INTERVENCIÓN DE SERGIO MARÍN En efecto, soy un soñador de palabras, un soñador de palabras escritas. Creo leer. Una palabra me detiene. Dejo la página. Las sílabas de la palabra empiezan a agitarse. Los acentos tónicos se invierten. La palabra abandona su sentido como una sobrecarga demasiado pesada que impide soñar. Las palabras toman entonces otros significados como si tuviesen el derecho a ser jóvenes. Y las palabras van, entre las espesuras del vocabulario, buscando nuevas, malas compañías. Muchos conflictos menores hay que resolver cuando, de la ensoñación vagabunda, se vuelve al vocabulario razonable. Y es peor cuando me pongo a escribir. Bajo la pluma, la anatomía de las sílabas se despliega lentamente. La palabra vive sílaba por sílaba, en peligro de ensoñaciones internas. ¿Cómo mantenerla unida obligándola a sus habituales servidumbres dentro de la frase esbozada, frase que quizá tengamos que tachar del manuscrito? ¿No ramifica la ensoñación la frase comenzada? La palabra es un brote que pretende dar una ramita. Cómo no soñar mientras se escribe. La palabra sueña. Gastón Bachelard A partir de ahí, puedo decir que el Sanatorio (en llamas) está escrito desde la intuición, sin ninguna pretensión de discurso. Creo que si la poesía se adscribe a un discurso, sea el que sea, pierde gran parte de su esencia, si no toda, para perder también así la libertad creadora, y la posibilidad de engendrar nuevos lugares e impresiones también libres para que el lector pueda sorprenderse. Hay siempre un residuo vivo de desesperación, donde quiera que mire o escuche, y como dice Bretón yo me alimento de esa desesperación y de sus lugares comunes. Todo participa de esa desesperación, apareciendo y desapareciendo, mezclándose con ese continuo que somos; participan los espacios, los objetos, los sentidos, y entre tanta fusión y confusión aparece la imagen poética, que en su novedad, abre un futuro del lenguaje. La imaginación es capaz de hacernos crear lo que vemos, como en la pintura. Así, el Sanatorio (en llamas) no fue una línea recta, un llegar y besar los pies del santo. Yo no sufro cuando escribo, sufro cuando no escribo, como buen neurótico que soy. Venía de escribir otro poemario bien diferente, aún pegajoso y, entre lectura y lectura escribí unos poemas concebidos ya en otra manera. Más tarde, en un primer encuentro con la idea de poemario -que no un libro de poemas- pensé: aquí hay algo que puede resultar interesante, una estructura para que se aguante todo: comenzaron las salas y pasillos. Pero en el transcurso, y sin dejar de cohabitar con ese instinto, un día escribiendo varios poemas surgió algo diferente, otra música y otros registros que daban a los poemas una particularidad diferente, Nacho Cebrián, poeta y amigo Simultaneísta se sorprendió gratamente y me lo hizo ver con claridad: comenzó la Sala. Después nacieron las llamas y las crías con todo su vértigo, el valor del símbolo. Durante todo el proceso que fueron unos 6 meses, hubo tiempo para todo, para disfrutarlo, para asquearse, para la disciplina y ese pulir el verso, hasta que uno decide: ya está, se acabó, quizás aquí o allá… pero no…déjalo Sergio, ya no te pertenece. Carmen, a quien dedico el libro lo sabe bien, al final se está a un paso de aborrecer lo escrito, pero afortunadamente para mi, ella ama la poesía… Bien, ahora es cuando ese ya no te pertenece se hace más realidad, en forma de libro. Por eso las más sinceras gracias a Contrabando por este regalo que nos hace a todos los lectores de poesía.