EL AÑO DE LA FE CON BENEDICTO XVI Agostino Molteni [10] EL HOMBRE: DESEO DE DIOS En la catequesis del 7 de noviembre, Benedicto XVI citando el Catecismo de la Iglesia, ha hablado sobre el “deseo de Dios”, de Dios que “no cesa de atraer al hombre hacia sí” (n. 27). Es un tema decisivo para la fe. Si la fe no es una atracción racional-razonable, sería algo sin interés para el hombre, “fábula”, mito. El Papa empieza diciendo que en nuestros tiempos Cristo es “una realidad que deja indiferente”. Es decir, dicho de un modo muy sintético: ha triunfado aquel “ser que es”-estático (Parménides); el conocimiento de las Ideas-Esencias-“El Bien” (Platón); el “conocimiento del ente en cuanto ente” (Aristóteles, Metafísica: conocimiento del objeto-ente sin interés-beneficio); la “razón pura” de Kant, desinteresada en cualquier beneficio=eliminación del “principio de placer” que ya no coincide con el “principio de realidad” (=realidad como beneficio), la “idea Christi” de Hegel. Es muy significativo que el Papa (retomando su encíclica Deus caritas est) hable del deseo de Dios enmarcándolo en la experiencia del “amor” en que querer el bien del otro “es camino también hacia mi bien”. Es en este sentido que queremos desarrollar este tema. El inicio del deseo es libre; no existe un deseo ya mecánica-biológicamente pre-constituido (ni el deseo de Dios). El deseo no es prescrito pues no está “inscrito” en la naturaleza biológica humana; de otro modo sería un deseo predeterminado a una solución (sería una miserable parodia). Esto quiere decir, que el deseo es vocación, atracción; y vocación significa alguien que con su acto, pone en acto: hace nacer el deseo. Al inicio del deseo está la vocación-atracción-relación. Un ejemplo de esto son las primeras páginas de las Confesiones de san Agustín cuando dice que el acto de ser amamantado por su madre lo ha llamado (vocatio) a actuar según el pensamiento-deseo de ser satisfecho por medio de otros. En efecto, el niño (si no volveréis a ser como niños…) entra en la realidad con el deseo-pensamiento generado por su madre de ser satisfecho por el universo de todos los demás sujetos (no tiene el “deseo-instinto de conocer” como dicen los griegos). Por eso santo Tomás de Aquino, vinculando deseo y pensamiento, habla de la beatitudo-felicidad como “un bien perfecto, de naturaleza intelectual” (S. Th. I, q. 67, a. 1) Por eso, el pensamiento del niño-hombre es ilimitado, tan ilimitado que es capax Dei (“capaz de Dios”: Catecismo n. 27 y ss.). En este sentido, Dios no puede ser deseado como ente (ontoteología condenada por Heidegger), sino como beneficio: Dios no es “objeto”“ente” del deseo, sino que es generador (vocación) del deseo. Retomando la revolucionaria (respecto del pensamiento griego) e importantísima distinción del Credo de Nicea (325) que dice que Cristo es genitus non factus, engendrado no creado, podemos decir que el “deseo de Dios” en el hombre es generado, no creado, no viene con la “naturaleza”, sino que se genera en una relación (como acontece en la relación afectiva en que, antes, no existe deseo presupuesto, sino que éste nace de un encuentro). El deseo de Dios en el hombre no es un hecho natural, de su naturaleza biológica: el deseo es meta-físico (más allá de la naturaleza biológica física, es decir, de una malentendida “ley natural”), es fruto de una causalidad jurídica, no natural (cf. la lección de Kelsen en su Teoría pura del derecho). Por eso el Papa habla del “deseo misterioso de Dios”: “misterioso” significa que tiene un origen que no es una causa sino Alguien. El deseo no es instinto mecánico-natural-causado que tiene leyes naturales (como el agua que a causa del calor hierve a 100 grados), sino que es generado (genitus non factus). Esta es la razón por la cual, el papa, citando el Catecismo, dice que este deseo de Dios “es inscrito en el corazón del hombre”. “Corazón” que no es algo distinto de la razón (como dice equivocadamente Pascal), sino que es la razón en cuanto llamada por Otro (vocatio). Dicho de otro modo, el deseo es recibido desde afuera por medio de “otro” (es lo que Kant rechaza). Si Cristo dice: “Sin Mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), esto significa que también el deseo es un poder recibido por “otro”. Poder desear a Dios es participar del poder-deseo de Dios. El deseo no es espera de un evento, sino que hace parte del mismo evento-acontecimiento de la relación: el deseo no es presupuesto a una relación (como si fuera instinto), sino que es producido por una relación. Por eso Cristo decía: “Los llamo amigos, no siervos” (Jn 15,14). El siervo debe obedecer a los deseos del patrón; el amigo, al contrario, com-pone (derecho positivo) la relación. La “concupiscencia mala” de que habla san Agustín, es instinto-deseo presupuesto, sin relación que, al contrario, es compuesta. Por eso hay un vínculo entre el 5⁰ y el 6⁰ mandamiento: impuro (6⁰ mandamiento: “no cometer actos impuros”) es el acto que mata (5⁰ mandamiento: “no matar”) la posibilidad de la relación afectiva como generadora de deseo sano, no presupuesto. Conclusión. El deseo de Dios del hombre es generado por el deseo de Dios (genitivo posesivo), por el deseo que el mismo Dios-Trinidad vive en las relaciones Padre-Hijo-Espíritu Santo (bien diferente del “dios” motor inmóvil de Aristóteles que atrae a sí sin desear). Justamente por eso el hombre es “a imagen y semejanza” de Dios. Y Dios no es complemento a una penuria que existiría en el hombre, sino que es socio-aliado (cf. la “Alianza” del A.T.) de una riqueza que el hombre tiene en cuanto es engendrado en esta Alianza: el deseo es esta riqueza-herencia com-puesta. El deseo de Dios no es falta de algo que Dios vendría a complementar (cf. el deux ex machina de los griegos que intervenía a solucionar las tragedias; cf. también el “sólo un Dios puede salvarnos” de Heidegger), sino suplemento, es decir, llamada de Otro a producir frutos: amigos activos, no siervos (los siervos tienen deseos ya pre-constituidos en el “software humano”-patrón globalizado-inteligencia artificial).