RETÓRICA Y ADMINISTRACIÓN. SU VINCULACIÓN GNOSEOLÓGICA.(∗) OSCAR A. CAMPETELLA (•) EXORDIO. Esta monografía que responde al Curso “Filosofía del lenguaje y teoría de la argumentación”, a cargo del Dr. Roberto Rojo, ha constituido el punto de partida del Doctorado en Filosofía que lo he orientado al ámbito de la Epistemología. Desde mi formación científica en el área de la Administración, ha sido un significativo aporte por la perspectiva con que fue tratado todos los contenidos temáticos de este Curso. Si bien algunos conceptos desarrollados los conocía y aplicaba en mi área específica desde la psicosociología organizacional, con el particular enfoque filosófico con que fueron abordados en este Curso, me ha permitido reforzar mis convicciones personales y científicas, cuando sostengo que el administrar del hombre excede el marco de una concepción estrictamente científica, ya que trasciende la propia existencia del “ser” humano. La clara, profunda y reflexiva exposición con que nos deleitó el Dr. Roberto Rojo a quienes hemos participado de este Curso, en mi caso personal corresponde reconocer que ha despertado y consolidado aquellas profundas e íntimas convicciones sobre el motivo que va a dar origen a mi tesis, orientada al campo del administrar humano. Si bien todos los contenidos han sido de suma utilidad para mantener mis afirmaciones sobre el alcance científico, ético y humano de administrar; ante la inexcusable e irrenunciable condición humana de decidir a que estamos expuestos en esta vida, he optado por la retórica, con la pena de postergar el tratamiento y análisis de otros temas tales como: lenguaje, metalenguaje, semántica, pragmática, semiología, semiótica y semiósis, entre otros. Temas que por su directa implicancia en mi futuro trabajo final serán retomados y profundizados oportunamente. Son ellos tan relevantes como la auténtica retórica, especialmente desde la perspectiva de Chaim Perelman. Temas que serán utilizados, tanto para fundamentar como posteriormente demostrar mis hipótesis, en el proyecto de mi futura tesis, cuyo eje de desarrollo se puede sintetizar en los siguientes interrogantes reflexivos: ¿el administrar humano es ciencia, “tecnología social”, arte o “algo distinto”?; ante la eventualidad de que sea algo de aquello o “algo distinto” ¿qué es administrar? Cuando opté por escribir sobre retórica, me he propuesto –en función a la síntesis de una monografía- reflejar breves perspectivas desde las principales obras de reconocidos filósofos que se han ocupado de este tema, tales como Platón, Aristóteles y actualmente Perelman. Y de esta manera vincularlas al final del trabajo con el administrar del hombre, desde mi propia concepción científica y personal. Espero haber alcanzado este propósito, cuyos comentarios, opiniones, sugerencias y conclusiones pongo a consideración del Dr. Roberto Rojo en primer lugar, y de quienes tengan la gentileza de leer críticamente esta monografía. Con la seguridad que hecha la apertura al debate, constituirá una manera de enriquecernos recíprocamente, a partir de toda refutación con sólidos fundamentos y con apropiado rigor científico. Quedo abierto a este diálogo de enriquecimiento científico. Mi profundo agradecimiento al Dr. Roberto Rojo por la amabilidad y generosidad con que comprendió mis dudas y evacuó con claridad mis consultas en la etapa inicial de este trabajo, especialmente cuando comenzaba a redactar esta monografía. Su hombría de bien supo interpretar la incertidumbre de alguien que se incorporaba a un ambiente con alto contenido filosófico. Reconocimiento que necesito expresar y hacer extensivo a los reconocidos profesores del Comité Académico, quienes habiendo evaluado mis antecedentes y escuchado mis motivaciones, me han admitido oficialmente para cursar este doctorado en filosofía; a mis compañeros de cursos con distintas formaciones profesionales, con quienes hemos compartido dilemas y propuestas de nuestra cotidiana realidad circundante; y al Secretario de esta carrera de postgrado, quien se caracteriza por brindarnos el oportuno servicio de apoyo para la consecución de nuestros objetivos como doctorandos. Para quienes estén habituados por la proximidad geográfica de acceder con mayor facilidad a consultas personales a profesores, material bibliográfico sugerido, consultas administrativas y de otra índole, quizás no alcancen a valorar en su real dimensión lo que esto significa. A quienes provenimos de distantes lugares y desde otras formaciones científicas, nos cabe como obligación moral reconocer y valorar a este grupo de personas que, aun en la distancia física, nos hacen sentir auténticos protagonistas de este emprendimiento académico, por la apertura y actitud generosa de compartir sabiduría, tanto científica como humanamente. LA CONCEPCIÓN SOCRÁTICA DE LA RETÓRICA DESDE PLATÓN. Platón en su obra “Gorgias”1 centraliza gran parte de su desarrollo exponiendo sobre la retórica, especialmente -y en gran medida- a través del diálogo de Sócrates con el principal interlocutor homónimo con la denominación de la obra. Entre las más relevantes consideraciones de este diálogo, merecen destacar algunas de mayor significación conceptual. Gorgias dice que la retórica versa sobre los discursos y posteriormente afirma que a diferencia de otras artes, “la retórica nada tiene que ver con tales operaciones manuales” (449.c). Con esto trata de diferenciarla de las demás artes, que requieren de “una habilidad manual y en acciones de este mismo género” (450.c). Sócrates lo refuta corrigiendo el concepto de “discurso” por la expresión “palabra”, en contraposición con el concepto de “acción”; y continúa diciéndole que no sólo la retórica, sino otras artes necesitan muy poca o ninguna “acción”, tales como la aritmética y la geometría. En efecto, como en otras artes “toda la acción y el dominio se ejerce por completo a través de las palabras” (450.e), entre las cuales ubica a la retórica. A su vez Sócrates reafirma que la retórica es un arte que utiliza principalmente la palabra para alcanzar su objeto, por lo tanto para él queda aún sin definir cual es su objeto (451). Por consiguiente, Gorgia entiende que la retórica se ocupa de “la capacidad de persuadir a cualquiera por medio de discursos” (452.e), con lo cual “procura simultáneamente a cada hombre la propia libertad y el dominio sobre los demás dentro del Estado” (452.e). Si bien Sócrates comparte que la retórica produce persuasión, esto no es privativo de la retórica, sino que otras artes producen persuasión como la aritmética o quién enseña una cosa cualquiera. Con lo cual se deduce, que no solo la retórica produce persuasión y, por consiguiente, sostiene qué es necesario distinguir que tipo de persuasión produce la retórica. A este planteo de Sócrates, Gorgias responde que la retórica persuade sobre “las cosas justas e injustas” (454.b). Deja en suspenso esta afirmación, y más delante de este diálogo, Sócrates hace reflexionar a Gorgias sobre la diferencia entre ciencia y fe, induciéndolo a concluir que la ciencia se sustenta en saber y la fe en creer. Mientras que la fe puede ser verdadera o falsa; la ciencia es verdadera. Y como ambas utilizan la persuasión, ya que “tanto los que saben como los que creen han sido persuadidos”, se puede inferir “dos clases de persuasión, la que brinda fe sin saber y la que brinda ciencia” (454.e). En consecuencia, Sócrates sostiene que “la retórica produce, al parecer, persuasión acerca de lo justo y de lo injusto por la fe, pero no por la enseñanza”. Y consecuentemente, Sócrates reafirma esto al expresar que “en los tribunales y demás reuniones públicas el orador no transmite un saber sobre lo justo y lo injusto, sino solo una creencia” (455). A continuación se entromete Polo en el diálogo entre Sócrates y Gorgias. Polo lo indaga directamente a Sócrates sobre ¿qué es para él la retórica?. A lo cuál, Sócrates responde que es “una cierta experiencia”, expresión que en ese entonces significaba una rutina práctica, sin reconocimiento metódico ni crítico; lo que hoy se podría asimilar a una técnica especial o disciplina sin verificación científica, que tiende a producir algo. Luego amplía el concepto de retórica, cuya naturaleza es el “modo de producir cierto agrado y placer”. Que no es un arte, sino una profesión, “es una cierta profesión, ajena al arte, pero que supone un espíritu perspicaz, valeroso y apto por la naturaleza para tratar con la gente”(462.c). Y a modo de conclusión en este tema, Sócrates afirma que la esencia de la retórica es la adulación. Posteriormente, Sócrates sostiene que la retórica es algo desagradable, porque se sustenta en la adulación, “por cuanto busca el placer sin tener en cuenta el bien” (465). Y con esto reafirma su posición que la retórica no es un arte, cuando dice que “yo no llamo arte a una cosa irracional”(465). Para reforzar su pensamiento sobre la retórica como algo ajeno al arte, Sócrates traza un parangón con otras artes de su tiempo como la medicina y la gimnasia, en contraposición con la cocina y la cosmética, que tienen como objeto halagar sin tener en cuenta el bien, cuando dice que “A la medicina, según digo, se le sustituye la cocina como, forma de adulación; y a la gimnasia, de igual modo, la cosmética, que es algo maléfico, engañador, innoble, impropio de un ser libre, pues embauca con artificios, colores, tinturas y atavíos, al punto de hacer que quienes se procuran una belleza artificiosa, desprecien la verdadera, que viene de la gimnasia” (465.b). En su otra obra “Fedro”2, Platón da continuidad al tema de la retórica, ampliando y clarificando sobre qué tipo de persuasión versa la retórica. Sócrates interroga a Fedro si es necesario para un buen y bello discurso que el orador conozca la verdad de lo que se dispone a hablar. A esto Fedro responde que “a quien va a ser orador no le es necesario aprender lo que es justo en realidad, sino lo que podría parecerlo a la multitud, que es precisamente quien va a juzgar, ni tampoco las cosas que son en realidad buenas o malas, sino aquellas que lo han de parecer. Pues de estas verosimilitudes procede la persuasión y no de la verdad” (259.e). Por otra parte, Sócrates sostiene que la retórica tiene mayor poder en aquellos objetos en que se “vacila”. Y quien vacila es el vulgo. Por lo tanto, la retórica se ocupa de las cosas en que se duda y se presta a discusión (263.c). A su vez, Sócrates sostiene que existen dos procedimientos alternativos en la retórica a través del discurso: a) “llevar con una visión de conjunto a una sola forma lo que está diseminado en muchas partes”; y el otro procedimiento inverso b) “dividir en especies, según las articulaciones naturales, y no tratar de quebrantar parte alguna” (265.e). Ante esta ambivalente alternativa, Sócrates incorpora un nuevo método que denomina “dialéctico” y lo determina en la conjunción de ambas alternativas. Es decir, lo define como aquella potencialidad de hablar y de pensar, con capacidad natural de ver en unidad y en multiplicidad (266.b) de la cosa sobre la que elabora un discurso. En cuanto a la retórica, Sócrates sostiene que todo discurso contiene una serie de partes que requieren un ordenamiento, tales como: exordio, exposición y testimonios, indicios, probabilidades, confirmación, refutación, alusión velada, elogios indirectos y vituperios indirectos. Luego tomando como referencia las prácticas discursivas considera que hay algo en común en la terminación de los discursos que determina “recapitulación”. Asimismo, Sócrates sostiene “que la fuerza del discurso estriba en su hecho de ser un modo de seducir las almas” (271.c), con lo cual se infiere que es necesario conocer la naturaleza del alma y sus distintos tipos de almas, al igual que las distintas especies de discursos que mejor convenzan a cada clase de alma. Como ya había anticipado Sócrates que la retórica se apoya en la persuasión, y la persuasión procede de la verosimilitud, sostiene que lo verosímil es la opinión de la muchedumbre, hacia quien va dirigido el discurso. Y en esto es contundente cuando expresa que “la verosímil se produce en la mente del vulgo precisamente por la semejanza con la verdad”. Y para esto de encontrar las semejanzas, “es siempre el conocedor de la verdad el que mejor las sabe encontrar” (273.d), con lo cual se puede inferir que quien pretenda persuadir a través del discurso es necesario que conozca la verdad, de tal manera de producir sus semejanzas en la mente del vulgo, para lograr la persuasión a través de lo verosímil, que es aquella semejanza con la verdad. Esto es lo que seguramente hacían los sofistas, quienes deberían conocer algo de las verdades sobre determinados temas en los que incursionaban. Por consiguiente, quien desconoce lo verdadero, o parte de ello, no puede usar acabadamente la retórica para persuadir aún en el ambiente vulgar. Aquí convendría sostener una diferencia en cuanto al mal o buen uso de la retórica para expresar lo que el hombre contempla (teoría), como accidente o continente, de una idea en particular o en general. Además, para Sócrates ejercer un dominio de la oratoria requiere conocer la naturaleza de quienes componen el auditorio, como además tener “la capacidad tanto de dividir en especies las realidades, como abarcarlas una por una en una sola idea” (273), con lo cual a la vez de reforzar el concepto de la dialéctica a la que hacía referencia cuando la definía anteriormente (266.b), como condición necesaria para un buen y bello discurso.Además y consecuentemente, considero pertinente -desde este concepto- diferenciar la retórica de la oratoria. Filosóficamente y desde mi perspectiva, la retórica es condición anterior para una buena oratoria. A modo de síntesis, tomando como referencia lo expuesto hasta aquí por Platón, según sus diálogos socráticos, en la actualidad y vulgarmente puede asimilarse a la retórica en algunos de los siguientes conceptos, entre otros: * “Charlatanería”: hablar con mucho vacío en el contenido del mensaje y, simplemente, con el propósito de persuadir al auditorio, abusando del lenguaje. Es decir, hablar sin saber de lo que se está hablando. Esto es, deformación de la retórica. * Sofisma: hablar con cierta aproximación a la verdad (verosimilitud). Es decir, hablar para persuadir al vulgo. Esto es, mal uso de la retórica. * Retórica filosófica: hablar rectamente en busca de la verdad. Es decir, persuadir a los especialistas sobre determinados temas, para que puedan distinguir lo verosímil de lo verdadero, en determinados ámbitos del saber humano. Esto es, el buen uso de la retórica. LA CONCEPCIÓN ARISTOTÉLICA DE LA RETÓRICA. Aristóteles inicia su obra “Retórica”3 constituida por tres libros, con una concepción muy particular y contundente sobre la retórica al separar entre “vieja y nueva retórica” en el primer libro. De este modo, diferencia a la retórica de la anterior concepción socrática con que la describía Platón. En el primer libro, pone énfasis en definir qué es la retórica, su método (entimemas), su finalidad (convencer a través de la persuasión), el esquema lógico de la retórica, los tres géneros de discursos (deliberativo, judicial y epídico) y posteriormente describe cada uno de ellos; comenzando por la deliberación, luego la oratoria epídica para concluir con el género judicial. En tanto que en el 2do. libro, Aristóteles pone énfasis en la persuasión como medio para convencer a través de la retórica. Es por ello que define y describe los elementos subjetivos antagónicos con que se puede persuadir, tales como: ira-calma, amor-odio, temor-confianza, vergüenzadesvergüeza, favor-necesidad, indignación-compasión, envidia y emulación. Si bien algunas de estas antinomias pueden ser refutadas -como por ejemplo amor-odio y favor-necesidad, entre otras- no viene al caso profundizar en esta instancia estos aspectos, en atención a la finalidad de esta monografía. Luego describe las cualidades de los destinatarios del mensaje (juventud, vejez y edad madura) y éstos con relación a la fortuna o buenaventuranza (nobleza, riqueza y poder, y buena suerte). Al finalizar este 2do. libro, Aristóteles se refiere a los tres géneros oratorios o discursos a los que hace referencia en su 1er. libro y sus componentes comunes (el ejemplo, las máximas y los entimemas), luego diferencia a los entimemas de los aparentes entimemas, para concluir con la refutación y su uso retórico. En el 3er. libro de la “Retórica”, Aristóteles se refiere sobre los modos apropiados para un buen uso de la expresión retórica, tales como: la claridad, la esterilidad, uso de imágenes, corrección, ritmo, construcción de frases, elegancia, análisis formal sobre la retórica y la expresión con relación a los géneros oratorios. En el capítulo II, se ocupa en describir las partes de un discurso: el exordio, las sospechas en las acusaciones, la narración, la demostración, el uso de la interrogación y el epílogo. Dado los límites determinados en los objetivos de esta monografía, y tan sólo para poner énfasis en el enfoque de Aristóteles desde su “Retórica”, se considera pertinente ahondar únicamente en la introducción de su obra, en aras a la brevedad de esta monografía. En esta introducción, Aristóteles -además de rescatar el valor de la retórica como modalidad para expresar las ideas y conceptos- refuta a su maestro Platón, que como lo hemos analizado en sus diálogos socráticos -tanto en Gorgias como en Fedro- menoscaba el valor de la retórica, asociándola a la adulación con que habitualmente actuaban los sofistas de su tiempo. Sin embargo, -y esto en mi opinión personal- en el fondo de su razonamiento dialéctico, seguramente Sócrates buscaba que Gorgias sepa diferenciar dos tipos de retórica, que me atrevo a llamarlas: la buena o la mala retórica, en función a su uso o finalidad. Retornando a Aristóteles, merece destacar algo que define con claridad al comienzo de su obra; y es sobre la necesidad de distinguir entre la “vieja” y “nueva” retórica, cuando se refiere que “La re- tórica es una antistrofa de la dialéctica ...” (1354.a). Es decir, sostiene que la antístrofa es como la dialéctica, un saber de orden formal-lógico que no se refiere a materia de ninguna ciencia determinada. Entre dialéctica y retórica, considera Aristóteles, que se dan identidad y oposición a la vez. Luego sostiene que “.... todos participan en alguna forma en ambas, puesto que, hasta un cierto límite, todos se esfuerzan en descubrir y sostener un argumento e, igualmente, en defenderse y acusar.” (1354.a). Considera a la retórica como un arte, donde una parte de este arte es la prueba por persuasión, uno de cuyos métodos son los “entimemas, que son el cuerpo de la persuasión” (1354.15). Recordemos que los otros componentes del género oratorio son el ejemplo y las máximas. Posteriormente, Aristóteles sostiene que los entimemas es “... el método propio del arte es el que refiere a las pruebas por persuasión y que la persuasión es una especie de demostración (puesto que nos persuadimos sobre todo cuando pensamos que algo está demostrado); como, por otra parte, la demostración retórica es el entinema ...” (1355.a). Luego diferencia entre el entimema como un silogismo, de todos los silogismos que trata la dialéctica; al igual que distinguir de los silogismos lógicos para reconocer lo verdadero, de lo verosímil. Antes de relacionar a la retórica con la dialéctica -para darle la identidad a cada una de ellasAristóteles refuta sutilmente a su maestro Platón. En contraposición a lo que Platón sostiene en Gorgias y Fedro, donde desdeña a la retórica como medio que usa el hombre, Aristóteles afirma “... ya que ésta es más específica del hombre que el uso del cuerpo” (1355.b), considerándola como uno de los bienes que usa el hombre, y “... puede llegar a ser de gran provecho, si es que los usa con justicia y causa mucho daño, si lo hace con injusticia” (1355.b.5) Distingue entre la retórica y la dialéctica, y que a similitud de la dialéctica “... su tarea no consiste en persuadir, sino en reconocer los medios de convicción más pertinentes para cada caso ...” (1355.b.10). Para mayor profundidad sobre esta temática sugiere remitirse a su obra “Tópicos” y define a la retórica como “la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para convencer” (1355.b.25), con lo cual se distingue significativamente de su maestro Platón, quien sostenía que el fin de la retórica era la adulación. Aunque ambos coinciden que la persuasión es el medio que utiliza la retórica para alcanzar estos fines de adular para Platón y de convencer para Aristóteles. En síntesis, Aristóteles rescata y valora la retórica, al igual que la dialéctica y la lógica, como modos de expresar ideas y convencer a sus destinatarios. LA CONCEPCIÓN DE PERELMAN SOBRE LA RETÓRICA. El filósofo contemporáneo Chaim Perelman en su libro “El Imperio Retórico. Retórica y argumentación”4 rescata y proyecta con renovada trascendencia la utilización de la retórica para sostener, demostrar y refutar ideas y conceptos. Desde el capítulo I, toma como punto de partida para sostener esta concepción de la retórica a Aristóteles, a quién lo considera como al padre de la lógica formal y de la argumentación. Dentro de esta última, y desde los razonamientos dialécticos, rescata la posición de Aristóteles con respecto a la retórica, por cuanto sostiene que los lógicos modernos no habían tenido en cuenta de su correspondiente importancia. Posteriormente, invita a reflexionar sobre las limitaciones de la lógica formal –tan promocionada en la modernidad- que se caracteriza por ser “puramente formal”. Luego toma como referencia al aporte de Petrus Ramus, quien no obstante su deficiente concepción a favor de la retórica, Perelman le reconoce y valora el aporte que realiza desde el “trivium” (artes del discurso) como: 1.- la gramática (arte del bien hablar); 2.- la dialéctica (arte del bien razonar) y 3.- la retórica (arte del bien decir). A su vez, Perelman recuerda que la “lógica moderna” desde mediados del siglo XIX, bajo la influencia de Kant, “identificó la lógica no con la dialéctica sino con la lógica formal, es decir, con los razonamientos analíticos de Aristoteles, y olvidó completamente los razonamientos dialécticos, considerados como extraños a la lógica” (pag.22). Sin embargo, dice Perelman “si es innegable que la lógica formal constituye una disciplina separada, que se presta como a las matemáticas a operaciones y al cálculo, también es innegable que nosotros razonamos aun cuando no calculamos –por ejemplo en el momento de la deliberación íntima o de una discusión pública- presentando argumentos en pro o en contra de una tesis, criticando o refutando una crítica. En todos estos casos no se demuestra, como en matemáticas, sino que se argumenta” (pag. 22/23). Cabe recordar que la argumentación se sostiene desde el razonamiento dialéctico de Aristóteles, y que es necesario incluirlo para completar la teoría de la demostración, a esta teoría de la argumentación, que se sostiene con la retórica. Y es aquí, donde Perelman comienza a incorporar el concepto de “nueva retórica”, en contraposición a aquella antigua retórica vigente en la modernidad donde se la desdeñaba por ignorancia de su complementariedad a los límites de la propia lógica formal, y que en la actualidad se pone en evidencia en muchos campos de disciplinas aplicadas. Para Perelman, esta concepción de nueva retórica queda reflejada taxativamente al asignarle su competencia, cuando textualmente expresa que “... concierne a los discursos dirigidos a toda clase de auditorios, trátese de una masa reunida en una plaza pública o de una reunión de especialistas, trátese de un discurso dirigido a un solo individuo o a toda la humanidad, incluso, ella (la retórica) examinará los argumentos que uno se dirige a sí mismo cuando delibera íntimamente.” (pag. 23) (Lo agregado entre paréntesis me pertenece). Luego reafirma que “la teoría de la argumentación –concebida como una nueva retórica o una nueva dialéctica- cubre todo el campo del discurso que busca persuadir o convencer, cualquiera sea el auditorio al cual se dirige y cualquiera sea la materia sobre la cual versa” (pag. 24). Posteriormente, Perelman reflexiona y justifica la decadencia de la retórica desde finales del siglo XVI, atribuyéndole “al ascenso del pensamiento burgués que ha generalizado el papel de la evidencia personal del protestantismo, de la evidencia racional del cartesianismo o de la evidencia sensible del empirismo” (pag.26); y luego agrega que “el desprecio a la retórica, el olvido de la teoría de la argumentación han conducido a la negación de la razón práctica” (pag. 26). En el capítulo II, Perelman comienza su exposición tratando de determinar la naturaleza y el alcance de la argumentación, que esquemática y analógicamente, me permito sintetizarla en el siguiente cuadro, en aras a su simplicidad y mejor comprensión, aun con todos los riesgos que todo esquema lleva implícito: Factores/ Variables Signos Sistemas formalizados Demostración Argumentación Desprovistos de ambigüedad. Lengua natural. Reglas previamente acordadas y aceptadas (axiomas, principios, etc.) para poder transmitir a un conjunto de personas que comparten signos y sus significados (auditorio). Rituales previamente acordados para poder transmitir deliberaciones personales y aun las más profundas de su ser íntimo, para luego ser transferida a un auditorio. © 2002 Copyright Campetella Oscar. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Tucumán. Readaptado de Perelman Chaim. “El imperio retórico. Retórica y argumentación. Editorial Civitas. Barcelona (España), 1988. Corresponde recordar que argüir (argumentar) del latín ãrguo, según Eustaquio Echauri Martinez5 significa “dar a conocer, demostrar, probar, delatar, convencer de error, acusar ...” es decir, poner en evidencia algo sobre determinado ámbito del quehacer del hombre. Y es a partir del capítulo II, cuando Perelman comienza a enunciar las ventajas que conlleva un buen uso de la retórica. Y este buen uso de la retórica –desde mi concepción personal del “administrar” como condición inherente, inexcusable e irrenunciable del hombre en este mundo- me posibilita compatibilizar sus afirmaciones con la misión que le cabe a todo administrador –desde los entes instituidos por el hombre para satisfacer sus necesidades, hasta su ineludible e indelegable decisión de administrar su propia existencia- en su corresponsabilidad por el don de la vida recibida. Perelman plantea a la argumentación –que apela a razonamientos dialécticos- como un método más apropiado para conciliar un conflicto que apelar al recurso de la fuerza para dirimir una controversia. Ya que a través de la argumentación, y mediante un apropiado discurso, se puede influir en un auditorio, modificar convicciones y disposiciones –muchas veces antagónicas entre personas- y mejorar la armonía en las comunicaciones intrapersonales, interpersonales, grupales e institucionales. ¿Acaso no le compete al administrador dirimir y conciliar conflictos como una instancia y modalidad de crecimiento humano y desarrollo institucional? Siguiendo el razonamiento de Perelman, en determinados momentos o en determinados ámbitos, “el tratamiento de determinados temas no merecen discusión por su complejidad o su obviedad; en otras circunstancias no pueden ser discutidos o tratados porque pueden se bochornosas sus derivaciones” (pag. 32). Me permito afirmar que esto responde a un principio de prudencia de quién administra y conduce un debate, en determinado seno ontológico del quehacer del hombre, que varía en momentos y situaciones dentro del mismo ente. Luego Perelman sostiene que la argumentación que se sustenta en el discurso, no queda en “la adhesión puramente intelectual: ella busca muy a menudo, incitar a la acción, o, por lo menos, crear una disposición a la acción”.(Pag. 32) Para reafirmar esta posición apela a San Agustín, capítulo 13, Libro IV “Sobre la doctrina cristiana” y transcribe: “Si las verdades enseñadas son tales que basta creerlas o conocerlas, dar su asentimiento no implica otra cosa que el reconocimiento de su verdad. Pero si la verdad enseñada debe ser aplicada en la práctica y así es enseñada para esta práctica, no sirve de nada estar persuadido de la verdad de lo que se ha dicho, no sirve de nada encontrar placer en la manera como ha sido dicho, si ella no se aprende con el fin de ser practicada. El sacerdote elocuente, cuando presenta una verdad práctica, no debe enseñar sólo para instruir y agradar de manera que se pueda mantener la atención, sino que debe lograr también la adhesión del espíritu, de manera que pueda somertelo a la voluntad.”(Pag. 32/33) ¿Acaso un administrador, convencido de la noble finalidad de su existencia o del ente que administra, no debería actuar de esta manera? Perelman concluye este aspecto de la argumentación y el discurso, ejemplificando a San Agustín al sostener que “dirigiéndose a los fieles para que cesen sus guerras intestinas, San Agustín no se contenta con sus aplausos: ha hablado para que ellos derramen lágrimas y testimonien con esto que estaban dispuestos a cambiar de actitud” (pag. 33). ¿Acaso el administrador, a través de la reflexión personal y compartida con su entorno grupal, no debería estimular al cambio de actitud de quienes conduce, para que se manifiesten en conductas en pro de la promoción humana? Asimismo, Perelman sostiene que “quien argumenta no se dirige a lo que se considera facultades tales como la razón, las emociones, la voluntad; el orador se dirige al hombre completo, pero, según los casos, la argumentación buscará efectos diferentes y utilizará cada vez métodos apropiados, tanto para el objeto de un discurso, como para el tipo de auditorio sobre el cual quiere actuar.” (Pag. 33) ¿Acaso un administrador no debería apelar a su personal reflexión íntima y posteriormente compartirla explícitamente con las personas del entorno que conduce, dirigiéndose a la integridad del ser humano? Por otra parte, Perelman recalca sobre la necesidad de distinguir al auditorio directo o indirecto del discurso y la argumentación. Cita como ejemplo demostrativo, la inscripción en un café que decía “Perrito, no subas sobre el asiento”, lo cual no implicaba que los perros admitidos en el café sabían leer y comprender el castellano. Con esto pretende significar que la apropiada teoría de la argumentación, requiere de un discurso orientado al “conjunto de aquellos sobre los cuales el orador quiere influir con su argumentación”. Es decir, este conjunto es muy variable, que va desde la deliberación íntima del orador hasta la humanidad entera, que se puede considerar un auditorio universal, pasando directa o indirectamente por una variedad de auditorios particulares. Merece aquí señalar la referencia hacia Chaignet (La rhétorique et son historie), quien distingue entre persuadir y convencer: persuadir es obra de otro, en tanto que convencer se comienza por sí mismo. Es decir, no puedo convencer si antes no estoy convencido. Ampliando esta primer distinción entre persuadir y convencer, Perelman al finalizar este Capítulo II traza un parangón para diferenciar dos tipos de discursos con que se puede apelar a través de la retórica: discurso persuasivo y discurso convincente. Con las limitaciones y riesgos que todo cuadro sinóptico encierra, en pro de la simplicidad y claridad de su interpretación, me permito por analogía describir ambos discursos en el siguiente esquema: Discursos Aspectos Persuasivo Componentes a que se apela. • • Imaginación Sentimientos Convincente • Llamado a la razón (análisis) en la conjunción y armonía. Supuesto sobre el perfil de los Autómatas. destinatarios. Autónomos. Amplitud del auditorio. Universal Particular Premisas y argumentos con Específicos/Delimitados/ Compar- Universales que se apelan o se sustenta el tidos previamente. discurso. Propósitos del discurso. Predisponer a la acción. Reflexionar desde la propia intimidad de conciencia. © 2002. Copyright. Campetella Oscar. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Tucumán. Readaptado de Perelman Chaim. El Imperio de la retórica. Editorial Civitas. Barcelona (España), 1988. En esta personal comparación esquemática de los discursos persuasivos y convincentes, inspirada desde la concepción de Chaim Perelman, considero más apropiado utilizar el discurso convincente, por cuanto se respeta la inviolable libertad de pensar de cada hombre en particular. Además, quien emite o esboza una idea deja de ser esclavo de esta idea, ya que lo plantea desde lo universable, y quienes la rescatan necesitan apelar a su propia razón para reelaborar, rechazarla o hacerla propia, con lo cual se desarticula el posible vínculo de dependencia entre emisor y receptor de un discurso. Considero que somos auténticamente libres, cuando somos libres de nuestras propias ideas, tanto en el pensar, razonar y sentir, desde la diversidad y armonía entre seres humanos con suficiente madurez y equilibrada prudencia. Se podrá apelar al discurso persuasivo, excepcionalmente, y en aquellas situaciones específicas que contribuyan al bien supremo del hombre, en pro de una armónica convivencia social. Desde la perspectiva de nuestro “administrar humano” cabría reflexionar ¿Estamos predispuestos a recurrir al discurso convincente en nuestras habituales actividades del quehacer humano en los entes y comunidades donde frecuentemente participamos? En el capítulo III de esta obra de Chaim Perelman que denomina “Las premisas de la argumentación”, pone de relieve la importancia de la verdad, su íntima relación con los valores y su implicancia en una sólida argumentación, tanto para sostener como para refutar verdades. Para ello es necesario incursionar y profundizar con seriedad científica en la teoría de los valores, tanto particulares como universales, concretos como abstractos, sus jerarquías e implicancia en actitudes y conductas del hombre, cuyos análisis y conclusiones requieren de una apropiada labor científica. Sin embargo, el enfoque de Chaim Perelman en este tema es sumamente importante como punto de partida para una renovada perspectiva epistemológica, tanto para refutar distintas clasificaciones de ciencias actualmente vigentes, como para insertar al administrar del hombre en esta nueva concepción epistemológica. Como este eje de investigación constituirá el trabajo de tesis doctoral, es motivo suficiente como para que el tema quede abierto para retomarlo en esa oportunidad, y darle la correspondiente profundidad científica. A MODO DE PRIMERA CONCLUSIÓN. Luego de analizar a la retórica desde las distintas concepciones de Platón, Aristóteles y Perelman, recién a partir de este último autor fui planteando algunos interrogantes, que invitaban a reflexionar sobre la implicancia de la retórica en el administrar del hombre. Como sostenía en mi trabajo “La Administración ¿Qué necesitamos? 6, todo hombre –aun aquel más carenciado material y naturalmente- administra (consciente o inconscientemente) “algo”; aunque sea tan solo su trascendente existencia humana. Existencia humana que comparte, directa o indirectamente, con sus semejantes en las múltiples y variadas modalidades ontológicas, antropológicas y culturales de convivencia humana. Desde esta perspectiva, quienes asumimos conscientemente la irrecusable e inexcusable condición de administrar nuestra existencia humana, entes formal o informalmente instituidos, y con distintas finalidades, utilizamos la retórica como método para interactuar con nuestro entorno circundante. Quizás cabe aquí la afirmación de José Ortega y Gasset7 cuando sostiene que “vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo. Ni un solo instante se deja descansar a nuestra actividad de decisión. Inclusive cuando desesperados nos abandonamos a lo que quiera venir, hemos decidido no decidir. Es, pues, falso decir que en la vida “deciden las circunstancias”. Al contrario, las circunstancias son el dilema, siempre nuevo, ante el cual tenemos que decidirnos.” De allí que no se pueden soslayar los valores que cultivamos y su influencia en la finalidad, que nos da identidad de “ser” distinto, único e irrepetible, tanto en lo personal como parte de un ente – formal o informalmente instituido- donde asumimos un determinado rol. Y asumir un rol con autenticidad es ejercer un liderazgo. Autoridad, poder y liderazgo son tres conceptos íntimamente interrelacionados que enuncio, identifico y describo en el artículo “Poder, autoridad y liderazgo en la gestión pública y privada”8, con lo cual me exime de extenderme conceptualmente en este trabajo. Esta particular visión de liderazgo está estrechamente vinculada con la modalidad en utilizar la retórica, cuando cada uno ejercemos nuestros propios liderazgos en los distintos ambientes que frecuentamos. Con el propósito de abreviar esta monografía, y ampliando el concepto de la conducción por valores a que hago referencia en el artículo “La Administración por valores. Un desafío del próximo siglo.”9, deberíamos asumir que somos líderes (leadere: del inglés conductores) reconocidos o institui- dos -formal o informalmente- en cualquier ente o –de última- director natural de mis propios tiempos y talentos. Es por ello que estamos impelidos como seres humanos a usar la retórica en sus diversas modalidades y con distintas finalidades, según el dictado de la concepción ética de nuestras propias conciencias. (∗) © 2002. Campetella Oscar. Trabajo monográfico correspondiente al curso “Filosofía del Lenguaje y Teoría de la Argumentación, a cargo del Dr. Roberto Rojo. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Tucumán. Argentina. (•) Director instituto Ciencias de la Administración. Facultad de Ciencias Económicas. UNNE REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS. 1 Platón. Gorgias. Editorial EUDEBA. Buenos Aires, 1967. Platón. Fedro. Editorial Orbis S.A. Buenos Aires (Argentina, 1983. 3 Aristóteles. Retórica. Editorial Gredos S.A.. Madrid (España), 1994. 4 Perelman Chaim. El imperio retórico. Retórica y argumentación. Editorial Civitas Barcelona (España), 1988. 5 Echauri Martinez Eustaquio.Diccionario Básico Latino-español. Bibliograf S.A.. Barcelona, (España), 1996. 6 Campetella Oscar. La administración ¿Qué necesitamos?. Ponencia expuesta en 2do. Encuentro Iberoamericano de Investigadores en España realizado del 25 al 28 de febrero de 1998, en La Universidad Complutense de Madrid (España). Dirección de Impresiones de Facultad de Ciencias Económicas. UNNE. Resistencia (Chaco) Argentina. 7 Ortega y Gasset José. La rebelión de las masas. Editorial Orbis S.A. Buenos Aires, Argentina, 1983 8 Campetella Oscar. Poder, autoridad y liderazgo en la gestión pública y privada. Suplemento economía y Negocios. Diario Norte. Resistencia (Chaco) Argentina, 24 febrero de 2000. 9 Campetella Oscar. La administración por valores. Un desafío del próximo siglo. Suplemento Economía y Negocios. Diario Norte. Resistencia (Chaco) Argentina, 31 de agosto de 1998. 2