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CÉLULAS MADRE PRODIGIOSAS, EMBRIONES CREADOS
Y DESTRUIDOS, DILEMAS ÉTICOS Y JURÍDICOS
Pedro Talavera
Profesor tiular de Filosofía del Derecho
Universitat de València
(publicado en Cuadernos de Bioética 2002)
1. ¿Qué son las células madre y por qué son importantes?
Las células madre son aquellas que todavía no se han convertido
en células diferenciadas de un determinado órgano o tejido. Son células que,
en el futuro, se convertirán en células del hígado, del riñón o de los nervios,
pero que todavía no lo son. Los científicos han descubierto que, si
conseguimos hacernos con unas cuantas de esas células, cultivarlas en el
laboratorio hasta tener un número suficiente, y orientarlas en su desarrollo
para que se conviertan en células de uno u otro tejido del cuerpo humano, nos
encontraremos ante una fuente inagotable para reparar los tejidos y órganos
que se vayan dañando en nuestros cuerpos. Enfermedades espeluznantes
como el Alhzeimer, el Parkinson, o la paraplejía podrán ser vencidas en el
futuro sirviéndose de esas células.
Esas células madre proceden, fundamentalmente, del propio
cuerpo de cada uno de nosotros; de los embriones cuando están
aproximadamente en la segunda semana de su desarrollo; y de las células
precursoras de las gónadas de los fetos. Cuando en noviembre de 1998
Thomson y Gearhart publicaron simultáneamente sus trabajos anunciando
que habían conseguido cultivar en el laboratorio esas células madre, las
fuentes que utilizaron fueron la segunda y la tercera respectivamente. En
aquel momento, se pensaba que sólo esas dos fuentes eran adecuadas para
obtener células madre, porque parecía que las células madre procedentes de
seres humanos adultos tenían mucha menos capacidad de diferenciación que
las procedentes de los fetos o embriones. De hecho, se llegó a decir que éstas
últimas eran pluripotentes porque podían llegar a convertirse en prácticamente
cualquier tejido del cuerpo humano, mientras que las células madre
procedentes de adultos eran multipotentes, pues su capacidad transformarse
en células de distintos tejidos era mucho menor.
En el último año y medio, sin embargo, la investigación científica
ha invalidado por completo esta distinción. Desde que el equipo de Vescovi
en Milán publicara los resultados de la transformación de células nerviosas en
sanguíneas, los artículos relatando los éxitos en este terreno se han sucedido
ininterrumpidamente en las principales revistas científicas del mundo. Hasta
tal punto es así, que tanto el informe británico en el que se basa la decisión de
Blair de permitir la clonación de embriones humanos en el Reino Unido, como
el informe que el Presidente Clinton encargó al Consejo Nacional Asesor de
Bioética (National Bioethics Advisory Commission, NBAC) americano, publicado
en 2001 (y en el que Bush se apoyó luego para prohibir financiar con fondos
públicos las investigaciones que exigieran la destrucción de nuevos
embriones humanos), reconocen que las células madre procedentes de
adultos pueden tener la misma versatilidad que las células madre
embrionarias y que incluso pueden resultar más eficaces, por ser más fáciles
de reorientar en su diferenciación. A pesar de este reconocimiento, ambos
informes se inclinan por continuar la investigación con ambas fuentes de
células, integrar los conocimientos procedentes de una y otra, y evaluar cuál
de ellas ofrece mejores resultados.
Desde el punto de vista estrictamente científico, el recurso a las
células madre de adultos ofrece dos grandes ventajas. Por un lado, sortea el
grave problema de la histocompatibilidad. Al ser el mismo sujeto el donante y
el receptor de las células que se transfieren, se evita cualquier tipo de rechazo.
Por otro lado, las células madre de adulto no tienen que realizar un viaje tan
largo como el de las embrionarias para transformarse en células de un
determinado tejido u órgano, lo que facilita mucho la labor de los científicos.
Ese largo itinerario, que en las células madre de adultos resulta sensiblemente
más corto, constituye un importante obstáculo para los científicos. Pero
también las células madre de adultos ofrecen importantes resistencias a su
manipulación exitosa. Hasta hace poco parecía imposible cultivarlas en
grandes cantidades en el laboratorio. Ahora parece que ese obstáculo se ha
sorteado, pero todavía pende la duda de si las células de adultos serán
capaces de transformarse en cualesquiera células del organismo humano.
Todos los meses se vienen anunciando progresos en este terreno. Uno de los
más recientes y significativos, que mereció la atención de los medios de
comunicación de todo el mundo, fue el de la obtención de células nerviosas
inmaduras a partir de células madre de médula ósea de seres humanos. Si se
puede hablar en estos términos, las células madre de adultos ganan ahora
mismo la carrera a las células madre embrionarias, porque están acreditando
su enorme versatilidad y ofreciendo ya muchos éxitos terapéuticos (se han
regenerado corazones infartados, se tratan deficiéncias hepáticas o renales,
etc.).
Esta carrera científica no puede entenderse por completo si
olvidamos a sus patrocinadores, que son más inversores privados que
públicos. En los amplios márgenes de tolerancia ofrecidos por las leyes
americana, británica y australiana, las empresas biotecnológicas están
haciendo inversiones astronómicas con la confianza de amortizarlas y
rentabilizarlas en el futuro mediante los royalties que logren ingresar por las
patentes que consigan. Estos patrocinadores, junto con los científicos, los
medios de comunicación, los comités de bioética y los gobiernos constituyen
la compleja trama de esta carrera científica, cuyo conocimiento es
imprescindible para componerse una imagen más o menos fiel del escenario
en el que se desarrolla la investigación con células madre.
Ese esfuerzo de comprensión resulta imprescindible, porque el
futuro de la medicina va a sufrir una radical transformación con los avances
en el conocimiento de la genética y del desarrollo celular, y la consecuente
manipulación tanto de los genes como de las células humanas. Y esa
transformación no puede ser ciega, sino resultado de decisiones libres
dirigidas a propocionar condiciones de vida dignas a todos los seres
humanos.
2. El debate bioético sobre las células madre
El editorial que The Lancet (diario médico especializado más
influyente del mundo) dedicó en el mes de agosto de 2000 a comentar la
decisión británica se preguntaba cuántos lectores de la revista
(fundamentalmente científicos y médicos interesados por estar al día en los
avances de las distintas áreas de la investigación biomédica) serían capaces de
señalar las fuentes de obtención de las células madre o la potencialidad de
cada una de ellas. Con ello, quería destacar lo difícil que resulta alcanzar un
conocimiento científico suficiente para estar en condiciones de hacer un juicio
bioético sobre una materia de una cierta complejidad y, sobre todo, en
constante evolución.
La participación en los debates bioéticos que acapararon la
atención de la opinión pública en los últimos treinta años -el aborto, la
eutanasia, los trasplantes y las transfusiones, los ensayos clínicos, etc.- exigían
unos ciertos conocimientos científicos. Pero se puede decir que eran
relativamente sencillos de conseguir. Discutir sobre los problemas bioéticos
de las tecnologías genéticas y de las células madre, sin embargo, exige unos
conocimientos que no son tan sencillos de alcanzar y que necesitan ser
continuamente actualizados (yo mismo me planteo si en las líneas anteriores
he sido capaz de transmitir de forma asequible lo esencial acerca de las
células madre). Ante esta dificultad caben tres opciones, de las que sólo la
tercera me parece aceptable. La primera consiste en confiar -y confinar- la
discusión sobre las células madre a pequeños grupos de iniciados. Teniendo
en cuenta que lo que se decida sobre el particular va a afectar a todos, no
parece razonable excluir a la mayoría en la toma de decisiones. La segunda
consiste en hacer del debate sobre células madre un debate social, pero
alimentado con informaciones inexactas en las que los juicios de valor se
filtren solapadamente bajo presuntas descripciones de los avances científicos.
Me temo que esto es lo que está sucediendo en muchos países. La tercera
opción consiste en fomentar el debate bioético, poniendo en circulación una
información rigurosa y asequible sobre el estado de la investigación con
células madre, subrayando la importancia social de la misma, y distinguiendo
lo mejor posible los juicios de hecho y de valor. Si se hace así, será inevitable
que los ciudadanos se interesen por estas cuestiones y hablen.
Una vez más, la prensa (los medios de comunicación en general)
tiene un papel imprescindible de activación social. Pueden ponerse al servicio
de las compañías biotecnológicas, convirtiéndose en sus correas de
transmisión a la sociedad. Pero, aunque les resulte más difícil, también
pueden esquivar esas presiones y convertirse en un foro en el que se informe
con rigor y en el que se dejen oír todas las opiniones.
Pero las tareas de divulgación científica y estímulo del debate
bioético no son exclusivas de los medios. Muchos Estados cuentan con
consejos consultivos de bioética cuyos informes atraen el interés de la opinión
pública sobre las cuestiones bioéticas. En España únicamente contamos con el
Comité Nacional de Reproducción Asistida. Me parece imprescindible que el
gobierno cree un órgano asesor semejante a éste pero con competencia para
abordar los problemas bioéticos en general. Ya que no tenemos el dinero para
ocupar un puesto destacado en los campos de la investigación con células
madre, por lo menos podemos dotar los medios para llevar a cabo una
reflexión bioética aprovechable. Quizá la gran ventaja de la bioética sobre la
investigación científica es que aquella no requiere sino estar al día de las
publicaciones científicas y tener ganas de pensar.
Las escuelas bioéticas también tendrían que reconsiderar un
cambio de estilo. Desgraciadamente la bioética se parece más a un terreno
sometido al minifundio que a un espacio abierto en el que las ideas fluyen con
libertad. Italia es el paradigma de ese estado de división entre lo que llaman la
bioética católica y la bioética laica. Pero no hay que salir de nuestro país para
advertir que en el campo bioético las alineaciones, fidelidades y exclusiones
son muy férreas. Hasta que estas escuelas no se miren y escuchen
recíprocamente con respeto, el debate bioético no podrá dar frutos aceptables.
No se trata de que cada uno predique a su propia tribu, sino de que exista un
espacio público en que quien quiera pueda presentar sus razones y someterlas
al crisol de las de todos los demás.
Es un lugar común demasiado fácil de invocar, pero la educación
es el principal recurso para generar y extender la conciencia bioética. La
bioética tiene que dejar de ser una modesta asignatura optativa tanto en la
escuela como en la universidad. En la educación secundaria debería constituir
un objetivo trasversal. Se trata de despertar en los chavales el interés por estas
cuestiones de manera que vean que la biología, la química o la física no sólo
son útiles para los que van a estudiar “ciencias”, sino imprescindibles para
todos, porque proporcionan la base de comprensión de problemas humanos
importantes con los que se van a enfrentar inexorablemente.
La creación de ese foro público de discusión debería ser hoy
prioridad de los bioéticos. Aunque a algunos les suene a mentalidad
premoderna y prejuiciosa, creo que existen buenas razones para pensar que
los intereses científicos y económicos pueden sobreponerse a los de los
ciudadanos y las sociedades en campos como el de las células madre. Ofreceré
dos botones de muestra. En 1998 la compañía Geron creó un comité de
bioética para que le asesorara en su investigación con células madre. Fue
constituido cuando toda la investigación ya había sido desarrollada, los
resultados alcanzados y únicamente quedaba publicarlos. ¿Alguien ve posible
que un comité creado en esas circunstancias vaya a tener la independencia de
cuestionar tales investigaciones? Es difícil pensar que existiera otra razón para
crear este comité que la cosmética. Recientemente el Departamento de Salud y
Sercivios Sociales (Department of Health and Human Services, DHHS)
americano, del que dependen los famosos NIH, manifestó su preocupación
por la negativa influencia que parecían ejercer los intereses económicos de los
investigadores en las compañías farmacéuticas a la hora de desarrollar
ensayos clínicos con imparcialidad.
En el discurso bioético, los intereses particulares de empresas y
científicos sólo pueden ser contrapesados con ese espacio público de libre
participación. Y para crearlo es imprescindible el concurso de los medios de
comunicación, del Estado, de la educación y de las escuelas bioéticas. El
debate sobre las células madre se va a prolongar a lo largo de los próximos
años. Se trata de un debate complejo, porque requiere una cierta base
científica, que permanentemente se tiene que actualizar, y porque plantea
cuestiones que afectan a la misma identidad humana. O se consigue refinar y
extender el debate bioético, dando un salto cuantitativo y cualitativo de
participación, o el futuro de la biomedicina lo decidirá el mercado, no los
ciudadanos.
3. ¿Qué hacemos con las células madre?
Mi respuesta es sencilla: dejar, por ahora, las cosas como están. Veo
tres razones para optar por la espera. En primer lugar, las normas básicas que
regulan la investigación con células madre en España son muy recientes: el
Código penal es de 1995, y el Convenio Europeo de Derechos Humanos y
Biomedicina, de 1996. El primero prohíbe fecundar un óvulo con un fin
distinto del reproductivo. El segundo también prohíbe crear embriones con
fines distintos de la reproducción. De entrada, llama la atención que un
Código penal que tardó más de quince años en elaborarse y un Convenio
sobre Bioética que fue discutido durante seis años por más de 30 países de
Europa contengan de pronto normas obsoletas. Antes de proponer su
reforma, habría que considerar con sosiego las razones por las que hace tan
poco tiempo se decidió legislar en ese sentido.
La segunda razón para la moratoria es la abundancia de
incertidumbres que convendría despejar antes de tomar decisiones. ¿Cada
célula totipotente es un embrión? ¿Cuál sería la condición de una célula de
adulto totalmente desprogramada? ¿El cigoto obtenido mediante
transferencia nuclear de célula somática es un embrión? Estas, y muchas
otras, son preguntas filosóficas que exigen importantes conocimientos
científicos para ser respondidas, y cuyas respuestas condicionan por completo
el juicio sobre la investigación con células madre embrionarias.
La última, y más importante, razón para inclinarme por la
moratoria es el mismo estado de la ciencia de las células madre. En el último
año, las células madre de adultos se han podido cultivar en el laboratorio en
grandes números; han acreditado una versatilidad insospechada,
transformándose en una gran variedad de tejidos del cuerpo humano; obvian
cualquier problema de rechazo en el trasplante; y han empezado a ofrecer
resultados terapéuticos positivos. Ante esta fuente de células madre, cuyo uso
no plantea problemas éticos y cuya utilidad salta a la vista, me parece que una
decisión respetuosa con todos y no perjudicial para nadie consistiría en poner
toda la carne en el asador de las células madre de adultos y no en otras células
madre éticamente controvertidas y científicamente menos contrastadas hasta
el momento.
Esa moratoria permitiría, además, plantearse con tiempo la
avalancha de problemas bioéticos que se derivarían de una futura aceptación
de la investigación y utilización de las células madre embrionarias. ¿Se debe
informar a la madre del embrión utilizado como fuente de células madre
sobre los eventuales desórdenes genéticos que se hayan detectado tras el
análisis de las células? ¿Tienen derecho las madres de esos embriones a
participar en el beneficio económico que pueda reportar el uso de las células?
¿Cómo se justifica que las empresas biotecnológicas que “produzcan” las
células madre embrionarias reciban un beneficio económico por su trabajo y
no, en cambio, quienes aportan la materia prima? ¿Debe informarse a los
posibles receptores de las células madre de la fuente de la que se han
obtenido? ¿Debe informarse a la madre del embrión del destino concreto al
que se dirija el embrión donado o basta con una referencia genérica a usos de
investigación? ¿Tiene derecho la madre del embrión a saber quiénes son los
receptores de las células madre obtenidas a partir del embrión donado por
ella, teniendo en cuenta que se trata de unas células con un código genético
vinculado a ella? Sería una temeridad aprobar una investigación que
desencadena tantos dilemas bioéticos sin haberlos discutido y resuelto
primero; sobre todo, si tenemos presente lo ya dicho: que existen alternativas
científicas satisfactorias.
Las razones que acabo de presentar se pueden discutir. Lo que me
parece más difícil de cuestionar es la urgencia de crear unas condiciones
idóneas para el desarrollo de un debate bioético sobre las células madre
verdaderamente libre y riguroso. Por ello, en estas páginas me he ocupado
más de señalar algunas exigencias para la trasparencia de ese debate que de
expresar mis personales puntos de vista sobre el tema. De que esas
condiciones se creen o no, depende que las respuestas que se den al desafío de
las células madre vengan dictadas por las multinacionales de la biotecnología
o decididas por ciudadanos informados. Y la cosa no es baladí, porque la
medicina del futuro será, en buena medida, una medicina regenerativa
basada en estas células, a las que bien podemos llamar la madre de todas las
células.
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