Oro, plata, bronce

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Oro,
plata, bronce…
Carlos Julio Cuartas Chacón*
opin ión
P
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asaron los Olímpicos, como pasan todas las cosas, y quedaron
los recuerdos, especialmente
gratos para un número importante de
deportistas, los medallistas. Fue impresionante el espectáculo, no solo a propósito de la inauguración de los Juegos
y su clausura, sino también el ofrecido
en cada prueba; lo fue igualmente el
cubrimiento periodístico, cada vez más
sofisticado, gracias a los fenomenales avances de la tecnología. Se podría
decir que, por unos días, la capital del
mundo fue Río de Janeiro: a esa hermosa ciudad de Brasil se dirigieron todas
las miradas.
Además de poder admirar la extraordinaria capacidad física que llega a alcanzar
un ser humano, con casos verdaderamente
excepcionales como los del atleta jamaiquino Usain Bolt o el nadador estadounidense Michael Phelps, la realización de los
Juegos Olímpicos nos permite reflexionar
sobre una serie maravillosa de valores
humanos, el primero de ellos el esfuerzo,
es decir, la opción de ir más allá de lo ya
logrado, incluso pretendiendo lo que parece imposible. Resulta inspirador recordar
el lema de estas justas, el famoso ‘citius,
altius, fortius’ (en latín que significa “más
rápido, más alto, más fuerte”). En eso consiste la excelencia: intentar ese algo más.
Ahora bien, la disciplina es esencial. La
preparación, que como en la mayoría de
las actividades de una persona, es un fac-
agosto 2016
tor determinante de los resultados, exige
la observancia de un método y unas reglas que no siempre resultan cómodas o
agradables, que exigen sacrificios. Solo así
se puede lograr el estado físico y la concentración que demanda una disciplina
en particular. Otra condición es la perseverancia. Un buen deportista no alcanza
su nivel óptimo en un día; para él no hay
una vía exprés, un atajo. Su opción implica
entrenamientos con rutinas que se practican con regularidad a lo largo de días,
semanas, meses y años; de igual manera,
intentar una y otra vez ese mismo salto o
acrobacia, para mejorar su desempeño.
Tal vez uno de los valores más difíciles
de aquilatar es el de la entereza, entendida
como “fortaleza de ánimo”, que le permite
a quien compite, -y en los Juegos Olímpicos reina la competencia-, comprender
que a veces las cosas salen mal, que no
siempre se gana, que la victoria se la llevó otro. Aceptar la derrota con dignidad,
tranquilamente, reconocer el triunfo del
rival y celebrarlo como corresponde, enaltece a todo deportista. Por otra parte, si
se mira en su conjunto, cuando alguien
logra romper una marca, así la medalla la
reciba solo esa persona y su país mejore la
posición en los Juegos, el triunfo es de la
Humanidad como un todo.
Es apropiado entonces resaltar la concordia como uno de los valores que se reflejan bien en los Olímpicos. En el fabuloso
Maracaná hubo espacio para todos; tanto
las banderas de los países como la indumentaria de las delegaciones exaltaron la
diversidad que se impone en el planeta y el
respeto al pluralismo.
En el caso de Colombia, vivimos unos
días de gran emoción. Ver a nuestros
compatriotas darlo todo en distintos escenarios deportivos, celebrar sus medallas, contemplar el tricolor colombiano
desplegado en las astas de los ganadores
y escuchar el Himno Nacional en las ceremonias de premiación de Óscar Figueroa,
Caterine Ibargüen y Mariana Pajón, fue
algo verdaderamente conmovedor, que sin
duda alguna, templó nuestro sentimiento
de orgullo nacional.
Ahora bien, no debemos olvidar que si el
oro, la plata y el bronce impulsan legítimamente la actividad deportiva de competición, no en todos los ambientes de la vida
humana cabe el afán de medallas. El progreso de la Humanidad nos obliga a dejar
de lado la rivalidad y la confrontación, nos
exige abrirle espacio a la cooperación y la
solidaridad, valores demostrados ejemplarmente por la estadounidense Abbey
D’Agostino quien ayudó a la neozelandesa
Nikki Hamblin, cuando ambas cayeron en
una competencia de atletismo. Sí, tenemos que insistir en que haya lugar en el
podio para todos y que a él podamos ascender juntos, compartiendo el júbilo y la
sonrisa de quienes saben que hicieron las
cosas bien
* Asesor del Secretario General.
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