La grande bellezza (2013), de Paolo Sorrentino Por Miguel Óngel MartÃ−n Maestro.  ¿Qué perdemos al escoger un camino u otro en la vida? ¿qué se siente cuando uno ha comprendido hace mucho que escogió una opción equivocada? ¿qué nos queda cuando se esperaba alcanzar la gran belleza y dejamos perder la que ya habÃ−amos conseguido? Nostalgia, melancolÃ−a, sufrimiento, hedonismo, ausencia, vacÃ−o, ironÃ−a, soledad… tantas cosas y muchas más, todas ellas en el rostro de Jep Gambardella, el personaje magistralmente pensado por Paolo Sorrentino y admirablemente interpretado por Toni Servillo. El tandem Sorrentino-Servillo ya nos ha ofrecido creaciones admirables como la del contable de la mafia en “Las consecuencias del amor” o el Andreotti de “Il divo”, y esa quÃ−mica se mantiene y se engrandece a fuerza de mantener la fórmula en esta gran belleza. En la búsqueda de esa gran belleza vamos a ver lo mejor y lo peor del ser humano, desde las creaciones artÃ−sticas más deslumbrantes de una ciudad como Roma hasta las mujeres y hombres más estéticamente deseables de la noche romana, pero también lo falso de la belleza y el castigo de intentar permanecer siempre bello, aun a costa de cirugÃ−as y dinero. Jep Gambardella es el Marcello de “La dolce vita” después de 40 años de vida regalada, fiesta permanente, alcoholismo controlado y lujuria al peso. Sólo los 15 minutos iniciales demuestran y ofrecen todo un catálogo de belleza y fauna humana. Abriendo con un plano en el que la cámara sobrevuela uno de los espacios monumentales de la ciudad, recreándose en el monumento, sus arcos, sus estatuas, uniendo a la belleza arquitectónica la belleza musical de un grupo de mujeres cantantes, hieráticas y al tiempo poseÃ−das por el magnetismo de lo que están cantando (My heart's in the Highlands), el sobrevuelo continua hasta la invasión, la ruptura de esa belleza permanente por la llegada del grupo de turistas, en este caso japoneses, y remarcado por una muerte, una persona muere pero eso no afecta a la belleza monumental. La siguiente escena, en ruptura abrupta con lo anterior, como muchas otras de la pelÃ−cula, comienza con una fiesta grandilocuente y hortera en una terraza de un edificio ocupada por gente guapa y vejestorios llenos de dinero, unos están por su atractivo sexual, otros por su atractivo económico. No estamos ante la belleza cierta, sino ante el catálogo de un jardÃ−n de las delicias, sexo en estado puro, drogas y alcohol, música monocorde e inarmónica retumbando y provocando el desenfreno, y en medio de todo ello, el 65 cumpleaños de Jep Gambardella, perdido y miserablemente melancólico en medio del baile multitudinario en su honor. Gambardella es un señor de la noche, pero en su memoria guarda el recuerdo imborrable de una noche de verano, de un faro, una chica y un amor, ése fue el gran error del personaje, desaprovechar esa gran belleza, permitir que Silvia le dejara y dedicarse a un aparente mundo de lujo, con muchas puertas abiertas y muy pocas satisfacciones, en donde todo el mundo mantiene una careta puesta y tiene muy poco que ofrecer. Por eso las caminatas de Jep por Roma son rondas nocturnas o diurnas en permanente búsqueda, o en permanente reconocimiento de fracaso. Cruzarse con Fanny Ardant y reconocer otra belleza, adentrarse en las termas para sentir la inmensa soledad de su vida, recorrer las márgenes del rÃ−o TÃ−ber hasta acercarse al Castello Sant Angello, tan real todo como fantasmagórico, suspendido en un deseo de realidad idealizado que, choca frontalmente con el ocaso anunciado de una vida vacÃ−a, y provoca, tanto la visión de la pelÃ−cula con una mueca de sonrisa cuasipermanente como la aparición del dolor emocional en cuanto la verdadera realidad te coloca en el punto de partida con todas las cartas jugadas. En lo material, Jep ha conseguido la belleza, vive en un gran apartamento clásico con terraza enfrente del Coliseo, ahÃ− organiza sus pequeñas reuniones decadentes donde no duda en contar las verdades de todos 1 los presentes entre los que se incluye, en una gran escena de humillación, ajena, y propia, porque el mismo se identifica con lo dicho. Intenta agarrarse a la última oportunidad de vivir un amor de verdad, pero la muerte está presente a lo largo de la pelÃ−cula como el epÃ−logo definitivo a la belleza fugaz de la vida frente a la más permanente de la naturaleza y las artes. Su búsqueda está dirigida a la derrota, pero con una posibilidad de escape, llegada su edad puede decidir no hacer lo que no quiere, y eso es tanto como no querer ver las fotos desnuda de su última amante como recordar su infancia cuando alguien le llama Peppino. Si las fiestas de La dolce vita o las reuniones de 8 1/2 , dentro de su decadencia y ruina moral, mantienen un cierto estilo, las de “La gran bellezza” terminan arrasadas por la estética berlusconiana y telecinquera de mujeres exuberantes, hombres con la lÃ−bido en la boca, colágenos y siliconas, bunga-bunga, diletantismo de opereta y mucho snob dispuesto a dejarse embobar porque en una performance una mujer se lanza de cabeza desnuda contra un pilar del acueducto y no mira, tan siquiera el acueducto romano. Por eso, si las comparaciones con Fellini pueden establecerse, y además no se ocultan, Jep escribió un libro en su vida y después se dedicó al periodismo de farándula, aparecen escenarios de las pelÃ−culas romanas de Fellini, enanos, cardenales mundanos, prostitutas de lujo y de las otras, chulos y puteros….. Sorrentino incorpora el daño añadido del mundo liberal que asola la vieja Europa, la belleza del viejo estilo, igual de decadente, enfrentada a la vulgaridad obscena de una belleza oficial inexistente dirigida por el dinero. La ironÃ−a de la pelÃ−cula alcanza a todos los estratos, a los corruptos con la detención de un vecino del inmueble de Jep que grita ser uno de los motores de la economÃ−a italiana y se encuentra entre los diez criminales más buscados, a la Iglesia permanentemente retratada o como un circo, o como un negocio, que no duda en aparecer como jerarquÃ−a en locales de moda o someterse a tratamientos de estética, al periodismo que ha decidido hacer noticia de lo barato a todos los niveles y no de lo importante, del mundo del arte moderno (espléndida la escena de la niña pintora) con el colofón del paseo nocturno por el interior de varios palacios romanos que guardan multitud de tesoros clásicos, la belleza preservada para el disfrute de unos pocos que, ni siquiera, son capaces de deleitarse con ello. Jep tiene que enfrentarse al inminente ocaso y pérdida de atractivo, en el camino empiezan a morir las personas de su vida, y para ello dará una serie de consejos de comportamiento para emocionar a los asistentes y al mismo tiempo convertirse en el centro del espectáculo, la vida como una representación, lo que no podrá, sin embargo, es evitar terminar llorando de verdad ante las verdaderas pérdidas, pues envuelto en una dosis de inmunidad, ésta se revela falsa, pues las emociones fluyen por dentro, Jep, ¿quién te va a cuidar ahora? A la historia y a las intrahistorias y metahistorias de esta pelÃ−cula polifacética, amplia, enorme en sus caminos abiertos y sin cerrar, no puede dejarse de lado su enorme calidad artÃ−stica en el tratamiento de las imágenes, los planos suaves y dulces que acompañan los paseos de Jep por Roma, con oscilantes y sugerentes, envolventes movimientos de cámara alrededor del personaje, por encima o a los lados, las ascensiones y descenso de esa cámara tratando a monumentos, música, personajes, situaciones en contraposición, sin previo aviso, con otra estética acelerada, nerviosa, sincopada, eléctrica del mundo moderno, del mundo de la noche y de la fauna de la noche en plena fiesta sin sentido. Si el arranque es visualmente impactante, el final no lo es menos mientras progresan los tÃ−tulos de crédito, un paseo en barco, que no vemos, por Roma, atravesando puentes y escenas cotidianas, hasta llegar al refugio vaticano del Castello, todo fluye con armonÃ−a y delicadeza, la belleza puede ser algo parecido. Si llega a su poder no duden en ver esta joya de cine europeo, quién sabe si se llegará a estrenar. 2