Coraje: equilibrio entre la prudencia y la audacia por Bel Cesar - [email protected] Traducido por Melissa Park - [email protected] El primer punto para despertar el coraje es tener auto-responsabilidad, esto es, construir una estructura interna equilibrada y al mismo tiempo audaz, para ser capaz de ultrapasar los límites que nos autoimponemos. Tener coraje no es ser imprudente. Actuar sin considerar los límites de una situación es imprudencia. El coraje es construido de acuerdo con las demandas de la situación y debe basarse en la intención de cultivar el auto-conocimiento. La persona audaz sabe discernir entre el momento de actuar, y el momento de esperar y hasta el momento de escapar. Ser imprudente es “ir a la lucha” con los ojos cerrados. Ser audaz es tener fuerza interior para mantener los ojos abiertos sin cobardía delante del conflicto y observar los límites de la situación. Chögyam Trungpa esclarece en su libro Shambala: “El camino de la cobardía consiste en imbuirnos en una cápsula, dentro de la cual perpetuamos nuestros procesos habituales. Reproduciendo constantemente nuestros padrones básicos de conducta y pensamiento, jamás nos sentimos obligados a dar un salto al aire libre o en dirección a un nuevo campo”. La medicina budista tibetana dice que toda enfermedad es una bendición, porque ella nos muestra rápidamente donde precisamos cambiar. Podemos resistirnos a los cambios, pero es alto el precio de quedarnos atados a lo viejo conocido. “La vida nos presenta problemas que no pueden ser resueltos con viejas fórmulas. Esos problemas son los que exigen un cambio en nuestra vida. Tenemos conciencia de eso, pero no queremos aceptar. Forzamos una solución antigua para un problema nuevo, fingiendo que, aunque no sea muy adecuada, es casi aceptable. Es claro que ella no es adecuada. Sólo estamos poniendo en práctica el principio del avestruz, de esconder la cabeza en la arena y esperar que el problema se resuelva. Si, por miedo o radicalismo, damos continuidad a ese comportamiento por mucho tiempo, comenzamos a ser la causa real de nuestro propio sufrimiento”, escribe Robin Robertson, en Su Sombra. La vida esta a favor de los cambios, pues, solamente lidiando con el flujo natural de la impermanencia es que podemos perfeccionar nuestro mundo, tanto el interior como el exterior. La cuestión es comprender lo que precisa cambiar. Inicialmente aplicar un nuevo padrón es un desafío, por eso tenemos que evocar en nosotros el arquetipo del guerrero: la fuerza interior que nos ayuda a encontrar y definir nuestras fronteras y defenderlas cuando fuera preciso. Como escribe Carol Pearson en "El Despertar del Héroe Interior" (O Despertar do Herói Interior): “En cuanto no establecemos limites claramente definidos, creeremos, correctamente o no, que estamos siendo mantenidos prisioneros por alguien o por alguna cosa. Cuando las personas están comenzando a afirmar sus propias identidades en el mundo, ellas frecuentemente pueden pensar que, si hicieran eso, todos los atacarán o los abandonarán”. Es bueno recordar que aquellos que constantemente están atacando a los otros no están evocando el arquetipo del Guerrero, y si están siendo poseídos por él! El secreto para abandonar un viejo hábito pode estar en reconocer que él se convirtió simplemente en un “peso extra”. Oí hablar que cierta vez, Teresa d’Ávila respondió a una discípula que se quejaba diciendo que era incapaz y dudando de su propio valor: “No aumente más nada, usted ya es bastante estúpida así como es!”. Por lo tanto, la próxima vez que nos encontremos diciendo: “Yo no valgo nada, no sirvo para nada, no tengo capacidad”, podremos reconocer estos pensamientos como algo extra, y nos decidimos a abandonarlos. Cuando usamos una justa medida, ni más ni menos, estamos convirtiéndonos en personas auténticas: una condición natural que surge a tornarse un corajudo guerrero por la paz. Texto extraído de "El libro de las Emociones- Reflexiones inspiradas en la Psicología del Budismo Tibetano" (“O livro das Emoções - Reflexões inspiradas na Psicologia do Budismo Tibetano”) de Bel Cesar, Ed. Gaia.