LEANDRO GOMEZ Nació en Montevideo el 13 de abril de 1811. Era el décimo hijo del gallego Roque Gómez y de la montevideana María Rita Calvo. Fue comerciante en su juventud. Cuando en 1837 Fructuoso Rivera se levanta contra el presidente constitucional Manuel Oribe, Leandro Gómez se incorpora a las milicias gubernamentales con el grado de capitán de infantería. Tras la renuncia forzada de Oribe, pasó a la Argentina y luchó bajo las órdenes del presidente depuesto en la campaña contra Juan Lavalle (fase argentina de lo que en Uruguay llamamos “la Guerra Grande”). En la Batalla de Arroyo Grande (1842) actuó como ayudante de campo del general Oribe. En 1843 Oribe volvió a Uruguay y se estableció en el Cerrito, desde donde gobernó todo el país excepto Montevideo. Leandro Gómez fue designado Oficial Ayudante y ocupó cargos en el ejército sitiador hasta el final de la guerra. Entre otras cosas, estuvo al mando de la Aduana ubicada en el Puerto del Buceo. Terminada la Guerra Grande, Leandro Gómez se desvinculó del Ejército y se dedicó a la actividad privada. Pero en 1858 se reincorporó con el grado de sargento mayor. Al año siguiente era teniente coronel y en 1860 coronel de milicias. En 1861 fue designado Oficial Mayor del Ministerio de Guerra y Marina. En paralelo con su actividad militar y privada, Leandro Gómez fue el primer reivindicador público de la figura de Artigas y el iniciador de los estudios históricos sobre su figura. En tiempos en que la “leyenda negra” era presentada como indiscutible por las élites montevideanas y porteñas, hizo sentir con fuerza su voz disidente. También compró con su propio dinero, y donó al Estado uruguayo, la espada que la Provincia de Córdoba le había regalado a Artigas en su condición de Protector de los Pueblos Libres. Independientemente de sus opiniones y fidelidades políticas, Leandro Gómez fue siempre un ciudadano volcado a la práctica de la solidaridad social. En el año 1857 participó en primera línea de las acciones organizadas por la masonería para enfrentar la epidemia de fiebre amarilla que asoló Montevideo entre marzo y mayo de ese año. Participó de tareas de alto riesgo sanitario, como el traslado de enfermos y el cuidado de indigentes. Ocupaba el cargo de Comandante Militar de Paysandú cuando Venancio Flores lanzó el ataque contra la ciudad. Gómez era consciente de la importancia de esa plaza como sostén del gobierno encabezado por Atanasio Aguirre. Una base de operaciones en el norte del país no sólo era necesaria para disputar el control territorial, sino también para articular con los auxilios que se esperaban desde el exterior, ya se tratase de tropas paraguayas o entrerrianas. Por eso, cuando Venancio Flores lo intimó a rendirse bajo amenaza de pasarlo por las armas (como ya había hecho con los defensores de Florida) la breve respuesta de Leandro Gómez fue: “Cuando sucumba”. Pero los auxilios que se esperaban nunca llegaron. El argentino Juan Saá (Lanza Seca) fue frenado por el caudillo colorado Máximo Pérez antes de que pudiera cruzar el Río Negro. Justo José de Urquiza, a esa altura más preocupado por el cuidado de su fortuna personal que por la política regional, prefirió no intervenir y hacer negocios con los brasileros. Solano López y el Paraguay se decidieron cuando ya era tarde. Bloqueada por vía fluvial y atacada por un ejército que llegó a contar con 15.000 hombres (Venancio Flores, Souza Netto y José Luis Mena Barreto), la defensa opuso 1.086 combatientes a las órdenes de los coroneles Leandro Gómez y Lucas Píriz. Pese a la norme diferencia de fuerzas, la defensa de Paysandú, que no contaba con murallas, duró un mes. El Barón de Tamandaré no pudo cumplir su promesa de recibir el año nuevo con la bandera del imperio ondeando sobre las ruinas de Paysandú. El 2 de enero de 1865, en medio de la confusión que generó la negociación de una tregua, los brasileños entraron a la ciudad abrazando a los defensores y gritando que se había acordado la paz. Cuando Leandro Gómez y su Estado Mayor intentaron reaccionar, estaban rodeados y fueron tomados prisioneros. Los oficiales imperiales trataron con sumo respeto a los defensores y le ofrecieron a Leandro Gómez las máximas garantías. Pero él dijo que prefería ser prisionero de sus compatriotas y aceptó entregarse a los colorados. Horas después, y por orden del general Gregorio Suárez (mano derecha de Venancio Flores en el conflicto), Leandro Gómez fue fusilado junto a los comandantes Juan María Braga, Eduviges Acuña y Federico Fernández. Las últimas palabras de Leandro Gómez fueron: “¡Mis hijos queridos, adiós!”. La caída de Paysandú abrió la puerta a la Guerra del Paraguay, de la que participaron tropas uruguayas como parte de los compromisos asumidos por Flores con los gobiernos de Brasil y Argentina.