La crisis de la razón ilustrada: el vitalismo de Nietzsche

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La crisis de la razón ilustrada:
el vitalismo de Nietzsche
1. INTRODUCCIÓN.
Frente al optimismo inicial y la fe en las posibilidades del modelo de razón ilustrada, una parte de la
filosofía contemporánea destaca aquellos aspectos también presentes en el ser humano y que no se pueden
dejar al margen (sus deseos, intereses, pulsiones, etc.) Como consecuencia inmediata surgirán corrientes de
pensamiento que defenderán precisamente esos aspectos, tales como el irracionalismo, el vitalismo y el
historicismo. Estas corrientes, entre las que podemos encuadrar el pensamiento de Nietzsche, tienen los
siguientes rasgos característicos:
A) Reacción contra la metafísica hegeliana y el positivismo de Comte.
Es una reacción tanto contra el racionalismo idealista de Hegel como contra la absolutización de la ciencia
llevada a cabo por el positivismo de Comte, el cual elevó el saber científico al rango de único saber válido.
B) Exaltación de la vida y de las fuerzas irracionales frente a la cultura.
Expresa una exaltación de la vida como forma de entender al ser humano y se realiza una profunda crítica de
los valores culturales, a los que se considera como encubridores o directamente represores de los valores
propiamente humanos.
C) Preferencia por el estilo ensayístico frente a la construcción de obras sistemáticas.
Al escribir sus obras, más que a una exposición sistemática de ideas, recurren a la exposición y el análisis de
determinados temas con el apoyo de intuiciones, metáforas, descripciones de corte literario, etc. Así, se
apuesta más por la belleza descriptiva o por la fuerza expresiva que por el rigor expositivo o sistemático. En
este sentido, la obra de Nietzsche es uno de los más claros exponentes de este nuevo talante, que acerca la
filosofía a la poesía y a la literatura, y a la inversa.
Así pues, en la segunda mitad del siglo XIX aparece un tipo de filosofía que supone una crítica
radical contra la cultura establecida. Nietzsche, la figura más destacada de este movimiento, encarna también
una reacción contra la tradición intelectualista y religiosa de la cultura occidental que, según él, se había
opuesto a la vida y a los valores vitales desde el momento que se produjo la alianza entre el “platonismo” y
el cristianismo.
La “filosofía de la vida” defiende que las realidades vitales no se pueden comprender con un
método científico, como el usado en las ciencias empíricas. En el plano ontológico, la vida es el sustrato
fundamental de la realidad. En el plano gnoseológico, el vitalismo de Nietzsche proclama un acercamiento
más vital a la realidad: sustituir el frío razonamiento por la vivencia e intuición de la realidad que
pretendemos conocer. En el ámbito de los valores, la vida se convierte también en el valor fundamental y en
el criterio de acuerdo con el cual se han de ordenar los demás.
Por todas estas razones, la obra de Nietzsche es de una complejidad tan enorme, que no nos permite
acercarnos a ella sin producir en nosotros estados de ánimo y sentimientos contrapuestos: admiración y
condena, fascinación y repulsa, entusiasmo e incredulidad. En realidad, no es un pensador al uso que se
pueda encuadrar en la tradición racionalista de la filosofía occidental. Ya fuera por provenir del campo de la
filología clásica, ya por su deliberada voluntad de expresarse a través de aforismos y sin voluntad alguna de
exponer su pensamiento de un modo sistemático, su filosofía implica y apasiona al que se acerca a ella.
Ahora bien, por encima de las diversas interpretaciones que pueden hacerse de su pensamiento y
obra, es admirable la lucidez de sus análisis y la gran penetración de su mirada para comprender los
problemas más profundos de la psicología, de la moral y de la metafísica de la cultura occidental. Y no es
menos admirable la fuerte personalidad de un hombre que fue capaz de criticar los valores supuestamente
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más elevados de nuestra cultura y de mantenerse en una postura de rebeldía a pesar de encontrase
prácticamente solo y contra un ambiente que le era radicalmente hostil.
Y es que, aunque la actitud de sospecha y denuncia del carácter falsificador de las construcciones
culturales ya había estado presente en Marx, Nietzsche la llevó hasta sus últimas consecuencias, al afirmar
que la cultura occidental ha supuesto una negación de la vida en cuanto que se opone a todo lo que es
naturalidad, espontaneidad, libertad e imaginación. Por ello, piensa Nietzsche que la metafísica tradicional, y
la cultura occidental en general, ha recorrido un camino equivocado, y que esa hostilidad contra la vida es
síntoma de su carácter decadente, de su temor inconfesado ante el carácter irracional e imprevisible de la
propia vida.
2. CONTEXTO HISTÓRICO, CULTURAL Y FILOSÓFICO.
2.1. Contexto histórico-cultural.
A finales del siglo XVIII triunfó la Revolución francesa y con ella los ideales ilustrados: libertad,
igualdad, fraternidad, ciencia y progreso. Así las cosas, en los países en donde había triunfado la Revolución,
se abrió paso el liberalismo no solo en el orden social y político sino también en el orden económico.
Rápidamente se aceleró en Europa y los Estados Unidos de América otra revolución, la Revolución
Industrial, con la que se consolidó el capitalismo como sistema de producción. Es la época de las
revoluciones liberales lideradas por la burguesía.
Pero el nacimiento de la gran industria, en medio de políticas
salvajemente liberales, atrajo a la ciudad una ingente cantidad
de población como mano de obra que, desarraigada del campo,
rápidamente se convirtió, familias enteras, en una nueva clase
social empobrecida, el proletariado. Las pésimas condiciones
de vida de los obreros de las fábricas hicieron que el optimismo
de la Ilustración ante el progreso se fuera desvaneciendo poco
a poco. El progreso científico y tecnológico no traía consigo el
progreso moral ni la felicidad a la humanidad. Los medios de
producción se acumulaban en manos de unos pocos, y las
graves desigualdades sociales a consecuencia de ello hicieron
que el proletariado tomara conciencia de su situación. Este estado de cosas desembocó, hacia la mitad del
siglo, en movimientos de trabajadores y nacimiento de sindicatos que pedían mejoras laborales y sociales.
En 1866 se fundó la 1ª Internacional Socialista y en 1871 estalló la revuelta proletaria de la Comuna de
París, primer intento de cambiar la estructura económica del capitalismo, la cual acabó severamente
reprimida y sus instigadores muertos en la refriega o fusilados.
Por otra parte, la Europa de la segunda mitad del siglo XIX es la Europa de los nacionalismos. La
clase burguesa, interesada en proteger los mercados nacionales, fomentó el sentimiento nacionalista, lo cual
también trajo como consecuencia el deseo de expansión colonial y mercantil de las principales potencias
europeas, especialmente Inglaterra, Francia y Alemania. En 1884 se produce una conferencia colonialista en
Berlín para repartirse África sin permiso de los africanos. En Alemania, concretamente, el movimiento
nacionalista llevó a la unificación y la proclamación de la nación alemana (1871), que pronto se convirtió en
la gran potencia continental. En la guerra franco-prusiana de 1870, que dio origen tras la paz de Frankfurt al
nacimiento de Alemania, Nietzsche participó de enfermero.
En el ámbito cultural, el siglo XIX está marcado por la influencia de dos corrientes ideológicas y
artísticas sucesivas y opuestas: el Romanticismo, que aparece a principios de siglo como reacción a la
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Ilustración, y el Positivismo de la segunda mitad del siglo, que surge como alternativa a los excesos
románticos.
El Romanticismo es un movimiento estético y cultural que supone una reacción ante el
racionalismo ilustrado. Se destaca el valor del sentimiento, la intuición y la imaginación como vías de acceso
al mundo, la exaltación del lado oscuro del alma, de lo irracional y afectivo. Sin embargo no se abandona el
concepto de razón, sino que se la entiende de un modo diferente: la razón es un espíritu absoluto y universal.
En este contexto, la verdad es, para los románticos, una creación popular, de un modo subjetivo se defiende
el valor de la libertad y la creatividad.
En este movimiento cultural aparecen las figuras de Lord Byron,
Göethe, Delacroix, Chopin etc. Es necesario destacar la figura de Wagner.
Su música seduce a Nietzsche (en su primera etapa) que lo ve como el
prototipo del espíritu libre y ateo. Sin embargo, más tarde, la música de
Wagner adoptará, según nuestro filósofo, connotaciones cristianas y
nacionalistas, convirtiéndose en su más furibundo enemigo. También tuvo
orígenes románticos el filósofo que más hondamente influyó en el
pensamiento del siglo XIX: Hegel.
En el ámbito artístico aparece el realismo, movimiento que intenta describir la realidad natural y
social de forma objetiva, en la literatura (Balzac, Zola,Dickens...) y en la pintura, el impresionismo
(Manet, Monet, Renoir...).
Esta es la época del nacimiento de las ciencias “humanas”: Psicología, Sociología,
Antropología...... Hemos de destacar, por su influencia en el pensamiento de Marx, el nacimiento de la
Economía, como disciplina científica, de la mano de Adam Smith.
Es obligatorio mencionar la teoría evolutiva de Darwin y el impacto que supuso en todos los ámbitos de la
cultura, replanteando el papel del hombre en el mundo.
Por último añadir que el siglo XIX se caracterizó por una notable difusión de la cultura a través de
la lucha contra el analfabetismo, la obligatoriedad de la enseñanza primaria y la multiplicación de
periódicos y revistas. La universidad se convierte en el centro principal de creación y difusión cultural,
especialmente en Alemania y Francia.
2.2. Contexto filosófico.
La crítica a la cultura alemana de su época se convertirá en la motivación básica en los inicios de la
filosofía de Nietzsche. Nietzsche eligió el ideal aristocrático griego como paradigma desde el que criticar
los rasgos distintivos de su época. Atacó las dos grandes corrientes filosóficas del siglo XIX; el historicismo
imperante, por su defensa de las tradiciones e inmovilismo, y el positivismo, por su actitud antimetafísica, lo
que implica una renuncia a conocer qué es la realidad, qué son en esencia las cosas… Entre los
representantes del positivismo destacan Augusto Comte, Stuart Mill y Spencer. Ambas corrientes fueron
denostadas en favor del vitalismo del ideal griego en oposición a la cultura judeo-cristiana.
En su obra Consideraciones Intempestivas Nietzsche diagnostica el origen de la degradación de la
cultura alemana y la asimilación de sus valores nihilistas y represivos a la influencia de la cultura judeocristiana. Nietzsche acabará haciendo extensivo este diagnóstico al conjunto de la civilización occidental,
interpretando la causa de su decadencia en la transvaloración introducida en nuestra civilización tanto por
la metafísica y la ciencia occidental como por la religión judeo-cristiana.
El vitalismo de Nietzsche fue heredero de la filosofía de Schopenhauer, del que adoptó la primacía de la
voluntad sobre la razón y la crítica de su antecesor a la moral kantiana. Nietzsche rechazó los valores
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ilustrados y su defensa de la razón especulativa como instrumento de comprensión del mundo. Su vitalismo
promulga un ideal romántico frente al ilustrado, capaz de instalar a los hombres en la vida y que, en lugar de
limitarse a racionalizarla o comprenderla, les ayude a concebir la vida como un acto creador.
Lo que se ha venido en llamar su “filosofía del martillo”, ha hecho que Nietzsche sea considerado
uno de los grandes “maestros de la sospecha”. Nietzsche, junto con Marx y Freud, “sospecharon” que,
tras los valores de la modernidad y de la cultura occidental, se ocultaban oscuros intereses. Todos ellos
sintieron la necesidad de encontrar un método de interpretación para acceder a esta realidad oculta. Si
Marx formuló en El Capital el materialismo histórico como instrumento capaz de descubrir que, bajo los
discursos ideológicos, se encuentran los intereses de clase, Freud encontró en el psicoanálisis el método para
acceder a las motivaciones irracionales del inconsciente humano que subyacen bajo nuestra aparente
racionalidad. También Nietzsche, en su obra La Genealogía de la Moral, utilizó el método genealógico para
descubrir que, tras los valores morales de la civilización occidental, se oculta la voluntad de poder y el
resentimiento de los débiles frente a los fuertes. Esta labor hermenéutica de los “maestros de la sospecha”
inauguró la crisis de los ideales de la Ilustración y su impronta se manifiesta aún en la renuncia de gran parte
de los filósofos de la actualidad a la posibilidad de una comprensión total de la realidad humana.
A Nietzsche se le puede considerar también precursor de algunas de las corrientes más importantes
de la filosofía del siglo XX. Por su utilización del método genealógico, es un iniciador de la hermenéutica
y, por su defensa del vitalismo, el padre del existencialismo. Requiere una especial mención su influencia en
la filosofía postmoderna, a través de la figura de Heidegger. En definitiva, cualquiera de las propuestas
filosóficas que ponen en cuestión la idea ilustrada de sujeto racional soberano y la ideonidad de los discursos
globales sobre la realidad encuentra, en mayor o menor medida, fuente de inspiración en Nietzsche.
3. LA INFLUENCIA DE SCHOPENHAUER.
Ya en sus años de estudiante, Nietzsche lee a Schopenhauer a través de El mundo como voluntad y
representación. Esta obra le impacta profundamente hasta llegar a considerar al autor un auténtico educador
espiritual, si bien más tarde acabaría distanciándose de él.
Schopenhauer (1788-1860) es considerado el precursor del vitalismo y del llamado irracionalismo
filosófico. Despreció profundamente a Hegel por afirmar que "todo lo racional es real y que todo lo real es
racional". ¿Cómo explicar brevemente su filosofía? La filosofía de Schopenhauer es una original mezcla de
kantismo y budismo con fuertes dosis de romanticismo y pesimismo.
Schopenhauer aceptó la dualidad kantiana fenómeno-noúmeno, pero con un sentido muy diferente.
El mundo es puro fenómeno, esto es, simplemente una representación del sujeto, un engaño, una ilusión, un
sueño. Pero lo que se oculta tras la apariencia a la que llamamos realidad no es la "cosa en sí", no es el serverdad, sino la vida, un impulso ciego, una voluntad irracional e infinita.
El mundo es, pues, manifestación de una fuerza irracional que se multiplica en cada
individuo, que se hace uno en cada conciencia individual. Esto es como si -valga el ejemplo- en medio de
un mar turbulento, las gotas de agua separadas por un instante de la infinita masa restante adquiriesen
conciencia individual y comprendiesen con horror al mismo tiempo que en su irremediable precipitarse a la
totalidad de la que surgieron, su existencia única e irrepetible tendrá su fin. La existencia humana es una
existencia trágica.
Por tanto, en cada individuo hay una voluntad de vivir, una fuerza infinita y cósmica que se
esfuerza por afirmar la propia existencia a expensas de cualquier cosa, incluso a costa de los demás seres.
Por eso el mundo, incluido el humano, es un escenario de crueldades y codicias, lleno de egoísmo. Todo acto
humano se explica como un intento de conservación. Hasta la sexualidad y la procreación sólo son un
intento de conservación a través de la propia perpetuación en otros como yo. Así es la vida.
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Schopenhauer sólo ve una solución: hay que negar la voluntad y
convertirnos en seres sin deseo. Este análisis de la existencia y su propuesta de
cómo vivirla recuerda mucho a las enseñanzas budistas. Recordemos las tres
primeras nobles verdades del budismo: 1ª/ La vida es sufrimiento. 2ª/ La causa del
sufrimiento es la voluntad. 3ª/ El sufrimiento se puede evitar eliminando la voluntad.
Vivir aceptando el deseo y procurando su satisfacción nos conduce
irremediablemente al sufrimiento, porque, o bien sufrimos cuando no tenemos lo que
deseamos, o nos aburrimos cuando lo tenemos e inmediatamente ponemos nuestro
deseo en otra cosa. La rueda del deseo-hastío-deseo es una espiral de sufrimiento
infinita. El pesimismo es casi absoluto.
Para Schopenhauer hay que renunciar a todo aquello que nos hace vivir, tener más vida, ser más
nosotros mismos, a todo aquello que nos reafirma en la existencia: el sexo, la avaricia, la envidia, el
orgullo... cualquier deseo o pensamiento egoísta. Schopenhauer propondrá dos caminos para luchar contra la
angustia de vivir:
La experiencia estética: La contemplación de la belleza permite alejar de nuestras vidas todo
aquello que es voluntad de vivir. Pero es un breve paréntesis que, sobrepasado, vuelve a
accionar nuestros instintos primarios.
La santidad o el ascetismo: Es la única solución duradera. Renuncia a la voluntad de vivir, a
autoafirmarnos: castidad, pobreza, mortificación.
En definitiva, la relación de Nietzsche con el romanticismo en general y con Schopenhauer, en
particular, fue ambigua. En principio, adoptará algunas propuestas del Romanticismo: la defensa de lo
individual, con el consiguiente rechazo de lo colectivo o comunitario; apuesta por la creatividad y el genio
frente a la normalización social; defensa de la voluntad y las emociones frente a la razón y la lógica en la
justificación del actuar; rechazo a las convenciones morales dominantes; rechazo de cualquier sentimiento de
deuda o compromiso con la sociedad; la idea de jerarquía espiritual entre los hombres (hay hombres
irrepetibles que generan vida y otros que son meras fotocopias que no aportan nada al mundo).
Pero Nietzsche también rechazará aspectos del pensamiento romántico: nada de nostalgia, tristeza o
autocompasión; nada de mirar atrás echando de menos una vida bucólica en el campo u otros lugares lejanos
o exóticos; nada de consuelos religiosos o metafísicos. Nietzsche considerará esta manera de pensar y sentir
como una falta de actitud ante la vida, una falta de fuerza vital. Nietzsche renegará de cualquier forma de
consuelo ante la dureza de la vida. Esta actitud será la que lleve a Nietzsche a rechazar el pesimismo de
Schopenhauer, el filósofo que en su juventud le abrió los ojos con su interpretación del mundo.
4. BIOGRAFÍA.
1844- día 15 de Octubre. Friedrich Wilhelm Nietzsche nace en
Röcken, ciudad alemana cercana a Leizpig. Su padre y sus dos abuelos eran
pastores protestantes.
1849- (5 años). Muere su padre y la familia -compuesta por su madre,
su hermana (dos años menor que él), una abuela y dos tías- se traslada a
Naumburgo, donde realizó sus estudios primarios y secundarios, en un
ambiente familiar piadoso. De carácter serio y retraído, cumplía sus
obligaciones religiosas escrupulosamente y, aunque aprendió a hablar bastante
tarde, dio pronto muestras de precocidad.
1858-64- (14-20 años). Continúa sus estudios en Pforta, y adquirió
una sólida formación humanística basada en el estudio de las lenguas y la
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cultura clásica, lo que le orientaría hacia la filología. Era brillante en todas las materias excepto en
matemáticas. Tenía gran sensibilidad para la música, tocaba muy bien el piano.
1864-(20 años). Pasa a la Universidad de Bonn a estudiar teología y filología clásica. Su madre
esperaba que, siguiendo la tradición familiar, también fuera pastor protestante, pero Nietzsche se opone a esa
idea.
1865- (21 años). Se traslada a la Universidad de Leizpig -siguiendo los pasos de su profesor y
helenista, Ritschl-. Es en esta época cuando lee El mundo como voluntad y representación de Schopenhauer
(1788-1861), que influirá en muchos aspectos de su pensamiento. En febrero de este año se sitúa su discutida
infección sifilítica.
1868- (24 años). En Marzo sufre una caída del caballo. También a ella se atribuye el posible origen de
sus dolencias posteriores. Conoce a Richard Wagner (1813-1883), al que admiró durante algún tiempo por su
espíritu libre. En los temas de su música (dioses y héroes de la mitología germánica) veía el resurgir de los
valores clásicos germánicos frente al cristianismo. Con él y su mujer Cósima, hija de Liszt, mantuvo una
estrecha amistad durante unos años. Este mismo año y sin haber obtenido aún el título de Doctor, es nombrado
Catedrático Extraordinario de Filología Clásica en la Universidad de Basilea (Suiza). Adquiere la nacionalidad
suiza.
1870- (26 años). En Agosto se enrola voluntariamente como enfermero en la guerra franco-prusiana.
Enferma él mismo gravemente de disentería y faringitis diptérica y en Octubre vuelve a Basilea.
1871- (27 años). Publica su primera obra importante El nacimiento de la tragedia, que desagradó a
los filólogos contemporáneos y Nietzsche empezó a perder prestigio entre sus colegas, lo que repercutió en una
disminución de alumnos. No obstante, siguió algún tiempo en la enseñanza, aunque con licencias temporales
por razones de salud. Desde los doce años sufría fuertes dolores de cabeza, debido quizás a trastornos de la
vista, lo que dificultaba el trabajo de leer y escribir.
1873-76 (29-32 años). A partir de 1873 estos problemas se agravan impidiéndole un trabajo regular y
continuo. Publica las Consideraciones intempestivas, cuatro escritos en los que critica la cultura alemana
contemporánea. Empieza a decepcionarle la música de Warner al comprobar cómo resurgen los temas
cristianos más decadentes en sus óperas -como en "Parsifal"- y hay en ellas un tono nacionalista. Romperá
definitivamente con él en 1878.
1879- (35 años). Por problemas de salud abandona definitivamente la enseñanza. A partir de aquí su vida será
la de un solitario vagabundo por Europa siempre en busca de la luz y el sol, con la afición a la vida al aire libre.
Sólo podía pensar paseando, y el aire libre será también el símbolo de su filosofía. Vivirá de la pensión que le
conceda la Universidad y de las rentas del patrimonio familiar, pero siempre en estrechez, alojándose en
pequeñas pensiones, pasando frío. No puede ni beber ni fumar, por su estado de salud. Toma gran cantidad de
medicamentos. Irá de un lado para el otro, unas veces en la montaña, otras a orillas del Mediterráneo. Sus
amigos serán escasos pero selectos y con algunos mantendrá vínculos permanentes. Entre ellos Peter Gast músico-, Jacobo Burkhardt, Edwin Rohde -historiadores-, Franz Overbeck -teólogo-, Freud , Rilke, Taine y
Strindberg.
La mujer que más influyó en su vida fue, sin duda, su propia hermana
Elisabeth, que vivió con él hasta 1882, año que se casó con Föster, un
plantador negrero y antisemita con el que se marchó a vivir al Paraguay, y al
que Nietzsche no tiene ninguna simpatía. Estuvo interesado por Cósima
Wagner y enamorado de Lou Andreas Salomé, con la que llegó a tener una
excelente comunicación intelectual -era una mujer finlandesa muy inteligente
e independiente que será la que publique la primera biografía del filósofo-. Le
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pidió que se casara con él pero ella lo rechazó, este fracaso sentimental aumentó su aislamiento, pues también
rompió definitivamente con ella.
1878-1888- (34 a 44 años). Son los años en los que realizará toda su obra. Obra que, por otra parte será muy
poco conocida y poco leída hasta casi el momento de su muerte. A fines de 1888 se encuentra en Turín y se
muestra satisfecho de sus últimos escritos. Pasa las horas tocando el piano y el compositor que más interpreta
es Wagner. Está preparando su obra Voluntad de Poder, que no terminó. Escribe extrañas cartas a sus amigos
en las que se identifica como “Dionisos” o como el mismo Dios. Llega a caerse en plena calle y en 1889- (45
años) lo ingresan en una clínica de Basilea en la que le diagnostican reblandecimiento cerebral y parálisis
progresiva. Su madre lo traslada a la clínica mental de Jena donde permanece hasta 1890 (46 años) que es
trasladado a casa de su madre en Naumburgo y, a la muerte de ésta, a casa de su hermana en Weimar. La
parálisis le impide toda comunicación.
1900- (56 años). Después de diez años de vida prácticamente vegetativa, sin poder hablar ni llevar a cabo
ningún otro tipo de actividad, muere de apoplejía el 25 de agosto.
5. ETAPAS DE SU PENSAMIENTO Y OBRAS.
La tarea filosófica que propone Nietzsche tiene dos vertientes:
a) Una vertiente negativa: de crítica de los principales conceptos de la religión, la filosofía y la moral que
tradicionalmente habían servido para explicar el mundo en la cultura occidental.
b) Una vertiente positiva: el intento de comprensión y explicación de la vida como el trasfondo profundo de lo
que todo surge. Pero esta explicación, este desvelamiento de la realidad oculta, para la cual Nietzsche utiliza
como método la genealogía, no la hace a través de una exposición sistemática de sus ideas, sino siguiendo el
desarrollo de unos temas que van surgiendo a lo largo de su obra, y entre los que pueden considerarse
fundamentales los de “la muerte de Dios”, el “superhombre”, la “voluntad de poder” y el “eterno retorno”.
Tuvo Nietzsche el carácter típico del artista, del creador que “ve el mundo con otros ojos”, que “huele
el mundo con otra nariz”. Fue un escritor prolífico, brillante y un excelente lector. Sus obras se caracterizan por
la fuerza de su lenguaje, la belleza de sus imágenes, metáforas y símbolos que utiliza. A menudo utiliza
aforismos (como lo hiciera Heráclito) como síntesis del pensamiento que indica más que expresa, que obliga a
la reflexión. Aforismo porque quizás, como dice Nietzsche, "la palabra diluye y entontece. La palabra
despersonaliza haciendo vulgar lo que suele ser extraordinario".
Debido a este estilo aforístico Nietzsche ha sido interpretado de forma diversa y de ahí que distintos y
contrarios movimientos filosóficos o políticos lo reclamen como antecedente (murió a las puertas de un siglo
que le reconocería sucesiva y paradójicamente como violento fascista y revolucionario anarquista. Nietzsche
había pasado en pocos años de ser considerado como ideólogo prenacista a filósofo del Mayo del 68 francés).
Además, en muchas ocasiones, Nietzsche utiliza un tono grandilocuente y casi profético, dando la
impresión de ser el único que ha captado una verdad que el resto ignora; hecho que puede también ser un
obstáculo para comprender lo que nos dice. Como muestra de aforismos, podemos citar los siguientes:
“El gusano pisado se enrosca. Eso es inteligente. Con ello reduce la probabilidad de ser pisado de
nuevo. En el lenguaje de la moral: humildad”.
“Mi suerte quiere que yo tenga que ser el primer hombre decente, que yo me sepa en contradicción a la
mendacidad de milenios… Yo soy el primero que ha descubierto la verdad, debido a que he sido el
primero en sentir, en oler, la mentira como mentira”.
“Aborrezco tanto el seguir como el guiar.
¿Obedecer? ¡No!
¿Y mandar? ¡Jamás! ”
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5.1. La genealogía como método.
Con Nietzsche, la interpretación, concepto tomado de la filología, adquiere el valor de herramienta
filosófica. No se trata ya de determinar la verdad o falsedad de un enunciado, sino de descubrir engaños o
ilusiones, es decir, sospechar de lo que se nos muestra o presenta como verdadero y reconocer las
manifestaciones culturales como símbolos de una realidad que requiere ser descubierta.
Pero, para realizar una interpretación, es necesario utilizar un método adecuado de desciframiento. En
Nietzsche, tal método es el resultado de una manera muy peculiar de entender la psicología y consiste en prestar
atención a la historia que está escondida tras los conceptos, de forma que pongamos al descubierto el sentido
profundo que los orienta. Así, el método para demostrar el carácter ilusorio de ciertas actitudes consiste en
descubrir el motivo psicológico de la ilusión, es decir, preguntar ¿por qué y quién dice tal cosa?, ¿qué pretende
cuando la dice?
Nietzsche interpretó que las actitudes filosóficas no son posiciones fieles o transparentes del
pensamiento ante la realidad, sino que son expresión de determinadas preferencias o intereses. Descubrió de esta
manera la importancia que tiene el valor como fundamento de las diferentes concepciones del mundo y de la
vida. Por eso, el método de la sospecha es el método genealógico, que será el método que utilice con
frecuencia, sobre todo en sus últimas obras.
El método genealógico consiste, pues, en aplicar un análisis genético e histórico a la evolución de los
conceptos para percibir y poner de manifiesto lo que pasa inadvertido o no se nos muestra claramente: los
sentimientos, los instintos, los elementos o factores que han intervenido en la configuración de algo. En
Nietzsche, este método tiene dos momentos inseparables: descubrir primero los presupuestos valorativos, es
decir, la moral implícita en un momento histórico determinado, para evaluar después dicho sistema de valores.
La genealogía busca a la vez “el valor del origen y el origen de los valores”. La tarea del filósofo se resume,
pues, en dos actitudes: interpretar y evaluar. Así, el filósofo es una especie de “médico” capaz de descubrir los
síntomas de cualquier construcción cultural; y de “artista”, capaz de disponer de un punto de vista que le permita
evaluar el sistema de valores que estaba detrás de esa manifestación cultural.
En definitiva, se trata de explicar el origen psicológico de conceptos que representan ideales culturales
como derecho, verdad, santidad, etc. Nietzsche encuentra que en casi todos los casos se puede explicar su
origen desde lo contrario de lo que expresan - por ejemplo, el derecho tendrá su origen en el provecho propio,
la verdad en el instinto de falsificación, de engaño, la santidad en un trasfondo poco santo de instintos y
rencores, etc.
5.2. Etapas de su pensamiento.
La filosofía de Nietzsche se oculta detrás de un lenguaje lleno de imágenes, de
aforismos, sin una conexión sistemática ni una secuencia lógica en la exposición de sus
ideas. Puede encontrarse, sin embargo, a lo largo de su pensamiento un núcleo común:
la recuperación de la vida como valor esencial y la inversión de los falsos valores
que la ahogan. El propio Nietzsche se refiere a las etapas de su filosofía como “pieles
de serpiente” que hay que abandonar o “máscaras” bajo las cuales se desarrolla su
pensamiento. Por ello, vamos a exponer tales etapas de su pensamiento siguiendo las
indicaciones del propio Nietzsche y la división que ha realizado Eugen Fink en su obra
La filosofía de Nietzsche (Madrid: Alianza Editorial, 1982).
A) PERÍODO ROMÁNTICO: “FILOSOFÍA DE LA NOCHE”.
Es la época en la que se encuentra bajo la influencia de Schopenhauer y Wagner, y también de la
filosofía griega, de la que, como filólogo, ha llegado a ser un profundo conocedor. La valoración que de ésta
hace, y que mantendrá a lo largo de toda su obra posterior, es muy positiva respecto de los presocráticos, a
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los que llama filósofos trágicos, y en particular de Heráclito, con el que tiene algunas concomitancias, y
muy negativa respecto a Sócrates y a Platón, a los que considera los destructores del pensamiento trágico.
Comprende tres obras importantes: El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (1871), Sobre
verdad y mentira en sentido extramoral (1873, publicada póstumamente) y Las consideraciones
intempestivas (1873-74). Con respecto a la primera obra, fue escrita como homenaje a Ricardo Wagner, a
quien la dedica y quien la tomará como un respaldo teórico de su música. En estos momentos Nietzsche
considera que la obra de este autor tiene la misma categoría que la tragedia antigua. En ella realiza una
comparación entre la cultura griega presocrática y la posterior a Sócrates e inicia su crítica de la filosofía
socrática y platónica, a las que considera decadentes, al igual que a la cultura alemana contemporánea de la
que, de momento, sólo se salva la música de Wagner. Aparecen muchas de las ideas que desarrollará en sus
escritos posteriores
B) PERÍODO ILUSTRADO O POSITIVISTA: “FILOSOFÍA DE LA MAÑANA”.
En este período se produce un giro crítico: se aparta de la influencia de Schopenhauer y Wagner,
despertando del sueño romántico y de su veneración de los héroes, liberándose de influencias externas. Hay
una clara ruptura con algunas de las ideas que había desarrollado en el período anterior y marca una
evolución que prepara su pensamiento posterior.
En esta etapa predomina la influencia de Voltaire y de los ilustrados franceses. Nietzsche acepta el
rechazo positivista de la religión y la metafísica, que son sustituidas por la ciencia como formas de explicación
de la realidad. Si en el período anterior, Nietzsche consideraba que la religión (entendida a la manera griega),
la metafísica y el arte eran superiores a las ciencias como medios para llegar al fondo del mundo, ahora
condena la metafísica, la religión y el arte. La ciencia, entendida como reflexión crítica, pasa a ser el modo de
acceso a la realidad más profunda. No hace referencia a la ciencia positiva, utiliza el término en un sentido
vago, como sinónimo de “actitud crítica”.
Abarca tres obras importantes: Humano, demasiado humano (1878-79), Aurora. Pensamientos sobre los
prejuicios morales (1881) y La Gaya ciencia (1882), donde plantea por primera vez los temas del “Eterno
retorno” y la “muerte de Dios” al mismo tiempo que critica al idealismo y al cristianismo por ser ideologías
hostiles con la vida.
C) LA FILOSOFÍA DE ZARATUSTRA: “FILOSOFÍA DEL MEDIODÍA”
Es el período fundamental de la filosofía de Nietzsche, ya que en él desarrolla
sus ideas más originales. La obra básica de este período es Así habló Zaratustra
(1883-1885), quizás su obra más poética, escrita además en tono profético, como una
nueva Biblia. También ha sido la más leída y quizás la peor interpretada. Desde el
punto de vista de la forma es también una obra difícil. Nietzsche usa como recurso
fundamental la metáfora, y no utiliza conceptos especulativos en la exposición de sus
ideas, sino imágenes, por lo que la obra puede situarse a mitad de camino entre la
poesía y la filosofía.
Se trata de un conjunto de varios discursos simbólicos unidos por una fábula. Cada
parte contiene una idea central: en el prólogo describe al superhombre y al último hombre. En la primera parte
trata la muerte de Dios, en la segunda parte la voluntad de poder y en la tercera el eterno retorno, la cual, para
Nietzsche, es la idea fundamental.
D)
PERIODO CRÍTICO: “FILOSOFÍA DEL ATARDECER”.
Las obras que siguieron a Así habló Zaratustra son las más críticas de todo el pensamiento de
Nietzsche. Vuelve sobre los temas de la segunda etapa, pero ahora, que ya ha establecido su visión de las
cosas, con una intencionalidad más definida: destruir la visión tradicional para hacer posible el advenimiento
10
de la suya propia. Es la “filosofía del martillo”, que busca la transvaloración de todos los valores. Ataca
duramente la filosofía, la religión y la moral tradicionales, pues considera necesaria la destrucción de éstas para
abrir caminos al proyecto creador de la existencia: tiene que destruir al hombre tal como es para que pueda
venir el superhombre, que es el ser que conoce la muerte de Dios, la voluntad de poder y el eterno retorno.
Nietzsche se propone eliminar el dogmatismo teórico de los valores,
hacer ver cómo el ser humano crea los valores. La transmutación de
todos los valores supone una inversión del sistema de valores
dominantes que busca eliminar la autoalienación de la existencia, al
mostrar que, detrás de todos los sistemas de valores, se encuentra la
vida, el juego de la vida, la vida como voluntad de poder que gira, en
eterno retorno, en el círculo del tiempo. Así, atendiendo al contenido,
hay sistemas de valores que son conformes a la esencia de la vida y
otros contrarios a ella (morales de la decadencia de la vida).
Obras:
Más allá del bien y del mal (1886): Critica la filosofía, la religión y la moral. Considera a los filósofos
como hombres dirigidos por prejuicios morales inconfesados, a los hombres religiosos como
neuróticos y a los hombres morales como vengativos.
La genealogía de la moral (1887): crítica de los valores tradicionales de la cultura occidental.
Crepúsculo de los ídolos (1888): crítica de la filosofía.
El Anticristo (1888): crítica a la religión y, en especial, a la moral cristiana.
Ecce homo (1888): su autobiografía.
La voluntad de poder es su última obra inacabada. Se publicó en 1901, pero ordenada por los editores
y no por el autor. Era su gran proyecto, en el cual retomaba los temas de Así habló Zaratustra.
6. LO APOLÍNEO Y LO DIONISÍACO: LA FILOSOFÍA COMO VISIÓN TRÁGICA DEL
MUNDO.
Para Nietzsche, nuestra cultura tiene su principio en Grecia y allí hay que investigar el
problema, en su origen, pues en eso consiste el método genealógico. El origen de la tragedia es su primera
gran obra, la cual dedicó entusiastamente a Wagner y está inspirada en Schopenhauer. Es una obra
compleja, escrita durante su periodo de docencia en Basilea, la cual tuvo un desagradable acogimiento por
parte de sus colegas filólogos. En ella se afirma que la tragedia griega es el fruto cultural más maduro de la
antigüedad helena, no la filosofía, la ciencia o la democracia. La tragedia griega es un género teatral
inspirado en los ritos y representaciones sagradas que se hacían en Grecia y Asia Menor. Así que hay que
tomarlo como síntoma. ¿Qué dice la tragedia de cómo eran los griegos?
La tragedia expresa la visión griega del mundo y de la vida: una visión dolorosa de la existencia.
El hombre es un héroe que lucha patética e inútilmente contra su propio destino. Pero lo original y
maravilloso de este pueblo, según Nietzsche, es que este sufrimiento se transfiguraba en belleza, en arte
por medio de la tragedia.
Según Nietzsche, en la tragedia griega original de Esquilo y Sófocles había una perfecta comunión
de dos fuerzas que, complementándose, componían el auténtico espíritu griego: lo dionisíaco y lo apolíneo.
Por un lado, Apolo, el dios del sol y de la sabiduría, representaba la racionalidad y la belleza, la proporción y
el orden. Pero Apolo también era el dios del sueño porque esa racionalidad y belleza que atribuían al mundo
y a la vida era solo una ficción, algo efímero e irreal, como los sueños. Por otro lado, Dioniso, el dios del
vino y la embriaguez, representaba la vitalidad salvaje y los instintos, la fuerza de la voluntad irracional del
cosmos. Así, el juego entre Dioniso y Apolo era una lucha equilibrada entre las pasiones embriagadoras de
una voluntad ciega que quiere imponerse a toda costa y el sueño de una vida fingida de racionalidad, orden y
belleza.
11
De esta manera, Apolo y la religión olímpica representan la forma primitiva de superación de los
poderes titánicos de la Moira (el destino) que doblegaba la existencia de los seres humanos. Así, significa el
límite, la armonía, el equilibrio pero en el ámbito individual: el autodominio. Pero en los griegos también
hay una cierta pulsión de retorno, de regresar al origen. De esta manera, Dionisos y las fiestas báquicas
representan lo amoral, la desmesura. Simbolizan la nostalgia y la regeneración mística de la primitiva
comunión entre los seres humanos y la naturaleza: el descontrol.
En definitiva, la visión trágica del mundo nos lo representa como una realidad en la que vida y
muerte, nacimiento y decadencia de lo finito se entrelazan, porque son sólo aspectos de una y la misma ola
de la vida, donde la vida, en su devenir, es el resultado de la lucha, la contraposición entre lo apolíneo y lo
dionisiaco. Nietzsche identifica a Dionisos como el fondo originario del mundo, la vida misma, con la
voluntad de Schopenhauer y, posteriormente, con "la voluntad de poder".
7. LA CRÍTICA A LA TRADICIÓN SOCRÁTICO-PLATÓNICA Y A LA METAFÍSICA
OCCIDENTAL.
Según Nietzsche, fue con Sócrates con quien llegó la degeneración del espíritu heleno. Eurípides
fue el ejecutor del ideario socrático en la tragedia, y Platón su más eficaz difusor por medio de la filosofía.
Nietzsche sugiere que la tragedia griega empieza a desvirtuarse cuando se va imponiendo el nuevo estilo
de Eurípides, donde la palabra, el diálogo, va comiendo poco a poco terreno al coro y a la música. En la
nueva tragedia de Eurípides se multiplican los personajes que dialogan entre sí, y el coro y la música quedan
en segundo plano. En la nueva tragedia las emociones dejan paso a las ideas.
Sócrates es para Nietzsche el heraldo de la decadencia. Sócrates pretende reprimir a Dioniso, el que
afirma la vida a través de los instintos primarios. Sócrates solo cree en la vida racional, se inventa la
inmortalidad del alma y crea la moral, despreciando todo lo demás, hasta el cuerpo, negando así la vida
misma. Mientras que lo apolíneo pugnaba con lo dionisíaco, al mismo tiempo lo admitía ya que asumía que
la conciencia individual, el bien, la verdad y la belleza, son una creación efímera, aparente, un sueño. El
socratismo aborrece a Dioniso, pero también pervierte el espíritu de Apolo en el momento en el que cree
que esa conciencia individual a la que llama “alma” no es una hermosa ilusión sino algo plenamente real.
Sócrates pretende convertir en inteligible todo. Dice Platón: “solo lo que puede ser entendido es bello”. La
dialéctica racional sustituye a la tragedia. Sócrates proclamó la vida racional como la única que vale la
pena ser vivida.
12
¿Pero qué motivó este cambio? Aquí huele a podrido. “Mi genio está en
mi nariz” dice Nietzsche. Y el psicólogo responde: es el miedo; miedo a
los instintos, al dolor y al placer, al propio cuerpo, a la finitud de la
conciencia, al azar, al devenir del tiempo, o sea, el miedo a Dioniso, el
miedo a la vida. Sólo los que temen la vida temen la muerte. Para
Nietzsche es una cuestión de tripas, de personalidad profunda, de
temperamento.
En consecuencia, el miedo a la vida ha traído el “Mundo Verdadero”. La
crítica de Nietzsche a Platón, y sucesores del mismo error, es haber
inventado un mundo aparte del que nos muestran los sentidos (el
único real) y haberlo llamado “mundo verdadero”. Claro está, este otro
mundo es sólo inteligible, ideal, inmutable y también bueno, porque no
sólo es un referente ontológico, también es una aspiración
epistemológica y un deber moral. La filosofía occidental ha duplicado la
realidad. Pero sólo una es verdadera. La otra tendrá que considerarse
aparente. Para Nietzsche, la gran traición contra la vida que lleva a cabo Occidente es haber convertido el
único mundo real en aparente, y al inventado llamarlo “verdadero”.
El platonismo quiere decir que los conceptos son lo auténticamente real y no el mundo de la
experiencia sensible. La teoría de las Ideas de Platón es para Nietzsche el mundo al revés: la realidad
sensible es el mundo aparente, y los conceptos (llamada “realidad inteligible”) es el mundo verdadero. Pero
Nietzsche insistirá una y otra vez que cualquier idealismo de esta clase responde a una misma necesidad
"humana y muy humana": vencer el miedo, hacer más llevadera la vida de los débiles y cobardes, hombres
pobres de espíritu incapaces de aceptar el devenir caótico de la existencia. El lenguaje, la lógica, la ciencia,
son inventos del animal inteligente (aunque cobarde) que lucha por sobrevivir tratando de ordenar el mundo
de su experiencia. Toda la metafísica es producto del miedo.
Frente a Parménides, Sócrates y Platón, Nietzsche reivindica a Heráclito. Se trata del filósofo más
admirado por Nietzsche, el único por el que siente respeto. Es quien afirmó el continuo devenir, que todo
cambia y nada permanece. Si todo está en continua transformación se establece una relativa irracionalidad de
lo real, pues es lo cambiante frente a lo permanente, la pluralidad frente a la unidad, lo que parece ser frente
a lo que sea. Esta postura niega rotundamente el platonismo, que ponía en las ideas estáticas la esencia de lo
real. Para Nietzsche, toda la historia de la filosofía ha repetido el error de partida establecido por
Platón: separar la realidad en dos mundos, uno aparente y otro verdadero, donde lo sensible queda en
un segundo plano en beneficio de lo ideal.
La crítica que hace Nietzsche a la Filosofía tiene una unión estrecha con la crítica que hace a la
moral. La moral tiene su base en la filosofía platónica con sus dos mundos diferentes y distanciados: el
mundo real y el mundo de las ideas. El mundo de los sentidos es malo, causa de perdición.
La filosofía tradicional es dogmática: considera el ser como algo estático, fijo, inmutable,
intemporal, eterno, abstracto. Pero ese ser no existe. Sócrates hizo triunfar la razón contra la vida; Platón
creó otro mundo, el de las ideas, desvalorizando el mundo real. ¿Qué se esconde detrás del idealismo de
Sócrates y de Platón? Esta es la base de la metafísica occidental: el espíritu de la decadencia, el odio a la
vida y al mundo. Sócrates y Platón fueron grandes inventores de conceptos, ideas y mundos simbólicos. A
partir de ellos, otros pensadores han tenido la pretensión de alcanzar el ser, la realidad auténtica, absoluta, y
han rechazado lo sensible, lo espontáneo, lo temporal, el devenir, la imaginación y la vida. Se ha dado más
importancia al mundo de las ideas que al mundo de los sentidos. Pero, según Nietzsche, no hay conceptos
estáticos, no hay ningún mundo de ideas eternas. Sólo existe el devenir cambiante del mundo experimentable
por los sentidos.
13
La filosofía es dogmática, como la religión y la moral. Expone la inutilidad de buscar respuestas
definitivas o satisfacciones absolutas. Para Nietzsche no hay ‘verdades en sí’, sino que sólo hay
perspectivas: no hay hechos ‘en sí’, sino interpretaciones de lo que sucede; y lo que sucede es susceptible de
múltiples interpretaciones. La pregunta ‘¿Qué es esto?’ hay que expresarla mejor como ‘¿Qué es esto para
mí?’
En efecto, para Nietzsche, la verdad nada tiene que ver con el concepto realista
de adecuación o identidad entre el pensamiento y las cosas. Todo es mentira en
el sentido de que nada es verdad. No hay verdad. Para Nietzsche, es la
necesidad de vivir en paz en un mundo dominado por el espíritu de los hombres
débiles la que crea el concepto de verdad. Nietzsche llamará "verdad" al uso de
determinadas palabras en determinadas situaciones de acuerdo con el interés
del grupo dominante. Esta es la lógica del rebaño. Así, del concepto de verdad
pactado e impuesto por el espíritu gregario de los débiles nace el concepto de
mentira para castigar al individualista, al que se considera violador del pacto
social, al que quiere mentir por su cuenta. Para el dogmático, la verdad es un
concepto ontológico ("la verdad es lo que es"); para Nietzsche, la verdad es un
concepto pragmático ("la verdad es la mentira que una comunidad necesita para
vivir").
Esto nos lleva a considerar cómo entiende Nietzsche el conocimiento. Para Nietzsche no
hay ser y, si no hay ser, no hay verdad. Llamar “objetos”, "cosas en sí", a las imágenes que se forman en
nuestra mente como consecuencia de un estímulo nervioso es totalmente absurdo. El gran error del
positivismo es creer que hay hechos, que hay objetos puros. Esta invencible creencia es una seducción
terrible de la que solo nos podemos librar cuando tomamos conciencia de que no existe la percepción
correcta, cuando tomamos conciencia de nosotros mismos como sujetos creadores de metáforas. Para
Nietzsche, todo conocimiento es relativo: no conocemos ningún “hecho en sí”, el mundo no tiene un sentido
fundamental, sino muchísimos sentidos, y, por tanto, de él se pueden hacer diversas interpretaciones. Por
ello, el conocimiento es perspectivismo, es decir, la convivencia de una pluralidad de perspectivas o
interpretaciones de la realidad, todas ellas válidas por ser imágenes de esa misma realidad plural y
cambiante.
Ante todo, está la crítica al doble mundo que implantó Platón y que heredó el cristianismo (en la
versión ‘mundo terrenal’ frente a ‘cielo’). Nietzsche es implacable en su desprecio a este mundo de las
ideas y en su empecinamiento intelectual en demostrar que no existe, que es un dique de contención para
impedir vivir lo mejor que ofrece la vida. Es un mundo que valora a aquellos que lo han inventado.
Nietzsche elimina ese mundo, y, al hacerlo, también elimina el mundo de la apariencia. La filosofía ha
construido mundos metafísicos para huir de lo real. El hombre tiende a evitar la inseguridad de la vida, la
provisionalidad del conocimiento. Ante eso, la metafísica ha optado por construir un mundo ilusorio, seguro
y estable. La psicología del metafísico funciona como la del hombre religioso. Se ha negado lo irracional, lo
contingente, lo contradictorio, lo cambiante, lo pasajero, lo fugaz.
Critica también a la filosofía el haber creado un lenguaje que no lleva a la verdad, ya que la
naturaleza no consta, no conoce, ni formas ni conceptos. Estos conceptos se configuran (se les da forma, se
crean y usan) cuando las palabras dejan de referirse a lo singular y se aplican a una pluralidad de individuos,
equiparando cosas que no son iguales, prescindiendo de las diferencias individuales. El filósofo se olvida de
que es él quien ha creado los conceptos y cae en el error de pensar que éstos son la realidad y no una
metáfora de la misma. Se engaña. El lenguaje es incapaz de representar correctamente las intuiciones que
tiene de la realidad. Las palabras son metáforas que poco o nada tienen que ver con las cosas mismas. Los
conceptos hacen perder las diferencias individuales. Abstracciones como «sustancia», «ser», «yo», «cosa en
sí», «causa», «Dios», han sido tomadas como signos de una realidad que está detrás de ellas, cuando en
14
realidad son creaciones del lenguaje. Es como si el ser humano necesitara inventar categorías que le
permitan vivir en un mundo cambiante, donde lo estático, y lo verdadero acorde a él, no existe. El ser
humano busca en el lenguaje y los conceptos una seguridad que, sin ellos, no tiene. Nietzsche defenderá una
postura nominalista: los conceptos sólo son palabras, nombres incapaces de evocar una idea general en
nuestra mente; sólo hay ideas de cosas particulares.
Nietzsche critica la noción de ‘razón’ de los filósofos
anteriores, desde Platón hasta Kant, pasando por los racionalistas,
como Descartes. Con ellos la razón queda como garante del
auténtico conocimiento, que, según Nitzsche, es realmente el
incompleto. Esta “soberana” razón causa que nuestros sentidos nos
informen mal de la realidad. La razón, sin embargo, no es la
facultad exclusiva para ver la realidad, también están la inspiración
poética, la intuición, el instinto, los sentidos… La riqueza está antes
en el arte que en la razón, ya que el arte, mediante la metáfora, se
adapta y refleja los movimientos de la naturaleza. Los conceptos, en
cambio, permanecen estáticos ante ese movimiento que constituye
lo auténticamente real. Nietzsche va a dar supremacía a la intuición
frente a la razón.
Los filósofos son creadores de cultura, implicando esta cultura una forma de suministrar unos
valores para domesticar al ser humano, masificándolo y esclavizándolo. Nietzsche se propone una filosofía
nueva que critique y destruya esas filosofías, tanto de los clásicos como de los modernos. Es contrario a todo
tipo de razón lógica y científica que determine una única forma de pensamiento y de alcanzar la verdad.
Frente a ello, reafirma el valor de lo irracional como medio para acceder a la realidad, interpretarla y vivir en
ella. Por este motivo, el arte o los instintos pueden interpretar la realidad de un modo más fiel y completo
que la razón o la ciencia.
8. CRÍTICA A LA MORAL OCCIDENTAL.
Como siempre, Nietzsche aplicará la Genealogía como método de análisis. Ahora le toca el turno a
la moral, a la moral occidental. ¿Cuál es el origen de nuestros valores morales?
La moral occidental es la moral platónico-cristiana. Nietzsche diría que si bien en nuestro código
moral no aparece Dios por ningún lado, el que tiene una buena nariz reconoce el olor del buen cristiano. Para
Nietzsche, nuestra moral es una moral contranatural hecha a la medida de espíritus débiles incapaces de
soportar la vida tal como es. La raíz metafísico-religiosa de esta moral es tanto “el mundo inteligible”
platónico como “el más allá” cristiano, los cuales no sólo consuelan sino que también obligan.
Hay una obra, La genealogía de la moral, en la que Nietzsche estudia el origen de nuestros valores
morales siguiendo el método genealógico, es decir, analiza etimológica e históricamente la evolución de los
conceptos básicos del discurso moral en Occidente. La conclusión de su investigación filológica en
diferentes lenguas es que “bueno” tenía el sentido de “aristocrático = poseedor de una virtud poderosa,
anímicamente noble o privilegiado”, mientras que “malo” significaba “simple, vulgar, plebeyo”. Lo curioso
del asunto es que ambos términos carecían de un sentido moral y sencillamente definían carácter y aptitud.
Para Nietzsche esta valoración se hizo por los que tenían el poder, los que se consideraban a sí mismos como
buenos, hombres gozosos, altivos, superiores. Fue propia de la aristocracia de las sociedades antiguas.
Nietzsche intenta mostrar que esta valoración nace de la necesidad de la propia autoafirmación, por lo que
era una moral activa, una “moral de señores” y creadora. Para el poseedor de esta moral es bueno todo
aquello que sirve a su vida, permite su fuerza. Impone jerarquías y desigualdades.
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Ahora bien, según Nietzsche, la historia devino en una inversión de dichos valores. Esta rebelión
moral la llevaron a cabo por primera vez los judíos y después fue continuada por el cristianismo. De la casta
sacerdotal, de su espíritu de resentimiento y venganza procede esta nueva valoración. Por eso, al contrario
que la primitiva, que era una moral activa, la actual es una moral reactiva y propia de “esclavos”, cobardes
vengativos. Para el poseedor de esta moral es bueno también todo aquello que sirve a su vida. La obediencia,
la modestia, la mansedumbre, la discreción, la resignación... y otros valores de su condición son los que
favorecen su vida y culminan su venganza contra el fuerte.
Pero, ¿cómo triunfaron los débiles sobre los fuertes? El hombre fuerte es individualista, no se
preocupa por los demás porque simplemente no le interesan. El hombre débil, al contrario, busca alianzas,
promueve pactos, multiplica sus fuerzas y acaba imponiendo sus valores. Por ejemplo, se miente cuando se
muestra al débil como alguien que voluntariamente renuncia a su fuerza y considerando su actitud como un
mérito. El hombre pacífico es el bueno, el virtuoso. Otra treta del débil es el llamado libre albedrío, es decir,
hacer creer que somos libres para actuar como queramos. Para Nietzsche, con la mentira de que somos libres
se nos quiere responsabilizar moralmente de nuestros actos, cuando la verdad es que no podemos dejar de ser
aquello que somos. Dice el débil al fuerte: “La paz es buena. Yo soy la paz. Yo soy bueno. Tú eres malo. Si
quieres ser bueno renuncia a ti”.
La moral occidental es una moral de rebaño. Es para pobres de espíritu que buscan su seguridad
confundiéndose en la masa, igualándose con todos los demás: la igualdad natural de todos los hombres, el
amor al prójimo, etc. Esto significa que en Occidente han vencido los débiles, los mediocres, los cuales han
inventado un complejo sistema de valores para dominar a los fuertes por naturaleza: la igualdad, la
solidaridad, la paz… El hombre fuerte no pide nada, lo conquista. El débil reclama como derecho aquello
que no puede conquistar. Ahora es la hora de los borregos. La tarea de la genealogía es desenmascarar las
ficciones creadas por esta moral y proclamar sus mentiras. Así, no es del amor a la vida, sino del odio y del
deseo de venganza de donde nacen todos nuestros actuales valores morales: tras el amor, la igualdad, la
solidaridad, el pacifismo proclamados por Occidente, no hay más que odio, egoísmo, interés, crueldad… A
Nietzsche le molesta especialmente el valor de la igualdad, el cual siempre tomó como un rasgo de nuestra
cultura decadente. Rechaza los valores del rebaño, cree en la diferencia y en la jerarquía espiritual de los
hombres.
9. CRÍTICA A LA RELIGIÓN.
Se centra básicamente en el cristianismo, al que define como "platonismo para el pueblo". Los
transmundos platónicos y neoplatónicos serán moldes magníficos para la transcendencia del cristianismo y
los últimos coletazos griegos contra los instintos (por ejemplo, en el estoicismo) entroncarán con la
hostilidad judía hacia los sentidos y lo pasional y con la consideración sacerdotal de la vida como mero
tránsito de dolor y prueba para alcanzar la vida verdadera.
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El lenguaje que emplea Nietzsche contra el cristianismo respira odio e insulto. Su acusación a la
Iglesia cristiana es radical: ha hecho de los auténticos valores un cúmulo de contravalores; de toda verdad,
una mentira. Por eso, odia todo lo cristiano, la gran maldición, la íntima perversión. Se ríe del amor
cristiano, de la humildad y el espíritu de sacrificio.
Pero ¿de qué Dios habla Nietzsche?, ¿qué tipo de religión ridiculiza? En el fondo, no
es la persona de Cristo, o el Dios de la Biblia al que está criticando, sino la
sistematización platónica e idealista. Quien está en el banco de los acusados es la
teología cristiana, que, según Nietzsche,
caricaturiza todo el
contenido
auténticamente religioso. La figura de Cristo es respetada, la rebelión se dirige contra
las formas históricas en que el cristianismo se encarna. Se trata, más bien, de
establecer una lucha sin cuartel contra la falsa moral, a la que califica como
“anticristiana”, y de la que es portavoz la Iglesia cristiana. La moral cristiana hace del
ser humano un extraño para sí mismo.
Relacionándolo con su crítica de la moral, Nietzsche afirma que el cristianismo ha
realizado una inversión de los valores religiosos de Grecia y Roma y que es una rebelión de los esclavos
orientales contra sus señores, una neurosis religiosa, una enfermedad de la vida, un predominio de los
valores plebeyos.
El cristianismo es la manifestación más fuerte que se ha dado en la historia universal
del "extravío de los instintos" que ha sufrido el hombre europeo y que consiste en el invento de un
trasmundo ideal y una desvalorización del mundo terrenal.
La religión y, sobre todo, el cristianismo es, para Nietzsche, una determinada práctica vital, una
relación con la existencia, una evaluación de la vida. Cristo es, para él, el hombre manso, de instintos
débiles, pero no lo considera el fundador de la Iglesia. Trae la "buena nueva", el evangelio de la paz y la
mansedumbre. Es también la negación del orden jerárquico del judaísmo. El fundador de la Iglesia, para
Nietzsche, es Pablo, que dio un giro distinto a los valores morales predicados por Jesús, situando la
bienaventuranza más allá de la muerte e interpretándola como un premio futuro. Pablo representa el triunfo
del sacerdote judío sobre Jesús de Nazaret.
En conclusión, el cristianismo, que significó el fin del mundo antiguo, aniquiló las formas y valores
más nobles de la vida y ésta fue invertida y pervertida hasta la raíz.
10. LA “MUERTE DE DIOS” Y EL NIHILISMO.
10.1. La muerte de Dios: significado de la expresión y consecuencias.
Este tema es desarrollado por
Nietzsche en su obra Así habló Zaratustra.
La expresión " muerte de Dios" no debe
entenderse en sentido literal, supone, más
bien, la muerte de los valores absolutos e
implica la liberación de la idea de un más
allá trascendente, es decir, significa la
supresión de la trascendencia de los
valores, el descubrimiento de que éstos son
creaciones humanas.
Con esta expresión, Nietzsche quiere
reflejar que el mundo suprasensible, el mundo del más allá, de las ideas, ha perdido la función orientadora
que ejercía sobre nuestras vidas. Por ello, Nietzsche también la utiliza para realizar una crítica radical de la
religión, la moral y la metafísica tradicionales, y, de paso, favorecer la liberación de un gran peso que
abruma al ser humano, el peso de la idea del más allá, de una trascendencia objetiva.
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Dios significa para Nietzsche:
Una determinada manera de concebir la realidad (ontología).
Una determinada moral que es hostil a la vida (a la que él opone lo que llama el "sentido de la
tierra"). Dios, para Nietzsche, es "el vampiro de la vida".
Nietzsche apunta la "muerte de Dios" como el acontecimiento más importante de la época
contemporánea. Él se siente testigo de este hecho decisivo. Desde el Renacimiento, pasando por el
Racionalismo hasta llegar al Idealismo y al Romanticismo, observa cómo el pensamiento occidental va
reduciendo paulatinamente la realidad de Dios.
La experiencia de lo divino queda cada vez más limitada, pasando por una serie de etapas en las que
va perdiendo su poder e importancia. Así, términos como "sustancia absoluta", "Idea", "Razón",
"Naturaleza", "Humanidad", reflejan esa progresiva devaluación del significado atribuido a Dios hasta que,
por fin, Nietzsche llega al final y se atreve a decretar "la muerte de Dios" como último progreso humano. En
realidad, no se hace otra cosa que constatar el creciente abandono de una visión religiosa cristiana del mundo
en la cultura europea desde el Renacimiento, lo que se denomina la “secularización de la cultura”.
Este abandono se manifestó en la sustitución progresiva de la idea suprema de Dios, como "sentido"
del mundo, respaldo de la autoridad establecida, garante del orden moral, etc. por otras ideas como la razón,
el progreso, etc. Pero es preciso recordar que "la muerte de Dios" supone la negación de todos los valores
absolutos, valores que la Ilustración dejó intactos, aunque secularizados. La desaparición de Dios no ha
provocado más que débiles temblores y su vacío ha sido urgentemente rellenado por un nuevo dios
dispensador de sentidos: la Razón.
Para Nietzsche, esta gran novedad en el pensamiento occidental, que se venía gestando desde el
antropocentrismo renacentista, pasando por el deísmo ilustrado, hasta llegar al positivismo ateo, podía haber
provocado de nuevo la exaltación de lo vital, y, sin embargo, no originó más que desconcierto y una
conciencia de crisis según la cual la vida carece de sentido alguno. Así, hundido el edificio sobre el que
reposaban las expectativas humanas, el movimiento ascendente es el “nihilismo”.
Así pues, ante la “muerte de Dios”, hallamos tres posibles reacciones:
Los creyentes: "residuo de una civilización caduca”, no saben, no quieren saber que Dios está
muerto y, con él, la fe cristiana.
El último hombre: ante la sensación de vacío y el no saber dónde sustentar los nuevos valores, no
reflexiona, está angustiado y tiene miedo a las consecuencias de esta muerte. Significa un
empobrecimiento del ser humano con la aparición de un ateísmo superficial y un desenfreno moral.
El superhombre: es aquél que es capaz de proyectar conscientemente nuevos valores creados por el
ser humano; es el único que asume plenamente la “muerte de Dios” y vive este hecho como una
auténtica liberación
Para Nietzsche, el lugar de Dios lo ocuparán ahora la vida y el superhombre. El hecho de la
"muerte de Dios" posibilita la serenidad del ser humano actual. Este hecho, el más importante de la historia
de Occidente, causa gran regocijo en la medida en que ya no es posible alzar barreras que limiten
artificialmente la vida humana. Y es que ese Dios, impuesto para amedrentar al ser humano, reduce las
posibilidades de éste, por eso no queda más remedio que matarlo (ateísmo antropológico). Así, con Dios
muere todo ideal humanista de la civilización occidental que trata de integrar al ser humano en un esquema
de valores cuyo fundamento es Dios. El ser humano actual no puede tolerar por más tiempo que semejante
testigo viva.
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10.2. Origen y sentido del nihilismo.
En general, el término “nihilismo” (del latín "nihil", "nada") designa a la actitud vital y filosófica
que niega todo valor a la existencia, o que hace depender la existencia de unos valores ficticios o
inexistentes. Nietzsche considera que el nihilismo es la situación según la cual los valores supremos por los
que el ser humano se guiaba tradicionalmente han perdido su crédito. Por ello, el término "nihilismo" hace
referencia a la falta de valores y de valor de la propia existencia, desembocando, en un primer momento, en
una actitud pesimista, de clara conciencia de pérdida. Pero la originalidad de Nietzsche reside en considerar
que el nihilismo está instalado en las entrañas de la cultura occidental casi desde sus orígenes.
Así pues, la concepción nietzscheana del nihilismo es compleja y tiene las siguientes significaciones:
nihilismo como decadencia vital o actitud propia de la cultura occidental desde el momento
en que se niega la realidad del mundo de los sentidos y se confiere más realidad al mundo de
los conceptos o a un "más allá" que, para Nietzsche, no existe: supone la voluntad de "querer
la nada”.
nihilismo pasivo, que surge a consecuencia de la "muerte de Dios" y que supone la
desesperanza o el pesimismo reinantes ante las consecuencias de que lo que representaba Dios
ya no exista. Para Nietzsche, ésta es la actitud propia de lo que él llama el "último hombre",
que se sumerge en una dinámica negativa al ser incapaz de crear nuevos valores: supone la
voluntad de “no querer”.
nihilismo activo, que es aquél que asume plenamente las consecuencias de la "muerte de
Dios" y supone la creación de nuevos valores más fieles a la vida, es decir, una nueva moral y
el advenimiento de un nuevo hombre afirmativo: el superhombre. Supone que la voluntad
dice "no quiero más valores falsos”, “quiero la vida tal y como es”.
Así, según Nietzsche, el primer tipo de nihilismo aparece en la cultura occidental gracias a Platón y al
cristianismo platonizado ("platonismo para el pueblo", denominará sarcásticamente Nietzsche al
cristianismo). Desde esta perspectiva, este mundo fue despojado de todo valor, considerándolo un lugar de
tránsito para la realización humana definitiva, que tendría lugar en el "otro mundo". El cristianismo y la
metafísica idealista son "movimientos nihilistas", tendencias y perspectivas vitales debilitadas, que "quieren
la nada”. Por eso, dice Nietzsche que la primera forma de nihilismo, que surge del desprecio y el odio a este
mundo, tiene sus orígenes en Platón y en el cristianismo.
Y en la cultura cristiana occidental todo el valor que se le quitaba a este mundo lo recogía un foco
catalizador de todo el valor y el sentido: la idea de Dios. Dios era el sentido del mudo, pues el mundo de por
sí no tenía sentido alguno. Dios estaba detrás, como fundamento y garantía, de todos los fenómenos
humanos, desde la moral a la propia consideración de la dignidad humana.
Pero la "muerte de Dios", como acontecimiento histórico que se ha venido gestando desde el
Renacimiento hasta la propia época en la que vive Nietzsche, supone la negación consecuente de todo lo que
representaba la idea de Dios y, con ello, la desaparición de los valores asociados a ella. Y, ante este
acontecimiento, los seres humanos han ido adoptando posturas variadas, que constituyen otras formas de
nihilismo.
La primera supone una forma de "nihilismo parcial”, que consiste en tratar de buscarle a Dios
sustitutos que cumplan las mismas funciones, es decir, colocar en el lugar ocupado antes por Dios otros
valores absolutos, en los cuales seguir encontrando el sentido de la existencia. Esto es lo que, según
Nietzsche, ocurrió entre los ilustrados, que no supieron sacar partido de la "muerte de Dios", pues en su
lugar colocaron otras ideas absolutas, sobre las cuales pretendían hacer depender el sentido de la existencia:
las ideas de progreso, la ciencia, la razón; ideas idolatradas por los ilustrados, constituidas en objeto de culto
y veneración para el ser humano.
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Cabe adoptar ante la "muerte de Dios" una segunda forma de nihilismo, que puede caracterizarse
como “nihilismo total” o “nihilismo pasivo”. Consiste en la actitud que adoptan los que, al descubrir que
Dios ha muerto, y, con él, todas las justificaciones absolutas de la existencia, caen en la desesperación, el
vacío y la amarga conciencia de la nada, sintiéndose perdidos e incapaces de vivir sin Dios. Son aquel tipo
de nihilistas que ya no creen en los viejos valores, pero no pueden vivir sin ellos y los añoran, sin sentirse,
por otra parte, capaces de crear otros nuevos. Su talante fundamental es el pesimismo y la desesperación.
Por ello, Nietzshe rechaza este tipo de actitud nihilista, propia del "último hombre, aquél que
renuncia a querer por ser incapaz de asumir la creación de otros valores, o que culpa a la vida de su propia
incapacidad para vivir. Aquí vemos claramente cómo Nietzsche se ha distanciado de su inicial admiración
por el planteamiento filosófico de Schopenhauer, que ahora pasa a ser considerado como un nihilista pasivo
más, como alguien que renuncia desear, y por tanto a vivir, por no aceptar, entre otras cosas, que el dolor es
parte consustancial de la vida.
Finalmente, en la tercera forma de nihilismo,
nihilismo activo, ve Nietzsche la oportunidad para,
precisamente, dejar de ser nihilista, abandonar esa
actitud negativa anterior y, a medida que se van
destruyendo los viejos y vacíos valores, ir creando
otros nuevos. Así, el hombre debe convertirse, de
manera clara y voluntaria, en el "asesino de Dios",
aniquilando definitivamente el transmundo moral y
metafísico que había dado sentido a la vida hasta ese momento. Así, el "asesinato de Dios" se convierte en la
liberación del hombre, que, muerto Dios, se siente capaz de crear sus propios valores, los múltiples valores
que han de llenar su existencia.
El nihilista activo, que utiliza en su propio beneficio la "muerte de Dios" es, según Nietzsche, el
“espíritu libre”, el “filósofo-artista”, que, tras el engaño y la desmitificación de la idea de Dios, quiere y
embellece la vida, encontrando en ella, ya no una sola verdad, sino múltiples verdades, tantas como
perspectivas puedan adoptarse, no ya un solo valor, sino múltiples valores, tantos como posiciones se puedan
adoptar ante la realidad.
Estos "espíritus libres" son, pues, los creadores de nuevos valores, los que introducen un sentido allí
donde no lo había, pero también son los más feroces y destructivos nihilistas porque deben aniquilar lo viejo
para construir y crear lo nuevo. Precisamente, ese es el significado final de la "transvaloración moral"
propuesta por Nietzsche, y el arquetipo humano capaz de realizar esta tarea es lo que denominó Nietzsche
“superhombre” (del latín "super", "más allá del hombre", es decir, "un nuevo tipo de hombre").
Así pues, se abre la posibilidad de la trasvaloración de todos los valores, la superación del
nihilismo desde el nihilismo mismo. El nihilista activo ha de seguir adelante con su deber; destruir las
figuras antiguas y acelerar la decadencia, empujar hasta el fin las contradicciones del mismo sistema:
preparar el camino para el superhombre. Para Nietzsche, en su marcha hacia el superhombre, el ser humano
de hoy tiene que llegar al nihilismo, y, una vez llevado hasta sus últimas consecuencias, debe ser superado;
es decir, el nihilismo activo es sólo una actitud provisional, aunque necesaria, para alcanzar los valores
nuevos que un día necesitará el ser humano nuevo.
En esta tarea, el papel del filósofo es de vital importancia. En primer lugar, porque anuncia "la
muerte de Dios", y, después, porque trata de destruir los restos del viejo Dios sobre la Tierra. El filósofo
debe ser la mala conciencia de su época y, no porque en su interior se instale el espíritu decadente, sino
porque su misión, que Nietzsche califica como la de "hacer filosofía con el martillo”, es la acción de crear,
agujerear, rascar, rasgar,…
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11. LA INTERPRETACIÓN NIETZSCHEANA DE LA REALIDAD: LA VOLUNTAD DE PODER,
EL SUPERHOMBRE Y EL ETERNO RETORNO.
11.1. Introducción.
La propuesta filosófica de Nietzsche, a pesar del carácter radical y profundo de sus afirmaciones, no
se limita a la mera crítica de una cultura que él considera decadente y antivital; más bien, su originalidad
reside en su nueva consideración del problema del ser y de la verdad (lo cual, por otra parte, hace de
Nietzsche un autor todavía plenamente actual).
En Nietzsche hay también un proyecto filosófico positivo, o constructivo, que se expresa en la necesidad de
cambiar los valores caducos de una moral resentida y superar el nihilismo, una tarea reservada al
superhombre. Tal proyecto filosófico lo apoya Nietzsche en algunos pilares básicos: la voluntad de poder, el
superhombre y el eterno retorno; términos que, por otro lado, tienen una función netamente metafórica, es
decir, constituyen las imágenes o metáforas de una nueva interpretación de la realidad.
11.2. La voluntad de poder.
Para Nietzsche, la realidad tiene un carácter móvil, dinámico, incesantemente cambiante; en una palabra,
la realidad es perspectiva. Y en lo que se refiere a aquella expresión o modo de la realidad que es la vida (en
su sentido más amplio), también esta realidad vital es devenir y perspectiva. Pero también la vida es
"interpretadora", es decir: selecciona e interpreta el aspecto o perspectiva bajo la que se enfrenta y se
relaciona con la realidad. Vivir es optar por una perspectiva o un juego de perspectivas.
Intentar llevar a cabo una comprensión fija, esencial y
definitiva de la realidad es imposible; y no sólo porque la
realidad sea devenir, sino también porque ni el más riguroso
análisis científico, y pretendidamente objetivo, podría
conseguirlo. La interpretación humana siempre estará limitada
por una determinada perspectiva, nunca puede ser definitiva ni
total.
Si múltiple es la realidad del mundo en cuanto tal,
múltiple es también la realidad humana, ya que el ser humano
posee una pluralidad de impulsos e instintos, cada uno con su
perspectiva propia y en constante lucha entre sí.
Así pues, son estas distintas perspectivas las que nos muestran los distintos aspectos del ser. El error
surge cuando, olvidando esta multiplicidad, lo que se nos muestra en una perspectiva se fija, o queda establecido
como lo único determinante, con el menosprecio consiguiente de todas las demás perspectivas y de su
inagotable afluencia cambiante. Históricamente el ser humano ha ido fijando distintas perspectivas según sus
necesidades, y es absurdo pretender recortar arbitrariamente esas múltiples necesidades. En consecuencia, para
Nietzsche, la verdad pasa a ser conciencia de la parcialidad de toda perspectiva, o lo que es lo mismo,
admisión al mismo tiempo de la posibilidad efectiva de la existencia de otras perspectivas.
La “voluntad de poder” es la expresión metafórica que Nietzsche utiliza para nombrar a esta nueva
forma de considerar la realidad y el ser humano, es decir, supone tanto una ontología como una
antropología. Así, afirmar que "el mundo es voluntad de poder" significa que lo real es un conjunto de
fuerzas desiguales, cualitativamente distintas entre sí, que dominan y son dominadas, en lucha incesante, lo
que les impide alcanzar el equilibrio. Precisamente, afirma Nietzsche, la ciencia moderna ha ignorado el
componente cualitativo y desigual de tales fuerzas, buscando sólo su medición, su reducción a fórmulas
numéricas, tratando de igualarlas. A través del mecanicismo, de la cuantificación y matematización de los
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fenómenos, la física moderna ha tratado de anular las diferencias entre las fuerzas que componen el mundo,
creando un modelo de naturaleza dominado por las ideas de equilibrio y orden.
Desde la perspectiva de Nietzsche, el ser, la naturaleza, no es esa realidad acabada, perfecta, que la
razón puede captar, sino voluntad de poder. El ser, en tanto voluntad de poder, es un perpetuo devenir, una
pluralidad de fuerzas siempre cambiantes, que ofrecen infinitas posibilidades de análisis e interpretación. Por
eso, podemos decir que la estructura plural y múltiple de la realidad requiere un conocimiento en
perspectiva, pues muchas son las metáforas que sirven para expresar esa realidad, y ninguna es verdad y, a la
vez, todas lo son.
Pero también el hombre es voluntad de poder (dimensión antropológica de la metáfora). Y decir que
el hombre es voluntad de poder es considerar también la realidad humana como un conjunto de fuerzas (las
pasiones, los deseos, la razón) que buscan crecer, desarrollarse y ser más. Tampoco estas fuerzas alcanzan
un equilibrio perfecto y permanente, de modo que también el psiquismo humano es un caos o intenso
"campo de batalla". La razón, en el hombre, no es siempre la fuerza dominante, sino una fuerza más,
que se expresa junto a las otras fuerzas, al mismo nivel y con el mismo rango (irracionalismo),
dominando a veces y, otras, siendo dominada.
Decir que el hombre es voluntad de poder no significa que el hombre quiera siempre el poder, pues
éste no es una meta que se proponga alcanzar la voluntad (esto sería admitir que a la voluntad le falta el
poder). La voluntad no aspira al poder porque ella misma es poder. Según Nietzsche, podemos diferenciar
las fuerzas que se desenvuelven tras la voluntad de poder en el hombre en dos grandes tipos:
-
-
fuerzas activas o afirmativas: son aquellas que aspiran a ensanchar y hacer más grande la vida,
aún a costa de ponerla en juego y poder perderla; suponen, por tanto, un sí incondicional a la vida,
el puro amor por la vida.
fuerzas reactivas o negativas: son aquellas que surgen del re-sentimiento y de la falta de
aprecio por la vida, aspiran a someter a la vida a través de la razón; suponen, por tanto, una
negación del carácter irracional, contradictorio y hasta doloroso de la vida, la incapacidad para
asumir todas las vertientes de la vida.
Para Nietzsche, expresiones de este poder creador de la voluntad son el arte, la moral y todas las
actividades generadoras de sentido. Por ello, la voluntad de poder, en el hombre, es la creadora de valores, la
constructora de teorías, de ficciones, de obras de arte (hasta la metafísica idealista es una manifestación de la
voluntad de poder; en este caso, supone la plasmación de la voluntad de huir del mundo, es decir, el triunfo
de las fuerzas reactivas o negativas sobre las fuerzas activas o afirmativas).
Ciencia, arte, moral son productos de la voluntad de poder, en cuanto que, a través de ellos, las
fuerzas que constituyen a cada hombre se desarrollan, crecen y, sobre todo, se superan a sí mismas. Así, todo
lo que el hombre hace, lo hace para crecer, desarrollarse, ser más, superar todo tipo de obstáculos,
reafirmarse en todas sus acciones.
Nietzsche definió también a la voluntad de poder como "la virtud que da”. Por ello, la voluntad de
poder se expresa de una manera sobresaliente en algunas figuras humanas arquetípicas, tales como el artista,
el aventurero y el amante. En ellas se expresa la fuerza, creatividad y poder de la voluntad a través de la obra
de arte, de la aventura y de la persona amada.
Para Nietzsche, la voluntad de poder no es ni buena ni mala, está más allá del bien y del mal, en
tanto que no es ella objeto de valoración moral alguna, sino sujeto desde el que, precisamente, brotan las
valoraciones. La voluntad de poder es la que da sentido, valor y justificación a todas las cosas. Todas las
creaciones humanas han surgido de la voluntad de poder. Sin embargo, para Nietzsche, se ha debilitado a lo
largo de la cultura occidental, se ha cargado de negatividad bajo la influencia del platonismo y del
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cristianismo y sus ideales morales, que son ideales antivitales, síntomas de una voluntad de poder debilitada
en la que se han impuesto las fuerzas reactivas, desembocando en el nihilismo.
Por el contrario, Nietzsche concibe a la voluntad de poder por su capacidad de crear de nuevos
valores, reclamando así un devenir creativo de las fuerzas activas, un triunfo de la afirmación de la vida, de
esta vida terrenal múltiple y en constante movimiento. Para él, la voluntad de poder tiene por esencia la
"afirmación": afirma la Tierra, la vida total, en sus aspectos constructivo y destructivo, es decir, en el
mismo sentido en que antes era rechazada. Dicha afirmación nos desvela la "alegría" como único móvil
principal de la filosofía, fortalecer la alegría hacia la vida:
"Vosotros, hombres superiores, aprended a reír..."
Así habló Zaratustra. Alianza, Madrid, 1975, pág. 194
11.3. La transvaloración moral y el superhombre.
Para Nietzsche, el hombre sólo es un puente hacia el superhombre; en éste se presentarán nuevas
virtudes, nuevos valores. La moral del hombre superior propone una revuelta contra la degeneración de la
humanidad que resulta del hecho de que el cristianismo ha domesticado al ser humano hasta convertirlo en un
animal aprisionado.
La nueva moral pretende estar al servicio del superhombre, al servicio de la "recuperación" de
los instintos vitales del ser humano, es decir, transformar al ser humano, que, domesticado por el cristianismo,
se ha convertido en mezquino, mediocre, prudente, servil, indiferente, perezoso, dócil, olvidando su verdadera
esencia existencial: la voluntad de poder.
La afirmación de la vida es un tema recurrente en el pensamiento de Nietzsche, sobre el que vuelve una
y otra vez desde perspectivas diferentes. Una de estas perspectivas la constituye la transvaloración moral, tarea
más urgente del superhombre y uno de los mensajes principales de Zaratustra. Hasta aquí, afirma Nietzsche, la
humanidad ha valorado todo lo que se opone a la vida; se trata ahora de invertir los valores, valorar y afirmar de
nuevo la vida, recuperar la inocencia primitiva. Nietzsche reivindica la exigencia de contar con una "moral de
señores" que no tengan más atadura que la propia vida.
La transvaloración moral es una consecuencia inevitable de la "muerte de Dios". Con la negación de
Dios, se rechazan, al mismo tiempo, una serie de valores que encontraban en él su más firme fundamento. "Dios
ha muerto", pero surgen otros "dioses", otros valores, que se erigen sobre los nuevos sentidos que vuelve a tener
el ser. Nietzsche plantea la necesidad de liberar al hombre de todo tipo de valores ficticios, devolviéndole el
derecho y el goce de vivir. Así pues, es necesaria una "transmutación de los valores" de nuestra cultura
tradicional. Esta transmutación sólo puede llevarse a cabo una vez asumido y superado el nihilismo. Llega
entonces el "gran mediodía” de la humanidad.
La transmutación de los valores es una tarea reservada al superhombre, una figura
que posee una importante carga metafórica, y que, por ello, hay que situarla en el
contexto adecuado para evitar interpretaciones erróneas de lo que Nietzsche quiso
expresar con este término. Nietzsche no concibe al superhombre en términos
biológicos o racistas, es decir, no piensa que el superhombre deba aparecer como
resultado de una evolución biológica. Es simplemente, como ya señalábamos antes,
un nuevo tipo de hombre que está "más allá del hombre actual", el hombre del
futuro, que vivirá una vez se haya realizado la transmutación de los valores y se
haya enterrado a la decadente cultura occidental.
Pero ¿qué moral es posible atisbar para este nuevo hombre, aquel que ha de superar
23
al hombre moderno? Desde luego una moral desmarcada claramente de la tradición humanista cristiana de
Occidente. Por eso a nosotros, los que aún estamos enganchados a los viejos valores, nos resulta imposible
encontrar la bondad de las siguientes características atribuibles al Superhombre:
Desprecia el instinto de conservación y enaltece todos aquellos que tienden a aumentar la vida: la
salud, el placer, la fuerza, la creatividad.
No cree en la igualdad de los hombres.
No se rige por ningún tipo de normas; su moral está más allá del bien y del mal convencionales.
No participa de la comunidad.
No le interesan las cuestiones sociales.
No critica, no se queja.
Asume el sufrimiento como parte de la vida.
Es ateo y antidogmático.
Toma la vida como un experimento personal sin ningún fin que cumplir.
Se guía por la belleza, no por el deber.
En realidad, Nietzsche no hizo sino soñar con esos seres afirmadores de
vida, creadores de una nueva moral, libres de cargas morales para concebir
la vida como un juego, para vivir riendo, danzando. La condición natural de
los mismos es: ser puros, inocentes como un niño. De hecho, la pregunta
que podríamos hacernos para medir nuestra altura moral sería: si
verdaderamente supiéramos que Dios no existe ¿nos echaríamos a llorar
amargamente o reiríamos hasta la extenuación? Para Nietzsche, es una
cuestión de carácter.
En la obra antes mencionada, Así habló Zaratustra, Nietzsche explica el tránsito del hombre al superhombre
mediante la metáfora de la triple metamorfosis del espíritu:
-
-
-
En primer lugar nos encontramos al camello, símbolo de la obediencia ciega, ser domesticado que
se arrodilla humillándose ante su amo, ejemplo de sacrificio y abnegación. El que siempre dice "sí".
Es el cristiano que carga durante toda la vida con su cruz (el deber moral y el sentimiento de culpa
cuando no cumple). Es el que ha llevado a Occidente hacia el nihilismo pasivo.
Pero el espíritu no quiere seguir obedeciendo y se transforma en león. Es el gran negador, el
crítico, el destructor de los viejos valores de la cultura occidental. El que siempre dice "no". Él es el
encargado de anunciar la muerte de Dios. El león simboliza el nihilismo activo en un resurgir de la
Voluntad de Poder. Pero el león está lleno de odio y sólo piensa en devorar al camello. Está
incapacitado para la creación de nuevos valores.
Hace falta decir nuevamente sí pero olvidando todo lo anterior. El espíritu necesita una nueva
metamorfosis. El león se transforma en niño, un ser inocente, sin prejuicios, que toma la vida
como un juego. El niño representa al superhombre. Se entrega lúdicamente a la vida, crea sus
valores y reglas sin arrepentirse de nada ni esperar nada del futuro. Un héroe trágico.
En resumen, para el superhombre, la vida es un juego, un continuo experimento en el que las únicas
reglas son vivir cada día con más fuerza y amar la vida. El superhombre se ríe de los valores del mundo
suprasensible, sabe que él mismo los ha creado y que lo único que posee carácter de obligatoriedad es la vida
misma. Por eso, el hombre superior es "un niño y un gran bailarín"; porque el niño no tiene prejuicios, es
inocente, juega con la vida solamente; mientras que el bailarín hace del juego un riesgo permanente, se pasea
"por la cuerda floja del devenir", hace de su vida un continuo experimentarse a sí mismo.
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11.4. El eterno retorno.
Nietzsche afirma del "eterno retorno" que es su pensamiento más profundo; pero,
curiosamente, es uno de los menos elaborados desde el punto de vista teórico, como si el propio
Nietzsche hubiera dudado acerca de su exacta formulación o el propio lenguaje no sea capaz de
expresar tal pensamiento.
En Nietzsche, el tema de "la voluntad de poder" se une al complejo tema del "eterno
retorno", configurando una particular concepción de la realidad. Para él, lo que ocurre en este mundo
no tiene orden ni finalidad alguna, no tiene ningún sentido trascendente. Una vez destruido el
mundo eterno de lo divino, la realidad se concibe como puro devenir, pues la realidad trascendente
que fundamentaba y daba sentido al tiempo del mundo ha sido suprimida.
Aunque en La voluntad de poder Nietzsche parece intentar refutar la concepción lineal y
teleológica del Universo (propia del judeo-cristianismo), la idea del Eterno Retorno apenas si tiene un
sentido cosmológico. Sin duda, el tema está tomado de la mitología griega y de algún presocrático
como Heráclito. Dice Nietzsche: "Si el universo tuviese alguna finalidad, ésta ya se habría alcanzado".
Así pues, el concepto Eterno Retorno tiene un sentido
fundamentalmente axiológico. Es la suprema fórmula de la
fidelidad a la tierra, del sí a la vida y al mundo que afirma la
Voluntad de Poder. No hay más mundo que éste. No a Platón. No
al cristianismo. No a cualquier forma de huida o negación de la
realidad. El devenir, el destino es inocente, y el amor
incondicional a la vida exige querer vivirla tantas veces fuera
posible, incluso eternamente. No importa que todo volviese a
ser, que todo retornase eternamente, que todo gire sobre sí
mismo en una rueda sin fin que no lleva a ninguna parte.
Así, la filosofía de Nietzsche se convierte en una filosofía profundamente afirmativa,
profundamente vitalista. La vida es Voluntad de Poder. El eterno retorno supone, además, la
superación y confirmación del nihilismo, ya que su aceptación nos aleja del miedo y del pesimismo.
Además, constituye la "prueba de fuego" por la que ha de pasar el superhombre, es decir, es una idea
selectiva, pues no todos los hombres son capaces de soportarla y asumirla en su totalidad. Por ello, el
superhombre es aquel que, al contemplar la vida, es capaz de decir: ¿era esto la vida?, pues bien,
¡otra vez!
Por ello, dado ese carácter selectivo, establece también una jerarquía y diferencia entre los
hombres, pues supone un reto, y es que las acciones que se realicen durante la vida han de ser lo
bastante nobles y grandiosas como para merecer su eternidad, el querer volver a vivirlas. Así pues,
la aceptación del eterno retorno es otra muestra más de la altura, moral y vital, del "hombre
superior" y su aceptación invertirá los valores y favorecerá definitivamente a los fuertes.
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