Leopoldo Alas y Ureña

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Leopoldo Alas y Ureña (1852−1901), escritor español que usó el seudónimo de Clarín y que debe su fama a
una única novela considerada como la mejor novela española del siglo XIX.
Nació hijo de familia asturiana, en Zamora el 25 de abril de 1852, hace algo menos de 149 años. Hasta la edad
de trece años residió allí en León y en Guadalajara, ciudades donde sucesivamente fue siendo su padre
gobernador civil. Trasladada la familia a Oviedo en 1865, en esta ciudad hizo Alas su bachillerato. Durante
los cursos 1871 a 78 estudió en Madrid, donde empezó a darse a conocer como periodista. Obtuvo el
doctorado en Derecho en junio de 1878 y ganó ese mismo año oposiciones a la cátedra de Economía Política y
Estadística de la Universidad de Salamanca, cátedra que el Conde de Toreno, ministro de Canovas, no le
otorgó. Pero años más tarde, el primer gobierno liberal de Sagasta le concedió la de Zaragoza, donde pasó una
parte del curso 1882−83 hasta que en julio de 1883 fue destinado a Oviedo como catedrático de Derecho
Romano, posteriormente (desde 1888) de Derecho Natural. Y en Oviedo residió ya siempre Leopoldo Alas
hasta su muerte, que ocurriría el 13 de junio de 1901, hace casi un siglo justo.
Discípulo en Madrid de Salmerón, Camús y Giner de los Ríos, y maestro, a su vez, en Oviedo de muchos
discípulos que le profesaban admiración y cariño (por ejemplo, Ramón Pérez de Ayala), Alas vivió la
revolución liberal de 1868, la restauración de 1875 y el desastre de 1898. La revolución determinó su
adhesión al libre examen y al espíritu crítico reformador, sin perjuicio de su amor a ciertas tradiciones. Su
ideal político fue republicano. Educado en el krausismo e idealista por inclinación, tomó del positivismo, y del
naturalismo literario, sólo aquello que para el progreso de la cultura en España juzgó oportuno, sin perder
nunca apetencia metafísica ni inquietud espiritual y religiosa. Tal apetencia y tales inquietudes habrían de
intensificarse en los últimos diez años de su vida: en el prólogo a sus Cuentos morales, de 1869, confesaría
como idea capital de sus investigaciones la idea del Bien unida a la que le infunde vida y calor: Dios. Entre las
actitudes más características de un hombre querido por los que conocieron de cerca, y con frecuencia temido,
y aun odiado, por muchos que sólo sabían de su justiciera vehemencia como crítico literario, parecen
destacarse especialmente la ternura familiar (madre, esposa, hijos) y la lealtad a sus amigos, algunos de ellos
escritores tan eminentes como Pereda, Menéndez Pelayo, Castelar y Galdós.
La personalidad de Leopoldo Alas como escritor es la de un moralista en doble sentido: observador penetrante
de la vida social, y defensor de un ideal de justicia y verdad, cuya falta de efectividad en el mundo le lleva a la
irritación y a la melancolía. Romántico en el fondo de su sensibilidad, hallaba insatisfactoria la realidad que le
tocó vivir; realista en la dirección de su inteligencia, consideraba extemporánea la continuación del
romanticismo. Espíritu religioso, mente necesitade de nutrición filosófica, excelente educador, infatigable
lector y espectador del desenvolvimiento literario europeo desde su retiro provinciano, Clarín cumplió su
vocación de moralista en la crítica, en el cuento y en la novela.
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En la crítica de actualidad, Clarín no fue aventajado por nadie de su siglo, y solo de Larra pudo recibir
inspiración. Como la de Fígaro, su crítica hubo de proyectarse mayormente en la prensa periódica, de donde
gran parte de sus artículos pasaron a integrar los libros que se titulan: Solos de Clarín (1881), La literatura en
1881 (1882, a medias con Armando Palacio Valdés), ... Sermón perdido (1885), Nueva campaña (1887),
Mezclilla (1889), Ensayos y revistas (1892) y Palique (1893). De 1886 a 1891 publicó ocho Folletos literarios
compuestos de ensayos, comentarios, fantasías, sátiras y discursos no dados previamente a los periódicos, y en
1901 vio la luz, póstumo, el volumen Siglo pasado.
Dos aspectos principales ofrece esta producción: la crítica satírica (solos, apliques) y la explosiva (ensayos,
revistas). La sátira de Clarín, que procede lejanamente de Quevedo y próximamente de Larra, emplea la
comicidad, la ironía, la burla, la cesura y el sarcasmo para combatir la ignorancia, la inercia mental, el mal
gusto y lo osadía, con el propósito de sanear el ambiente literario español, pocas veces tan contaminado de
necesidad como entonces. Su divisa, en este campo, fue siempre disuadir − moratinianamente − a los
incapaces y a los simuladores. Su crítica expositiva, de interpretación, seria sin aparato erudito, plasma en
ensayos de infalible clarividencia, algunos tan sustantivos como los dedicados a Pereda, Campoamor, el
teatro, la novela naturalista, la poesía y el naturalismo, Zola, Baudelaire, Antero de Quental, Verlaine, Visen,
Renan, o los muchos y espléndidos que consagró Galdós. Aquí atiende el crítico a la concepción del mundo de
los autores estudiados y a la composición y estilo de sus obras, atestiguando la hondura y fineza de sus
percepciones, la amplitud de su cultura y un impulso imaginativo que da a su prosa rapto poético, lejos de la
rotundidad elocuente de Menéndez Pelayo y de la paladeada divagación de Valera. En este ámbito su
intención permanente fue alentar a los mejores y propagar el conocimiento de la mejor literatura.
Los cuentos de Leopoldo Alas, reunidos en compañía de la novela corta Pipá (1886), en El Señor y lo demás
con cuentos (1892), en Cuentos morales (1896), y en las colecciones póstumas El gallo de Sócrates (1901) y
Doctor Sutilis (1916), son en cada caso, según palabras de Azorín, la realización en forma pintoresca de un
ensayo moral y filosófico. Concebidos unos en perspectiva humorística o fantástica, presentan otros con
resplandeciente lucidez psicológica y ética de la realidad observada.
Pipá, El Señor y sobre todo las tres piezas del tomo Doña Berta, Cuervo, Superchería (1892) son las mejores
novelas cortas publicadas por Leopoldo Alas, maestro en tan delicado género. Y en la novela, después de La
Regenta, solo terminó, y publicó en 1890, Su único hijo, tragicomedia del hombre pusilánime que, en el
exangüe ambiente provinciano donde se marchitan las postreras ilusiones y se agotan los últimos ecos
románticos, aspira a crearse un nuevo entusiasmo a través de la proyección y perfecta educación del unigénito.
Fue Galdós, sin duda, el ejemplo inmediato que animó a Leopoldo Alas a emprender la composición de una
novela. Hasta 1883 su labor había sido principalmente de crítico, y de ella había recogido la mejor parte de
sus dos libros primeros. Es cierto que desde 1876 hasta 1881 había venido publicando algunos cuentos y
apuntes narrativos en revistas asturianas y madrileñas, pero todos ellos de índole humorística o caprichosa, sin
perjuicio de la poesía, una veta de naturalismo que preludia escenas de La Regenta. Las figuras que primero
aparecen ante los ojos del lector en esta novela habrán de ser el campanero Bismarck y el acílito Celedonio
(presente bajo este nombre, y con el mismo carácter pervertido, en el relato Pipá). Solos de Clarín insertaba
entre los artículos de crítica seis ensayos narrativos: tres nuevos y tres publicados anteriormente en revistas,
entre estos últimos El diablo en Semana Santa, de 1880, que, como es sabido, constituye el germen de La
Regenta.
En todo caso, el mayor estimulo para escribir La Regenta hubo de infundírselo a Carín su admirado y próximo
Galdós. Mucho se ha hablado de Flaubert (Madame Bovary, L'education sentimentale) en conexión con el
ambiente provinciano y burgués, el adulterio, la insaciable apetencia romántica de la protagonista y su
desprecio de la estupidez humana, la ruptura entre el ideal y la realidad, etc. Y el amor del sacerdote ha hecho
recordar La faute de l'abbé Mouret, de Zola; O crime do padre Amaro, de Eça de Queiroz (un libertino asedia
y seduce a una casada; la sirvienta de ésta delata el adultero). La influencia de Flaubert, sobre todo de
Madame Bovary, impregna estratos profundos de La Regenta, pero lo mismo acontece en obras de cualquier
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novelista importante de la segunda mitad del siglo. No interesa aquí la cuestión de las fuentes de inspiración,
ya muy tocada, sino, más bien el concepto que tenía Leopoldo Alas de cómo debía escribirse una novela por
la época en que compuso La Regenta. Tal concepto, expuesto de una manera muy meditada por el crítico
Clarín, se relaciona fundamentalmente con la estética naturalista y con la relativa adopción del naturalismo
por Galdós a partir de 1881.
Portada de la primera edición de La regenta de Leopoldo Alas Clarín, impresa en Barcelona en 1884.
La verdad es que la ilustra−ción del joven mancebo, que pare−ce arrancado de un cancionero tar−do medieval
del amor cortés, en nada alude a algo que trate esta dura novela realista, la más natu−ralista de las que se
escribieron en España.
La regenta (1884−1885) es la obra cumbre de Clarín y tiene como trama central el adulterio, tratado de una
manera como jamás antes se había hecho en la literatura española. El realismo europeo había desarrollado un
argumento semejante como Madame Bovary del francés Gustave Flaubert, Ana Karénina del ruso Liev
Tolstói, El primo Basilio del portugués Eça de Queirós e incluso Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán.
En La regenta, la joven, bella, provinciana e inexperta Ana Ozores se casa con Víctor Quintanar, exregente de
la audiencia de Vetusta (ciudad inventada pero que en realidad es Oviedo), hombre bondadoso, aburrido y
mucho mayor que ella. Ana se siente cada vez más frustrada y abatida y se convierte en presa del donjuán
provinciano don Álvaro y de su propio confesor don Fermín de Pas, hombre de orígenes humildes, soberbio y
ambicioso. Ana cae en los brazos de Álvaro, pero esto no era lo que preocupaba especialmente al autor. Él se
fija en el escenario: Vetusta que asiste como un coro a todo lo que se va desarrollando. Además plantea una
lucha entre Fermín y Álvaro por la posesión física de Ana como una lucha entre los dos poderes de la ciudad:
la iglesia más retrógrada y el caciquismo teñido de liberalismo. El final es la degradación más absoluta de los
protagonistas: el regente muere a manos de Álvaro en un duelo esperpéntico, Álvaro huye de una manera
cobarde dejando clara su ruindad, la ambición de Fermín se manifiesta como la ausencia total de escrúpulos y
moral, y Ana, la intocable regenta, se encuentra con "un beso viscoso" del ser más despreciable de la ciudad.
En toda la obra se ve claro el sentido crítico y moral de Clarín y las censuras que recibió fueron tantas que, tal
vez por eso, en obras posteriores no llegó tan lejos.
BIBLIOGRAFÍA:
ENCICLOPEDIA ENCARTA 2001
LA REGENTA.
COLECCIÓN DE CLÁSICOS HISPANICOS
(EDITORIAL NOGUER, S.A.)
**** LA REGENTA, ES EL LIBRO QUE ESTOY LEYENDO ACTUALMENTE Y QUE PRESENTARÉ
SU CORRESPONDIENTE TRABAJO EN EL TERCER TRIMESTRE ******.
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