23 MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA O EL PRÓLOGO DEL Myth, catastrophe, TIMEO, DE PLATÓN writing or the prologue of Plato's Timaeus ALVARO GARCÍA Abstract The present paper proposes a restatement of the apparently obviuos relation between writing and reminiscence, grounded basically on two passages of the Timaeus and the Republic. Accordingly there is a query into the relations between myth and logos, in an attempt to establish the public function of both in view of their character, whether oral or written, which would determinate the fundamental tone of a tradition which reiterates its own identity. Resumen El presente trabajo propone una recomprensión de la aparentemente obvia relación entre la escritura y el recuerdo, fundamentalmente al hilo de dos pasajes del Timeo y de La República. Para ello se indaga en las relaciones entre mito y logos, intentando establecer la función pública de uno y otro, en razón de cuál sea su carácter, oral o escrito, lo cual determinaría el tono fundamental de una tradición que reitera su propia identidad. El mito que habla de Theuth como inventor de la escritura y del juicio de Thamus sobre el invento, se abre con una referencia a la tradición oral, akoé, al decir que circula de boca en boca, que se oye y se hace repetir: "Tengo que contarte algo que oí (akoén) de los antiguos (ton protéron), aunque su verdad (alethès) sólo ellos la saben" (Fedro, 274c). El cuento que ha llegado hasta los oídos de Sócrates viene de antiguo, proviene de los primeros. El cuento, lo que se dice, Sócrates lo sabe de oídas. Saber de oídas es esencialmente distinto al saber de los primeros, que es más bien visual. Los primeros supieron la verdad porque la vieron, vieron la verdad de lo dicho por haber sido sus testigos. Del real encuentro de Theuth con Thamus no hay, pues, más que testimonio, de ese aconteci- 24 ALVARO GARCÍA miento no hay más que el eco continuamente reenviado de sus herederos. Toda herencia tiene sin duda un origen, un padre que la lega, pero ella, en sí misma, no es originaria; a ella se la continúa, se la incrementa o se la pierde y, para salvarla de la deformación o, en el límite, de la extinción, se la guarda en la memoria y se la hace repetir. Un cuento es lo-siempre-ya-comenzado y representa el origen sin origen del lenguaje, la incesante oralidad jamás inaugurada. El mito, entonces, que comienza en el relato, se comienza a sí mismo, incesantemente. Como dice Gadamer, "el mito es lo conocido, es la noticia que se esparce sin que sea necesario ni determinar su origen ni confirmarla", "se realiza como leyenda oral y como seguir diciendo lo que dice la leyenda oral" . O, como lo dice Cario Ginzburg: "El mito es, por definición, un relato que ya ha sido relatado, un relato que ya se conoce" . Por eso, Platón debe renunciar a la "verdad" (alétheia) del mito y ocuparse, en su defecto, "de las opiniones humanas" (ton anthropínon doxasmáton), instalándose así en el mundo de la dóxa que es ese mundo no inicial en el que todo es ya palabra. Este atenimiento al dominio de la opinión es, ciertamente, en Platón, el reconocimiento de una claudicación, de un ausentamiento del filósofo a su tarea y deber, porque el parecer de la gente y sus opiniones constituyen solamente "lo verosímil" (tò eikós) (273b), no la verdad; el reconocimiento de una claudicación, empero, que no tiene la forma del abandono de, de la pérdida del interés por, de la renuncia a la verdad. La retórica de un Gorgias, de sus maestros Córax y Tisias, de sus discípulos Polo y Licimnio, la retórica de todos ellos, más preocupada por la persuasión del auditorio y así despreocupada de la verdad, representa para Platón esa posición de abandono, de renuncia, de desinterés. La decisión de atenerse a lo verosímil, entonces, por parte de Platón, tiene que ser distinta a la decisión, que el sofista ha tomado ya, de "renunciar a la verdad" (khaírein tô aletheî, 272d-e). Lo verosímil pertenece al mundo de la opinión, sin duda; pero -y es así como Platón hace experimentar un viraje, un desplazamiento a la opinión, convirtiéndola en huella o seña- puesto que lo vero-símil ha surgido en la mayoría "por la semejanza con lo verdadero" (di' homoióteta toû alethoûs, 273d), puede, en consecuencia, esa similitud, servir de pista o de guía a quien busca la verdad, y ser de interés, en esa medida, para él. Nadie mejor para identificar la similitud, por cierto, que "el que ve la verdad" (ho tèn alétheian eidòs, 273 d), que quien la ha visto ya y 1 2 1 H.-G. Gadamer, Mito y razón. Editorial Paidós, Barcelona, 1997, pp. 27 y 29. 2 Cario Ginzburg, "Mito. Distancia y mentira". En: Ojazos de madera. Nueve reflexiones sobre la distancia. Ediciones Península, Barcelona, p. 84. MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 25 conoce su aspecto. Pero la verdad de un mito, de una tradición como la que refiere un encuentro de Theuth con Thamus, la verdad de esta herencia, "ellos la vieron" (tò d' alethès autoì ísasin, 274c); ellos, los primeros, y no nosotros, los herederos. Ellos, los primeros, vieron realmente lo sucedido y conocieron la verdad. Los antiguos, entonces, los primeros antepasados nuestros, que nunca fueron primeros en estricto rigor, que no fueron protagonistas sino testigos, pero que, en todo caso, como dice Platón en el Filebo, "eran mejores que nosotros y vivían más cerca de los dioses", fueron quienes "transmitieron esta tradición..." (16c); "fueron ellos quienes nos transmitieron esos relatos de los que muchos hoy, sin razón, desconfían", añade en el Político (271b). El primero es el hístor, el testigo presencial, el que estuvo ahí y vio, e indiscerniblemente el mártys, cuya función es la de testimoniar -martyréo-, de dar testimonio y noticia por haber sido testigo visual . La verdad de la noticia es irremontable. La akoé conserva, transmite nada más que un recuerdo. Franquear este dominio de la memoria hacia el acontecimiento, inmemorial en sí mismo, está denegado para los postreros. Debemos satisfacernos con la narración y el testimonio y debe, en correspondencia, bastarnos lo verosímil. Pero la suficiencia de lo verosímil no quiere decir que con lo verosímil se tenga bastante. Quiere decir que en ello la razón sufre su impotencia. El concepto de lo verosímil así apuntado está entonces muy lejos de la ficción de tipo fisicalista que elaboraron los sofistas en sus interpretaciones de los mitos, ese tipo de ficción que Sócrates ridiculiza al inicio del Fedro a propósito del rapto de Oritya. La resolución socrática de dejar de lado esas interpretaciones tiene que ver, precisamente, con la necedad que para él representa el llevar la razón más allá de sus límites propios o reducir a esquemas racionales aquello que se resta o sobrepasa esos esquemas. "Pero dime, por Zeus, ¿crees tú que todo ese mito (mithológema) es verdadero (alethès)?" (229c). Es Fedro quien pregunta y la verdad de un mito, responde Sócrates, enfrentándose con ello a "cierta rústica sabiduría" (agroíko tinì sophía), a la salvaje sofística sin duda, nunca puede devenir objeto de la racionalidad. De ahí que sea necesario, junto con abandonar esas explicaciones racionalistas de los mitos, seguir creyendo "en lo que se suele creer de ellos" (230 a). Los primeros receptores de los relatos, a diferencia de 3 3 Cf. Emilio Lledó, El surco del tiempo. Meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria. Editorial Crítica, Barcelona, 1992, pp. 3942; del mismo autor, Lenguaje e historia. Editorial Ariel, Barcelona, 1978, pp. 93-6. Asimismo, la n. 150 de su traducción del Fedro (Platón, Diálogos III, Madrid, Ed. Gredos, 1986). 26 ALVARO GARCÍA nuestros contemporáneos, dice el ateniense de Las leyes, "eran buenos por todo esto y por lo que se dice su simplicidad (euétheian), porque, oyeran cosa buena o mala, todo lo creían en su sencillez (euétheis) enteramente verdadero (alethéstata) y se dejaban persuadir. Nadie alcanzaba por su propia listeza a sospechar una mentira (pseudos... hyponoeîn) como ahora, sino que, creyendo verdad (alethê nomízontes) cuanto se contaba acerca de los dioses y los hombres, acomodaban a ellos su vida" (679 c). Frente a la inquietante cuestión de la veracidad de los mitos (que también acosa en Las Leyes: "¿Os parece por ventura que los antiguos relatos (hoi polaioì lógoi) encierran alguna verdad (alétheian ékhein tiná)?", 677a), Sócrates resuelve -en los pasajes vistos del Fedro, del Político y de Las leyes- en el sentido de una segunda ingenuidad. Tras la edad de la ilustración y de la crítica, de las sospechas de los sofistas, apuesta por una posición de ingenuidad postcrítica. Es el sentido, nos parece, de su decisión de continuar creyendo en lo que comúnmente se cree de los mitos, de dejarlos tal cual y saborearlos tal como se cuentan. Saborearlos, eso es; al menos cuando la razón lo permita, y lo permite, efectivamente, toda vez que carece de argumentos sólidos para ofrecer en su lugar, y siempre y cuando no se les tome en serio. En tales momentos, a la vez de impotencia y de recreación, el lógos se apoya, descansa, en "el poder de los relatos verosímiles" (tèn tôn eikóton lógon dýnamin, 48d). Y si, como acabamos de hacer, citamos el Timeo, es porque el relato cosmológico ofrecido en él es presentado como un relato verosímil y porque acontece en esos momentos de relevo y de recreo de la razón. El Timeo es el primero de una serie de tres diálogos, el segundo de los cuales es el Critias (cuya redacción Platón abortó en sus primeras páginas) y el tercero un Hermócrates (que Platón nunca llegó a concebir). La Trilogía está precedido de un Prólogo, al comienzo del prime4 5 4 Del Timeo utilizo la traducción de Francisco Lisi (Platón, Diálogos IV: Filebo, Timeo, Critias. Traducciones, introducciones y notas de M. Angeles Durán y Francisco Lisi. Editorial Gredos, Madrid, 1992). Tengo además a la vista la traducción de García Bacca (Platón, Obras Completas, Tomo VI, Timeo, Critias, Cratilo. Traducción, prólogo, notas y clave hermenéutica de Juan David García Bacca. Coedición de la Presidencia de la República y la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1982) y la edición francesa de Albert Rivaud (Platon, Oeuvres Completes, Tome X, Timèe-Critias. Texte établi et traduit par Albert Rivaud. Société d'édition 'Les belles lettres', Paris, 1963). a 5 Para el Critias, citamos la traducción de Francisco Lisi (en la edición citada) y el texto griego lo consultamos en la edición francesa de Albert Rivaud (igualmente citada en la nota anterior). MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 27 ro (17a-26e), sobre el que volveremos después de considerar los proemios a las enciclopedias cosmológica y antropológica que respectivamente exponen Timeo y Critias en el reparto dialógico que organiza Platón (27a-b). Los dos proemios (Timeo 27c-29d y Critias 106c-108a) tienen idéntica finalidad: anticipar la índole de los discursos propuestos, pro-logar. Antes de abordar su tema y proceder a hablar en un discurso, entonces, que se pretende preliminar, Critias establece el principio de que "todo lo que decimos es, necesariamente, una imitación (mímesin) y representación (apeikasían)" (107b). Siendo ello así, lo que decimos de los dioses tiene que resultar más fácil que lo que decimos de los hombres. Hablar de los hombres (a los hombres) es más difícil que hablar de los dioses (a los hombres también), pues en ese caso, y sólo en él, se añade la dificultad crucial de que se cuenta con la posibilidad de comparar -como en una representación o imitación pictográficalo que se dice con la cosa misma de la cual se habla. La antropología es más difícil que la teología. Tened, entonces, comprensión por lo que voy a decir; ni más ni menos, hablaré del hombre, advierte Critias. El proemio de Timeo, por su parte, está destinado a salvaguardar la naturaleza del discurso sobre el cosmos que promete pronunciar. De una cosmología no se puede esperar tanto como de una ontología, advierte. Y ello por la sencilla razón, dice Timeo, de que "los discursos (toùs lógous) están emparentados (syngeneîs) con aquellas cosas que explican (exegetaí)" (29b). Pues bien, hay al respecto dos cosas que distinguir: lo que es (idéntico y mismo) y lo que deviene (otro y diferente); más, como una tercera cosa, el artífice causante del devenir. Este mundo (el del devenir) es la copia (eikón) del otro (el del ser), el cual es entonces el modelo (parádeigma) del primero. Correspondientemente, los discursos sobre el mundo paradigmático del ser estarán construidos según estricta racionalidad, deberán ser consistentes y, en la medida de sus posibilidades, irrefutables. Los discursos, en cambio, referidos al mundo icónico del devenir, por lo mismo que este mundo es copia (eikón) de otro, no podrán pretender más que lo verosímil (eikós). El demiurgo ha hecho nuestro mundo a semejanza (eikón) del modelo que contempla, y nuestro lógos no puede serle más que semejante (eikós). Así, en este domino de un lógos sobre el cosmos, donde uno no puede proponerse más que forjarse una imagen, entonces, "me temo, dice Timeo, que de una imagen no procede ofrecerles un discurso que sea totalmente coherente en todos sus aspectos y exacto (homologouménous lógous kaì apekriboménous)", y que debo exponerles, a lo más, un "mito verosímil" (ton eikóta mython) (Timeo, 27c-29 d). De vez en cuando, a lo largo de toda su exposición, Timeo lo recuerda a sus interlocutores (44d; 48d; 49b; 56a y d; 57d; 28 ALVARO GARCÍA 72d-e), eso, y también -aquí mismo y en el Político se insiste- recuerda que de todos modos debe buscarse siempre la "mayor verosimilitud (mála eikótos)" (270b). Respecto de un relato cosmológico, "si lo hacemos tan verosímil como cualquier otro, será necesario alegrarse, ya que hemos de tener presente que yo, el que habla, y vosotros, los jueces, tenemos una naturaleza humana, de modo que acerca de esto conviene que aceptemos el relato probable y no busquemos más allá (hóste perì toúton tòn eikóta mithón apodekhoménous prépei toútou medén éti péra zeteîn)" (29c-d). Hay que empeñarse en buscar la mayor verosimilitud, así como también saber poner término a la búsqueda. La decisión de poner término a la investigación en un cierto límite es correcta cuando sólo es posible "el género de los mitos verosímiles (ten ton eikóton mýthon idéan)" (59c), "la fuerza de los relatos verosímiles (ten tôn eikóton lógon dýnamin)" (48d), o "la doctrina de lo verosímil (tó tôn eikóton dógma)". Un lógos o un mýthos -aquí las palabras se resisten al filosofema de su oposición y jerarquía-, digamos mejor un cuento, está permitido cuando alguien, dejando por algún momento a un lado, a modo de descanso o de relajo, las razones verdaderas sobre los seres eternos, intenta procurarse un cierto placer con los relatos probables acerca del devenir. En tal caso, se procurará uno un goce sin remordimientos, porque, no faltaba más, dice Platón, también se puede uno conceder en la vida una recreación, si no es desmesurada: "uno podría practicar en su vida como un juego moderado y prudente (métrion... paidiàn kaì phrónimon poioîto) cuando, para descansar (anapaúseos), deja de lado (katathémenos) los discursos sobre los seres eternos, dedicándose (diatheómenos) a los probables acerca de la generación y alcanza un placer despreocupado (ametaméleton hedonèn)" (59c). En esos momentos de recreación, en que se abandona el lógos en sentido estricto -ese sentido administrado por la filosofía-, nos está permitido gozar del mito y gozarlo sin preocupación. Podemos, entonces, llegada esta ocasión, disfrutar sin pesar de los mitos y aprender de ellos al menos un poco. En uno de esos instantes en los que el lógos es dejado en suspenso mientras tiene lugar un mito, instantes empero en los cuales sólo el mito puede tener lugar, acontece la fabulación platónica sobre la escritura, sobre el encuentro de Theuth con Thamus en Egipto, país donde se sabe de Atenas más de lo que la propia Atenas sabe de sí misma, y donde se tiene noticia de que, de todas las ciudades, fue ella, en otro tiempo, la cuna de la más bella república. Olvidada de sí misma, Atenas apenas sabe lo que una tradición oral, akoé, permite sostener en la memoria. Soporte oral de la memoria, empero, que hace posible para Atenas el recuerdo de su olvido, haciéndose así presente ante sí misma que se ha olvidado de sí. El olvido está siempre referido a un MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 29 origen y guarda con él una diferencia difícilmente discernible. Lo supo Ulises cuando arribó a la tierra de los lotófagos y cuando éstos, a los hombres que él había enviado en expedición, "les dieron a comer loto, y el que comía de este fruto, dulce como la miel, ya no quería traernos noticia de nada, ni regresar, y lo que deseaba era quedarse allí con los lotófagos, comiendo loto y olvidado de su regreso" (IX, 92102). El olvido lo es de un origen, del regreso al origen. Y lo es, más precisamente, de la patria de origen, de ese origen que es la patria. Así, cuando en otra ocasión Circe da a los exploradores de Ulises una droga de olvido, lo olvidado es la patria, el origen y a la vez el fin, el télos, de la odisea . Lo supo también Platón cuando planificó su Ciudad Ideal. "¿No diremos que también nosotros fabricábamos un modelo (parádeigma) de buena ciudad?". "¿Crees, pues, que nuestro discurso pierde algo en caso de no poder demostrar que es posible establecer una ciudad tal como habíamos dicho?" (República, 472d-e). La ciudad, mero paradigma, fabricada por Platón, gana de esta forma el buen nombre de la utopía, del ideal como no-lugar. Nos apresuraríamos al interpretar, sin embargo, el no-lugar de la politeía diseñada, como un no-lugar-todavía, abriendo así la línea del tiempo hacia un porvenir como horizonte de espera. Alcmeón de Crotona decía, según refiere Aristóteles, que "los hombres mueren porque no pueden anudar el principio con el fin" (Probl. XVII 3, 916a) . La intuición de Platón al respecto es más bien que la pólis es la que muere cuando no aprende a unir el principio con el fin. Según ello, la utopía platónica no tendría las estructuras del progreso, conforme a un télos que le brinda contenido y le impone sentido. Antes bien, tiene la forma de la regresión, pero no del regreso en el sentido de la marcha atrás, sino de la vuelta atrás, en el sentido del círculo que se cierra sobre sí mismo, recuperando de esa manera el origen, arkhé. La búsqueda de la ciudad mejor, que pudo parecer meramente ideal en La República, encuentra en el Timeo una ciudad tal: la propia Atenas de hace nueve mil años atrás. La ciudad final estaba a espaldas, viene por delante pero llega de atrás. De manera sorprendente, la Atenas arcaica encontrada en el Timeo coincide palmo a palmo con la mejor de las ciudades posibles 6 7 6 Cf. Harald Weinrich, Leteo. Arte y crítica del olvido. Ediciones Siruela, Madrid, 1999, pp. 35-41. 7 Los filósofos presocráticos. Editorial Gredos, Madrid, vol. I, 1978, introducciones, traducción y notas por Conrado Eggers Lan y Victoria E. Juliá; vol. II, 1979, por Néstor Luis Cordero, Francisco José Olivieri, Ernesto La Croce y Conrado Eggers Lan; y vol. III, 1980, por Armando Porati, Conrado Egger Lan, M . Isabel Santa Cruz de Prunes y Néstor Luis Cordero. Para el fragmento citado, v. I, texto núm. 402. a 30 ALVARO GARCÍA buscada en La República. Y más sorprendentemente aún, Platón redescubre la pólis de origen y el origen de la pólis a través de una "antigua tradición oral" (ek palaiâs akoês) (Timeo, 20d). Mediante un mito, la Atenas original es salvada del olvido y de inmemorial deviene memorable. Y, entonces, si a veces nos ha dado la impresión de que el lógos abandonara su tarea y se dejara relevar por el mito, es porque hace amago de abandonarla, es porque el relevo del mito es tan sólo fingido. El mito platónico, sostiene Deleuze, es siempre "el relato de una fundación" , y por lo tanto el lógos, a la espera de esa instancia constituyente y fundacional, nunca está más presente que en aquellos momentos de los que finge ausentarse. Dejando actuar a una mitología, el lógos aguarda, paciente, ese instante fundacional, y al cabo del cual reaparece, sale de su ocultamiento, y en base al baremo mítico así erigido sanciona la legitimidad o ilegitimidad de los discursos que pretenden pasar la prueba del fundamento. De aquí que el régimen político pensado en la víspera del Timeo -presumiblemente en La República- esté obligado a pasar la prueba de la legitimación. Pues bien, lo que va a ocurrir en la jornada del Timeo es, precisamente, la puesta a prueba de ese régimen en base al modelo mítico de la Atenas arcaica, cuyo detalle habría tenido que ser expuesto en el Critias, inconcluso, pero del cual, en su defecto, el Timeo nos ofrece el resumen (en kephalaíois, 26c). Y bastará con éste -que es también un síntoma o un compendio (syntómos, 25e) del discurso que de esta suerte anticipa y del que difiere-, pues la capitalidad de la exposición vuelve suficiente a la misma como para someter la politeía platónica a la prueba de la acreditación. La exposición sumaria del mito responde a una inquietante solicitud de Sócrates. Durante la víspera, Sócrates había razonado sobre el tipo de politeía que resultaría mejor para una ciudad y sobre el tipo de ciudadanos con el cual mejor se llevaría a cabo. La mejor constitución política, pensó entonces, sería una que estableciera una división rigurosa del trabajo, una educación general, una propiedad común de bienes, una igualdad entre hombres y mujeres, una regulación del matrimonio y de la procreación de los hijos. Pero esa disertación no nos es conocida más que por el resumen que el propio Sócrates ofrece al comienzo de una segunda jornada. Esta segunda es la jornada del Timeo. De la primera apenas sabemos lo que su recapitulación nos informa y cuyos puntos a su vez capitales son lo que acabamos de reseñar. Sócrates es plenamente consciente del carácter capital de su 8 8 G. Deleuze, Lógica del sentido. Ed. Paidós, Barcelona, 1994, p. 256. MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 31 resumen. Lo consigna, con calculada exactitud, al comienzo y al término del mismo (lo capital, tò kephálaion, 17c; en resumen, en kephalaíois, 19a). Pero la función de la recapitulación no es -no aquí al menos, y quizá nunca en Platón- meramente protocolaria. Lo que el tecnicismo retórico llama epánodon, esto es, aquella parte que se dispone al final de los discursos, y que, como quiera que se lo llame, es imprescindible a un texto para que no resulte una mera parrafada, un simple acápite, un texto sin final, sin cabo o sin cabeza; esa parte, dice Platón en el Fedro, es útil para que "se recuerde (hypomnêsai) a los oyentes, al final, punto por punto, lo más importante (lo capital, tò en kephalaío) de lo que se ha dicho" (267d). Pues bien, son los puntos capitales de lo que se dijo "ayer" sobre el gobierno político, los que, al principio del Timeo, Sócrates recuerda a sus interlocutores, ofreciéndoselos, entonces, a modo de recordatorio (hypómnesis) (17b). Con ello Sócrates no ha dado lectura al acta de la sesión levantada el día anterior, más bien, lo que Sócrates ofrece de esta suerte es el discurso razonado del día anterior, lo que ofrece es la cabeza de un discurso, sólo la cabeza de un discurso que busca, entre sus interlocutores, y denodadamente, el resto del cuerpo: unos brazos, unos pies; especialmente unos pies que lo pongan en marcha. Recordemos, al respecto, este imperativo del Fedro: "todo discurso debe estar compuesto como un organismo vivo (zôon), dotado de un cuerpo (sômá) que le sea propio, de forma que no sea acéfalo (aképhalon) ni le falten los pies (ápoun)" (264c). Un discurso que no tiene ni pies ni cabeza es un discurso al que le falta vitalidad o al que sin más le falta la vida. Muere sin un principio de animación o permanece inerte e inerme sin unos miembros de locomoción. La posibilidad de un discurso acéfalo está representada en el Gorgias: "CALICLES.- No me importa absolutamente nada de lo que dices, y te he contestado por complacer a Gorgias. SÓCRATES.- Sea. ¿Y qué vamos a hacer? ¿Dejamos la conversación a medias? CALICLES.- Tú sabrás. SÓCRATES.- Pues dicen que no es justo dejar a medias ni aun los cuentos (toùs mýthous), sino que hay que ponerles cabeza (kephalén), para que no anden de un lado para otro descabezados (áneu kephalês). Por consiguiente, contesta también a lo que falta para que nuestra conversación (lógos) alcance el fin (kephalèn lábe, tome cabeza). CALICLES.- ¡Qué violento eres, Sócrates! Si quieres hacerme caso, deja en paz (khaírein) esta conversación o continúala con otro. SÓCRATES.- ¿Quién otro quiere continuarla? No debemos dejar la discusión sin terminar (átele)" (505c-d). 32 ALVARO GARCÍA La decisión de Calicles de renunciar (khaírein) a continuar con el discurso contrasta con el empecinamiento de Sócrates a no darlo por terminado. De darle, por el contrario, un adecuado final. De no ponerle fin, sino de ponerle un fin (télos). De ponerle, así, la cabeza (kephalé) que hasta ahora le falta. A nuestro discurso no más le falta eso, dice Sócrates, lo capital nada menos. La continuación del diálogo es la búsqueda, la demanda de una cabeza para el lógos, el que daría tumbos sin ella. El cuerpo del lógos reclama entonces una cabeza que lo dirija, que capitanee su rumbo. La posibilidad contraria de un lógos sin cuerpo, sin tronco ni extremidades, y sin los cuales tampoco tendría dónde ni cómo ir, de una cabeza que no tiene a quién mover, es la que encontramos representada al comienzo del Timeo . "SÓCRATES.- ...Tengo la impresión de que lo principal (tò kephálaion) del discurso que hice ayer acerca de la organización política fue cuál consideraba que sería la mejor y qué hombres le darían vida. TIMEO.- Y a todos nos pareció que la habías descrito muy conforme a los principios de la razón (katà noûn)" (17c). El resumen de un discurso, de uno puramente capital, deducido de los principios de la razón según se precisa, de un discurso, pues, que no ha excedido -descendido- del dominio inteligible, echa en falta el esqueleto y la carne sensibles, y, ante todo, echa de menos la posibilidad de probarse en algún cuerpo, de saberse capaz de animarlo, incluso de saber si hay cuerpo o corporación alguna que soporte o satisfaga los lineamientos de su gobernación. Dicho de otra manera, lo que Sócrates desea en la ocasión de la segunda jornada es dilucidar las posibilidades fácticas de su planificación social, lo que demanda, de parte de Critias o de Hermócrates o de Timeo, son unos pies que hagan andar su discurso. "Quizás queráis escuchar ahora lo que me sucede con la continuación de la historia de la república que hemos delineado. Creo que lo que me pasa es algo así como si alguien, después de observar bellos animales (zôa kalá), ya sea pintados en un cuadro (hypò graphês eirgasména) o realmente vivos (zonta alethinôs) pero en descanso, fuera asaltado por el deseo de verlos moverse y hacer en un certamen algo de lo que parece corresponder a sus cuerpos. Lo mismo me parece respecto de la ciudad que hemos descrito. Pero con placer escucharía de alguien el relato de las batallas en las que suele participar una 9 9 La comparación del Gorgias y el Timeo está apuntada a partir de un texto (inédito) de Pablo Oyarzún: Política de la verdad y de la muerte. Un ensayo sobre el Gorgias, de Platón. Agradezco al autor el préstamo del original. 33 MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA ciudad, que las combate contra otras ciudades, llega bien dispuesta a la guerra y, durante la lucha, hace lo que corresponde a su educación y formación, no sólo en la acción, sino también en los tratados con cada uno de los estados" (19b-c). Así, pues, el deseo de Sócrates es oír de boca de alguno de los presentes en la reunión algo que diga relación con cómo le iría a una ciudad ordenada en conformidad a las directrices que él propusiera el día anterior y cómo le iría a sus ciudadanos en la guerra y en el ámbito de las relaciones internacionales. Sócrates se muere de ganas por dar vida o, mejor, por ver dar vida a su representación de lo político. ¿Cómo, sin embargo, animar esa organización? ¿Ese organismo inmóvil y esa pintura inanimada? ¿Cómo ponerla en movimiento? Si nuestra ciudad está bien pensada, añade Sócrates, los ciudadanos tendrían que mostrarse a la altura de la educación recibida en las circunstancias de una guerra. La representación de esta posibilidad es lo que Sócrates desea. Si no se puede efectivamente llevar a la guerra a una ciudad y a unos ciudadanos que no existen, uno podría al menos representarse esa posibilidad. No basta, pues, con describir una ciudad en sí misma, en sus relaciones interiores y en la paz de su interioridad, hay que describirla cuando sale de sí y se enfrenta con otras ciudades, hay que ver qué sucedería con ella confrontada en la guerra. Según ello, el deseo de Sócrates de ver dar vida a su ciudad es el deseo por ver dar la vida: de ver ir a la guerra y ver morir . 10 El propio Sócrates confiesa su incapacidad para llevar a cabo esta prueba de la ciudad -que es la continuación, el despliegue, la puesta en marcha del discurso de Sócrates del día anterior-, y desconfía de que un sofista o un poeta pueda realizarla. Primero, porque, los poetas, y todo el gentío de imitadores con palabras, son imitadores de la ciudad en la que viven, carecen de palabras para una ciudad ideal. Además, ¿qué guerra podría dirigir? "¿Y de qué guerra se recuerda que, en los tiempos de Homero, haya sido felizmente conducida por su mando?", se pregunta en La República, y la respuesta es inconcesiva: "Ninguna" (600a). En seguida, nada tienen tampoco que decir de ella los sofistas. Sin casa propia en ciudad alguna, sin ciudad que sea la suya, un sofista está impedido de principio para hablar con compromiso de una ciudad tal. Así, pues, ya sea por el provincianismo de los primeros, ya sea por el cosmopolitismo de los segundos, ni unos ni otros se muestran a la altura de la exigencia a la que Sócrates aquí desafía. Sólo unos Timeos, unos Critias o unos Hermócrates, filósofos y políticos a la vez, están capacitados para una empresa de ese tipo. 10 Cf. Jacques Derrida, Khôra. Alción Editora, Córdoba, 1995, pp. 63-65. 34 ALVARO GARCÍA Ellos, nadie más. Sócrates, pues, propone a éstos un reto fundamental, paralelo a aquel otro que a su vez Glaucón pusiera a Sócrates en La República. Al comienzo del Libro II, en efecto, que juzga al Libro I de proemio, y donde se ha defendido contra Trasímaco la causa de lo justo, Glaucón reta a Sócrates a hacer el elogio de la justicia: "Me gustaría oír el elogio de la justicia considerada en sí misma, y creo que eres tú la persona de quien mejor puedo esperarlo" (358d). La intervención posterior de Adimanto no hace más que agravar el desafío: "puesto que a lo largo de tu vida entera jamás te has dedicado a examinar otra cuestión que la presente" (367e), nadie hay más adecuado para hacer el elogio de la justicia en sí que él. El más adecuado, digamos también, para hablar en trazos generales de la ciudad ideal, pero el menos, para poner en marcha a esa ciudad. Es Sócrates, ahora, quien invierte la relación con sus interlocutores y les reta a una contribución en esta línea: "Cuando ayer solicitasteis una exposición sobre la república, convine de buen grado porque sabía que, si os lo proponéis, nadie podría ofrecer una continuación mejor del discurso que vosotros, ya que sois los únicos que en la actualidad pueden implicar a esa ciudad en una guerra adecuada a su condición y, después, asignarle todas las excelencias que le corresponden" (20b). Y así llegamos, por fin, al momento en que Hermócrates, con la anuencia de Timeo, cede la palabra a Critias para que éste cuente a Sócrates el resumen de una "antigua tradición oral" (ek palaiâs akoês). Ésta ya había sido contada, después de terminada la reunión de la víspera, mientras caminaban de regreso a casa, como un apronte de respuesta al encargo de Sócrates de reflexionar sobre las posibilidades de realización efectiva de una politeía como la diseñada. El relato tendría que hacer ver a Sócrates, entonces, las hazañas de las que sería capaz una república como la suya. Prescindiendo por el momento del eslabón de la cadena oral en la que estamos situados -y de la justificación que la misma oralidad contiene sobre la caída en el olvido de lo que se va a narrar- Solón habría sido informado en Egipto de la constitución de la Atenas de hace nueve mil años atrás. Los egipcios saben -pero el soporte de este saber es cuestión que también soslayamos por ahora- que la Atenas de entonces era "la mejor en la guerra y la más absolutamente obediente de las leyes" (23c). Declara así Egipto su admiración por Atenas, por esta ciudad dispuesta y organizada cual ciudad ideal: había en ella una división social de clases con funciones específicas, todos los ciudadanos recibían una misma educación, no existía la propiedad privada, hombres y mujeres eran equivalentes, etc. (Timeo 24a-b y Critias 110d y 112d). En fin, era ella una ciudad muy parecida a la de Sócrates, a esa pintura de lo político que él desea ver MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 35 en movimiento. Pues bien, de esta Atenas se cuenta en Egipto que en ella "tuvieron lugar las hazañas más hermosas y que se dio la mejor organización política" (23c), que realizó "grandes y admirables" (megála kaì thaumastà, 20e; 24d-e) hazañas en el pasado, pero sobre todo se habla de una, "la más importante de todas" (pánton dè hèn mégiston, 21a), la "más renombrada" (ilustrísima, onomastotátes, 21d), la "más heroica" (kálliston, 23e). "Admiramos (thaumázetai) muchas y grandes hazañas (pollá... kaì megála érga) de vuestra ciudad", dice un egipcio a Solón, "pero una de entre todas se destaca por importancia y excelencia (megéthei kaì aretê)" (24e). Esta hazaña es la que llevó a cabo cuando puso freno a la invasión intentada por la potencia mundial de entonces y detuvo su marcha insolente; cuando esa potencia sin sentido de los límites llamada Atlántida avanzó sobre Europa y Asia juntas, y Atenas la forzó a retroceder. Dice el egipcio: "Toda esta potencia unida intentó una vez esclavizar en un ataque a toda vuestra región, la nuestra y el interior de la desembocadura. Entonces, Solón, el poderío de vuestra ciudad se hizo famoso entre todos los hombres por su excelencia y fuerza, pues superó a todos en valentía y en artes guerreras, condujo en un momento de la lucha a los griegos, luego se vio obligada a combatir sola cuando los otros se separaron, corrió los peligros más extremos y dominó a los que nos atacaban. Alcanzó así una gran victoria e impidió que los que todavía no habían sido esclavizados lo fueran y al resto, cuantos habitábamos más acá de los confines heraclidas, nos liberó (eleuthérosen) generosamente" (25b-c). En suma, una ciudad como la que Sócrates había ideado, tan parecida si no idéntica a la antigua Atenas, dada la ocasión de legitimidad que le ofrece una guerra, es finalmente sancionada, a partir del mito de la Atlántida, como la mejor de las ciudades posibles. La mejor para sí, la mejor para las demás: el pueblo ateniense ha vindicado de esta suerte el derecho a la independencia de todos los pueblos. La categoría de emancipación, eleuthería, exhibe ante el mundo este prestigio de Atenas. Las coincidencias de la Atenas heroica con la ciudad ideal trazada en sus líneas generales por Sócrates el día anterior al de la reunión que constituye el Timeo, y a la petición de Sócrates de continuar su discurso en uno que contemplara las posibilidades de realización del mismo, que lo pusiera a prueba con la prueba de la guerra, y ante el relato de Critias, que satisface esa petición, de una Atenas primigenia que llevó a cabo la más potente hazaña, hace concluir al propio Critias la bondad del diseño político pensado por Sócrates para la Atenas actual. Una ciudad así constituida, con una tal constitución, saldría airosa y 36 ALVARO GARCÍA triunfante en la ocasión de legitimidad que le brindara una guerra. Podemos, en consecuencia, añade Critias, pensar la ciudad ideal no como quimera. Podemos pensar la ciudad ideal como la ciudad real de la que hablan los egipcios y pensar que los ciudadanos ideales son los ciudadanos reales de antaño. Podemos pensar que esa ciudad es Atenas y esos ciudadanos los atenienses en sus condiciones originarias. Podemos pensar, entonces, que el mito político habla, en verdad, de la ciudad y de los ciudadanos ideales y que esta ciudad es la ciudad arcaica y que estos ciudadanos son los ciudadanos auténticos (26c-d y 27d). Es el sentido, nos parece, del encabezamiento que Critias hace preceder a su relato: "Escucha, entonces, Sócrates, un relato (lógou) muy extraño (atópou), pero absolutamente verdadero (alethoûs), tal como en una ocasión lo relataba Solón, el más sabio de los siete <sabios>" (20d). Y de ahí, también, el interés de Sócrates en el mismo y su doble insistencia: el relato no es "mito ficticio" (plasthénta mython), sino "relato verídico" (alethinòn lógon) (26 e) y la hazaña de la que habla no es "cosa de palabra" (legómenon), sino "realmente hecha" (prakhthèn óntos) (21a). Rozamos así una cuestión para la cual es preciso abrir un paréntesis. El mito y el lógos no se oponen como la falsedad y la verdad, o el embuste y la franqueza. Éstas más bien son las posibilidades del lógos: verdadero o falso, cierto o insincero. Estas son también las posibilidades del mito, que puede ser verídico o ficticio, de verdad o de mentira. La condena platónica de los mitos en La República es la condena de los mitos falsos creados por los poetas, no es una condena de los mitos en cuanto tal, sino en tanto que vehículos del error. La falsedad, pseûdos, forman una familia con la mentira y la ficción, reciben el mismo nombre en su virtud, y Platón los exilia, por uno u otro motivo, pero no con el mismo rigor. En el segundo libro de La República, se los condena en tanto que ficticios (pseûdos), incluso cuando, en su ficción, contengan algo de verdad (377a). Los mitos son peligrosos, porque aun cuando encubren una verdad, esto es, aun cuando la insinúen como una alegoría (hypónoia), la verdad se halla en ellos disimulada y entonces engañan en su literalidad (378d). Por lo tanto, se deberá "vigilar (epistatetéon) ante todo a los forjadores de mitos (mythopoioîs) y aceptar (enkritéon) los creados por ellos cuando estén bien y rechazarlos (apokritéon) cuando no", y, según ello, habrá que "rechazar (ekbletéon, echar fuera) la mayor parte de los que ahora (se) cuentan" (377c). Ahora bien, la ficción queda en familia con la mentira, como decíamos. Pero la familia es más grande. Platón lo apunta en Las Leyes: "falsificación (kibdeleían), mentira (pseûdos) y trampa (apáten) son de una misma familia (hos hén ti génos ón)" (916d). MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 37 Cualquiera de ellas es como las otras. Contra esta familia o, más bien, mafia hay que promulgar una ley: "nadie incurra de palabra o de obra en mentira alguna, ni en trampa ni en ningún género de falsificación" (916e). No se debe jurar en falso, no se debe adulterar una mercancía ni trocar su precio y, sobre todo, no se debe mentir a un superior. De cualquier género de superioridad que se trate, debe respetarse a un superior. Máxime, si este tal es una autoridad, porque ésta representa, tiene o es el poder (917a-c). Con lo cual la mentira (pseûdos) es puesta en rivalidad con el respeto (aidós) y es opuesta a la verdad, al clan de la verdad . En el tercer libro de La República, justo después de hacer una consideración sobre la verdad, según la cual "merece que se la estime sobre todas las cosas", Platón introduce, sin embargo, el conocidísimo tópico del uso político de la mentira. Los dioses jamás entran en negocios con ella. Pero los hombres, cuando se encuentran en la situación de detentar el poder, a veces tienen que hacerlo. Cuando el peligro es muy grande, o cuando es para beneficio de la mayoría, el político no sólo puede, sino que tendrá que mentir. Sólo a él le estará permitido hacerlo, será legítimo para él, aunque, cuando lo haga, deberá hacerlo sólo "a manera de medicamento (hos en pharmákou)". Pues bien, "semejante droga debe quedar reservada a los médicos, sin que los particulares puedan tocarla". Eso quiere decir que sólo el jefe (de la ciudad) puede mentir. El ciudadano común debe alejarse de la mentira (pseûdos) como de un veneno (phármakon) que podría derramar; debe alejarse del que desconoce la dosis y de la cual no maneja sus efectos. Para un ciudadano cualquiera, es muy peligroso mentir. Y es condenable, por tanto. Máximamente condenable, si a quien miente es al jefe (árkhontas). El jefe puede mentir. Lo que no se puede es mentir al jefe (389b-c). "¿Cómo nos las arreglaríamos ahora -seguí- para inventar una noble mentira (mekhanè génoito ton pseudôn) de aquellas beneficiosas de que antes hablábamos, y convencer con ella ante todo a los mismos jefes (autoùs toùs árkhontas) y, si no, a los restantes ciudadanos?" (414c). Un mito, pues, como el mito fenicio que inmediatamente se va a contar, es una de estas mentiras con vistas al bien común. Curiosamente, sin embargo, Platón no actúa aquí como de jefe (arkhós), primero o supremo, no tiene la posibilidad de mandar (arkhéin), tiene la posibilidad de convencer (peîsai), de maquinar 11 11 El parentesco, el parecido de familia, entre respeto y verdad, desde esta perspectiva, se nos vuelve una evidencia mayor para el conservadurismo de Platón Para una versión moderna de este conservadurismo, y muy significativamente fundado en la familiaridad de autoridad y verdad, de tradición y razón, puede verse Verdad y Método (esp. cap. 9), de H.-G. Gadamer (Ed. Sigueme, Salamanca, 1993). 38 ALVARO GARCÍA (mekanè) una blanca mentira. Y el mito que va a contar será una mentira para los jefes, para hacerles creer a ellos mismos que los hombres han nacido de tal o cual natural y que ello decide su puesto en la jerarquía de la ciudad ideal. Hay mitos, pues, que son abiertamente una mentira. De hecho, Platón llama a este mito una mentira (pseûdos) (414e). Miremos más de cerca una mentira, como aquella que detalla Platón en el Libro V de La República a propósito de las uniones matrimoniales. Esta ya no es una mentira al jefe, sino del jefe. Éste puede mentir -ha dicho Platón, y en el pasaje en cuestión lo repite- si utiliza la mentira en calidad de fármaco, esto es, como un mal para bien de los subditos. En calidad de tal, "es posible que hayan de usar muchas veces nuestros gobernantes (árkhontas) de la mentira (pseúdei) y del engaño (trampa, truco o fraude, apáte)" (459c). Llevando este principio al terreno de la unión de los sexos, aplicándolo al problema concreto de entre quiénes han de permitirse y favorecerse las relaciones, de modo que la prole sea la mejor posible, se habrán de organizar unas fiestas nupciales en las que se finja un sorteo mediante el cual siempre las mejores sean entregadas a los mejores y las peores abandonadas a los peores, poniendo toda la atención y mucho cuidado a la educación de los hijos de los primeros únicamente. "Será, pues, necesario, creo yo, inventar un ingenioso sistema de sorteo" (460a). De esta farsa, al parecer, Platón se complacía, pues la cita en el Timeo como uno de los puntos capitales de su república ideal. Pero la cita añadiendo al fraude conyugal la idea de maquinación: "decíamos que los gobernantes, hombres y mujeres, debían engañarlos en las uniones matrimoniales con una especie de sorteo manipulado en secreto (láthra mekhanásthai klérois tisìn) para que los buenos y los malos se unieran cada uno con las que les eran semejantes de modo que no surgiera entre ellos ningún tipo de enemistad, convencidos de que el azar era la causa de su unión" (18e). Tendremos ocasión de volver al tópico de la manipulación. Notemos, sin embargo, al pasar, que la maquinación es el trucaje de la decisión y que la mala suerte es una mentira. Y que así como al político le es útil la mentira, a Platón le es útil el mito. Y que le es útil precisamente como una mentira: "¿Y no la hacemos útil <a la mentira> también con respecto a las leyendas mitológicas de que antes hablábamos, cuando, no sabiendo la verdad de los hechos antiguos, asimilamos todo lo que podemos la mentira a la verdad?" (382d). De ahí la importancia -si volvemos al Timeo y cerramos el paréntesis- de la insistencia socrática en que el mito no es ficticio sino verídico, que lo contado no es mentira sino verdad, que es portador de un contenido de sentido auténtico. Empero, de la verdad del mito en cuestión, Atenas se ha olvidado: "no sabéis ya que la raza mejor y más bella (tò kálliston kaì áriston génos) de entre los hombres nació en MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 39 vuestra región, de la que tú y toda la ciudad vuestra descendéis ahora" (23b). Olvidada de su origen y olvidada de su poder, el télos político ateniense es cuestión que pasa por la memoria de lo político, por el recuerdo del origen, arkhé. Pero la memoria, no menos que el olvido, están precedidos por la palabra. En la palabra se juega este pueblo su destino, en la posibilidad de que la palabra pueda recuperarle el origen. La leyenda olvidada sobre la hazaña de los antiguos atenienses, que contiene en su interior como hemos dicho la explicación de su olvido, contiene, en su anecdótica exterior, también la explicación de su recuerdo, la explicación de cómo Critias la ha recordado. Ya decíamos que Critias, al atardecer de la víspera, mientras va de regreso a casa, algo de ella recuerda, que la relata, en el estado en que la recuerda, a Hermócrates y Timeo, que, al día siguiente, después de recuperada toda la relación, ensaya con ellos su exposición y que, finalmente, la repite para Sócrates. Entre el primer recuerdo y la última narración, empero, hay mucha aplicación, mucha dedicación de parte Critias. Dice: "Cuando ayer hablabas de la república y de sus hombres, me asombré al recordar lo que acabo de contar, pensando que por algún azar no muy desacertado compartías milagrosamente mucho de lo que Solón decía. Pero, sin embargo, no quise hablar en vano, pues no lo recordaba muy bien por el tiempo que había transcurrido. Decidí, entonces, que primero debía decirme a mí mismo todo de esta manera y repetirlo suficientemente... Así, ayer, como dijo éste, ni bien salí de aquí, les referí a mis compañeros lo que en ese momento me venía a la memoria y cuando llegué a casa, recordé casi todo después de pensar en ello la noche entera... A Timeo y Hermócrates les estuve relatando la historia desde por la mañana temprano para que pudieran participar conmigo en la conversación. Estoy preparado, entonces, para decirte, Sócrates, aquello por lo que se dijo todo esto, no sólo de manera resumida, sino tal como escuché cada particular" (25e-26c). Y si da la impresión de que el proceso de rememoración de Critias es completamente autónomo, es porque Platón no nos larga aquí toda la verdad. Ella se le desliza en el Critias, a propósito de otra cuestión. En el pasaje anterior, se observa a Critias concentrado buscando en su interior, desvelado, repitiéndoselo una y otra vez, repitiéndolo a quienes encuentra a su lado una y otra vez. Pero la imagen es falsa si la leyenda escuchada por Solón fue más tarde redactada por él, legada a su amigo Drópides, conservada por Critias, y si, como él mismo dice, esos escritos formaban parte de su biblioteca familiar: "Esos documentos (ta grámmata) se encontraban en casa de mi 40 ALVARO GARCÍA abuelo, y, actualmente, están todavía en mi poder y me ocupé diligentemente de ellos cuando era niño" (Critias, 113b). Hay que imaginar a Critias, entonces, durante esa noche de reconstrucción, enfrascado en la lectura. Y si no fue así, si se juzga apresurada nuestra presunción, de todos modos, atendiendo a la grafía depositada en su interior; el abuelo, en efecto, la había grabado en su interior: "Sin duda, tal como se suele decir, lo que se aprende de niño se fija de manera admirable en el recuerdo. Pues no sé si quizás podría recordar todo lo que escuché ayer, pero me maravillaría sobremanera que se me hubiera escapado algo de esto que oí hace tanto tiempo. Entonces, lo escuché con mucho placer y como juego, y el anciano me lo contó de buen grado, cuando vio que lo interrogaba con interés, y, de esta manera me quedó grabado como una pintura a fuego de una escritura indeleble (hoîon enkaúmata anekplýtou graphês émmoná moi gégonen)" (26b-c). Recordemos que el diseño de lo político parecía al propio Sócrates como una pintura (graphês) inanimada que él deseaba ver animarse en manos de alguno de sus interlocutores, prolongando en él el discurso de su interés. El deseo de Sócrates encuentra satisfacción en el relato de Critias aprendido de su abuelo, que permanece imborrable, según se nos acaba de decir, cual pintura al encauste. Pues bien, en primer lugar, si el relato en cuestión es también una pintura (graphês), no se ha excedido entonces el dominio de lo pictográfico. De Sócrates a Critias no se pasa de la representación de lo político a una presentación de la política, ella se mantiene como una segunda ficción gráfica, como una ficción sobre las posibilidades eventuales de la primera grafía. De ahí que la impresión de vértigo, en el paso de la una a la otra, que nos hace experimentar la guerra, sea tan sólo aparente. En segundo lugar, la explicación de Critias es una explicación sobre la posibilidad de su propio relato, y en la cual se entrecruzan los temas de la infancia, la memoria, el mito y la escritura . Las palabras del abuelo en el alma del niño se hallan de tal modo conservadas en ella que ninguna otra posible inscripción la borraría jamás. La primera impresión, dibujada sobre la superficie virgen que es el alma infantil, impacta al punto de que su huella no desaparece jamás. Permanece firme en ella como una cicatriz, como la cicatriz de una quemadura, énkauma. El tatuado de otros recuerdos es posterior; y éstos se olvidan o desaparecen sin más. Se inscriben, como unas marcas sobre otras marcas, formando un palimpsesto con la impronta original. Otra marca 12 12 Cf. J. Derrida, Khôra, ed. cit., pp. 60-2. MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 41 y otro trazo, sin embargo, y permanentemente, borra al anterior, reescribe el anterior. Por eso aducía Platón en La República la necesidad de vigilar a los creadores de mitos. Los mitos que se cuentan a los niños, decía, son peligrosos, no sólo en sí mismos, sino además porque los niños "se hallan en la época en que se dejan moldear (pláttetai) más fácilmente y admiten cualquier impresión (týpos, sello, cuño) que se quiera dejar grabada (enseménasthai, impresa, sellada, consignada, escrita) en ellos", y porque "las impresiones (dóxais) recibidas a esa edad difícilmente se borran (dysékniptá) o desarraigan (ametástata)" (377b y 378e). La primera impresión es la que vale; el primer golpe, týpos, de vista, de mano o de opinión; la marca de este primer golpe, la huella, el cuño, o la cicatriz, týpos. El primer golpe (týpos) o la marca (týpos) del primer golpe, hecha como con cera derretida, encendida, en el alma tierna del niño, perdura o dura para siempre; ese recuerdo, el de la primera vez, permanece indeleble y nunca, nada, ni nadie, podría desplazarlo alguna vez. Así, pues, por esta impresión infantil, se explica que Critias conserve intacto el mito en su interior y lo reproduzca ante Sócrates en esta ocasión. Ahora bien, la exclusividad de Critias es una circunstancia que necesariamente tiene que ir acompañada de una explicación sobre su ausentamiento de la memoria colectiva de los atenienses. El mito, sorprendentemente, contiene la explicación de su ausencia. Retrocedamos, para aproximarnos a esta cuestión, hacia la ocasión en que por primera vez Critias se convirtió en su receptor, y en su heredero. Critias tenía como abuelo al homónimo Critias, y como bisabuelo a Drópides, quien era, a su vez, amigo íntimo y medio pariente de Solón . Dada la amistad que los unía, Drópides estaba al tanto de las enseñanzas de Solón. Por su intermedio, eran también conocidas por Critias, el viejo. Critias, el joven, tenía además un hermano, Aminandro, fanático de Solón. Pues bien, Critias, el joven, cuenta que con ocasión de una fiesta familiar, después de que los mayores, entre ellos el viejo Critias, les prometieran regalos por recitar, su hermano Aminandro declamó las de Solón. En aquel entonces, continúa contando Critias, Solón estaba de moda, tanto que su hermano, además de recitarlo, afirmó que Solón, "el más sabio (sophótatos) de los siete sabios", no sólo era en todo "muy sabio" (sophótaton), sino también y sobre todo que era "el más noble" (eleutheriótaton) poeta de todos los poetas. Y "más famoso" (eudokimóteros) que Homero y Hesíodo hubiera llegado a ser -intervino diciendo el viejo Critias- si se hubiera aplicado a ella, si no la hubiera tomado como mera actividad accesoria (parérgo), sino 13 13 Para la filiación de Critias, cf. Cármides 155a y 157e-158a. 42 ALVARO GARCÍA si la hubiera tomado en serio (espoudákei). Pero especialmente si, a causa de las urgencias en que le pusieron las disensiones políticas, no hubiera descuidado (katamelâthaí) y dejado inconcluso (apetélesen), si hubiera tenido el tiempo necesario para dar forma al relato (tón lógon) que había traído de Egipto (20e-21c). Fue entonces cuando Critias el viejo dio curso a la narración, conminado por Aminandro: AMINANDRÓ: ¿Qué historia (lógos) era, Critias? CRITIAS: La historia de la hazaña más importante (megistes) y, con justicia, la más renombrada (onomastotátes) de todas las realizadas por nuestra ciudad, pero que no llegó hasta nosotros por el tiempo transcurrido y por la desaparición de los que la llevaron a cabo. AMINANDRO: Cuenta desde el comienzo qué decía Solón, y cómo y de quiénes la había escuchado como algo verdadero (hos alethê) (21 d). Nosotros ya conocemos el contenido del relato. Nos interesa en este momento hacer presente el eslabón de la cadena oral en el cual nos encontramos . Critias el viejo se dispone a servir de intermediario para que la palabra de Solón llegue hasta Aminandro. Critias el joven, presente en ese momento, la oirá también, será su testigo y podrá dar testimonio de ella años después a Sócrates. Suponiendo, a su vez, que Platón la haya oído de Sócrates, la leyenda llega al lector a través de una cadena que alcanza ya cinco eslabones: Platón escribe que Sócrates dice que Critias le dijo que Critias contó que Solón contaba... Y nos interesa no porque nos preocupe la deformación que la leyenda pudo sufrir entre tanto intermediario, porque no haya llegado con fidelidad a su último receptor, sino porque el envío del mensaje aún no ha sido retrocedido hasta su primer emisor. Regresemos, pues, al punto en que el viejo Critias cuenta a Aminandro lo que Solón le contó. Ocurre que Solón, dice Critias, cuando estuvo en Egipto, fue a la ciudad de Saís y tuvo ocasión de conversar con los sacerdotes del lugar. Fue entonces cuando, un día en que Solón hacía ostentación de los mitos griegos más antiguos, le interrumpió el más viejo de los sacerdotes, diciéndole: "¡Ay!, Solón, Solón, ¡los griegos seréis siempre niños (aeì paîdés)!, ¡no existe el griego viejo!". Ante lo cual Solón preguntó al sacerdote que qué quería decir. Y éste respondió: "Todos... tenéis alma de jóvenes (néoi), sin creencias antiguas transmitidas por una larga tradición y carecéis de conocimientos encanecidos por el tiempo" (22b). 14 A partir de este momento, Solón, el último receptor del relato, se 14 Cf. Víctor Gómez Pin, El drama de la Ciudad Ideal. Mito de la constitución del mundo y nacimiento de Hegel en Platón. Ed. Taurus, Madrid, 1974; esp. cap. I, pp. 13-22. MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 43 convierte en mero escucha de un sacerdote que ha tomado la palabra ya. Por +-paradojal que parezca, el sacerdote toma la palabra para afirmar la superioridad de Atenas, de sus hombres y de su ciudad, la prioridad, y desde ya la anterioridad de Atenas, en mil años más antigua que Egipto. Entonces, si el griego es eternamente niño, ello no es debido a lo reciente de su aparición en el tiempo. Al contrario, los recuerdos de la hazaña de Atenas datan de nueve mil años atrás, los que, en consecuencia, son recuerdos de una ciudad fundada por lo menos con un milenio más de antigüedad que Saís (23e; Critias, 108e). La eterna juventud del griego se debe, más bien, explica el sacerdote, a las catástrofes producidas, a intervalos regulares, por efecto de un exceso de fuego o un exceso de agua. En el caso de una destrucción por fuego, apenas se salvan los habitantes cercanos a los ríos. En el caso de un diluvio, sólo se salvan los habitantes de las montañas. En ambos casos, Egipto resulta privilegiado. Ya sea porque el Nilo evita la propagación de los incendios. Ya sea porque las aguas fluyen normalmente evitando las inundaciones. De manera que la raza humana en esta región está siempre presente. "Por ello se dice (légetai) que lo que aquí se conserva (sozómena) es lo más antiguo (palaiótata)" (22e). A salvo de las destrucciones periódicas, Egipto conserva en sus templos la inscripción del pasado: "Desde antiguo (ek palaioû) registramos (gegramména) y conservamos (sesosména) en nuestros templos (en toîs hieroîs) todo aquello que llega a nuestros oídos (akoê ísmen) acerca de lo que pasa entre vosotros, aquí o en cualquier otro lugar, si sucedió algo bello, importante o con otra peculiaridad" (23a). Egipto mantiene vivo, presente, el pasado, porque sabe escribir: en él, todo está escrito desde antiguo (pánta gegramména ek palaioû). También recibe por tradición oral, pero inmediatamente la archiva, graba, guarda en la memoria, inscribiendo en los muros sagrados todo lo memorable que oye mencionar. El drama de un pueblo como el griego es que, tras cada catástrofe, o bien el fuego consume toda superficie de inscripción, o bien el agua no deja como sobrevivientes más que a unos pocos montañeses: "mezquinas brasas del linaje humano salvadas en las cumbres de los montes" (Las Leyes, 677b) que no saben, empero, ni leer ni escribir. Ellos y los descendientes inmediatos de ellos, todos "los nacidos en esa época del ciclo no conocen la escritura (grámmata), sino que (sin legislación por tanto) viven atenidos a las costumbres y a las llamadas normas patrias" (Las Leyes, 680a). Una vez que esos hombres se han extendido por todo el mundo y han alcanzado ya la etapa de la escritura, la legislación, la política, etc., un nuevo diluvio les aniquila, dejando como sobrevivientes "sólo a los iletrados (agrammátous) e incultos (amoúsous), de modo que nacéis de nuevo, como niños (hoîon néoi), 44 ALVARO GARCÍA desde el principio (ex arkhês), sin saber nada ni de vuestra ciudad ni de lo que ha sucedido entre vosotros durante las épocas antiguas" (23b). Incapaces de registrar, la memoria es confiada al soporte de la oralidad. Sin saber escribir, el pasado tiene que convertirse en objeto de una historia repetida, de una leyenda recitada. "En efecto, los que en cada ocasión sobrevivían, como ya fue dicho anteriormente, eran cerriles y analfabetos (agrámmaton), de modo que sólo se habían enterado de los nombres de los gobernantes del país y, además de éstos, de muy pocas hazañas. A sus hijos les pusieron los nombres porque les agradaban, aunque no conocían las excelencias y las leyes de los anteriores, con excepción de algunos oscuros relatos (skoteinàs... tinas akoás) sobre individuos particulares" (Critias, 109d-e). De esta manera, Platón opone, sin más, la escritura al mito, la lectura a la leyenda. Si el sacerdote egipcio puede narrar la más grande hazaña realizada por los atenienses, es porque todo ello está registrado en su ciudad. Atenas está presente en Saís como una marca. El sacerdote transmite oralmente este registro a Solón, Solón a su vez al viejo Critias, Critias el viejo a los hermanos Aminandro y Critias. Éste último a su vez a Sócrates y Sócrates... seguramente a Platón. Pero he aquí que tiene lugar un momento fundamental. Platón no se dirige oralmente a un contemporáneo suyo para contarle el cuento, sino que lo guarda y lo graba; no lo narra, lo redacta; no lo enseña, lo consigna. Así, pues, desde los textos que tiene a la mano el sacerdote y descendiendo de receptor en receptor se topa uno finalmente y de nuevo con la escritura, con este texto que tenemos ante la vista llamado Timeo, además de otros tantos, y de este mismo entre ellos, que se han escrito a propósito de él. Ello es así, al menos en apariencia, porque en verdad nunca, o casi, el momento de la inscripción ha abandonado la secuencia de la transmisión oral. El sacerdote relata oralmente a Solón teniendo a la mano unos libros sagrados en los que se consigna la historia y que en otro momento podrían consultar: "Más tarde tomaremos con tranquilidad los escritos mismos (autà tá grámmata) y discurriremos en detalle y ordenadamente acerca de todo" (24a). A su vez Solón, recordémoslo, hubiera alcanzado la mayor fama de haber ultimado la redacción del relato traído de Egipto. Solón, pues, escribió tal relato y, al hacerlo, momento singularmente decisivo, lo tradujo. Más precisamente, tradujo una traducción. Lo que los primeros egipcios escucharon hablar de Atenas, lo escucharon en griego, pero tomaron acta de ello con caracteres egipcios, traduciéndolo así. A partir de la lectura de estos signos, el sacerdote habla en su lengua a Solón, y Solón, dispuesto a escribirla, tiene que traducirla a su propia lengua. Proceso de traducción fundado, advirtámoslo de paso, en el poder de las palabras; que la MITO, CATÁSTROFE, ESCRITURA 45 traducción se lleva a cabo con la atención puesta en el sentido de las palabras. "Puesto que Solón quería utilizar el relato (lógo) para su poesía, investigó el significado de los nombres (tén ton onomáton dýnamin) y descubrió que aquellos primeros egipcios los tradujeron a su propia lengua al escribirlos (grapsaménous eis ten autôn phonèn metenenokhótas), y él, a su vez, tras captar el sentido (ten diánoian) de cada uno, los vertió a la nuestra cuando los escribió (apegrápheto)" (Critias, 113a). Retornándolo al griego, lo que Solón escribe es el original, otra manera de decir que el original es tan repetitivo como su traducción, que el original es traducción desde su inicio. Con el referente de su traducción, Solón ha contado el relato al viejo Critias. Este no lo olvida y puede narrarlo a su vez a Critias, cuando era niño. Este tampoco lo olvida y puede también narrarlo a Sócrates. Forma así parte el cuento de una herencia familiar. De una herencia, empero, nunca enteramente oral. El relato pasa de boca en boca a través de dos generaciones de Critias, pasando paralelamente de mano en mano. Pues los manuscritos de Solón siempre estuvieron en poder de los Critias: "Esos documentos se encontraban en casa de mi abuelo, y, actualmente, están todavía en mi poder..." (113b), dice Critias. El único instante verdaderamente ágrafo de la cadena es el que está constituido por su último o penúltimo receptor, por Sócrates. Ello, como se sabe, no es una inconsecuencia. Y si Platón, al oírlo de Sócrates, lo ha escrito, es, en parte, porque los egipcios declaran, en su escritura, que la raza helena es la mejor. Cierto, la memoria de Atenas está confiada a Saís. Y depende de ella en cierto modo. Pero en la medida en que ello es un servicio que ella presta, es Atenas quien delega en ella las atribuciones infamantes del secretariado. Para Atenas, que otra ciudad consigne sus hazañas, es un acto esencialmente secundario. A Atenas no le va en ello su predominio. Al contrario, es la prueba de su dominio. Sais toma nota de las hazañas de una Atenas que no escribe. Y si Egipto declara su subordinación, cuando le declara su admiración, entonces, el hombre de la tradición escrita declara, por escrito, que el hombre de la tradición oral es superior, que el hombre dotado de lógos es superior. Retomemos: una primera unidad discursiva llamada Timeo convoca el recuerdo de una reunión acontecida en la víspera del mismo diálogo. Con esa recapitulación se abre, se decide, la programación del día. Critias desea dar satisfacción al deseo de Sócrates mediante un relato que ya ha contado en la tarde del día anterior y en la mañana de ese mismo día y que, por tercera vez, narrará ahora a Sócrates. El relato de Critias repite un relato que le había referido su antepasado Critias sobre un relato que le había hecho Solón, el cual relataba su conversa- 46 ALVARO GARCÍA ción con un sacerdote egipcio, quien relataba a su vez una vieja tradición según la cual Atenas es superior. Entre este último, fundado en escrituras sagradas, y el primero, escrito por Platón, un círculo de escritura, sólo interrumpido por Sócrates, se cierra sobre sí mismo. La necesidad de este corte en el circuito y quizá la ingenuidad de nuestra parte al presumir una transmisión posiblemente directa, verbal, de Sócrates a Platón, y no más bien, pues ello también es presumible, que la figura literaria de Sócrates eclipse la bibliografía de Platón, nos hace sospechar que no entraremos a la Biblioteca de Platón. Pues, en efecto, nadie entra en ella, a no ser que sea geómetra.