El Magisterio Social del Episcopado Argentino Contemporáneo IV El magisterio social del Episcopado argentino Lección 3ª/F Como apuntes para tratar el documento “Iglesia y Comunidad Nacional” (mayo 1981), ofrezco una conferencia que dí al Colegio de Abogados del Alto Valle, en General Roca, Río Negro, en julio de 1981. Fue publicada por el diario Río Negro y por el Boletín Diocesano de Viedma. IGLESIA – COMUNIDAD NACIONAL Y RECONCILIACIÓN Por Mons. Carmelo Juan Giaquinta Obispo Auxiliar de Viedma (Cipolletti, 3-11 julio 1981) I – UN DOCUMENTO PARA LA RECONCILIACION NACIONAL "Convocatoria de la Iglesia a la Reconciliación nacional", rezaba el titular de un vespertino de Buenos Aires el martes 30 de junio. Los matutinos porteños del 19 de julio inspiraban sus titulares en la misma idea. "Llamado de la Iglesia a la Reconciliación nacional", decía uno. "Exhorta la Iglesia a la Reconciliación", repetía otro. Y un tercero: "Exhortó la Iglesia a la Reconciliación nacional". Nuestro diario, el "Río Negro", intitulaba su edición del día con parecidas palabras: "La Iglesia llamó a la unidad y a la Reconciliación". No podía haberse presentado el documento del Episcopado Argentino con una palabra más feliz que esta: RECONCILIACION. No porque la palabra esté excesivamente presente en el documento. Tampoco lo está demasiadas veces en el Nuevo Testamento (apenas si se la encuentra allí cuatro veces). Se la encuentra en el documento del Episcopado principalmente en la Primera Parte (nºs. 31, 34-36), Y en la Consideración Final (nºs. 199-203), a modo de marco referencial de todas las reflexiones ofrecidas para que "sirvan al diálogo con nuestros conciudadanos" (n. 2). No por feliz la palabra "Reconciliación" deja de apuntar a una realidad previa muy dolorosa. Supone una situación de desgarramiento, de atropello, de muerte en nuestra sociedad argentina, sufrida entre argentinos, causada por argentinos, mal que nos pese. ¿Ayudará el Documento a la Reconciliación? No lo hará, ciertamente por arte de magia. Pues tampoco por arte de magia fueron nuestros desgarramientos. Es decir, una palabra, por más autorizada que sea, así fuese pronunciada por el mismo Jesucristo, no cura por si sola, no cura si no se la pone por obra. Los Obispos argentinos se han comprometido a llevar adelante esta tarea de la Reconciliación desde su ministerio especifico: "Creemos que es nuestro deber como Obispos de la Iglesia apoyar con nuestra palabra la convocatoria a una total y profunda Reconciliación nacional" (nº 199). Dios quiera que sepamos ser plenamente fieles a este compromiso, del que depende, en buena medida, la salvación de la Patria. También deben comprometerse a ello todos los ciudadanos, los cristianos, en primerísimo lugar: "Para poder converger hacia una unidad y participación en que no haya nadie injustamente excluido, es necesario, previamente, coincidir en un espíritu y práctica de Reconciliación. Es en este punto donde el espíritu cristiano ofrece, en este momento de su historia, su aporte más propio y específico" (nº 199). II. – ESPÍRITU Y PRÁCTICA DE RECONCILIACION ¿En qué consiste? ¿Acaso en el "Aquí no pasó nada?" "No es confiando en que el tiempo trae el olvido y el remedio de los males como podemos pensar y realizar ya el destino y el futuro de nuestra patria". (nº 33) ¿Tal vez se trata sólo de disimular pequeñas rencillas fraternales? "Pronunciamos, no obstante, esta palabra "Reconciliación" con cierto temor de que no se le otorgue el significado que corresponde. No se trata de un apaciguamiento sentimental y emotivo de los ánimos; de un superficial y transitorio acuerdo" (Nº 199). ¿O se la logra, tal vez, canonizando, hipócritamente, la propia conducta o la del sector al que se pertenece, como hizo el fariseo de la parábola? "¿Qué sector de todos los que integran la familia argentina no ha tenido algún margen de error"? (Nº 198), preguntan los Obispos. ¿Acaso, consiste en culpabilizar de todos los males acaecidos a los otros? "Desgraciadamente, can frecuencia, cada sector ha, exaltado los valores que representa y los intereses que defiende, excluyendo a los otros grupos. Así en nuestra historia se vuelve difícil el diálogo político. Esta división, este desencuentro de los argentinos, ese no querer perdonarse mutuamente, hace difícil el reconocimiento de los errores propios y, por tanto la Reconciliación" (nº 31). III – VERDAD, JUSTICIA, LIBERTAD Y AMOR ¿En qué consiste, entonces, el espíritu y la práctica de la Reconciliación? Los Obispos responden: "Porqué se hace urgente la Reconciliación argentina, queremos afirmar que ella se edifica sólo sobre la verdad, la justicia y la libertad impregnadas en la misericordia y en el amor" (nº 34). Aunque el documento episcopal no lo cita explícitamente, estas cuatro bases sobre las que fundamenta la Reconciliación, son las mismas que el Papa Juan XXIII propuso en su encíclica "Pacem in Terris" para cimentar la paz dentro de la comunidad y entre los pueblos (Pacem in Terris, nº 35 89-125, 163). El documento vuelve sobre estas cuatro bases al final del mismo: "Para ser aceptable, viable y eficaz, la Reconciliación ha de estar fundada en condiciones que le otorguen una base durable" (nº 199). Y cita a continuación: la verdad (nº 200), la justicia (nº 201), la solidaridad y el amor (nº 202), cuyo fruto será la auténtica libertad: "Si edificamos sobre estos pilares de la verdad, la justicia y el amor – dice el documen¬to en su último párrafo –, podemos estar ciertos de que alcanzaremos la tan ansiada y necesaria Reconciliación, y la Argentina logrará ser un ámbito de auténtica libertad para todos sus hijos" (nº. 202). Este cuádruple fundamento para la Reconciliación, tan caro al pensamiento de Juan XXIII, es como la urdimbre básica de todo el documento del Episcopado. Así, una vez más: "La realización de toda comunidad, incluso la nacional, se mide por la verdad, el bien y la libertad; por la sabiduría, la justicia y el amor que la conforman" (nº 63). IV - VERDAD, IDEOLOGIAS, VERACIDAD 1. – La Verdad de la que se habla, es, en primer lugar, la Verdad objetiva de la República o Comunidad Nacional que somos y queremos, en la que todos hemos de coincidir: Al proponerse este objetivo (nº 34), el documento destapa, de entrada, la mentira en la cual vivimos los argentinos: "Será necesario ponernos de acuerdo en aceptar un estado de derecho, que el país juró hace más de un siglo, dentro de una República federal y representativa. Desde hace cincuenta años, casi no se ha logrado un gobierno constitucional estable" (nº 35). La falta de adecuación entre la Verdad que hemos jurado y la mentira en la cual vivimos, el documento la sitúa en que "la Argentina sufre una crisis de autoridad, crisis del estado de derecho, porque no hay voluntad de someterse al imperio de la ley y de la autoridad legítimamente constituida, tal vez porque se ha desarraigado la autoridad de su origen último, que es Dios. Se ha olvidado que el acatamiento que se debe a la ley, obliga por igual a todos, a quienes poseen la fuerza política, económica, militar, social, como a los que nada poseen" (nº 35). A precisar la Verdad sobre la República que somos y que queremos, está encaminado todo el grueso del documento. No por nada se lo intituló "Iglesia y Comunidad Nacional". Esa Verdad es buceada, en la Primera Parte del Documento, desde los orígenes más remotos de la nacionalidad (Nº 4-15). Se detecta así el espíritu cristiano de nuestra cultura (Nº 4). Y la hermandad original iberoamericana (Nº 5-8). Otros elementos de esta Verdad son recogidos someramente a través de la época de la independencia y de la organizaci6n nacional (Nº 16-26). Y de los últimos tiempos (Nº 27-37. Así, el tipo argentino actual, fruto de la simbiosis de la inmigración del siglo pasado con la población criolla hasta entonces conformada (Nº 20, 28), el relativo pluralismo religioso, racial y cultural (Nº 21), la voluntad de participación y de protagonismo en el quehacer nacional (Nº 29). La Segunda Parte del Documento (Nº 138 - 168) se encamina decididamente a visualizar la Verdad sobre la República de la que hablamos. Desde la célula y meta de 1a República, que es, a la vez, el hombre en cuanto persona (Nº 38-58), pasando por la comunidad humana, radicalmente contenida o exigida por la misma persona humana (Nº 59 – 76), el documento llega a pergeñar con trazos nítidos la verdadera Comunidad Nacional hoy deseable y posible (Nº 77-168). El capítulo correspondiente a este aspecto de la Verdad, compuesto de siete subtítulos, trae una doctrina que merece ser meditada atentamente, particularmente todo lo que atañe al Bien Común (Nº 86-101), Igualdad y Participación (Nº 102-107), El Orden Político Social (Nº 108 – 137). 2. – Al renglón de las mentiras, que obnubilan la Verdad sobre la República, hay que adscribir "las ideologías que hoy se disputan el mundo” (Nº 32) y, por lo mismo, a la Argentina. Poco más adelante el documento habla de "distorsiones ideológicas, principalmente de origen marxista" (Nº 33). Y poco más allá alude al "individualismo absoluto, que desencadenó por reacción las ideologías totalitarias más contradictorias de estos dos últimos siglos, las que han afectado la unidad de la Nación" (Nº 59). A lo largo del documento, se alude, repetidas veces, a las ideologías de signo contrapuesto, aunque concatenadas entre si (nº 20-22-26-59-113 118-173), pero no se detiene a analizar sistemáticamente las que están en pugna en la Argentina. Verifica lo inextricable de las causas que dieron origen a "la violencia guerrillera que enlutó a la Patria" (Nº 33). Y acota que "resulta imprescindible el discernimiento sobre las fuentes que la alimentaron, tanto en orden interno como externo" (Nº 33). El documento escapa a la esquematización, harto difundida, de querer ver la lucha entablada hoy en el mundo como si fuese simplemente la lucha entre el Occidente cristiano y el Marxismo ateo. No duda el documento en decir que "El Occidente, en buena medida y desde hace tiempo, se apartó de la fe cristiana de sus mayores. Ese debilitamiento, amargo fruto de la filosofía europea de los siglos XVIII y XIX, provocó las ideologías que hoy se disputan en el mundo. Coinciden en desconocer y rechazar a Dios, como fundamento necesario y último del orden moral y jurídico" (Nº 32). Y, asumiendo el lenguaje empleado por el Episcopado latinoamericano en Puebla, el documento continúa: "Como consecuencia se acentuó el culto de los nuevos ídolos, triste deformación de la religiosidad. Algunos de estos fueron denunciados por los Obispos reunidos en Puebla, como la riqueza y el poder cuando son transformados en valores absolutos" (Nº 32). Y cita aquí los números 494 y 500 del documento de Puebla. En el primero de dichos números, el Episcopado latinoamericano dice: “La riqueza absolutizada es obstáculo para la verdadera libertad. Los crueles contrastes de lujo y extrema pobreza, tan visibles a través del continente, agravados, además, por la corrupción que a menudo invade la vida pública y profesional, manifiestan hasta qué punto nuestros países se encuentran bajo el dominio del ídolo de la riqueza" (D. P. 494). "Estas idolatrías se concentran en dos formas opuestas que tienen una misma raíz: el capitalismo liberal y, como reacción, el colectivismo marxista. Ambos son formas de lo que puede llamarse 'injusticia institucionalizada'" (D. P. 495). En el segundo de dichos números se dice: "El pecado corrompe el uso que los hombres hacen del poder, llevándolo al abuso de los derechos de los demás. A veces en forma más o menos absolutas. Esto ocurre más notoriamente en el ejercicio del poder político, por tratarse del campo de las decisiones que determinan la organización global del bienestar temporal de la comunidad y por prestarse más fácilmente, no sólo a los abusos de los que detentan el poder, sino a la absolutización del poder mismo (cf. G. S. 73), apoyados en la fuerza pública. Se diviniza el poder político cuando en la práctica se lo tiene como absoluto. Por eso, el uso totalitario del poder es una forma de idolatría y como tal la Iglesia lo rechaza enteramente (G. S. 75). Reconocemos con dolor la presencia de muchos regímenes autoritarios y hasta opresivos en nuestro continente. Ellos constituyen uno de los más serios obstáculos para el pleno desarrollo de los derechos de la persona, de los grupos y de las mismas naciones" (D. P. 500). Sin ser más explícitos, el documento episcopa1 es una invitación a analizar y a defenderse de las ideologías hoy en pugna en nuestro país. Ayer, el marxismo ateo, el cual se mantendrá siempre al acecho de oportunidades propicias para dar el zarpazo. Y hoy, enancada en la victoria de la Nación sobre la subversión armada ¿cuál o cuáles son las ideologías que azotan al país? La pregunta no es ociosa. Pues ningún argentino entiende que después de cinco años de la victoria sobre el marxismo, el país esté hoy casi exangüe, moral y económicamente. En estos años tuvo que haber habido otra guerra de zapa contra el país, otra u otras ideologías triunfantes, de las que muchos responsables no se percataron quizá por partir de esquematismos falsos. Lo mismo que el marxismo, las ideologías hoy vigentes en la Argentina pretenden ser el país, y a veces hasta se escudan en el Evangelio. Siempre es este un recurso redituable. El mismo marxismo tan esquivo a verse al lado del Cristianismo, en su versión latinoamericana lo intentó, y no pocos ingenuos cayeron en la trampa. Otros enconados enemigos del marxismo, pero por razones distintas a las del Evangelio, pretenden, a su vez, emplear el mismo ardid, por ejemplo, invocando tramposamente en su favor la doctrina social de la Iglesia. Y cuántos incautos no caen en esa treta. Los Obispos proponen estar alertas: "Esto supone señalar obligaciones y derechos que se deducen de esta doctrina en el campo social y en todo lo que se refiere al bien común; y denunciar, consecuentemente, los errores contrarios a la misma, sobre todo aquellas ideologías que, presentándose como cristianas, en realidad no lo son” (Nº 173 ). Sin duda, en todo discurso los Obispos tuvieron presente el cuadro ideológico válido para todo el continente latinoamericano, que en cada país se colorea con su matiz propio; a saber: el liberalismo capitalista, el colectivismo marxista y la llamada "Doctrina de la Seguridad Nacional", según el discernimiento hecho en Puebla (D. P. 542-550). Y por lo mismo, exhortan a la búsqueda de un modelo político "que ha de surgir de nosotros mismos", pues "la experiencia histórica nos enseña que la importación de fórmulas de un país a otro no es la solución mejor para acertar políticamente". (Nº 114). 3. – Pero la Verdad sobre la República del documento episcopa1 no es sólo un objeto propuesto a la inteligencia para ser entendido, sino, sobre todo, ofrecido a la voluntad de los ciudadanos para ser realizado. De allí que no basta tener inteligencia clara para hacer una república, sino que es preciso contar con la voluntad sincera de todos y cada uno, con un amor inconmovible por la Verdad, con un horror instintivo por el ocultamiento de la realidad. Al hablar de la Verdad, como base para la Reconciliación, el documento insiste en que los argentinos desterremos los hábitos de mentira que nos corroen: "(La Reconciliación) ha de estar cimentada sobre la Verdad, la cual en el plano de la convivencia social y política se convierte en una voluntad de veracidad y de sinceridad, que evite el ocultamiento, el engaño y la simulaci6n. Es necesario desterrar la práctica de la mentira en todos los órdenes” (Nº 200). V – JUSTICIA, DIGNIDAD HUMANA, ESTADO DE DERECHO, "GUERRA SUCIA" 1. – La Justicia es propuesta como segunda base para la Reconciliación. Además de proponerla en la Primera Parte (Nº 34), el documento vuelve sobre ella al final: "La Reconciliación, igualmente ha de estar basada en la Justicia. Sería una burla arrojar sobre la persistencia de la injusticia el manto de una falaz Reconciliación. No podemos dejar de comprobar que, a lo ancho del mundo y en la particular historia de nuestro pueblo, se ha despertado el sentido de la Justicia. La conciencia humana y la conciencia nacional la han situado en el centro de sus anhelos. Ello atestigua el carácter ético de las tensiones que nos invaden y nos indica también que dichas tensiones subsistirán si se mantienen formas sistemáticas de injusticia. La Iglesia comparte con los hombres de nuestro tiempo y con los conciudadanos de nuestra Nación este profundo y ardiente deseo de una vida justa bajo todos sus aspectos" (Nº 201). La Justicia es importantísima, pues, “(la Reconciliación) se fundamenta en la caridad, se ejercita en la libertad, pero sólo es perdurable si se edifica sobre la Justicia" (Nº 36). ¿A qué aspecto de la Justicia se refiere? Se observa que a esta Justicia basilar “la afectan ciertamente algunos problemas que en el presente acucian a nuestro pueblo, quien nos los trae a menudo a nosotros, sus pastores, haciéndonos participes de sus penas y preocupaciones (Nº 36). Y constata: "Las dificultades cada vez mayores (en el campo económico) que encuentra nuestro pueblo para satisfacer sus necesidades vitales: alimentación, vivienda digna, salud, educación” (Nº 37); "no se nos oculta la incertidumbre que la actual s i t u a c i ó n económica provoca en la familia argentina” (Nº 71). Pero aunque el documento dedica un párrafo importante a la Justicia social, considerada como el derecho que cada persona tiene a la participación de los bienes de la tierra para poder subsistir con dignidad, (Nº 144, ver también Nº 126), no es este aspecto el que más resalta en el documento. La Justicia a la cual se apunta es más honda. Se apunta al derecho a “ser”. No sólo al derecho a "tener" (Nº 45 – 48). Se trata del derecho de todos y de cada uno de los hombres de esta tierra a ser miembro del pueblo argentino, integrante activo de la Comunidad Nacional. Se trata del derecho del pueblo argentino a existir en su rica complejidad y pluriformidad. Derecho negado por todos aquellos – partidos y lideres políticos, grupos de poder o de opinión, sectores de las Fuerzas Armadas – que, no pocas veces a lo largo de nuestra historia, se han arrogado discrecionalmente la representatividad de la totalidad argentina, excluyendo de ella sea a las mayorías sea a las minorías. Ya se aludió a esto arriba cuando dijimos que el documento destapa, desde el comienzo, la mentira argentina; a saber: "crisis del estado de derecho, porque no hay voluntad de someterse al imperio de la ley justa y de la autoridad legítimamente constituida" (Nº 35). 2. – Porque la crisis de la Justicia en la Argentina es profundísima, por ello el Episcopado sintió necesidad de remontar la cuesta desde lo hondo del valle. Comienza por reflexionar sobre los derechos de la misma persona humana: "Por lo cual, en el momento en que la comunidad argentina busca reconstruirse para caminar con madurez hacia su futuro, es ineludible partir de la búsqueda siempre renovada y, si es el caso, rectificada, de una auténtica concepción del hombre. No se podría determinar un sistema prescindiendo del hombre para forzarlo luego a entrar en él. Seria vano proyectar minuciosamente una organización cuyo propósito, en el mejor de los casos, no fuera más que el de lograr un ordenamiento formal, mecánico y abstracto, que no sirviera a las exigencias perennes de la naturaleza humana ni recogiera los auténticos rasgos del hombre, históricamente incorporados a nuestra propia nacionalidad" (Nº 38). El documento enfatiza que el hombre es persona. Es decir, "a imagen de Dios", trascendente a su temporalidad, espiritual, inmortal, libre, inteligente, artífice de su destino. (Nº 34 – 40). Por tanto, no cosa, ni engranaje de ningún proyecto humano. Por lo mismo, “es principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales” (Nº 39). De “la inclinación y ordenamiento moral a la propia realización, que culmina en su fin divino”, “emanan los derechos universales e inviolables, a los que el hombre no puede renunciar bajo ningún concepto. Todos ellos constituyen aspectos de su dignidad fundamental, que no puede ser violada u ofendida y son parte del derecho natural (Nº 44). El documento, pues, procura poner la fuente de los derechos de la persona humana más allá de su epidermis, más allá de su misma voluntad. La pone en el mismo Dios. "¿Dónde podría encontrar la sociedad, en cuanto complejo jurídico, un sólido fundamento de su propia existencia? (Nº 50), se pregunta aludiendo a la primera encíclica de Pío XII, escrita cuando la humanidad caía en una de sus horas más negras. Y se responde: "Puesto que Dios es nuestro único Señor, ningún hombre, ningún grupo de poder, ninguna empresa económica puede erigirse sobre la esclavitud, la degradación o la humillación de los hombres; sea cuáles fueren las formas que éstas adopten (Nº 51). Sin duda, "al reservarle a Dios la única adoración debida, protegemos al mismo tiempo nuestro campo esencial de libertad". (Nº 51). "Esta adoración de Dios crea una base de verdad, de libertad y de religión, sin la cual no puede construirse una sólida comunidad, sino tan sólo una agrupación que oscilará permanentemente entre la anarquía y la represión" (Nº 52). Sólo junto a Dios, pues, el hombre puede ser entendido en su dignidad inefable de ser humano y constituido en un orden jurídico inviolable. Fuera de Dios, por más que se apoderase de todos los bienes del mundo, y por más que manejase los poderes más colosales, el hombre no dejaría de ser un miserable o un déspota, a lo sumo miembro de aquella sociedad animal que el filósofo describió como “horno homini lupus”, pero nunca miembro de la familia humana pensada por Dios y ansiada en el secreto de cada corazón: "Dotado de dignidad, por ser semejantes a Dios, el hombre puede ofenderse a sí mismo, como también ser ofendido por otros. Solamente Díos y, en el ámbito de esta creación visible, el hombre, son susceptibles de ofensa. Pero Dios es ofendido también cuando es ofendido el hombre, que es su imagen. Así como cuando el hombre es dignificado en esta tierra, Dios mismo resulta glorificado en aquél, a quien llama a ser su hijo. Cuando el hombre es vejado y degradado, entonces es alcanzado y ofendido el fundamento absoluto de su existencia y de su persona. Por eso Dios es la suprema garantía de la dignidad del hombre. No hay en este mundo ningún acto de amor, por oculto que fuere, que no sea recogido por el absoluto de Dios. Tampoco hay injusticia alguna que, aunque se la pretenda acallar y ocultar, quede ante El definitivamente secreta y silenciada. Así la afirmación con que profesamos nuestra fe en la creación del hombre a imagen de Dios, se torna juicio sobre nuestra conducta. Condena a quien oprime, justifica a quien ama según Dios" (Nº 53). 3. – Plantados en Dios los derechos de la persona humana, el documento pasa a tratar rápidamente de la justicia dentro de la comunidad humana (Nº 67-68), Y de allí pasa al campo más específico de los derechos dentro de la Comunidad Nacional. Para ser completos, y según indicamos arriba, habría que transcribir aquí íntegramente los tres subtítulos sobre el Bien Común (Nº 86-101), Igualdad y Participación (Nº 102107) y el Orden Político Social (Nº 108-137). Pero como ello es imposible, destaquemos sólo algunas preguntas, a las cuales procura responder el documento. ¿De dónde surge el Estado? ¿cuál es su finalidad ¿cuáles sus derechos y obligaciones? "En realidad el Estado surge de los hombres, las familias y los diversos grupos en cuanto se reúnen para cooperar en la realización del bien común, es decir, para defender sus propios derechos, de los que ni la comunidad política, ni la autoridad del Estado son fuentes, sino custodio. Mientras las personas, al reunirse en la comunidad política, se ponen al servicio del bien común de todos, el Estado está al servicio del bien común de las personas'" (Nº 92). Por tanto "la función de la autoridad en el Estado es esencialmente jurídica". Y transcribiendo a Juan XXIII, el documento explica: "esto es, que la misión principal de los hombres de gobierno deba atender a dos cosas: de un lado, reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover tales derechos; de otro, facilitar a cada ciudadano el cumplimiento de sus respectivos deberes. Tutelar el campo intangible de los derechos de la persona humana y hacerle llevadero el cumplimiento de sus deberes, debe ser el oficio esencial de todo poder público" (Nº 93). Y completa este pensamiento con el de Juan Pablo II: "La Iglesia ha enseñado siempre el deber de actuar por el bien común, y al hacer esto ha educado también buenos ciudadanos para cada Estado. Ella, además, ha enseñado siempre que el deber fundamental del poder es la solicitud por el bien común de la sociedad; de aquí derivan sus derechos fundamentales. Precisamente en nombre de estas premisas concernientes al orden ético objetivo, los derechos del poder no pueden ser entendidos de otro modo más que en base al respeto de los derechos objetivos e inviolables del hombre. El bien común, al que la autoridad sirve en el Estado, se realiza plenamente sólo cuando todos los ciudadanos están seguros de sus derechos. Sin esto se llega a la destrucción de la sociedad, a la oposición de los ciudadanos a la autoridad, o también a una situación de opresión, de intimidación, de violencia, de terrorismo, de la que nos han dado bastantes ejemplos los totalitarismos de nuestro siglo. Es así como el principio de las derechos del hombre toca profundamente el sector de la Justicia social y se convierte en medida para su verificación fundamental en la vida de los organismos políticos" (Nº 93). ¿Cuál es el estilo de ejercicio de la autoridad? Es otra de las preguntas planteadas. Y se responde: aquí debe ser acorde con la naturaleza de la persona humana a la cual se ordena el Estado. Su autoridad no es para dirigir robots, sino voluntades humanas: "La autoridad del Estado tiene la misión unificadora de hacer converger las intereses y esfuerzas de todos hacia el bien común. Tarea esta que no ha de ser cumplida de un modo mecánico y despótico, sino obrando sobre todo como una fuerza moral que busca persuadir a hombres libres, poniéndolos ante la propia responsabilidad" (Nº 95). En los números 124 - 125 el documento señala los peligros en los cuales puede incidir el ejercicio de la autoridad: totalitarismo, abuso de poder, demagogia, diversas formas de autoritarismo. Pero para que nadie piense que la persona es déspota con respecto al Estado, el documento insiste en la justa subordinación de aquella a éste: "La persona, pues, para estar moralmente ordenada a su propia perfección, hacia la que ha de orientar toda su vida, es superior al Estado. Pero, por ser miembro de la comunidad política del Estada, la persona humana está subordinada en todo lo atinente a la consecución del bien común. No sé trata de abdicar de sus derechos esenciales, sino de acatar un ordenamiento que los torne menos vulnerables y más eficaces en su ejercicio" (Nº 94). 4. – El documento, con ser doctrinario, es eminentemente pastoral. Es decir, procura enseñar la doctrina social de la Iglesia para el hoy argentino. De allí que no puede dejar de echar una mirada al modo cómo se ejerciten los derechos civiles en la Argentina. Imposible, entonces, no constatar “las repetidas interrupciones del orden constitucional", que el documento califica, "en su conjunto", como "un freno en el crecimiento del estilo de vida democrática" (Nº 112). Pasa a recordar, entonces, cuándo, cómo y hasta dónde el Estado puede restringir el goce de los derechos ciudadanos: "Si bien en caso de emergencia pueden verse restringidos los derechos humanos, éstos jamás caducan y es misión de la autoridad, reconociendo el 'fundamento' de todo derecho, no escatimar esfuerzos para devolverles la plena vigencia" (Nº 33). "Una situación de emergencia nacional puede ocasionar; por razón del bien común, la necesidad de un estado de excepción del régimen político, normal. En tal caso, justificadamente, es afectado, el ejercicio de algunos derechos humanos. Ante las circunstancias de hecho, como decíamos en otra ocasión, no podemos pretender razonablemente un goce del bien común y un ejercicio pleno de los derechos como en época de abundancia y paz" (Nº 132). Y pasa a señalar algunos "elementales criterios éticos, individuales o sociales" (Nº 133), que es ineludible salvaguardar en cualquier situación de excepción: a) "Nunca el bien común puede permitir la supresión, sino tan sólo la restricción del ejercicio de algunos derechos humanos" (Nº 134); b) "No todos los medios se justifican. Ni el estado de excepción, o aun de guerra interna, ni motivos de eficacia militar o de seguridad interna o externa, pueden ser invocados para herir esos mismos derechos" (Nº 135); c) "El estado de excepción o de emergencia, por su propia naturaleza transitorio, no puede prolongarse indefinidamente: dejaría así de ser estado de excepción para institucionalizarse. Por ello ha de cesar una vez cumplidas las finalidades de establecer el orden subvertido" (Nº 136). Puede llamar la atención los largos párrafos dedicados en el documento a la situación de "emergencia nacional". Pero ¿no ha sido una de las peores señales de nuestra inmadurez política, la facilidad con que los partidos políticos, las Fuerzas Armadas, los diversos núcleos de poder y de opinión, llegaron siempre a la conclusión de que "se da ya un estado de emergencia", que justificaría la subversión, del estado de derecho? A extirpar esta lacra, y a acrecentar en el alma argentina la vocación por la auténtica democracia va encaminado todo el subtitulo sobre El Orden Político Social ( Nº 108 137). 5. – Hablando de Justicia y de estado de derecho, no debemos omitir, que el documento se refiere al atropello de "la violencia guerrillera" que "enlutó a la Patria" (Nº 33). Si una vez se pecó contra la Justicia en la Argentina fue entonces. El documento subraya que "el país ha sido informado" de que "la subversión violenta fue vencida", y se congratula con la victoria de las Fuerzas Armadas y con el hecho de que la subversión "no ha llegado a seducir a nuestros trabajadores ni sus organizaciones" (Nº 137). En el párrafo 137 se hace una solemne condena, sobre todo, en vista de si en un hipotético futuro algunos intentasen reiterar sus atropellos: "En nombre del Evangelio y de la razón reiteramos nuestra condena más formal a quienes buscan establecer un pretendido orden sacrificando la norma ética que nos impone el respeto de las personas y a la vida, en aras de una supuesta clarividencia política o de una ideología inhumana y anti-argentina" (Nº 137). La condena no podría haber sido más clara. Si un argentino, si un católico o un grupo católico pretendiesen coquetear en la Argentina con la violencia, no lo podrá hacer nunca en nombre del Evangelio. La Iglesia sostiene la necesidad de la defensa de la comunidad "aun con el uso de la fuerza": "Los responsables de la noble autoridad del Estado, que tiene la obligación de defender la sociedad, aun con el uso de la fuerza, cuando fuere necesario..." (Nº 135). Pero no duda el documento en completar el cuadro luctuoso que ha asolado a la Argentina. "La represión ilegítima también enlutó a la Patria", consigna en el Nº 33. Ha habido una represión legítima. Por ella cantamos victoria orgullosos. Pero desgraciadamente, y para deshonra del hermoso nombre argentino, ha habido una represión ilegítima, que debe ser detestada abiertamente, so pena, de que los principios y las prácticas inmorales que la alentaron queden enquistados en el cuerpo social argentino, y se haga entonces imposible acceder nunca a una auténtica democracia. El detestar esta represión ilegítima, impone especiales deberes a todos los ciudadanos a cada uno según su específica responsabilidad en la comunidad civil. Responsabilidad de dilucidación de los hechos, de Justicia, de liberación, de serenización de los ánimos, de solidaridad, de perdón. Nunca la apatía, la mentira o el silencio injusto. Y esto porque no hay ninguna acción pública, buena o mala, hecha por una persona o grupo, que no tenga resonancia en el conjunto social (Nº 63 – 66). Y entonces, si se comulga con el bien uno se vuelve bueno; si se comulga con el mal uno se vuelve malo. El documento es explicito en detestar la represión ilegitima y la cohonestación filosófica que algunos intentaron darle, según la llamada ética de la "guerra sucia": "La teoría de la "llamada guerra sucia" no puede suspender normas éticas fundamentales que nos obligan a un mínimo respeto del hombre, incluido el enemigo" (Nº 135). Todo lo que ha acontecido en la Argentina nos concierne a todos. No es sólo un asunto de las familias directamente afectadas. Las lágrimas de los familiares de los militares caídos valientemente por defender a la Patria, deben ser lágrimas compartidas por todos los argentinos: "A ellos llegue también nuestra palabra de consuelo y de comprensión” (Nº 37). Y "la situación angustiosa de los familiares de los desaparecidos, de la cual nos hicimos eco en nuestro Documento de Mayo de 1977 y cuya preocupación hoy reiteramos" (Nº 37), nos ha de angustiar a todos los argentinos por igual. Lo mismo que "el problema de los que siguen detenidos sin proceso o después de haber cumplido sus condenas, a disposición indefinida del Poder Ejecutivo Nacional" (Nº 37). VI – LIBERTAD, MORALIDAD, PARTICIPACIÓN, DEMOCRACIA l. – La tercera base para la Reconciliación es la Libertad. "Se entiende – se dice en la Primera Parte – que por ser la Reconciliación obra de la caridad y también de la Libertad, ésta debe restituirse en el pleno ejercicio de los derechos ciudadanos. Así en el diálogo fecundo entre todos los sectores de la Patria podrá encontrarse el modo de convivencia que respeta nuestra cultura" (Nº 36). En la Consideración Final esta tercera base sólo aparece en forma implícita, cuando se transcribe, un texto de Juan Pablo II que alude a repetidas veces a la falta de Libertad (Nº 202). Es, sin embargo, el concepto quizá más repetido a todo lo largo del documento. Así, desde el recuerdo de las disputas de los teólogos que cuestionaron públicamente a la Corona española la legitimidad de la colonización de nuestras tierras señaladas como "lucha gigantesca por la Libertad de pensamiento y de palabra" (Nº 10), hasta la enumeración de "algunas condiciones esenciales" y "de algunos requisitos particulares" "ante la difícil tarea de restablecer la Democracia" (Nº 111) en la Argentina, el documento se vértebra también sobre esta tercera línea de pensamiento. La Libertad en la Comunidad Nacional se origina y fundamenta en la Libertad de la persona humana. Esta es su raíz más profunda: "Dueño y responsable de sí mismo, de su actividad y de su destino, el hombre se encuentra en su existencia ante la tarea de desarrollarse libremente como persona, en todos los niveles de su vida de manera coherente con su propia naturaleza y con el puesto que ocupa en el concierto universal de los seres" (Nº 40). 2 – Libertad que no significa arbitrio, ni capricho, sino capacidad de autodeterminación, respetando la naturaleza de las cosas: "Por la dimensión divina de su espíritu, el hombre está llamado a realizar la propia perfección de su persona, libremente, pero ateniéndose a un ordenamiento moral; inscrito por Dios como ley en su misma naturaleza y grabado en su conciencia. La Libertad recibida por el hombre, no es para destruirse, sino para realizar su propia perfección, en la que encontrará su felicidad personal" (Nº 41). Y lo mismo que de la dignidad humana, Dios es el último fundamento de la Libertad del hombre (ver Nº 51 Y 52). Por la Libertad el hombre crea todo tipo de relaciones: "La Libertad, que es la capacidad de disponer de nosotros mismos para la comunión y participación, ha de realizarse en la totalidad orgánica y Jerárquica de tres planos inseparables, a saber: la relación del hombre con el mundo como señor del mismo, con las personas como hermano, y con Dios como hijo" (Nº 64). Por la Libertad del hombre emprende todo tipo de actividades. Y según se conformen o no a un orden moral objetivo, sus acciones son buenas o malas, tanto las privadas como las públicas: "El efectivo dominio del universo material con que organiza un ordenamiento económico humano, la creación de un orden político justo, el deber de hacer un lugar a la adoración a Dios en el templo de su corazón y en medio de la ciudad agitada que construye: todas estas tareas constituyen el imperativo moral, que encauza la Libertad del hombre hacia la realización de un mundo más humano" (Nº 42). Al hablar de la Libertad en el capitulo destinado a la Comunidad Humana, el documento episcopal invita a un examen de conciencia sobre el uso de esa Libertad, o sea sobre el comportamiento moral de los argentinos: "Los argentinos, cada uno en cuanto persona, y cada grupo en cuanto integrante del conjunto social, han de examinarse con humilde sinceridad sobre su comportamiento moral y han de tomar conciencia sobre la proyección comunitaria de sus actos. No han de temer hacer este examen los grupos más significativos de la vida argentina: las asociaciones profesionales, los partidos políticos, las Fuerzas Armadas, la misma comunidad cristiana y sus ministros” (Nº 66). Puede parecer llamativo este llamado a revisar "su comportamiento moral", "en cuanto integrante del conjunto social", a "las mismas comunidades cristianas y sus ministros". Pero ¿no es propio del estilo evangélico limpiar primero el ojo propio antes de pretender limpiar el ojo del hermano? Lo mismo hizo Puebla. No contentos los Obispos con señalar allí las ideologías que se disputan, el continente, se refieren repetidas veces a las connivencias con todo tipo de ideología a las que si avienen a veces los cristianos militantes, incluso algunos sacerdotes. Igual actitud encontramos en Juan Pablo II. De la misma manera nuestro Episcopado en este documento. No queriendo que todo quedase simplemente en una tipificación más o menos vaga de ideologías contrapuestas, los Obispos invitan a examinarse a los católicos o, si preferimos, preguntan: ¿y las comunidades cristianas y su ministros, qué? Para no referirnos sino al fenómeno de la subversión, podríamos preguntarnos con más precisión (y la precisión corre por cuenta nuestra): ¿podemos los católicos argentinos adscribirlo lisa y llanamente al marxismo, o le cabe alguna responsabilidad a un cierto tipo de catolicismo "progresista" - incluido Mounier -, presente en Francia desde los años 30, y en América Latina y en la Argentina, en especial, desde los años 60? Por no señalar sino una de las posibles raíces del "montonerismo". Y la ideología de la "guerra sucia": ¿es sólo una ideología importada totalmente desde las escuelas del Pentágono en el Caribe, como se suele decir, o encontró caldo de cultivo en cierto tipo de catolicismo "integrista”, "maurrasiano", presente entre nosotros desde vieja data? Por no señalar sino una de las posibles raíces de cierto "nacionalismo" con mucho de totalitarismo y poco de católico. Esta ojeada al pasado no quiere la Iglesia que la hagamos por pura morbosidad, sino de cara a Dios, de cara a nosotros, de cara al futuro, para promover una auténtica conversión. Por lo demás, ¡qué poco dispuestos estamos los argentinos a aceptar que alguien señale un yerro al grupo social al que pertenecemos! ¡Qué, reacciones tan poco viriles, casi histéricas; si alguien se atreve a señalar uno! La Iglesia Madre quiere a sus hijos más adultos. Por ello procura dar ejemplo. 3. – Del buen uso de la Libertad, o sea, de la opción moral de la que depende que el hombre se inserte debidamente en la Comunidad Humana, el documento da un paso más, y contempla al hombre como sujeto de una múltiple y riquísima comunicación de bienes, fruto de su Libertad, de la que surge la Nación. Esta no se edifica sin la Libertad activa y conjugada de todos los ciudadanos: "El bien común es un deber que incumbe a todos los ciudadanos, quienes, si bien libres, no pueden usar de la Libertad de forma arbitraria o puramente egoísta. La libertad no es para que cada individuo se complazca en el goce privado de usarla solamente en provecho de su propio bien particular. Quien quiera vivir como miembro de una Nación, además de saber que el esfuerzo material y cultural de los demás es necesario para su propio perfeccionamiento particular, ha de tener conciencia de que también su propio perfeccionamiento individual incide en bien de los demás. Consciente de participar de un bien común que le brinda la comunidad, ha de tener el compromiso y la lealtad de hacer a todos los demás partícipes de su propia autorrealización personal, compartiendo con ellos o poniendo a su servicio el propio bien particular. Una comunidad, una Nación, en efecto, se construye a través de este tejido de recíprocas comunicaciones entre los miembros de la misma, lo cual constituye el bien común en su sentido más profundo, propio y cabal” (Nº 90) . Es la misma Libertad del Hombre, entendida según lo antes dicho, la que le otorga a la persona el derecho y el deber de participar de los destinos de su Nación. Si esto fue siempre un derecho, hoy es un imperativo histórico ineludible: "Es la misma evolución cultural, económica y social la que impulsa, desde el interior de los pueblos, a una mayor participación en todos los ámbitos de la vida, incluido el político. Dicha aspiración, siempre más creciente en nuestros tiempos, tiene su Justificación ética. Pues la persona humana, por ser dueña de su destino, no solamente es fin, sino además, sujeto activo y creador del orden político dentro del que ha de vivir y que incide fuertemente en su destino" (Nº 103). Una cita de Juan Pablo II es categórica en este sentido: "El sentido esencial del Estado como comunidad política, consiste en el hecho de que la sociedad y quien la compone, el pueblo, es soberano de su propia suerte. Este sentido no llega a realizarse si, en vez del ejercicio del poder mediante la Participación moral de la sociedad o del pueblo, asistimos a la imposición del poder por parte de un determinado grupo a todos los demás miembros de la sociedad. Estas cosas son esenciales en nuestra época, en que ha crecido enormemente la conciencia social de los hombres y con ella la necesidad de una correcta Participación de los ciudadanos en la vida política de la comunidad, teniendo en cuenta las condiciones de cada pueblo y del vigor necesario de la autoridad pública" (Nº 107). 4. – El documento, que en la Parte Primera dice que "el proceso histórico ahondará los valores políticos de orientación democrática y participativa, que quedan definitivamente incorporados a los rasgos de nuestra nacionalidad" (Nº 29), no duda en ilustrar el tipo de organización democrática apto para la Argentina de hoy, que sea adecuado para el ejercicio de la Libertad y de la Participación en la vida civil: "Algunos de estos elementos han sido enunciados por la Doctrina Social de la Iglesia”, la cual considera "perfectamente conforme con la naturaleza humana que se constituyan estructuras jurídico-políticas que ofrezcan a todos los ciudadanos, sin discriminación alguna y con perfección creciente, posibilidades efectivas de tomar parte libre y activamente en el establecimiento de los fundamentos jurídicos de la comunidad política, en el gobierno de la cosa pública, en la fijación de los campos de acción y de los límites de los diferentes organismos y en la elección de los gobernantes". (Nº 116). Y enumera a continuación "algunas condiciones esenciales" para "reestablecer la Democracia" “en plenitud" (Nº 117). Primero de todo: "todos los ciudadanos deben sentir la responsabilidad de ser protagonistas y artífices de su propio destino como pueblo, cada uno según su condición. Son ellos quienes, depositarios de la autoridad que procede de Dios, por su consentimiento dan legitimidad a un gobierno democrático. Esto implica la necesidad de evitar inhabilitaciones personales injustas, proscripciones arbitrarias de grupos o partidos, condicionamientos políticos de diverso tipo que distorsionen la libre expresión de los ciudadanos, a no ser que se trate de movimientos cuya ideología y prácticas sean contrarias a la naturaleza misma de la Democracia, la cual debe custodiar, y defender, según justicia, su propia existencia" (Nº 118). Enumera, luego, la función de la mayoría y de la minoría (Nº 119), la separación y el equilibrio de los poderes (Nº 120), el papel de los partidos políticos (Nº 121), la oposisión (Nº 122), "la periodicidad de los mandatos, la amplia publicidad de los actos de gobierno y un garantizado respeto por la Libertad de expresión" (Nº 123). VII – AMOR, SOLIDARIDAD, MISERICORDIA, PERDON 1. – Por fin, la cuarta base para la Reconciliación: el AMOR. Si volvemos la mirada a los orígenes cristianos de nuestra nacionalidad, vemos que esta se amalgamó con el Amor Cristiano. El español y el indio, a pesar del primer choque de las culturas contrapuestas, se aproximaron y se maridaron en una nueva raza, gracias a la predicación del Evangelio y al bautismo (Nº 4 - 6). El Amor llevó a la Iglesia, “mediante el ejercicio de la acción social de la caridad y de educación que le son propias", “a formar todas las instituciones públicas". Así “crea casi todo lo que existe en orden de la educación de la niñez y de la juventud de ambos sexos. Ampara al huérfano y al anciano, cuida a los enfermos y defiende al esclavo y al pobre" (Nº 13). Con estos antecedentes, y siguiendo una línea de pensamiento político en la que los últimos Romanos Pontífices profundizan día a día más, el documento no duda en decir que "la sola justicia, sin embargo, no es suficiente para regular la conducta de una comunidad. Sólo la amistad social reúne a los hombres de acuerdo a su condición de personas y de hijos de Dios, No basta que se distribuyan los bienes conforme a normas positivas. Es preciso que se produzca el movimiento de comunicación de los propios valores a los demás: esto es el Amor. Y que sea recíproco: esto es la amistad, la cual, cuando se realiza entre hijos de un mismo Padre, se eleva a fraternidad" (Nº 68). ¿Es una utopía pensar la República, idear el estilo de relaciones que han de imperar en ella, según el parámetro del Amor familiar? A primera vista sí, si tomamos la experiencia política moderna. Pero si partiésemos de que la familia "es generadora del individuo y de todas las otras sociedades" (Nº 70), nos parecería la cosa más lógica y justa. Por ello el documento agrega: "La familia es origen y célula de la vida social, su prototipo, fuerza motriz de la cultura de las Naciones" (Nº 71; ver también Nº 152). En la familia, pues, donde "se puede experimentar las relaciones fundamentales con que el hombre entreteje su vida: paternidad, filiación, fraternidad, nupcialidad, trabajo, adoración", donde "se puede experimentar la ley de la caridad con una hondura tal que se llega, fácilmente, hasta el perdón y la reconciliación" (Nº 71), deben inspirarse los hombres que quieran hacer de la Argentina una auténtica Democracia. Y ésto por utópico que pudiera parecer. La Iglesia sabe que si se quiere una Comunidad Nacional que sea humana de verdad, se ha de apuntar muy alto. Jesús propuso en su hora un modelo utópico, para la consecución de un estilo de convivencia humana muy distinta del modelo corriente basado en la ley del "ojo por ojo, diente por diente". Propuso el modelo del "Padre celestial que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mt. 5, 38, 45). Por ello el Episcopado cuando intenta iluminar los caminos hacia una democracia auténtica, se inspira en Jesús, y nos propone un modelo, no imaginado por los políticos, que Pablo VI: llamó "la civilización del Amor" (Nº 146), o "fraternidad universal (Nº 68): "Es deber de todos y especialmente de los cristianos, trabajar con energía para instaurar la fraternidad universal, base indispensable de una justicia auténtica y condición de una paz duradera. No podemos invocar a Dios, Padre de todos, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del hombre para con Dios y la relación del hombre para con los hermanos están de tal formas unidas que, como dice la Escritura, el que no ama no conoce a Dios (1 Jn 4,8)" (Nº 68). Aunque la razón nos dijese que basta la Justicia para construir una democracia, la historia mundial y también nuestra relativa corta historia, nos dice que la sola justicia es insuficiente. "Corrientes diversas se cuestionan recíprocamente, imponiendo la mayoría de las veces victorias unilaterales que en su momento imposibilitaron la reconciliaci6n de los argentinos" (Nº 17). "Es nuestra convicción que el mal de la Nación se debe en gran parte a sectarismos y a demagogias que no datan de hoy, sino que renacen siempre; y que nos han desgarrado hasta la violencia" (Nº 198). Aleccionados en esta dolorosa lección o histórica, los Obispos también diagnosticaron, con Juan Pablo II, que “la experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la Justicia por sí sola no es suficiente y que, más aun, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma, si no se le permite a esa forma más profunda, que es el Amor, plasmar la vida humana en sus diversas dimensiones" (Nº 202). 2. – Pero no basta invocar el Amor. Para que el Amor sea, de verdad, base para la Reconciliación argentina, habrá de explicitárselo aun más; en el plano teórico y, sobre todo, en el práctico. ¿No es este el elemento decisivo para la Reconciliación? ¿No se dijo que, "es en este punto donde el espíritu cristiano ofrece, en este momento de su historia, su aporte más específico?" (Nº 199). Para su explicitación, el Magisterio de Juan XXIII, en la encíclica "Pacem in Terris", ofrece algunas orientaciones que podrían incentivar la imaginación del cristiano argentino. Para que nadie pensase que, al hablar del Amor corno base de la convivencia civil, se trataba de un simple afecto espiritual (P. T. Nº 35), Juan XXIII lo tradujo con otras palabras: "una activa Solidaridad física y espiritual" (P. T. Nº 98), y propuso a continuación, extensos párrafos de sugerencias sobre los campos en los cuales cultivar esta Solidaridad. ¿Cuáles son los campos en los cuáles los cristianos debemos cultivar hoy la Solidaridad activa entre los argentinos? 3. – Por su parte el magisterio de Juan Pablo II, en su encíclica "Redemptor Hominis" y, sobre todo, "Dives in Misericordia", es especialmente denso y rico, capaz de ayudar a profundizar en el Amor, como base de la Reconciliación. De este Amor, Juan Pablo II, destaca una característica, la Misericordia, que, con demasiada frecuencia, tendemos a concebir como un sentimiento que puede ser válido para la relación interpersonal privada, pero que no tuviese nada que ver con las relaciones en la convivencia civil. El documento de .los Obispos piensa que la Misericordia es un ingrediente necesarísimo para reavivar la convivencia argentina. Así, cuando hablan de "la Verdad, la Justicia y, la Libertad, impregnadas en la Misericordia y en el Amor” (Nº 34). O cuando dicen: "construir una nación rectamente ordenada al bien común, llena de Justicia y de Misericordia" (Nº 166). O cuando transcriben en el penúltimo párrafo del documento, una larga cita de la encíclica "Dives in Misericordia", sobre la negación de la Misericordia: el rencor, el odio, la revancha y la crueldad (Nº 202), como si fuese una severa admonición a alejarnos de todos los modos posibles, de la posibilidad de semejante catástrofe espiritual en la Argentina. La convivencia mundial se ha vuelto especialmente peligrosa. La encíclica "Redemptor Hominis" no temió señalar el punto de explosividad de la actual situación mundial (R. H. Nº 15 Y 16). Por ello Juan Pablo II quiso extraer nuevas luces del Evangelio que iluminen las tinieblas de los hombres, que sus discusiones vuelven aún más sombrías. Así, el Papa, que sabe experiencialmente cómo el pueblo de su patria, a pesar de haber sufrido calamidades históricas tremendas, mantuvo incolumidad cultural, gracias a la fe cristiana, no teme enarbolar la bandera cristiana de la Misericordia, para renovar las relaciones entre los hombres. ¿Por qué, entonces, temeríamos admitir los argentinos que nuestra convivencia social, que ha pasado por trances tan difíciles, espera aun encontrar caminos nuevos por donde transitar? Alejadas las sombras más negras, aun no se ha hecho plenamente día. ¿No será que debemos, para ello, iluminar nuestro camino con nuevas luces que nos ofrece el Evangelio? Los Obispos dicen: "Necesitamos los argentinos superar aun la misma justicia mediante la SOLIDARIDAD y el AMOR. Necesitamos urgentemente, alcanzar esa forma superior del amor que es el PERDON" (Nº 202). 4. – El Perdón, audacia del Amor vivido en familia. (Nº 70 Y 152), no es, por cierto, la característica de las sociedades civiles modernas. Tampoco lo ha sido siempre de la Argentina: "Ni olvido ni perdón", "El mejor enemigo es el enemigo muerto", fueron algunas de las máximas atroces que se proclamaron desde los muros de nuestras ciudades. El Papa, compatriota de Maximiliano Kolbe, sacrificado en las cámaras de gas de Ausschwitz, no titubea en hablar al mundo de Perdón: "EI mundo de los hombres puede hacerse cada vez más humano," únicamente si introducimos en el ámbito pluriforme de las relaciones humanas y sociales, junto con la Justicia, el Amor Misericordioso que constituye el mensaje mesiánico del Evangelio. El mundo de los hombres puede hacerse cada vez más humano, solamente si en todas las relaciones recíprocas, que plasman su rostro moral introducimos el momento del Perdón, tan esencial al Evangelio. El Perdón atestigua que en el mundo está presente el Amor más fuerte que el Pecado. El Perdón es además la condición fundamental de la Reconciliación, no sólo en la relación de Dios con el hombre, sino también en las reciprocas relaciones entre los hombres. Un mundo, del que se eliminase el Perdón, sería solamente un mundo de Justicia fría e irrespetuosa, en nombre de la cual cada uno reivindicaría sus propios derechos respecto a los demás; así los egoísmos de distintos géneros, adormecidos en el hombre, podrían transformar la vida y la convivencia humana en un sistema de opresión de los más débiles por parte de los más fuertes o en una arena de lucha permanente de los unos contra los otros. Es obvio que una exigencia tan grande de Perdonar no anula las objetivas exigencias de la Justicia. La Justicia rectamente entendida constituye por así decirlo la finalidad del Perdón. En ningún paso del mensaje evangélico el Perdón, y ni siquiera la Misericordia como su fuente, significan indulgencia para con el mal, para el escándalo, la injuria, el ultraje cometido. En todo caso, la reparación del mal del escándalo, el resarcimiento por la Injuria, la satisfacción del ultraje son condición del Perdón" (Dives in Misericordia, Nº 14). ¡Perdón! fue de las últimas palabras de Jesús en la Cruz. ¡Perdón! fue la palabra de Juan Pablo II para quien intentó asesinarlo. ¡Perdón! la que él propone al mundo para que no recaiga en una nueva hora tenebrosa. ¡Perdón! lo que los Obispos proponen para que los argentinos acertemos con un camino que nos permita transitar juntos, con dignidad. ¡Perdón! lo que todos y cada uno de los grupos sociales, que integramos la Argentina, debemos pedir con humilde virilidad; lo que todos y cada uno debemos otorgar con magnanimidad. VIII. – PARA EL DIALOGO DE LOS ARGENTINOS La reacción de la prensa nos llevó a reflexionar el documento "Iglesia y Comunidad Nacional" desde una clave capital: LA RECONCILIACION, y, a rastrear en él muchos de los enfoques que iluminan y concretizan su cuádruple fundamentación: VERDAD, JUSTICIA, LIBERTAD, AMOR. Pero no es tanto un documento para hacer exégesis, cuanto para alimentar el DIALOGO entre los argentinos. Concebido este documento, como continuación del documento del año pasado sobre "EVANGELIO, DIALOGO y SOCIEDAD" (ver Boletín Eclesiástico del Obispado de Viedma, Nº 37, agosto-diciembre 1980, págs. 16-20), los Obispos lo ofrecen a todos los argentinos con dicha finalidad: "Queremos que nuestras reflexiones sirvan al diálogo con nuestros conciudadanos. El diálogo nos ayudará a expresar con lealtad nuestro pensamiento; nos otorgará el mérito de haberlo expuesto a las objeciones de los demás y nos permitirá descubrir la verdad contenida en las reflexiones y en las opiniones ajenas" (Nº 2). Los interrogantes que, allí y allá a lo largo del documento, se formulan, denotan esa voluntad de suscitar el Diálogo (ver, por ejemplo Nºs 8, 66). El mismo intento de cuestionar nuestros problemas desde el pasado (Parte Primera Nº 3 - 26), denota una voluntad de hablar con toda la realidad argentina sobre la mesa. Los Obispos sienten que ello, aunque difícil, es utilísimo: "Es una tarea difícil, que con frecuencia no llega a juicios ciertos y a evaluaciones claras del pasado. A veces sólo presenta interrogantes; pero también los interrogantes sirven para prevenirnos y orientarnos en la construcción del futuro". (Nº 3). Con la misma intención de ayudar a un Diálogo para la Reconciliación, ofrezco hoy estos pobres apuntes a mis hermanos sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los laicos militantes de nuestra diócesis, y a todos los hombres de buena voluntad, que los lean. La Doctrina Social es propuesta como tal, con toda la certeza que ésta tiene. Las constataciones históricas personales o las hipótesis para desentrañar las causas de los hechos, son propuestas como tales, en su relatividad, y otros también podrán añadir otras, o proponer mejores explicaciones para hallar la mejor solución práctica. Pero importa, sí, que todos los cristianos, concientes de la hora que vive nuestra Patria no dejemos de hacer ningún esfuerzo, pues "el hijo de la Iglesia tiene la posibilidad y el deber de asumir su vida social con la vida nueva de la gracia, para iluminarla, purificarla y robustecerla" (Nº 76). Para seguir este esfuerzo, dejando de lado estos apuntes, "recomendamos este documento a la reflexión de nuestro pueblo fiel y especialmente a las distintas instituciones católicas su consideración y estudio" (Nº 203), pues en él encontraremos sendas seguras para orientamos hacia la "Reconciliación, Fraternidad y Construcción Nacional" (Nº 203). CIPOLLETTI, 3 – 11 de julio de 1981 Monseñor Carmelo Juan GIAQUINTA Obispo auxiliar de Viedma (Publicado en el Boletín de la Diócesis de Viedma, 1981, pp. 27-41).