[10] No es cosa común en Rusia la aparición de una novela política, ni se había dado jamás caso, en la corte del zar, de un ministro novelista. Este es el caso de ahora, en que la publicación de una novela del conde de Valuev trae revuelta a la corte, y muy interesada a aquella parte de la nación que sabe leer. El conde escritor es en la corte persona magna, que merced a sus talentos, y a su buena casa y notable hermosura, halló favor en la corte del Zar asesinado, de quien fue por mucho tiempo primer ministro, y el más liberal de ellos, tanto que cuando ya no quiso el Zar continuar gobernando liberalmente, dejó de ser su ministro el conde Valuev, que continúa siempre en altos puestos del estado, a tal punto que ya se le señala como el sucesor probable del general Ignatiev, actual Presidente del Consejo del Zar. Diciendo, pues, que la novela del conde es un libro en que, bajo forma de novela, hace gala de su fe política, y juicio de los partidos rusos, queda dicho qué interés extraordinario ha despertado el Lorin, que así se llama el libro. El argumento es simple. Casi todos los personajes de la novela pertenecen a la aristocracia rusa. Un oficial de la guardia imperial, Michael Lorin, se enamora de una hermosa condesa, cuyo marido vive en París gozosamente, en tanto que ella llora en Rusia soledades, lo que viene a parar en que la condesa llegue a amar de tal modo a Michael que, arrebatada de celos al verle llevar del brazo a una linda joven en un baile, declara ante la asombrada concurrencia sus amores con el oficial. Por sí misma desacreditada, sale la condesa de San Petersburgo; y Michael, aunque conoce que ama a la joven del baile, y sabe que es ardientemente amado de ella, cree que es deber suyo seguir a aquella otra mujer que por amor a él perdió su crédito y la sigue. Esta nobleza, que al principio seduce a la condesa fugitiva, la llena luego de remordimiento, porque por ella ha perdido Lorin su carrera brillante, y el apoyo de un tío acaudalado, cuyo remordimiento llega a tanto que la condesa deja a Lorin, y se vuelve a San Petersburgo, lo cual permite al oficial volver a Rusia, mas no a San Petersburgo, donde no puede vivir porque es oficial pobre, sino a la provincia; solo que viene a herirle a tiempo una enfermedad grave, que lleva de nuevo al tío severo a proteger a Lorin, el cual vuelve también a San Petersburgo, a casarse con la lealísima joven del baile que le aguarda. Pero toda la novela está sembrada de alusiones políticas, de descripciones de la corte, de juicios de los partidos contendientes, de alabanzas a Pedro el Grande, que salió de su casa imperial para ir a emprender artes mecánicas en una tierra austera, y no danzas ni arte de mentir en la corte frívola de Francia, por lo que el conde Valuev cree que ningún país ha tenido rey mejor que Pedro, a quien no debía llamarse “el Grande” sino “el más Grande”. Y lo curioso del libro es que contenta igualmente a los eslavófilos o nacionalistas, que quieren gobernar a Rusia como se la gobernaba tres siglos ha, y con absoluto apartamiento del resto de la vida universal, ni atención a institución que no sea rusa,y a los liberales u occidentalistas, los cuales sostienen que esas instituciones llevan a Rusia a la barbarie, y que la nación debe ser gobernada como lo son los países democráticos y generosos del oeste de Europa. Y el conde dice que se puede tomar de lo del oeste todo lo adaptable a Rusia sin lastimar por eso ni mermar todo lo que vaya de bueno en las instituciones nacionales.—Hay frases en el libro del conde, que ya corren en boca de todo el mundo. En un lugar dice: “Nuestras leyes protegen a ambos contendientes en el papel, pero en la práctica solo a uno”, con lo que condena sin duda los privilegios excesivos de que goza en Rusia el señorío. Dice en otra página: “Tener razón no importa entre nosotros nada”. Hablando del buen mujik, del campesino ruso, escribe: “Nadie puede comprar al mujik con rublos, pero cualquiera le compra con una palabra cariñosa”. Tal es la novela Lorin, “el libro del año” en Rusia, porque no habrá en el año otro más famoso. Saben ya nuestros lectores, por una de nuestras cartas de Nueva York, que acaba de morir poco después de su amigo Longfellow, el grandioso Emerson, tenido como uno de los más potentes y originales pensadores de estos tiempos, como varón excelso, y como el más grande de los poetas de América. Llamábanle, por lo profundo de sus visiones, su amor a lo perfecto y su veneración a todo lo bello, el Platón moderno. Su presencia, ya en su pueblo, en todos cuyos actos íntimos se mezclaba sencillamente, ya en la plataforma de lector, que ocupó con éxito grande entre los grandes, y pequeño entre los pequeños, parecía una iluminación. De sus obras en prosa, la que presenta en globo las impresiones que en él hizo el Universo, y su concepto de las leyes de este, es su famoso libro, tan famoso como breve Naturaleza. Allí sostiene que la mente es superior a la materia; que el hombre limitado irá a dar en el Creador sin límites; que la naturaleza es sierva del hombre, y su educadora, y que el objeto de la vida es la preparación a los goces de la muerte por el ejercicio de la virtud. Otro de sus libros se llama Hombres representativos, que pudiéramos llamar nosotros “Hombres místicos”, y elige a Montaigne, como tipo de los escépticos; a Platón, como tipo de los filósofos; a Swedenborg, como tipo de los místicos; a Shakespeare, como el poeta; a Goethe, como el escritor, y a Napoleón, como el hombre mundano. Cada frase de este libro es una sentencia; y cada una de esas sentencias pudiera dar margen a otro libro. Pasma esa fuerza de concentración. En otra obra analiza y describe a Inglaterra, y esta obra se llama Rasgos ingleses. Bajo el título de Ensayos, ha agrupado la esencia de sus lecturas, que abarcan casi todos los asuntos importantes que requieren en la tierra la atención del hombre. Una colección de estos ensayos se titula: “La conducta de la vida”; otra, “Sociedad y soledad”; otra, “Cartas, y asuntos sociales.” De entre sus versos, sobresalen los resúmenes de sus Ensayos, que ponía a la cabeza de estos, y una augusta elegía, que llamó “Threnodia,” y es tal vez la expresión más sobria, grandiosa y sentida del dolor paterno que existe en lengua alguna, ni hay tampoco, aun entre los clásicos griegos, ni entre los bucólicos ingleses, poema descriptivo superior al que Emerson tituló “Día de mayo”. Sus trozos descriptivos se parecen a la traducción que hizo el poeta americano Bryant de la Ilíada. Pero el ritmo de Emerson es más vivaz y alado que el de Bryant. La Opinión Nacional, Caracas, 23 de mayo de 1882