TEMA 2º ¿QUÉ ES LA REALIDAD?

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TEMA 2º ¿QUÉ ES LA REALIDAD?
1. La existencia de Dios puede ser probada de cinco maneras distintas:
A) La primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben
los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro.
De hecho nada se mueve a no ser que en, cuanto potencia, esté orientado a aquello por lo que
se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la
potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto. Ejemplo:
El fuego, en acto caliente, hace que la madera, en potencia caliente, pase a caliente en acto.
De este modo la mueve y cambia. Pero no es posible que una cosa sea lo mismo
simultáneamente en potencia y en acto; sólo lo puede ser respecto a algo distinto. Ejemplo:
Lo que es caliente en acto, no puede ser al mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede
ser en potencia frío. Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo
tiempo, o que se mueva a sí mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro. Pero
si lo que es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este
proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y
así no habría motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos
por el primer motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo
tanto, es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen
a Dios.
B) La segunda es la que se deduce de la causa eficiente. Pues nos encontramos que en el
mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es
posible, que algo sea causa eficiente de sí
mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible. En las causas eficientes no es posible
proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes hay orden: la primera es causa
de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última. Puesto que, si se quita la causa,
desaparece el efecto, si en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría
tampoco ni la última ni la intermedia. Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito
este proceder, no existiría la primera habría efecto último ni causa intermedia; y esto es
absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir una causa eficiente primera. Todos la
llaman Dios.
C) La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y de lo necesario. Y dice:
Encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o
destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible que las
cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad
de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la
posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es ver- dad,
tampoco ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por
algo que ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en
consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo
posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. Todo ser otro, o no la tiene. Por otra
parte, no es posible que en los seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando
este proceder indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes. Por lo
tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no
esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios.
D) La cuarta se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en las cosas. Pues nos
encontramos que la bondad, la veracidad, la nobleza y otros valores se dan en las cosas. En
unas más y en otras menos. Pero este más y este menos se dice de las cosas en cuanto que se
aproximan más o menos a lo máximo. Así, caliente se dice de aquello que se aproxima más al
máximo calor. Hay algo, por tanto, que es muy veraz, muy bueno, muy noble; y, en
consecuencia, es el máximo ser; pues las cosas que son sumamente verdaderas, son seres
máximos, como se dice en II Metaphysica. Como quiera que en cualquier género, lo máximo
se convierte en causa de lo que pertenece a tal género — así el fuego, que es el máximo calor,
es causa de todos los calores, como se explica en el mismo libro3 —, del mismo modo hay
algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad, de cualquier otra perfección.
Le llamamos Dios.
E) La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que
no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se
puede comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor.
De donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente.
Las cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con
conocimiento e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien
inteligente por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.
Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica I, cuestión 2, artículo 3 2. "Todo ser se basta a sí mismo. Ninguno puede negarse a sí mismo, es decir, negar su
esencia; ningún ser es limitado respecto de sí mismo. Antes bien, todo ser es, en y por sí
mismo, infinito, tiene su dios, su esencia más alta, en sí mismo. La religión, al menos la
cristiana, es la relación del hombre consigo mismo, mejor dicho, con su esencia, pero
considera como una esencia extraña. la esencia divina es la esencia humana, mejor, la esencia
del hombre prescindiendo de los límites de lo individual; del hombre real y corporal,
objetivado, contemplado y venerado como un ser extraño y diferente de sí mismo. Todas las
determinaciones del ser divino son las mismas que las de la esencia humana. Cuanto más
humana es la esencia de dios, en apariencia, tanto más grande es la diferencia entre El y el
hombre, tanto más en la religión y la teología se niega la identidad y unidad del ser humano y
del divino, y tanto más se rebaja lo humano tal como es objeto de la conciencia del hombre
[...] Para enriquecer a Dios hay que empobrecer al hombre. Para que Dios lo sea todo, hay
que rebajar al hombre a nada [...] De lo que el hombre se priva, de lo que carece, lo disfruta
en medidamente incomparablemente más alta en Dios [...] El hombre, en una palabra, niega
su propio saber y su pensamiento frente a dios, para poner en él todo saber y pensamiento. El
hombre renuncia a su propia persona, pero justo por eso Dios es un ser personal,
omnipotente, ilimitado [...] La religión niega que la bondad sea una cualidad del ser humano:
el hombre es malo, corrupto, incapaz de hacer el bien; y sólo Dios es bueno, es el bien
mismo. [...] La religión es la escisión del hombre respecto a sí mismo. Considera a Dios
como un ser que le es opuesto: Dios no es el hombre el hombre no es Dios. Dios es infinito:
el hombre es finito. Dios es perfecto; el hombre, imperfecto. Dios es eterno; el hombre es
mortal. Dios es todopoderoso; el hombre, impotente. Dios es santo; el hombre, pecador. Dios
y el hombre son extremos opuestos: Dios, lo absolutamente positivo, la suma de todas las
realidades; el hombre, lo absolutamente negativo y suma de todas las negaciones. El hombre
objetiva en la religión su esencia profunda. Hace falta, pues, mostrar que esa oposición, esa
escisión entre dios y el hombre, por la que comienza la religión, constituye una escisión entre
el hombre y su esencia propia"
Feuerbach, L. La esencia del cristianismo.
3. "El fundamento de la crítica irreligiosa es: el hombre hace la religión; la religión no hace al
hombre. Y la religión es, bien entendido, la autoconciencia y el autosentimiento del hombre
que aún no se ha adquirido a sí mismo o ya ha vuelto a perderse. Pero el hombre no es un ser
abstracto, agazapado fuera del mundo. El hombre es el mundo de los hombres, el Estado, la
sociedad. Este Estado, esta sociedad, producen la religión, una conciencia del mundo
invertida, porque ellos son un mundo invertido. La religión es la teoría general de este
mundo, su compendio enciclopédico, su lógica bajo forma popular, su pundonor
espiritualista, su entusiasmo, su sanción moral, su solemne complemento, su razón general de
consolación y justificación. Es la fantástica realización de la esencia humana, porque la
esencia humana carece de verdadera realidad. La lucha contra la religión es, por tanto,
indirectamente, la lucha contra aquel mundo que tiene en la religión su aroma espiritual. La
miseria religiosa es, de una parte, la expresión de la miseria real, y, de otra parte, la protesta
contra la miseria real. La religión es el suspiro de la criatura agobiada, el estado de ánimo de
un mundo sin corazón, porque es el espíritu de los estados de cosas carentes de espíritu. La
religión es el opio del pueblo. La superación de la religión como la dicha ilusoria del pueblo
es la exigencia de su dicha real. Exigir sobreponerse a las ilusiones acerca de un estado de
cosas vale tanto como exigir que se abandone un estado de cosas que necesita de ilusiones.
La crítica de la religión es, por tanto, en germen, la crítica del valle de lágrimas que la
religión rodea de un halo de santidad. [...] La crítica no arranca de las cadenas las flores
imaginarias para que el hombre soporte las sombrías y escuetas cadenas, sino para que se las
sacuda y puedan brotar las flores vivas. La crítica de la religión desengaña al hombre para
que piense, para que actúe y organice su realidad como un hombre desengañado y que ha
entrado en razón, para que gire en torno a sí mismo y a su sol real. La religión es solamente el
sol ilusorio que gira en torno al hombre mientras éste no gira en torno a sí mismo. La misión
de la historia consiste, pues, una vez que ha desaparecido el más allá de la verdad, en
averiguar la verdad del más acá. Y, en primer lugar, la misión de la filosofía, que se halla al
servicio de la historia, consiste, una vez que se ha desenmascarado la forma de santidad de la
autoenajenación humana, en desenmascarar la autoenajenación en sus formas no santas. La
crítica del cielo se convierte en crítica de la tierra; con ello, la crítica de la religión, en la
crítica del derecho; la crítica de la teología, en la crítica de la política."
Marx, K. (1962). Critica de la filosofía del derecho de Hegel
4. "Creo ya suficientemente preparada la respuesta a las dos interrogaciones que antes
dejamos abiertas. Recapitulando nuestro examen de la génesis psíquica de las ideas
religiosas, podremos ya formularla como sigue: tales ideas, que nos son presentadas como
dogmas, no son precipitadas de la experiencia ni conclusiones del pensamiento: son ilusiones,
realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y apremiantes de la Humanidad. El secreto
de su fuerza está en la fuerza de estos deseos. Sabemos ya que la penosa sensación de
impotencia experimentada en la niñez fue lo que despertó la necesidad de protección, la
necesidad de una protección amorosa, satisfecha en tal época por el padre, y que le
descubrimiento de la persistencia de tal indefensión a través de toda la vida llevó luego al
hombre a forjar la existencia de un padre inmortal mucho más poderoso. El gobierno
bondadoso de la divina Providencia mitiga el miedo a los peligros de la vida; la institución de
un orden moral universal, asegura la victoria final de la Justicia, tan vulnerada dentro de la
civilización humana, y la prolongación de la existencia terrenal por una vida futura amplia
infinitamente los límites temporales y espaciales en los que han de cumplirse los deseos. Bajo
las premisas de este sistema se formulan respuestas a los enigmas como la creación del
mundo y la relación entre el cuerpo y el alma. Por último, para la psique individual supone un
gran alivio ser descargada de los conflictos engendrados en la infancia por el complejo
paternal, jamás superados luego por entero, y ser conducida a una solución generalmente
aceptada [...]No, nuestra ciencia no es una ilusión. En cambio, si lo sería creer que podemos
obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos pueda dar.
Freud, S. El porvenir de una ilusión. 
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