencia de la cosa que es la causa inmediata de dicho
conocimiento, por el que se afirma en consecuencia la existencia de la cosa y del que dependen también las
relaciones entre las cosas.
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¿Qué son los conceptos?. Los conceptos los formamos espontáneamente en el entendimiento, no a través del
proceso abstractivo descrito por Aristóteles y por santo Tomás. Los conceptos no pueden representar unas
esencias que no tienen presencia ni existencia real: no son más que signos de carácter lingüístico que se
forman a partir de la experiencia, por generalización. Distingue Ockham dos tipos de signos: los naturales y
los convencionales. Son signos naturales los concebidos por la mente y, en este sentido, pueden ser llamados
palabras mentales. Los signos convencionales pueden ser de dos clases: proferidos y escritos, es decir
pertenecientes al lenguaje hablado o al lenguaje escrito. La función de los signos es hacer las veces de las
cosas que significan en el discurso, sustituirlas; pero no consiste en representar esencias inexistentes.
3. La "navaja de Ockham"
Acabamos de analizar cómo, según Ockham, en el proceso del conocimiento no cabe hablar de fases u
operaciones intermedias. A la captación intuitiva sigue la conciencia espontánea de la existencia del objeto
percibido. El rechazo de la explicación tomista del conocimiento (por vía de la abstracción, siguiendo a
Aristóteles) va asociado a la modificación de los presupuestos lógicos que se pueden aceptar en el discurso
filosófico, y a la elaboración de algunas propuestas metodológicas, entre las que se suele destacar el
principio de economía, también conocido como la "navaja de Ockham", que supone el rechazo de lo
superfluo, de lo que no aparezca de modo inmediato a la intuición sensible, y la exigencia de simplicidad en
la explicación de los sucesos reales.
Esta economía intuitiva se refleja en la máxima ockhamista: "No hay que multiplicar los entes sin
necesidad" (Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem). He aquí la famosa "navaja de Occam", que,
fiel a ese principio de "economía", se propone podar lo superfluo. La navaja de Ockham inaugura un tipo de
economía de la razón que tiende a excluir del mundo y de la ciencia los entes y los conceptos considerados
como superfluos. Además, esta crítica parte del supuesto de que no hay que admitir nada fuera de los
individuos y de que el conocimiento fundamental es el empírico.
De este modo, esta frase se convierte en arma crítica contra el platonismo de las esencias y contra aquellos
aspectos del aristotelismo en los que se advierte la presencia de elementos platónicos. Utilizándola
críticamente, Ockham derrumba los pilares de la metafísica y de la gnoseología tradicional: se vuelve un
elemento fundamental del rechazo del ser analógico de Tomás de Aquino, del concepto de substancia, de la
causa eficiente y final, de la distinción entre intelecto agente e intelecto posible, de las species.
4. Ciencia real y ciencia racional.
Su concepción de la ciencia está en estrecha conexión con su lógica. Ockham se encuentra entre dos polos:
pretende elaborar una filosofía de los singulares (que para él son las únicas realidades extramentales) y, al
mismo tiempo, pretende conservar el concepto aristotélico de ciencia como estudio de lo universal y
necesario. Para superar el contingentismo de los singulares, su única salida es una ciencia refugiada en el
ámbito de los conceptos mentales o, lo que es lo mismo, dada su particular noción del universal, una ciencia
recluida en una consideración de los términos y de las proposiciones. Por consiguiente, la ciencia se ha
convertido en un sistema de signos de las cosas. De ahí la importancia de la "suppositio" en el sistema de
Ockham.
Según Ockham, la ciencia se divide en dos tipos principales, ciencia real y ciencia racional. La primera
(scientia realis) se ocupa de las cosas reales; mientras que la segunda (scientia rationalis) se ocupa de
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términos que no representan inmediatamente las cosas reales. Así, la lógica, que trata de términos de
segunda intención, como "especie" y "género", es una ciencia racional. Es importante mantener la distinción
entre esos dos tipos de ciencia, de no hacerlo así, se confundirán los conceptos o términos con cosas:
La ciencia real se ocupa de cosas, esto es, de cosas individuales. Pero Ockham también señala que la ciencia
real no es siempre de cosas como objetos inmediatamente conocidos. Esto puede parecer una contradicción;
pero Ockham procede a explicar que toda ciencia, tanto la real como la racional, está hecha solamente de
proposiciones. En otras palabras, cuando dice que la ciencia real se ocupa de cosas, lo que intenta no es
negar la doctrina aristotélica de que la ciencia es de lo universal, sino afirmarse en la otra doctrina
aristotélica de que son sólo las cosas individuales las que tienen existencia. La ciencia real se ocupa, pues, de
proposiciones universales; y como ejemplos de éstas propone "el hombre es capaz de reír" y "todos los
hombres pueden ser instruidos"; pero los términos universales representan cosas individuales, y no
realidades universales que existan extramentalmente. La diferencia entre la ciencia real y la ciencia racional
consiste en esto, en que las "partes", es decir, los términos de las proposiciones conocidas por la ciencia real
representan cosas, lo cual no es el caso para los términos de proposiciones conocidas por la ciencia racional,
porque tales términos representan a otros términos.
Así pues, la ciencia real es ciencia de cosas reales; la ciencia racional lo es de términos por medio de los
cuales se llevan a cabo demostraciones lógicas. La ciencia real tiene por último objeto los individuos, pero se
ocupa de las proposiciones en las que se hallan los términos que "suponen" los individuos. La ciencia real no
contiene proposiciones necesarias, mientras que la ciencia racional sólo contiene (o debería contener)
proposiciones necesarias. Con ello parece defender una doctrina del conocimiento que luego sería
característica de ciertas formas de empirismo y de positivismo, especialmente en tanto que éstas distinguen
radicalmente entre "hechos" y "puras relaciones". Y, sin duda, existe cierta justificación en hablar del
"empirismo" (e incluso del "empirismo lógico") de Ockham. Sin embargo, hay diferencias entre tales formas
de empirismo y las doctrinas epistemológicas de Ockham, como por ejemplo la idea de "notitia intuitiva"
que ya hemos comentado.
5. Ockham y los universales
a. La problemática de los universales hasta Ockham
El problema de los universales ya había sido planteado por Platón, pero volvió a replantearse en los siglos X
y XI. El problema surgía de la distancia entre la aspiración del hombre a un conocimiento necesario,
universal e inmutable, válido, por tanto, para todos los lugares, para todos los tiempos y para todas las
personas, y la realidad de las cosas del mundo sensible, que son contingentes, singulares y mudables. ¿Cómo
puede haber conocimiento necesario de realidades contingentes, conocimiento universal de realidades
singulares, conocimiento inmutable de realidades mudables?
Se presentaba una doble posibilidad de solución radical: o bien se establecía una realidad universal y
necesaria que fuese objeto del conocimiento intelectual humano, o bien se negaba la posibilidad de un
conocimiento universal y necesario. Platón había optado por lo primero, al establecer la realidad necesaria e
inmutable de las Ideas como objeto del conocimiento intelectual. La opinión platónica, cristianizada, dominó
en los primeros siglos de la Edad Media. Así, en lugar de la contemplación o reminiscencia de las Ideas
platónicas, muchos admitían que el conocimiento universal y necesario que hay en el hombre no podía
proceder del conocimiento empírico de la realidad ambiente, sino que era producido por una impresión de
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las ideas eternas de Dios en el alma, a lo cual llamaban "iluminación". Esta solución fue denominada
"realismo", porque daba existencia real a los universales (géneros y especies). Además, en este caso, se trata
de un "realismo trascendente", ya que la realidad del universal se sitúa más allá del mundo en que vivimos.
Porfirio, en su Isagoge o Introducción a las Categorías de Aristóteles, había planteado el problema sin
atreverse a decidir si los géneros y las especies existen sólo en el entendimiento o más bien en la realidad; y,
en el caso que existan en la realidad, si están en las cosas mismas o separados de ellas; y, en este último
caso, si son de naturaleza corporal o de naturaleza espiritual. Boecio, al comentar ese libro de Porfirio,
simplificó el planteamiento y lo redujo a tan sólo una alternativa: si los universales son realidades o si son
sólo palabras, voces. Al principio del siglo XI, la mayor parte de los teólogos y filósofos se inclinaban por el
realismo de los universales (géneros y especies), a los que hacían consistir en una naturaleza común
existente como tal de la cual participaban los individuos. Otros apoyaban su realismo en el ejemplarismo
agustiniano. Posteriormente pareció inadmisible esta teoría y se consideró que los universales no eran más
que sonidos verbales (flatus vocis). Entre los primeros estaba Guillermo de Champeaux, y entre los segundos
Roscelino de Compiegne.
Además de este realismo trascendente, otros defendían un "realismo inmanente": los universales existen
como tales universales en la naturaleza de las cosas; más aún, las cosas son tanto más reales cuanto más
universales, de modo que el universal máximo, que es el ser, constituye el fundamento y raíz de toda
realidad. Esas realidades universales confluyen en los individuos para constituir su realidad concreta y
singular. Así, en el hombre, por ejemplo, la humanidad, la animalidad, la vida, la corporeidad, son realidades
distintas que confluyen en él. Esta solución realista pareció absurda a muchos y prefirieron el extremo
opuesto: nada real es universal; no hay más realidad que la de los seres singulares: el universal es sólo una
palabra, un nombre con que designamos a cada uno de los individuos de una pluralidad. Lo único universal
respecto de los individuos humanos, por ejemplo, es la palabra 'hombre' con la que los designamos.
En el siglo XII comenzó a esbozarse una solución intermedia iniciada por Abelardo, que afirmaba que los
universales no eran cosas ni meras palabras, sino algo que, lejos de pertenecer al mundo o a la naturaleza,
pertenece al entendimiento, aunque sirve para significar las cosas reales. El universal no es para Abelardo ni
un nombre ni una cosa real, sino un concepto con significación real. Esta solución conceptualista de
Abelardo sería completada y perfeccionada en el siglo XIII por Santo Tomás de Aquino a partir de la
doctrina aristotélica del conocimiento. Según Santo Tomás, el universal considerado como tal, es decir,
como una unidad referida a muchos, no existe en la realidad, ni tampoco es un mero nombre, sino que existe
en la mente como un concepto que se puede predicar de muchos sujetos. Ese concepto tiene un contenido
significativo de valor real, es decir, un contenido que se da de hecho y realmente en una pluralidad de seres
singulares, de los cuales ha sido abstraído por virtud del entendimiento agente. Precisamente, por haber sido
abstraídos de los singulares, pueden predicarse los conceptos de nuevo con toda verdad. Con esta teoría,
denominada "realismo moderado", se salva, por una parte, la universalidad y necesidad del conocimiento
intelectual y, por otra, también su valor real.
En el siglo XIV se rechazó la solución de Santo Tomás y se volvió a una especie de nominalismo mitigado
que, aunque nominalismo, consideraba que el universal era algo más que una mera voz: era un signo o
símbolo de los singulares; pero no un signo arbitrario, como es la palabra, sino un signo natural, como el
concepto. El universal es un concepto, pero sin valor real; no hay nada en la realidad que responda al
contenido de ese concepto. Por esta razón se ha llamado a esta teoría "conceptismo", "conceptualismo" o
"terminismo":
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Los pasos hacia dicho nominalismo se iniciaron con Duns Escoto, a causa de su valoración de lo individual y
singular como objeto primario del conocimiento (en mayor medida que Santo Tomás) y por su cierto
empirismo al exigir la percepción sensible como requisito para obtener un conocimiento cierto de la realidad
de una cosa. Un paso más lo dio Durando de San Porciano (1270-1334), al afirmar que nada existía en la
realidad sino el individuo y lo singular. Al ser lo singular el objeto directo del conocimiento intelectual, y no
lo universal, se suprimía el problema del principio de individuación: si lo singular es lo que existe en sí
realmente y es la única realidad, no hay por qué buscar razones y causas que individualicen lo universal.
Además, si el entendimiento conoce directamente lo singular, sobran las especies inteligibles intermediarias,
y sobra también el entendimiento agente que las producía. Los universales son una representación confusa e
indeterminada del entendimiento, producida por un acto reflejo suyo, después de conocido lo singular. Así,
el universal no es algo uno que convenga realmente a muchos, sino algo único que se puede decir de
muchos. Pedro Aureolo mantuvo una posición similar a la de Durando y que fue predecesora de la de
Ockham: el universal para él no era nada real, sino un puro concepto de la mente. El conocimiento que
conoce las esencias no conoce las cosas tales como ellas son, sino sólo en un aspecto de las mismas que no
es un aspecto real, sino aparente. En contra de toda la corriente aristotélica, afirmó que la ciencia no consiste
en conocer lo universal, que es lo abstracto, sino lo real, que es lo concreto y singular. Así pues, las tesis de
Durando de San Porciano y de Pedro Aureolo constituyen las fuentes y antecedentes más próximos o
directos de la postura ockhamista respecto a los universales.
b. El nominalismo o conceptualismo de Ockham
Guillermo de Ockham recogió algunas tesis de sus predecesores y las condujo a un mayor radicalismo.
Ockham niega la existencia de los universales; ni siquiera se trata de abstracciones. Sólo existe el singular,
los individuos, que son captados por la intuición sensible de su realidad. Conocemos de modo directo, por la
experiencia, en una visión inmediata de la realidad. Los términos generales sólo denotan las semejanzas que
se advierten en los individuos. Al no darse más que el singular, los universales no pueden hallarse dentro de
las cosas. Tampoco pueden ser las formas particulares últimas, las "hacceitas", que establecía Escoto,
porque, en ese caso, habría tantas formas cuantas cosas existen y, por consiguiente, o las cosas o las formas
estarían de más. Los universales se reducen, pues, a símbolos, a signos de las cosas. Ciertamente, a esta
corriente de pensamiento se la denomina nominalismo o terminismo. Pero el nominalismo de Ockham no
debe identificarse con el de Roscelino, simple flatus vocis, palabras vacías. Se trata más bien de un
conceptualismo: reducción del universal al concepto aparecido en la mente.
Veamos la solución de Ockham al problema de los universales con algo más de detalle:
Ockham afirmó que todo lo real es singular, que sólo lo individual existe, y que existe con una unidad
numérica tal que no admite en sí distinción alguna de partes metafísicas. Sólo se pueden distinguir en él las
partes integrantes cuantitativas. El universal, pues, no tiene ningún género de realidad ni puede existir de
ningún modo en la naturaleza de las cosas. El universal es, por definición y por etimología, unum versus
alia, es decir, una unidad referida y aplicada a una pluralidad. Ahora bien, siendo el universal uno, ¿cómo
puede estar repartido y multiplicado en las distintas cosas?. Y, si está multiplicado en los diversos
individuos, ¿cómo puede ser verdaderamente uno?
La respuesta de Ockham consiste en afirmar que los universales son términos (termini concepti) que
significan cosas individuales y que las representan en las proposiciones. Solamente existen las cosas
individuales; y por el mero hecho de que una cosa exista, es individual. No hay ni puede haber universales
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existentes. Afirmar la existencia extramental de los universales es cometer la insensatez de afirmar una
contradicción, porque si el universal existe, ha de ser individual. No existe realidad común alguna que exista
al mismo tiempo en dos miembros de una especie.
Ningún universal es algo existente fuera de la mente, de un modo u otro; sino que todo aquello que es
predicable de muchas cosas está, por su misma naturaleza, en la mente, sea subjetiva u objetivamente; y
ningún universal pertenece a la esencia o quiddidad de ninguna substancia. Ockham no pensaba que el
universal tenga existencia alguna en el alma excepto como un acto del entendimiento. La existencia del
universal consiste en un acto del entendimiento: no hay realidad universal alguna que corresponda al
concepto. No es, sin embargo, una ficción, en el sentido de que no represente a nada real; sino que el
concepto representa a las cosas reales individuales, aunque no represente a ninguna cosa universal. Es, para
decirlo en pocas palabras, un modo de concebir o conocer cosas individuales.
Su tesis principal consistía siempre en afirmar que no hay necesidad alguna de postular otros factores que la
mente y las cosas individuales para explicar el universal. El concepto universal aparece simplemente porque
hay grados diversos de similaridad entre las cosas individuales. Así, por ejemplo, Sócrates y Platón son más
semejantes entre sí que cualquiera de ellos y un asno; y ese hecho de experiencia tiene su reflejo en la
formación del concepto específico "hombre". Pero debemos tener cuidado con nuestra manera de hablar: No
debemos decir que "Platón y Sócrates convienen en (comparten) algo, o algunas cosas, sino que convienen
(son semejantes) por algunas cosas, es decir, por ellos mismos, y que Socrates conviene con (convenit cum)
Platón no en algo, sino por algo, a saber, él mismo. En otras palabras, no hay una naturaleza común a
Sócrates y Platón, en la que se reúnan, o que compartan, o en la que participen, sino que la naturaleza que es
en Sócrates y la naturaleza que es en Platón, son semejantes. El fundamento de los conceptos genéricos
puede explicarse de un modo similar.
Así pues, aunque para Ockham el universal no es nada en la realidad de las cosas, reconoce que usamos
como universales no sólo palabras, nombres y términos, sino también conceptos. Los universales existen,
pues, en la mente, como conceptos, y en las palabras que expresan estos conceptos. Ahora bien, esos
conceptos universales son puros signos o símbolos de las cosas, es decir, se refieren, aluden, representan y
suponen las cosas, pero no expresan ni nos dan a conocer lo que las cosas son. Así como las palabras aluden
a las cosas, pero en sí mismas no nos dan a conocer las cosas, así ocurre también con los conceptos, por ser
puras ficciones de la mente. La única diferencia entre palabras y conceptos es que aquéllas son signos
convencionales, y éstos son signos naturales, como el humo es signo del fuego y el llanto es signo del dolor.
Pero aun siendo así, ni el humo, aunque sea señal natural del fuego, da a conocer lo que es el fuego, ni el
llanto podría llevar al conocimiento de lo que es un dolor a quien no ha experimentado un dolor en su vida.
6. Sobre Dios y la Teología
a. La separación entre razón y fe
La posición que adoptará Ockham respecto al tema de la relación entre la razón y la fe supondrá no ya la
distinción entre ambas y la concesión a cada una de un espacio particular de aplicación, como había
defendido santo Tomás, sino su radical distinción e independencia. La filosofía no es una servidora de la
teología, y ésta no es una ciencia sino un conjunto de proposiciones que se mantienen unidas gracias a la
fuerza cohesiva de la fe, pero sin una coherencia racional. La razón no está ya al servicio de la fe, ni la fe
necesita de la razón para esclarecer sus propios dictados. La fe depende estrictamente de la revelación, por lo
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que la razón no tiene nada que decir, añadir, quitar o aclarar respecto a la palabra divina. La razón, por su
parte, siendo una facultad otorgada por Dios al hombre, para ordenarse en este mundo, no tiene nada que
tomar de la fe: ha de recurrir a las otras facultades naturales y, exclusivamente con ellas, obtener los
conocimientos necesarios para la vida más perfecta posible del hombre.
Así pues, Ockham considera que son inútiles y perjudiciales los intentos tomistas, de Buenaventura y
escotistas de utilizar como intermediarios entre razón y fe diversos elementos aristotélicos o agustinianos,
elaborando complejas estructuras metafísicas y gnoseológicas. El plano del saber racional (basado en la
claridad y en la evidencia lógica) y el plano de la doctrina teológica (orientado hacia la moral y basado en la
luminosa certidumbre de la fe) son independientes y no existe entre ellos ningún punto de convergencia o de
intersección. Por consiguiente, no se trata únicamente de una distinción, sino de una separación: el ámbito de
las verdades reveladas es radicalmente ajeno al ámbito del conocimiento racional.
La autonomía de la razón con respecto a la fe proclamada por santo Tomás se convierte ahora en una
independencia absoluta, lo que tendrá importantes consecuencias en el campo filosófico y teológico. Con
Ockham, la distinción entre la razón y la fe se convierte en separación e incluso oposición entre ambas.
Ockham distinguió entre teología y filosofía, a la vez que proclamó que la teología no es ciencia. Ello ha
dado lugar a diferentes debates que ven el escepticismo o, por el contrario, el fideísmo como la necesaria
conclusión de dicha escisión. Todo ello le llevará al voluntarismo en los temas de la fe, y a una posición
fundamentalmente empirista en lo concerniente a los temas de la razón. Ahora bien, lo que Ockham afirma
es que las proposiciones teológicas adquieren su verdad por la fe y que todo razonamiento que se efectúe
sobre tales proposiciones lleva a conclusiones verdaderas solamente en tanto que las premisas son
verdaderas. Así, cuando Ockham afirmaba que la teología no es una ciencia, no quería decir que las
proposiciones teológicas no son proposiciones informativas o que ningún silogismo teológico pueda ser una
pieza correcta de razonamiento. Simplemente quería decir que, como las premisas de los argumentos
teológicos son conocidas por la fe, también las conclusiones caen dentro de la misma esfera; y, como las
premisas no son evidentes por sí mismas, los argumentos no son demostraciones científicas en el sentido
estricto de "demostración científica".
b. Sobre la existencia de Dios
Recordemos que uno de los principios fundamentales del pensamiento de Ockham consiste en afirmar que el
conocimiento intuitivo es primario y fundamental. Todo conocimiento está basado en la experiencia. Así, la
existencia de una realidad cualquiera es revelada al hombre solamente por el conocimiento intuitivo, esto es,
por la experiencia. Pero el conocimiento intuitivo de Dios no es dado al hombre viator. En nuestro actual
contexto no podemos tener un conocimiento natural de la esencia divina tal como es en sí misma, ya que no
tenemos intuición natural de Dios: como la existencia y la esencia van unidas y se conoce la esencia
solamente por lo que se conoce intuitivamente de la existencia, el hombre en verdad no conoce la existencia
ni la esencia de Dios. Las mismas pruebas de la existencia de Dios no tienen, según Ockham, valor
demostrativo. La proposición "Dios existe" no es evidente. La existencia no se predica solamente de Dios,
sino también de toda otra cosa real; no puede, por consiguiente, ser parte de la esencia de Dios, ni serle
intrínseca. La prueba ontológica es rechazada. También es rechazada, por no poseer valor demostrativo, la
prueba cosmológica que el aristotelismo había introducido en la escolástica latina. No obstante, parece ser
que si criticó las pruebas tradicionales en favor de la existencia de Dios, lo hizo desde el punto de vista de un
lógico, y no para partir en dos la síntesis tradicional.
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¿Puede demostrarse, según Ockham, la existencia de Dios?:
Para responder con rigor a dicha pregunta (si Ockham admitía alguna prueba filosófica de la existencia de
Dios), en primer lugar debemos hacer una distinción: Si se entiende por "Dios" el ser absolutamente
supremo, perfecto, único e infinito, Ockham creía que su existencia no puede ser estrictamente probada por
el filósofo. Si, por el contrario, se entiende por "Dios" la primera causa conservadora de este mundo, sin
ningún conocimiento cierto acerca de la naturaleza de esta causa, Ockham pensaba que dicha existencia
puede ser filosóficamente probada. Ahora bien, como esa segunda acepción del término "Dios" no es la que
usualmente se entiende por el mismo, resulta correcto afirmar, sin mayores detalles, que Ockham no admitía
la demostrabilidad de la existencia de Dios. En definitiva, Ockham no negaba que pueda darse un argumento
probable en favor de la existencia de Dios. Lo que negaba era que pueda probarse filosóficamente la
existencia de Dios como el único ser absolutamente supremo. Para Ockham, solamente por la fe conocemos,
al menos por lo que respecta al conocimiento cierto, que existe el ser supremo y único en sentido pleno. De
ahí que, en muchas ocasiones, se le haya calificado como un fideísta.
Escoto admitía la posibilidad de demostrar la existencia de Dios por medio de la razón. Ockham, en cambio,
niega esa posibilidad. El entendimiento humano por sí mismo no puede llegar a demostrar nada del dogma
revelado, por la sencilla razón de que, al no poder tener un conocimiento intuitivo de Dios, tampoco puede
tenerlo abstractivo. Al rechazar la unión entre fe y razón, Ockham niega también la teología natural.
c. La univocidad del ser
Ockham acepta la fórmula aristotélica de que el ser es el objeto de la metafísica; pero insiste en que esa
fórmula no debe entenderse en el sentido de que la metafísica, considerada en sentido amplio, posea una
unidad estricta basada en el hecho de que tiene un objeto. Si Aristóteles y Averroes dicen que el ser es el
objeto de la metafísica, el enunciado es falso si se interpreta en el sentido de que todas las partes de la
metafísica tengan por objeto el ser. En la medida en que la metafísica es la ciencia del ser en cuanto ser, se
interesa no por una cosa, sino por un concepto. Ese concepto abstracto del ser no representa un algo
misterioso que haya de ser conocido antes de que podamos conocer seres particulares: significa todos los
seres, no algo en que los seres participen. Está formado subsiguientemente a la aprehensión directa de cosas
existentes. El concepto general de ser es resultado de la aprehensión de cosas concretas existentes; solamente
porque tenemos aprehensión directa de existentes actuales podemos formar el concepto general de ser como
tal.
Al igual que Escoto, Ockham concibe el ser de manera unívoca. El ser es predicable tanto de Dios como de
las criaturas. Pero su postura, como en otros aspectos, se radicaliza. Hay un concepto común a Dios y a las
criaturas y predicables de Aquel y de éstas. "Ser" es un concepto predicable en sentido unívoco de todas las
cosas existentes. Sin un concepto unívoco no podríamos concebir a Dios. No obstante, Ockham fue muy
cuidadoso al formular su teoría del concepto unívoco de ser, de modo que excluyese toda implicación
panteísta. Así, debemos distinguir tres tipos de univocidad: un concepto común a varias cosas que tienen
entre ellas una perfecta semejanza; un concepto común a varias cosas que sólo son parcialmente semejantes;
un concepto común a varias cosas que no tienen entre ellas ninguna semejanza. Los conceptos unívocos de
Dios y las cosas son del tercer tipo. De esta forma, Ockham recuerda su doctrina de que Dios y las criaturas
no tienen nada en común, aunque sea posible predicar de ellos conceptos unívocos que, precisamente,
expresan la profunda desemejanza entre Dios y las criaturas.
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Por consiguiente, en metafísica Ockham defiende un concepto unívoco del ser. Ello significa que el "ser"
puede predicarse de Dios y de las criaturas, pero no significa que Dios y las criaturas sean similares. Por el
contrario, considera que son enteramente disimilares. Sin embargo, Ockham no ve ningún inconveniente en
predicar "ser" de cosas no similares, ya que para él "ser" simplemente designa un concepto, y no una
realidad de la que participen Dios y las criaturas.
d. La omnipotencia de Dios
Ockham se opone a los teólogos que han insistido demasiado en un mundo de ideas o esencias existentes en
el seno de Dios. Hablar de un mundo inteligible en la realidad divina era para Ockham limitarla.
Ciertamente, Ockham no se opone estrictamente a la concepción agustiniana de un mundo de esencias
divinas. Sin embargo, mientras San Anselmo y los "realistas" tienden a considerar las ideas o esencias (o
"universales") como estando primariamente en la mente divina, y Santo Tomás estima que constituyen la
estructura inteligible que el alma aprehende por medio de la abstracción, Ockham prescinde totalmente de la
realidad (metafísica o meramente conceptual) de las ideas o esencias. Dios no puede estar limitado por nada
y las ideas o esencias, cualquiera que sea el modo como se conciban, representan una limitación.
Si en Dios no hay ideas universales, la voluntad divina es, dicho algo simplemente, libre. No necesita, en
efecto, desarrollar y ejecutar algo que se le haya predesignado. Puede desplegarse sin traba alguna, es
omnipotente. Pero, para Ockham, la voluntad omnipotente de Dios no es una voluntad de capricho. También
tiene valor para Dios el principio de contradicción y no puede hacer lo que en sí mismo implicaría un
contrasentido. Salvo esto, hay que admitir una potentia Dei absoluta. No obstante, existe todavía otra
limitación: aquella que Dios mismo se ha fijado al decidir positivamente al principio un determinado orden
de cosas. Dios está en cierto modo ligado a este orden (potentia Dei ordinata), si bien es cierto que también
podría haber dispuesto otro orden. La no limitación de Dios afecta también a su conocimiento. Dios es
omnisciente, por tanto, conoce por su divina esencia los futuros contingentes. Es decir, dada una disyunción,
Dios conoce con evidencia qué parte de ella es verdadera y qué parte es falsa.
La omnipotencia divina (que no puede ser demostrada, sino sólo conocida o admitida por la fe) exige
asimismo prescindir de la idea de que haya conexiones necesarias entre las cosas o entre los
acontecimientos. Si hubiera conexiones necesarias, se fundarían en sí mismas y no necesitarían en principio
de Dios. Por tanto, Dios aparecería asimismo como limitado. Tampoco puede haber relaciones (entre las
cosas) subsistentes por sí mismas; las relaciones no son "realidades" agregadas a las cosas relacionadas, sino
simplemente "intenciones" mentales. La perspectiva teológica de Ockham y su tendencia a dar una
explicación empirista de la causalidad armonizan perfectamente: como Dios ha creado las cosas de tal modo
que resulta un orden determinado, podemos predecir que las relaciones causales que hemos experimentado
en el pasado serán experimentadas en el futuro, aunque Dios, utilizando su absoluto poder, podría interferir.
La radical distinción entre Dios omnipotente y la multiplicidad de los individuos, sin más nexo recíproco que
el puro acto de la voluntad creadora divina, indecisfrable para la razón, lleva a Ockham a concebir el mundo
como un conjunto de elementos individuales, sin ningún vínculo real entre sí, no ordenables en términos de
naturaleza o de esencia. La exaltación del individuo llega hasta tal punto que Ockham niega también la
distinción entre materia y forma internas del individuo, pues considera que si dicha distinción fuese real
entonces se vería comprometida la unidad y existencia del mismo. De este modo, todo el sistema de causas
necesarias y ordenadas, que constituían la estructura del cosmos platónico y aristotélico, cede su lugar a un
universo fragmentado en numerosos individuos asilados, absolutamente contingentes, pues dependen de la
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libre elección divina. En este contexto se comprende la irrelevancia de los conceptos de acto y potencia, o de
materia y forma, sobre los que se basaba hasta entonces la problemática metafísica y gnoseológica
occidental.
De este modo, Ockham transformó la omnipotencia suprema de Dios en un instrumento que sirvió para
aniquilar las metafísicas del cosmos que habían cristalizado en las filosofías de inspiración aristotélica y
neoplatónica. A partir del hecho de que la omnipotencia divina es ilimitada y el mundo es una obra
contingente de su libertad creadora, Ockham concluye que no existe otro vínculo entre Dios omnipotente y
la multiplicidad de individuos que el que surge de un puro acto de voluntad creadora por parte de Dios que
únicamente es accesible a su sabiduría infinita. De este modo, los sistemas de un san Agustín, Buenaventura
o Escoto con sus ideas ejemplares, formas platónicas o esencias universales son catalogados como simples
residuos de una razón soberbia y pagana. No corre mejor suerte la doctrina de las causas, la analogía o la
metafísica del ser de Santo Tomás, ya que también son consideradas por Ockham como intentos que, a
caballo entre la fe y la razón, pretenden instituir relaciones reales entre la omnipotencia divina y la
contingencia de las criaturas.
d. La moral
Respecto a la moral, Ockham defenderá que ésta tiene su fundamento en las leyes establecidas por Dios. Así,
la teoría de la voluntad divina de Ockham también soluciona el problema de los fundamentos de la ética.
Dios quiere el bien, no porque el bien es bueno, sino al revés: el bien es bueno porque Dios lo quiere.
Santo Tomás sostenía que todos los mandamientos morales del cristianismo pueden ser derivados de la ley
natural (que es inmutable) y comprensibles racionalmente. Para Ockham, ningún mandamiento es de ley
natural: las leyes no derivan de la naturaleza ni son inmutables; son convencionales, fruto de una decisión
divina, no humana. Por encima de todo, Ockham enfatiza la libertad y omnipotencia divinas. Si Dios hubiese
querido, podría haber creado un mundo en el que odiarle no fuese pecado sino virtud. Así, a diferencia de
Escoto, piensa que Dios en su omnipotencia divina, podría llegar, si lo quisiera, a modificar todos los
preceptos del decálogo, es decir, todo aquello que no entrañe contradicción.
7. Pensamiento teológico-político.
La intransigente defensa del individuo como única realidad concreta, la tendencia a fundamentar el valor del
conocimiento sobre la experiencia directa e inmediata, así como la separación programática entre la
experiencia religiosa y el saber racional y, por tanto, entre fe y razón, conducen a Ockham a una defensa de
la autonomía del poder civil con respecto al poder espiritual y a exigir una transformación profunda en la
estructura y en el espíritu de la Iglesia. Se trata de un proyecto que, como se deduce de estos últimos factores
mencionados, entra en conflicto con la totalidad de los cimientos de la cultura medieval y plantea las bases
de la cultura humanístico-renacentista. Envuelto en el conflicto entre papado e imperio, Ockham quiere
replantear el poder del pontífice y desmitificar el carácter sagrado del imperio, interesándose más por lo
primero que por lo segundo.
Junto con Marsilio de Padua, Ockham es, en su tiempo, el mayor adversario de la supremacía del Papado.
Pero mientras que Marsilio de Padua, jurista y político, parte de la consideración de la naturaleza de los
reinos y de los estados en general, para la solución del problema de las relaciones entre el Estado y la Iglesia,
Ockham trata de reivindicar contra el absolutismo papal la libertad de la conciencia religiosa y de la
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investigación filosófica.
Así pues, más que en la política imperial, Ockham está interesado por la vida de la Iglesia, que quiere
reformar en sus estructuras y en sus propósitos. Considera que al Papado no le pertenece el poder absoluto
en materia espiritual ni en materia política. Ni el Papa, ni el concilio tienen autoridad para establecer
verdades que todos los fieles deban aceptar; ya que la infalibilidad del magisterio religioso pertenece
únicamente ala Iglesia. Concibe la Iglesia como la libre comunidad de los fieles, que reconoce y sanciona, en
el curso de su tradición histórica, las verdades que constituyen su vida y su fundamento. Esta tesis, junto con
su ideal de pobreza (que comparte con la orden franciscana), son causa de que Ockham combata el Papado
de Avignon, caracterizado por su riqueza y autoritarismo, así como por su tendencia a subordinar a sí la
conciencia religiosa de los fieles y ejercer sobre todos los príncipes y poderes un poder político absoluto.
Piensa que es necesario que la Iglesia se reforme, volviendo a la pobreza evangélica, sin ambiciones terrenas
ni aspiraciones autoritarias. Puede verse aquí la semilla de una aspiración de reforma, que se acentuará
durante el siglo siguiente, y desembocará en la todavía lejana reforma protestante.
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