Hoy otro hoy con jugo de mandarina Escrito por ga=Guillermo-Samperio Este día miraba de todo, bigotes, cabelleras con mechones rojos o azules, piernas cojeando o caminando normal, pero con pantalones o sin ellos, narices, manos; collares, pulseras, tobillos, hombros, maneras de caminar, delineado de ojos, aretes, caderas, forma de los labios, pelos parados, un anciano con suéter guango, tonalidades de los zapatos, dimensión de las frentes y los mentones, hoy otro hoy, como un paraíso diseminado en su gente, sin importar el tipo de camisa ni de los bolsos ni las mochilas enormes de los jóvenes, breves camellos citadinos. Una vez plagado de tantas y tan únicas formas de otredad, fue cuando le vino en su interior la voz que le dijo «hoy otro hoy» y él pensó que hoy era nada más hoy, sin apellidos, sin números, sin orientación de brújula alguna, «hoy otro hoy», y se dio cuenta de que empezaba a atrapar, a retener paraísos en las calles. No sólo uno, sino un paraíso transpuesto a otro y luego a otro, multitud de palmeras y dromedarios y flores diminutas y jirafas y cachorros de leones junto a los perros sin raza. Varias cuadras adelante, ya extasiado, supo que había salido a la cacería de paraísos en la arena que se expandía hasta el pie de los volcanes, sentía que tocaba el aliento de las rocas marinas, los peces espada saltaban en curvas ovoidales a unos tres metros de altura. Entre el aroma yodatado de la brisa supo que bebía la caída de las olas, «hoy otro hoy», atrapando paraísos en los ojos de los otros y dentro de cada paraíso de cada mirada paraísos ignotos de vegetación que había crecido sola y con perfiles increados, inmensos, en trasfondos de distante lejanía. Esto le estaba sucediendo a g.s., quien en los cafés aseveraba que el infierno ya estaba aquí, que el homo sapiens andaba errante, extraviado, que los anticristos, los súcubos, las ánimas turbias saldrían del drenaje profundo, que de las nubes panzudas y melancólicas se desplomaría una granizada de ángeles entristecidos. Pero ahora iba, sobre sus zapatos negros de nariz ancha, atrapando paraísos en la calle, «hoy otro hoy», tigrillos, guacamayas, helechos de hojas enormes, jazmines, azucenas, hiedras subidas unas en otras, lirios de toscos rojizos como explosiones de vitalidad. Los veleros a todo viento en popa, cangrejos danzando, los salmones corales saltando sobre sus hombros, los chimpancés de un árbol al otro, ojos de agua con rostros de doncellas, una parvada de gansos en forma de banderín aleteando bajo nubes azulencas, nutrias y lobos marítimos conversando en su lengua de océano, una pareja de castores repegándosele a los pantalones de g.s., ahuehuetes de troncos milenarios, con ramas vivas y desmayadas de tantas castañas, brisa de flores aromáticas y amarillas, amapolas y geranios, las serpientes que transitan por las 1/2 Hoy otro hoy con jugo de mandarina Escrito por ga=Guillermo-Samperio avenidas mientras los pájaros carpinteros tocan ritmo de batucada con sus picos sobre los postes de madera, «hoy otro hoy», paraísos en la arena, de mares, donde pasa una familia de elefantes delante de g . s. , del más grande al más pequeño. De pronto se da cuenta de que el más-más grande se ha atrasado y viene caminado perronas, pero a su manera rápidamente; en eso descubre a g . s . y detiene su lerda urgencia y mueve las orejas como diciendo cuál es la prisa; se arrodilla frente al hombre. Alarga su trompa, lo toma de la cintura y se lo coloca sobre el lomo, g . s . sabe que montarse en el paquidermo es seguir en el viaje del paraíso, «hoy otro hoy». Se alejan poco a poco hacia el horizonte, se atraviesa un orangután, pero siguen hacia delante, su tamaño va disminuyendo en la amplia explanada de arena caucásica, siguen alejándose hasta que van disminuyendo al tamaño de una moneda oscura y cobran la dimensión pequeña de una pupila de un ojo de tonos verdes, se nota la nariz recta y afilada de una doncella, el otro ojo verde, su rostro ovoidal, su cabello rojizo, un paraíso en su mirada, «hoy otro hoy», y ella observa cómo g . s . se ha hecho una sola entidad con el animal distante y se han convertido en un puntito del tamaño de la cabeza de un alfiler, allá, hasta el mero fondo, donde un grupo de palmeras explotan con hojas largas de jade en un atardecer naranja, como si una mandarina hubiera esparcido su jugo en el cielo que se levanta sobre el horizonte, muy lejos, en otro paraíso, donde comienza el río Nilo y a sus orillas los juncos silban una melodía gozosa y amigable. 2/2