“Deus humanissimus” Todo el mundo tiene un dios, en el sentido de que para todo el mundo hay algo que ocupa en su vida el primer lugar: el dinero, el poder, el prestigio, la propia persona, la carrera, el amor, etc. Tiene que haber algo en la vida que actúe como fuente de sentido y de energía, algo a lo que considerar, al menos implícitamente, como la fuerza suprema de la propia vida. Si piensas que la prioridad de tu vida la constituye una persona trascendente, entonces tendrás un Dios con mayúscula. Si, por el contrario, consideras que tu valor supremo lo constituye una causa, un ideal o una ideología, tendrás un dios con minúscula. Pero, en uno u otro caso, tendrás algo que para ti es divino. Creer que Jesús es divino significa tener por Dios a él y lo que él representa. Negar su divinidad significa tener otro dios o Dios, relegando a Jesús y lo que él representa a un segundo lugar en la escala de valores. La imagen tradicional de Dios se ha hecho tan difícil de comprender y de reconciliar con los hechos históricos de la vida de Jesús, que para muchas personas ya no resulta posible identificar a Jesús con ese Dios. Para muchos jóvenes, Jesús está hoy mucho más vivo, pero el Dios tradicional ha muerto. Con sus palabras y sus obras, el propio Jesús transformó el contenido de la palabra 'Dios'. Si no le permitimos al mismo tiempo transformar nuestra imagen de Dios, no estaremos en condiciones de afirmar que él es nuestro Señor y nuestro Dios. Escogerle a él como nuestro Dios significa hacer de él nuestra fuente de información sobre la divinidad y renunciar a superponer a su persona nuestras propias ideas acerca de dicha divinidad. Aceptar a Jesús como nuestro Dios es aceptar como Dios nuestro a aquél a quien Jesús llamaba Padre. Este poder supremo, este poder del bien, la verdad y el amor, más fuerte que cualquier otro poder en el mundo, podemos ahora verlo y reconocerlo en Jesús, tanto en lo que el propio Jesús dijo sobre el Padre como en lo que él mismo fue, en la propia estructura de su vida personal y en la fuerza todopoderosa de sus convicciones. Hemos visto cómo fue Jesús. Si deseamos ahora tratarle como a nuestro Dios, habremos de concluir que nuestro Dios no desea ser servido por nosotros, sino servirnos él a nosotros; no desea que se le otorgue en nuestra sociedad el más alto rango y la más elevada posición posibles, sino que desea asumir el último lugar y carecer de rango y de posición: no desea ser temido y obedecido, sino ser reconocido en el sufrimiento de los pobres y los débiles; su actitud no es la de la suma indiferencia y distanciamiento, sino la de un compromiso irrevocable con la liberación de la humanidad, porque él mismo eligió identificarse con todos los hombres en un espíritu de solidaridad y compasión. Si ésta no es una imagen veraz de Dios, entonces Jesús no es divino. Pero si resulta ser una imagen veraz, entonces Dios es más verdaderamente humano, más perfectamente humano que cualquier hombre Es lo que Schillebeeckx ha llamado un Deus humanissimus, un Dios soberanamente humano. Padre Pacho [email protected]