BOLETÍN La polémica económica.—A conflictos propios, soluciones propias.—La cuestión de los rebozos.—Cuestiones que encierra. La prensa está haciendo algo digno de ella: el país pregunta a sus hombres inteligentes por qué se muere de miseria sobre su tierra riquísima, por qué la industria extranjera vive en México mejor que la industria mexicana: escritores jóvenes y entusiastas toman a su cargo la respuesta, y de aquí ha nacido una polémica notable, que, aunque no tuviera otro buen resultado, tendría el muy importante de haber ocupado noblemente la inteligencia de nuestros escritores. Hace a la larga daño hablar incesantemente de cosas vanas y fútiles. Se siente uno mejor cuando ha dicho sinceramente un pensamiento que cree útil. Esta satisfacción del bien obrar, cabe a los que briosamente han empeñado en la prensa de la capital esta cuestión. No queremos añadir nada nuestro aún, a las prácticas verdades que se están diciendo. La cuestión se ha hecho cuestión de apreciación, puesto que todos están conformes en unos mismos hechos. Para apreciar con fruto, es necesario conocer con profundidad, y aún no conocemos absolutamente bien los problemas a que se busca solución. A esto debe sujetarse la polémica, no a encomiar determinada escuela económica; no a sostener su aplicación en México porque se aplicó con éxito en otra nación; no a ligarse imprudentemente con las exigencias de un sistema extraño: —debe la polémica ceñirse—según nuestro entender humilde—a estudiar los conflictos de nuestra industria; a estudiar cada ramo en su nacimiento, desarrollo y situación actual; a buscar solución propia para nuestras propias dificultades. Es verdad que son unos e invariables, o que deben serlo por lo menos, los preceptos económicos; pero es también cierto que México tiene conflictos suyos a los que de una manera suya debe juiciosa y originalmente atender. La imitación servil extravía, en economía, como en literatura y en política. Un principio debe ser bueno en México, porque se aplicó con buen éxito en Francia. Asiéntase esto a veces, sin pensar en que esto provoca una pregunta elocuente. ¿Es la situación financiera de México igual a la francesa? ¿Se producen las mismas cosas? ¿Están los dos países en iguales condiciones industriales? Debe haber en la aplicación del principio económico relación igual a la relación diferencial que existe entre los dos países. Así con los Estados Unidos, con Inglaterra y Alemania. Bueno es que en el terreno de la ciencia se discutan los preceptos científicos. Pero cuando el precepto va a aplicarse; cuando se discute la aplicación de dos sistemas contrarios; cuando la vida nacional va andando demasiado aprisa hacia la inactividad y el letargo, es necesario que se planteen para la discusión, no el precepto absoluto, sino cada uno de los conflictos prácticos, cuya solución se intenta de buena fe buscar. Vienen rebozos extranjeros que se venden en México un cincuenta por ciento más barato que los mexicanos. Estúdiese exclusivamente la cuestión de los rebozos. No es útil ni práctico, discutir ante el caso urgente el precepto vago capaz de idealizaciones. Examínese el caso concreto. ¿Hay derecho para obligar a la gran masa de consumidores, a que compre por cinco pesos un rebozo mexicano, cuando puede comprar por dos pesos y medio un buen rebozo extranjero? No hay derecho para privar de un beneficio a la gran masa, sobre todo, cuando recae en un objeto de uso indispensable. ¿Qué se quiere cuando se protege una industria nacional? No se quiere precisamente que gallardee y compita como la mejor entre las industrias extranjeras. Esto sería lisonjero, pero fuera loco y ridículo aspirar demasiado pronto a ese gran resultado aún imposible. Protegiendo una industria nacional, se quiere dar ocupación a una masa de trabajadores y lanzar al mercado un elemento más de vida que ha de redundar en provecho general. De estos dos resultados, uno no deja de realizarse con la introducción del efecto extranjero: el efecto continúa en el mercado, y aun con vida más amplia, favorecido por su bondad y baratura. Pero viene el problema grave, con el resultado que queda por realizar: ¿qué se hace con la masa de trabajadores mexicanos, ocupados antes en la industria que muere vencida y absorbida por la extranjera? He aquí el error del precepto económico demasiado libre, que quiere vencer atropellando, cuando debe vencer y conciliar. No es que sea malo el precepto económico: es que no ha previsto todo lo que tenía que prever. Debe permitirse la introducción de los rebozos extranjeros, puesto que de ello resulta un gran beneficio para la masa consumidora. Debe buscarse al mismo tiempo la manera de que no perezcan sin trabajo los operarios de las fábricas de rebozos mexicanos, porque no sin miseria y rudas transiciones van los obreros habituados a su oficio, de un oficio a otro. Conviene, además, que las fábricas de rebozos no se extingan; porque siempre conviene tener industria propia. Deben buscarse por tanto, no solamente las razones que aboguen en pro de uno u otro sistema debatido, sino las soluciones fijas y concretas para este caso especial. Sentado como principio que es justo permitir la introducción de rebozos extranjeros, porque de ello aprovecha la masa común y no perjudica al comercio interior, debe buscarse al mismo tiempo la manera de conservar las fábricas mexicanas de rebozos, para que no queden sin trabajo los operarios que trabajan en ellas. No es buen sistema económico el inexorable e inflexible; el que, porque atiende al bien de muchos, se cree dispensado de atender el mal de pocos. Es verdad que aquel es preferible a este, en último e irremediable extremo; pero es verdad también que debe procurarse, en tanto que se pueda, la situación igualmente benéfica, igualmente previsora para todos. No terminamos aquí nuestras muy humildes observaciones; repetimos que nada nuevo hemos querido añadir a lo que se está diciendo por muy notables escritores en la prensa: para ello fuera preciso un conocimiento exacto de los problemas del trabajo en México, que el boletinista Orestes no cree tener. Puesto que la solución es el resultado del problema, es preciso conocer este bien, para que sea respetada y estudiada aquella. Regocijado por el ennoblecimiento diario de la prensa; contento porque comienzan a discutirse cuestiones verdaderamente interesantes para el país; orgulloso de escribir al lado de los que aspiran de buena fe, conocen lo que tratan, y escriben con buena voluntad y con talento, el más oscuro de los que escriben envía a los contendientes en la polémica económica su pláceme sincero, y deja para su boletín próximo la tarea agradable de terminar las ligerísimas observaciones que ha comenzado a apuntar hoy. ORESTES Revista Universal. México, 23 de septiembre de 1875.