Algunas observaciones sobre la infancia. ¿Una categoría problemática? Noemí Allidière. e-mail. allidiere@ mail.com. La infancia: ¿Una categoría psicosociológica problemática? Resumen: La tesis que se sostiene en este trabajo es que la infancia como categoría psicosociológica está deslizándose, en las últimas décadas, hacia un vacío de sentidos. Se rastrean, en primer lugar, las modalidades de crianza privilegiadas (sacrificio ritual, infanticidio, abandono concreto del niño y abandono por delegación de su atención en una nodriza) en los diferentes períodos históricos. Se señala que el “uso” sexual con el niño coexistió siempre con estas formas de crianza. Se ubica luego, el surgimiento de la idea de niño como ser diferenciado del adulto y con necesidades específicas a partir del desarrollo de la familia moderna hacia el siglo XVIII. Se cita el aporte del psicoanálisis al reconocer la sexualidad infantil y la importancia fundamental de los vínculos tempranos en la estructuración del psiquismo. Se considera, luego, la situación de la infancia en la actualidad, observándose que, tanto por el extremo de la pobreza como por el extremo del bienestar económico, está perturbada la función social y familiar de sostenimiento (material y/o afectivo) de la infancia. Se concluye que históricamente existió un predominio de las modalidades vinculares de descarga de la agresión del adulto sobre el niño y que, en la actualidad (aunque haya un reconocimiento de la importancia de los primeros años) subsiste dicho estilo vincular (“proyección” agresiva) junto con la tendencia a la inversión del vínculo con el niño (modalidad que se describe como paradigmática del posmodernismo). Se señala que en esta modalidad de inversión, el niño pasa a sostener afectivamente al adulto, dando lugar a la emergencia de patologías psicológicas relacionadas con la pseudomadurez y la sobreadaptación. Se concluye reflexionando acerca del peligro de “extinción” del concepto de infancia en el futuro. LA INFANCIA: ¿Una categoría problemática? Al indagar sobre el lugar histórico y social que el niño ha ocupado en las diferentes épocas y culturas, los historiadores dan cuenta acerca de la modernidad del concepto de infancia. En las sociedades antiguas y medievales el niño carecía de un status propio, siendo sólo considerado en tanto posesión de un adulto; como objeto del que se podía disponer sin miramientos. A lo largo de los siglos, si bien se alcanza a reconocer en diferentes períodos históricos el predominio de estilos de crianza diferenciados, la humanidad se ha visto sistemáticamente signada por la vigencia de sistemas de crianza y prácticas educativas cuyo común denominador ha sido, en primer lugar, la descarga de la agresión del adulto sobre el niño y, en segundo lugar, la inversión del vínculo adulto-niño, modalidad de relación en la que el niño pasa a “sostener” emocional y/o materialmente al adulto. Las modalidades de crianza históricamente predominantes. Intentando un brevísimo recorrido en la descripción de las prácticas de crianza predominantes en los diferentes períodos históricos, descubrimos, en primer término, los sacrificios rituales de niños destinados al aplacamiento de los dioses. Estos sacrificios, realizados desde la prehistoria, continuaron posteriormante vigentes entre las prácticas de numerosos pueblos (egipcios, fenicios, moabitas, mayas, celtas, galos, escandinavos, etc.). Aplacados los dioses, el sacrificio expiatorio cedió su supremacía al infanticidio como forma habitual de relación con los niños. (1) Bajo el mandato de la necesidad económica, en sociedades cuyos recursos eran, sin duda, insuficientes, el infanticidio se constituyó en un método sistemático de regulación demográfica. En la antigüedad, en Grecia y Roma, por ejemplo, culturas que tanta influencia tuvieron en el desarrollo de la sociedad occidental, el infanticidio fue una práctica común. Mientras que en Atenas el ciudadano era dueño absoluto de su hijo, en Esparta, la Asamblea de Ancianos se encargaba de resolver acerca de la “utilidad” de conservar o no la vida del recién nacido. En caso negativo, las laderas del monte Taijeto resultaban el destino final del niño. En Roma, el asesinato de un niño comenzó a sancionarse como delito en el año 374, pero la práctica del infanticidio (en particular de los recién nacidos enfermos o malformados) continuó ejerciéndose, siendo avalada incluso por pensadores y filósofos.Séneca, quién refleja en su obra la moral de la época, dice al respecto: “A los perros locos les damos un golpe en la cabeza; al buey fiero y salvaje lo sacrificamos; a la oveja enferma la degollamos para que no contagie al rebaño; matamos a los engendros; ahogamos a los niños que nacen débiles y anormales. Pero no es la ira, sino la razón la que separa lo malo de los bueno”. (2) (2)(Cfr. Séneca. Moral Essays, pág.145. La negrita es nuestra). La práctica del infanticidio, cuyo origen se pierde en la prehistoria de la humanidad, persistió todavía en forma abierta, durante el período medieval. No obstante, la tendencia predominante de la época fue la de su presención en forma disfrazada (bajo la fachada de “accidentes” o “descuidos”). Lo significativo de estos accidentes es la recurrencia con que acontecían, lo que permite presuponer intenciones de eliminación del niño. (3) (3) “Accidentes” frecuentemente descriptos por los historiadores de la Edad Media concluían con la muerte por asfixia del bebé dormido entre los cuerpos de los adultos; o la muerte de niños muy pequeños (no deambuladores) a causa de las quemaduras con agua caliente. (1) Para Arnaldo Ravscosky el término adecuado que debe aplicarse es filicidio (del latín filius= hijo y cidium-cide= matar). Según este autor la sustitución de la palabra infanticidio por la de filicidio hace a la negación, históricamente sostenida, de las actitudes agresivas de los padres hacia sus propios hijos. (Cfr. Rascovsky, A. La matanza de los hijos y otros ensayos. Ed. Kagieman, Bs. As., 1970, pág. 18). Ya con anterioridad a la Edad Media, en el período romano, el cristianismo primitivo al absorber sobre el sacrificio de la cruz, parte de la proyección hostil que previamente estaba dirigida hacia los desposeídos, las mujeres y los niños, había introducido en la historia de la humanidad (y de la infancia) una corriente de aire refrescante. La palabra evangélica propiciadora de la igualdad entre las personas incluía también a los niños (“Dejad que los niños vengan a mi”) . Sin embargo, el alivio duró poco, ya que los padres y teólogos de la Iglesia, a partir del siglo III, abandonan esta filosofía y enfatizan, en cambio, la idea de pecado, culpa y necesidad de expiación como instrumento privilegiado de dominación de los pueblos. Específicamente en relación a la infancia, el pecado original, la culpa primigenia o, al decir de San Agustín “el pecado de la infancia”, ocupó un lugar fundamental en la puericultura y pedagogía de varios siglos y fundamentó además, ideológicamente, la justificción y permisividad del castigo (“la expiación”) como sistema correctivo (“para su salvación”).. La idea de “culpabilidad moral” del niño generó la necesidad de educarlo (palabra que etimológicamente significa “enderezar lo que está torcido”. (4) (4) Cfr. Badinter, Elizabeth. ¿Existe el amor maternal ? Paidós-Pomaire, Barcelona, 1 ed. castellana, 1981, pág. 41). La siguiente práctica que reemplazó al infanticidio directo o al infanticidio disimulado como forma privilegiada de crianza fue el abandono del niño. Bajo las opciones de abandono real o de abandono “moral” signó la vida y frecuentemente la muerte de muchas generaciones de infantes. Si bien, desde el punto de vista psicológico, implicó cierto “adelanto” en relación a las prácticas del infanticidio directo y los significativos descuidos y “accidentes”, el abandono solía culminar, también, con harto frecuencia, con la muerte del pequeño. Por un lado, el abandono real y concreto del niño, y en particular de los bebés de pocos días, se volvió un hecho tan cotidiano que, a partir del siglo XVII y como un intento de paliarlo, se hizo necesaria la fundación de asilos para huérfanos. (5) (5) San Vicente de Paul, funda en París, en 1638, la primera Casa de Niños Expósitos. El abandono real resultó característico de las familias de las clases más paupérrimas y era realizado por mujeres en situaciones de riesgo (pobreza, exceso de hijos, enfermedad) o, en las otras clases sociales, por presiones sociales (soltería, “deshonra”). El abando moral constituyó, en cambio, un fenómeno sumamente extendido en el tiempo y en los diversos estratos sociales. Según las diferentes fuentes históricas se infiere que comenzó en el siglo XIII y, a diferencia del abandono real, alcanzó (con excepción de a los hijos de obreras) a todas las clases sociales. Este abandono moral estuvo acentado en una situación que, con el transcurso del tiempo, se constituyó en una práctica de crianza habitual de la sociedad medieval, deslizándose luego hacia la modernidad. Esta práctica consistía en la delegación del cuidado del hijo en otra mujer: la nodriza. (6) (6) Como dato interesante se registra la primera “agencia de nodrizas” en París, en el siglo XIII. Las primeras nodrizas fueron contratadas sólo por familias ricas. La mujer elegida se mudaba a la casa del niño para darle su leche (abandonando, en la mayoría de los casos a su propio hijo aún lactante). Con el correr del tiempo la institución de la nodriza se extiende, primero, a las clases medias (la burguesía) y luego, al resto de la sociedad, pero adquiriendo además, una característica que terminó siendo paradigmática del abandono moral al que sucumbió la crianza de los niños durante este período de la historia. Esta característica consistió en que a partir de la costumbre de delegar la lactancia y el cuidado del niño en un ama de leche, se invierte el desplazamiento geográfico: ahora son los propios niños los que resultan desplazados, lejos de su familia biológica, a la casa de nodriza, la que frecuentemente vive en comarcas alejadas y en condiciones socioeconómicas inferiores. La recopilación de historiales de la época da cuenta de una suerte de “cadenas de crianza” en las que cada madre delegaba en una nodriza, a cambio de un pago, el cuidado de su hijo; mientras la nodriza elegida delegaba en otra mujer, por un pago algo inferior, a su propio bebé y así sucesivamente. La escasa diferencia de dinero significaba, en muchos casos, la posibilidad de supervivencia de una familia. Sin embargo no parece ser el económico el determinante más importante de esta costumbre. Prueba de ésto es que las familias adineradas fueron las primeras en desembarazarse de sus hijos (o de algunos de ellos) por este método; y prueba de ésto, también, es que las mujeres campesinas y más modernamente las obreras recurrieron menos a este método de crianza.(7) El dificultoso viaje de los bebés (a veces de sólo pocos días de vida) a comarcas lejanas; la escasa o nula conexión con sus padres biológicos a partir de ese momento; el hacinamiento (ya que muchas veces, una nodriza se hacía cargo de varios niños), junto con las epidemias y enfermedades asociadas al nulo desarrollo de la medicina infantil, hicieron que la mortalidad de los primeros años se mantuviera altísima. Pensamos, a la luz de todas estas razones, que la institución de la nodriza puede inscribirse también, entre las prácticas del “infanticidio disimulado”. Cuando, y a pesar de las condiciones de existencia deplorables, los niños lograban sobrevivir, eran buscados por sus padres biológicos, varios años más tarde, para ser incorporados como mano de obra al trabajo familiar, pasando a constituirse al decir de Brown en “patrimonios económicos”. (8) (8) Brown, J.A.C. La psicología social en la industria. Fondo de Cultura Económica, México, 1964. Cichercia da un claro ejemplo de reinserción del niño en su familia biológica. En relación al período 1776-1850 en el Río de la Plata expresa: “El abandono de menores aparece como un mecanismo para derivar niños de familias pobres hacia otras de mayores recursos que les garantizaran un mejor nivel de vida”; y luego agrega que la cesión de menores fue una institución tan habitual como el reclamo para recuperarlos cuando la familia biológica estaba en mejores condiciones o los hijos reclamados podían ser usados como fuente de recursos económicos. Para Cichercia esta última opción explica el hecho de que por cada varón reclamado había tres niñas, las que inmediatamente eran ubicadas en el servicio doméstico.(9) (9) Cfr.Cichercia, Ricardo. “Historia de la vida privada en la Argentina”. Editorial Troquel, Bs. As.,1958, pág. 68. (7) Las obreras de las primeras fábricas ubicaban a sus niños durante la larga jornada de trabajo en casas de otras mujeres, pero los iban a buscar por las noches. Asociada sistemáticamente con las formas de relación entre adultos y niños anteriormente descriptas, la “familiaridad sexual” con los chicos y púberes se mantuvo a lo largo de los siglos. Tal costumbre sólo muy tardíamente comenzó a categorizarse como abuso y, por ende, a percibirse entre las conductas connotadas como prohibidas. Resultado de considerar al niño como un objeto, el “uso” de su cuerpo fue una actitud habitual y constante a lo largo de toda la historia de la humanidad. Las prácticas sexuales directas (como el incesto, la violación y la sodomía) y las prácticas incriminatorias y ejemplificadoras (como las mutilaciones genitales: infibulación, clirectomía, circuncisión y, en ocasiones, castración) signaron la vida de muchos niños desde la antigüedad, subsistiendo actualmente, de modo alarmante, entre diversos grupos culturales. Recapitulando entonces: El asesinato ritual, el infanticidio directo o disfrazado de accidente, el abandono real o disimulado a través de la entrega del niño a una nodriza y el uso sexual del cuerpo del niño fueron históricamente, las principales formas de regulación familiar y de vinculación entre los padres y sus hijos. (10) (10) Resulta interesante acotar que la realización de estas prácticas estuvieron siempre sesgadas por la discriminación. La mortalidad de los hijos ilegítimos, de los niños enfermos, de las hijas mujeres y de los hijos menores fue histórica y significativamente mayor que la mortalidad de los hijos legítimos, de los niños sanos, de los hijos varones y de los primogénitos. Sabemos que este sesgo en la descarga agresiva hacia los niños aún se mantiene en la actualidad en muchas regiones. El reconocimiento de la infancia. Es muy lenta y gradualmente que la idea de niño, como alguien diferente del adulto, como un ser inmaduro, más vulnerable y dependiente, con particularidades evolutivas propias y con necesidades específicas, va a ir surgiendo en la historia de la humanidad. El concepto de infancia como categoría psicosociológica reconocida comienza a esbozarse promediando el siglo XVI, pero cobra fuerza recién a mediados del siglo XVIII, cuando se logra establecer una relación de causalidad entre la posibilidad de supervivencia del niño y los cuidados que se le prodigan. (11) Este reconocimiento de la infancia está íntimamente ligado a la instauración de la familia moderna; institución basada, en términos generales, en la idea del amor conyugal; en el reconocimiento discriminado de los roles parentales y filiales; en la exaltación de un supuesto “instinto materno” (12); en la instauración del derecho sucesorio como garantía de transmisión de los bienes personales y en la preocupación por la salud y educación de sus miembros. Para Phillippe Ariès el pasaje desde la indiferencia y el desapego afectivo (13) por los niños, al apego afectivo y preocupación por su suerte, más propio de la vida moderna, se apoyó en otro cambio social significativo: el de la separación de la vida privada de la vida pública. En la medida en que las relaciones familiares pasaron a desarrollarse en la intimidad y privacidad de la casa, cambió la relación entre los miembros de la familia y, por ende, entre los padres y los hijos; quedaron excluídas de la crianza de los niños las personas extrañas al hogar y se inauguró una nueva forma de relación parental que si bien presentó la ambivalencia afectiva característica de las relaciones humanas, comenzó a modelarse bajo el predominio del amor sobre la agresión. Posteriormente, hacia fines del siglo XIX, rescatando a la sexualidad de la idea de pecado, Freud reconoce, describe y jerarquiza la organización sexual infantil y al poner además en evidencia la importancia de los vínculo tempranos en la constitución del psiquismo, inaugura un capítulo fundamental en la comprensión de la infancia. Ha nacido finalmente “su majestad el bebé”. (11) El tratado de pedagogía “Emilio” de Juan J. Rousseau, publicado en 1762, es considerado como un hito fundamental en el cambio de la cosmovisión acerca de la infancia. (12) Sabemos que la maternidad es un concepto que se construye socialmente. La postulación de un sacrosanto “instinto materno” a través del cual (únicamente) podría “realizarse” la mujer ha sido uno de los pilares de la dominación patriarcal. (13) Una de las explicaciones psicológicas “benignas”que circulan entre los historiadores de la infancia es que el desapego emocional hacia los hijos tuvo una función defensiva: la de evitar (o disiminuir) el sufrimiento ante la posibilidad, tan frecuente por otra parte, de muerte del infante. Cfr. Ariès, Ph.-Foucault, M. y otros. Sexualidades Occidentales. Paidós, Bs.As. 1 ed. argentina, 1987. Las actuales consideraciones hacia el niño. El deslizamiento hacia el vacío de sentidos de la categoría psicosociológica infancia. Teniendo en cuenta las observaciones precedentes, pasaremos ahora a considerar la tesis central de este trabajo que puede enunciarse como sigue: Si bien la infancia como categoría psicosociológica, ha sido reconocida desde hace aproximadamente tres siglos, en las últimas décadas se está deslizando hacia un vaciamiento de sentidos. Este deslizamiento hacia el vacío semántico, que es resultado de la conjunción de múltiples factores, está enmarcado dentro de la modalidad dicotómica extrema adoptada, en la actualidad, por la distribución de la riqueza (14) y se está produciendo, a mi entender, por dos extremos. Por uno de ellos (y de modo harto dramático en los sectores económica y socialmente marginados) por lo que sintéticamente podemos denominar el “infanticidio de la pobreza”; y por otro, (aunque de modo mucho más sutil, en los sectores de medianos y altos recursos socioeconómicos), por la dificultad que se observa, por parte de los adultos de sostener, durante el tiempo necesario, las demandas de dependencia afectiva de los niños. A pesar de los esfuerzos de los organismos internacionales, de la Declaración de los Derechos del Niño (Naciones Unidas, 1959); de la aprobación de la Convención por los Derechos del Niño (Asamblea General de las Naciones Unidas, 1989) y de otros intentos importantes, la infancia, como un período de la vida particularmente vulnerable, merecedor de protecciones especiales por parte de los adultos y de los Estados, está siendo dramáticamente ignorada. (14) Esta modalidad se expresó, históricamente, a través de un irreconciliable divorcio entre clases ricas y pobres primero; entre países desarrollados y subdesarrollados, luego y, a partir de la “globalización” de la economía y los mercados, entre el poder económico, político e ideológico de la Organizaciones Corporativas versus “el resto”. El deslizamiento por el extremo de la pobreza. Por el extremo de la pobreza, en las sociedades del llamado “tercer mundo”, la muerte o invalidez por desnutrición o por enfermedades evitables, causadas por la ausencia o por la falencia de los sistemas sanitarios y educativos; el abandono y la falta de hogar; el abuso sexual y la prostitución; el trabajo a edades prematuras, que en muchos casos adquiere ribetes de esclavitud, es el destino de millones de niños. Sin pretensiones de rigor metodológico citaremos solamente algunos datos extraídos de los periódicos locales (Clarín, La Nación, Página 12, años 1997/99): . El último informe sobre la infancia (UNICEF, 1997) indica que hay en el mundo 250.000.000 de chicos trabajando. Se estima que si a esta cifra se agrega la de los niños que realizan trabajo familiar, se eleva a 400.000.000. Este “dato” se inscribe además, dentro de una terrible paradoja: muchos países subdesarrollados se oponen a la restricción del trabajo infantil, argumentando (con dramática razón) que “ el niño puede ser el único que gana dinero en una familia desesperadamente pobre”. (Negociaciones del Acuerdo General del Gatt). . Según datos de la OMS (1994) en América Latina viven en las calles 40.000.000 de chicos. En Brasil, que presenta el “record”de 15.000.000, fueron asesinados 4.600 niños entre 1990 y 1994. . Si bien la Convención Internacional sobre los Derechos de la Infancia fija en 15 años la edad para el reclutamiento militar, la realidad indica que en muchos países (Mozambique, Camboya, Líbano, Sri Lanka, Liberia, Ruanda, Afganistán, Guatemala, México y la ex- Yugoslavia, por ejemplo) hay “chicos soldados” de 7 u 8 años. La organización “Salven a los niños” (Save the Children) denunció que en 1996, casi 250.000 soldados menores de 18 años, combatieron en 33 conflictos armados . Las detecciones (y denuncias) de abuso sexual (que se dan en todas las clases sociales), han aumentado en los últimos años. Según Susan Brownmiller, que investigó el tema en los E.E.U.U., el abuso comienza alrededor de los 6 años y continúa hasta entrada la adolescencia. El 97 % de los abusadores son hombres y el 92% de las víctimas son nenas. En el 75% de los casos el abusador es familiar (o conocido) de la víctima. Alrededor del 75% de los niños no cuentan lo que les sucede por estar amedrentados por el abusador (“pacto de silencio”). La fuerza es usada en el 60% de los casos. . En la Argentina mueren al año 700.000 bebés. El 60% menores de 28 días. Estas muertes serían evitables con el seguimiento médicoasistencial de las mujeres durante la gestación, el parto y el puerperio. . Según el Ministerio de Salud y Acción Social en las provincias del norte argentino las tasas de mortalidad infantil registradas para el año 1995 fueron: Chaco, 32,8 por mil; Formosa, 30,5 por mil; Tucumán, 28,9 por mil. Canadá, que tiene la tasa más baja del continente americano, registra 8 por mil. . Se estima que, en 1997, hay en Buenos Aires (Capital Federal), 25.000 chicos (menores de 14 años), que sufren déficit alimentario y, consecuentemente, algún grado de desnutrición. . En el Hospital Pedro de Elizalde, las estadísticas de niños atendidos por maltrato infantil (muchos de los cuales quedaron internados), registran para los años 1988 a 1991, 250 casos; para el año 1992, 220 casos y para el año 1993, 240 casos. En el Hospital Ricardo Gutierrez y en los hospitales de provincias los datos son parecidos. (15) (15) La semiología del niño maltratado fue reconocida y descripta por primera vez por Ambroise Tardieu, médico de La Salpertrière, en 1868. Sin embargo (y significativamente) sus apreciaciones “se omitieron” hasta 1962, año en que Henry Kempe describe en E.E.U.U. el “sindrome del niño apaleado”. El deslizamiento por el extremo del “bienestar”. En el otro extremo, están los niños de los sectores de buenos y altos recursos económicos, afianzados en el estilo de vida de la sociedad de consumo y que tienen las necesidades que hacen a la supervivencia satisfechas (e incluso “exageradamente” satisfechas). En estos grupos, sin embargo, se puede observar como tendencia, y en particular en esta última década, la dificultad por parte de padres y adultos en general, de cubrir las necesidades de sostenimiento afectivo de los niños. Este sostenimiento, imprescindible para el logro de un desarrollo sano, implica indefectiblemente una disponibilidad por parte de los adultos que no siempre pueden (o quieren) brindar. Disponibilidad que incluye tiempo, presencia, dedicación, paciencia, compromiso, contacto y muchas otras emociones que el hombre y la mujer modernos, acuciados por múltiples exigencias (económicas, laborales, estéticas, intelectuales, afectivas, etc.) no están en condiciones de sostener. Al unísono de la aceleración del tiempo social, el ritmo que se impone en la actualidad a la crianza de los niños, no suele compadecerse con las necesidades singulares de los mismos y con las pautas evolutivas de cada etapa. La enumeración de algunas observaciones espontáneas de la vida cotidiana servirán sólo a modo de ilustración: . Guarderías desde los cuarenta y cinco días; grupitos rodantes y salas de Jardines de Infantes para niños de uno o dos años; doble escolaridad primaria “complementada” con actividades extraescolares que, al ocupar todo el día, le impiden al niño un desarrollo lúdico más espontáneo y libre; “carreras” deportivas de competición extenuantes; estímulos culturales que, como las “matinées” de los bailes, los programas de T.V. “infantiles”, la publicidad de los medios masivos de comunicación y la moda (ropa de “jean” y “canchera” para bebés, ropa “sexy” para las nenas, etc.), entre otros factores, propician la adultomorfización y la pseudogenitalización de los chicos, expulsándolos precozmente de la infancia en pos de la idealizada adolescencia. La actual aceleración de la crianza se ve impulsada además, como se mencionó antes, por las necesidades personales de padres y adultos que, presionados culturalmente, en muchos casos privilegian sus desarrollos individuales por sobre la dedicación de su tiempo y disponibilidad afectiva a los hijos. Se produce entonces, una delegación precoz de las funciones parentales en otras personas, en instituciones, en un aparato de televisión o, incluso, en el mismo niño quien pasa a ejercer sobre sí mismo una suerte de “autocrianza”. La situación anteriormente descripta justifica la frecuencia con que se detectan en la clínica psicológica, patologías relacionadas, por un lado, con la pseudomadurez (poniéndose de manifiesto en estos casos, los esfuerzos de sobreadaptación que deben realizar muchos niños y adolescentes en la actualidad) y, por otro lado, con depresiones que cursan con apatía, pérdida de la espontaneidad, reemplazo de los contactos sociales por la televisión, la computadora o los videojuegos, trastornos del sueño (especialmente hipersomnia) y de la alimentación (bulimia y/o anorexia con edades de comienzo cada vez más tempranas) y problemas en el aprendizaje escolar. En ocasiones, los esfuerzos para adaptarse a un medio que no satisface adecuadamente sus necesidades de dependencia afectiva, llegan todavía más lejos, y es el niño (o el adolescente) el que pasa a sostener emocionalmente al adulto. En este sentido, tal vez uno de los motivos por los que, en los sectores de buenos recursos económicos, se demora la salida de los jóvenes del hogar parental es que los hijos adolescentes cumplen el rol de sostenedores afectivos de sus padres y funcionan como escuchas de los problemas parentales. Esta inversión del vínculo parento-filial suele hacerse particulamente evidente durante los procesos de divorcio de los padres y en los hogares uniparentales. Las diferentes actitudes psicológicas de los adultos hacia los niños. Siguiendo a Lloyd de Mause quién desde una interesante perspectiva psicoanalítica de la historia de la infancia tipifica las actitudes predominantes de los adultos cuando se enfrentan a un niño y sus (universales y ahistóricas) necesidades, pasaré a describir suscintamente tres reacciones paradigmáticas: . La reacción proyectiva. . La reacción de inversión. . La reacción empática. . En la reacción proyectiva (16), el adulto “usa” al niño como depositario de la proyección de sus deseos inconcientes. Estos deseos suelen tener frecuentemente matices hostiles, por lo que el niño pasa a constituirse en el objeto privilegiado para la descarga de la agresión del adulto. . En la reacción de inversión, el padre (o la madre) trata al niño como si fuese más grande y, en ocasiones, como si fuese un adulto, sustituyendo inconcientemente con él, a una figura importante de su propia infancia. . En la reacción empática, al adulto logra reconocer e identificarse introyectivamente con las necesidades del niño, pudiendo ponerse entonces, en disponibilidad de satisfacerlas. Estas tres modalidades vínculares adulto-niño suscintamente descriptas, podrán coexistir y/o alternarse en cualquier proceso de crianza, aunque una de ellas será siempre predominante. La modalidad de relación inconcientemente “elegida” no sólo teñirá positiva o negativamente la infancia del hijo, sino que determinará la estructura psíquica y el destino de salud o alteración mental del futuro adulto. La infancia en crisis. Por todo lo expuesto en este trabajo, y siguiendo la tipificación de modelos vinculares adultoniño precedentemente descripta concluiré que: Si bien en las sociedades contemporáneas hay un mayor reconocimiento de la importancia de los primeros años de la vida y, por ende, de los vínculos tempranos como estructurantes del psiquismo y responsables de la salud o enfermedad mental del individuo (reconocimiento que favorece en los padres la reacción de empatía con las necesidades del hijo) se observa simultáneamente, en la actualidad, la persistencia y/o el recrudecimiento de actitudes hacia los niños que fueron paradigmáticas de otros períodos históricos y que ubican a la infancia como “lugar” privilegiado para la proyección de la agresión y/o como depositaria de expectativas de sostenimiento emocional (e incluso material) por parte de los padres y adultos. La infancia como categoría psicosociológica surgió en el siglo XVIII, ¿seguirá existiendo en el siglo XXI? Bibliografía. Ariès, Ph.- Béjin, A.-Foucault, M. y otros. Sexualidades Occidentales. Paidós, Bs. As., 1 ed. argentina 1987. Badinter, Elizabeth. ¿Existe el amor maternal? Paidós-Pomaire, Barcelona,1 ed. castellana 1981. Brown, J.A.C. La psicología social en la industria. Fondo de Cultura Económica, México, 1964. Mause, Lloyd de, y otros. Historia de la infancia. Alianza ed., Madrid, 1982. San Agustín. Confesiones. Austral, Bs. As, 1958. Séneca. Moral Essays. (Traducción de John Basore)- Cambridge, Massachusetts, 1963 Rascovsky, Arnaldo. La matanza de los hijos y otros ensayos. Ed. Kargieman, Bs. As. 1970.