Deslocalizaciones internacionales. Escenarios abiertos, margen de maniobra Fernando Luengo 1 Arnaldo Orlandini 2 Introducción Buena parte de la literatura económica especializada presenta las deslocalizaciones internacionales (DI) como un horizonte inexorable y globalmente beneficioso. Inexorable porque forma parte de la racionalidad económica de los mercados globales, mercados en los que las firmas (también los países) tienen que desenvolverse, aceptando su lógica, si quieren sobrevivir y más aún si desean reforzar sus posiciones y prosperar. Proceso de suma positiva (a pesar de que algunos grupos puedan verse perjudicados por la deslocalización) que se traduce en que las empresas y los países cosechan ganancias de eficiencia que se traducen en mayores cotas de prosperidad. Esta propuesta analítica –que no podemos discutir en todos sus extremosimplica la existencia de un escenario, un campo de juego, con unas reglas predeterminadas y unos resultados predecibles. En la argumentación que se desarrolla a continuación se sugiere más bien la existencia de escenarios abiertos, donde la empresa (y el conjunto de los actores económicos y sociales) se enfrentan a diferentes alternativas, con diferentes racionalidades económicas, cada una de las cuales se define por un paquete de 1 Fernando Luengo es investigador del Instituto Complutense de Estudios Internacionales y pertenece al Grupo de Investigación “Economía Política de la Mundialización”. 2 Arnaldo Orlandini es economista especializado en el sector energético y consultor ejecutivo de Energy Markets International. objetivos, etapas, costes y beneficios, perdedores y ganadores, y donde domina la incertidumbre en cuanto a los resultados que pueden ser alcanzados. Ambigüedad conceptual A pesar de la profusa utilización del concepto de DI, las diferentes acepciones usadas en la literatura económica no son necesariamente asimilables. De hecho, dicho concepto es menos preciso y nítido de lo que cabría suponer, estando relacionado con muy diferentes procesos económicos. Ha sido normal en una parte de la literatura asociar deslocalización e inversión directa. Sin embargo, parece claro que una parte de las deslocalizaciones no generan un flujo de inversión extranjera directa, sino que cristalizan en una operación de subcontratación. Por lo demás, la frontera entre control jerárquico y externalización es a menudo difusa. La empresa subcontratada, teóricamente independiente, puede mantener diferentes nexos con la firma subcontratista que, de hecho, debiliten o incluso anulen por completo su autonomía. En el presente artículo con el término DI nos referimos no sólo al proceso por el que una empresa desplaza otro territorio una parte de su cadena de creación de valor, sino también a la reorganización de sus capacidades productivas, que no implican necesariamente cierre y reapertura, si bien puede conducir finalmente a esta situación. A su vez, la reorganización puede adoptar tanto la forma del outsourcing como la del insourcing. ¿Hay vida fuera del universo deslocalizador? Empezando por un primer y básico interrogante, previo a cualquier otra consideración: ¿qué situación habría(n) enfrentado la(s) firma(s) que, enfrentadas al reto de la deslocalización, hubieran decidido no realizarla o postergarla?. Aunque la pregunta, formulada en estos términos, no tiene fácil contestación, pudiendo abrir la puerta a todo tipo de especulaciones, una posible respuesta (la que proporcionaría el mainstream) es que la empresa no hubiera superado la presión competitiva del entorno o no habría aprovechado las posibilidades brindadas por el mercado internacional, lo que finalmente habría supuesto destrucción de empleo y degradación de los salarios, o incluso habría implicado cierre y expulsión del mercado de la empresa implicada. Siguiendo esta línea de razonamiento, las DI, en la medida en que crean las condiciones para la supervivencia y fortalecimiento de la competitividad de la firma, salvarían todos o una parte de los puestos de trabajo y de los salarios que, en la dinámica inercial, defensiva, se habrían perdido. Pasando por alto la afirmación -controvertida, desde luego- de que la reestructuración corporativa auspiciada por las DI tienen efectos beneficiosos sobre el mercado de trabajo, importa resaltar que la alternativa a la deslocalización no necesariamente es la inercia o las respuestas reactivas y, por eso, insuficientes. Lo cierto es que el margen de maniobra de las firmas es muy variado, dependiendo del tamaño empresarial, de su situación financiera y competitiva, de las características del mercado en el que opera, de su propia tradición y cultura, del entorno institucional en que se desenvuelven y del grado de consenso social alcanzado entre los grupos sociales afectados. Así, teniendo en cuenta las peculiaridades de las firmas y la dispar naturaleza de los desafíos a los que se enfrenta, cabe diseñar y aplicar diferentes estrategias para reorganizar la cadena de creación de valor donde la firma opera. Aceptando que la reconversión productiva, en un sentido modernizador, es al mismo tiempo necesaria y conveniente para la empresa y que dicha reconversión, en la medida en que implica una reasignación de los recursos laborales, materiales, financieros …, presenta costes evidentes, cabría perfilar diferentes escenarios donde la reestructuración no pasaría ineludiblemente por la deslocalización, entendida como cierre y traslado de la planta o externalización internacional. Escenarios donde podrían encontrarse diferentes engarces con el mercado internacional, beneficiosos para la competitividad de la empresa y también para el conjunto de la economía. La deslocalización no sería, entre todas las posibles, la solución necesariamente más eficiente desde el punto de vista económico (o, al menos, no sería la única eficiente). Un espacio posible de reestructuración pasaría por la actuación estratégica y consensuada de los agentes sociales orientada a la creación y consolidación de activos específicos valiosos, disponibles para la firma sólo si mantiene su implantación en el territorio (Berger, 2006). Los costes laborales, incluso en los sectores con alta intensidad de trabajo, representan sólo una pequeña parte de los totales. En un contexto económico donde la opción de trasladar la producción para abaratar costes es cada vez más disponible, tal decisión estratégica en modo alguno puede suponer ventajas duraderas. Por otro lado, un atento examen de las empresas exitosas en la competencia global mostraría cómo, entre sus activos más valiosos, a menudo figura un complejo y articulado legado relacionado con cierto “capital social” territorial. ¿Juego de suma positiva? La mayor parte de los estudios realizados al respecto suponen que la firma que decide trasladar a otro enclave su capacidad productiva (total o parcialmente) refuerza su competitividad a través de diferentes mecanismos (diagrama I). En primer término, debido a la reducción de los costes de producción, tanto laborales como no laborales. Al desplazar su capacidad productiva a otro enclave o subcontratar una determinada actividad con otros establecimientos pueden conseguir unos salarios inferiores a los que deben abonar en su país de origen por la realización de un trabajo similar o una combinación salarios-productividad más favorable. Al mismo tiempo, la deslocalización habrá permitido un redimensionamiento de la plantilla y, en algunos casos, una renegociación de las condiciones laborales en unos términos favorables para los intereses de las empresas. Con la deslocalización, en fin, las firmas podrán disponer de diferentes insumos intermedios –tanto bienes como servicios- a un coste inferior al que tendrían que soportar en su propio mercado. Otra fuente de ganancias puede encontrarse en la redistribución de los recursos productivos hacia actividades de más valor, en las que se reforzaría la especialización de la firma ofreciendo bienes y servicios a precios más altos o suministrados con niveles de productividad más elevados, en mercados segmentados y diferenciados. Esta reorganización se vería facilitada por los recursos liberados o generados por el abaratamiento de los costes. En fin, las ganancias de la empresa se verían acrecentadas por la ampliación del mercado –tanto interno como externo- fruto de un doble efecto precios y reestructuración. La mejora en la competitividad derivada del abaratamiento de los costes y de la modernización de sus capacidades productivas podría tener una incidencia positiva en las ventas domésticas así como en las exportaciones –insumos materiales, intangibles, bienes de equipo-, tanto en el país que recibe la inversión o el acuerdo de subcontratación como en otras economías a las que se podría acceder con más facilidad desde la nueva implantación, creando plataformas globales de aprovisionamiento. En este escenario, la firma dispondría de recursos suplementarios para fortalecer sus capacidades tecnológicas y organizativas, aumentando de este modo sus ingresos. Diagrama I Beneficios potenciales de las deslocalizaciones internacionales. Beneficios de las empresas que deslocalizan Reducción de los costes de producción Genera y libera recursos Reorganización de las capacidades productivas Ampliación del mercado Intermo Externo Nuevos mercados Laborales ü ü ü Salarios más bajos. Ajuste de plantilla. Renegociación de las condiciones laborales. No laborales Abaratamiento: ü Insumos materiales. ü Servicios. Desplazamiento a segmentos de la cadena de más valor Ganancias en competitividad Efecto precio Efecto reespecialización Fuente: Elaboración propia. Dado que buena parte de estas operaciones las llevan a cabo empresas transnacionales (ETNs), pueden aprovechar las ventajas –tecnológicas, financieras, organizativas- del grupo y al mismo tiempo beneficiarse de los salarios más bajos del país donde se ubican. Esto vale, sobre todo, para las subsidiarias, pero también puede aplicarse a las actividades subcontratadas, dada la capacidad de negociación y presión de las grandes corporaciones. Este escenario, descrito de manera sucinta, presupone a) que los beneficios del conjunto del proceso superan los costes, b) que las ganancias obtenidas como consecuencia de proceder a la deslocalización se orientan a reforzar su posición competitiva, y c) que la firma consigue reorganizar la cadena de creación de valor y situarse en un segmento de mercado más dinámico. Por supuesto, éste es uno de los escenarios posibles y más aún deseables, pero en ningún caso el cumplimiento de esas premisas está asegurado. Y una precisión importante: las tres etapas no están necesariamente conectadas entre sí, de manera que una conduzca necesariamente a la otra. Por supuesto, la empresa deslocalizada espera obtener beneficios de la decisión de mover la totalidad o una parte de sus capacidades productivas, pero también tendrá que prever, anticipar y, en su caso, hacer frente a los costes y a los riesgos de la misma. Más concretamente, la firma debe asumir los costes de transacción –asociados, por ejemplo, a la adquisición a un proveedor externo de un determinado insumo o servicioe internalizar las incertidumbres derivadas de operar en un entorno económico, cultural e institucional diferente. En este proceso de adaptación, la empresa está condicionada por su “historia”, sus contratos, la combinación de recursos y competencias adquiridas y las relaciones a largo plazo con proveedores y clientes. Si los costes resultaran demasiado elevados o se situaran por encima de los inicialmente previstos, se podría asistir incluso a un deterioro de la cuenta de resultados. De nuevo se impone una precisión al respecto: como la experiencia avala con creces y la actual crisis económica ha puesto claramente de manifiesto, este deterioro en modo alguno debe interpretarse como que “todos pierden”. Ganadores y perdedores Las incertidumbres (los escenarios abiertos) también se extienden a la distribución de los beneficios obtenidos por las empresas que deslocalizan. El hecho de que, finalmente, éstas cosechen los resultados esperados con las deslocalizaciones no cierra el debate; al contrario, abre las puertas a un interrogante fundamental para explorar las consecuencias de las mismas: ¿Cómo se distribuyen los beneficios y las ganancias de productividad dentro y fuera de la misma? Este interrogante no puede cerrarse en falso con la afirmación de las ganancias corporativas representan un aumento de la riqueza global del que se beneficia el conjunto de la sociedad. Varias investigaciones han confirmado el peso relevante de las DI en el cambio de la distribución de la renta entre trabajo y capital en las últimas tres décadas. No sólo las DI reducen directamente la demanda de trabajo en el país de origen sustituyéndolo por trabajo extranjero y aumentando la productividad, sino también – como veremos más adelante – una cuota creciente de las ganancias derivadas de los procesos de DI no se reinvierte en la actividad productiva de las empresas, siendo más bien desviada hacia activos financieros, lo que diluye los efectos positivos finales sobre la demanda de trabajo previstos por el pensamiento económico ortodoxo (Milberg y Winkler, 2009). Abordar este asunto, sin darlo por establecido a priori, significa abrir una “caja negra” donde, en primer lugar es difícil obtener información, y mucho menos datos precisos, sobre las retribuciones, en metálico y en especie, de algunos colectivos pertenecientes a la firma (los que se encuentran en posiciones directivas). Al margen de esta barrera –que dificulta la presentación de cálculos precisos acerca de cómo se distribuyen los avances generados en la productividad-, no hay ninguna razón –es un planteamiento claramente apriorístico y por ello ideológico- para presuponer una suerte de juego de suma positiva, en virtud del cual el conjunto de los trabajadores de la firma son ganadores. En esta línea de reflexión una de las cuestiones más relevantes (y más actuales) para el tema que nos ocupa es la financiarización de las estrategias empresariales. Ello alude a que, por un lado, una parte de las deslocalizaciones pueden estar guiadas por razones financieras y no productivas; y por otro, que existen mecanismos instalados en la operativa de la empresa que desvían recursos hacia las instancias financieras. Los años ochenta vieron una “revolución” en la gestión estratégica de las empresas, que se consolidaría a lo largo de las dos décadas siguientes: desde el enfoque centrado en el crecimiento de la firma a través de la retención y reinversión de las beneficios, al énfasis sobre la maximización del valor para el accionista y la ganancia a corto plazo, fomentadas por la concentración en el core busniess y la financiarización. Esta última puede tener múltiples facetas, como la compra de activos financieros, inversiones ajenas a la lógica industrial, altos dividendos y primas, readquisiciones masivas de acciones propias (share buyback) para incrementar su valor, y paquetes de remuneración a ejecutivos vinculados a los registros bursátiles. Ese giro estratégico, acompañado por fenómenos como el crecimiento mundial de la oferta de trabajo y el declive del poder de contratación de los sindicatos, han supuesto una considerable transferencia de renta del trabajo al capital. La expansión de las redes globales de producción, fruto de las DI, acrecentando las ganancias y reduciendo la exigencia de su reinversión interna orientada al crecimiento empresarial, crea un terreno favorable a la finaciarización. A su vez, la presión para maximizar el valor del accionista se traduce en una lógica empresarial de corto plazo, que ve en las DI una forma directa para reducir costes y empujar, de manera casi automática e inmediata, el valor de las acciones, objetivo primario también para los ejecutivos, por los incentivos derivados de las stock options. Se trata, en otras palabras, de un “circuito” (diagrama II) que, a largo plazo, puede llegar a anular, tanto a nivel micro como a nivel agregado, los beneficios que la teoría ortodoxa asocia a las DI. Diagrama II – El “circuito” DI – Financiarización. Demanda Trabajo = Flujo / efecto diluido Efectos sustitución y productividad DI Estimulo valor accionario Búsqueda redux costes Costes input Demanda output Precios output Efecto productividad Ganancias Financiarización Dividendos, buyback acciones, asset financieros Inversión industrial Demanda Trabajo Estrategia de maximización del valor para el accionista Fuente: Elaboración propia a partir de Milberg y Winlker 2009. Expansión Supongamos que la firma en cuestión consigue reestructurar y reorganizar su cadena de creación de valor. Si se trata de una ETN, posiblemente, ello haya venido de la mano de una redefinición de la posición de las diferentes subsidiarias en la estrategia global del grupo: ¿qué producir, qué tecnología utilizar, qué política de precios seguir, dónde aprovisionarse y dónde vender? Todas ellas preguntas determinantes, de cuya contestación depende cuál será la posición del país que ha “padecido” la deslocalización en el nuevo perfil competitivo de la firma. En este sentido, un aspecto importante a la hora de evaluar el impacto real de las DI es saber si la firma que deslocaliza decide clausurar sus actividades y trasladarlas a otro territorio, reorganizar sus capacidades productivas en el interior del grupo o proceder a una externalización. Debe tenerse en cuenta, igualmente, que cuando las empresas conservan alguna actividad dentro de la economía afectada por la deslocalización, es decisivo examinar las características de dicha actividad; esto es, su perfil tecnológico, la capacidad de generación de valor añadido, la propensión exportadora e importadora, su contenido en empleo, tanto en cantidad como en calidad y la política de rentas practicada. Parece evidente que, aunque la firma se fortalezca financiera y productivamente fruto de la reestructuración, los beneficios podrían cristalizar fuera de las fronteras del país y, en esa medida, los efectos potencialmente positivos para la economía que padece la deslocalización derivados de esa situación tan sólo serían laterales o incluso predominarían los negativos. ¿Las ganancias competitivas obtenidas por las empresas se proyectan al conjunto de la economía? Pregunta clave cuya respuesta, también en este caso, debe considerar diferentes dinámicas en presencia. Desde la perspectiva de la oferta, otras empresas podrían beneficiarse al disponer de insumos más baratos (proporcionados por las firmas que deslocalizan). Se produciría, de otro lado, un efecto demanda, al ampliarse los mercados como consecuencia de la “historia de éxito” de la reestructuración. La reducción de los precios de los bienes de consumo y el crecimiento de la oferta de empleo tendría, finalmente, consecuencias beneficiosas sobre la población trabajadora. Tres observaciones que empañan o cuanto menos relativizan ese encadenamiento virtuoso. En primer lugar, los efectos positivos que acaban de mencionarse dependen, en gran medida, de que exista una estrategia productiva que impregne todo el proceso de deslocalización. Lejos de ello, no son pocos los ejemplos donde la decisión de deslocalizar está asociada a la obtención de plusvalías urbanísticas, o al debilitamiento de las organizaciones sindicales, o a las exigencias de determinados grupos accionariales o financieros, o a los designios de los directivos. En segundo lugar, en caso de existir una propuesta productiva, es esencial analizar el contenido de la misma, su calado estructural y tecnológico, cómo se articula dicha propuesta con el tejido empresarial doméstico y cómo se posicionan las empresas del país en las redes del grupo corporativo. En tercer lugar, las mejoras obtenidas en la productividad del trabajo no se convierten de manera automática en más empleo o en salarios más elevados. Esa desconexión es uno de los rasgos más característicos de la globalización actual, y la deslocalización internacional, en la medida en que amplía aún más la capacidad de maniobra y de presión de los capitales foráneos, tiende a acentuar ese rasgo. Papel de los actores sociales Los razonamientos presentados en las páginas precedentes trasladan el debate sobre las deslocalizaciones internacionales desde un mundo gobernado por principios económicos objetivos e incontrovertibles, a un universo de opciones abiertas, relativamente impredecibles y de resultados inciertos. En este universo cuenta, y mucho, la cantidad y la calidad de la intervención de los actores sociales. Dicha intervención no sólo es importante para entender cómo se distribuyen los resultados del proceso deslocalizador (los beneficios y los costes), sino para valorar la orientación del mismo; quizá ésta última sea la parte más descuidada en los estudios llevados a cabo hasta el momento. ¿Qué papel juegan las instituciones y las organizaciones sindicales? Las experiencias al respecto son, claro está, muy diversas, pero en medio de esa diversidad emerge con claridad una idea general: ambas han desempeñado un papel relativamente marginal, su intervención ha sido más bien defensiva y se han manifestado en la última fase del proceso deslocalizador, cuando las decisiones estratégicas ya han sido adoptadas, existiendo en ese momento un mínimo, si acaso, margen de maniobra para influir en el mismo. Han sido los mercados, crecientemente globalizados y financiarizados, los que han marcado las pautas. No es extraño, pues tanto en la Academia como entre los responsables de las políticas económicas está bien anclado la idea-fuerza de que cualquier interferencia –sindical, institucional- conduce a soluciones menos eficientes o claramente ineficientes, al ralentizar (que no impedir) las deslocalizaciones, aumentando el coste de las mismas, o al dificultar el redespliegue y redistribución de los recursos laborales. La UE, y también los estados nacionales europeos, han tendido a asumir los postulados liberales en materia de localización de empresas. Bruselas ha promovido las DI como parte de un proceso que genera beneficios para todas las partes implicadas, tanto desde el punto de vista micro como macroeconómico (Kilvits y Purju, 2005). No sólo por omisión, renunciando a generar algún tipo de regulación al respecto, sino incluso promoviendo la competencia entre los propios países comunitarios para atraer a las empresas interesadas en deslocalizar sus activos. Sólo más recientemente las instituciones de la UE han comenzado a considerar algunos efectos negativos de las deslocalizaciones –incluidas las que se desarrollan dentro de la frontera comunitaria- y a debatir, por ejemplo, sobre medidas que protejan a los trabajadores afectados o instrumentos que eviten comportamientos oportunistas de las empresas beneficiadas con subvenciones europeas. Las administraciones públicas (AAPP) –gobiernos centrales, autonómicos y municipales- se enfrentan a cuestiones similares a las que han sido descritas para la UE. Con dos diferencias importantes. Una, la capacidad financiera de los estados nacionales es muy superior a la de las instituciones comunitarias; y dos, las autoridades de cada país comunitario tienen que rendir cuentas de su gestión ante la ciudadanía. En general, las AAPP tienden a adoptar, al igual que las instancias comunitarias, una posición poco activa en el intento de evitar o frenar las deslocalizaciones. Esa disposición poco intervencionista puede estar sustentada en la consideración de que su margen de maniobra, en el caso de existir, es muy limitado. Y en otros casos puede que domine la idea de que finalmente las DI son beneficiosas, tanto para la empresa afectada como para las economías de origen y destino de la capacidad productiva que se deslocaliza. Cabe considerar también la posibilidad de que las AAPP consideren que su actuación es más útil o eficaz si se centra, en lugar de en tratar de evitar las deslocalizaciones, en atraer al capital foráneo y en impulsar la internacionalización de las empresas nacionales. En todo caso, por unas u otras razones, tanto en las instituciones comunitarias como en las nacionales ha predominado una actitud pasiva ante los procesos deslocalizadores. Las organizaciones sindicales acusan asimismo una posición de debilidad que limita y aún hipoteca su capacidad de intervención en las dinámicas deslocalizadoras. La nueva división internacional del trabajo que ha surgido en las últimas décadas ha supuesto un aumento en la oferta mundial de fuerza de trabajo y los capitales, comerciales y productivos, disponen en medida creciente de nuevas posibilidades para rentabilizar la cadena de creación de valor. Todo ello ha supuesto una presión sistemática sobre los salarios y el empleo, que sobre todo ha afectado a los trabajadores de menor cualificación, pero que también se ha extendido cada vez más a los que acreditan mayores niveles de cualificación. Los sindicatos han respondido a esta presión con políticas defensivas (movilizaciones diversas contra la deslocalización) y cuando ésta ya era inevitable intentando asegurar las mejores condiciones posibles para los trabajadores afectados. El papel subalterno, a veces permisivo, de las instituciones, la posición defensiva de los sindicatos, y la intervención periférica en ambos casos, ha impedido considerar todas las opciones posibles de reestructuración del tejido empresarial, económica y socialmente eficientes. Además de que el protagonismo de los mercados y las ETNs ha contribuido a consolidar un terreno de juego cada vez más desnivelado en beneficio de los intereses del capital, ha dificultado la visualización y en su caso la articulación de estrategias de reestructuración de la empresa –nuevos diseños productivos, políticas de ahorro y de estimulo de la productividad,…- que precisan para que sean viables y eficaces la colaboración de los actores implicados. Experiencias como la del distrito industrial “a la italiana”, del medio innovador “a la francesa” o del sector textil español, donde deslocalización y externalización tienen un carácter eminentemente estratégico-industrial, con la retención interna de las actividades intangibles y a mayor valor añadido, sugieren que efectivamente no hay una sola respuesta posible a la presión globalizadora. Una red de economías externas, cooperación, conocimiento común y compartido, espíritu de identidad constituyen ventajas duraderas y pueden proporcionar los ingredientes para una estrategia empresarial ganadora. Conclusiones Escenarios abiertos significa aceptar una perspectiva metodológica que contempla los beneficios y al mismo tiempo los costes asociados al proceso deslocalizador; significa aceptar un planteamiento que no presupone necesariamente un juego de suma positiva, ni para la deslocalización en sí misma ni para el conjunto de los actores sociales que participan en ella; significa la necesidad de proceder a una cuidadosa evaluación de tales impactos, evitando simplificaciones y juicios a priori (ideológicos, en gran medida) sobre el resultado final del proceso. Y, por supuesto, significa que hay diferentes alternativas y que, por lo tanto, existe un margen de maniobra para los actores sociales e institucionales implicados en la dinámica deslocalizadora. En otros términos, la DI, en el sentido adoptado en el presente trabajo, se presenta como un complejo juego estratégico en el que participan tanto los grupos internos a la firma como los agentes sociales. Bibliografía Berger, S. (2006): Made in monde, Éditions du Seuil, Francia. Broadman, H. (2005): From disintegration to reintegration: Eastern Europe and the former Soviet Union in international trade, World Bank Report, World Bank, Washington D.C. Görg, H. y Hanley, A. (2004): International outsourcing, foreign ownership, exporting and productivity: An empirical investigation with plant level data, Discussion Paper Series, Institute for the Study of Labor, octubre. Kilvits, K. y Purju, A. (2005): Structure of public governance institutions and their impact on delocalisation of labour-intensive industries, Working Paper in Economics, Tallin University of Technology; School of Economics and Business Administration, Vol.: 16, Nº 129-1329. Milberg, W y Winkler, D (2009):"Financialisation and the dynamics of offshoring in the USA", Cambridge Journal of Economics, diciembre.