tema 6: bilingüismo y diglosia

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LENGUA
1º DE BACHILLERATO
Francisca Sánchez Glez.
TEMA 6: BILINGÜISMO Y DIGLOSIA
1. INTRODUCCIÓN: EL RANGO DE LAS VARIEDADES LINGÜÍSTICAS.
LENGUAS, DIALECTOS Y HABLAS.
2. BILINGÜISMO Y DIGLOSIA
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LENGUA
1º DE BACHILLERATO
Francisca Sánchez Glez.
BILINGÜISMO Y DIGLOSIA
1. INTRODUCCIÓN: EL RANGO DE LAS VARIEDADES LINGÜÍSTICAS. LENGUAS,
DIALECTOS Y HABLAS.
Uno de esos problemas sociales (con ramificaciones políticas en algún caso) es el de la
denominación de la propia variedad lingüística. No faltan las polémicas sobre si determinada
variedad ha de ser considerada como un dialecto de otra o como una lengua diferente: ejemplos
claros pueden ser el del valenciano –dialecto del catalán según los llamados “catalanistas”, y de
lengua diferente para los “anticatalanistas”- y el del bable, para el que muchos asturianos
reivindican el rango de lengua, superior (según consideran) al de dialecto.
Es éste un problema social e ideológico, más que lingüístico, que nace de la ambigüedad de los
términos lengua, dialecto y habla en el uso común.
El Diccionario de la Real Academia Española da, entre otras acepciones, estas dos definiciones
de lengua:
1. Sistema de comunicación y expresión verbal propio de un pueblo o nación, o común a
varios. 2. Sistemas lingüístico que se caracteriza por estar plenamente definido, por poseer un alto
grado de nivelación, por ser vehículo de una cultura diferenciada y, en ocasiones, por haberse
impuesto a otros sistemas lingüísticos.
La acepción primera remite al concepto de lengua nacional, poco útil científicamente, que
supone la identificación, extendida desde el Romanticismo, entre una determinada nacionalidad (o
pueblo) y una lengua que constituye su principal seña de identidad. Sin duda, en esta acepción es en
la que se piensa cuando se debate sobre el carácter de lengua de la propia variedad lingüística: la
reivindicación de tal denominación se asocia con la defensa de la propia identidad y, en cierta
medida, de su dignidad como pueblo. La acepción segunda, mucho más precisa y objetiva que la
anterior, es la que permite distinguir desde el punto de vista sociolingüístico entre lengua y
dialecto, concepto del cual también da el diccionario varias definiciones:
1. Cualquier lengua en cuanto se la considera con relación al grupo de las varias derivadas de
un tronco común. 2. Sistema lingüístico derivado de otro; normalmente con una concreta limitación
geográfica pero sin diferenciación suficiente frente a otros de origen común. 3. Estructura
lingüística, simultánea a otra, que no alcanza la categoría de lengua.
Según las dos primeras definiciones del diccionario, toda lengua es un dialecto, en el sentido de
que procede genéticamente de otra anterior, a la que se denomina lengua madre, a partir de la cual
ha evolucionado. Ej. Dialectos del latín son el italiano, francés, castellano, rumano, catalán, gallego.
Desde otro punto de vista, el andaluz, extremeño, murciano y canario son dialectos del
castellano.
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Para que un dialecto sea considerado lengua debe tener un grado suficiente de diferenciación
lingüística con respecto a las variedades con las que está relacionada (la lengua madre), poseer un
alto grado de nivelación –es decir, estar normalizada por encima de las variantes usadas por
distintos grupos de hablantes-, y haberse convertido en vehículo de una cultura que estos hablantes
puedan considerar como común y propia. Así el castellano fue, en sus orígenes, no una lengua, sino
un conjunto de hablas aisladas y poco extendidas; de igual forma, un dialecto, o incluso un conjunto
de hablas diferenciadas puede consolidarse como lengua cuando goza de una implantación, de
prestigio, de tradición y, especialmente, de una norma socialmente aceptada por la comunidad.
Queda por definir el concepto de habla desde el punto de vista de la dialectología. Para la Real
Academia Española, un habla es un sistema lingüístico de una comarca, localidad o colectividad,
con rasgos propios dentro de otro sistema más extenso. Se trata en este caso de variedades
restringidas que pueden proceder de la fragmentación de un dialecto, que suelen tener menor
cohesión y que, normalmente, abarcan una extensión limitada: un valle más o menos aislado, una
zona montañosa, etc. Una situación de secular aislamiento con respecto al centro lingüístico es un
factor importante en la diferenciación y conservación de un habla local.
2. BILINGÜISMO Y DIGLOSIA
Decir que España es un país plurilingüe implica que en algunas regiones se habla más de una
lengua. Es lo que se conoce con el nombre de BILINGÜISMO, que consiste en el empleo de dos
lenguas por parte de un hablante o de una comunidad. En general, se suelen distinguir varios tipos
de bilingüismo:
Bilingüismo individual: cuando afecta a hablantes aislados.
Bilingüismo social: cuando se extiende a toda una comunidad o a una parte importante de ella.
Bilingüismo natural: si ambas lenguas han sido adquiridas por el hablante desde la infancia
Bilingüismo adaptado: si la segunda lengua se conoce por aprendizaje posterior.
Bilingüismo activo: si implica la capacidad de entender y usar ambas lenguas.
Bilingüismo pasivo: si se es capaz de entender la segunda lengua pero no de hablarla.
En cualquiera de los casos, se dice que ambas son lenguas en contacto, pues son empleadas
alternativamente por las mismas personas, y este contacto implica a menudo interferencias de
distinto tipo entre los dos sistemas lingüísticos. La coincidencia de dos lenguas en una misma
comunidad provoca que haya transferencias de la una a la otra, tanto de carácter individual como
social. Entendemos por transferencia la incorporación a una lengua de elementos o estructuras
propias de otra.
Desde el punto de vista histórico, este concepto es importante para explicar muchos problemas
relacionados con la evolución de las lenguas. En él se basa la llamada teoría de los estratos
lingüísticos: cuando en un mismo territorio coinciden durante cierto tiempo dos lenguas, una
autóctona y otra impuesta, se producen transferencias entre ellas que dan lugar a alteraciones en sus
respectivos sistemas; una de las dos puede llegar a desaparecer con el tiempo, desplazada por la
otra, pero en cualquier caso quedarán en la lengua que se acabe imponiendo rasgos, elementos o
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estructuras que proceden de la desaparecida. Se denomina sustrato al conjunto de rasgos de la
lengua autóctona que quedan en la invasora, y superestrato a los que una lengua invasora deja,
antes de desaparecer, en la autóctona. Por otra parte, se denomina adstrato a los restos que se
transfieren entre dos lenguas vecinas. En castellano, podremos distinguir con claridad entre
elementos del sustrato prerromano (las lenguas que se hablaban en la Península antes de la
romanización) y de los superestratos germánico y árabe, así como transferencias adstráticas del
francés, el catalán, el portugués, etc.
Lo más característico del bilingüismo en España es que, en las zonas en las que se produce
(Cataluña, Baleares, Valencia, País Vasco y Galicia), ha dado lugar durante siglos a una situación
de diglosia que en las últimas décadas se intenta corregir. Se entiende por DIGLOSIA el
desequilibrio entre las variedades lingüísticas habladas en una comunidad bilingüe: una de ellas (el
castellano, en este caso) se constituye en lengua dominante o variedad alta, mientras que la otra (la
lengua vernácula, es decir, el catalán, el vasco y el gallego) queda en una posición secundaria y
marginada, como variedad baja. Para abreviar, suele utilizarse lengua A y lengua B para referirse a
cada una de ellas. En general, el desequilibrio entre ambas lenguas se manifiesta en las zonas de
diglosia de diferentes formas:
- La lengua A es la usada en las situaciones comunicativas formales (comunicación
oficial, actos públicos, enseñanza, leyes y actos jurídicos, literatura culta, etc.), cuenta con
una norma fija que regula su uso, se adquiere en la escuela, tiene una tradición literaria
escrita y, en general, goza de mayor estabilidad y prestigio.
- La lengua B es usada, en cambio, en situaciones de informalidad como lengua de la
comunicación familiar y coloquial, se adquiere en la familia pero no se completa con el
estudio en la escuela, en la que no se le suele dar cabida, y por ello mismo habitualmente
carece de un modelo definido de uso.
Esta situación de completo desequilibrio es la que caracterizó, por determinados factores
históricos, sociales y políticos a los que luego haremos referencia, la situación de las lenguas de
España hasta hace no demasiado tiempo. Para corregirlo se pusieron en marcha (ya desde el siglo
pasado en Cataluña, mucho más recientemente en Galicia y el País Vasco) procesos de
normativización, con el fin de dotar la lengua vernácula de una norma estable que constituyera un
modelo de uso para los hablantes y diera unidad a sus diferentes variedades, y procesos de
normalización lingüística, es decir, acciones que, emprendidas desde diferentes ámbitos, tenían
por objeto que la lengua vernácula extendiera su uso a las situaciones de formalidad, a la actividad
pública, al ámbito escolar y universitario y a la creación literaria, todo ello en condiciones de
igualdad con el castellano. Estos procesos corren a distintas velocidades en cada una de las zonas, lo
que depende, sobre todo, de la diferente situación de partida: en el País Vasco, el euskera estaba ya
marginado a las zonas rurales, por lo que el proceso de normalización es más lento; el catalán, en
cambio, tenía una sólida implantación incluso entre la burguesía urbana y por eso su normalización
ha sido más rápida y profunda.
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