UN CORAZÓN DE NADIE

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UN CORAZÓN DE NADIE
El título de Pessõa, en la maravillosa traducción antológica que hizo Ángel,
siempre me pareció que contenía algo que a todos nos afectaba, a cualquier lector y admirador del gran poeta portugués, al propio traductor y, además, de modo
irremediable.
De nadie es el corazón, si entendemos que en él reside, también sin remedio, el secreto de lo que somos y, sobre todo, lo que a nadie confesaríamos. Un
corazón que contiene los secretos, que a nadie pertenece porque los secretos
borran nuestra propia identidad.
Son divagaciones, ya lo sé, pero el día en, que supe que mi amigo Ángel
había muerto me acordé, instantáneamente, de dos cosas: del fervor emotivo de
la elegía sobre su madre, de ese libro que se cuenta entre los que más hondamente me conmovieron, y del Pessõa de ese corazón sin propietario del que
alguna vez hablé con mi amigo.
Cuando alguien se va, desaparece, uno tiene la sensación de que se lleva
los secretos qué le corresponden, lo que pudiera haber revelado y no hizo, acaso
porque no debía o no supo o pudo hacerlo.
Entre los poetas existe, a mi modo de ver, mayor correspondencia entre esa
tensión de los secretos y el misterio de los versos. Los poetas pueden llegar a
desvelar algunos secretos inconfesables sin iluminarlos por completo, dejando
precisamente en el fulgor, más o menos oscuro o velado, lo más hertzioso o
inquietante de la confesión.
Sigo divagando, no hago otra cosa, tampoco me atrevo a retomar un libro
de Ángel para escuchar el rumor de su confidencia, ya que el de su ausencia
resuena sin más, ahora mismo, cuando lo recuerdo.
Con el asunto del corazón de nadie no llegamos muy lejos, tampoco se
trataba de ir a ningún sitio, apenas de charlar amistosamente, que es lo que
siempre hice con él. Ese era el don que mejor guardaba. La amistad no perteneAlcántara, 69 (2008): pp. 115-116
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Luis Mateo Díez
cía al ámbito de lo secreto, aunque siempre tuve la impresión de que Ángel salvaguardaba, con su afabilidad y naturalidad extremas, lo que está más dentro.
Es curioso que me acuerde de él con la calidez meditada de sus palabras,
entre las bromas y los sobreentendidos espontáneos, como si al encontrarnos,
de tiempo en tiempo, siguiéramos el hilo de una misma conversación. De todo
podíamos hablar, de cualquier cosa, del corazón de nadie, y al final de tantas
palabras regresa en el recuerdo la imagen de un hombre silencioso. La calidez
meditada de sus palabras, el silencio que se forja el espacio de una pausa sin
tiempo. Algo de la poesía de Pessõa, algo de la poesía de Ángel…
Luis Mateo Díez
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