MALOS Y BUENOS TIEMPOS (Deuteronomio 8:1-20) INTRODUCCIÓN.La vida tiene malos y buenos tiempos. Un amigo dice que va por ciclos, tal vez tenga razón. Todos hemos dicho u oído decir: ‘Llevamos una racha fatal’; o, ‘la verdad es que estamos disfrutando de buenos tiempos’. Hace poco, en una conversación con unos amigos, que hacía tiempo que no veía, les pregunté: ¿Qué épocas recordáis como mejores o peores de vuestra vida? Y les costó trabajo recordarlos. Algunas personas identifican bien los buenos o los malos tiempos, a otras les cuesta más. Pero es un hecho que haberlos los hay, malas y buenas épocas. Creo, desde luego, que siempre preferimos los buenos. No recuerdo a nadie que esté deseando pasar por malos tiempos. Aunque quizá, el primer ‘pero’ que se le pueda poner a lo que estoy diciendo es llamarlos ‘buenos’ o ‘malos‘. Porque seguro que, de lo que entendemos como momentos difíciles, podemos sacar a veces provecho; y, por otro lado, situaciones agradables pueden convertirse en una trampa para la vida. Pero, ¿Cuál es el propósito de Dios al permitirnos pasar por uno de estos tiempos, sean malos o buenos? Sobre esto va el capítulo 8 de Deuteronomio, que hemos leído y de ello hablaremos. Como sabéis, el libro de Deuteronomio es un recordatorio al pueblo de Israel, antes de entrar en la tierra prometida, de las increíbles experiencias que habían vivido en el desierto durante 40 años. Ahora iban a entrar en una situación muy diferente, en el que la abundancia y el éxito serían sus características. Así que les recuerda todo lo que su Dios había estado haciendo con ellos, todos esos años del desierto, para que les sirva en la nueva etapa que van a comenzar. El desierto, por definición, es un lugar donde falta o hay escasez de agua; donde falta o hay escasez de cualquier tipo de alimento. En definitiva, un lugar difícil, un entorno que pone a prueba si de verdad hay un Dios que cuida o no de un pueblo numeroso, que deambula por un lugar inhóspito. I.- LA IMPORTANCIA DE RECORDAR LOS AÑOS MALOS.- (v. 1-9) El v. 2 insta a recordar lo que ha pasado en esos tiempos difíciles. El pasaje menciona varios propósitos por los que Dios quiso hacer pasar a su pueblo por esos años malos. 1.- Ver la inclinación, lo que había en sus corazones.Los seres humanos tenemos una extraordinaria capacidad para pensar bien de nosotros y de nuestros motivos. El ejemplo quizá más extremo es el que se puede ver en la oración de Jesús en la cruz: ‘perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen’. Ellos vieron como una necesidad matarlo, pero no percibieron los motivos de sus corazones: celos, envidia, la reacción ante lo que no se entiende, la ignorancia de las masas manipuladas, el miedo a perder la posición de los dirigentes, etc., etc. No saben lo que hacen. Y parece que si no pasamos por situaciones difíciles no descubrimos lo que hay en nuestro corazón. Por eso el v.2 además de instarnos a recordar nos dice que: “…Dios te llevó por todo el 1 camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no sus mandamientos”. Conocer lo que había en tu corazón. No creo que fuese que Dios necesitaba conocer la inclinación del corazón humano, que ya lo conoce; y no necesita que nadie le diga lo que hay en el hombre. Más bien se trata de que nosotros lleguemos a conocer las inclinaciones de nuestro corazón. Los tiempos malos afinan la percepción de quienes somos de verdad. Tiempos malos me enseñaron a mí, cuando pensaba que era un valiente de la fe, que había enormes dosis de cobardía en mi interior. Cuando pensaba que todos mis motivos eran buenos, que algunos de ellos no lo eran tanto. En fin, los malos tiempos destruyen falsos conceptos religiosos, actitudes de orgullo, etc. “Te afligí con el fin de conocer las inclinaciones de tu corazón” (LP v.2) Con el tiempo llegamos a valorar mucho el fruto que ha tenido en nuestra vida esos malos tiempos, aunque cuando los estamos pasando nos suelen dejar perplejos. 2.- Darnos a conocer el poderoso valor de lo que procede de Dios.El segundo propósito, que tuvo este tiempo de aflicción y de escasez en el desierto fue descubrir al Dios que suple las necesidades. Descubrir al Dios suficiente en nuestras necesidades es fundamental. “Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habíais conocido, con lo que te enseñó que no solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del SEÑOR”. (V. 3) Llegar a comprobar que, lo que sale de la boca de Dios es suficiente para sustentar nuestra vida, es parte de la enseñanza del desierto. Esto no es algo teórico, un conocimiento que tenemos sólo en la cabeza, es algo que Dios quiere que experimentemos y aprehendamos. Está bien disfrutar de las cosas buenas que Dios trae a nuestra vida; y mejor aún que tengamos conciencia de su procedencia y surja la gratitud en nuestros corazones al Señor. Pero más importante es aún experimentar que la provisión de su maná es suficiente en los tiempos de las vacas flacas. El maná es el tipo del verdadero pan del cielo que es Cristo. “Ciertamente os aseguro que no fue Moisés el que os dio el pan del cielo –afirmó Jesús–. El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. El pan del cielo es el que baja del cielo y da vida al mundo… Yo soy el pan de vida – declaró Jesús–. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca volverá a tener sed” (Jn. 6: 32, 33, 35) Así que acudiendo a Jesús, creyendo en Él, es como no tendremos hambre ni sed, aunque estemos pasando por malos tiempos. Cristo entregado en la cruz, resucitado y ascendido al lugar de todo poder y autoridad es el alimento que nos sostiene cuando otros faltan. ¿Has experimentado esto en tu vida? El cristiano aprende que ese alimento es suficiente. No hacen falta muchas cosas si el Señor nos ha enseñado que su obra es suficiente para nosotros. Así dependemos menos de los éxitos, de que nos reconozcan, y también nos afectan menos los temores de cualquier tipo. En fin, dependemos menos de las condiciones externas, porque estamos aprendiendo a gozarnos en el Señor y en lo que Él ha hecho para nosotros. 2 3.- La finalidad de los malos tiempos es la bendición.La finalidad de los malos tiempos es formarnos: conocer las inclinaciones de nuestro corazón y experimentar la suficiencia del Señor. Esto nos ayudará a disfrutar, adecuadamente, los buenos tiempos a los que el Señor nos lleva. “Porque el SEÑOR tu Dios te conduce a una buena tierra: tierra de arroyos y de fuentes de agua, con manantiales que fluyen en los valles y en las colinas; tierra de trigo y de cebada; de viñas, higueras y granados; de miel y de olivares; tierra donde no escaseará el pan y donde nada te faltará…” (v. 7-9a) Y más adelante: “Así te humilló y te puso a prueba, para que al fin de cuentas te fuera bien” (v. 16b) Así que la finalidad de los malos tiempos es para bendición. II.- EN LOS BUENOS TIEMPOS.Los buenos tiempos llegan casi sin darnos cuenta; pasamos de unos a otros de forma suave. Sólo cuando llevamos algún tiempo tomamos conciencia de que estamos viviendo una buena época. La palabra hebrea Shalom expresa bien esta idea bíblica de los buenos tiempos. Implica paz, serenidad, bienestar, disfrute de la abundancia de Dios, justicia, regocijo, alegría… Pero los vs. 10-20 nos enseñan que también en los buenos tiempos hay peligros. Según vemos en el texto, hay un antídoto y dos peligros que pueden darse en esta época. 1.- El antídoto: la gratitud y la alabanza.Para guardarnos de los peligros de los buenos tiempos no hay mejor antídoto que la gratitud y la alabanza a Dios. “Cuando hayas comido y estés satisfecho alabarás al SEÑOR tu Dios por la tierra buena que te habrá dado”. (v. 10) Esto significa que no olvidamos al Señor quien nos ha dado más de lo que pensábamos o imaginábamos. La gratitud al Señor, porque contemplamos todo lo bueno que ha sido y está siendo con nosotros es la mejor arma para librarnos de que la abundancia, la paz y el bienestar sean una trampa. Ese espíritu de gratitud hará personas generosas y los frutos de los buenos tiempos se compartirán y por lo tanto habrá también justicia. Si la gratitud y alabanza desaparecen, porque olvidamos que ha sido Dios quien nos proveyó de todo, surgirán dos peligros en nosotros: el orgullo y la idolatría. 2.- El primer peligro: el orgullo.Qué fácil es cuando todo va sobre ruedas, cuando el éxito corona nuestros esfuerzos, cuando los resultados en cualquier ámbito son positivos, empezar a pensar que somos más eficaces, inteligentes, capaces o incluso espirituales que los demás. Esto es lo que vemos en los vs. 1214 y 17-18 (leerlos) “… y cuando haya aumentado tu plata y tu oro y sean abundantes tus riquezas te vuelvas orgulloso ni olvides al Señor tu Dios…” “No se te ocurra pensar: Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos…” Tal vez no sea muy necesario explicar esto demasiado, ya que es una experiencia bastante común de los buenos tiempos. El texto dice no se te ocurra pensar. Así que no se trata de que lo verbalicemos para que suba a nuestro corazón y nos haga vernos mejores que los demás y terminemos pensando: Todo esto es fruto de mi poder, fuerza, inteligencia, trabajo, dedicación, compromiso, etc. 3 3.- El segundo peligro: la idolatría.El v. 19 indica que, al olvidar al Señor, nos inclinaremos y adoraremos a otras cosas que no son Dios. Una vez que olvidamos que Dios es el supremo dador, el más generoso, quien nos ha dado todo para que lo disfrutemos, sólo hay que dar un paso más para buscar en otra parte el origen de los bienes en los buenos tiempos. Y esto es la idolatría. Frecuentemente hablamos aquí del desastre que produce la idolatría, por lo que no vamos a insistir hoy. Pero es un tema fundamental. Seguramente, los dos peligros más importantes de la sociedad del siglo XXI son el orgullo y la idolatría. La humanidad se exalta y destrona a Dios. ¿En qué tiempo estás viviendo tú? ¿En malo o en buen tiempo? Examínate y toma en cuenta lo que el Señor quiere añadirte en tu situación. 4