“¿Dónde está tu hermano?” Mariápolis Lía, 6 -8 de julio 2013 Principios permanentes y valores fundamentales del pensamiento social cristiano según el Compendio de la Doctrina social de la Iglesia de 20041 Neva Cifuentes y Gustavo De Fina Junio de 2013 Introducción La publicación en el año 2004 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia es la continuación del Catecismo de la Iglesia católica. Insistió en su preparación Juan Pablo II que confió el trabajo al Pontificio Consejo de Justicia y Paz. Este lo inició en 1999 bajo la guía del cardenal Van Thuân que dio su personal contribución. El Compendio, que ofrece un cuadro total de las líneas fundamentales de la enseñanza social católica, tiene una estructura sencilla y lineal. Además de la introducción, hay tres partes: la primera en la que emerge principalmente la dimensión teológica; la segunda en la que se afrontan los temas, por así decir, clásicos de la doctrina social de la Iglesia –la abreviaremos DSI- (familia, trabajo, vida económica, comunidad política, comunidad internacional, paz, medioambiente); la tercera de carácter pastoral. Sigue una conclusión - Por una civilización del amor - que dice "el por qué" de todo el documento, su significado más profundo, su programa. Este documento debe ser considerado un punto de llegada y un punto de salida. Punto de llegada porque recoge toda la riqueza de la DSI; punto de salida porque empuja, o mejor, pide que se afronten sin miedos las temáticas actuales, particularmente las referidas a la globalización, para hacerle penetrar el mensaje evangélico. Su estructura es trinitaria: encuentra su fuente fundamental y propulsiva en la Trinidad en vista del compromiso de amor del creyente en las realidades humanas. El Compendio puede ser también definido como el "Manifiesto de un nuevo humanismo": en él se encuentran las coordenadas inspiradoras y programáticas, ideales e históricas de una nueva sociedad para dar un cuerpo social a las exigencias siempre vivas del evangelio y del cristianismo. Es un manifiesto abierto a la esperanza y, por lo tanto, portador de esperanza en quién se acerca a él con corazón puro y deseo sincero de encarnar la propia fe en los acontecimientos de la historia. ¿Cuáles son los principios permanentes de la Doctrina social de la Iglesia? 1) Principio personalista (Compendio n. 105-108) 1 Sintesis tomada de los apuntes de clase no publicados de Caterina Mulatero y Alberto Lo Presti para la Universidad Popular Mariana, curso 2006/2007 sobre el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Lecciones num.1 del 10.2.2007 y num. 5 del 19/05/2007. Este no es un principio a la par de los demás, como los otros, sino que está en la base y sirve de fundamento al conjunto de los principios de la DSI. Como bien dice el Compendio, en él "todo otro principio y contenido de la doctrina social encuentra fundamento". Se refiere a la dignidad de la persona humana - considerada de modo real, concreto, histórico – a su centralidad con respecto a las estructuras y a las instituciones. Con la Gaudium et Spes (n. 25), puede ser formulado así: "el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es, y debe ser, la persona humana". Afirma de modo inequívoco la primacía de la persona con respecto a las estructuras, a las instituciones y a todo tipo de concretización de carácter social. La persona humana, en efecto, por su altísima dignidad que la hace un ser "único" en el universo, tiene valor de fin en sí misma y no podrá nunca, en ningún caso, ser considerada y tratada como un simple instrumento. Ligado a la dignidad de todo ser humano se encuentra el tema de los derechos y de los deberes del hombre. 2) Principio de solidaridad (Compendio n. 192-196) La solidaridad está estrechamente ligada a la sociabilidad de la persona humana y a la igualdad entre los hombres. La solidaridad es la que concretiza los vínculos de fraternidad entre los hombres, la que confiere auténtico significado a la pertenencia de todos a la única familia humana y hace que las relaciones entre los individuos y los pueblos reflejen esa igualdad fundamental. La solidaridad se presenta bajo dos aspectos complementarios: virtud moral y principio social. La solidaridad como virtud moral se entiende como "determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común: o sea por el bien de todos y de cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos"2. La solidaridad como principio social se entiende como principio ordenador de las instituciones, es decir como principio que guía y ordena la formación y el funcionamiento de las estructuras e instituciones. En base a este principio, las instituciones y estructuras han de estar constituidas y organizadas según la justicia y la caridad 3) Principio del bien común (Compendio 164-170). Para comprender este concepto también aquí debemos llamar la atención sobre la dimensión intrínsecamente social de la persona humana. Por causa de esta dimensión, cada persona sólo puede encontrar su plena realización si su vida se orienta a los otros, es vivida con los otros, por los otros, gracias a los otros. En consecuencia, la convivencia social implica una búsqueda auténtica, incesante, del bien no solamente personal, sino de la comunidad - políticamente organizada - en que se está inserto: en síntesis, se trata de la búsqueda del bien común. El principio del bien común tiene que ver con el fin para que se forma toda comunidad política3, es más: el bien común es el fin de cada comunidad política. Es decir, ella se forma para el logro de un fin que los individuos, las familias, los diversos grupos sociales, no podrían conseguir por sí solos: el crecimiento pleno de cada uno de sus miembros y de la comunidad en su conjunto, el logro de su pleno desarrollo. 2 3 Juan Pablo II, Encíclica Sollicitudo rei socialis, n. 38. La comunidad política nace en el momento en que la sociedad natural se organiza, se da instituciones, para perseguir los objetivos que los individuos, o los grupos, no podrían alcanzar por sí solos. Ejemplos de comunidades políticas son los clanes, los reinos, los imperios, los estados. La búsqueda del bien común concierne también, más allá de la comunidad política, a toda forma de vida asociada: desde la familia a las asociaciones, al barrio, a la ciudad, a la comunidad de los pueblos y de las naciones. Cada una, a su nivel, tiene que empeñarse para alcanzar el "propio" bien común en cuanto éste es el elemento que en definitiva constituye la razón de ser de su subsistencia (cf. Compendio n. 165). Las exigencias del bien común aunque no estén codificadas de forma definitiva, por cuanto están vinculadas a las condiciones sociales y a las exigencias históricas, tienen sin embargo un punto de referencia preciso en el respeto de los derechos humanos además de la promoción integral de la persona. Algunos elementos fundamentales constantemente presentes en la búsqueda del bien común son: el compromiso por la paz, por la democracia; el favorecer la cultura de la legalidad; la salvaguardia del medio ambiente… 4) Principio de subsidiaridad (Compendio n. 185-188) Es un principio que está presente de manera constante la DSI. ¿Cuál es el significado de este término? La palabra subsidiaridad deriva del término subsidio que significa ayuda. En la DSI se usa para indicar la ayuda (el subsidio), el apoyo que las instituciones de orden mayor, más grandes, más importantes (por ejemplo el estado), deben dar a las menores (por ejemplo un sindicato). En base a este principio el estado debe cuidar de “la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social." (Compendio, n. 185). Con el fin de tutelar y promover todas estas expresiones de la sociabilidad, para tener un tejido social vivo, se indica la subsidiaridad como principio que regula y armoniza las competencias y las funciones de los diversos grupos sociales que operan en un estado y, al mismo tiempo, limita y precisa los deberes del Estado. 5) Principio de participación (Compendio n. 189-191) Consecuencia del principio de subsidiaridad es la participación activa en todos los aspectos de la vida política, social, cultural y económica, de la comunidad civil a que se pertenece. La participación es una expresión de la dignidad de la persona y, como tal, irrenunciable. Es conjuntamente un derecho y un deber que ejercer de modo responsable con vistas al bien común. 6) Primado del destino universal de los bienes (Compendio n. 171-181) "Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad"4. 4 Gaudium et Spes, n. 69. Si en primer lugar están destinados a todos los hombres los bienes que la naturaleza ofrece tierra, recursos naturales, bienes del subsuelo y de los mares – corresponde también ese mismo destino a los bienes producidos por el trabajo del hombre. El trabajo, en efecto, siempre es un trabajar con los otros y por los otros y por tanto también el fruto del trabajo del hombre - en virtud del vínculo de solidaridad entre todos los hombres - no puede quedar sólo para quien lo efectúa. Él, con su familia, será el primer destinatario; el primero, pero no el único. El destino universal de los bienes es derecho natural, es decir, inscrito en la naturaleza del hombre, es primario y prioritario respecto a cualquier intervención del hombre y de las instituciones sobre los bienes. La propiedad privada, también reconocida por la Iglesia como derecho natural, es considerada sin embargo como uno de los medios para asegurar el destino universal de los bienes, por tanto no como un derecho absoluto e intocable (n. 177); es un medio y no un fin. 7) Opción preferencial por los pobres (Compendio n. 182-183) El Compendio (n. 182) afirma claramente que "el principio del destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un crecimiento adecuado”. “Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano (…) pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes. Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social - (en época de globalización) -, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor"5. Todo esto enjuicia nuestros comportamientos acerca del uso de los bienes, nuestras elecciones concretas incluso como consumidores. 8) Significado de conjunto (Compendio n. 160-163) A modo de síntesis del significado de conjunto de estos principios, su historia, su importancia en orden a la edificación de la civilización del amor, podemos decir: Estos principios, tal como están expresados en los documentos del Magisterio, no fueron elaborados orgánicamente por la Iglesia en un solo documento, sino que, se fueron clarificando progresivamente a lo largo de toda la evolución histórica de la doctrina social cristiana. Son fruto del esfuerzo hecho por la Iglesia para responder con coherencia a las exigencias de los tiempos y a los continuos cambios históricos. Verdaderos fundamentos de la enseñanza social de la Iglesia, estos principios, por la continuidad con que están presentes y la universalidad de los valores que aportan, son señalados por la Iglesia 5 Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, n. 42. (Citado en Compendio, n.182) como "el primer y fundamental parámetro de referencia para la interpretación y la valoración de los fenómenos sociales" (Compendio n. 161). Conciernen a la realidad social en su complejidad y penetran en todos los ámbitos de lo social: desde las relaciones interpersonales a la familia, desde las estructuras económicas a las instituciones políticas, desde las relaciones internacionales a las problemáticas ecológicas, etc. Incluso teniendo cada uno su especificidad, están estrechamente conectados entre sí por relaciones de complementariedad y reciprocidad y se invocan e iluminan recíprocamente. Por su fuerte carácter unitario, hay que comprenderlos y considerarlos en su conjunto. Una última consideración referente a su profundo significado moral. Éste deriva del hecho que "tales principios remiten a los fundamentos últimos y ordenadores de la vida social". La exigencia moral presente en los grandes principios sociales dice relación no solamente al actuar personal de los individuos, sino de igual modo a "las instituciones, representadas por leyes, normas de costumbre y estructuras civiles, a causa de su capacidad de influir y condicionar las opciones de muchos y por mucho tiempo" (Compendio n. 163). ¿Cuáles son los valores fundamentales de la vida social? (Compendio n. 197) La DSI, además de los principios de reflexión permanentes, indica también valores fundamentales que, en unión con los principios, son los elementos que verdaderamente pueden sustentar una sociedad auténticamente humana y encauzarla con eficacia para edificar la civilización del amor. Entre principios y valores existe una relación de reciprocidad: los valores pueden considerarse más como fundamentos, los principios más en la perspectiva de la operatividad. Unos y otros son importantes: el desarrollo de los primeros ayuda y sustenta el desarrollo de los segundos y viceversa. Cuatro son los valores sociales fundamentales indicados por la DSI: la verdad, la libertad, la justicia, el amor. Todos están intrínsecamente ligados a la dignidad de la persona humana y, por tanto, en grado de favorecer su crecimiento y su plena realización y por tanto, su desarrollo. Estos cuatro valores fueron señalados por Juan XXIII en la Encíclica Pacem en Terris (1963) como pilares para la convivencia social y en particular para regular las relaciones entre las comunidades políticas con vistas a la edificación de la paz6. Juan XXIII los ve como elementos inseparables, ligados directamente con el orden establecido por Dios e inscrito en la naturaleza humana7. 6 Encontramos estos “cuatro pilares” ya presentes en la enseñanza precedente de Juan XXIII, en sus discursos, en sus mensajes. También Pío XII había hablado ya de verdad, justicia, caridad y libertad para regir el orden público nacional. «Por lo que respecta al binomio justiciacaridad, éste constituye totalmente la trama de toda la doctrina social de la Iglesia. Lo que es notable en la Pacem in terris es la lógica irrefutable según la cual estos cuatro criterios inseparables son aplicados a los problemas más actuales de nuestra época y, sobre todo, vinculados inmediatamente con el orden establecido por Dios» (B. Lalande, Enciclica “Pacem in terris”, ed. San Pablo, Roma 1965, p.5152). La Gaudium et Sspes los presenta como bases del orden social que hay que «fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada día más humano” (n. 26). 7 “El orden vigente en la sociedad – escribe en la Pacem in terris - es todo él de naturaleza espiritual. Porque se funda en la verdad, debe practicarse según los preceptos de la justicia, exige ser vivificado y completado por el amor mutuo, y, por último, respetando íntegramente la libertad, ha de ajustarse a una igualdad cada día más humana” (n.37). El teólogo Bernardo Lalande, comentaba así este pasaje de la Encíclica: «puesto que el hombre es creado a imagen de Dios, no nos debe sorprender que bajo estos términos de verdad, justicia, caridad y libertad, se encuentre en la sociedad una analogía de los atributos y un reflejo de la sociedad trinitaria» (B. Lalande, Enciclica “Pacem in terris”, cit. p. 52). Por tanto, estos valores fundamentales, considerados en su conjunto, en sus ligámenes recíprocos, en sus raíces, nos refieren a la impronta trinitaria de la sociedad, nos hacen descubrir en ella una analogía de los atributos divinos. (Nota del traductor: http://www.conferenciaepiscopal.es/documentos/otros/PacemInTerris.htm) 1) La verdad (Compendio n. 198) Todos los hombres, por su dignidad, tienen obligación de buscar la verdad y, en consecuencia, de ordenar su vida según las exigencias de la verdad8. Buscar la verdad y vivir en la verdad son dos momentos, dos actitudes estrechamente ligadas a la dignidad de la persona humana. La segunda de estas actitudes, vivir en la verdad, tiene un significado particularmente fecundo respecto a las relaciones sociales por cuanto la verdad es fundamento de la convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad. Juan XXIII en la Encíclica Pacem en Terris sostenía que la convivencia entre los seres humanos dentro de una comunidad, es ordenada, fructífera y congruente con su dignidad de personas, si está fundada en la verdad (cf. n.16) . Si en la actual complejidad y problematicidad de nuestras sociedades, de nuestras comunidades, hubiera más amor a la verdad, si nos esforzáramos principalmente en caminar por la vía de la verdad, tendríamos menos conflictividad, mayor cohesión social, más proyección en la búsqueda y construcción del bien común. La verdad, en efecto, es un importante elemento de unión entre los hombres, no un divisor, como se sostiene hoy con demasiada frecuencia. En este sentido, hay que afirmar con fuerza y claridad que ni la verdad ni la moralidad dependen de las mayorías o de las modas. Para dar concreción al vivir en la verdad es necesaria, también en el campo social, una intensa y constante actividad educativa. Ésta deberá tener un carácter sapiencial relevante, en grado de ofrecer el sentido último de la existencia, de las opciones, del actuar. El cristiano, además, más allá de recibir formación tiene que convertirse él mismo en formador: lo hará ante todo testimoniando la verdad, según el ejemplo de Jesús (cf. Jn 18,37) y usará todos los instrumentos educativos que las necesidades actuales requieren. 2) La libertad (Compendio 199-200) La libertad es el "clima", el "como" se ejercita toda convivencia humana que realmente esté orientada al crecimiento del hombre. Siendo la libertad “signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia, signo de la sublime dignidad de cada persona humana", toda persona tiene el derecho de ser reconocida como un ser libre y responsable y, correspondientemente, tiene el deber de respetar ese mismo derecho en las relaciones con los otros. La posibilidad para cada uno de realizar su propia vocación personal, profesar las propias ideas religiosas, culturales y políticas; expresar sus propias opiniones, decidir su propio estado de vida y, dentro de lo posible, el propio trabajo; asumir iniciativas de carácter económico, social y político, todo eso hace parte del valor de la libertad. Este valor, fundamental para cada persona y para cada comunidad, tiene que ser respetado en uno mismo y en los otros y debe manifestarse respetando el orden moral, moviéndose dentro de los límites del bien común y del orden público y, en todos los casos, bajo el signo de la responsabilidad. 8 Cf. Declaración Conciliar Dignitatis humanae, n. 2. Cf. Compendio, n 16 y Pacem in Terris n 35. Por otra parte, la libertad también se expresa en la capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo y en distanciarse de todo lo que puede obstaculizar el crecimiento personal, familiar y social, cualquiera sea la forma en que se presente9. Para el cristiano la libertad tiene una doble dimensión: es don de Dios en Cristo; es aceptación activa del don por parte del hombre. También sobre la libertad Jesús nos dio preciosas indicaciones. El Evangelio lo presenta como modelo, como el hombre realmente libre. Con su vida y su enseñanza Él nos indica el camino a recorrer para ser como Él, hombres nuevos, hombres libres. Jesús fue libre: - ante la Ley: "El sábado está hecho para el hombre y no el hombre para el sábado" (Mc 24,27); - ante el pecado del hombre: "Quién de vosotros esté sin pecado arroje la primera piedra contra ella" (Jn 8, 10-11); - ante los tabúes sociales: "Los discípulos vieron que hablaba con una mujer y se asombraron" (Jn 4,27); - ante los poderosos: "Ay de vosotros, hipócritas, maestros de la ley y fariseos" (Mt 23,27); - ante sus discípulos: "¿Quizás quieren irse también ustedes?" (Jn 6,67); - ante las masas: "Me buscáis sólo porque habéis comido el pan y os habéis quitado el hambre" (Jn 6,26); - ante los bienes materiales: "El Hijo del hombre no tiene donde reposar la cabeza" (Lc 9,58). Porque fue libre, Jesús pudo liberarnos de toda esclavitud para hacernos entrar en el reino de Dios, en ese Reino de la libertad plena donde el amor circula libremente, plenamente, incesantemente como ocurre entre las Personas de la Trinidad10. 3) La justicia (Compendio n. 201-203) La justicia es la forma como se realiza concretamente el respeto de los derechos y deberes del hombre en una convivencia que respeta la dignidad de los seres humanos. Es un valor que acompaña al ejercicio de la correspondiente virtud moral. En el Antiguo Testamento el término "justicia" se reitera con frecuencia: es considerada "una virtud que está en la base de la vida del pueblo, de la vida comunitaria; una virtud que promueve el orden positivo, constructivo, benéfico, de las relaciones de los hombres entre sí y con Dios. Decir "justo" equivale a decir "bueno", "santo", “perfecto”11. 9 Es importante, sin embargo, comprender correctamente los límites, los condicionamientos en que se desarrolla nuestra aventura terrena. El filósofo Emanuel Mounier nos recuerda que: «la libertad del hombre es la libertad de una persona y de esta persona, así costruida y situada en sí misma, en el mundo y frente a los valores. Lo que significa que normalmente, está estrechamente condicionada y limitada por nuestra situación concreta. Ser libre significa ante todo aceptar esta condición para conseguir apoyo: todo no es posible, y todo no es posible en todo momento. Estos límites, cuando no son demasiado estrechos, costituyen una fuerza, ya que la libertad, como el cuerpo, no progresa sino a través del obstáculo, la elección, el sacrificio» E. Mounier, Il personalismo, A.V.E., Roma 1966, p. 89. 10 Cf. V. Araújo, Contenuto sociale del Nuovo Testamento, “Repartido del Curso de Ciencias Religiosas y Sociales”,”Istituto Mystici Corporis”, Loppiano 2002, pp.63-67. 11 C. M. Martini, Sulla giustizia, Mondadori, Milano1999, pp. 20-21. En el Nuevo Testamento la justicia es vista no sólo como virtud que sustenta relaciones justas: es un valor que crea dignidad y no puede ser separada del amor12. El Catecismo de la Iglesia Católica, sobre la huella de santo Tomás de Aquino, sostiene que la justicia “consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido”13. La justicia, por tanto, se refiere “al otro", a reconocer al otro como persona, hacer que obtenga lo que le corresponde, lo que le es debido. Dice santo Tomás que la materia de la justicia está constituida por aquellas cosas que se refieren a "otro". Por esto, la justicia ordena las acciones externas del hombre, la conducta hacia el otro hombre, hacia los otros hombres. De aquí su alcance eminentemente social. En la definición de justicia encontramos todavía otro elemento: dar a cada uno "lo que le es debido". ¿Qué es "lo que le es debido”? ¿Qué contenido tiene? Ante todo, no soy yo quien determino este "lo que le es debido". Es decir, este contenido no es subjetivo, sino que está determinado por la identidad profunda del ser humano14. El actual fenómeno de la globalización ha hecho que se destaque particularmente la dimensión social de la justicia. Se toma cada vez más conciencia de su relación con las estructuras, sobre todo económicas, y de la necesidad de adecuadas soluciones en el ámbito social, político y económico. Soluciones que habrá que buscar a varios niveles: desde los individuos a la sociedad en su conjunto, desde las instituciones políticas a las estructuras económicas, desde el nivel local al estatal e internacional. Son evidentes e inalienables los vínculos con el bien común y con el ejercicio de la autoridad. En tanto es fundamental su importancia para la edificación de la sociedad, la justicia necesita ser penetrada y completada por la caridad. Para que una sociedad pueda crecer y florecer en plenitud de humanidad son necesarias tanto la justicia como la caridad15. Como sostiene Benedicto XVI en la Encíclica Deus Caritas est, se tiene verdadera justicia cuando el reconocimiento de los mutuos derechos y deberes es coronado por la caridad16. Concluimos con una elocuente expresión de Igino Giordani: "la justicia funda la sociedad, la caridad la nutre, una es el cerebro, la otra es el corazón, una es el esqueleto, la otra la sangre. Una es humana, la otra es divina"17. 12 13 Ibidem p. 23. Catecismo de la Iglesia Católica 1807, cf. Sto. Tomás de Aquino Summa Theologiae, II –II, q. 58, a. 1. 14 Cf. V. Araújo, Contenuto sociale del Nuovo Testamento, cit. pp. 31-32. El mundo clásico nos consigna dos formas de justicia: la particular y la general. La justicia general es la que cuida del bien común. La justicia particular tutela el bien privado de los ciudadanos individualmente y se diferencia en conmutativa y distributiva. La primera regula la relación entre personas o entre grupos de personas. La segunda regula la relación entre la sociedad y los ciudadanos. 15 «La caridad es la surgente, el alma y la coronación de la justicia. La justicia es la primera exigencia y expresión, el lugar de autenticación y de verificación, el signo de credibilidad de la caridad: la justicia es la mediación estructural del amor, la caridad de lo exigible. La justicia sin la caridad se vuelve anónima, legalista, parcial. La caridad sin la justicia se vuelve aleatoria, precaria, sentimental» (T. Goffi, G. Piana, Koinonia (Etica della vita sociale) III, 1, Queriniana, Brescia 1984, p.70). 16 Juan Pablo II escribía en la Encíclica Dives in Misericordia (1980): «La justicia es de por sí apta para servir de “árbitro” entre los hombres en la recíproca repartición de los bienes objetivos según una medida adecuada; el amor en cambio, y solamente el amor, (también ese amor benigno que llamamos “misericordia”) es capaz de restituir el hombre a sí mismo. (…) No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia. Ésta, en todas las esferas de las relaciones interhumanas, debe experimentar por decirlo así, una notable “corrección” por parte del amor que – como proclama san Pablo – es “paciente” y “benigno”, o dicho en optras palabras, lleva en sí los caracteres del amor misericordioso tan esenciales al evangelio y al cristianismo» (n. 14). 17 I. Giordani, Il messaggio sociale di Gesù, Città Nuova, Roma 1951, p. 179. 4) El amor (Compendio 204-208) Si el amor, la caridad, es la esencia del cristianismo, lo es también de la Doctrina Social Cristiana. La vía de la caridad recorre todo el Compendio que presenta a la caridad como criterio supremo y universal de toda la ética social. Sobre las huellas de san Pablo, el Compendio afirma que "de todas las vías, incluidas las que se buscan y recorren para afrontar las formas siempre nuevas de la actual cuestión social, la “más excelente” (1 Cor 12,31) es la vía trazada por la caridad" (n. 204). Es particularmente significativa la enseñanza de Juan XXIII al respecto. Entre los cuatro pilares indicados por él para la convivencia social, el amor ocupa el lugar más importante. Los otros valores la verdad, la justicia, la libertad- nacen y se desarrollan de la surgente interior de la caridad. Este amor que abraza todas las dimensiones de la persona, exige un compromiso social maduro, coherente, basado en una auténtica vida de amor a Dios y a los hermanos. Amor auténtico que se convierte en compromiso social y llega a expresar una caridad social y política, es decir una caridad que alcanza al otro, a los otros, más allá que personalmente, también a través de la mediación de grupos e instituciones. Una caridad, por tanto, que se extiende más allá de las posibilidades del individuo, abriéndose a dimensiones siempre más profundas y grandes, hasta alcanzar el nivel planetario. Ya Pablo VI en la Carta Apostólica Octogesima Adveniens (1971), hablaba del compromiso político como "un camino serio y difícil (…) para cumplir el deber grave que cristianos y cristianas tienen de servir a los demás" (n. 46 c.) También el ámbito económico lo veía como “fuente de fraternidad y signo de la Providencia", n. 46a. Al par de la política y la economía, también los demás ámbitos de lo social –desde el derecho a las comunicaciones, desde la educación al arte, etc.- todos pueden ser vistos como lugares para vivir el compromiso cristiano al servicio del prójimo. Y todos estos ámbitos para decirlo con Juan XXIII - necesitan estar integrados y vivificados por el amor. ■