JUEVES SANTO’ 2013 HORA SANTA ANTE EL SEÑOR † Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria. Introducción: FE - ESPERANZA - CARIDAD Hora Santa ante el Señor en la noche del Jueves Santo del Año de la Fe. Mientras contemplamos el Misterio de Amor de Jesús en su entrega hasta la muerte debemos despertar en nuestras almas la virtud de la Fe, de la Esperanza y de la Caridad. Jesús nos dejó como testamento en esta noche la Eucaristía que alimenta las virtudes teologales. Jesús pidió en esta noche a sus discípulos, y también a nosotros, que vivamos en la armonía del amor y de la unidad, que no perdamos la fe ni la esperanza, que él estaría siempre con nosotros. Con esa fe en la presencia y en el amor de Cristo oramos esta noche, meditando en cada una de estas virtudes santas. En esta noche de la institución del sacerdocio, en estos momentos difíciles, oramos de una forma especial por los sacerdotes y en especial por su S.S. el papa Francisco. Nos ponemos en su presencia para escuchar su voz en nuestras almas. Canto de entrada: “Junto a ti…” 1. Junto a Ti, al caer de la tarde, y cansados de nuestra labor, te ofrecemos con todos los hombres el trabajo, el descanso y el amor. 2. Con la noche las sombras nos cercan, y regresa la alondra a su hogar; nuestro hogar son tus manos, Oh Padre, y tu amor nuestro nido será. Oración de inicio (todos juntos) Señor Jesús, queremos velar contigo, queremos estar junto a tí. Quizá no se nos ocurran muchas cosas, pero queremos estar, queremos sentir tu amor, como cuando nos acercamos a una hoguera, queremos amarte, queremos aprender a amar. Lo importante es estar abiertos a tu presencia. Y agradecer, alabar, suplicar. Y callar, escuchar, no decir nada, simplemente estar. Acógenos como discípulos que quieren escuchar tus palabras, aprender de ti, seguirte siempre. Acógenos como amigos. Y haz de nosotros también tus testigos, testigos del amor. Señor Jesús, toca esta noche nuestro corazón, danos tu gracia, sálvanos, llénanos de la vida que sólo tú puedes dar. Aumenta nuestra Fe, nuestra Esperanza y nuestro Amor mutuo, para que vengamos a ser agradables a tu corazón. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén. ACRÓSTICO: EUCARISTÍA En tu presencia postrado. Único Dios Verdadero. Camino, Pastor, Cordero. Amor de amores llagado. Recíbeme, porque espero. Incendiarme con tu hoguera. Saciarme con tu blanco Pan. Tomar Vino de solera. Inmolándote mi afán. Amándote hasta que muera. -3- I. FE Canto: “Sois la semilla” 1. Sois la semilla que ha de crecer, sois estrella que ha de brillar. Sois levadura, sois grano de sal, antorcha que ha de alumbrar. Sois la mañana que vuelve a nacer, sois espiga que empieza a granar. Sois aguijó y caricia a la vez, testigos que voy a enviar. Id amigos, por el mundo anunciando el amor, mensajeros de la vida, de la paz y el perdón. Sed, amigos, los testigos de mi resurrección, id llevando mi presencia, con vosotros estoy. 2. Sois una llama que ha de encender resplandores de fe y caridad. Sois los pastores que han de guiar al mundo por sendas de paz. Sois los amigos que quise escoger. Sois palabra que intento gritar. Sois reino nuevo que empieza a engendrar justicia, amor y verdad. Lectura de la Carta a los Hebreos (Heb 5,7-10; 11,1-2; 12,1-3) "Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando es su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que creen en él en autor de salvación eterna… La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos… En consecuencia: teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciado la ignominia, y -4- ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo.”. Canon para cantar después de la lectura del Evangelio Nada te turbe, nada te espante. / Quien a Dios tiene nada le falta. / Nada te turbe, nada te espante, / sólo Dios basta (2). Meditación, de la Carta Apostólica Porta Fidei de Benedicto XVI «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor. 6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de verdad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, inocente, sin mancha” (Hb 7, 26), no conoció el pecado (cf. 2 Co 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Hb 2, 17), la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación “en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. 1 Co 11, 26). Se siente fortalecida con la fuerza del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fidelidad hasta que al final se manifieste a plena luz»[11]. En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y -5- resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31). Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: «Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva» (Rm 6, 4). Gracias a la fe, esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentalidad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe que actúa por el amor» (Ga 5, 6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rm 12, 2; Col 3, 9-10; Ef 4, 20-29; 2 Co 5, 17). II. ESPERANZA Canto: “Somos un pueblo que camina” Somos un pueblo que camina Y juntos caminando podremos alcanzar Otra ciudad que no se acaba Sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad. 1. Somos un pueblo que camina, que marcha por el mundo buscando otra ciudad. Somos errantes peregrinos, en busca de un destino, destino de unidad. Siempre seremos caminantes, pues sólo caminando podremos alcanzar otra ciudad que no se acaba, sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad. -6- Lectura del Profeta Isaías (40,1-5.9-11) «Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.» Una voz grita: «En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que montes y colinas se a5que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos - ha hablado la boca del Señor“Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder, y su brazo manda. Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los corderos y hace recostar a las madres.» Canon para cantar después de la lectura del Evangelio No adoréis a nadie / a nadie más que a él. (2). Meditación, de la Encíclica Spe Salvi de S.S. Benedicto XVI 1. « SPE SALVI facti sumus » – en esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24). Según la fe cristiana, la « redención », la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino. Ahora bien, se nos plantea inmediatamente la siguiente pregunta: pero, ¿de qué género ha de ser esta esperanza para poder justificar la afirmación de que a partir de ella, y simplemente porque hay esperanza, somos redimidos por ella? Y, ¿de qué tipo de certeza se trata? La fe es esperanza -7- 2. Antes de ocuparnos de estas preguntas que nos hemos hecho, y que hoy son percibidas de un modo particularmente intenso, hemos de escuchar todavía con un poco más de atención el testimonio de la Biblia sobre la esperanza. En efecto, « esperanza » es una palabra central de la fe bíblica, hasta el punto de que en muchos pasajes las palabras « fe » y « esperanza » parecen intercambiables. Así, la Carta a los Hebreos une estrechamente la « plenitud de la fe » (10,22) con la « firme confesión de la esperanza » (10,23). También cuando la Primera Carta de Pedro exhorta a los cristianos a estar siempre prontos para dar una respuesta sobre el logos –el sentido y la razón– de su esperanza (cf. 3,15), « esperanza » equivale a « fe ». El haber recibido como don una esperanza fiable fue determinante para la conciencia de los primeros cristianos, como se pone de manifiesto también cuando la existencia cristiana se compara con la vida anterior a la fe o con la situación de los seguidores de otras religiones. Pablo recuerda a los Efesios cómo antes de su encuentro con Cristo no tenían en el mundo « ni esperanza ni Dios » (Ef 2,12). Naturalmente, él sabía que habían tenido dioses, que habían tenido una religión, pero sus dioses se habían demostrado inciertos y de sus mitos contradictorios no surgía esperanza alguna. A pesar de los dioses, estaban « sin Dios » y, por consiguiente, se hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío. « In nihil ab nihilo quam cito recidimus » (en la nada, de la nada, qué pronto recaemos), dice un epitafio de aquella época, palabras en las que aparece sin medias tintas lo mismo a lo que Pablo se refería. En el mismo sentido les dice a los Tesalonicenses: « No os aflijáis como los hombres sin esperanza » (1 Ts 4,13). En este caso aparece también como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente. De este modo, podemos decir ahora: el cristianismo no era solamente una « buena noticia », una comunicación de contenidos desconocidos hasta aquel momento. En nuestro lenguaje se diría: el mensaje cristiano no era sólo « informativo », sino « performativo ». Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva. -8- III. AMOR Canto: “El Señor Dios nos amó” El Señor Dios nos amó como nadie amó jamás; Él nos guía como estrella cuando no existe la luz; Él nos da todo su amor Mientras la fracción del pan: Es el pan de la amistad, el pan de Dios. Esto es mi cuerpo, tomad y comed; Esta es mi sangre, tomad y bebed; pues yo soy la vida, yo soy el amor. ¡Oh, Señor, condúcenos hasta tu amor! El Señor Dios nos amó como a nadie amó jamás sus paisanos le creían hijo de un trabajador; como todos él también ganó el pan con su sudor y conoce la fatiga y el dolor. Esto es mi cuerpo, tomad y comed... Lectura del Evangelio de san Juan (Jn 13, 1-34-35; 14,15.23) "Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el extremo... Les dijo: "Os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros. Así como yo os he amado, amaos también vosotros los unos a los otros. En esto todos reconocerán que sois mis discípulos: en el amor que os tenéis los unos a los otros»"... Y también les dijo: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos... Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él..." Canon para cantar después de la lectura del Evangelio 1. Os doy un mandato nuevo (2), / que os améis (2) / como yo os he amado. -9- Meditación. De la Homilía del papa Francisco, en el inicio de su Pontificado …La vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios de los dones de Dios. Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte, destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer. Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar», también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura. Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de - 10 - ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura. Oración Final (todos) Lo más importante no es... Que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos; Que yo te llame por tu nombre, sino que tú tienes el mío tatuado en la palma de tus manos; Que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que tú gimes en mí con tu grito; Que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro; Que yo te comprenda, sino que tú me comprendes en mi último secreto. Que yo hable de ti con sabiduría, sino que tú vives en mí y te expresas a tu manera; Que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas; Que yo trate de animarme, de planificar, sino que tu fuego arda dentro de mis huesos; Porque ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte... Si tú no me buscas, llamas y amas primero? El silencio agradecido es mi última palabra y mi mejor manera de encontrarte. Gracias Señor, por tu muerte y resurrección que nos salva Gracias Señor, por haber instituido la Eucaristía que nos alimenta Gracias Señor, por este tiempo que nos has concedido para adorarte y venerarte. Gracias Señor, por todos los beneficios que nos concedes. Gracias Señor, por esta hora de comunión contigo Gracias Señor, por tus palabras que reconfortan y sanan Gracias Señor, por tu cruz que tanto enseña Gracias Señor, por tu sangre que a tantos salva Gracias Señor, por tu amor sin tregua y sin fronteras - 11 - Gracias Señor, por la Madre que al pie del madero nos dejas Gracias Señor, por olvidar nuestras traiciones e incoherencias Gracias Señor, por perdonar el sueño que nos aleja del estar en vela Gracias Señor, por ese pan partido en la mesa de la última cena Gracias Señor, porque aún siendo Dios, te arrodillas y a servir nos enseñas Gracias Señor, por tu sacerdocio que es generosidad, ofrenda y entrega Gracias Señor, por tu amor sin límites y en la cruz hecho locura Gracias Señor Padre nuestro Oración final Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu pasión, te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención. Te damos gracias, Padre todopoderoso, Dios eterno, que como prueba de tu bondad nunca cierras la boca de los que te alaban. Escucha benignamente desde tu templo santo nuestras voces, que alegres te presentamos para la alabanza del Cuerpo de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro; y concédenos, que por él mismo a quien temporalmente veneramos con los labios y el corazón, merezcamos alcanzar la gracia y la gloria eterna. Él que contigo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén. - 12 - Parábola a modo de conclusión: el rey que tuvo misericordia (lectura personal) Por el año 987 Roberto fue coronado rey de Francia. Era un príncipe piadoso y un gran devoto de Jesús en la Eucaristía. Su mayor placer fue el de adornar los altares y las iglesias, y lo más hermoso y precioso lo dejaba por Jesús. Algunos hombres impíos y ambiciosos habían conspirado para asesinarlo y así apoderarse del gobierno. Mas la confabulación fue descubierta y los culpables fueron traídos ante el tribunal que los condenó a muerte. El rey les envió a un sacerdote a la cárcel. Los malhechores se arrepintieron y, después de una sincera confesión, recibieron la Sagrada Comunión. Era la mañana del día de su ejecución. Las esposas y madres de los sentenciados fueron al rey a pedirles perdón, pero sus consejeros no querían de ninguna manera indultarlos. Entonces una anciana madre se echó a los pies del rey y llorando, dijo: "Es cierto que estos hombres han merecido tal castigo; pero, tened presente, oh rey, que han sido, hace pocos instantes, huéspedes de Jesús, porque acaban de recibir la Santa Comunión. Él les ha perdonado todo; perdonadles también". Al oír el rey estas palabras de la afligida madre, y recordando la infinita misericordia de Jesús en la Santa Comunión, hizo llamar inmediatamente a los condenados y, estrechándoles la mano, los indultó. Todo el pueblo aplaudió la bondad del rey que, en adelante, fue el ídolo de sus súbditos. Parroquia de la Asunción de Nuestra Señora Martos - Diócesis de Jaén Jueves Santo, 28 de marzo de 2013 www.parroquiadelaasunciondemartos.es