La crisis de la monarquía española

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La crisis de la monarquía española
El inicio del siglo XIX encontró a España debilitada por las continuas guerras
que había emprendido como aliada de Francia contra Gran Bretaña. En
particular la derrota naval de Trasfalgar (1805), dejó a España sin posibilidades
de ejercer el monopolio comercial con sus territorios de ultramar. Por su parte,
Gran Bretaña consolidaba su control marítimo y amenazaba a los territorios
americanos españoles, como pudo verse en la ocupación de Buenos Aires y
luego Montevideo entre 1806 y 1807. Los proyectos de Napoleón convertían la
península Ibérica en pieza clave para la concreción del “bloqueo continental”,
con el cual pensaba vencer a Inglaterra. Para España, por su parte, la alianza
con Napoleón se convertía en la única posibilidad de derrotar a los ingleses
careciendo de flota. En octubre de 1807, por el Tratado de Fontainebleau que
contemplaba el reparto del Portugal, España abrió sus fronteras al ingreso de
las tropas francesas que tenían como destino la ocupación de los territorios
lusitanos. Una vez en suelo español las tropas francesas fueron ocupando el
territorio, llegando a Madrid en marzo de 1808. El descrédito de Carlos IV, la
desconfianza que inspiraban tanto el monarca como su primer ministro Manuel
Godoy, las diferentes corrientes de opinión sobre la organización política de
España, y la presencia francesa coadyuvaron para que en la noche del 17 al 18
de marzo, un levantamiento popular y militar conocido como “Motín en
Aranjuez”, proclamase al Príncipe de Asturias Fernando “El Deseado”, como
nuevo Rey.
Fernando VII, consciente de lo irregular que había sido su ascenso al trono,
buscó apoyo y legitimación en el emperador francés. Esto explica por qué a
fines de abril de 1808, ante la posible llegada de Napoleón, Fernando saliera de
Madrid a su encuentro. En la ciudad fronteriza francesa de Bayona, ante las
presiones de su padre y de Napoleón, Fernando VII abdicó en favor de su padre
y éste en Napoleón, quién abdicó en su hermano José Bonaparte, José I de
España. Tanto padre como hijo recibieron una compensación económica en
bienes y rentas por sus respectivas renuncias al trono. Las autoridades
españolas (Junta Suprema de Gobierno, Consejo de Castilla, Obispado, parte de
la oficialidad del ejército) apoyaron al nuevo monarca. Mientras tanto en
Madrid, el pueblo español se levantaba en armas contra “los invasores
franceses”.
La guerra en España y la “retroversión de la soberanía al pueblo”
En Madrid, mientras la familia real se encontraba en Bayona, aumentaba la
incertidumbre y el descontento ante la presencia francesa. En la mañana del 2
de mayo, un grupo de personas se reunió en las puertas del Palacio, para evitar
la partida del resto de la familia real que aún estaba en Madrid. Había
comenzado a correr el rumor de que “todo era un engaño francés” y por tanto
más que una partida era un “secuestro”. Ante tal revuelo popular, las tropas
francesas al mando del Gral. Murat abrieron fuego, pero lejos de lograr
dispersar a los descontentos, provocaron el levantamiento generalizado de los
madrileños. Comenzó así una durísima represión que se extendió por varios
días, estimándose que hubo 409 muertos y 170 heridos, incluyendo entre los
primeros a 57 mujeres y 13 niños.
En ausencia del Rey el pueblo tomó las armas. En los días siguientes motines y
revueltas se sucedieron por toda España. Fue esta presión popular lo que
motivó a las élites locales y provinciales a formar Juntas: ante la ausencia o
prisión del soberano, los pueblos y ciudades se convertían en los depositarios
de la soberanía. Por ello todas las Juntas que se formaron actuaron en nombre
de Fernando VII.
La necesidad de mantener la unidad de la nación para frenar al invasor, llevó a
que el 25 de setiembre de 1808 se formara en Aranjuez la Suprema Junta
Central Gubernativa del Reino, que en diciembre en virtud del avance de la
invasión se trasladó a Sevilla. En las circunstancias de la guerra, comenzaron a
dividirse las posiciones políticas respecto al rol que debía cumplir el pueblo y
los pueblos: ¿debían mantenerse como guardianes de la soberanía del Rey o
asumían la soberanía como propia para elegir la forma de gobierno más
conveniente? Esta división se reflejó en la convocatoria a la Cortes de Cádiz y
en la discusión de la Constitución de 1812, que generó apoyos y resistencias.
Conviene recordar que en término generales la Junta Central defendió el orden
social vigente, sin tener en cuenta las demandas del heterogéneo universo de
intereses que movilizaron a los sectores populares protagonistas de la guerrilla
armada.
Los Braganza en Río de Janeiro y en los territorios orientales.
En enero de 1808, escapando de la invasión napoleónica, había llegado a Río
de Janeiro el Príncipe Regente de Portugal, junto a su esposa la Infanta
Carolota Joaquina y su corte. Una vez en territorio americano y enterada de las
abdicaciones de Bayona, Carolota Joaquina, hermana de Fernando VII, envió
comisionados a Montevideo, Buenos Aires, Chile y Perú, reclamando su
eventual derecho a ejercer la regencia de los dominios españoles en América
mientras durara el cautiverio de su hermano. En el Río de la Plata se conformó
lo que en la época se llamó “el partido carlotista”, que veía en la regencia
portuguesa la oportunidad de un cambio político que ampliara las posibilidades
de participación de las elites americanas.
Las aspiraciones del Príncipe Regente no eran las mismas que la de su esposa.
El expansionismo portugués que buscaba extender su territorio hacia las
llamadas “fronteras naturales” del Brasil, estuvo presente durante todo el
proceso de conquista y ocupación de estos territorios americanos. Al comenzar
el siglo XIX había cobrado un nuevo impulso con la ocupación portuguesa de
los siete pueblos misioneros ubicados entre el Río Uruguay y el Ibicuy. En una
coyuntura de gran debilidad de la autoridad española sobre sus territorios
americanos aumentaron las posibilidades para el control lusitano.
En 1811, el último virrey del Río de la Plata, Francisco Xavier Elío, solicitó a la
corte lusitana un apoyo militar que permitiera liberar a la ciudad de
Montevideo del sitio al que estaba siendo sometida por las fuerzas
revolucionarias.
Pocos años después, en 1816, nuevamente ingresaron al territorio de la
Provincia Oriental ejércitos lusitanos, en esta oportunidad con el objetivo de
“pacificar” estos territorios y reprimir las ideas “republicanas” y
“democráticas” que el movimiento liderado por Artigas promovía. Contaron
para ello con el apoyo explícito o tácito de ciertos grupos de la élite oriental y
del gobierno de las Provincias Unidas.
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