La Inmutabilidad de Dios

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La Inmutabilidad de Dios (Ex. 3:11-15)
por Pedro Puigvert
La inmutabilidad de Dios es una de sus perfecciones más preciosas y de las que más distinguen al
Creador de todas las criaturas. Dios es el mismo de manera perpetua, no está sujeto a ningún cambio ni
variación, tanto en su ser como en sus atributos y determinaciones. En algunas dogmáticas colocan
este atributo al lado de su eternidad e inmensidad porque los tres son una negación del tiempo, del
espacio y del cambio. Cosas tan grandes que nuestra mente finita no puede captar. Por eso la Biblia
cuando quiere expresar en lenguaje humano el carácter inmutable de Dios tiene que buscar una
analogía que se aproxime para que nosotros podamos entender un poco lo que él es. Una de las
metáforas que hallamos en la Escritura es la Roca (Dt. 32:4) porque permite establecer la idea de una
permanencia inconmovible cuando el mar que tiene enfrente fluctúa continuamente. Aunque sus
criaturas cambien de manera continua, Dios permanece inmutable. El no conoce cambio alguno
porque no tiene principio ni fin (Stg. 1:17).
1. Dios es inmutable en su esencia.- Con esto queremos decir que su naturaleza y su ser son
infinitos por lo cual no están sujetos a ningún tipo de mudanza. No ha habido ninguna época o
tiempo en que Dios no existiera. Nunca la habrá tampoco en que Dios deje de existir. Dios no es un
ser que haya nacido en una fecha determinada y a partir de ahí haya evolucionado hacia el
crecimiento de sí mismo O haya mejorado con el paso del tiempo. Esto es lo que hacen los
hombres, pero en Dios es imposible y además es taxativo cuando lo afirma (Mal. 3:6). Una cosa
distinta es la encarnación de Dios el Hijo, ya que en su naturaleza humana nació y tuvo un
crecimiento físico e intelectual, pero en tanto que Dios es el mismo siempre. Dios no puede
mejorar porque es perfecto y como es perfecto no puede cambiar a mal. En realidad como es
perfecto no puede cambiar ni en bien ni en mal, él es siempre el mismo: (Yo soy el que soy) como
expresa su nombre personal. No le afecta para nada el paso del tiempo. Por eso alguien ha dicho
que "en el rostro eterno Dios no hay arrugas". Su poder no puede nunca disminuir ni su gloria puede
nunca languidecer.
2. Dios es inmutable en sus atributos.- Se desprende de manera natural de su esencia divina.
Cualquiera de los atributos de Dios antes de la creación del universo son exactamente los mismos
que tiene ahora y así permanecerán para siempre porque son las perfecciones y cualidades
esenciales de su ser. Su poder es indestructible cuando el de los hombres más poderosos se puede
desmoronar en un abrir y cerrar de ojos. Su sabiduría es irreducible porque la posee toda y no
puede aumentarla a diferencia nuestra que siempre tenernos que aprender cosas nuevas para
vivir en este mundo. Su santidad es sin mancilla porque nada ni nadie puede manchar su buen
nombre, mientras que la de los hombres más santos siempre tiene alguna mácula. Su verdad es
inmutable, porque "su Palabra permanece para siempre en los cielos" (Sal. 119:89). Su amor es
eterno, como nos ha transmitido Jeremías por haberlo recibido de Dios (Jer. 31:3). Y así
podríamos ir añadiendo cada uno de sus atributos.
3. Dios es inmutable en su consejo.- Con esto queremos decir que su voluntad nunca cambia, hace
siempre lo que quiere. Quizás algunos no estén de acuerdo con esta afirmación y apoyándose en la
Biblia digan que ésta hace referencia al arrepentimiento de Dios (Gn. 6:6). Si él se arrepiente de algo
es que cambia. Sin embargo, a esto podemos contestar con otros textos bíblicos que dicen
que Dios no se arrepiente (Nm. 23:19, 1 S. 15:29). Entonces, ¿hay contradicción en la Escritura?
En modo alguno. Aquí tenemos que hacer un inciso y explicar que la Biblia se ve en la necesidad
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muchas veces de usar un tipo de lenguaje para que entendamos las reacciones de Dios. Para
hablar de sí mismo Dios adapta el lenguaje a nuestra capacidad limitada. Por ejemplo se refiere a
él en términos corporales, cuando no tiene cuerpo, hablando de la mano, el brazo, los ojos, los
oídos, etc. O de sus acciones, despertando, madrugando, etc. cuando ni dormita ni duerme. O de
sus sentimientos, amando, haciendo misericordia, etc. Así para expresar un modo distinto de
tratar a los hombres como consecuencia de su reacción, se hace uso de la figura del
arrepentimiento. Pero podemos estar seguros que el propósito de Dios nunca cambia (Ro. 11:29).
En el ser humano hay dos causas que le hacen cambiar de opinión o de planes: la falta de
previsión para anticiparse a los acontecimientos, y la falta de poder para llevarlos a cabo. Pero como
Dios es Omnisciente y Omnipotente, nunca necesita corregir sus decretos (Sal. 33:11, He. 6:17-20).
De la inmutabilidad de su voluntad se desprenden cuatro cosas:
i.
La distancia enorme entre la criatura y el Creador. Las criaturas somos por naturaleza
mudables porque si no seríamos Dios. Dependemos de él para todas las cosas. Comprender
esta verdad debería humillarnos y reconocer nuestra propia insignificancia en la presencia
del que como dijo Pablo en el Areópago "vivimos, y nos movemos y somos" (Hch. 17:28).
Además, como seres humanos caídos, no solamente somos mudables, sino que todo en
nosotros es contrario a la voluntad de Dios. El hombre pecador es un ser inconstante.
Recordemos como los mismos que el domingo aclamaban a Jesús con alabanzas:
¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene el nombre del Señor!, el viernes gritaban
desaforadamente ¡Crucifícale Crucifícale!
ii.
Nos da un fortísimo consuelo. Si como dice el salmista "no podemos confiar en el hombre
porque no hay salvación en él" (Sal. 146:3), en cambio sí debemos confiar en Dios porque
no muda nunca ni actúa guiado por un capricho pasajero. Él siempre es el mismo. Su
propósito es fijo, su voluntad estable, su Palabra segura. Es una roca en que podemos fijar
nuestros pies, mientras a nuestro lado todo se hunde; es un ancla firme y segura de
nuestra alma. A los 77 años del principio de nuestra iglesia este consuelo debería movernos
a la gratitud por la fidelidad de Dios y de la manera que ha obrado en el pasado así lo hará en
el futuro durante el tiempo que lo haya determinado.
iii.
Nos estimula a la oración. ¿Qué consuelo tendríamos de orar a un dios que cambiara
continuamente? Si alguien preguntara por qué debemos orar a Dios si su voluntad está ya
determinada, la respuesta sería porque él así lo quiere (1 Jn. 5:14). Pedir algo contrario a su
voluntad no es oración, sino rebelión contra él.
iv.
Nos alienta a la evangelización (He. 13:8). Como Jesucristo es el mismo eternamente
podemos proclamar su nombre a todos los hombres tal como se ha hecho desde el que
ascendió a los cielos. Escuchen o dejen de escuchar, nuestra responsabilidad es predicar a
Cristo y a éste crucificado para la salvación del pecador. Pero aquellos que desafían a Dios
y quebrantan sus leyes y viven como si él no existiera no pueden esperar otra cosa al final
que la condenación eterna del Dios inmutable. Así que ahora es tiempo de salvación para
acercarse a Dios por medio de Cristo.
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Conclusión. ¿Qué diferencia hay entre nosotros y los creyentes que nos han precedido? Que nosotros
hemos cambiado y los tiempos en que vivimos también. Pero Dios sigue siendo el mismo, por tanto,
debemos descansar en sus promesas que son fieles y verdaderas así como su misericordia (Is.
54:10).
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