AGRADECIMIENTO Presentación del Libro Paz y Guerra Ciudad de México 12 de septiembre de 2006. Saludo muy cordialmente a todos los aquí presentes, gracias por venir a esta presentación. Un agradecimiento particular a quienes aceptaron presentar esta pequeña obra que quiere ser un granito de arena, una pequeña contribución a la inmensa obra de concienciar a nuestros contemporáneos sobre la urgente necesidad de abrirse al don de la Paz y poder así emprender con éxito la aventura de construir sociedades reconciliadas, justas, pacificas y pacificadoras. Gracias al Eminentísimo Señor Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa, al Excelentísimo Señor Embajador de Colombia ante la Santa Sede, D. Guillermo León Escobar Herrán, y al Distinguido Presidente de la Fundación León XIII y Miembro del Consejo del IMDOSOC, D. Oscar Ortiz Sahagún. Una palabra de agradecimiento sincero al Ex Presidente del Instituto Mexicano de Doctrina Social, D. José Ignacio Mariscal Torroella, a quien públicamente expreso también una calurosa y cordial felicitación por su reciente elección como Presidente Internacional de UNIAPAC, estoy seguro que esta nueva e importante tarea la realizará con la competencia, el empeño y el espíritu de fe que le caracterizan. Asimismo, agradezco al director del IMDOSOC, Lic. Manuel Gómez Granados y a todos los colaboradores, por el apoyo incondicional que han ofrecido a las diversas iniciativas del Pontificio Consejo «Justicia y Paz», prueba de ello –y sólo por mencionar las más recientes– han sido su valiosa colaboración en la realización, que sin este apoyo hubiera sido difícil, del Primer Encuentro Continental sobre el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, la generosa disponibilidad para traducir al español mi libro Paz y Guerra, y poner en circulación la edición mexicana de las reflexiones en él contenidas. Que Dios sea su recompensa. Las consideraciones que ofrezco en esta obra están estrechamente vinculadas con el capítulo décimo del Compendio de la doctrina social de la Iglesia, con el rico patrimonio de ideas contenidas en la Pacem in terris de Juan XXIII, con los Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz de Pablo VI y Juan Pablo II, pero sobre todo, pretenden estar muy en sintonía con el Evangelio de la Paz de Nuestro Señor Jesucristo. 1 Puedo decir que el libro que hoy se presenta, tiene como objetivo ayudar a comprender aún más la reflexión sobre la paz anunciada por el Evangelio y que el Compendio define como vida plenamente humana, distinguiéndola de la paz entendida como ausencia de guerra. La doctrina social de la Iglesia, y el Compendio elaborado para su servicio, se ocupa en varias ocasiones de la paz en este segundo significado, pero se ocupa aún más, muchísimo más, de la paz en su primer significado. Ésta es, en efecto, la paz plena, que abarca la verdad, la libertad, la justicia, y la única paz que permite alcanzar también la paz como ausencia de guerra y anclar sólidamente ésta en aquella. El rico patrimonio de ideas al que me referí hace algunos momentos, habla siempre de paz, también cuando no emplea esta palabra; habla de paz cuando trata de justicia, de solidaridad, de la unidad de la familia humana, del proyecto de Dios sobre la humanidad, de los derechos de todo hombre y de sus respectivos deberes y de la dignidad de la persona humana, de los pueblos y de las culturas. Por eso mismo, en la doctrina social de la Iglesia y por ende en el Compendio, la paz adquiere también un fuerte significado cultural, tan relevante en la actualidad. El sentido del respeto recíproco de las propias tradiciones religiosas y culturales, el diálogo entre las religiones, la cooperación internacional, la cultura de la gratuidad y de la reconciliación, son todas dimensiones fundamentales que favorecen la paz. Según el Compendio es aquí donde se juega el sentido último de la construcción de la convivencia humana y, por lo tanto, de la paz (cf. Compendio, nn. 494496). Hoy son sobre todo dos las cuestiones que requieren un fuerte compromiso para poder realizar la paz: 1) el fenómeno del terrorismo, acerca del cual se ha expresado, como bien saben, el Papa Benedicto XVI en su primer Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz; el segundo es el problema del desarme, en un momento histórico que asiste al crecimiento de la producción y comercio de armas nucleares y convencionales. No me extiendo sobre estas cuestiones. Deseo sólo afirmar que no puede haber tolerancia moral con ninguna doctrina militar que apruebe las armas nucleares. Una enorme cantidad de recursos financieros son destinados anualmente a las armas, recursos que podrían ser destinados con mucho mayor provecho a la educación y al desarrollo, en lugar que a la guerra. Si no se toman medidas para el desarme, la paz será desarmada. En México no existe –gracias a Dios–, el conflicto armado propiamente dicho. Sin embargo sí existen muchas situaciones de violencia, es decir, situaciones que obstaculizan el deber y el derecho a la paz de los hombres y mujeres de este Pueblo: situaciones de miseria que ofenden y violentan la dignidad de millones de mexicanos, y que les impiden la paz; falta de justicia o lentitud en su administración; inseguridad en las ciudades; el narcotráfico, esa actividad perversa y cruel que arrebata y mancilla, lo mejor que posee este país: las energías, los sueños y las esperanzas de sus niños, adolescentes y jóvenes, poniendo en grave peligro un futuro de paz plena y de desarrollo 2 integral y solidario; situaciones donde los olvidados siguen siendo los de siempre: campesinos, obreros e indígenas; situaciones en que los líderes políticos pierden la perspectiva y el horizonte que da sentido a su actividad, es decir, el bien común; situaciones de violencia intrafamiliar que dividen y rompen la armonía en el seno de la familia, que debe ser la principal educadora y artífice de paz... No obstante éstas y tantas otras situaciones de violencia, el potencial que posee el Pueblo de México para la paz es, por mucho, más grande que todas estas situaciones. Es por ello –y también por el clima necesitado de reconciliación y de paz que se percibe actualmente en el país–, que no puedo dejar de invitarlos, tomando las palabras de Pablo VI, a no desfallecer en la búsqueda de una « Paz amada, libre, fraterna, es decir, fundada en la reconciliación de los ánimos (...) es difícil; más difícil que cualquier otro método pero no es imposible; no es pura fantasía. Nuestra confianza está puesta en una bondad fundamental de los hombres y de los Pueblos. Dios ha hecho saludables las generaciones (Sab. 1, 14). El esfuerzo inteligente y perseverante por la mutua comprensión de los hombres, de las clases sociales, de las Ciudades, de los Pueblos, de las civilizaciones entre sí, no es estéril (...) ¡Reconciliación! (...) hombres fuertes, hombres responsables, hombres libres, hombres buenos: ¿pensais en ella? ¿No podrá esta mágica palabra entrar en el diccionario de vuestras esperanzas, de vuestros éxitos?»1. Que el Dios de la Paz, aleje de este querido Pueblo las divisiones, la falta de justicia y la desgracia del conflicto social violento; que acreciente la solidaridad, los deseos y las obras de reconciliación y conserve en la paz a sus habitantes. Muchas gracias. RENATO RAFFAELE CARDENAL MARTINO Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz» y del Pontificio Consejo para la Pastoral de Emigrantes e Itinerantes. 1 PABLO VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1975. 3