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¿QUIÉN ES EDURNE PASABAN?
Nació en Tolosa, Guipúzcoa, el 1 de agosto de 1973. Primera
mujer en completar la ascensión de los 14 ochomiles de la tierra, licenciada en Ingeniería Industrial por la Universidad del
País Vasco, Máster en Gestión de Recursos Humanos por ESADE
Business School y Profesora Asociada del Instituto de Empresa.
Fruto de esa dedicación y esfuerzo son los innumerables premios,
•
Premio a la mayor gesta deportiva del año para la Diputación Foral
de Guipúzcoa en 2001.
•
Premio deportivo de la Fundación Sabino Arana en 2002.
•
Premio “Mujer y Deporte” a la mejor deportista femenina del año
en España, concedido por primera vez por el Comité Olímpico
Español en 2005.
•
Distinción Lan Onari otorgada en 2009 por el Gobierno vasco en
reconocimiento a su trabajo.
•
Medalla de Oro al Mérito Deportivo, en 2010.
•
Y el Premio Reina Sofía a la Mejor Deportista del Año en 2011.
Ingeniera de cabeza y alpinista de corazón y profesión, Edurne Pasabán habla sin ningún tapujo, señal
evidente de que nada tiene que esconder. Afable y
sencilla, nos cuenta que ahora está segura de que
«no cambiaría nada» de lo que ha vivido durante
todos estos años. «Soy feliz», dice mientras una sonrisa ilumina su rostro marcado por el sol. Hace unos
pocos años, sin embargo, no las tenía todas consigo. Hablamos del año 2006. La deportista llegaba
del Nanga Parbat, tras una expedición que la había
dejado exhausta, y comenzó a hacerse preguntas:
«Había decidido dedicar mi vida a la montaña», explica, «e intentaba vivir de esa pasión», algo que en
aquel entonces no era precisamente fácil. Rondaba
los 32 años y, a su alrededor, su hermano y sus amigos comenzaban a formar familias. Por otro lado,
«mis parejas no entendían lo que yo hacía, quizá
porque me pasaba seis meses fuera de casa o porque hacía las expediciones con otros hombres».
Para colmo, «la única persona a la que creo que he
amado en la vida me dejó». La montañera entró en
una depresión y culpó a la montaña de todo lo que
sucedía en su vida personal. «Me decía a mí misma:
Si sigo siendo alpinista nunca voy a poder tener hijos, no voy a poder ser feliz y ningún tío me va a
querer», resume contundente.
En aquel momento solo pensaba en dos cosas: «O
tomarme una pastilla para que todo lo de la cabeza desapareciera o morir», dice con una sinceridad
pasmosa. Con todo, nunca dejó de practicar deportes, algo que los expertos recomiendan cuando se
entra en depresión porque se producen endorfinas
que ayudan al paciente. Pero Pasaban lo hacía «sin
ganas. Solo te apetece estar en la cama y no moverte». Es más, en aquel momento Sebastián Álvaro,
de ‘Al Filo de lo Imposible’, le planteó hacer distintos
viajes a lugares como la Antártida pero, derrumbada, respondía con negativas.
Pronto comenzó a buscar salidas. «Al principio nadie te entiende, ni siquiera tu familia ni tus amigos»,
comenta, aunque reconoce que su apoyo ha sido
constante. «Eso te produce mucha impotencia porque tratan de sacarte del lodo con frases como ‘pero
si lo tienes todo’. Entonces, empiezas a ir a psicólogos y psiquiatras». Hasta que un buen día, un médico en la familia, de medicina general, se acercó a
verla. La tolosana le pidió ayuda y entró entonces
en un centro psiquiátrico.
El primer contacto fue todo un choque. La alpinista
acababa de pasar quince días escalando sobre hielo
en los Alpes. «Fue muy duro. De pronto, me encontraba haciendo terapia y me preguntaba que qué
hacía allí cuando dos días antes estaba escalando».
Después de estudiar el caso, le pusieron medicación
y comenzó a mejorar. «Las medicinas te ayudan mucho, pero la única manera de salir es por ti mismo,
con las terapias, dándote cuenta de cuál es el problema y viendo cómo puedes salir del mismo».
La luz al final del túnel se la mostró, una vez más,
la montaña que tanto le ha acompañado a lo largo
de su vida. Su primo Asier, con quien ahora hace la
mayor parte de las expediciones, le dijo que se iban
al Broad Peak, una cima que Pasabán iba a tratar de
coronar nada más subir al Nanga Parbat. «Me dijo
que probara y que allí vería si quería seguir dedicándome al alpinismo o no», rememora. Después de su
asalto al Broad Peak, arrancó el proyecto de finalizar
los catorce ocho miles: «Me centré en el objetivo y
creo que me ha sacado de todo eso», confiesa.
Ahora bien, ¿temía culminar los catorce ocho miles
y dar por finalizado su gran reto? «Me daba algo de
vértigo», reconoce. Y explica: «Cuando una persona
está enferma, crea una burbuja a su alrededor en
la que se siente cómoda. Los catorce ocho miles
eran la mía. Tomé antidepresivos hasta el último día
que ascendí al Sisha Pangma. Entonces, comencé a
dejar los medicamentos poco a poco porque no se
puede dejar de golpe. Y ahora hay que caminar sola
y en eso estoy. No tengo miedo porque ya he superado muchas cosas, pero sí un poco de vértigo». La
deportista está centrada ahora en su próxima visita
al Everest, que arrancará el próximo 4 de abril, esta
vez sin oxígeno pero «con la misma ilusión con la
que preparé la primera en 2001». Por si fuera poco,
continúa dando charlas en el mundo de la empresa
y colaborando con escuelas de negocios, merced a
su máster de negocios en la Escuela Superior de Administración y Dirección de Empresas de Barcelona.
Pero aún tiene un reto mayor entre manos: «Mi gran
objetivo es poder compaginar la montaña con la
vida personal. Quiero formar una familia y tener hijos pero no voy a dejar mi pasión por la montaña
porque es lo que me da la energía para seguir viviendo». Sufridora y cabezona, como se ve a sí misma, lo logrará seguro. Dice Edurne Pasaban que con
‘Catorce veces ocho mil’, el libro que acaba de publicar con la editorial Planeta, quería contar la historia
«humana y personal» de esa conquista. Elaborado
en colaboración con el escritor y traductor Josep
María Pinto, el texto muestra «no solo a la alpinista,
sino a la persona que hay detrás, con sus miedos,
aciertos y errores».
Volver sobre sus pasos para escribir el libro no ha
sido nada fácil pero «creo que me ha ayudado porque he revivido cosas muy duras –entre ellas, los
fallecimientos de amigos y compañeros– pero también veo cómo estoy ahora y eso te da fuerzas para
seguir». Más allá de los malos momentos, el libro
también recoge los detalles curiosos de cada expedición. ¿Un ejemplo? En el campo base, la música
nunca deja de sonar y para Pasabán cada expedición tiene una sintonía asociada: «En el K2 fue Fito y
los Fitipaldi, en el Dhaulagiri, Benito Lertxundi». En
cambio, cuando asciende lo hace sin cascos: «Prefiero escuchar a la montaña. Te avisa de muchas cosas».
Artículo de lavorzdigital.es. (27.04.11 - A. LIZARRAGA)
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