El arbitraje internacional como instrumento de protección de las inversiones en Latinoamérica Por Carlos de los Santos, socio de Garrigues Abogados y Asesores Tributarios Tal y como hemos tenido oportunidad de apuntar en un anterior artículo, a lo largo de los últimos años se está produciendo un fenómeno inversor muy relevante de países asiáticos (particularmente China) en países latinoamericanos que obliga a plantearse cuáles son los mecanismos provistos para la resolución eficaz de las controversias que pudieran surgir entre los diferentes inversores (sociedades asiáticas) y los países receptores de tales inversiones (países latinoamericanos). Con carácter general, el arbitraje internacional tiene una importancia indudable como mecanismo para la solución de conflictos debido a las cualidades que lo caracterizan: mayor neutralidad, flexibilidad y celeridad, y una mayor especialidad de los árbitros frente a los tribunales ordinarios. En el concreto ámbito de Latinoamérica, la evolución del arbitraje internacional ha estado históricamente condicionada por factores externos tales como los cambios políticos, sociales e ideológicos que se han ido produciendo en los distintos países, cambios que unas veces han favorecido su desarrollo como institución mediadora de conflictos, pero que otras veces, por el contrario, la han perjudicado. Precisamente a este respecto, es de reseñar la actitud de las autoridades gubernamentales y judiciales argentinas que, tras la grave crisis económica vivida en el año 2001, adoptaron una posición -cuando menos- desconfiada hacia las soluciones arbitrales, y ello a pesar de que este país ha ratificado los convenios internacionales más relevantes en la materia (Nueva York, Panamá y Washington) e innumerables Acuerdo Bilaterales para la Protección de las Inversiones. Bajo esta realidad, es importante que todo inversor en un país de América Latina contemple las siguientes circunstancias: 1. Si existe un marco legislativo local que se adecue a los parámetros más modernos del arbitraje internacional; 2. Si la jurisprudencia nacional y autoridades gubernamentales actúan a favor de la institución del arbitraje internacional; 3. Si en el país objeto de la inversión existe un sistema eficaz para el reconocimiento y la ejecución de laudos arbitrales extranjeros; 4. Si en dicho país se ha suscrito algún convenio relativo al arreglo de diferencias entre los inversores de un Estado y el Estado receptor de dichas inversiones. Las dos primeras circunstancias ofrecen una respuesta muy variada en función de cada país latinoamericano y de la coyuntura política y económica que esté viviendo, sin embargo sí que se pueden hacer unos breves apuntes respecto de los otros dos aspectos mencionados. Con respecto a la existencia de un sistema eficaz de reconocimiento y ejecución de laudos arbitrales extranjeros, se ha de señalar que –con anterioridad a la Convención de Nueva York de 1958 y la Convención de Panamá de 1975- dichos reconocimiento y ejecución de laudos arbitrales extranjeros dependía única y exclusivamente de las leyes nacionales de cada Estado, con la confusión e inestabilidad que ello ocasionaba. Sin embargo gran parte de los obstáculos diferenciales existentes entre los distintos países han desaparecido gracias a la ratificación de los dos citados Convenios, instrumentos internacionales cuyo principal objetivo es facilitar y homogeneizar los distintos procedimientos de reconocimiento y ejecución de laudos extranjeros, dotando así al comercio internacional de la seguridad jurídica que exigía. La Convención sobre Reconocimiento y la Ejecución de laudos arbitrales extranjeros de 1958 (Convención de Nueva York) se encuentra ratificada por más de 120 Estados, entre los que se encuentran la mayoría de los países latinoamericanos. Dicho Convenio se caracteriza porque cada uno de los Estados parte del mismo tienen la posibilidad de restringir la aplicación de la Convención depositando dos tipos de reserva: la reserva de reciprocidad, a través de la cual sólo se aplica el Convenio respecto a laudos arbitrales dictados en el territorio de otro Estado parte, y la reserva comercial, a través de la cual sólo se aplica el Convenio respecto a litigios surgidos como consecuencia de relaciones jurídicas consideradas comerciales por el derecho interno del Estado que la invoca. Por su parte, la Convención Interamericana sobre Arbitraje Internacional de 1975 (Convención de Panamá) ha sido ratificada por la mayor parte de los países latinoamericanos, con la particularidad de que un inversor procedente de un Estado que no sea parte de la misma puede invocar su aplicación si el Estado receptor de la inversión está conforme. Ambas Convenciones, con estructura y metodología similar, imponen a los órganos judiciales de cada Estado, en términos generales, la obligación de reconocer la validez de los acuerdos arbitrales y de reconocer y ejecutar los laudos arbitrales extranjeros a través de procedimientos que no sean más gravosos que los aplicables a los laudos nacionales. Asimismo ambas convenciones prevén la posibilidad, para una serie de supuestos tasados, de la denegación del reconocimiento y la ejecución de un laudo arbitral por parte de la autoridad competente del Estado en que se solicita su reconocimiento y ejecución. Por lo que respecta a la firma de convenios (del tipo que sean) relativos al arreglo de diferencias entre los inversores de un Estado y el Estado receptor de dichas inversiones, cobran especial relevancia, en primer lugar, la Convención de Washington de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones entre Estados y Nacionales de otros Estados, suscrita el 18 de marzo de 1965 (Convención de Washington), y el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativa a Inversiones (CIADI), los cuales han resultado fundamentales en la resolución a través del arbitraje internacional de controversias sobre inversión extranjera entre un país latinoamericano y un inversor extranjero. El CIADI, sobre el que ya hablamos en nuestro anterior artículo, facilita en la actualidad la solución de conflictos en materia de inversión entre Estados Contratantes a través de procedimientos de conciliación y arbitraje, y ha sido firmado por más de 150 países en todo el mundo, entre los que se encuentran numerosos países latinoamericanos. También en este ámbito se han de tener en cuenta los acuerdos bilaterales para la protección de inversiones que pretenden dotar a los inversores de cualquiera de los dos Estados involucrados de un marco que garantice la estabilidad y la protección jurídica de sus inversiones en el Estado en el que realiza la inversión. De los más de 2.000 acuerdos de este tipo que hay en todo el mundo la inmensa mayoría tienen una estructura y contenido parecido. Así, los Estados que reciben las inversiones aseguran a los inversores el derecho a un tratamiento justo y equitativo, igual que el recibido por los inversores nacionales. Igualmente garantizan el derecho a recibir una indemnización en caso de medidas de expropiación, el derecho a la libre transferencia de rentas, y el derecho a recibir el tratamiento dispensado a las inversiones procedentes del país que goce de un tratamiento más favorable. Sin duda una de las aportaciones más importantes de estos acuerdos, sobre todo de los más modernos, es que regulan de manera expresa la posibilidad de que los inversores sometan a arbitraje (sin perjuicio de la existencia de otros mecanismos) las controversias que le puedan surgir con el Estado receptor de las mismas. Muchos países asiáticos han suscrito acuerdos de este tipo con países latinoamericanos. China, en particular, lo ha hecho, entre otros, con Argentina, Bolivia, Chile, Cuba, Ecuador, Perú y Uruguay. Por la importancia cuantitativa de las inversiones realizadas entre ambos países, merece la pena que hagamos unos comentarios al convenio internacional suscrito entre China y Argentina. Este Convenio, que es uno de los pocos convenios entre China y un país latinoamericano que ha entrado en vigor, fue suscrito entre el Gobierno de la República Argentina y el Gobierno de la República Popular China para la Promoción y Protección Recíprocas de las Inversiones el pasado 5 de noviembre de 1992, y entró en vigor el 17 de junio de 1994. Del citado Convenio destaca su artículo 8, el cual se refiere al modo de solucionar las posibles controversias contractuales que puedan surgir entre una parte contratante y el inversor de la otra parte contraparte. Dichas controversias, en la medida de lo posible, serán solucionadas amistosamente mediante negociaciones entre las partes de la controversia, y si a través de esas negociaciones la controversia no se pudiera solucionar en el término de seis meses a partir del momento en que hubiera sido planteada, cualquiera de las partes de la controversia tendrá el derecho a someter la misma o bien al tribunal competente de la parte contratante receptora de la inversión, o bien al arbitraje internacional conforme a un procedimiento que el párrafo 4 del mismo artículo describe. Las decisiones arbitrales que se hayan adoptado siguiendo el procedimiento indicado serán definitivas y obligatorias para las partes de la controversia, y cada parte contratante las ejecutará de acuerdo con sus leyes. A la vista de todo lo expuesto, podemos concluir diciendo que a día de hoy, salvo algunos casos, el arbitraje internacional como instrumento de protección de las inversiones extranjeras en Latinoamérica otorga una seguridad a los potenciales inversores de esta zona que años atrás no existía, si bien es cierto que aún queda mucho camino que recorrer, y que ciertos factores externos como la coyuntura política o económica del país en cuestión siguen teniendo actualmente una notable influencia sobre el asentamiento definitivo de la institución del arbitraje internacional.