Psicoanalistas de niños: Orígenes y destinos de su obra Melanie Klein

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Psicoanalistas de niños: Orígenes y destinos de su obra
Clase 1
Melanie Klein
En los últimos treinta años años se establecieron dos ejes centrales para la
formación analítica: Freud y Lacan. Melanie Klein quedó como una suerte de
atavismo salvaje e impúdico pasado de moda. Su obra y su pensamiento
analítico cobraron el estatuto de lo “ puramente imaginario”. El nombre de
Melanie Klein no es ignorado, pero se desprecian y/o se desconocen casi por
completo sus ideas.
El diálogo que podemos establecer con la obra de Melanie Klein, y el valor que
puede tener en la actualidad, pasa ante todo por reconocer que su pensamiento
estaba apoyado firmemente en la convicción de que el psicoanálisis “era eso o no
era nada”, y que creía enormemente en el poder de la interpretación “kleiniana”.
Muchos psicoanalistas “ kleinianos” sin embargo no se atreven actualmente a
interpretar como lo hacía Melanie Klein, porque les parecen interpretaciones
demasiado intrusivas y violentas. Sin embargo el gran mérito de M. Klein fue esta
violencia de la interpretación. No se puede ser kleiniano con metáforas, con
sutilezas, con eufemismos. Los kleinianos hablan de disociación entre lo
idealizado y lo persecutorio, de envidia y gratitud, de ataque y reparación,
conceptos que pertenecen en realidad a los últimos años de Melanie Klein, y que
fueron los más difundidos por la Asociación Psicoanalítica Argentina- en un tono
pastoral muy parecido a la religión. El viraje del pensamiento de la propia Melanie
Klein hacia esta suerte de pastoral psicoanalítica se puede observar sobre todo
en el caso de Richard, un niño que ella analizó durante la segunda guerra
mundial y cuyo historial publicó poco antes de morir, en el año 1961, y que
puede considerarse como su testamento analítico en materia de análisis de niños.
Las últimas sesiones del análisis de Richard en efecto revelan una suerte de
sinfonía entre el ataque y la reparación, lo persecutorio y lo idealizado, el pecho
bueno y el pecho malo. Pero este es el sistema kleiniano tardío. Antes del año ´34
Melanie Klein no tenía el concepto de “posición depresiva”. Este surge recién en
el año ´34 en circunstancias que incluyen cuestiones personales: la muerte de
su hijo mayor en un accidente de montaña, -según la versión de la hija de Melanie
Klein, Melitta Schmideberg, que se formó con su madre en Inglaterra y luego
emigró a los Estados Unidos, se trató de un suicidio. Cuando Melanie Klein
comienza a hablar de “etapa depresiva” y de “mecanismos del duelo”, Melita
Schmideberg, empieza a atacar a su madre en la Sociedad Británica, y afirma que
su hermano se había suicidado por culpa de Melanie, que lo había analizado
cuando era apenas un adolescente. Este es el caso que figura en El Psicoanálisis
de Niños bajo el nombre de Félix, un paciente de trece años a quien ella analizó
por un tic nervioso, y que efectivamente se trataba de su propio hijo.
Recién en el año 35’ se configura lo que podemos considerar el “sistema”
kleiniano, que incluye
las ansiedades esquizoparanoides y depresivas, las
defensas contra esas ansiedades,
la
extrema disociación entre objetos
idealizados y objetos persecutorios, y donde el principal fin del análisis será la
reparación del objeto interno dañado por el sadismo. Pero el “modo primitivo”, los
comienzos de Melanie Klein, son netamente diferenciables de este “sistema” sistema en el sentido de algo cerrado y en donde todo encaja-. En los primeros
casos de Melanie Klein están contenidas sus ideas más originales. Allí ya es muy
notorio que entre lo que ella observa y su interpretación no hay ninguna distancia,
es como si ella ya allí fuera una máquina de interpretar. Pero también hay
descubrimientos importantes y vale la pena conocerlos, para que aquello que en
diversos momentos Lacan reconoció y valorizó en el psicoanálisis kleiniano
pueda ser ampliado y tal vez revalorizado. Melanie Klein merece que se la
piense, no desde una crítica despiadada o ignorante, que ignora los elementos
creativos de su obra, sino desde un lugar que permita devolverle un espacio de
reconocimiento en el psicoanálisis. Entre otras cosas porque el problema del
psicoanálisis lacaniano es que no trabaja la agresividad y el sadismo; tanto en el
trabajo analítico que privilegia lo simbólico, como en la dirección de la cura que
actualmente se dirige a lo real y establece el binarismo acto analítico vs.
interpretación. Hay, o hubo, una idea central en el psicoanálisis lacaniano, que
desde lo simbólico se puede obtener la armonía de lo imaginario; mediante el
análisis del significante, a partir del trabajo con lo simbólico, se supuso que se
podría encausar pacíficamente la agresividad. Dicho de otro modo, lo imaginario
no se interpreta en forma directa. Se apuesta a que el trabajo en lo simbólico
incida en lo imaginario. Pero, si se tienen en cuenta los efectos de algunos
análisis lacanianos, y de lo que ocurre en las instituciones, parecería que han
dejado intacto, sin tocar, el problema de la agresividad. Esta es una de las razones
por las cuales me parece necesario resignificar el pensamiento analítico de
Melanie Klein, en lugar de continuar desvalorizándolo, minimizándolo, o lisa y
llanamente ignorándolo.
Cuando Lacan se refiere, en algunas ocasiones, a Melanie Klein, dice que es una
destripadora, una bestia, pero que precisamente por eso es una gran analista.
Muchos pensaron que Lacan quería decir que era una imbécil, que como analista
era una bestia, a pesar de haber leído el Seminario I donde Lacan hace una
comparación entre el pensamiento de Melanie Klein y el de Anna Freud. En esa
ocasión le pone un diez a Melanie Klein y desaprueba a Anna Freud, a quien
odiaba profundamente, y de quien decía que era una institutriz solterona y amarga
que nunca había tenido un hombre en su vida. Anna Freud era secretaria de la
Asociación Psicoanalítica Internacional cuando Lacan fue expulsado y tal vez su
voto tuvo alguna incidencia en la expulsión. Al menos Lacan pensó que era así. La
IPA había ordenado una investigación sobre Lacan y a raíz del informe obtenido
le retiraron la autorización de ejercer como didacta. Claro está que independiente
de estas razones “personales” no era difícil criticar a Anna Freud, entre otras
cosas, porque quedó muy asociado su pensamiento a la escuela americana, al
yo, a la adaptación, a la educación. Sin embargo, en su escrito “El estadio del
espejo” Lacan había citado -y elogiado- “El yo y los mecanismos de defensa” en
apoyo de su tesis sobre el yo como instancia de desconocimiento.
Dick es del año ´29. Está en Contribuciones al psicoanálisis, bajo el título “El
mecanismo de la formación de símbolos”. La mayor parte de los casos que están
en “El psicoanálisis de niños” en cambio pertenecen a los comienzos de
Melanie Klein.
Melanie Klein era una ama de casa que había tenido una vida muy desgraciada.
Su hermana Sidonie, que le había enseñado a leer, murió a los ocho años,
cuando Melanie Klein tenía cinco o seis. Melanie quedó muy ligada afectivamente
a su hermano mayor, Emmanuel, que era un joven sobresaliente, la apuesta
intelectual de la familia, pero que también murió muy joven - a los veintitantos
años-, poco tiempo antes del casamiento de Melanie con Arthur Klein. Para la
misma época también había muerto el padre de Melanie. Por lo tanto, ella inicia su
vida de casada atravesando dos duelos muy recientes, la muerte de su hermano
Emmanuel y de su padre. El padre hasta los 37 años había sido un estudioso del
Talmud, y la madre mantenía el hogar, se sabe que tenía una boutique donde
vendía pájaros y flores. Pero el padre a los 37 años abandona los estudios
talmúdicos, estudia medicina y se recibe de médico. El ambiente en el que crece
Melanie Klein está pues dividido entre lo religioso y lo científico, y marcado por
este cambio radical en la vida del padre. Es un ambiente donde se jerarquiza
mucho el estudio, lo intelectual, un ambiente laico, y progresista, en el que sin
embargo no era todo fácil y maravilloso, no era una familia de dinero sino una
familia de gente trabajadora.
Hacia fines de la Segunda Guerra M.K empieza un análisis con Ferenczi, en
Budapest, donde había ido a vivir con su marido. Ferenczi iba y venía del frente
donde era médico de trincheras, y había inventado lo que llamó “la técnica activa”.
No sabemos qué clase de “activismo” practicó con Melanie Klein, pero sin duda le
trasmitió sus ideas acerca del psicoanálisis, no sólo como una extraordinaria
terapia sino también como una extraordinaria herramienta para la educación de
los niños. Basándose en una determinada concepción de la realidad, Ferenczi
hizo una gran propaganda sobre los beneficios de una educación guiada por los
principios del psicoanálisis: no hay que reprimir la curiosidad sexual de los niños,
no hay que contarles cuentitos acerca de Dios ni de Papá Noel, no hay que
hablarles sobre brujas y fantasmas- en síntesis, lo que se denominó la educación
del “principio de realidad”. El psicoanálisis tenía que demostrar que a través de la
educación del principio de realidad, no inhibiendo la curiosidad, no castigando y no
inventando cuentos tontos, que el niño iba a ser el hombre del futuro, el
ciudadano del mañana, alguien que no tendría
todas las taras de las
generaciones anteriores. En este contexto Melanie Klein se dedica a observar a su
hijo más pequeño, Erich. Pronto se ve obligada a interrumpir su análisis con
Ferenczi, porque su marido, que era ingeniero, consiguió trabajo en un pequeño
pueblo de Austria adonde se traslada la familia. Dos de los hijos ya eran bastante
grandes y no se les podían aplicar todos estos preceptos educativos, pero queda
Erich, a quien M.K. se aferra para salir de su depresión –estaba atravesando una
gran crisis en su matrimonio- e intenta volcar en él las enseñanzas de Ferenczi
sobre la educación del principio de realidad. Cuando tiene preparada la
observación, viaja a Budapest y presenta en la Sociedad Psicoanalítica de
Budapest su informe sobre la “educación analítica” de su hijo menor. Es
nombrada analista.
M.K. lo presenta como un niño -al que llama Fritz- un poco atrasado e inmaduro,
que a los cuatro años tenía dificultades para distinguir los colores, y que no
hablaba todo lo bien que tenía que hablar... Este es el argumento que utiliza para
justificar su “observación analítica”, y a tratar de ampliar el mundo del niño a
través de un diálogo permanente con él, al servicio de lo que denomina –al igual
que Ferenczi- el “principio de realidad”. Obviamente Melanie Klein no quería que
Erich padeciera las “malas influencias” que habían sufrido sus hijos más grandes,
en particular como consecuencia de la religión paterna. El marido de Melanie era
de origen judío pero no era religioso, era panteísta (el panteísmo sostiene que
Dios existe en cada objeto, todo lo que vive es un testimonio de la presencia de
Dios, es la religión no institucionalizada, la presencia de Dios está en todo el
universo, por lo tanto la iglesia no es necesaria) y en cierto modo en el panteísmo
hay algo de pensamiento mágico: todo es Dios. ¡Imagínense la contradicción que
esto podía significar para una concepción materialista donde no hay Dios, no hay
hadas ni brujas, nada de lo que puede perturbar el pensamiento racional! La
educación “psicoanalítica” debe estar basada en principios racionales, saber la
verdad de las cosas va a despejar la mente del niño, lo va a ayudar a desarrollar
su intelecto, a aprender mejor en la escuela, no tendrá dificultades si su mente no
está confundida por el pensamiento mágico o por los prejuicios religiosos. Todo
el universo del conocimiento racional se abre para un chico que no es inhibido en
su curiosidad sexual ni engañado con cuentos de hadas y de brujas. Este fue el
inicio de Melanie Klein, una mamá deprimida, cultivada y analizada, que intentó
aplicar el psicoanálisis en la educación del menor de sus hijos.
Después de presentar el caso en la Sociedad Psicoanalítica de Budapest, M.K.
observa que Fritz/Erich empieza a tener graves inhibiciones, además de mal
humor, dolores de panza, deja de jugar con otros chicos, le da miedo salir a la
calle. Antes ella creía que su hijo era un poco inmaduro, pero que no era un chico
con problemas, y cuando presenta su informe, está muy contenta, porque el chico
aprendió los colores y las letras, tiene cinco años y sabe leer. Quizás no esperaba
esta crítica: no había tomado en cuenta el inconsciente. Ella respondió diciendo
que en realidad no estaba analizando al chico sino observándolo... Pero vuelve a
su casa influenciada sin duda por este tipo de comentarios. A partir de allí
comienzan los “verdaderos” síntomas: Erich está mal, triste, no juega, se
desinteresa de todo, no la escucha cuando le habla, la rechaza. Melanie
sospechará entonces que en la etapa anterior, la de la “educación analítica”, le
faltó aclararle a Erich cuál era el papel del padre en la fecundación. En efecto, su
hijo tiene preocupaciones “obsesivas” sobre cómo están hechas las cosas y de
dónde vienen, que ella identifica como preguntas por “el origen”. Buscará entonces
la ocasión propicia para brindarle a Erich lo que llama “la información faltante”.
Este momento llegará durante una conversación acerca de los distintos recorridos
que, según Erich, realizan las cacas. El hablaba mucho sobre el recorrido de la
caca. Ella le pregunta si estas cacas serán los niños –esta es una ecuación
freudiana: caca=niño- que crecen en el estómago. Al advertir el interés del niño
continúa: “porque la caca está hecha de comida, los niños verdaderos no están
hechos de comida”. Esta es la realidad: los niños verdaderos no están hechos de
comida. Erich responde: “Yo sé eso. Están hechos de leche.”- “No, están hechos
de algo que hace papá y de un huevo que está dentro de mamá.” El estaba muy
atento, y cuando ella empieza a hablarle del huevo la interrumpe y le dice “eso
también lo sé”. Melanie aprovecha para decirle: “Papá puede hacer algo con su
pipí que se parece bastante a la leche y que se llama semen. Lo hace como
haciendo pipí pero no en tanta cantidad.”- “Ya sé eso”. Ella continúa: “El pipí de
mamá es como un agujero. Si papá pone su pipí en el pipí de mamá y hace su
semen allí, entonces el semen corre muy adentro de su cuerpo y cuando se
encuentra con alguno de los huevitos que están dentro de mamá, ese huevito
empieza a crecer y se transforma en un niño.” Melanie registra que Erich
manifiesta aquí mucho interés: “Me gustaría tanto ver cómo se hace un niño así”.
Respuesta: esto es imposible porque él es chico y no va a poder hacerlo hasta
que sea grande. Erich insiste: “pero cuando sea grande me gustaría hacérselo a
mamá”- “Eso no puede ser. Mamá no puede ser tu esposa porque es la esposa de
tu papá. Si mamá fuera tu esposa papá no tendría esposa.” Como ven es un
modo bastante “sui generis” de explicarle al niño porqué no puede ser el marido
de la mamá, una manera de introducir la interdicción del incesto un poco
ambigua y un tanto melancólica. Erich contesta: “entonces se lo hacemos los dos
a ella, la compartimos”- “No, eso no puede ser. Cada hombre tiene una sola
esposa. Cuando tú seas grande tu mamá será vieja, entonces te casarás con una
hermosa joven”. Erich, casi llorando y tembloroso: “¿Pero no viviremos en la
misma casa?”- “Sí. Sí, viviremos juntos. Tu mamá siempre te querrá, pero no
puede ser tu esposa”. A pesar de este diálogo tan “esclarecedor” los síntomas de
Erich continuaron. De todas maneras M.K. dirá que esta conversación aportó
claridad en la mente de Erich y tiempo después, cuando el chico volvió a jugar, y
superó sus inhibiciones, le dio mucha importancia, en lo que a posteriori llamará
“haber podido liberar sus fantasías”. Claro está que luego se encontró con que
una vez liberadas, las fantasías de su hijo eran bastante complicadas.
Aquí hallamos en status nascendi una interpretación que va a ser típica de Klein ,
es casi la misma que años más tarde le hará a Dick. A los tres días de la
conversación, Erich tuvo la siguiente fantasía: “Había un gran motor que parecía
igual a un tren eléctrico. Había un motorcito que corría junto con el grande. Los
motores siguieron corriendo, se encontraron con un tren eléctrico y lo chocaron. El
motor grande se fue encima del tren eléctrico y llevó al chiquito tras él. Entonces
todos se juntaron: el tren eléctrico y los dos motores. El tren eléctrico también
tenía una biela, una cosa hermosa y grande de plata y bronce. El chiquito tenía
algo parecido a dos ganchitos; el chiquito estaba entre el tren eléctrico y el motor
grande”Melanie le explicará que el motor grande era su papá, el coche eléctrico su
mamá y el motorcito él mismo, y que él se ha puesto entre mamá y papá porque le
gustaría mucho apartar a papá del todo, y quedarse solo con su mamá y hacer
con ella lo que sólo a su papá le está permitido. Fíjense que Melanie Klein aquí
interpreta basándonse en un modelo ultrafreudiano del Edipo: la angustia como
consecuencia de la libido reprimida. Estamos en el año ´19, donde rige la primera
teoría de la angustia, que Freud no cambiará hasta el 26’, hasta “Inhibición,
síntoma y angustia”. Pero no pasará mucho tiempo para que M.K tome otro
rumbo, la angustia, la ansiedad, los síntomas, las inhibiciones de los niños, son
una consecuencia del sadismo reprimido, no de la libido.
Entre los años ´23 y 26, cuando analiza los casos que aparecen en “El
psicoanálisis de niños”, el pensamiento kleiniano se compone de los siguientes
elementos: 1) las fantasías modelan el conjunto de todas las conductas, de todas
las actividades y del conjunto de la “personalidad”. No hay nada que escape al
dominio que ejerce la fantasía –inconsciente- sobre la vida consciente. Freud
nunca fue tan lejos, y la escuela americana del yo por su parte postulará la
existencia de áreas autónomas, libres, no influidas por el inconsciente. Pero para
Melanie Klein toda actividad de un niño y de una persona adulta es la puesta en
acto de una fantasía inconsciente. Dice: “No sólo las actividades que pueden ser
producto de una inhibición –el lenguaje, el aprendizaje- sino los conciertos, los
espectáculos, el cine, la apreciación artística de los colores, las formas, los
cuadros, todo tiene el mismo origen. El hecho de escuchar o de mirar simboliza la
observación, real o imaginaria, del coito.” 2)Todas las fantasías derivan de la
escena primaria, la escena primaria es el motor de la puesta en marcha de la
fantasía. 3)El juego es una descarga permanente –por eso los niños juegan tantode fantasías masturbatorias, provocadas por la escena primaria. Escena que no
tiene que ver con la realidad. Hay una deformación que el niño necesariamente va
a producir porque cuando ve a los padres juntos no puede distinguir,
perceptualmente, qué es del padre y qué es de la madre. Parece que en esa
época era común que los niños vieran relaciones sexuales entre los padres, hay
mucha casuística al respecto, aunque para el psicoanálisis también parece haber
sido y seguir siendo importante que los niños no vean la escena primaria. Que la
fantaseen es una cosa pero que la vean es otra. En la escena primaria kleiniana
el pene está contenido por el cuerpo de la madre, el pecho está mezclado con el
pene, es un pecho-pene, en realidad todos los objetos “voladores” de Melanie
Klein, penes, pechos, cacas, son objetos que están metidos uno dentro del otro,
no hay posibilidad de hacer allí una diferencia, todo está junto y mezclado,
mezclado bajo el dominio del sadismo y del ataque sádico que el niño, por vía de
las fantasías pregenitales, sádico orales, sádico anales y sádico uretrales, va a
hacer a la unión genital entre sus padres. La escena genital es la de los padres en
coito, esa es la escena primaria, es genital y edípica, es la relación genital entre
los padres de la que el niño se siente excluido. En lugar de predominar el amor por
el progenitor del sexo opuesto y, como consecuencia el deseo de destruir al
progenitor del propio sexo –el Edipo positivo tal como Freud lo describe- Melanie
Klein va a tomar el odio contra ambos padres, que se juntan y excluyen al niño. El
sadismo es el ataque por todos los medios que su organización sádico pregenital
le brinda, al coito de sus padres. El niño no es aun genital, es un “pre-genital”,
entonces el sadismo oral, el sadismo anal y el sadismo uretral serán los medios
con los que en su fantasía va a atacar a los padres en coito. El chico descarga
todo esto a través del juego, del juego permanente, del juego continuo, pero ¿qué
pasa cuando aparece una inhibición, cuando un chico no juega, juega poco, o
juega estereotipadamente? La razón es que el niño está muy angustiado y la
inhibición del juego es un modo de controlar la angustia. Si la angustia aparece el
niño se encuentra con toda esa fantasmática sádica que está intentado controlar,
entonces se ve confrontado a algo que no puede soportar y se inhibe, se repliega.
La deducción de Melanie Klein es que en toda crisis de rabia, de ansiedad, de
inhibición del juego, de intolerancia a la frustración, está actuando la angustia y
esta angustia está ligada al sadismo que el niño ha proyectado sobre la escena
primaria, y que inhibe por miedo a la retaliación. El inconsciente kleiniano es un
inconsciente del ojo por ojo y diente por diente. El miedo hace que el chico se
vaya replegando y cada tanto tenga estallidos de bronca, pataletas,
autoagresiones, que no puede controlar.
¿Qué es lo que hace Melanie Klein con todo esto? Se trata de conceptos
articulados entre sí: el Edipo temprano, el sadismo, el superyo arcaico, la angustia,
la escena primaria, la fantasmática dominada por el sadismo - diferencia
fundamental entre Melanie Klein y Freud –y Anna Freud-. Para Freud, el superyo
es un heredero del complejo de Edipo, con sus cosas buenas y sus cosas malas.
Para Melanie Klein el complejo de Edipo y el superyo van juntos, se constituyen
paralelamente. Hay una distorsión estructural de las imagos internas de los
padres, de los objetos proyectados bajo el dominio del sadismo, que siempre,
inevitablemente, se van a distanciar de lo que son los padres reales. Cuando estos
son buenos, simpáticos, cariñosos, protectores, el chico igual puede tener
inhibiciones, síntomas, ataques de angustia. Estas referencias se hallan presentes
en todos los primeros casos de Melanie Klein.
Es importante destacar el tema de la angustia, como centro, como núcleo
organizador del pensamiento kleiniano. Una angustia que en lugar de estar ligada
a las vicisitudes de la libido, está ligada a las vicisitudes del sadismo. Melanie
Klein encuentra que en el niño pequeño hay toda una construcción fantasmática,
en relación a los padres -que luego va a ubicar en el primer año de vida,- Al
trabajar con niños de dos o tres años encuentra que la angustia está ligada al
sadismo y dirigida contra la escena primaria. En esto hay también una clara
influencia de su segundo analista, Karl Abraham. Cuando ella se divorcia de
Arthur Klein y se instala con sus tres hijos en Berlín, le pide análisis a Abraham,
quien la acepta a regañadientes porque no tomaba en tratamiento a colegas que
formaran parte de su entorno. Unos catorce o quince meses después Abraham
muere en circunstancias ridículas, se le atravesó una espina de pescado en la
garganta. Esto fue muy fuerte para Melanie Klein que había llegado hacía poco a
Berlín sola con sus tres hijos. Allí había empezado a recibir pacientes, estimulada
y protegida por Abraham, que le escribió a Freud muy entusiasmado diciéndole
que Mrs. Klein había demostrado que el futuro del psicoanálisis estaba en el
psicoanálisis del juego ( de los niños). Abraham también valoró mucho los
aportes de Melanie sobre el sadismo, que se complementaban con sus teorías
sobre las pulsiones canibalísticas. A la muerte de Abraham, Melanie Klein
quedará pues bastante en banda y decide entonces radicarse en Inglaterra. Poco
antes había tenido lugar un simposio en Londres, en donde ella había viajado para
confrontar sus ideas sobre el análisis de niños con las de Anna Freud, y en esa
ocasión conoció a Ernest Jones y a otros analistas que simpatizaron mucho con
ella y con sus propuestas. Luego de la muerte de Abraham sintió que en Berlin
no tenía el apoyo que necesitaba para continuar adelante y entonces se irá a vivir
a Londres, de donde ya no se moverá.
Con Ernest Jones a la cabeza, la Sociedad Británica empieza a ser un bastión del
pensamiento kleiniano, hasta la llegada de Anna Freud a Londres, en el ‘38.
Recién en ese momento se declara oficialmente una guerra entre “freudianos” y
“kleinianos” que es sumamente importante en la historia de la práctica analítica
con niños y del psicoanálisis en general.
Hay una pregunta que vale la pena hacerse: ¿Melanie Klein abandonó sus
primeros objetivos, educativos y pedagógicos, o buscó otro camino para
conseguirlos? ¿El objetivo de Melanie Klein dejó de ser en algún momento la
ampliación de la realidad, que el chico desarrollara su capacidad y sus
potencialidades intelectuales, para ser un ser humano íntegro, completo y un
hombre del futuro? ¿O fue por otro camino, al ver que a través de lo racional, lo
explicativo, lo pedagógico, no llegaba a ninguna parte? Yo creo que hay una
cantidad de indicadores que muestran que ella nunca dejó sus objetivos iniciales.
Uno de esos indicadores es que, en mayor o menor medida, universalizó su
conclusión de que todos los niños están afectados por el sadismo, y esto influye
en la limitación de sus capacidades. Es un universal. Entonces da vuelta la cosa:
no es que el psicoanálisis sea un aliado de la educación, sino que el psicoanálisis
es previo, preliminar a la educación. Es una especie de preeducación. De allí que
ya no será necesaria una justificación para el análisis de un niño, porque todo esto
es parte de la evolución de cualquier niño, las inhibiciones, las dificultades, los
ataques de angustia- son universales. Ya no va a haber para M.K la necesidad de
distinguir si el niño que llega a la consulta necesita o no análisis, si está o no
pidiéndolo, en realidad esto no importa demasiado dado que el análisis es un bien
universal. Por eso, al ser un bien universal, generalizable, se transforma en un
“modelo”, y se vuelve “pedagógico”, “a todos les viene bien”. Este será es uno de
sus grandes puntos de divergencia con Anna Freud.
Melanie Klein era muy optimista y muy militante de la causa analítica, en el
sentido del análisis como un bien universal aplicable a todos los niños. Ella no
tenía dudas, y cuando algo iba mal decía que era porque estaba incompleto,
porque no se había terminado, tenía una convicción absoluta de que si el análisis
llegaba a su fin tenía que estar todo bien. El rechazo, el malestar, la resistencia,
todo lo que aparece como una reacción bastante común de cualquier niño que, de
repente, se ve frente a un analista que le dice “jugá”, ella lo va a ubicar como un
signo de transferencia negativa. El chico que expresa un rechazo al analista, ( o a
un adulto que está haciendo algo por su “bien”), está expresando una
transferencia negativa, o sea la relación neurótica que él tiene con sus objetos
arcaicos, con sus objetos introyectados arcaicos, bajo cuyo dominio está toda la
esfera de su conducta, de su personalidad. No existe para ella la posibilidad de
pensar que una reacción negativa no sea transferencial, no proviene por lo tanto
de la relación con los padres reales sino con los objetos internos. Cualquier
estallido, pataleta, ataque verbal, es signo de transferencia negativa. Sin embargo,
Melanie Klein piensa, al igual que Freud , que la transferencia positiva es el motor
del análisis, pero considera que para obtenerla hay que interpretar rápidamente,
lo antes posible, la transferencia negativa. Esta es la manera kleiniana de llegar al
inconsciente del niño. El niño nos ofrece su inconsciente una vez que se
interpreta la transferencia negativa. Hay muchos testimonios clínicos donde ella
dice que durante bastante tiempo el chico no quería entrar a la sesión, que se veía
obligada a aceptar la presencia de la niñera, la hermana mayor, incluso la madre
del niño... Aclaraba que esto no era lo mejor del mundo, algunos chicos eran más
difíciles y complicados, pero que si se les interpretaba esto , al final cedían. Y el
tema, precisamente, es que ceden. ¿Se tratará de una suerte de sometimiento del
chico –má sí!- o,
efectivamente, el niño se siente “interpretado” y da su
consentimiento al análisis? Esa es la duda que genera Melanie Klein si se la lee
sin demasiados prejuicios. Pareciera que en efecto ella toca puntos que impactan
a los chicos y hacen que puedan establecer una transferencia positiva,
imposibilitada inicialmente por el sadismo que al chico lo tiene torturado,
angustiado, mal humorado...hasta que todo esto se pone en palabras. Muchos
prestigiosos analistas kleinianos argentinos, como Betty Garma, que aún vive y
continúa analizando, sostienen que al hacer un contacto con el sadismo del niño
se obtiene su confianza en el análisis. Los analistas kleinianos “como si” en
cambio no llegan a nada. Hay que animarse a interpretar “brutalmente” los objetos
y las pulsiones que dan cuerpo a los fantasmas sádicos del niño.
Que el comprobar que con su sadismo no destruyen al analista, tranquiliza
enormemente a los niños, también es un pensamiento kleiniano, pero más tardío.
Saber que tiene una capacidad reparadora, que el adulto no es destruido por sus
ataques, va a estar dentro de la concepción kleiniana posterior, la de las
posiciones paranoide y depresiva. De todas maneras, en sus primeros tiempos de
analista, Melanie Klein ya sostenía que había que interpretar de entrada la
transferencia negativa, y buscaba el modo de hacerlo lo más rápido posible, pero
no sólo como una compulsión interpretativa, o un capricho “técnico” . Esto estaba
en relación con sus ideas: era necesario interpretar el sadismo ligándolo a la
persona de la analista y refiriéndolo a las imagos arcaicas de los objetos internos,
que no son los padres reales (pero que tampoco dejan de serlo) En efecto, el niño
tiene que saber, tarde o temprano, que esos ataques están dirigidos contra sus
padres reales, porque ésta es la única posibilidad de modificar su relación con
ellos, dado que la relación con los padres reales termina por quedar afectada por
los ataques sádicos dirigidos a sus objetos internos. Melanie Klein se encuentra
con un problema, si bien se dirige al inconsciente no deja de observar que el niño
está teniendo una relación dificultosa con los padres reales –o con cualquier otro
adulto de su entorno- El chico tiene que llegar a darse cuenta a través del
anaálisis que sus ataques a los objetos internos afectan el vínculo con sus padres
reales. Pero, cuando esto ocurra, trabajo analítico mediante de la reparación de
sus objetos internos – constatar una y otra vez que su sadismo no los daña
“realmente”, podrá modificar su relación con los padres reales. No deja de estar en
el pensamiento de Melanie Klein la realidad como realidad externa, exterior, no
exclusivamente intrapsíquica. Esto es importante aclararlo porque suele vincularse
el pensamiento kleiniano a algo que pasa sólo en un “adentro”, una suerte de
universo interior en donde no hay nadie “afuera”, o en todo caso este “afuera” no
tiene mayor importancia en el desarrollo del psiquismo. En síntesis: el análisis
llega a su fin cuando el niño se de cuenta de que sus padres reales -vía la
transferencia que elabora con el analista- no quedaron ni quedarán dañados por
los ataques sádicos. Hay una interioridad del objeto, no sin que ésta se refleje en
una exterioridad.
Como ejemplo tenemos el testimonio de la maestra del jardín de infantes adonde
asistía una pacientita de Melanie Klein, recogido por Phyllis Grosskurth, una
periodista canadiense que escribió un libro extraordinario, “Vida y obra de Melanie
Klein”, en donde entrevistó a muchas personas que habían conocido a Melanie
Klein. La maestra le relató a Groskurth que Melanie la tenía harta, que la
llamaba todos los días a la escuela para preguntarle, después de la sesión, cómo
le había ido a la nena en la escuela. M.K no se desvinculaba de la “realidad
externa”, pero no lo reconocía “oficialmente” en sus textos. También se mantenía
en contacto con los padres de sus pacientes a través de una frecuente
correspondencia. Si lo pensamos, parece imposible que pudiera ser de otro modo,
tratándose de hijos de colegas o de gente ligada de algún modo al psicoanálisis,
en una época en que al dejar a un chico en manos de un analista era muy difícil
para los padres no meterse –incluso hoy lo es. Melanie Klein estaba muy atenta a
los efectos inmediatos de las sesiones, sobre el entorno del niño, no es verdad
que a ella esto no le importara. Ella quería saber, no se contentaba con lo que
ocurría en la sesión analítica, también se ocupaba de averiguar qué estaba
pasando con el chico en su casa o en la escuela... Ella buscaba esa vinculación
con la “realidad externa”, desde sus inicios como mamá-analista hasta que se
transformó en Melanie Klein.
Después del año ´34, ´35, cuando aparecen las ansiedades, las defensas, las
posiciones, se produce un vuelco muy importante en su obra –y en su vida- La
muerte de su hijo mayor, Hans, en circunstancias ambiguas- la tremenda pelea
que le inicia su hija Melitta, paciente de Edward Glover, el presidente de la
Sociedad Británica en ese momento, la campaña que juntos, Melitta Schmideberg
y Edward Glover inician contra Melanie Klein, acusándola ante todo de ser
avasalladora e intrusiva: como madre, en el mundo privado de las fantasías de
sus hijos y, como analista, en la vida privada de sus pacientes. Está también el
testimonio de Paula Heimann, una analista que también se refugió en Inglaterra
huyendo del nazismo. Melanie Klein le dio empleo como secretaria, como
asistente, como cocinera, y durante veinte años, la analizó “ en secreto”.
En la primera elaboración kleiniana del sadismo no hay una garantía, no hay un
objeto bueno interiorizado que opere como garante, un objeto bueno interno
protector que, de últimas, garantice el triunfo del bien sobre el mal. Sólo en el
sistema kleiniano tardío aparecerá este objeto bueno, producto del análisis del
objeto malo y del objeto idealizado, que es un disfraz del objeto persecutorio. Una
de las famosas fórmulas de Melanie Klein dice que el pecho idealizado es el
corolario del pecho persecutorio, o sea su revés perfecto. Se tratará entonces
de lograr un espacio donde pueda construirse el objeto bueno, a través de la
elaboración del sadismo, de la disminución de la paranoia y de la disociación
extrema entre el objeto idealizado y el objeto persecutorio. Una estabilización
alrededor de un objeto bueno, reparador y protector que le permitirá al sujeto tener
fe en sus posibilidades de reparación. El pensamiento kleiniano se vuelve muy
religioso –cristiano- cercano al pecado original, a la lucha entre el bien y el mal, a
la fe, a la reparación y a todos los componentes de una concepción cristiana, a tal
punto que, hacia el final de su vida, ella va a hablar de elementos constitutivos,
innatos: la envidia es la traducción del monto constitucional del instinto de
muerte. Pulsión de muerte, sadismo extremo, vienen con la persona, son
irreductibles los componentes constitucionales de cada individuo, y no hay nada
que se pueda hacer. Melanie Klein termina su vida planteando que después de
todo existen cuestiones irreductibles, constitutivas, gente buena y gente mala,
gente naturalmente envidiosa y gente recuperable vía análisis. Por eso es muy
importante
conocer la
génesis del pensamiento de Melanie Klein para
comprender este “retorno” a sus orígenes, el final de su vida parece casi tocarse
con el principio y, en el medio, queda su extraordinario aporte al psicoanálisis, la
constatación clínica del papel del sadismo y de la agresividad en la génesis de la
angustia, cuestión a la que Freud no había prestado demasiada atención. Por
supuesto que él había descripto la reacción terapéutica negativa, conceptualizado
el masoquismo primordial, y la pulsión de muerte- pero no había creado toda una
narrativa y un imaginario interpretativo para abordar esto, como sí lo hizo Melanie
Klein.
Entre sus comienzos pedagógicos, ateos y este final cuasi religioso, están todas
las vicisitudes del sadismo. Penetró en un mundo en donde no tenía nada ni
nadie que la frenara, un mundo donde no había tope posible, el sadismo –como el
masoquismo- no tiene límites y, ella misma lo dice, no hay nada que pueda
acotarlo, salvo la interpretación. Pero, probablemente, también la asustó la
eventualidad de que se le fuera de las manos. Este niño kleiniano que no tiene
muy clara la discriminación entre la realidad y la fantasía, si ella le interpreta que él
quiere matar a su mamá, hacerla pedacitos y comérsela, se puede creer que
realmente quiere matar a la mamá. Por eso serán los pacientes niños los que
tendrán que explicarle a Melanie que no es a su mamá de verdad a quienes
quieren matar, que a su mamá la quieren. De esta forma, son los niños los que le
van dando forma a lo que sería el objeto bueno como límite, son los buenos niños
los que le enseñarán a Melanie que ni su papá ni su mamá “de verdad” están
afectados por su sadismo.
El tema de la reparación lo podemos ver bien en el análisis de Richard. A Richard
no hay que confundirlo con Dick, el caso del que habla Lacan cuando elogia la
interpretación kleiniana en sus Escritos técnicos. El caso Dick se puede leer con
Klein y con Lacan en el Seminario I. Es muy interesante el comentario de Lacan al
caso Dick porque lo que él discute con Melanie Klein es su conclusión, ella dice
que al interpretarle la escena edípica primaria, le abrió las puertas de su
inconsciente. A esto Lacan le responde que no, que lo que hizo fue generar el
inconsciente, no le abrió las puertas sino que puso un inconsciente allí donde no lo
había, y generó la represión primaria. Es una discusión metapsicológica muy
interesante. Lacan dice que lo que hizo Melanie Klein es bárbaro, sólo que no hizo
lo que dijo que hizo, hizo otra cosa, no abrió sino que creó. Esto me recuerda la
relación que Lacan mantuvo después con Francoise Dolto, cuando le mandaba
todos los casos difíciles que él no podía sacar adelante, diciendo que era una
“bruta”, al igual que Melanie Klein, pero que precisamente por eso era una
analista genial.
Richard era un chico de diez años que sufría de intensos temores. Ella lo
analizó en un pueblito fuera de Londres, era la época de los bombardeos nazis
sobre la capital británica , Melanie Klein se va a vivir a unos cien kilómetros, se
alquila un consultorio y analiza a Richard durante los cuatro meses que vivió
refugiada en ese pueblito. En “El Relato del psicoanálisis de un niño” está muy
detallada la técnica que empleó con Richard. Evidentemente, ella tenía pocos
pacientes, no tenía mucho que hacer, se aburría bastante y se sumaba a que en
Londres además de la Segunda Guerra Mundial estaba su propia guerra con
Anna Freud. Melanie Klein volvió de su exilio voluntario a cien kilómetros de
Londres , con la idea de que Richard fuera una prueba definitiva de la eficacia del
análisis kleiniano. Ella ya había publicado “El Psicoanálisis de niños” en 1932, en
donde figuraban sus primeros casos, y en 1935 su artículo sobre el duelo y la
posición depresiva. Faltaba un testimonio clínico de cómo ella concebía el análisis
de un niño, a la luz de su teoría sobre las ansiedades depresiva y paranoide.
Richard fue el elegido para que, sesión tras sesión, y comentando cada una de
ellas, Melanie Klein pudiera hacer un alegato, dar pruebas, mostrar su técnica.
Todo esto es el “Relato del psicoanálisis de un niño”.
Cuando ella le anuncia que volverá a Londres, Richard le dice que se quiere ir
con ella, pero esto no es posible, dadas las circunstancias familiares, la
guerra,etc... El fin del análisis está precipitado por la partida de Melanie Klein. El
chico está asustado, y le dice que justo ahora que se está sintiendo mejor, y teme
que le vuelvan a pasar las cosas que le pasaban cuatro meses antes de
comenzar el “trabajo” con ella. Este trabajo consistía en hacer, en cada sesión, un
análisis de la situación de la guerra –los países aliados, los atacados, las batallas,
los submarinos, los barcos, los aviones, las bombas- que Melanie Klein
interpretaba, permanentemente, en términos de fantasmas sádicos intrapsíquicos.
Un ejemplo: Hitler era el pene malo del padre, que se metía en la mamá- Polonia
y Roosevelt el pene bueno, reparador. Hacía una ligazón de los sucesos
exteriores de la guerra con los objetos fantasmáticos que, le explicaba a Richard,
poblaban su mundo interno . Los barcos podían ser pechos, niños, penes, y las
batallas mostraban sus ataques y contraataques. Es en términos de ataque y
reparación de los objetos parciales introyectados bajo el dominio del sadismo, que
ella va a interpretar la “guerra” que tanto temor le producía a Richard -y a ella-.
Pero adem´´as a Richard tampoco le gustaba ir al colegio, era muy fóbico, tenía
miedo de otros chicos, estaba muy pegado a la mamá, su padre había tenido un
accidente y él estaba muy asustado porque podía morirse, y todo esto también
será interpretado por Melanie Klein, de una manera machacante e insistente en
términos de pene, pecho, heces, bebés malos.....Pero fíjense, cuando están por
despedirse, Richard le dice a Melanie que se siente mucho mejor que antes de
empezar el análisis, está menos preocupado, tiene menos miedo a los otros niños,
y cree que tal vez pueda ir a la escuela. Melanie Klein se muestra de acuerdo con
que estos son verdaderos beneficios, pero que lo más importante es que él ahora
tiene más seguridad en si mismo, pues siente dentro de sí a la mamá “celestial” ,
a la mamá buena, representada por la analista, y eso lo va a proteger contra los
bebés malos y dañados y contra el genital malo del papá. “Juntos” llegan entonces
a la conclusión de que los temores que él tiene por Melanie Klein -que vuelve a
Londres, al corazón de los bombardeos- es porque quiere protegerla para
mantener vivos tanto a ella como al análisis, lo cual, también significa mantener
viva, dentro de él, a la madre buena que es lo único que contrarresta y disminuye
los temores a la persecución, tanto internos como externos. Los resultados a los
que Richard ha llegado en tan poco tiempo le indican a Melanie Klein que el niño
tiene buena capacidad creadora y reparadora, cosa que ha demostrado también
en sus sesiones jugando a ser un comerciante que lleva mercancías –bebés- y
que por lo tanto ha podido enfrentarse a su madre peligrosa.
Dice Melanie en la sesión ochenta y nueve: “En mi “Psicoanálisis de niños” he
dado mucha importancia a la figura paterna combinada, la cual, tal como yo
sugiero, cumple una parte esencial en los primeros estadíos del complejo de
Edipo. En dicho libro, y en otros trabajos míos, llego a la conclusión de que
si la fantasía de esta figura combinada permanece arraigada fuertemente a la
mente infantil, llega a ejercer una influencia enorme, tanto en la sexualidad
como en todo el desarrollo del niño. Una de estas figuras fantásticas
consiste en que la madre contiene dentro de sí el pene del padre o, muchos
de sus penes. Otras observaciones sugieren que el niño muy pequeño llega
a fantasear que es el pecho de la madre el que contiene también el pene del
padre, fantasía que, por lo general, contribuye a que se perturbe el amor por
el pecho y a que disminuya la creencia que el niño tiene en la bondad del
pecho. Podemos considerar que esta fantasía, relacionada con los objetos
parciales, constituye una de las fases, uno de los estadíos más tempranos
del complejo de Edipo. Más tarde, he llegado a la conclusión de que hay un
breve período, que varía de acuerdo a cada individuo, durante el cual el niño
siente que la relación que guarda con su madre y con el pecho es exclusiva,
sin que entre en ella un tercer objeto”. (Observen que” todavía” no hay pene).
“Esta relación exclusiva con la madre es de una importancia decisiva para la
estabilidad de las relaciones objetales en general y, en particular para el
desarrollo de las relaciones amorosas y para el establecimiento de
amistades duraderas”. Subrayo esto porque toda una concepción arcaica,
incestuosa, pre-edípica y religiosa subyace a estos enunciados. En la religión, la
figura de la madre, es la de una madre protectora, la virgen, en donde no hay
intervención del padre, pensemos sino en el nacimiento de Jesús , no hay pene
allí, el espíritu santo no es el pene, es una intervención celestial, no hay una
intervención real de un hombre real. Melanie Klein va a idealizar cada vez más, al
final de su obra, esta idea de que el objeto “bueno” es un objeto exclusivamente
Materno. Probablemente Melanie Klein, haya retrocedido cuando se encontró con
la dificultad de interpretar indefinidamente el sadismo sin ningún objeto “bueno”
que hiciera de tope. Sin dejar de lado los fracasos que como todo analista debe
haber tenido. Freud fue el único analista que contó sus fracasos, lo que muestra
que, evidentemente, uno puede aprender del fracaso, o al menos reflexionar sobre
los propios errores. Pero, en general, los analistas hablan de sus éxitos. Melanie
Klein en cambio habla de interrupción, y si el paciente anda mal, no es porque
hubo un fracaso, sino porque el análisis fue interrumpido prematuramente. No hay
fracaso. Pero tuvo fracasos, sin ir más lejos el análisis de Richard.
Phyllis Grosskurth, la autora de la biografía de Melanie Klein que les mencioné
antes, localizó a Richard a los cincuenta y pico de años en Estados Unidos, y le
llevó el libro de Melanie Klein. Richard leyó el Relato del Psicoanálisis de un niño
y se horrorizó. Parece que era un hombre bastante depresivo, bastante
angustiado, que había tenido una vida bastante mediocre. Alguien le comunicó a
la periodista la existencia de ese señor de quien se sabía que cuando era chico
había sido paciente de Melanie Klein. La periodista tuvo el pálpito de que podía
ser Richard, pero al preguntárselo él lo negó –evidentemente, ese no era su
verdadero nombre- aunque sí afirmó haberse analizado con Melanie Klein. Pero
no recordaba gran cosa del análisis, excepto que algo lo había ayudado y que
luego su mamá había empezado a enojarse y a decir que no lo había ayudado ni
servido para nada, que había sido un desastre y le había empezado a escribir
cartas a Melanie Klein diciéndole que el chico no estaba bien, que el análisis no
había funcionado, a lo que Melanie Klein respondía que lo que pasaba era que el
chico tenía que seguir el análisis porque había sido interrumpido antes de tiempo.
La madre empezó a enojarse cada vez más. A los diecisiete o dieciocho años,
Richard va a Londres a pedirle a Melanie Klein que lo analice, y ella le responde
que no. El Sr. Richard le dice a la periodista que posiblemente no le interesaba
tomarlo como paciente, porque tenía poca plata. O que quizás se había
desilusionado, porque esperaba encontrarlo mejor de lo que estaba. El testimonio
del señor que fue Richard resulta extraordinario porque nos permite resaltar el
hecho de que al ser Melanie Klein una fervorosa militante del análisis, no
sabemos de sus fracasos por ella misma..
Sabemos del presunto suicidio de su hijo Hans a través de la querella que le
inició su hija Melitta, sabemos del odio de Paula Heimann obligada a trabajar para
Melanie Klein y a mantener el vínculo analítico en secreto durante más de veinte
años, sabemos que pretendió que Winnicott analizara a Erich mientras ella
supervisaba ese análisis, pero estas cosas tan densas no quitan los
descubrimientos que brillan en algunos capítulos del “Psicoanálisis de niños”, un
libro esencial que tiene la frescura de los inicios, la osadía de haber descubierto el
mundo del sadismo que, evidentemente, Freud había descuidado mucho, y que
muestran la apuesta , equivocada o no, pero apuesta al fin, a la convicción en la
eficacia del análisis temprano. Por eso es importante devolverle un lugar de mayor
reconocimiento en el psicoanálisis. No solamente el caso Dick, no sólo valoremos
lo que Lacan valoró. Los casos “princeps” de Melanie Klein son realmente
interesantes, aunque no precisamente el de Richard, que resulta un tanto patético.
En una de las últimas sesiones incluso llega a decirle que ahora que se siente
mejor podrá perdonar a sus enemigos, podrá reparar la figura dañada del pene
Hitler- papá. Esto es muy cristiano, muy religioso e insólito, al menos desde el
punto de vista del psicoanálisis. Es casi impensable que Melanie Klein haya
podido decir que había que repararlo a Hitler. Qué le pasaría por la cabeza para
llegar a la conclusión de que si Richard estaba mejor podía no sólo reparar sus
objetos internos sino también perdonar a Hitler. Sin duda la religión da cuenta de
algo necesario a la estructuración de la vida psíquica: la garantía puesta en la
palabra del Padre. De allí a apostar a la idealización de un padre que,
efectivamente, puede tratarse de un perverso, un criminal, y al que de todos
modos la moral religiosa exija amar y respetar, haga lo que haga “igual es mi
padre”. Este es un tema muy complicado que toca cuestiones tan arduas como el
análisis de los hijos de un torturador, o de un asesino. El problema es que como
psicoanalistas efectivamente lo que tenemos que respetar, aunque a veces no
nos guste, son las vicisitudes de cada subjetivación del padre, no desde una
moral que establezca que “lo que ha hecho es terrible, pero es tu padre y debes
perdonarlo”. La religión llegado el caso podrá brindar ese argumento, pero no el
psicoanálisis.
Bibliografía:
Michel Pétot. Melanie Klein. Primeros descubrimientos. Primer Sistema. Paidós
1982
Phyllis Grosskurth. Mélanie Klein. Su mundo y su obra. Paidós. 1990
Julia Kristeva. El genio femenino 2/Melanie Klein. Paidós. Buenos Aires. 2001
Melanie Klein. El psicoanálisis de niños. Ediciones Hormé. Buebnos Aires 1964
Melanie Klein.Relato del Psicoanálisis de un niño. (Richard) Paidós. Buenos Aires.
1961
Melanie Klein. Envidia y gratitud. Buenos Aires. Hormé. 1964
Melanie Klein. Obras Completas. Paidós/Hormé 1982
Silvia Fendrik. Psicoanálisis para niños. Ficción de sus orígenes. Amorrortu.
Buenos Aires, 1989
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