Oro, plata, bronce… Carlos Julio Cuartas Chacón* opin ión P 26 asaron los Olímpicos, como pasan todas las cosas, y quedaron los recuerdos, especialmente gratos para un número importante de deportistas, los medallistas. Fue impresionante el espectáculo, no solo a propósito de la inauguración de los Juegos y su clausura, sino también el ofrecido en cada prueba; lo fue igualmente el cubrimiento periodístico, cada vez más sofisticado, gracias a los fenomenales avances de la tecnología. Se podría decir que, por unos días, la capital del mundo fue Río de Janeiro: a esa hermosa ciudad de Brasil se dirigieron todas las miradas. Además de poder admirar la extraordinaria capacidad física que llega a alcanzar un ser humano, con casos verdaderamente excepcionales como los del atleta jamaiquino Usain Bolt o el nadador estadounidense Michael Phelps, la realización de los Juegos Olímpicos nos permite reflexionar sobre una serie maravillosa de valores humanos, el primero de ellos el esfuerzo, es decir, la opción de ir más allá de lo ya logrado, incluso pretendiendo lo que parece imposible. Resulta inspirador recordar el lema de estas justas, el famoso ‘citius, altius, fortius’ (en latín que significa “más rápido, más alto, más fuerte”). En eso consiste la excelencia: intentar ese algo más. Ahora bien, la disciplina es esencial. La preparación, que como en la mayoría de las actividades de una persona, es un fac- agosto 2016 tor determinante de los resultados, exige la observancia de un método y unas reglas que no siempre resultan cómodas o agradables, que exigen sacrificios. Solo así se puede lograr el estado físico y la concentración que demanda una disciplina en particular. Otra condición es la perseverancia. Un buen deportista no alcanza su nivel óptimo en un día; para él no hay una vía exprés, un atajo. Su opción implica entrenamientos con rutinas que se practican con regularidad a lo largo de días, semanas, meses y años; de igual manera, intentar una y otra vez ese mismo salto o acrobacia, para mejorar su desempeño. Tal vez uno de los valores más difíciles de aquilatar es el de la entereza, entendida como “fortaleza de ánimo”, que le permite a quien compite, -y en los Juegos Olímpicos reina la competencia-, comprender que a veces las cosas salen mal, que no siempre se gana, que la victoria se la llevó otro. Aceptar la derrota con dignidad, tranquilamente, reconocer el triunfo del rival y celebrarlo como corresponde, enaltece a todo deportista. Por otra parte, si se mira en su conjunto, cuando alguien logra romper una marca, así la medalla la reciba solo esa persona y su país mejore la posición en los Juegos, el triunfo es de la Humanidad como un todo. Es apropiado entonces resaltar la concordia como uno de los valores que se reflejan bien en los Olímpicos. En el fabuloso Maracaná hubo espacio para todos; tanto las banderas de los países como la indumentaria de las delegaciones exaltaron la diversidad que se impone en el planeta y el respeto al pluralismo. En el caso de Colombia, vivimos unos días de gran emoción. Ver a nuestros compatriotas darlo todo en distintos escenarios deportivos, celebrar sus medallas, contemplar el tricolor colombiano desplegado en las astas de los ganadores y escuchar el Himno Nacional en las ceremonias de premiación de Óscar Figueroa, Caterine Ibargüen y Mariana Pajón, fue algo verdaderamente conmovedor, que sin duda alguna, templó nuestro sentimiento de orgullo nacional. Ahora bien, no debemos olvidar que si el oro, la plata y el bronce impulsan legítimamente la actividad deportiva de competición, no en todos los ambientes de la vida humana cabe el afán de medallas. El progreso de la Humanidad nos obliga a dejar de lado la rivalidad y la confrontación, nos exige abrirle espacio a la cooperación y la solidaridad, valores demostrados ejemplarmente por la estadounidense Abbey D’Agostino quien ayudó a la neozelandesa Nikki Hamblin, cuando ambas cayeron en una competencia de atletismo. Sí, tenemos que insistir en que haya lugar en el podio para todos y que a él podamos ascender juntos, compartiendo el júbilo y la sonrisa de quienes saben que hicieron las cosas bien * Asesor del Secretario General.