LA OBRA DE LOS JESUITAS HÚNGAROS EN SUDAMÉRICA

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LA OBRA DE LOS JESUITAS HÚNGAROS EN SUDAMÉRICA
(PARTICULARMENTE EN EL VIRREINATO DEL PERÚ
CON UNA INTRODUCCIÓN HISTÓRICA SOBRE HUNGRÍA)*
por Miklós Székásy
([email protected])
Hungría es un país situado exactamente en el centro de Europa. Los húngaros vivían
hace unos 2000 años cerca de los Montes Urales, junto con sus pueblos parientes, finlandeses y estonios, quienes se dirigieron hacia el noroeste, mientras que los húngaros,
un pueblo que no es ni germánico, ni eslavo, ni latino, migraban hacia el sudoeste. Su
lugar de residencia en los siglos VII y VIII estaba en Lebedia, entre los ríos Don y
Dniester, al sur de la triple frontera actual entre Rusia, Ucrania y Belarus.
Empujados por pueblos salvajes del oriente y enclavados entre el imperio Bizantino y
los búlgaros, decidieron migrar hacia el occidente, para asentarse en su territorio actual
entre 895 y 896, aunque probablemente efectuaron asentamientos allí ya en décadas
anteriores. En la cuenca de los Cárpatos nunca hubo antes un estado estable, ni los
romanos, ni los hunos, ni pueblos germánicos pudieron crearlo. Sólo el pueblo ávaro, un
pueblo uralo-altaico, pariente de los húngaros, pudo establecer un imperio de unos 300
años de duración, hasta ser derrotados por Carlomagno al principio del siglo IX. Al
llegar las tribus húngaras encontraron sólo restos de pueblos dispersos: ávaros,
germanos, como godos y guepidas y varios eslavos, cuya resistencia fue fácilmente
superada. De manera que a partir de fines del siglo IX los húngaros se establecieron en
su lugar de residencia actual y por esto en 1996 se celebraron los 1100 años de la
fundación del estado húngaro.
Cerca de un siglo después los húngaros se convirtieron al cristianismo y en el año 1000
fue coronado el primer rey húngaro, San Esteban, con una corona enviada por el papa
Silvestre II. Este hecho tuvo un gran valor simbólico, porque a pesar de ser cortejado
por Bizancio, Hungría eligió el cristianismo occidental y no el ortodoxo oriental.
Además el rey húngaro demostró de esta manera su independencia del imperio
germano-románico, de quien en siglos posteriores dependían varios soberanos electores
del emperador, como el rey de Bohemia, el príncipe de Austria y varios príncipes
alemanes.
Hungría llegó a ser un país profundamente católico y la casa real de la dinastía Árpád,
cuyo descendiente era San Esteban, dio varios santos más a la iglesia: su hijo, San Imre,
Sanctus Emericus en latín, o bien Emérico, Amerigo y Aimeric en otros idiomas. En la
época del Renacimiento fue un santo muy venerado y su nombre fue impuesto a
Amerigo Vespucci, famoso explorador y geógrafo, quien hizo varios viajes al nuevo
continente entre 1498 y 1502 y de quien se nombró América. Así el nombre de nuestro
continente proviene de este santo húngaro, quien murió muy joven en 1031.
Otros santos de la dinastía Árpád son: el rey caballero San Ladislao, bajo cuyo reinado
se incorporaron Croacia y Eslavonia a Hungría en 1083, quedando asociados hasta
1918, además de Santa Isabel, Santa Margarita (ambas muy veneradas en la
1
Argentina) y su hermana, Santa Kinga, muy venerada en Polonia, santificada en 1999
por el papa Juan Pablo II.
El apogeo del reino de Hungría se puede circunscribir a los siglos XIV y XV, en
especial a la época entre dos reyes de largo reinado: Luis I Anjou, “El Grande” (13421382) y Matías Corvino (1458-1490).
En estos 150 años Hungría pasó a pertenecer definitivamente a Europa Occidental, se
inclinó hacia el reino gótico-latino-caballeresco bajo Luis I y hacia el reino renacentista
por excelencia, con influencia italiana, especialmente de Siena, Umbria y Ferrara, bajo
Matías. El padre de Luis I, Roberto Carlos Anjou, encontró en 1308 un país que acaba
de recuperarse de una invasión de las hordas mongoles que asolaron Europa medio siglo
antes y al morir legó a su hijo el reino mejor ordenado de la región.
Luis reforzó el dominio de Hungría sobre Dalmacia y luego también fue elegido rey de
Polonia, habiendo logrado bajo su reinado la extensión territorial más grande en la
historia del país. Una hija de Luis fue Hedvig, reina de Polonia, quien convirtió a los
lituanos al cristianismo y fue canonizado por el papa Juan Pablo II en 1996. Santa
Hedvig en húngaro (Eduvigis en castellano), Jadwiga en polaco y lituano, es venerada
por los tres pueblos por igual.
A su vez Matías fue un excepcional mecenas de arte, rodeado en su corte por artistas,
humanistas y escritores, creó una biblioteca única en Europa, cuyos libros se llamaban
Corvinas. Formó un ejército permanente de 40.000 soldados, lo que le permitió tener un
país estable y bien defendido. Lamentablemente ni Luis ni Matías tenían hijos varones y
esto dificultó el establecimiento de un reino con sucesión estable, lo que al principio del
siglo XVI hubiera sido indispensable para la subsistencia de un estado húngaro fuerte.
Hungría estaba en el camino del Imperio Otomano que ya conquistó los Balcanes en los
siglos XIV y XV (de allí los problemas étnicos actuales en Bosnia y Kosovo, cuyas
poblaciones se convirtieron al islam bajo siglos de influencia turca) y se encontraron
con un escollo duro al llegar a Hungría. Los turcos tuvieron derrotas importantes frente
a los ejércitos húngaros y sus aliados cristianos hasta la muerte de Matías. Pero en 1526
un gigantesco ejército otomano superó a los húngaros debilitados por falta de una
conducción unida y a partir de entonces se inició una era oscura de la historia húngara.
Durante los próximos 150 años los húngaros lucharon contra los turcos y en ese tiempo
el país se dividió en tres partes. Las regiones oeste y norte bajo el dominio del
emperador de Austria, también rey húngaro, la parte central bajo ocupación turca y la
parte oriental como el Principado Húngaro independiente de Transilvania, con
soberanos de ideas liberales y preclaras, donde se preservó la cultura y el espíritu
húngaros.
El parlamento de Transilvania, llamada dieta, reunido en la ciudad de Torda, votó la
libertad religiosa ya en 1557, mientras en Europa Occidental católicos y protestantes
lucharon encarnizadamente durante décadas y si pensamos en Irlanda, aún actualmente.
En cambio en Transilvania convivieron católicos, luteranos, calvinistas y unitarios por
decisión del parlamento húngaro que contó con amplia aceptación popular. Cuando a
fines del siglo XVII los turcos fueron expulsados de Hungría, el país, incluyendo
Transilvania, se unificó bajo la dinastía austríaca de los Habsburgo, pero su población
era menor que dos siglos atrás. En la época del rey Matías Hungría tenía unos 4
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millones de habitantes, similar a Francia y a Inglaterra. En 1700 apenas superaba los 2
millones, cuando por incremento natural podía haber tenido unos 10 millones.
Los Habsburgo poblaron los territorios semivacíos con súbditos de otras partes de su
imperio, valacos en Transilvania, serbios en el sur (hoy conocido como Vojvodina),
eslavos varios en el norte (hoy conocido como Eslovaquia) y alemanes por todos lados.
Esta actitud de los Habsburgo legó a Hungría un problema importante de nacionalidades
dos siglos más tarde y llevó a una partición del país forzadamente impuesta en el Tratado de Paz de Trianon de 1920. Hungría perdió dos tercios de su territorio, incluyendo 10
de sus 15 ciudades más grandes, 8 de las cuales tenían más de 80% de población
húngara. Casi 4 millones húngaros, muchos de ellos viviendo en bloques compactos,
pasaron a ser ciudadanos de otros países en forma totalmente injusta e inconsulta.
En la Hungría dominada por los Habsburgo prevalecía la fe católica, en cambio en
Transilvania y la parte central del país era importante el número de protestantes, en
especial calvinistas, más por un motivo nacionalista que religioso. La corte austríaca,
archicatólica, representaba la opresión nacional. La religión calvinista, cuyos pastores
predicaban en húngaro, representaba en cambio la independencia de la dominación
extranjera. Nunca hubo musulmanes, ni en la región bajo dominación turca y ortodoxos
sólo se encontraban entre los valacos. En la Hungría unificada a partir de XVIII volvió a
crecer el catolicismo y los jesuitas tenían un papel importante en este resurgimiento.
Después de esta introducción histórica que ayuda a ubicarnos, podemos encarar el tema
básico del presente trabajo. La orden de los jesuitas fue fundado por San Ignacio de
Loyola en 1540. Se diseminaron en muy poco tiempo con una velocidad increíble,
siguiendo su lema “Omni ad maiorem Dei gloriam” (“Todo para la mayor gloria de
Dios”). Su meta fue difundir la religión católica impartiendo una educación secundaria
de alto nivel, jurando mantener pobreza personal, dedicación total a su causa y
obediencia ciega a sus superiores.
En Hungría los jesuitas tuvieron una gran influencia, tanto en la parte religiosa, como en
la parte educativa. El primado de Hungría, Miklós Oláh, ya en 1561 encarga la
dirección de un colegio secundario a los jesuitas en la ciudad de Nagyszombat (cuya
traducción es Gran Sábado). Pero la persona quien más hizo para la propagación de los
jesuitas en Hungría fue el cardenal primado Péter Pázmány. Él nació en Transilvania
en el seno de una familia calvinista, pero se convirtió al catolicismo y llegó a ser el gran
propulsor de la contrarreforma en Hungría en las primeras décadas del siglo XVII,
además de ser considerada la personalidad más relevante de la literatura húngara del
siglo. Sus sermones de gran elocuencia y sus libros de enorme erudición y lenguaje
húngaro refinado revirtieron la tendencia de conversiones protestantes, reviviendo la fe
católica en el país. Pázmány fundó colegios jesuitas en varias ciudades y a fines del
siglo XVII ya hubo residencias y colegios del orden en todas las ciudades importantes
de Hungría.
Los colegios de los jesuitas tenían la finalidad de conquistar nuevos territorios para la
fe y sus alumnos tenían que ser soldados valientes de la religión católica. El nivel de
educación de sus colegios fue muy alto, basado conocimiento perfecto de latín y griego
clásico, promoviendo competencias estudiantiles, totalmente inusuales para la época.
Su organización impecable, sus sacerdotes de alta intelectualidad, las riquezas
acumuladas de su orden y el poder adquirido a través de todo esto, crearon envidias de
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los poderes terrenales. De esta manera se empezó a perseguirlos a partir de mediados
del siglo XVIII. En 1762 la orden estaba en su apogeo con casi 23.000 miembros en
1527 institutos en 39 provincias. Su caída y debacle total ocurrió en casi todos los
países simultáneamente, en parte por motivos políticos, porque su inmenso poder
temporal e influencia política molestaba a muchos gobiernos, en parte porque los
mismos gobiernos codiciaban sus enormes riquezas.
Nagyszombat, ubicada cerca de la segunda ciudad de Hungría, Pozsony (en esa época
sede del parlamento húngaro, actualmente como Bratislava capital de un estado
recientemente creado, Eslovaquia), tenía tantas iglesias católicas que se llamó la
pequeña Roma. No es extraño entonces que el primer instituto de los jesuitas en
Hungría se construyó aquí, en una época cuando ya existía también una imprenta
católica y poco más tarde se fundó una universidad. Es comprensible que en una ciudad
de tanta cultura el colegio de los jesuitas tuviera gran transcendencia y del mismo
egresaron muchos alumnos brillantes, quienes siguieron la carrera eclesiástica en la
orden jesuítica. Su progreso fue tan impresionante que en 1767 los jesuitas tenían 18
colegios, 20 residencias y 1000 sacerdotes en Hungría.
Es sabido que los jesuitas en sus dos siglos de actuación en la América española y
portuguesa tuvieron una actividad insuperable. Veremos brevemente cuanto han
contribuido los jesuitas húngaros a esta labor destacada durante el apogeo de la obra
jesuítica en Sudamérica a partir de fines del siglo XVII, en especial en el virreinato del
Perú, en cuya jurisdicción estaba la Argentina actual hasta la creación del Virreinato del
Río de la Plata en 1776.
En Europa el imperio otomano ya estaba declinando, aunque siguió con su dominio en
los Balcanes hasta casi la primera guerra mundial. Hungría, después de ser liberada, era
un páramo: pueblos destruidos, miseria, hambre, población diezmada y de poca
educación. La civilización y cultura sólo se concentraron en Transilvania y el Norte de
Hungría, no ocupados anteriormente por los turcos. El centro de cultura del norte era
justamente Nagyszombat, a su vez fuente de la contrarreforma católica. De aquí salieron
la mayoría de los jesuitas húngaros que actuaron como educadores y misioneros en
Sudamérica.
El primer jesuita húngaro de renombre fue János Rátkay, quien, como miembro de una
importante familia noble empezó su carrera como paje en la corte del emperador,
Leopoldo I, en Viena. El emperador lo patrocinó personalmente y hubiera podido tener
una carrera brillante en la corte imperial. Para gran sorpresa de su familia y del
emperador, renunció a su posición mundana, porque sintió una vocación religiosa muy
fuerte. A los 17 años de edad se inscribió en el seminario de Nagyszombat y cuando se
ordenó sacerdote jesuita, pidió al emperador que le recomendara para poder dirigirse a
América como misionero. Con esta carta de introducción lo mandan al instituto jesuita
de Sevilla, donde durante dos años aprende español, varios idiomas indígenas,
astronomía y diferentes artesanías y es enviado a México en 1680, donde efectúa
durante 4 años un trabajo abnegado entre indios guerreros, cuya región se llama "el
cementerio de los misioneros". En 1684 muere, quizás envenenado por los indios.
Al principio del siglo XVIII ya hay muchos padres jesuitas húngaros en América
Latina, algunos de actuación muy destacada. El más importante es Károly Brentán,
quien actuó en la provincia de Quito de la orden. También estudió en Nagyszombat y
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Sevilla y llegó a Ecuador en 1722. Recorrió toda la región de Amazonas, internándose
entre tribus salvajes, catequizó a los indios yameo, cazadores de cabezas y caníbales y
con su fenomenal talento de idiomas no sólo aprendió su lengua, sino que tradujo el
evangelio a la misma. Fundó cuatro reducciones y luego siguió su labor con los indios
omagua. Preparó mapas de regiones desconocidas del Río Marañón y Amazonas.
De esta manera se encontró con los primeros jesuitas portugueses, quienes subieron
navegando por el Amazonas y para su sorpresa, el líder de ese grupo era el jesuita
húngaro Dávid Fáy. Este misionero a su vez fue colaborador de otro jesuita húngaro,
Ignác Szentmártonyi, habiendo llegado ambos juntos a las costas de Brasil con otro
sacerdote húngaro, József Kailing.
Brentán, en reconocimiento de sus méritos, fue nombrado superior provincial de la
orden en Quito y como tal envía nuevos misioneros a los indios yameo y omagua, para
enseñarles música. El folclore actual de esa región amazónica es de origen barroco y
esto se debe a los jesuitas, porque antes de su llegada la música fue un concepto
desconocido para los indios de esa región. Finalmente en 1751 Brentán fue revocado
por el general de la orden a Roma, donde actuó como procurador general de todas las
misiones hispanoamericanas. Su obra literaria y científica, ilustrada por sus propios
mapas, sobre la historia de las misiones amazónicas apareció en latín en Roma.
Ignác Szentmártonyi tuvo un papel fundamental en el reconocimiento geográfico de
Sudamérica. Además de geógrafo fue cosmógrafo y explorador, preparó el primer mapa
hidrográfico y de relieves de gran parte de Sudamérica, después de recorrer unos 35.000
kilómetros en la región del Amazonas y sus afluentes, lo que sería una hazaña aún hoy,
preparando cartas precisas, con inclusión de todas las islas encontradas. Más adelante la
corte portuguesa le encargó definir las fronteras de los imperios coloniales español y
portugués y al volver a Lisboa llegó a ser el astrónomo real de la corte de Portugal.
En la misión del Alto Perú una figura descollante fue Ferenc Éder. Llegó en 1750 a los
24 años de edad y evangelizó a los indios mojos, en la parte noreste de la Bolivia actual,
entre quienes ya estuvo actuando por 20 años su compatriota, József Reiter. Otro
jesuita húngaro, quien actuó en Bolivia fue József Haller, muerto durante su misión
evangelizadora por los indios chollo. Al ser expulsados los jesuitas de las colonias
españolas, Éder, quien fue un científico y observador minucioso, vuelve a Hungría y
escribe una obra monumental sobre las costumbres de la población, fauna y flora de la
región entre los ríos Mamoré y Guaporé. Esta obra enciclopédica apareció en latín en
Buda en 1791 (en esa época Buda y Pest aún eran ciudades separadas) con el título
"Descriptio Provinciae Moxitarum in Regno Peruano". Las ilustraciones y mapas
hechos por su autor fueron muy admirados más adelante por Alexander von Humboldt y
otros científicos de renombre, como D´Orbigny y Vargas Ugarte. Traducido al español
se editó en 1888 en La Paz. Hoy se lo considera una rareza de colección y sólo se
encuentra en algunas bibliotecas.
Varios otros jesuitas húngaros actuaron en Lima, siendo los más conocidos János
Zakariás, quien después de una actuación misionera breve fue profesor del colegio San
Martín y János Rér. Este fue profesor de matemáticas en la Universidad de Lima y
luego misionero entre los indios mojos, en cuyo medio murió en 1758. Por sus
conocimientos arquitectónicos se le debe a él la reconstrucción de la catedral
monumental de Lima, destruida parcialmente en el terremoto de 1746. Rér construyó
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los techos y cielos rasos con una técnica de setos enlazados, utilizada en Hungría, lo que
los hizo resistentes a los terremotos. Según la investigación del arquitecto y arqueólogo
argentino Buschiazzo otras obras del jesuita Rér en Lima incluyen la iglesia San Carlos
(hoy Panteón Nacional), Del Logicado (hoy Instituto Pedagógico) y De las Huérfanas.
Hubo otros misioneros húngaros en Perú y Chile actuales, pero nos interesan
especialmente los que actuaron en la provincia jesuita que comprendía la región de
Paraquaria, en la actual Argentina, Paraguay, Uruguay y parte de Río Grande do Sul. El
primer jesuita húngaro reconocido de esta región fue Ferenc Limp, quien llegó a
Buenos Aires en 1729. Actuó en la reducción de San Juan Bautista, fue director de las
de San Lorenzo y de San Angel. También fue geógrafo, cuya obra sobre la geografía de
Sudamérica, escrita en Yapeyú, apareció editada en España como primera obra
completa de su género. La expulsión de los jesuitas ocurrida en 1767 lo encontró en
Yapeyú, una década antes del nacimiento de José de San Martín, pero ya estaba
gravemente enfermo y murió antes de ser obligado a partir.
Después de llegar de España al Río de la Plata actuaron en esta región los jesuitas
Fülöp Ferder y Ferenc Szerdahelyi. Ferder fue director durante 5 años de las misiones
de Santo Tomé y luego de la de Loreto. Szerdahelyi, nacido en la ciudad de Györ, actuó
la misión de San Juan Bautista y luego como jefe de reducción de Apóstoles, en el
mismo lugar, donde está la ciudad actual de la provincia de Misiones. Ambos recibieron
la orden real de expulsión en 1767 y volvieron a Hungría.
Para el final dejé la historia de los dos jesuitas más importantes en la historia de las
misiones de Paraquaria: Zsigmond Asperger y László Orosz. En su biografía en
español “Segismundo” Asperger fue llamado el “médico de Hungría”, porque primero
se recibió de médico y luego inició sus estudios en un seminario jesuita en Hungría.
Llegó a Buenos Aires en 1717, fue profesor en la universidad de Córdoba hasta 1726 y
luego se trasladó a la reducción india en Paraguay para combatir, exitosamente, una
epidemia de peste. En la opinión de sus superiores, sin su acción curadora la mitad de
los indios de la reducción hubiera perecido en la epidemia.
Asperger investigó las hierbas y plantas de la zona y preparó en su propio laboratorio
más de 100 recetas de herboristería, en base a hierbas medicinales que él mismo
descubrió. Estas recetas fueron editadas bajo el nombre “Códice Misionero”, un
capítulo importante de la temprana historia de medicina rioplatense. Su cálido
humanismo se manifestó en el hecho que distribuyó sus recetas generosamente en todos
los lugares a los cuales visitó. Asperger fue el único sacerdote jesuita quien no fue
expulsado en 1767, o por su edad avanzada o por presión de la opinión pública y murió
en Loreto en su laboratorio entre sus indios fieles amados en 1773.
Entre los sacerdotes de la orden de San Ignacio de Loyola el más destacado fue László
Orosz (1697-1773), proveniente de una antigua familia de nobleza húngara, conocida
desde el siglo XII. Hizo su primaria en la ciudad de Ungvár, el límite noreste de
Hungría y a los 10 años de edad ingresó en el colegio jesuita de la ciudad de Kassa, el
centro cultural húngaro más importante en el norte de Hungría. Allí tuvo destacada
actuación en filosofía y latín y al terminar el bachillerato se inscribió en el seminario
jesuítico de Trencsén. Al ordenarse sacerdote, empezó a enseñar en el colegio jesuítico
de Gyöngyös, pero desde siempre hizo mucha fuerza para que el general de su orden lo
mande como misionero entre los indios paganos de Sudamérica.
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A pesar de una permanente oposición de sus jefes, con mucho tesón logró su propósito,
aunque después de recibir el permiso de Roma, primero pasó dos años en Sevilla para
perfeccionar sus conocimientos de español. Finalmente en diciembre de 1728 parte,
junto con otros misioneros, entre quienes está también el ya conocido Ferenc Limp, de
Cádiz al Río de la Plata y después de 100 días de viaje durísimo llegan a Buenos Aires,.
El deseo del padre Orosz, de ir a evangelizar indios, no se cumplió. Sus compañeros
fueron inmediatamente distribuidos en las diversas misiones, pero los directivos de la
orden, teniendo conocimiento de su erudición, lo nombraron profesor de teología y de
filosofía en la capital provincial de los jesuitas, en la Universidad de Córdoba. Orosz
acepta la tarea, pero escribe que considera su destino como expiación de sus pecados, al
no cumplir con sus deseos de evangelizar indios. Este destino no le tocó nunca.
Ya en 1734 es nombrado rector de la Universidad y director del adjunto Colegio
Monserrat. Sus pedidos de ir a las misiones son en vano, al contrario lo nombran
adicionalmente a sus posiciones anteriores, secretario del jefe provincial de la orden.
Orosz escribe: “Mi deseo ardiente era seguir el ejemplo de los apóstoles y propagar el
Evangelio entre los paganos. Pero que vergüenza! No soy apóstol, sólo filósofo y en
lugar de enseñar a los indios los hechos de Cristo, enseño Aristóteles en la Universidad”. Finalmente logra que lo manden, aunque no como misionero, sino como
“visitador”, para supervisar las 30 misiones más importantes del Paraguay. Recorre casi
6000 kilómetros y visita 30 aldeas indias cristianas. Sobre su visita envía un informe
exhaustivo al rector del colegio jesuita húngaro de Pozsony, el padre István Raab, donde
describe la vida de los indios de manera fascinante:
"Mi padre reverendo en Cristo!
Obedeciendo a la tarea que se me encomendó, visité nuestras 30 misiones, o como aquí
las llaman, doctrinas, en el Paraguay. Allí las atienden 67 sacerdotes de nuestra
sociedad con 15 ayudantes en lo espiritual y lo material. En ocho meses recorrí casi
1000 millas (unos 5800 kilómetros). Ahora me alegra que puedo enviarle, según prometido todavía en Europa, noticias ciertas del estado de estas misiones y de sus fieles.
En cada una de las 30 aldeas cristianas, las que podríamos comparar con pueblos de
campiña alemanas, viven unas 1000 familias. Como lamentablemente la peste se ha
llevado unos 60.000 de ellos, las misiones por esta causa no tienen la situación tan
floreciente como antes, pero su devoción cristiana nos da la esperanza que Dios
bendecirá su diligencia y devolverá a estas regiones su aspecto y bienestar anteriores.
Su devoción se demuestra, entre viejos y jóvenes por igual, en cada ocasión. Los
habitantes asisten a misa diaria a la mañana temprano y a la noche se juntan para
rezar el rosario. Los chicos dicen sus oraciones media hora antes de la misa y se juntan
a la tarde para la explicación de los misterios de la fe. Estos mismo son leídos por los
adultos los domingos y feriados antes de la misa festiva. Son tan versados en la religión
que los hombres de mayores méritos y de edad adecuada acompañan los sermones
dominicales de los sacerdotes con explicaciones propias, a veces un poco titubeantes,
pero siempre imbuidos de fe profunda. Ellos también son escuchados en silencio
profundo y con atención.
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En la época de cuaresma cumplen con los preceptos más severos, se confiesan y
comulgan con frecuencia y demuestran una veneración tan sincera, como nunca he
visto en Europa. Se confiesan y comulgan muy a menudo durante todo el año, con un
respeto encomiable. Tienen un cariño especial al Dios presente en la forma del pan. En
sus procesiones callejeras en que se lleva el santo cuerpo de nuestro Señor, todas las
puertas de las casas tienen adornos alusivos y cada esquina un arco de triunfo, sobre el
cual los habitantes cuelgan sus objetos de valor.
Si Ud., padre reverendo, escuchara la música, tocada con los más diversos
instrumentos, con la que acompañan las procesiones y las misas festivas, con oído
italiano o viera la riqueza deslumbrante de los cálices sacros y de otros adornos
eclesiásticos, entonces podría convencerse que los indios no se quedan detrás de los
europeos en la devoción religiosia.
De la misma manera no se quedan atrás los indios en diligencia, amor al trabajo y las
distintas artesanías. Especialmente se destacan en la arquitectura. Sus construcciones
son avanzadas, hay que ver sus iglesias, con qué tamaño y calidad se erigen! Nuestro
Ince Erber justamente está terminando de dirigir la construcción de la iglesia Santo
Aloisio que se inició hace unos años por medio de los indios en la ciudad de Santa Fe.
Está adornado con pinturas y dorados y solamente la falta de piedra caliza causa que
el tamaño no compita con las catedrales de Europa. La falta de material de
construcción adecuado causa que sus construcciones no sean tan duraderas como
pueden ser las europeas. Aquí el techado no se apoya sobre paredes de piedra, sino
sobre pilares gruesos y fuertes, hechos de una madera llamada urunday. Es pesada
como la piedra, su color es parecido al del nogal, aunque tiene unas manchas rojizas.
Se dice que no se corroe ni en 100 años, aunque esté enterrada.
Los indios construyen sus casas sin grandes adornos, porque prefieren que sean
confortables. Pero sus pueblos son muy ordenados, divididos en calles y plazas. Todos
los pueblos tienen un edificio de escuela, una sala de armas y dos almacenes de ropa.
Los fines de semana, después de los servicios religiosos, se reúnen para hacer
demostraciones de habilidad en el manejo de armas, otros prefieren montar
espectáculos de bailes, los que se rigen por reglas precisas y son muy vistosos para los
numerosos espectadores.
Además de ser muy hábiles en música, canto, bailes y construcción, también pueden
descollar en artes y trabajos manuales. Tengo en mis manos una pintura de la Virgen
María pintada por uno de nuestros indios. Aún en Roma encontraría sus admiradores,
quienes verían sus valores. Su ropa está muy bien confeccionada y son versados en
muchos oficios. Son también hábiles en el manejo de armas o hilado de tejidos de
algodón. Sus telas de telar son tan finas que los mercaderes del exterior las compran a
buenos precios. Sus huertas se labran a la manera europea. Allí cultivan toda clase de
frutas, hierbas y verduras.. Su comida se basa en maíz, mandioca, batata, de la carne
vacuna aprecian más la lengua.
Nuestros misioneros se preocupan mucho en mantener a los recientemente convertidos
en su devoción y además hacen lo posible para conectar a los aún salvajes y paganos a
la grey de Dios. Lamentablemente hay siempre algunos europeos quienes siguen a los
salvajes en las regiones lejanas para transformarlos en esclavos, dificultando de esta
manera en gran medida la labor de los sacerdotes. También algunos indios están tan
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acostumbrados a la vida nómade que no les gusta establecerse en una aldea fija y
llevar una vida comunitaria, aunque no rechazan por eso nuestras leyes santas.
Para terminar: nos faltan misioneros. Porque los apóstoles quienes trabajan
actualmente en nuestras reducciones tienen las manos llenas con tareas en beneficio de
su iglesia. Es fácilmente comprensible esto, si pensamos que para atender a unas 5.000
almas en cada doctrina solamente contamos con dos misioneros.
Pido por esto que nuestros hermanos de la provincia húngara que vengan aquí y tomen
su parte en nuestro trabajo tan fructífero. Pido con gran humildad las oraciones de su
eminencia en sus misas para bendecir nuestra labor.
Firmado en Córdoba, Tucumania, el 6 de octubre de 1740
Siervo de su Eminencia en Cristo
László Orosz
Misionero."
Su informe tan elogioso sobre las virtudes de los indios tiene un resultado inesperado:
las 30 misiones visitadas por él reciben el envío de una ayuda económica creciente. Pero
su orden lo quiere de vuelta en otras tareas y en 1742 se le encomienda organizar el
Colegio San Ignacio de Buenos Aires, donde actúa como rector. Pero pronto la
Universidad de Córdoba reclama su vuelta. En 1743 hay un gran vuelco en su vida: su
orden lo nombra “procurador”, equivalente a embajador plenipotenciario frente a la
corte real de Madrid y la corte de Vaticano en Roma. Como tal vuelve a Europa y viaja
permanentemente entre Madrid, Roma y Viena, donde establece una relación personal
con la emperatriz María Teresa. Posiblemente también visita Nagyszombat, en su país
natal. Durante su estadía en Roma lo entrevista el historiador Antonio Muratori para
obtener informaciones y datos de la historia de las misiones jesuíticas en Sudamérica.
Entre otras preguntas inquirió si es posible verificar el dato que le parece inverosímil, es
decir que las 30 misiones poseen más de 100.000 cabezas de ganado. Orosz le corrigió
con una sonrisa, afirmando que el número no es de 100.000, sino que probablemente
supera los 4 millones.
Con el apoyo del gobernador de Buenos Aires, Domingo Ortiz de Rosas, trae un gran
contingente de jesuitas desde Europa para las misiones del Paraguay. Al volver,
construye el Colegio Jesuita de Buenos Aires en el barrio actual de San Telmo. El
general de la orden jesuita escribe sobre Orosz: “Su función es cumplida en forma tan
exitosa que podemos considerarlo como el segundo fundador de la Provincia del
Paraguay”.
Cuando en 1750 se firma un acuerdo entre las cortes de España y de Portugal (“El
Tratado de Permuta”), por el cual España le cede una zona de unos 150.000 km² a
Portugal (Río Grande do Sul actual), lo que implica la entrega de una gran cantidad de
misiones jesuíticas. Los indios protestaron desesperadamente, porque sabían que en una
colonia portuguesa iban a perder sus derechos y pasarían a esclavos.
Los jesuitas de la provincia del Paraguay estaban muy afectados por el Tratado de
Permuta, porque significaba la pérdida de siete reducciones indígenas florecientes.
Orosz decidió intervenir personalmente en la salvación de ellas, intermediando frente a
la corte de Madrid, la Santa Sede y hasta la Emperatriz María Teresa, pero sin éxito. El
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gobierno español primero intentó el traslado de los indios de las reducciones
involucradas a territorio español y envió al marqués Valdelirios para realizar una tarea
imposible en pocas semanas. Aunque los indios, con la ayuda de sus sacerdotes,
prepararon unos 1000 carros de bueyes para el traslado de sus bienes, al final se
empecinaron que no querían dejar su tierra natal y sus pueblos queridos. Además la
suma ofrecida por el gobierno español como indemnización les pareció irrisoria.
Así que al final los 29.000 indios guaraníes de las misiones se rebelaron y en una lucha
de varios meses contra las tropas españolas y portuguesas, sus reducciones fueron
aniquiladas y la mayoría de sus habitantes murieron. El jefe de las siete reducciones en
el momento de iniciarse la rebelión fue nuestro conocido Ferenc Limp. Primero lo
acusaron de fomentar la rebelión, por lo cual lo sometieron a un juicio posterior en
Buenos Aires, pero el Virrey Cevallos no sólo lo exoneró de toda culpa, sino hasta
apoyó su punto de vista, porque en realidad los desdichados guaraníes defendían el
reino de España contra el avance portugués.
El padre Orosz volvió a Córdoba y en 1765 logró un viejo sueño: establecer una
imprenta en Córdoba, la primera en todos los países del Río de la Plata, hoy
Argentina, Uruguay y Paraguay. Esta imprenta pasó dos décadas después a Buenos
Aires, como “La Real Imprenta de los Niños Expósitos” y reconstruida posteriormente
se exhibió en el Museo del Cabildo.
Además Orosz decide terminar la obra escrita en latín del jesuita nacido en Liège,
Nicolás del Techo, quien, hasta su muerte ocurrida en 1685, ha escrito la historia de la
provincia jesuítica del Paraguay, con la bibliografía de sus individuos más prominentes.
Esa obra no se imprimió, sino que fue manuscrita por los indios guaraníes en una forma
artística notable. Orosz agregó 39 biografías a las 50 escritas por del Techo y siguió
con la historia de las misiones hasta 1750. Envió ambas partes de la obra a
Nagyszombat, en Hungría, donde la misma se imprimió por primera vez en 1759 con la
dirección del padre Miklós Schmidt, profesor de ese instituto.
El manuscrito original de ambas obras se encuentra en la Biblioteca Universitaria de
Budapest. El libro de Orosz impreso nunca fue publicado, porque sus superiores, en
circunstancias desfavorables para los jesuitas, ordenaron su destrucción (“hoc opus... ab
ipsis Superioribus supressum est, .....pausis tantum exemplaribus distractis”). Según esta
instrucción superior sólo se conservaron muy pocos ejemplares, uno de ellos se
encuentra en la Biblioteca Universitaria de Budapest.
Lamentablemente en 1767 por orden real todos los jesuitas fueron expulsados de la
región. Orosz, junto con los demás jesuitas de Córdoba, quedó bajo arresto en
condiciones muy precarias, durmiendo más de cien sacerdotes en el refectorio sobre
piso de piedra. Luego los transportaron a 129 sacerdotes en carretas a Ensenada, en un
viaje torturante de casi un mes, y sólo les permitieron llevar consigo su breviario. Los
alumnos de la universidad y del colegio Monserrat protestaron con vehemencia y hasta
acompañaron a los exiliados por un largo trecho.
Finalmente en una travesía de 100 días fueron llevados a España en el barco "Venus",
en condiciones infrahumanas. Esta fragata que estaba diseñada para transportar a los
sumo cien personas, cargó 151 jesuitas, 190 pasajeros y la tripulación. Durante el
nefasto viaje Orosz cumple 70 años, el 18 de diciembre de 1767, cerca de las Islas
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Canarias. A llegar a Cádiz, para aumentar aún más su humillación incomprensible, las
ruinas humanas en harapos en que se transformaron los sacerdotes, fueron metidos en
prisión. Este fue el destino, por lo menos provisorio, de profesores eruditos, cuya única
culpa era pertenecer a la orden de los jesuitas odiados.
Por suerte, los súbditos del imperio austríaco fueron liberados en dos meses. Orosz pasó
por Viena, donde pidió una audiencia a la Emperatriz María Teresa para obtener la
libertad de los jesuitas aún presos en España, pertenecientes en especial a países con
predominancia de religión protestante, de quienes no se preocupó nadie más.
Su gestión tuvo éxito y después de esta misión, cumplida en verano de 1768, volvió a
residir en Hungría, después de una ausencia de 40 años, residiendo en Nagyszombat.
Aquí se encontró con Éder, Szerdahelyi, Reiter y varios otros misioneros destinados
antes en Sudamérica. No aceptó el rectorado ofrecido del colegio, sino el cargo de
formación de los novicios. También escribió sus memorias y ordenó el trabajo científico
de Éder. Lamentablemente la época era tan adversa para los jesuitas que no recibieron el
permiso de publicación. Éder, muy afectado, muere de melancolía en Érsekújvár en
1773 y pocos meses después también fallece László Orosz en Nagyszombat, en cuya
cripta yacen sus restos.
Para resumir la labor de los jesuitas húngaros más importantes en nuestras tierras,
podemos afirmar que Zsigmond Asperger, por su labor médica, fue el salvador de de los
indios de las misiones jesuíticas, Ferenc Limp su historiador y geógrafo, Ferenc Éder el
mejor observador de sus costumbres y entorno y László Orosz, su nexo con las cortes de
Europa y su segundo fundador.
Buenos Aires
noviembre de 2001
* Este trabajo es la versión revisada y ampliada de una
conferencia presentada por el Dr. Miklós Székásy en la
Asociación de Húngaros Católicos en la Argentina,
Mindszentynum, el 21 de mayo de 1999. El mismo fue
elaborado para el Programa Nacional de Catalogación,
Restauración y Estudio Histórico-Crítico de la Bibliografía
Colonial de la Biblioteca Nacional, dirigido por el Profesor
Roberto Casazza.
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Bibliografía:
Stephen SISA, The Spirit of Hungary - Wintario Project, Ontario Canada
C. A. MACARTNEY, Hungary, a Short History - Aldine Publishing Company, Chicago
Miguel FERDINANDY, Historia de Hungría - Alianza Editorial, Madrid
László SZABÓ, Pasado Húngaro en Sudamérica (editado en húngaro) - Editorial
Transilvania, Buenos Aires
Enciclopedia RÉVAI (editado en húngaro) - Budapest
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