Deudas y ofensas

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IMPRESIONES
DE UN SEÑOR DE DERECHAS
Deudas y
ofensas
CARLOS PLUSVALÍAS*
a Santa Iglesia católica romana y
apostólica cometió un gran acierto
al cambiar la letra del ‘Padre Nuestro’, porque no es lo mismo decir “y
perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”
que decir “y perdona nuestras ofensas como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. No, no es lo mismo. Una deuda es una
ofensa, una culpa, un pecado; pero una deuda también es una obligación que alguien
tiene de pagar, satisfacer o reintegrar a otra
persona –ya sea física o jurídica– algo, por
lo común dinero.
En el primero de los casos, la (ya no tan)
nueva traducción del ‘Padre Nuestro’ supone
una importante adición de cuestiones a ser
perdonadas por el Buen Dios, pues si bien toda deuda, en cuanto que pecado, puede ser
considerada ofensa, no todas las ofensas tienen la consideración de deudas, pues afortunadamente la naturaleza humana permite
otras muchas formas de humillar o herir el
amor propio o la dignidad del prójimo.
Cosa bien distinta se produce en el segundo de los casos. Cuando nos encontramos
con una deuda, aun cuando ésta parezca pequeña e insignificante, no sólo nos hallamos
ante una obligación que alguien debe pagar,
satisfacer o reintegrar a otra persona, no. Nos
hallamos ante la base última y piedra angular –que no olvidemos fue la piedra que desecharon los arquitectos– de nuestro sistema
económico y social, ante el fundamento definitivo de lo que permite al hombre blanco
conservar la integridad de su amor propio y
dignidad. Si el trabajo, como todos sabemos,
dignifica al hombre, éste necesita el apoyo
del Buen Dios para conservar aquél, y con él
la esencia única de su dignidad humana. La
carne es débil y en muchas ocasiones cara
para los emolumentos percibidos a cambio
de la actividad dignificadora. En esos momentos difíciles, en los que la tentación –que
nunca descansa– aumenta esa presión que
casi inexorablemente conduce a la encrucijada entre la miseria y el desdoro, las deudas
contraídas –en tanto que obligaciones de pagar, satisfacer o reintegrar algo a otros– nos
impiden perpetrar nuevas deudas –ahora sí
ofensas, culpas y pecados– contra la esencia
última de nuestra naturaleza humana, y si la
carne es débil y cara, podemos alimentarnos
de patatas y macarrones, que son más baratos y tienen más hidratos de carbono, y mantener la dignidad y el amor propio.
La Santa Iglesia bien lo sabe, sólo la fe,
que sobre todo es crédito, puede salvar al
mundo, y si las deudas se condonan, ¿quién
concederá nuevos créditos a la buena nueva del Señor?
L
*[email protected]
PILAR SAURA
BLÁZQUEZ
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