DIAS DE LLUVIA En días lluviosos acostumbro a

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DIAS DE LLUVIA
En días lluviosos acostumbro a fijarme en los detalles de la vida. Hay que seguir viviendo y
respirando. Como ir a comprar. La compra y su aparente caos de guardar las cosas bien, la música
ambiente que transcurre para tranquilizar a las almas consumidoras, las miradas buscando
complicidad y seguridad. Todos van saliendo del supermercado con prisas, se acerca la hora de la
comida. Empiezan las prisas y el caos controlado de la ciudad.
Saliendo por la avenida Santa Coloma, me topo con la visible ansiedad del resto de
transeúntes, de la mía propia. La ansiedad y su imperceptible locura. La gente corre, quiere
protegerse de la lluvia, llegar a casa. Mientras tanto personas que disfrutan de la compañía o de uno
mismo/a. La paz que emana entre el griterío.
Empieza mi mente a divagar con
el símbolo del paraguas. Me disperso. Paro y me
concentro en la gente de mi alrededor, en las conversaciones paralelas: los abuelos y abuelas
conversando tranquilamente, las bicicletas que zumban, la bolsa de basura con agujeros que
protege a un bebé de edad desconocida en su carrito (acompañado por su abuela) y el miedo que
ocasiona en una joven de Baró de Viver. Su historia es una madre de joven cuyo hijo está con la
abuela. Ella siente miedo al ver la imagen del carrito. Imagina que fuera su bebé, se encoge siente
frío... Me cuenta sus miedos y la acompaño con la mirada. No puedo seguir con su temor, pero si
conversando. Me giro y vuelve mi madre. La compra de la semana ya está. Alivio, respiro y vuelvo
andar. Miradas furtivas interculturas. Dos mujeres hindúes me calman , me imagino que me hablan
o su paz aparente reconforta a mi mente. Es curioso el juego de la imaginación en plena lluvia...
Sigo la conversación con mi madre, su sonrisa y su belleza me alegran el momento. Es
increible caminar a su lado y ver que no hay nada más bello que ser y estar, no pensar nada más. En
este momento no existen banderas ni tensiones, solo seres que caminan libremente y que quieren
estar juntos. Siento como la canción de Peret merece la pena: siempre es mejor reir que llorar.
Amanecer lluvioso, según el tiempo “plujes disperses” ( si lo dice el señor Molina será que
es cierto). Esperando a la familia, al pequeño de la familia. Sus sueños, su manera de ser, su
inocencia y su picaresca con tan solo cinco años. Él llega y juega, él llega y se sienta. Él come si
tiene hambre y llora si tiene pena. No tiene porque dar explicaciones, pese a sentir pequeños signos
de vergüenza. Quiere pintar su bandera en el día de las banderas, en el día de la inspiración
histórica. Para situarnos amanecer a las diez de la mañana del día doce de octubre de 2012.
Mientras a gente espera a que pare de llover. A mi me encanta sentir la lluvia, y digo sentir y no ver
porque son dos cosas bien distintas. Puedes ver la lluvia desde u lugar tapado, puedes ver la lluvia
desde el autobús, pero puedes sentir la lluvia cuando fluyes y te arriesgas, cuando te mojas.
Cuando notas que solo es lluvia y sientes las gotas sobre tí. La naturaleza te invade de belleza y
solo hay que dejarse llevar. Puedes creer o no, simplemente sentirla.
En escena para ganar protagonismo, aparece “Don gato”, el gato por excelencia, el dueño
de la casa,quién todo lo ve y nada dice. Se pone a jugar detrás de la puerta esperando a algún
humano que quiera acompañarlo. Pero nadie le acompaña.Las conversaciones son más interesantes
que pararse un momento a jugar,,, Y suena “Llévame esta noche a san Fernando” de Manolo
García.
Y me calzo para volver fuera con la lluvia. Las nubes se preparan, y la canción no cesa. Jugamos
con la espera; con la dulce mañana, con los despertares...
La lluvia rocía todo el campo , las flores salen y los caracoles puede que saquen
cuernos y babas. Los helicópteros sobrevuelan la ciudad. La soledad de quién observa. Los gritos y
los sonidos del alrededor. Los símbolos del día de hoy y su magia. El caos, los miedos. ¿Qué es el
miedo?
Vuelve la noche, la lluvia ha cesado. Amanezco en un pueblo del Maresme bien
acompañada. La lluvia ha cesado. La espera se refleja en la casa. Estamos los dos solos, suena Get
Back de los genuinos Beatles a través del ordenador, en el que escribo, ordenador en el que leo...
Computadoras que nos conectan a otras realidades. Vuelvo mi atención en la canción y su
significado ( get back) ¿Volver a atrás? ¡No! Vivir en el presente, y el fuego de la chimenea arde.
Hipntoiza. El joven que me acompaña prepara la carne. Todo envuelve una ardiente deseo de
confort. No hace falta nada más. Es todo tan cómodo que me quito el reloj de la muñeca, la coloco
suavemente sobre la mesa. El gato Chicho de la casa del Maresme entra y sale cuando quiere, él
también tiene sus rutinas. Dejo el móvil en la mesilla y me dejo fluir, llevar, por la situación.
Husmeo por la ventana que da a la calle (mojada). No hay miedo. El aura me envuelve de vida, de
creación...
Vuelvo a mirar el fuego y buscando frases de alguna película de manga me viene a la cabeza
“ es como si la luz la luz del Sol se estuviera apagando, y la gente busca sus respuestas”. Realmente
las vidas buscan un porqué pero siguen obsesionándose. Apelamos a la creación, al Universo, al
cosmos, a las religiones... Es más sencillo dejar de buscar, en todo caso tratar de ver el qué o el
como, no el porqué a todo. Aunque en esa frase la ciencia y la filosofía se quedan paralizadas. Pero
el arte inspira y respira, y la magia parece existir.
No hay ganas de salir. Solamente luz interior y penetrarse en ella. De disfrutar el momento,
de saborear: los bocados de la realidad, los buenos alimentos, el buen vino, la necesaria agua.
Chicho duerme en el sofá. La cocina está abierta. Cierro los ojos y la vida sigue; todo va sobre
ruedas. Por la ventana pasan coches sin rumbo fijo aparente. Los colores traspasan la ventana, me
quedo como flasheada...
Por la tarde la música continua sonando. La dulce perra da vueltas y vueltas sobre sí misma.
Esperando caricias, esperando la muerte, quizá, pero no es su hora, ¡quiere vivir! Parece que se
entretenga, aunque la verdad inquieta muchísimo. Las caricias y el contacto entre el joven (de
treinta y cuatro años) y yo fluyen. La soñada siesta. La inspiración vuelve, pequeños sonidos, los
animales juegan entre ellos. Y la casa es todo armonía y equilibrio. La leña en el fuego y su calor.
La angustia desaparece, pero a veces se asoma. Pese a la tranquilidad, el orden, la felicidad. Es
parte de sufrir o tener un desorden psicológico. Miles and Miles away sale del aparato de música.
Esta vez le toca cantar a lo lejos a Egle Eye Cherry, un disco antiguo. Y me paro a pensar, ¿Dónde
me iría yo tan lejos? A ninguna parte, solo viajaría en su corazón. Ya sin parecer pegajosa, me
inclino a encender un cigarro , esta vez compartido. Y el televisor encendido, divago... Hay niños
que aparecen, los niños me tranquilizan... Los calcetines en el sofá y la sensación de bienestar entre
los dos.
Los recuerdos es todo un misterio de analizar. Te llevan cuando quieras a cualquier otra
parte. Es bueno y malo a la vez. Es complicado de analizar mucho porque si estás muy inquieto o
inquieta te pueden jugar una mala pasada. Lo importante es aprender a convivir con ellos y seguir
adelante. Hablando de los recuerdos mi mente se para a pensar en esa misma tarde. En una visita
inesperada y apropiada. Son imágenes de felicidad, sonrisas cruzadas, vídeos, música...
Conversaciones de historias del pasado conocido y desconocido por mí, del presente, “marujeos”
sobre gente, etc. Alimentos a destiempos, alguna tensión incontrolada, llamada necesario y shock
controlado. El tiempo nubes y claros, la casa llena de humo por el tabaco. El ambiente risueño.
Decidimos salir fuera, los agobios crecen. Como en cualquier salida de tarde, nos relajamos.
Observamos las casas de los vecinos, las flores, los vecinos y vecinas, los panes con formas de
animales, los hierros forjados, las plantas, los arbustos que tienen vida, pero que en nuestra
imaginación algo paranoica hablan. Y más risas. Llegamos al bar, a la terraza o patio del bar
céntrico del pueblo. El frío calor, la ansiedad anticipatoria, los juegos de palabras, los diarios, las
llamadas desde otras mesas de la terraza... El niño con problemas que ríe. Está acompañado de su
madre y de un chico africano quién le muestra su música desde un mp3. El niño también se relaja
y nos mira. Se ríe a carcajada limpia mientras mi novio se eructa. Y sobran las palabras.
Pero sea por el clima o lo peculiar de ese lugar la calma cesa. Suenan las campanas de la iglesia a
las siete en punto de la tarde. Como un toque de queda todos hacemos comentarios. El niño se
asusta y su madre le distrae con comentarios. Buena forma. Aunque todos tenemos el derecho a
sentir miedo de algo. Mientras en nuestra mesa un amigo garabatea el diario ilustrado. Lo llevamos
a un posible diario reivindicativo pero sin banderas ni lemas,sólo comentarios en la portada donde
curiosamente aparecen el Rey, Rajoy y otro personaje político. Asuntos políticos, cuando uno se
abstrae, es mejor pasar página. O encenderse un cigarro, o dispersarse con otro cosa. El tabaco y su
aire nostálgico, la vida y mis anécdotas.
La cocina vuelve a abrir sus puertas. Son las nueve y media de la noche. Es hora de cenar. Y
que no falte el alcohol. Una buena cerveza, algo de embutido y a disfrutar de la compañía.
Conversaciones íntimas. El pueblo está tranquilo. Ya no llueve desde hace horas. Las banderas
independentistas siguen colgando, pese al viento, pese a la crisis, pese a la euforia colectiva. Las
banderas hondean tranquilas y su gente encuentra un hueco o algo en lo que agarrarse. Revelarse,
emitir opiniones, vox populi. Yo pienso en mi armónica y en la buena recuperación de un hombre
mayor con diabetes. De un hombre que nos dio parte de su tiempo animándonos y regalándome su
armónica. Mejorándose pese a todo y pese a nada. Conversaciones sobre el genio y locura de Dalí.
Sobre su simbología y su carácter español. Sobre sus obras y su relación con Gala. Sobre Puvol y
un viaje futuro. Sobre mi crisis y el miedo a l miedo.
¿Se forzarían las olas del mar, para que uno mismo se salvará? Nadar a contracorriente. Aceptar
que las cosas tienen fecha de caducidad pese a que inconscientemente vivamos eternamente. El
sueño aprieta y la cama espera. Vuelvo a dormir. Segunda noche fuera de mi casa. Segunda noche
tranquila.
Ocho y media de la mañana. El corazón se mueve muy rápidamente. Busco mis
medicinas. Nerviosismo. Mi pareja se alarma, pienso, pero está ahí esa angustia, ese desdén... Un
sinfín de pensamientos pasan por mi cabeza: la muerte, los hechos futuros, el caos, la tiniebla...
Busco sus ojos verdes azulados. Corro la cortina de la habitación, ¡hay luz! El cielo es azul y rosa.
La ventana está llena de vaho, pero no llueve. El jardín de enfrente está preparado para un festín.
Todo tranquilo. Sólo se mueven las hojas de los árboles. Y a lo lejos el mar.
Llegando al mar. Parada en Blanes. Aparca el coche y observamos el gentío. A las diez de la
mañana hay poca gente: niño/as gritando, ciclistas, abuelos paseando comentando las jugadas de
fútbol. La Roca con su bandera catalana moviéndose por el viento. Y la música apaciguada de
fondo en el bar. La camarera de Badalona con miedo a las abejas. El café de nota mental de diez,
aunque un poco caro, pero claro pagas el lugar, pero buen sabor y galletita azucarada gratis.
Entonces nos fijamos en una paloma que callejea, matutina. Le tiramos trocitos de galleta y cada
vez, no es tonta, se nos aproxima más. Hasta que nos olvidamos de su presencia y marcha de
nuestro perímetro de la mesa. Los bostezos, la alegría, las miradas, la ternura y las caricias. ¡Qué
feliz me siento! Pagamos
y caminamos.
Nos perdemos por las calles mojadas pero aguanta la lluvia. La gente que pasa comenta el
tema del día tras mirar los nubarrones, que dan un toque pintoresco al paisaje, “¿Hoy lloverá?”
Aguanta, aguanta. Las risas, su cara risueña. El amor. Los letreros de los paisajes. El amor. Distrae
cualquier pensamiento. Distrae de buena manera, creciendo la belleza... Te evades con la luz plena.
Ahora se lo que es amar.
Volvemos a la realidad externa “¿Subimos la montaña?” Aun no decido. Y no pasa nada. La
ansiedad anticipatoria se disuelve. Y no pasa nada. Respirar. Por respirar, por sentir el cielo, las
nubes... El sol, aunque me ahogue la ansiedad (qué gran letra de un gran músico). Y seguimos por
el paseo de la playa donde nos fijamos en las paradas de artesanos. Pendientes de flores, anillos de
piedras decorados por una pareja mayor uruguaya. Y Andreu , mi pareja, me hace un regalo. Le
sonrío, y le abrazo. Los detalles... Le quiero.
Poco a poco me voy conectando a la vida. Subimos al coche, tras previa parada en el amor,
mirando al mar. Sobre la arena y relajándonos escuchando las olas.
Van Morrison, Isabel Gemio y Gurruchaga salen por la radio. Señales de tráfico observamos, buena
conducción , me recuerda al anuncio de “¿Te gusta conducir?”. “Caminante no hay camino, se hace
camino al andar” o al circular, o al conducir, al viajar, al disfrutar... Árboles frondosos dirección a
Badalona. Y llegamos a la costa del Maresme tras dejar Girona. Y llegan a mi mente versos que
recordar, que crear. Según la canción que escuchamos por la radio, un tango de antaño: evitar los
fantasmas.
Lluis Pasqual y emisora catalana. Otras realidades de la prensa en sí misma. Las realidades
cambian en las páginas del diario. Mención nostálgica a la guerra, la Creu Roja y mención a los/las
ciudadanos/as indignado/as por la crisis.
Nos acercamos por la carretera nacional a Canet de Mar , por la autopista rápidos para llegar
a su casa. Emociones sobrevuelan el paisaje. Música tecno. Hay salidas por todas partes pero
nuestro camino es recto. Desviación por Arenys de Mar y seguir por la nacional.
Esta vez pongo un cd escondido en la guantera del coche, sale música francesa de los noventa para
bailar, según Andreu, y a seguir disfrutando del viaje. Coche de mossos detrás y todo está tranquilo.
Cada vez creo más en la vida. Castillos, casas de indianos, gente paseando... Los sueños recorren
paisajes y los silencios nos ayudan a aprender de los errores. Y mi conductor canta. Ya queda
menos para llegar. Qué felicidad. El Sol está a punto de salir, si crees en el amor.
Me cambia la cara. Mercadillo de segunda mano. Y decidimos no parar hay que ser austeros,
mejor en próximas salidas. Niños que pasan el paso de peatones. Ropas libros dejando atrás.
Chillidos que salen del cd de música en el coche. Todo es apetecible, llega la hora del vermut.
Olivitas y fanta de naranja. Esperando llegar a su casa y juntarnos con la familia. Estación de
Renfe, justo en el momento en el que miro no pasa ningún tren, esperan a salir. Adif en obras y el
sol dispuesto a alumbrar. Mc Donalds a la derecha, se acerca la hora de comer. Supermercados
cerrados y el mar a la derecha. Montjuic a lo lejos pero perceptible.
De repente, miro al frente y me paralizo por momentos ante la imagen de dos mossos
parados. Deben estar esperando a alguien, deber estar vigilando el peligro de la conducción... Cruce
de miradas no desafiantes. No perder el control. Es domingo. Vamos a sonreir. Llegamos a Vilassar
de Dalt. Tensiones visuales se amansan con la llegada al pueblo y la radio de fondo. Con las
conversaciones privadas entre Andreu y yo. Esta vez suena en la radio Toti Soler y Ovidi Montllor,
dos grandes músicos. Hora del vermut. Y con la comida llega la calma, su mano sobre la mía, y el
deseo de una vida tranquila y feliz.
Laura Jareño
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